LA FAMILIA SALESIANA: JUNTOS PARA LOS JÓVENES EN LA IGLESIA... PREMISA Aparte del apuro comprensible al tener que hablar ante una...

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LA FAMILIA SALESIANA: JUNTOS PARA LOS JÓVENES EN LA IGLESIA DE HOY
PREMISA
Aparte del apuro comprensible al tener que hablar ante una asamblea tan cualificada y tan
rica en la originalidad de cada uno, la conciencia clara de estar en “Familia” y la alegría de
una pertenencia viva a una espiritualidad que alimenta el deseo de un conocimiento
recíproco, cada vez más fraternal y profundo, me ayudan a miraros a cada uno de
vosotros como un don y a descubrir en cada Grupo de nuestra familia el deseo de vivir
cada vez más en comunión de espíritu y en convergencia de compromisos.
Obedezco, por tanto, entre libertad y pertenencia, a mis superiores que han querido
regalarme esta oportunidad, pidiéndome que vuelva a desempolvar sintéticamente con
vosotros los primeros dos capítulos de la Carga de la Misión de la Familia Salesiana.
JUNTOS EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA CON EL CORAZÓN DE DON BOSCO
Tenemos conciencia de que la misión apostólica de la familia salesiana es una
participación en la misión de la Iglesia misma, permaneciendo fieles a los compromisos
que don Bosco nos ha dejado, fruto de una particular “experiencia del Espíritu”.
No es superfluo recordar a cada uno de nosotros los elementos comunes a todos los
Grupos de la Familia (cfr. ACS n. 304 (1982):
. la llamada a participar con otros al carisma de don Bosco y su Familia, en algún
aspecto relevante de la experiencia humana y sobrenatural del Santo;
. la participación en la misión apostólica juvenil y popular;
. el compartir el espíritu y el proyecto educativo pastoral salesiano;
. la referencia al Sistema Preventivo;
. la referencia al Fundador de la Familia y a sus Sucesores, como centro de unidad.
Todo claramente asumido en la modalidad específica con la cual cada Grupo hace propio
el carisma de don Bosco.
Es importante, a mi parecer, que, todos y cada uno, para ser más incisivos en los territorios
donde estamos llamados a actuar en favor de los jóvenes, comencemos a hacerlo “juntos”
como Familia, superando las tentaciones de publicidad estériles para el propio interés.
Hagamos nuestro este estupendo adverbio “conjuntamente”, nombre laico de la
comunión, que debe distinguir nuestro cuadro de referencia y nuestros proyectos
pastorales.
Cuando decimos “conjuntamente” no lo hacemos por el hecho de que, si estamos juntos,
las cosas irán mejor, en el sentido que, si nos ponemos todos juntos, se abarca más. ¡No!
Esta sería una mentalidad empresarial. Los operadores de marketing ponen juntos a los
obreros, los sindicados dicen “estad unidos”, los aficionados se colocan todos juntos en la
misma curvas de estadio para gritar más fuerte.
No, si nosotros decimos JUNTAMENTE, no es para poder rendir más, sino porque
debemos reproducir en nuestra vida, en los Grupos, en nuestra Familia, la vida que se
hace en el cielo: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas iguales y distintas, que viven
tan profundamente unidas que forman un solo Dios. Viven el uno para y por el otro.
También nosotros, aquí sobre la tierra, somos personas iguales y distintas, cada una con su
rostro, sus características, su personalidad, pero queremos vivir tan profundamente
unidos en torno al único Proyecto que seamos la “Familia de don Bosco”, comprometida
en la promoción humana, en la educación y en la evangelización.
Hoy más que nunca, en el nuevo contexto social impregnado de relativismo ético, la
experiencia vivida por don Bosco nos interroga profundamente para que volvamos a
tener presentes algunas de sus intuiciones educativas. “Honesto ciudadano y buen
cristiano”; “la persona del joven en el centro como valor grande”, “ el Sistema Preventivo”;
“lo ordinario vivido de modo extraordinario”....
VANIDAD APOSTÓLICA
En el libro del Qohélet hay una palabra clave: vanidad, que puede provocarnos
reexaminar nuestro compromiso apostólico. Vanidad, en hebraico hevel, puede significar
muchas cosas, pero todas dicen relación a la imagen del soplo, de la niebla, de algo
inconsistente. Bien, también a nosotros, frecuentemente desanimados por un mundo cada
vez más desorientado y confuso, un mundo en el que los matices han sustituido a los
colores netos y caracterizadores, nos dejamos tentar por la mediocridad, por el
“aburguesamiento apostólico”, por la mentalidad consumista del “todo y enseguida” que
enervan el vigor de la esperanza, de la alegría y del optimismo.
Hoy más que ayer, es necesario dar razón de nuestra fe y de nuestra identidad vocacional
y carismática. Debemos sentir, como Familia Salesiana, la necesidad de opciones decididas
que nos ayuden a superar las “sirenas” del éxito, del parecer, del ‘usa y tira’, de la
comodidad sin sacrificio.
El humanismo salesiano nos invita a evidenciar la dignidad de la persona humana, a
volver a descubrir el trabajo, la cultura, la amistad, la alegría, la profesionalidad como
valores que han de ser defendidos y ayudados a crecer en la experiencia universal.
NO ES SUFICIENTE CONMOVERNOS
Son muchas las nuevas pobrezas que perciben nuestros ojos y ante las cuales nos sentimos
movidos por nobles sentimientos de conmovida solidaridad, pero que, sin embargo, aún
no sabemos penetrar en la alucinante e in justa matriz que las engendra.
Queremos hacer nuestra, como Familia Salesiana, una bella oración de la Misa:
“Danos, Señor, ojos nuevos para ver las causas últimas de los sufrimientos de tantos
hermanos nuestros, para que podamos ser capaces de suprimirlas”
Se trata de aquellas nuevas pobrezas que afectan a tantos jóvenes, pobrezas que son fruto
de combinaciones entrecruzadas de leyes perversas del mercado, los cánones obscenos de
la masificación del provecho, las idolátricas implantaciones de ciertas revoluciones
tecnológicas, y el holocausto de los valores ambientales sobre el altar sacrílego de la
producción. Tantos, demasiados, son los muchachos y jóvenes que están privados de sus
derechos y de su dignidad de hombres y de hijos de Dios.
Frente a estas situaciones de pobreza no basta ya conmoverse. No basta ofrecer medicinas
para las quemaduras a quien está en medio de las llamad. Los sentimientos de asistencia
podrían hasta retardar la solución del problema.
Es necesario pedir “ojos nuevos” para que remontándose a las causas últimas, se esterilice
lo que engendra los monstruos de las nuevas pobrezas.
Mientras nos contentemos simplemente con poner al día los prontuarios preparados por
nuestras superficiales exhuberancias limosneras, y no pongamos al día los ojos, habrá
siempre presuntuosos motivos para dar soluciones sumarias a nuestra imperdonable
inercia.
Ciertamente, en el contexto social y religioso de hoy, motivaciones históricas, culturales y
religiosas no hacen fácil nuestra intervención apostólica, pero como nos recuerda Juan
Pablo II en la “Novo Millenniun Ineunte” (n. 58) “Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia
como un océano amplio en el que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de
Dios, que se ha encarnado hace dos mil años por amor al hombre, cumple también hoy su
obra; debemos tener ojos penetrantes para verla y, sobre todo, un corazón grande para ser
nosotros mismos sus instrumentos”
Es importante, como recuerda el art, 11 de la Carta de la Misión de la FS, ser significativos
en el territorio, insertándonos concretamente en los contextos de vida de la gente simple y
de los jóvenes en particular.
Transformo para nosotros algunas expresiones de un santo de nuestra Familia, don José
Quadrio, que creo que son muy actuales: “Sepamos ser significativos en los territorios en
los que actuamos, testimoniando nuestro ser de creyentes mediante la credibilidad de
nuestro estilo de vida cuotidiana que nos debe distinguir. Sepamos ser buenos,
comprensibles, amables, acogedores, disponibles para todos, fácilmente accesibles. No
midamos ni nuestro tiempo, ni nuestras fuerzas. Demos sin cálculo, con simplicidad y
desenvoltura. Escuchemos siempre a todos con bondad y sin complicidad. Esforcémonos
en ponernos en el lugar de todos aquellos con los que tratamos: es necesario comprender,
para saber ayudar. No nos pongamos por en cima de ninguno, ni en el centro de las
cuestiones. Seamos noblemente superiores a todo lo que respecta a nuestro prestigio
personal. No tengamos más ambiciones que las de servir a los jóvenes más pobres,
ninguna otra pretensión que no sea la de ser útiles a su crecimiento integral”
LA APUESTA DE LA EDUCACIÓN
En plena sintonía con las palabras del Papa Benedicto XVI que en su primera carta a la
diócesis y a la ciudad de Roma llama la atención sobre “la tarea urgente de la educación”,
nosotros como Familia Salesiana queremos aceptar plenamente el “reto” que nos viene de
la sociedad actual, provocándonos en nuestra identidad carismática. Educar
evangelizando y evangelizar educando es el compromiso apostólico fascinador de la
Familia Salesiana de ayer, de hoy y de siempre.
Seamos realistas en el decir que educar hoy es difícil, pero estemos igualmente
convencidos de que educar hoy es posible, tomando conciencia de la complejidad y no
olvidando que educar es cosa del corazón, y que es hermoso.
La dificultad de educar está a la vista de todos. La presión social nos empuja a hacer del
propio hijo y de la propia familia personajes relevantes, atletas, hombres o mujeres de
éxito, competitivos en la sociedad del bienestar, olvidándose de ayudarlos a adquirir las
virtudes que los hacen verdaderamente humanos: la lealtad, la honestidad, la justicia, la
sobriedad, la fortaleza, la bondad.
Ha cambiado la familia patriarcal; ha cambiado la relación jóvenes-adultos; ha cambiado el
valor de las instituciones tradicionales; está cambiando cada vez más el valor social de la
religión; los modelos de vida de antes han sido sustituidos por otros y no se tienen ya
“modelos adultos creíbles”
No debemos tener miedo de abrir los ojos en esta “selva oscura”. Cerrar los ojos no ayuda
más que a fomentar todas las formas paralizantes del pesimismo educativo. Vivimos en
una “sociedad compleja”, y esto atañe también al aspecto educativo. Quien no sabe tomar
conciencia de ello, se encontrará perdido al educar.
Leyendo el evangelio, el educador observa que Jesús compara el hombre terreno con una
semilla, una planta, un capital que hay que administrar: es decir con una realidad
dinámica, en evolución, con la posibilidad concreta y cotidiana de crecer, al treinta, al
sesenta o al ciento por uno. Jesús es uno que cree en el hombre y le ha manifestado
siempre su confianza.
Es necesario que tomemos conciencia de este hecho: nosotros somos siempre educadores
en cada encuentro, responsables del desarrollo y del crecimiento de aquellos que
encontramos. No es posible dispensarnos nunca del trabajo educativo. Si a todos estos
encuentros vamos con el corazón de Dios y la riqueza de humanidad atestiguada por Jesús
y por don Bosco, contribuiremos a hacer sana y fecunda aquella maraña vital hecha de mil
relaciones, que caracteriza la condición humana.
“La educación es cosa del corazón....quien se sabe amado, ama, y quien es amado obtiene
todo, especialmente de los jóvenes... los corazones se abren y dan a conocer sus
necesidades y manifiestan sus defectos”
CONTINUAR “SOÑANDO” CON DON BOSCO PARA SER AUTÉNTICA FAMILIA
SALESIANA.
Soñar es importante, pero sin aquella fuerza interior que Dios nos da en la oración, sin
aquella paciencia que da el vigor necesario para soportar las intemperies del camino y el
valor de caminar en medio a la oscuridad, el sueño se apagara ante la primera dificultad.
El sueño de Dios, pues, se construye a través de la fuerza y de la paciencia del hombre
interior. Sin la fuerza de la paciencia y sin la oración que alimenta esta fuerza, no es
posible ninguna misión de la Familia de don Bosco en la Iglesia.
A veces podemos ocultar nuestra mediocridad y nuestro desencanto tras una
hiperactividad, pero también esto es un engaño que dura poco. Dice el Ángel a la iglesia
de Éfeso “Conozco tu conducta, tus fatigas y tu paciencia en el sufrimiento.... Pero tengo
contra ti que has perdido tu amor de antes” (Ap. 2,2-4)
Queridos: antes de ser apóstoles debemos ser discípulos que anuncian a Cristo, porque
han hecho experiencia íntima y profunda y se comprometen con don Bosco en favor de los
jóvenes más pobres. Renunciemos a cualquier tentación de activismo y de protagonismo y,
a través de la oración, la contemplación, la escucha de la Palabra, dejémonos plantar en lo
profundo de nuestro ser el Corazón de Cristo, alimentando de este modo el “da mihi
animas”, permaneciendo fieles al proyecto apostólico que el Espíritu ha confiado a la
Familia Salesiana.
Convirtámonos todos en sembradores de esperanza que saben descubrir las señales de la
resurrección de Cristo en cualquier afirmación de vida y en cada gesto de amor, en
cualquier lucha por la justicia, por la verdad, por la reconciliación.
Renunciemos a hacer de nuestra vida una propiedad privada y aceptemos salir de
nosotros mismos para dejar atrás el egoísmo y el miedo: aceptemos el dar siempre el
primer paso para encontrar y amar a los hermanos, para implicarnos como Familia en la
causa del Reino en servicio de los más pequeños.
don Angelo Santorsola, sdb
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