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Domingo 18 del tiempo ordinario, Ciclo C. Rezo del Angelus. (4 de agosto de 2013). Sobre la
Jornada Mundial de la Juventud en Río. Francisco: convertir todos los momentos de la vida en
ocasión de encuentro con Cristo. Recordamos siempre: los jóvenes no siguen al papa, siguen a
Jesucristo, llevando su Cruz. Y el papa les guía y les acompaña en este camino de fe y de esperanza.
La Jornada Mundial de la Juventud no son "fuegos artificiales", momentos de entusiasmo que
terminan en sí mismos; son etapas de un largo camino, iniciado en 1985, por iniciativa del papa
Juan Pablo II. Él confió la Cruz y dijo: ¡Id y yo iré con vosotros! Y así ha sido; y este peregrinaje de
los jóvenes ha continuado con el papa Benedicto y gracias a Dios también yo he podido vivir esta
maravillosa etapa en Brasil. Que los jóvenes que han participado en la Jornada Mundial de la
Juventud puedan traducir esta experiencia en su camino cotidiano, en el comportamiento de todos los
días; y que puedan traducirlo también en elecciones de vida importantes, respondiendo a la llamada
personal del Señor.
Que los jóvenes que han participado en la Jornada Mundial de la Juventud
puedan traducir esta experiencia en su camino cotidiano,
en el comportamiento de todos los días;
y que puedan traducirlo también en elecciones de vida importantes,
respondiendo a la llamada personal del Señor.
¡Queridos hermanos y hermanas! ¡buenos días!
1. No debemos olvidar que la Jornada Mundial de la Juventud no son "fuegos
artificiales", momentos de entusiasmo que terminan en sí mismos; son etapas de
un largo camino, iniciado en 1985, por iniciativa del papa Juan Pablo II. Él confió la
Cruz y dijo: ¡Id y yo iré con vosotros!
Recordamos siempre: los jóvenes no siguen al papa, siguen a Jesucristo,
llevando su Cruz. Y el papa les guía y les acompaña en este camino de fe y de
esperanza.
El domingo pasado estaba en Río de Janeiro. Concluía la santa misa y la Jornada Mundial de la
Juventud. Creo que debemos todos juntos dar gracias al Señor por el gran don que ha sido este
encuentro, por Brasil, por América Latina y por el mundo entero. Ha sido una nueva etapa en el
peregrinaje de los jóvenes a través de los continentes con la Cruz de Cristo. No debemos olvidar
que la Jornada Mundial de la Juventud no son "fuegos artificiales", momentos de entusiasmo que
terminan en sí mismos; son etapas de un largo camino, iniciado en 1985, por iniciativa del papa
Juan Pablo II. Él confió la Cruz y dijo: ¡Id y yo iré con vosotros! Y así ha sido; y este peregrinaje de
los jóvenes ha continuado con el papa Benedicto y gracias a Dios también yo he podido vivir esta
maravillosa etapa en Brasil. Recordamos siempre: los jóvenes no siguen al papa, siguen a
Jesucristo, llevando su Cruz. Y el papa les guía y les acompaña en este camino de fe y de esperanza.
Doy gracias por todos vosotros jóvenes que habéis participado, también a costa de sacrificios. Y
doy gracias al Señor también por los encuentros que he tenido con los pastores y el pueblo de ese
gran país que es Brasil, como también con las autoridades y voluntarios. Que el Señor recompense a
todos los que han trabajado por esta gran fiesta de la fe. También quiero subrayar mi
agradecimiento, muchas gracias a los brasileños. ¡Buena gente, esta de Brasil! Un pueblo de gran
corazón. No olvido su calurosa acogida, sus saludos. Mucha alegría, un pueblo generoso. Pido al
Señor que les bendiga mucho.
2. Que los jóvenes que han participado en la Jornada Mundial de la Juventud
puedan traducir esta experiencia en su camino cotidiano, en el comportamiento de
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todos los días; y que puedan traducirlo también en elecciones de vida importantes,
respondiendo a la llamada personal del Señor.
Hoy en la Liturgia resuena la palabra provocadora de Eclesiastés: "vanidad de
vanidades... todo es vanidad" (1, 2). Los jóvenes son particularmente sensibles
al vacío de significado y de los valores que a menudo les rodean.
o Sin embargo el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia,
llena el corazón de alegría, porque lo llevan de verdadera vida, de un bien
profundo, que no pasa y no se marchita.
El Evangelio de este domingo nos llama la atención precisamente sobre
lo absurdo de basar la propia felicidad en el haber. El rico se dice a sí
mismo: "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años;
descansa, como, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir.
¿Y para quién será lo que has amontonado?" (Lc 12, 19-20).
Queridos hermanos y hermanas la verdadera riqueza es el
amor de Dios, compartido con los hermanos.
Quisiera pediros que recéis conmigo para que los jóvenes que han participado en la Jornada
Mundial de la Juventud puedan traducir esta experiencia en su camino cotidiano, en el
comportamiento de todos los días; y que puedan traducirlo también en elecciones de vida
importantes, respondiendo a la llamada personal del Señor. Hoy en la Liturgia resuena la palabra
provocadora de Eclesiastés: "vanidad de vanidades... todo es vanidad" (1, 2). Los jóvenes son
particularmente sensibles al vacío de significado y de los valores que a menudo les rodean. Y
lamentablemente pagan las consecuencias. Sin embargo el encuentro con Jesús vivo, en su gran
familia que es la Iglesia, llena el corazón de alegría, porque lo llevan de verdadera vida, de un bien
profundo, que no pasa y no se marchita: lo hemos visto sobre los rostros de los jóvenes en Río. Pero
esta experiencia debe afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se insinúa en nuestras
sociedades basadas en el beneficio y en el haber, que engañan a los jóvenes con el consumismo. El
Evangelio de este domingo nos llama la atención precisamente sobre lo absurdo de basar la propia
felicidad en el haber. El rico se dice a sí mismo: "Alma mía, tienes bienes almacenados para
muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma
noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?" (Lc 12, 19-20). Queridos hermanos
y hermanas la verdadera riqueza es el amor de Dios, compartido con los hermanos. Ese amor que
viene de Dios y hace que lo compartamos y nos ayudamos entre nosotros. Quién experimenta esto
no teme a la muerte, y recibe la paz del corazón. Confiamos esta intención, esta intención de recibir
el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de la Virgen María.
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