[PDF] Esquizofrenia_infanto_juvenil

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Esquizofrenia Infanto-Juvenil
Introducción
• Definición
• Subcategorías
• Consistencia del diagnostico
Sintomatología de un caso clínico (Jonathan B.)
• Síntomas cardinales
• Efectos del desarrollo en los síntomas base
Curso del trastorno
Etiología
• Aspectos genéticos
• Aspectos ambientales
Complicaciones
Diagnosis Diferencial
• Autismo
• Trastornos esquizoides
• Trastornos afectivos
• Trastorno esquizoafectivo
• Patología orgánica
• Otras psicosis
• Abuso de alcohol y/o drogas
• Trastorno limitante (“borderline”) de la personalidad
Tratamiento
• Aspectos generales
• Aspectos específicos
-1- Farmacoterapia
-2- Intervenciones psicosociales
-3- Hospitalitzación
Conclusiones
Introducción
A pesar de que Kraepelin condujera al orden un estado de caos nosológico, nunca ha
habido, y todavía no hay, una definición única de esquizofrenia que sea aceptada
universalmente. Diferencias en la definición llevan a una falta de consistencia en la
presentación clínica y en el curso de la enfermedad. Desde una perspectiva unificadora que
se ubicaría entre el rígido enfoque de Kraepelin y sus re-encarnaciones en forma de DSM-III
y sus sucesores (American Psychiatric Association, 1994), y la perspectiva de Eugen Bleuler,
que cuestionó la inexorabilidad del curso crónico, extendiendo la sintomatología para incluir
la reacción a síntomas; esquizofrenia seria un trastorno psiquiátrico, caracterizado
principalmente por anormalidades del pensamiento, percepción y estado de ánimo (World
Health Organisation, 1992; Costa i Molinari, 1994).
Cuando la esquizofrenia empieza antes de los 17-18 años, la denominamos
esquizofrenia de comienzo prematuro (“early-onset schizophrenia”) o esquizofrenia juvenil.
Cuando el inicio tiene lugar antes de los 13 años, la calificamos de comienzo muy precoz
(“very-early-onset schizophrenia”) (Werry, 1992) o esquizofrenia infantil. Dado que el
diagnóstico de esquizofrenia en niños y adolescentes conlleva consecuencias sociales y
clínicas, y que un error puede marcar a un paciente durante años, el uso de las categorías
diagnósticas es muy aconsejable.
La subcategorización de la esquizofrenia dependiendo del patrón predominante de
sintomatología es aceptado de manera generalizada. Así, diferenciamos entre paranoide,
donde los delirios auto-referenciales y de persecución son la base; catatónica, con síntomas
psico-motores; desorganizada o hebefrénica, con un significativo trastorno del pensamiento y
un estado afectivo inmaduro; indiferenciada, cuando se observan múltiples síntomas, que no
están muy bien delimitados; simple, donde el inicio y el progreso son lentos pero constantes,
y donde los síntomas psicóticos están mal definidos o ausentes; y residual, con una
afectación del funcionamiento general bastante marcado. Una nueva variante, que aparece
en el ICD-10, es la llamada depresión post-esquizofrénica, con la característica que la
depresión no es lo suficientemente severa como para utilizar el diagnóstico de depresión,
pero con la particularidad de acarrear un riesgo de suicidio mayor que los otros subtipos de
esquizofrenia.
A pesar de que la mayoría de subtipos se encuentran bien definidos, existen dudas
alrededor de su consistencia y constancia durante el curso del trastorno (Angst, 1988). En
niños y adolescentes, no han proliferado los estudios de estas subcategorías, pero el subtipo
predominante varia tanto dependiendo del centro en cuestión (Werry, 1992) que tendríamos
que tener serias dudas sobre su estabilidad temporal cuando no utilizamos un criterio de
investigación estricto, y dependemos de las conclusiones a las que llegamos con la practica
clínica ordinaria.
sintomatología de un caso clínico (Jonathan B.)
< Jonathan era el mayor de tres hermanos, habiendo nacido después de una
gestación y parto sin complicaciones. Estuvo bien alimentado y cubrió las primeras etapas
del desarrollo tal y como era de esperar. No sufrió de ninguna enfermedad seria, pero su
madre se refiere a él como un niño difícil, nervioso, y que lloraba mucho de pequeño. A la
edad de tres años, su madre dice que, todo y que hablaba con normalidad, “lo que había
aquí dentro -refiriéndose a la cabeza de Jonathan- no estaba muy bien organizado”.
Jonathan nunca pareció tener una predisposición alegre o desenfadada, sino que siempre
parecía estar preocupado, y con una marcada tendencia a tener rabietas, que solían
terminar con él dándose cabezazos contra la pared. Casi nunca desplegó afecto hacia sus
padres, mostrándose indiferente con sus dos hermanos.
Jonathan empezó a ir al colegio y fue progresando normalmente hasta la edad de
nueve años, cuando empezó a perder interés y parecía totalmente absorbido en su pequeño
universo. A esta misma edad, su irritabilidad y rabietas empeoraron. A veces, su habla era
tan incoherente que se hacía difícil entenderlo. Cuando esto ocurría, tendía a desarrollar
ataques de rabia, risa, y muecas. Al cabo de unos meses empezó a decir que tenía “algo”
moviéndose por la superficie de su piel, y que otros chicos de reían de él en la escuela.
Posteriormente, empezó a insultar a su madre, pasaba horas delante del espejo, se
encerraba en el baño durante un tiempo desmesurado, se quedaba sentado a oscuras
durante horas, y a veces pasaba días enteros sin querer comer. Durante los tres meses que
precedieron a la admisión, sus síntomas se acentuaron: se volvió más y más antagonista
hacia su madre, cualquier tontería producía una acalorada discusión, amenazó a su madre
diciendo que se suicidaría, se masturbaba de cinco a seis veces al DIA, y decía que alguien
que no era el mismo le movía su cuerpo.
Jonathan fue ingresado a la edad de 11 años. Durante el primer mes de estancia,
pasó la mayor parte del tiempo mirando por la ventana con la mirada perdida. Unas veces lo
encontrábamos debajo de la cama, o acurrucado en una esquina detrás de algún mueble, y
en otras teníamos que intervenir porque atacaba a otros niños. Cuando esto ocurría,
Jonathan decía que el otro chico se estaba riendo de él, y estaba pasando información a su
maestro de escuela y al entrenador del equipo del equipo de fútbol en el que Jonathan
jugaba, sobre su estancia en nuestra unidad. Cuando hablaba, se hacia difícil seguirle,
utilizaba neologismos, y sus respuestas a la mayoría de las preguntas eran un simple “no lo
sé”. Su estado de ánimo no era ni maníaco (todo y que a veces se reía a carcajadas sin
razón aparente), ni depresivo, sino que se caracterizaba por una mezcla de desinterés y
perplejidad. Hablaba espontáneamente de las voces que oía, que correspondían a un
hombre y a una mujer que comentaban todo lo que iba a hacer. Las voces hablaban en
tercera persona del singular y las podía oír de la misma manera que podía escuchar mi voz.
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Jonathan presentaba un gran número de los síntomas cardinales de esquizofrenia:
ideas y percepciones anormales, trastornos formales del pensamiento, trastornos motores,
conductuales, y emocionales. En su presentación podemos identificar algunos de los
síntomas de primer rango que Kurt Schneider describió a finales de los años 50, como los
pensamientos audibles, las voces comentando sus acciones y discutiendo entre ellas, y las
vivencias de pasividad somática.
De Sanctis, en una serie de casos clínicos entre 1906 y 1909, fue de los primeros que
reivindicó que algo que podía ser reconocido como esquizofrenia podía comenzar en la
infancia, lo llamó dementia praecosissima. Describió a un grupo de niños que después de un
periodo de desarrollo normal, empezaron a cambiar, y desarrollaron manerismos,
estereotipias, catatonia, ecolalia, negativismo, adoptaban posturas inverosímiles, exhibían
rabietas sin razón aparente, y se volvían introvertidos y preocupados. Kraepelin (1913),
habiendo observado a pacientes parecidos, aceptó que existían casos de niños en los que
su presentación y curso era tan parecido a los de un adulto, que ya no podíamos seguir
dudando de la relación entre ambas entidades.
La mayoría de las definiciones, incluyendo DSM-IV y ICD-10, se basan en los
síntomas descritos por la escuela Germánica de Kraepelin, Bleuler, y Schneider. Durante las
últimas dos décadas, estos síntomas se han re-agrupado (Kay, 1990) en positivos (o activos)
y negativos (o de déficit), apareciendo en el DSM-IV. Los síntomas positivos incluirían
delirios, alucinaciones, trastornos del pensamiento, excitación, y ideas paranoides, mientras
que los negativos abarcan el estado afectivo neutro, la apatía, la incapacidad de encontrar
placer a las cosas (anhedonia), y la tendencia a mantenerse al margen de la sociedad.
Probablemente, hay una tercera dimensión nosológica, que sería la desorganización. Esta
podría ser especialmente importante en la esquizofrenia infantil porque podría representar el
efecto devastador de la enfermedad en el desarrollo.
Así, mientras que los síntomas de esquizofrenia en niños y adolescentes son
cualitativamente parecidos a los de los adultos, existen variaciones a nivel del desarrollo
(Garralda, 1985; Werry, 1992). Algunos de los síntomas clásicos, como por ejemplo
fenómenos de pasividad, pobreza del pensamiento, y incoherencia, son poco frecuentes en
niños. Por otra parte, como seria de esperar a consecuencia de su estado cognitivo menos
organizado, los delirios en niños son menos frecuentes y de menor complejidad que en
adultos, en los que además hay menos referencias a temas sexuales o políticos (Russell,
1989). Otros síntomas, como por ejemplo la desorganización de ideas, otros trastornos del
pensamiento (Caplan, 1990), y alucinaciones, se pueden encontrar en otras patologías,
como por ejemplo trastornos del desarrollo del lenguaje, o incluso en niños normales,
creando dificultades de diagnóstico que no encontramos en adultos.
La consecuencia de los síntomas en el estado cognitivo del niño es el efecto evolutivo
que ha sido estudiado más asiduamente (Caplan, 1990). En este aspecto, la irracionalidad
del pensamiento ilógico y la pérdida de asociaciones están inversamente relacionados con la
edad. El trastorno del pensamiento representa un déficit en la habilidad de intuir la necesidad
del oyente de entender de lo que le están hablando, y ésta cualidad es adquirida durante la
infancia. El inicio de un trastorno de esta característica social básica antes de que esté bien
establecida, tendrá un mayor impacto y acarreará un pronóstico peor de la enfermedad,
tanto a corto como a largo plazo.
Curso del trastorno
La edad de inicio puede oscilar entre los 4 y 12 años (Werry, 1992; Mackenna, 1994). Antes
de ponerse enfermos, los niños parecen normales y hacen una vida normal. En algunos
casos, hay indicaciones de que algo raro está pasando en una tendencia a soñar despiertos,
introversión, problemas de socialización y para hacer amistades, o pequeñas anomalías en
el desarrollo del lenguaje. El trastorno puede empezar de manera aguda, en días, o por otro
lado puede aparecer de manera insidiosa durante meses o años. Un problema añadido
aparece cuando el niño presenta anormalidades en su desarrollo del lenguaje. No obstante,
donde encontramos un cambio significativo del comportamiento, sugestivo de alucinaciones,
y acompañado de un estado de ánimo irracional, el diagnóstico de esquizofrenia todavía
puede ser inferido, especialmente si existe una respuesta satisfactoria a neurolépticos.
Cuando la enfermedad empieza antes de la edad de siete años, la presentación es
generalmente como trastornos de la conducta y del habla. Ejemplos de trastornos del
comportamiento serian la mirada fija en el infinito, el merodear sin rumbo ni destino, la
masturbación continuada, el esconderse, el pasar horas mirándose al espejo, o la violencia.
Si la enfermedad empieza después de los siete años, se caracteriza más por delirios
(desorganizados y simples en relación con la edad del niño), y alucinaciones auditivas.
El curso de la enfermedad es variable, parte debido a diferencias en la definición,
parte a variaciones individuales. El trastorno es generalmente fluctuante, pudiendo aislar en
cada recaída tres fases: una de pródromo (o síntomas indicadores de que algo va a pasar),
una fase activa (con los síntomas descritos anteriormente), y una de recuperación. La
duración de los episodios es de aproximadamente un año. El número de episodios puede
variar desde uno a muchos. En adultos, el trastorno tiende a alcanzar una estabilidad al cabo
de 5 a 10 años, y/o unos 4 episodios activos (Angst, 1988).
En adultos, la proporción de pacientes que se recuperan es del 25-40% (Westermeyer
& Harrow, 1988). Estudios de este tipo en niños son poco frecuentes, aunque se acepta que
el desenlace es más pesimista que el 25% mencionado en los adultos, y sólo una
privilegiada minoría se recuperará sin sufrir ninguna otra recaída. En uno de los pocos
estudios de factores predictivos a largo plazo en la esquizofrenia infantil, Werry & McClellan
(1992) encontraron que prácticamente toda la varianza podía ser explicada en términos del
nivel funcionamiento y la personalidad antes del inicio de la enfermedad, y el grado de
recuperación después del primer episodio. Así, la esquizofrenia infanto-juvenil tiene que ser
considerada como un trastorno serio, episódico, crónico, y progresivo, que produce una
afectación considerable de las habilidades del individuo, y requiere supervisión continuada
por parte del equipo de salud mental. En el lado positivo, cuando el trastorno finalmente se
vuelve latente, puede darse una mejora lenta y limitada a lo largo de los años (Angst, 1988).
Etiología
Estudios de gemelos, de adopción, y de familias, han demostrado claramente un
componente genético en, como mínimo, un subgrupo de los pacientes esquizofrénicos.
Estos estudios también han dejado bastante claro que existe un espectro de expresión
genética, ya que los gemelos monozigóticos no-esquizofrénicos de gente con esquizofrenia,
tienen un riesgo mayor de tener personalidades esquizoides, y la misma probabilidad que
sus hermanos gemelos esquizofrénicos de tener un hijo que desarrolle esquizofrenia.
Técnicas de genética molecular han contribuido tratando de localizar los genes afectados, a
pesar de que las tentativas afirmando que los genes de la esquizofrenia se encontraban en
el cromosoma 5, han sido rechazadas por estudios posteriores.
El único estudio sistemático examinando las personalidades de niños esquizofrénicos
fue llevado a cabo por el equipo del Profesor Kolvin (1971), encontrando que 29 (87%) de
sus 33 niños con un inicio de psicosis después de la edad de 5 años, habían sido descritos
por sus padres como “raros”. Las principales características atribuidas a los niños eran
timidez, pasar tiempo solo, y ser muy sensible.
Fuentes diversas hablan de la posibilidad de que una lesión en el cerebro a una edad
temprana pueda contribuir al riesgo de desarrollar esquizofrenia. Estudios neuropatológicos
han apuntado a una lesión obstétrica durante el parto, y a una infección de un virus
(influenza); la neuroquímica recientemente ha sugerido que las anormalidades de trasmisión
dopaminérgica en esquizofrenia son secundarias a un malfuncionamiento de otros
neurotransmisores (por ejemplo, sistemas serotoninérgicos); y a nivel ambiental, se ha
especulado con los efectos de la estación en el momento del nacimiento (invierno), la
inmigración, y el efecto estresante de la emoción expresada (expressed emotion) en las
familias (Miklowitz, 1994). Este último factor se define en términos de hostilidad, protección
extrema del individuo, y una actitud muy crítica respecto al paciente esquizofrénico..
Finalmente, una interacción inmunogenético-viral ha sido sugerida, en la que una infección
del virus influenza en mujeres gestantes con un sistema inmunitario genéticamente
susceptible, induciría a la formación de anticuerpos, los cuales reaccionarían con las
proteínas del cerebro del feto, interfiriendo con el neurodesarrollo, y por consiguiente,
predisponiendo a sufrir esquizofrenia.
Complicaciones
Suicidio es la causa principal de muerte prematura en gente con esquizofrenia, con un 15%
de riesgo a lo largo de la vida, y la mayoría de los suicidios ocurriendo durante los primeros
10 años de sufrir el trastorno (Cohen et al., 1990). Si el riesgo es todavía mayor en la
esquizofrenia infanto-juvenil es una pregunta que hasta ahora no ha podido ser contestada
con certeza, ya que la información que tenemos está basada en grupos pequeños (Werry,
1992). Los servicios para adolescentes tienen que tener muy presente este riesgo, y poner
énfasis en potenciar la autoestima, ayudando a los jóvenes a poner en perspectiva sus
horizontes en la vida.
El deterioro de la capacidad académica y las dificultades para aprender un oficio, la
caída en el orden social, el continuo riesgo de auto-negligirse, la victimización, la falta de
control y seguimiento, y las dificultades para que estén de acuerdo con el tratamiento, son
las complicaciones clínicas más significativas. Caplan y colaboradores (1990), también
argumentaron que en la esquizofrenia infanto-juvenil podría haber una alteración importante
del desarrollo de las cualidades de sensibilidad para el oyente, vitales para la comunicación.
Diagnosis Diferencial
• Autismo.- La diferencia principal seria la ausencia, transitoriedad, insignificancia o
insuficiencia de los síntomas base, especialmente alucinaciones y delirios, y por la
persistencia y predominancia de los patrones de lenguaje característicos, incapacidad de
relacionarse, y otros síntomas clave del autismo. La temprana edad de inicio del autismo
también ayuda en el diagnóstico diferencial. Podríamos tener problemas en niños que no
hayan desarrollado la habla y en los deficientes mentales, pero un cambio conductual
claro sugestivo de síntomas de esquizofrenia, ayudará a diferenciarlos. La similitud entre
el componente afectivo del autismo y el que encontramos en esquizofrenia llamó la
atención de Kanner, la persona que originariamente describió el síndrome del autismo en
11 niños en 1943. Otra área donde autismo y esquizofrenia se podrían solapar seria en
las anormalidades del habla. En el autismo, cuando el paciente no es mudo, el habla es
casi siempre anormal. Dejando de lado la inversión de pronombres, que no tiene similitud
en esquizofrenia, y la ecolalia y el uso inflexible y estereotipado de palabras y frases
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(cuyos equivalentes en esquizofrenia han sido clasificados como trastornos catatónicos
del habla), existen anormalidades como la superelaboración y la literalidad del significado,
la repetición, los neologismos, y el uso idiosincrático de palabras, que aparecen
repetidamente en las descripciones de los pacientes esquizofrénicos. Por encima de todo
esto, debemos recordar que un cuadro de autismo puede ser complicado por el desarrollo
de una presentación clínica parecida a esquizofrenia.
Trastornos esquizoides.- Estos se caracterizan por la egocentricidad y la reticencia a
involucrarse en relaciones con otras personas, y los podemos entender como una
gradación que iría desde el rasgo de personalidad, hasta la clara presentación clínica,
relacionada con una disminución de la calidad de vida y la interferencia con el
funcionamiento normal.
Trastornos afectivos.- Cuando la presentación de un síndrome depresivo o maníaco en la
infancia o adolescencia se acompaña de alucinaciones, delirios, o trastornos del
pensamiento, el diagnóstico diferencial con esquizofrenia resulta muy difícil. Existe un
gran solapamiento entre la sintomatología esquizofrénica y afectiva. El problema puede
radicar en clasificar erróneamente un trastorno afectivo con síntomas psicóticos, como
esquizofrenia (Werry, 1992).
Trastorno esquizoafectivo.- A este término se le han atribuido multitud de significados
desde que fue utilizado por primera vez por Kasanin. ICD-10 determina la coexistencia de
un trastorno afectivo y síntomas esquizofrénicos tales que no podemos llegar a un
diagnóstico claro de cualquiera de estos trastornos. Existen dos tipos diferenciados:
esquizomaníaco y esquizodepresivo, y es interesante el saber que en estudios de
seguimiento, una proporción significativa de niños y adolescentes diagnosticados como
esquizofrénicos, recibirán la etiqueta de trastorno esquizoafectivo en un par de décadas.
La importancia de distinguir las dos entidades radica en que el curso de la enfermedad es
más benigno que el de los que padecen de esquizofrenia sin síntomas afectivos, pero
peor que el de los trastornos afectivos (Kendler & Tsuang, 1988), presentando una
proporción elevada de trastornos esquizofrénicos y afectivos en familiares, y mejorando
clínicamente si a la medicación antipsicótica se le añaden estabilizadores del estado de
ánimo.
Patología orgánica.- En estados confusionales, el hecho de que la desorientación no está
presente en esquizofrenia ayudará a la distinción. Las demencias infanto-juveniles son
raras y se caracterizan por un deterioro intelectual y síntomas neurológicos, más que por
síntomas positivos de esquizofrenia.
Otras psicosis.- Se pueden diferenciar de la esquizofrenia en una serie de puntos.
Primero, existen trastornos que muestran una rapidez de recuperación, o un cuadro de
duración insuficiente. Segundo, la sintomatología puede ser demasiado leve o errática
para alcanzar un diagnóstico de esquizofrenia. Tercero, la existencia de precipitantes
claros puede sugerir una psicosis aguda reactiva, a pesar de que este diagnóstico ha sido
criticado por algunos autores al argumentar que se trata simplemente de un primer
episodio de esquizofrenia de corta duración con un factor desencadenante.
Abuso de alcohol y/o drogas.- Pueden causar un cuadro confusional agudo o un trastorno
muy similar a la esquizofrenia (Jeste et al., 1996). Aquí, la clave radica en que los
síntomas desaparecerán al cabo de unos días o semanas de interrumpir su uso. Es
importante señalar que las drogas pueden precipitar esquizofrenia en una persona con
vulnerabilidad latente.
• Trastorno limitante (“borderline”) de la personalidad.- Este trastorno no ha sido estudiado
a fondo en la psiquiatría infanto-juvenil, pero se caracteriza por relaciones interpersonales
intensas con periodos alternantes de idealización y devaluación, y que causan grandes
demandas en las personas que les rodean, inestabilidad emocional y de autoimagen,
impulsividad y dificultades en controlarse en diversas áreas, como por ejemplo sexual, de
gastos económicos, en el conducir, en el comer y en el beber, o tomando drogas,
episodios parasuicidas (con sobredosis, cortándose, quemándose con cigarrillos, etc.),
sentimientos crónicos de vacío, y periodos con alucinaciones, ideas paranoides
relacionadas con el estrés, y síntomas de disociación.
Tratamiento
En principio, todas las recomendaciones que se aplicarían al tratar a niños y jóvenes con
enfermedades crónicas se podrían utilizar aquí. Por ejemplo, una valoración del nivel de
ansiedad y estrés, los puntos fuertes y las vulnerabilidades del paciente, y una formulación
de la mejor manera de adaptar el niño al mundo, y el mundo al niño. También tendremos en
cuenta factores como la excentricidad, los problemas de interacción social, la falta de
reconocimiento de su enfermedad, y el antagonismo a tomar la medicación.
A nivel de tratamiento específico, hemos de trabajar con la hipótesis de que el mismo
programa utilizado en adultos se puede aplicar a niños y jóvenes. A nivel de farmacoterapia,
los antipsicóticos (o neurolépticos) son la parte central del tratamiento, tanto en adultos como
en los casos infanto-juveniles. Con la excepción de la Clozapina, no hay ningún antipsicótico
que sea claramente superior a otro (Kane, 1987), pero los efectos secundarios varían en tipo
(con la predominancia de atropínicos o extrapiramidales), y número, y ciertos fármacos
pueden ser escogidos al respecto (Umbricht i Kane, 1996). Una descripción detallada de los
diferentes tipos disponibles en la actualidad puede ser encontrado en cualquier tratado de
psiquiatría o psicofarmacología. En general, es aconsejable que el psiquiatra esté
familiarizado con dos o tres fármacos con efectos secundarios diferentes. Las inyecciones de
vida media larga (depot) pueden llegar a tener efecto durante 1 mes, siendo esenciales en
casos donde el paciente se olvidaría de tomar la medicación regularmente. Otras
medicaciones, como las Sales de Litio, Carbamazepina, otros antimaníacos, y antidepresivos
también se han utilizado.
Los trabajos de Goldstein (1987) y Lieberman han mostrado que intervenciones en la
manera que las familias tienen de expresar las emociones pueden mejorar el curso de la
enfermedad. Aquí, nos centramos en el comportamiento de los padres (expressed emotion),
basándonos en técnicas educativas, conductuales, y de terapia familiar.
Hospitalización hasta 8 semanas durante el primer episodio para una valoración
completa, o posteriormente para una revisión o ajuste de la medicación, o para dar un poco
de respiro a la familia, parece que es aceptada de manera generalizada por todos los
profesionales trabajando en psiquiatría infanto-juvenil. Como complemento a ella, en la
actualidad tenemos bastante investigación que recomienda el seguimiento de estos
pacientes en la comunidad, con la ventaja de que tanto ellos como sus familias están más
satisfechos con el trato que reciben (Stein & Test, 1980).
Conclusiones
Ya no nos deben quedar dudas de que la esquizofrenia a veces se inicia en la infancia.
Cuando esto ocurre, se parece a la enfermedad en adultos, y encontramos factores similares
formando parte de la complicada ecuación etiológica. En la mayoría de los casos, la
esquizofrenia es un trastorno que tiene un efecto devastador en el desarrollo académico y
social del joven. La influencia de factores genéticos es bastante clara, pero la etiología de la
enfermedad todavía es un misterio, de manera que debemos ser pragmáticos al intentar
ayudar a los afectados. Medicación neuroléptica constituye la base del tratamiento, todo y
que su valía es niños y adolescentes sigue sin ser totalmente aceptada. La medicación
resulta útil para aliviar la sintomatología y minimizar las recurrencias, pero no tiene efectos
curativos. Ésta, combinada con maniobras psico-sociales, terapia familiar, técnicas de
aprendizaje social, y terapia cognitivo-conductual, mejoran la efectividad de la medicación, y
ayudan a prevenir recurrencias. De esto podemos extrapolar que el reto que supone la
esquizofrenia infanto-juvenil tiene que ser manejado por un equipo multi-disciplinario que,
además de conocer sobre esquizofrenia, sabe como tratar a niños, jóvenes, y familias con
patologías crónicas.
Por otro lado, seria ridículo el tratar de replicar toda la investigación que ya se ha
llevado a cabo en la esquizofrenia en adultos, pero creo que haría falta el clarificar hasta que
punto algunos de los aspectos de la investigación en adultos, por ejemplo el tratamiento, es
válido para niños y adolescentes.
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