María Rosa Lojo – Narración Oral

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“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 1
Cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional. En el marco de la Feria Internacional del Buenos
Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
Narración Oral. Buenos Aires: Fundación El Libro-Fundación Salottiana, Club de Narradores-Instituto
Summa, ALIJA, 2005, pp, 217-220
9º ENCUENTRO DE NARRADORES ORALES.
“FUENTES PARA LA BÚSQUEDA DEL REPERTORIO: EL LIBRO,
INTERNET, LA TRADICIÓN ORAL Y OTROS”
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato.”
Por María Rosa Lojo
(www.mariarosalojo.com.ar)
En el comienzo fue la voz, y no la escritura. El relato fundador es, sin duda, oral
y anónimo. Y los narradores, proto-actores que seguramente gozaban de excelente
memoria, expresividad, dominio de la mímica, y otras cualidades personales necesarias
para cautivar a sus auditorios. Los relatos profanos y sagrados de las comunidades
ágrafas forman el tesoro de la memoria colectiva. No tienen “autores” reconocidos, sino
“repetidores” que saben recrear lo transmitido con su propia y peculiar entonación.
Basta recorrer, dentro de nuestro país, los repertorios narrativos de los pueblos
aborígenes, reunidos en diversas recopilaciones, donde se menciona, a lo sumo, el
“informante” que ha contado la historia al recopilador (acaso investigador literario o
antropólogo o folklorólogo). Es lógico, por supuesto, que una misma historia aparezca,
según sus relatores, con “variantes” de forma y contenido, que no afectan, no obstante,
el eje fundamental. La recuperación de esta oralidad abarca un registro expositivo muy
variado. Desde ediciones bilingües, donde un especialista recoge esos relatos ancestrales
en su idioma original y los traduce al lado, mencionando a los relatores nativos, hasta
recreaciones más o menos laxas, publicadas a menudo bajo el título de “leyendas” o
“tradiciones”. En un lugar intermedio estarían las traducciones (sin conservar los
originales) al idioma del editor, con mención de informante. Dentro del primer caso,
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 2
Cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional. En el marco de la Feria Internacional del Buenos
Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
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tenemos textos como las Lecturas Araucanas, de Fray Félix José de Augusta1, o las
Memorias de un cacique mapuche recopiladas por el misionero Wilhelm De
Moesbach2. Entre los últimos (la recreación) podemos mencionar Secretos y tradiciones
mapuches, de Mayo Calvo, El tronco de oro3, de Gregorio Álvarez, Leyendas
tradicionales argentinas4. En el plano intermedio, se ubicarían las recopilaciones
traducidas (o narradas directamente en castellano por los mismos aborígenes) donde
constan los nombres de los relatores: Secretos y romanceadas mapuches, y Cuentan los
mapuches de César Fernández, Palabra viviente. Estudios de cuentos folkóricos del
NOA, de Herminia Terrón de Bellomo5. Los narradores orales suelen sacar buen partido
de los cuentos tradicionales, indígenas o no, quizá porque cuentan con una mayor
libertad de trabajo.
El vínculo del narrador de relatos anónimos con estas narraciones dista mucho
de ser el mismo vínculo que en nuestra cultura tiene con su obra el autor de un texto
escrito, o el narrador oral de un texto escrito, con la obra –firmada-- que interpreta.
Lejos del anonimato de muchos artistas medievales, lejos del romance y la copla
anónimos, el autor de la modernidad tiene una fuerte voluntad original y singular (lo
que llevó incluso al “culto del genio” en el Romanticismo), es el dueño de una
“propiedad intelectual” y aspira a dejar en el mundo una irrefutable “marca de fábrica”.
“El estilo es el hombre” (o la mujer) decía Buffon; a tal punto que en eventuales juicios
1
Valdivia, 1910.
Moesbach, Wilhelm de. Memorias de un cacique mapuche, por Pascual Coña (Copia facsimilar de Vida
y costumbres de los indígenas araucanos en la segunda mitad del siglo XIX, con prólogo de Rodolfo
Lenz), Santiago de Chile, Icira, 1974.
3
El tronco de oro. Folklore del Neuquén, Neuquén, Siringa Libros, 1981.
4
Narración a cargo de Julia Saltzmann. Buenos Aires, Planeta, 1996.
5
César A. Fernández (compilación e introducción). Secretos y romanceadas mapuches. Buenos Aires,
Ediciones del Sol, 1989, y Cuentan los mapuches (Antología), Buenos Aires, Nuevo Siglo, 1995;
Herminia Terrón de Bellomo. Palabra viviente. Estudios de cuentos folkóricos del NOA. San Salvador de
Jujuy, Buenamontaña, 1987.
2
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 3
Cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional. En el marco de la Feria Internacional del Buenos
Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
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de autoría, se convoca a críticos literarios para que determinen si realmente tal o cual
autor, reconocible por estudiadas inflexiones narrativas, por un peculiar “idiolecto”
creativo, pudo o no pudo haber escrito un texto en cuestión.
Con el mismo asunto, bien lo sabemos, se puede escribir una tragedia
shakespeareana, o un culebrón. Ese “valor” literario, tan arduamente defendido por la
cultura escrita, no depende de lo que se cuenta, sino de cómo se lo cuenta. Una buena
idea narrativa no llega, muchas veces, a florecer en un gran relato: la peculiar
disposición, selección y combinación de elementos, en un orden insustituible, que cada
autor decide, determina la excelencia o la mediocridad de un texto. Por supuesto, un
relato de los llamados “tradicionales” también se contará mejor o peor, pero no existe
“un” autor, con nombre y apellido, que pueda reclamar sobre esa pieza exclusivo
derecho....En cambio, el narrador oral de cuentos escritos se expone a otros riesgos. Un
autor vivo, convertido en su escucha, puede oscilar entre la furia y el reconocimiento. Y
si el autor no se encuentra, un lector, en el nombre de ese relato que ya conoce, actuará,
tal vez, como “demandante”, ante una versión que juzga distorsiva o insuficiente.
Entiendo que se me ha invitado a este panel, sobre todo en calidad de escritora,
para dar testimonio de mi propia experiencia: mis cuentos, en especial los del libro
Historias ocultas en la Recoleta6 han sido muchas veces leídos o narrados oralmente en
público. En la llamada lectura teatral el actor-narrador-lector, sigue al pie de la letra el
texto, y lo que pone de su parte (nada menos) es todo el mundo de la expresividad, cuya
reconstrucción ya no se deja al silencioso arbitrio personal, sino que debe oírse clara y
6
Buenos Aires, Alfaguara, 2000.
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pública, por todos y para todos7. El llamado “narrador oral” suele hacer otro trabajo.
Atento al hecho de que a menudo se trata de cuentos largos, y que su espectáculo se
compone de varios de ellos, corta fragmentos, sutura, vuelve a pegar, acompañando en
todo momento al texto con el cuerpo, “actuando” al máximo los diálogos o soliloquios,
moviéndose, trasladando el relato desde la vista, a la memoria. Es una posición
expuesta, que puede desembocar en un sonoro fracaso, aunque lo que me ha tocado
presenciar, en la actuación de María Héguiz, lejos de irritarme, me permitió redescubrir
gozosamente mis cuentos desde otro ángulo.
Cabe decir, sin embargo, que pese a nuestros “modernos” celos autorales, los
escritores terminamos perdiendo la lucha contra el anonimato, paradójicamente, cuando
más triunfamos como artistas. A fuerza de ser contados, repetidos, pasados de oído en
oído y de boca en boca, los cuentos que más gustan a los públicos, son los que terminan
siendo de todos: apropiados, modificados, recreados, sin pedir permiso... Se repite así el
circuito fundador de la literatura tradicional anónima: sin duda tuvo, en un principio,
autores individuales, pero dejaron de ser importantes porque su historia era mejor que
ellos. Hecha de la frágil materia de los sueños, sin embargo sí estaba estaba destinada a
durar, de generación en generación, de memoria en memoria, como somos incapaces de
durar nosotros mismos: nuestras personas efímeras, mortales, olvidables por completo
cuando terminan de desaparecer aquellos pocos que nos han conocido.
El personaje sobrevive a su narrador, el cuento a su autor. Shakespeare, como
Dios –dice Borges-- es todos (los que ha creado) y es nadie. Cuando falleció José
Hernández, en 1886, un diario de La Plata tituló la noticia “Ha muerto el senador Martín
7
Lecturas como éstas las han hecho excelentes actores y actrices, como Ingrid Pellicori, Perla Santalla y,
con posterioridad a esta Feria del Libro, en el Cementerio de la Recoleta, Beatriz Spelzini, Miguel
Dedovich y Manuel Callau.
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 5
Cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional. En el marco de la Feria Internacional del Buenos
Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
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Fierro”. Suele olvidarse al autor de un relato de dominio público, y a menudo, empujado
por la fuerza de lo imaginario, un personaje llega a instalarse en la realidad...
Cuando preparaba, en 1992, la novela La pasión de los nómades8, sobre Lucio
V. Mansilla, tuve que repetir la legendaria excursión de Lucio a los ranqueles, para
poder ver desde los ojos de mi personaje los paisajes donde se movió Mansilla, aunque
no ya con el objeto de reconstruir el escenario recorrido en el siglo XIX, sino para ver
ese escenario tal como estaban en el momento de mi viaje, ya que la propuesta de la
novela supone el retorno –fantasmal— de Lucio V. sobre las huellas de su más famosa
aventura, pero en la Argentina de fines del siglo XX9. Algunos hechos de ese viaje, que
luego volqué en la novela, y que parecían inventados deliberadamente (a veces la
realidad es más inverosímil que la ficción) permiten ejemplificar las paradojas del
anonimato. Cuando llegamos a Villa Sarmiento --un pueblito junto al Río Quinto--,
informamos al interventor municipal el propósito un tanto extravagante de nuestro
paseo, señalando que repetíamos el itinerario de Mansilla. Su comentario fue insólito:
“...si quieren saber algo de lo que había antes por acá, yo tenía un libro lindo que presté
muchas veces, pero el autor ya no me lo acuerdo.”10 En mi novela, Mansilla, a esta
altura del relato, ya ha recibido algunos duros golpes para su ego: como el comprobar
que en Buenos Aires, su ciudad, la calle de su apellido no conmemora sus glorias
políticas o literarias, sino las militares de su padre, don Lucio Norberto, y que a él sólo
le está reservada una estatua (no demasiado sublime) en un boulevard de Río Cuarto. O
saber que algunos críticos literarios de la Facultad de Filosofía y Letras, lo acusan, entre
8
Buenos Aires, Atlántida, 1994.
Puede leerse el relato de este viaje (“Una nueva excursión a los indios ranqueles”), que hice en familia,
en un Mercedes ’53 y con tienda de campaña, en la revista Ciencia Hoy, versión en Internet:
http://www.ciencia-hoy.retina.ar/hoy36/ranquel4.htm. Corresponde al Vol 6, Nº 36, 1997, de la revista.
10
La pasión de los nómades, ed. cit., p. 124.
9
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 6
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otras cosas, de haber sido “un literato teatral, ególatra, deslumbrado por su propia
persona, seductor a ultranza, politiquero, y en el fondo un niño bien y un señor
victoriano trabado por los mismos prejuicios que aparenta despreciar en pose de hombre
de mundo.”11
Después de este aprendizaje, el antes arrogante Lucio está más dispuesto a
resignarse a la humildad, o a los brillos secretos del anonimato. Ni siquiera intenta
reivindicar su autoría ante la autoridad del pueblo: “El buen hombre era amable y en
cierto modo hasta resultaba una gloria haber llegado a convertirme en literatura
anónima. Que nadie sepa quién soy, pero que las obras queden. Luminosas palabras sin
dueño, como la voz de los copleros, que entretengan para siempre la nostalgia y la
imaginación de los hombres...”12
Los equívocos y desengaños irán, para mi Mansilla, en aumento, hasta el punto
de ser confundido con un personaje –real— del siglo XX: Carlos Mayol Laferrère,
entonces director del Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto, que organizó una
excursión ecuestre en 1981 para repetir el itinerario mansilliano. Esto mezcló un tanto
las cosas en la memoria colectiva.... Por eso le dicen (y así nos dijeron a nosotros, los
nuevos excursionistas), en los alrededores de la estancia “Monte de la Vieja”: “Yo hace
dos años recién que estoy empleado en la estancia, pero me han contado que en ese
mismo lugar acampó Mansilla hace diez años, con mucha gente a caballo.” Escenas
similares se repetirían más adelante.
Lucio V. acata, nuevamente, el veredicto del tiempo: “No puedo más que
concluir, Santiago, cuánta razón tenían los hindúes al afirmar que la personalidad es
11
12
Op.cit., p. 119.
Op. cit., p. 124.
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 7
Cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional. En el marco de la Feria Internacional del Buenos
Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
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nada y que el tiempo es ficticio –una pobre apariencia en el vertiginoso velo de Maia-.
Tanto da, después de todo, si es Mayol Laferrère o Lucio Victorio Mansilla quien ha
hecho la excursión, si han pasado diez años o casi un siglo y cuarto. Dentro de otro siglo
nadie recordará --salvo las ratas de biblioteca—ninguno de los dos nombres...”13
Por mi parte, puedo acreditar, como escritora, una anécdota personal en la que
no sólo se elidió mi “nombre de autor”, sino que un personaje de ficción, inventado por
mí, pasó a incorporarse, por obra del o los imperfectos relatores, al acervo de la historia
real y empírica. Durante el verano de 2003, en la sección cultural cotidiana del diario La
Nación, apareció una nota sobre el Cementerio de la Recoleta. La autora de la nota citó
(con no pocos errores, debo decir) algunos episodios conocidos por su rareza, o por la
envergadura de los personajes (todos enterrados en el Cementerio de la Recoleta) que en
ellos participaban. Uno de éstos fue el secuestro del cadáver de doña Inés Indart de
Dorrego por parte de una singular banda delictiva, con el fin de obtener un sustancioso
rescate. Ese episodio me inspiró un cuento: “Doña Felisa y los Caballeros de la Noche”,
donde, para sostener la intriga, inventé un personaje-detective: Evaristo, presunto
mayordomo de doña Felisa, la hija mayor y millonaria de la víctima. Para mi gran
sorpresa, en la crónica periodística se mencionaba a Evaristo, el imaginario mayordomo,
como el personaje histórico que había descubierto dónde estaba escondido el féretro de
doña Inés... Como el libro Historias ocultas en la Recoleta posee un post-facio donde se
alude brevemente a los hechos históricos que inspiraron los cuentos, y además incluye
bibliografía en la que los interesados pueden buscar más precisa información, supuse
que la periodista no conocía mi libro. Me comuniqué con ella por correo electrónico, y
en efecto, pidió disculpas por el equívoco y señaló que no había tenido acceso a la obra,
13
Op. cit., p. 129.
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 8
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Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
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y que para realizar la nota sólo había hablado con los guías turísticos que hacen el tour
por el Cementerio. Debo a alguno de estos guías, sin duda, y a sus lecturas tal vez
apresuradas y sin mención de fuente, el haber contribuido a la historia verídica del
Cementerio con un personaje literario que ahora parece formar parte del mundo real...
¿Qué se puede hacer para neutralizar estos “olvidos” bibliográficos que terminan
desembocando en ontologías abusivas? Los narradores orales profesionales seguramente
no incurrirán en ellos. Entiendo que cuidan los libros sobre los que trabajan, que
conocen y entienden sus propuestas y que los escritores podemos confiar en sus buenas
manos (o en sus fieles voces). Pero no se puede evitar, regular o controlar la
ramificación o tergiversación de nuestras historias, en las miles de bocas desconocidas
del llamado público lector.
Un consuelo, y tal vez no para tontos: si esta proliferación antojadiza se produce,
es porque nuestros libros han sido múltiplemente amados y leídos, a tal punto que a sus
personajes les ocurre lo mejor que puede ocurrirle a toda literatura: convertirse, para sus
lectores, en viva y perdurable realidad.
MARÍA ROSA LOJO (www.mariarosalojo.com.ar) nació en Buenos Aires en 1954.
Es escritora e investigadora, y ha publicado diecisiete libros, además de
numerosos ensayos en revistas culturales y especializadas y en libros en colaboración.
En poesía: Visiones (1984), Forma oculta del mundo (1991) y Esperan la
mañana verde (1998)
En ensayo: La ‘barbarie’ en la narrativa argentina (siglo XIX) (Corregidor,
1994), Cuentistas argentinos de fin de siglo (1997), Sábato: en busca del original
perdido (Corregidor, 1997), El símbolo: poéticas, teorías, metatextos (1997).
En narrativa: Marginales (1986), Canción perdida en Buenos Aires al Oeste
(1987), La pasión de los nómades (Atlántida, 1994), La princesa federal (Planeta,
1998), Una mujer de fin de siglo (Planeta, 1999), Historias ocultas en la Recoleta
(Alfaguara, 2000), Amores insólitos (Alfaguara, 2001), Las libres del Sur
(Sudamericana, 2004), Finisterre (Sudamericana, 2005), Cuerpos resplandecientes
(Sudamericana, 2007).
“Narración oral, relato tradicional y texto de autor. Paradojas del anonimato”. Cuentacuenteros y 9
Cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional. En el marco de la Feria Internacional del Buenos
Aires, El Libro del Autor al Lector. Volumen 2. Compendio del 5º al 9º Encuentro Internacional de
Narración Oral. Buenos Aires: Fundación El Libro-Fundación Salottiana, Club de Narradores-Instituto
Summa, ALIJA, 2005, pp, 217-220
Varios de estos libros han obtenido numerosas reediciones, y se han publicado
también en bolsillo.
Su novela Finisterre fue traducida al gallego y publicada por editorial Galaxia
(Vigo, España) en 2006. Esperan la mañana verde acaba de ser lanzado, en edición
bilingüe de Brett Sanders, por Host Publications (Texas-New York). La edición
académica de Una mujer de fin de siglo, con prólogo y notas de Malva Filer (City of
New York University) ha sido publicada en 2007 por Stockcero (USA).
Obtuvo, entre otros, el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos
Aires (1984), Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985), y en novela
(1986), Segundo Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires, Primer Premio
Municipal de Buenos Aires “Eduardo Mallea”, en narrativa (1996), por la novela La
pasión de los nómades. Recibió varios premios a la trayectoria: Premio del Instituto
Literario y Cultural Hispánico de California (1999), Premio Kónex a las figuras de las
Letras argentinas (1994-2003), Premio nacional “Esteban Echeverría” 2004, por el
conjunto de su obra narrativa.
Ganó la Beca de Creación Artística de la Fundación Antorchas para “artistas
sobresalientes que se hallan en los comienzos de su plenitud creativa” (año 1991), y la
Beca de Creación Artística del Fondo Nacional de las Artes en 1992.
Es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y trabaja como
investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, con sede
en la Universidad de Buenos Aires. Dirige dos proyectos de investigación en la
Universidad del Salvador, donde dicta, asimismo, un Seminario-Taller de Doctorado.
Tiene a su cargo la coordinación del equipo internacional de investigadores que realiza
la edición crítica de Sobre héroes y tumbas para la Colección Archivos de la UNESCO.
Ha sido conferencista y profesora visitante en universidades argentinas y
extranjeras: entre otras, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Complutense
de Madrid, la Universidad de Salamanca, la Universidad de Toulouse-Le-Mirail. Actúa
como jurado en concursos nacionales e internacionales. Participa como escritora
invitada en Ferias del Libro y Congresos internacionales.
Es colaboradora permanente del Suplemento Literario de La Nación.
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