Teología para la misión hoy

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S. B. BEVANS Y R. P. SCHROEDER, Teología para la misión hoy. Constantes en
contexto, Verbo Divino, Estella (Navarra) 2009, 800 págs.
Esta obra muestra la importancia fundamental de la misión para la teología y de
la teología para la misión desde la complejidad desbordante de la práctica misionera,
tanto en el pasado como en el presente. Está concebida, por un lado, como una teología
sistemática que pone a la misión en su mismo centro; y, por otro, como una historia de
la Iglesia que no sólo sea una relación de hechos, personajes y acontecimientos, sino
una historia que está configurada por las tradiciones bíblicas y doctrinales cristianas
constantes, pero siempre contextualizadas.
El doble enfoque responde a dos retos importantes dentro del ámbito académico
teológico, misionológico e histórico. El primer desafío “supone construir una teología
que, inspirada por la acción misionera constante de Dios, tenga como objetivo no sólo
un mayor conocimiento de Dios y de los planes de Dios sino una participación más
reflexiva e inteligente en esos planes. Toda teología, en otras palabras, tiene que ser una
teología misionera”. El segundo reto al que se responde es escribir “una historia de la
Iglesia cristiana que recoja realmente la historia del movimiento mundial cristiano, y que
incorpore por tanto todas las diversas corrientes del cristianismo y que relate la historia
del cristianismo tal y como ha sucedido, no unidireccionalmente (de Palestina a Europa
y al resto del mundo) sino multidireccionalmente (de Palestina a Asia, de Palestina a
África, de Palestina a Europa)... como el descubrimiento constante de la «infinita
traducibilidad» del evangelio y de la aventura misionera” (pág. 44).
Para afrontar adecuadamente estos retos los autores han estructurado su obra en
tres grandes partes. La primera, Fundamentos bíblico-teológicos, es la base para las dos
siguientes. El capítulo 1º defiende, a través de una lectura de Hechos de los Apóstoles,
que la Iglesia solamente surge como Iglesia cuando se hace consciente de su misión
traspasando fronteras no sólo hacia el judaísmo sino hacia todos los pueblos, no sólo
hacia Jerusalén y Judea sino a “Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). La
“Iglesia es misionera por naturaleza” (AG 2) y se hace misionera asumiendo todos y
cada uno de los contextos en que se encuentra.
El capítulo 2º presenta seis constantes, seis temáticas doctrinales, a las que la
Iglesia debe permanecer fiel en todo su quehacer misionero. La interacción y la
articulación de éstas –cristología, eclesiología, escatología, salvación, antropología y
cultura– determinarán la manera en que la práctica misionera de la Iglesia se plasmará y
vivirá en los diversos periodos de la historia. Para ayudar a discernir los modelos
recurrentes dentro de la rica diversidad de tradiciones teológicas cristianas, se apoyan en
tres tipologías –siguiendo a Justo L. González y en menor medida a Dorothee Sölle–: el
tipo A que plantea la misión como salvación de las almas y expansión de la Iglesia; el
tipo B, la misión como descubrimiento de la verdad; y el tipo C, la misión como
compromiso de liberación y transformación.
La segunda parte se refiere a los Modelos históricos de la misión. Se centra es
seis etapas de la historia del movimiento cristiano, desde la Iglesia primitiva hasta el
final del siglo XX. Sitúa cada modelo específico de la práctica misionera dentro del
contexto político, social religioso e institucional, describe las dinámicas clave de cada
periodo e identifica los principales animadores misioneros del tiempo. Al final de cada
uno de estos capítulos se describe cómo las seis constantes se expresan y son operativas
dentro de dicho contexto histórico particular. Se finaliza sacando diversas implicaciones
con relación a cómo ese periodo pudiera enriquecer y plantear desafíos a la teología de
la misión y a la práctica misionera de hoy.
El capítulo 3º se refiere a la misión en los primeros siglos de la Iglesia y su
expansión inicial hacia la India, el norte de África y las fronteras del imperio romano en
Europa. El 4º describe los diversos movimientos monásticos que caracterizan la misión
en oriente y occidente, recoge el surgimiento del islam y concluye en el año 907, fecha
que marca la caída de la dinastía Tang en China, acontecimiento político que puso fin a
varios siglos de crecimiento de la Iglesia siria oriental a través de Asia. El tercer periodo
(capítulo 5º) se ocupa de la rica y compleja vida eclesial: desde Europa se llevan a cabo
las cruzadas a Tierra Santa; surgen las órdenes mendicantes que tanto impulso
misionero darán; y se es testigo de la dolorosa división entre el occidente latino y el
oriente griego. El 6º presenta la misión en la era de los descubrimientos y, por tanto, el
comienzo de una nueva era evangelizadora, especialmente en América y Asia; pero
también la trágica ruptura bajo las banderas del protestantismo o del catolicismo. La
misión en la Edad del Progreso (capítulo 7º) se desarrollará con gran fervor gracias al
protestantismo y, luego al catolicismo y a los ortodoxos rusos; así surge el modelo
societario y quedará simbolizado por la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo
en 1910. Finalmente, el 8º se centra en misión en el siglo XX: época convulsa, de
grandes encíclicas misionales, de múltiples encuentros ecuménicos... que hacen que
surja un auténtico cristianismo mundial y se gire hacia la población cristiana del Tercer
Mundo.
La tercera parte se dedica a desarrollar una Teología para la misión hoy. Los
autores presentan tres corrientes de pensamiento que han sido el fundamento de la
práctica misionera y de la teología durante el último cuarto del siglo XX. Un primer
intento, especialmente evidente en el decreto conciliar Ad gentes y en los documentos
de las iglesias ortodoxas, arraiga en la comunión desbordante del Dios trinitario
(capítulo 9º: la misión como participación en la missio Dei). El segundo, expresado en
Evangelii nuntiandi y en los documentos del protestantismo conciliar, se centra en la
labor de Dios, paciente y respetuosa de la libertad, en vistas al establecimiento del
Reino entre los hombres y toda la creación (capítulo 10º: la misión como servicio
liberador en pro del Reino de Dios). El tercero, presente en Redemptoris missio y entre
los evangélicos y pentecostales, enfatiza la centralidad de Cristo y en la importancia de
compartirlo con la humanidad (capítulo 11º: la misión como anuncio de Jesucristo,
Salvador universal).
A juicio de los autores, las tres opciones ofrecidas en los capítulos son válidas.
Pero creen que solamente una síntesis de todas ellas da garantía a una teología que
pueda fundar a la Iglesia en su práctica misionera en los inicios del nuevo siglo. Por
ello, como cumbre y propuesta de toda la obra, el capítulo 12º trata de la misión como
diálogo profético. Se trata de diálogo ya que emana de la naturaleza dialógica de la vida
misionera trinitaria de Dios y de la afirmación la bondad del contexto de la experiencia
humana. Y es profético, por un lado, porque la Iglesia en misión debe levantar la voz a
favor de los excluidos, en contra de la violencia humana y ecológica, y comprometida
con el Reino de Dios de justicia y de paz; y por otro, porque además de reconocer los
reflejos de la verdad en otras religiones, debe anunciar sin dudar, con fidelidad, el
nombre, la visión y el Señorío de Jesucristo. Para llevarlo adelante presentan la misión
desde seis elementos interconectados y críticamente interrelacionados: testimonio y
anuncio; liturgia, oración y contemplación; justicia, paz e integridad de la creación;
diálogo interreligioso; inculturación; y reconciliación.
La reflexión y las acciones misioneras ante un mundo global pueden caer en
tentaciones diversas. Para evitarlo, hay que enfrentarse al compromiso de asumir las
constantes del evangelio en cada nuevo contexto. Pues sólo “predicando, sirviendo y
testimoniando el reinado de Dios a través de un diálogo profético, audaz y humilde a un
tiempo, puede la Iglesia misionera ser constante en el contexto de hoy” (pág. 666). Para
ello, creemos personalmente que esta publicación nos puede ayudar mucho. Es una obra
recomendable, densa y profunda, que exige tiempo y profundización; es una obra que
busca el equilibrio y que ofrece una propuesta teológica, misionológica y práxica
sugestiva y audaz. Esperamos que los autores la vayan explicitando más en próximos
trabajos.
Roberto Calvo Pérez
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