“Mambo y la contaminación del Río Reconquista” Hace muchos años, el río que pasa por el barrio San Jorge tenía agua clara, no contaminada, había peces de colores y tortugas de agua. A la gente le gustaba mucho pasar las tardes ahí, nadaban y tomaban mates en la orilla; los chicos jugaban rodando en el pasto y otros pescaban sin parar. Los vecinos no tenían agua en sus hogares, todos los días iban a buscarla con baldes a Cocarsa, la fábrica ubicada al lado del barrio. El color del agua era algo extraño, amarillo con arena, sabor a salado y principalmente muy fea. Las familias cocinaban, desayunaban, se bañaban y se lavaban los dientes. Como era muy costoso ir en busca del agua, muchas de estas cosas se hacían en el río, excepto cocinar o calentar agua para tomar mate. A todos los niños les llamaba la atención un señor que vivía en frente de la orilla, le decían Mambo, era un señor gordo, con mucha barba, alto y se sabía que nunca se bañaba por el gran olor que tenía. Su casa era de madera, y el piso de tierra con una alfombra negra que la tapaba. La característica más importante de la vida de Mambo era la gran cantidad de chanchos y gallinas que tenía. Eran más de 50 animales, todos en su patio. Mambo tiraba todo en el río; sabíamos que su vida no le interesaba, y mucho menos el estado del río. Comenzó de a poco, pero se acentuaba cada vez más. Arrojaba comida, botellas, papeles, diarios, chapa, membrana, pintura, latas, entre otras cosas. Todos sabíamos que a la noche Mambo hacía macumbas con los animales, se escuchaban ruidos raros, los chanchos lloraban mucho hasta que se callaban… porque habían muerto. Mambo los abría, les sacaba las tripas, juntaba la sangre en un tacho y los arrojaba al río. La corriente arrimaba los restos de los animales a la orilla y mientras los niños jugaban se encontraban con esa desagradable imagen. Fue pasando el tiempo y el río comenzó a cambiar el color, ya no era ni claro, ni había peces. Estaba sucio, tenía chatarras y mucha mugre. El color era verdoso, espeso y salían burbujas de color rojo. De noche las pesuñas de los chanchos brillaban y había ruidos extraños; muchos niños volvían a sus casas diciendo que las gallinas y chanchos revivían y nadaban por el río. Y también decían que el olor tomaba formas de fantasmas. Ya nadie quería acercarse de noche, daba miedo. Un cierto día, los niños y jóvenes comenzaron a tener en su piel manchas y granos; la piel comenzó a tomar un color verdoso, se quedaba sin pelo y caminaban torcidos. Comenzaron a discriminarlos en el colegio y en las canchas de fútbol. Los más grandes comenzaron a investigar y a pedir ayuda, pero todas las puertas se les cerraban. Nos les quedó otra alternativa que unirse y pensar en grupo. Todos llegaron a la conclusión de que los chicos se enfermaban cuando tocaban el río, si la pelota se les caía al agua e intentaban sacarla era cuando más rápidamente les salían las ronchas y granos. Todos le echaban la culpa a Mambo; él era el responsable de la contaminación del río. ¡Había que hacer algo! Muchas personas valientes habían intentado hablar con él, cruzaban el río con un barquito, pero Mambo apenas los veía, los sacaba a escopetazos. Fue así como los vecinos empezaron a hacer manifestaciones para que Mambo se alejara de la orilla del río, pensar en que dejara de tirar cosas, era casi imposible. Fueron meses y meses de lucha; los niños y jóvenes seguían enfermos ya no había nada más por hacer. Pero una noche los vecinos organizaron una marcha pacífica con antorchas por la costanera del río. Estuvo presente la murga del barrio, los redoblantes y bombos sonaban y los más viejitos bailaban reemplazando a los niños y jóvenes que no podían estar presentes. Si bien había mucha tristeza en la gente, el clima era de mucha energía, todos querían que Mambo se fuera, querían un río limpio. Mambo comenzó a escuchar la música y se arrimó por la ventana de su rancho. Cuando vio el fuego, comenzó a llorar y a gritar desesperado, los vecinos hicieron silencio y al ver la situación se subieron a los botes con las antorchas en dirección a su casa. Mambo no dejaba de gritar desesperado, se lo escuchaba decir: -¡Fuego no! Fuego no!. Cuánto más se arrimaban, más gritaba. Un viejo vecino del barrio contó a los vecinos asombrados de la reacción, que la casa de Mambo se había incendiado de muy chiquito, y que tal vez por eso le temía al fuego. Hasta que finalmente salió corriendo hacia el monte. Y nunca más volvió al rancho. Y los niños y jóvenes comenzaron a curarse. Hoy en día, después de 10 años, sigue prendida una antorcha sobre la orilla del río día y noche, como símbolo del rechazo a la vuelta de Mambo. Los vecinos se turnan y la mantienen siempre encendida. Sin embargo el río no pudo recuperarse, la contaminación se acentuó con el correr de los años. Los vecinos lograron tener agua corriente, bañarse y cocinar en sus hogares ya no era un obstáculo. El encanto del río perdió sentido para todos. A nadie más le interesó conservar el río con agua clara, la costa se perdió y comenzó a ser para todos un lugar sin sentido, excepto para los jóvenes que recordamos con mucha alegría la infancia en el río Reconquista. Los Jorgitos Así recordamos el Río Así está en la actualidad