María Emilia López Compiladora Propuestas Este nuevo volumen de la colección “Relecturas”, compilado por María Emilia López tiene la particularidad de aunar distintas voces abocadas al arte, la literatura, la experiencia compartida y la educación. La revista “Punto de Partida” significó un aporte singular, serio y comprometido, dedicado a docentes, bibliotecarios, padres y lectores interesados en descubrir la palabra de creadores, teóricos, escritores consagrados y también experiencias inéditas. Su tiempo fue breve y es de lamentar que dejara de publicarse. Sin embargo, la propuesta de María Emilia López hizo resurgir en forma de libro, algunas de las notas publicadas en distintos números de la revista. “Punto de Partida” aparece fragmentada en un volumen, donde quedaron afuera, muchas notas, entrevistas y experiencias, que por razones de espacio no están en este libro. Una cuidadosa selección logra que aparezcan las temáticas que fueron surgiendo en distintos números, durante los dos años que duró la publicación. Para quienes cuentan con la colección completa, este libro significa un “recorte”, por así decirlo, de palabras, voces, dispuestas a ser nuevamente leídas, discutidas y propuestas para dialogar con el lector. Para aquellos que nunca accedieron a la revista, este libro aporta, como dice María Emilia López, en la Introducción, “un nuevo atajo, armando un nuevo objeto, preparándonos para recibir lectores nuevos”. La variedad acumulada en este libro, posee la virtud de ofrecer distintas miradas acerca de la literatura y el arte. Laura Devetach, y su referente a la poesía; Yolanda Reyes, con respecto a la literatura en la vida de un lector; la narración vista a través de Juana La Rosa, la poesía de tradición oral, a cargo de la directora de esta colección; nuevamente la poesía, a cargo de Elena Stapich; Claudia Segretin propone una lectura con el cuerpo; una mirada de Mariano Medina acerca de la literatura infantil y juvenil relacionada con la dictadura.; un elogio a la lectura: por Guillermo Saavedra y la aventura de leer, por Gustavo Roldán. Cuentos, experiencias como “Un mundo de palabras”, de Marta Minatta; la fábrica de libros “Benteveo”, coordinada por Mirta Colángelo en Bahía Blanca y otras voces como las de María Inés Bogomolny, Valeria Heres y Sabrina Pizarro, Diana y Carina Tarnofky; entrevistas con Graciela Montes, Isol e Itsvan Schritter. El recorrido propone aprendizaje, debate y nuevas propuestas. La selección de la compiladora permite al lector nuevas voces y voces reconocidas. Creemos que será un libro para todos los mediadores, con ganas de descubrir. Susana Itzcovich Introducción Los oficios de los que leeremos este libro serán probablemente variados: docentes, escritores, ilustradores, especialistas en literatura infantil, psicopedagogos, psicólogos, padres o madres de niños, bibliotecarios, curiosos, libreros, artistas, investigadores, lectores polimorfos y quién sabe cuántos más. Un público heterogéneo pata un libro heterogéneo, hecho de múltiples voces. Un libro que surge a partir de la necesidad de aunar textos, experiencias y diálogos que a lo largo de dos años fueron nutriendo una publicación mensual destinada al nivel inicial: la revista “Punto de Partida”. Cuando estaba dando forma a ese proyecto editorial, el arte se imponía ante mí como un motor insoslayable en la constitución del proyecto. La revista como un objeto estético, donde la palabra, la imagen, el cuerpo total de cada número interpelara al lector, lo conmoviera, lo inquietara, despertara su sensibilidad, lo acompañara. “Punto de Partida” como un acto creador que intentaba traspasar la frontera de lo puramente educativo para investigar otros territorios; acto creativo y acto poético en tanto cada lector pudiera componer algo de sí en la relación con la publicación. El objetivo era ambicioso, desafiante, trabajoso, y a veces parecía una quimera. Sin embargo, el tiempo nos devolvió otra cosa: un cúmulo de experiencias y transformaciones de las que los lectores fueron dando cuenta en diferentes intercambios por vía electrónica, en encuentros personales, en proyectos compartidos gestados a partir de esa apuesta intensa al trinomio sensibilidad- creatividad-pensamiento. Entre todos los materiales que se publicaron, la literatura cobró un protagonismo especial. Buena parte de esos escritos están aquí, intentando construir un nuevo atajo, armando un nuevo objeto, preparándose para recibir nuevos lectores. Sabemos que llevar el arte a la escuela no es tarea fácil, a veces genera mucha dificultad sobrepasar los códigos de la enseñanza, y el arte implica —si intentamos llegar a una verdadera experiencia estética- muchos otros modos de abordaje además de los contenidos a enseñar. El arte exige una modalidad de encuentro con el niño o adulto que lo produce o recibe distinta a otros aspectos de la cultura. Lejos de la repetición y el didactismo, atravesando la subjetividad de cada quien, rompiendo moldes, buscando la pregunta, generando transformaciones, inventando nuevos modos de decir, dinamitando lo obvio… así, a veces, ocurre el arte. Hay en mi alma algo insatisfecho, algo que nunca se satisfará: y esto es lo que canta, decía Nietzsche. Hay en Artepalabra múltiples voces pensando la poética de la infancia. De eso los hacemos cómplices de aquí en más. No sabemos si esta lectura los satisfará, pero intuimos que hay cantos susurrantes en muchos lectores curiosos dispuestos a gozarsentir-pensar-discutir-descubrir la literatura y el arte en la infancia con nuestro mismo afán. Afán de compartir, afán de compensar, afán de difundir, afán de encuentro. Por eso agradezco a Editorial Lugar y a Susana Itzcovich, directora de la colección Relecturas, que Artepalabra tenga materialidad. Agradezco muy especialmente a todos los queridos autores y entrevistados que participan de este proyecto su disponibilidad para el trabajo poético. Agradezco a todos los viejos y nuevos lectores la compañía para seguir pensando y creando. Y deseo calurosamente que disfruten de este libro. Ojalá hayamos hecho todo lo necesario para que eso sea posible. María Emilia López Un punto de partida Demoro las palabras en el aire como si pudiera detener el tiempo, prolongarlo, eternizarlo, hipnotizarlo y convencerlo de lo útil que sería que admitiera mi compleja sensación de desaliento, mi angustioso transitar que no coincide con su paso y con su ritmo sin fisuras, mi alegato y mi protesta contra su hábito de avanzar a ciegas, impetuoso, impasible, inalterable. Si una hora fuese a veces diferente, si una noche se estirara y hechizara a las estrellas para no dejar que el sol acelere cada día el final del breve sueño, si los sueños de mis noches duplicaran los segundos que le caben a un minuto y el minuto decidiera apiadarse de nosotros, que vivimos tantas vidas en el día en que una vida apenas puede desplegarse, si pudiéramos hacer que cada día se adaptara en tiempo horario a las ganas de vivir y de crear de cada uno... TIEMPO. T I E M P O. T I E M P O. T I E M P O. PAUSA. PAUSA. P a u s a. Una pausa. Breve pausa. Porque al fin uno se anda muriendo un poquito a cada instante, y no es cuestión de que el tiempo en su impiadoso devenir determine por su cuenta que no hay tiempo de leer. LEER. L E E R. Leer pausadamente, al propio ritmo, este número de “Punto de Partida”. Demorarlo, prolongarlo, estirarlo, hipnotizarse con palabras de otras voces que nos lleven nuevamente hasta el “Punto de Partida”. Partir, partir con la lectura hacia algún lado, buscando las fisuras, los ruidos, las imágenes que cantan en nosotros y pueden escucharse si el tiempo se suspende en una pausa breve o breve pausa o pausa al fin, para alojar el pensamiento. María Emilia López Literatura y salud El espacio poético Laura Devetach Quiero comenzar estas reflexiones haciendo pie en algunos textos y en algunos hechos de la vida cotidiana especialmente elegidos. Son textos y hechos que dan cuenta del “valor salud” que posee el descubrimiento del espacio poético interno. Un espacio que todas las personas podemos desarrollar. Estos poemas se llaman Coplas copleras, y surgieron del taller de escritura del Patronato de la Infancia de Bahía Blanca, coordinado por Mirta Colángelo, durante el año 2002. En la sierra vi volando un hornero saltarín con plumas color ladrillo y en el piquito un jazmín. Yamila, 9 años No te vayas de la hamaca que yo te quiero hamacar verte volar por el aire y tu pelo acariciar Abel, 13 años Un chico que yo conozco tiene ojos de papel le escribo con la mirada sin lápiz y sin pincel. Johanna, 11 años Una vez me enamoré pero no lo dibujé dejé mi amor en la mesa y se lo llevó el pincel. Isaías, 9 años Coplas copleras. Bahía Blanca, Edición Vox, 2002. El poema que sigue pertenece a Laura K., asistente adulta al Centro de Día Parque, de Buenos Aires. Frutas Me como una naranja, la saboreo, le saco el jugo. La manzana la corto y me apiado de su cáscara. Las uvas son como bolitas muy ricas y el melón me da cierto sabor y me acuerdo de que soy muy golosa cuando me enamoro de ti mi amor Libro artesanal realizado por la autora, incluido el papel. Buenos Aires, 2002. Coordinación del taller: María Inés Vázquez Esteves Los siguientes poemas pertenecen al poeta de Santa Fe, Roberto Malatesta. El libro se llama Por encima de los techos. Nació, como su título lo indica, mientras su autor estaba sobre los techos, durante la inundación de su ciudad en el año 2003. Luego de que el río Luego de que el río desbordó mi aldea y el mundo se enterara cuán grande es mi aldea y ancho el río, fueron dos, tres, cuatro semanas en las que mi poesía versó sobre tan trágico hecho. Ahora, un poco más tranquilo, no quiero para mí ni para mi poesía grandes temas. Volveré a escribir sobre el sol posado sobre alguna mínima flor, que, ciertamente, habré de buscar fuera de casa, puesto, y ya ven qué difícil se me hace y qué trágica reincidencia, el río entró en mi patio y no dejó ninguna. Barrilete Mínimo recurso de papel y caña y el sustento del viento en la complicidad del sol. Lo veo alzarse: bandera de armisticio, alto sobre el barrio bajo, no veo quién lo remonta, no veo desde acá quienes miran al azul, quienes siguen su dibujo de un solo color. Color amarillo que escapó al río. No veo quienes miran a ese juguete del viento, pero los sé, a ellos, a nosotros, a todos los sé juguetes del destino, aunque ahora, no menos cierto, en este momento, mirando alto muy alto, un barrilete junto al sol, aunque sólo sea en el viento, somos uno, y somos sin quebranto. Por encima de los techos, Ediciones Leviatán, 2004. Quiero referirme también a otro aspecto del funcionamiento del espacio poético. Se trata de una comunicación que recibí por correo electrónico, como hay tantas hoy, anónima, sin fuente rescatable, y enviada por amigos que comparten las mismas obsesiones. Este correo relata que, en una reunión escolar de padres de familia, la directora resaltaba el apoyo que los padres deben darles a los hijos. Ella entendía que, aunque fueran trabajadores muy ocupados, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar a sus niños, para entenderlos. Un padre explicó en forma humilde que él no tenía tiempo de hablar con su hijo pequeño durante la semana. Era la conocida situación de salir dejando al hijo dormido y regresar, encontrándolo igual. Dijo que era la única forma de obtener el sustento familiar. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba e intentaba achicar la culpa yendo a besarlo todas las noches. Para que el niño supiera de su presencia, él hacía cada vez un nudo en la sábana. Cuando el hijo despertaba y encontraba el nudo, sabía que su papá había estado allí y lo había besado. Todos estos textos, estos hechos, nacen del reconocimiento de poseer un espacio diferente que se va construyendo a partir de lo que ya tenemos: nuestra historia y nuestras capacidades para crear vínculos. Desde ese reservorio que se puede cultivar y alimentar constantemente, surgen, entre otras cosas, las posibilidades de enfrentar situaciones e ir transformándonos frente a la adversidad. Llámese ésta enfermedad, crisis, o cualquier otra circunstancia que nos acerque peligrosamente a la noción de punto final. El espacio poético Para poder conectar la salud con la Literatura quisiera referirme a la construcción del espacio poético personal y colectivo, sus vínculos y sus diálogos. Podríamos entender al espacio poético como ese tiempo, ese lugar, esa dimensión de la interioridad donde toda búsqueda, todo descubrimiento pueden ser posibles. Donde puede ser posible también la expresión con la palabra escrita de lo que esos movimientos producen. Donde se aviva el deseo y la curiosidad que ayudan a romper límites convencionales y por eso nos acercan a la ficción y a la poesía. Donde todas esas cosas puedan ser incorporadas a nuestras vidas cotidianas como factores de sensibilización y conocimiento. Por lo tanto, también, como factores de crecimiento y valorización de lo existencia. Y no sólo en lo que atañe a cada individuo sino en la vinculación transformadora de este individuo con el medio. Johannes Pffeifer1, un estudioso alemán preocupado por ahondar en la naturaleza de la creación poética, escribía en los años 30 que la senda de lo poético radica en la capacidad de ver lo obvio. Años después, un poeta del cuerpo, psicomotricista y filósofo, Moshé Feldennkrais, titulaba su libro sobre el movimiento humano La dificultad de ver lo obvio2. Ambos, desde el área de la poesía, la filosofía y la salud, se referían a un espacio como el que quiero destacar hoy para nosotros. Muchas veces ya estamos instalados en ese espacio, pero de una manera no reconocida, incómoda, cuando no vergonzante. Tuve la oportunidad de trabajar y recoger experiencias sobre estos temas con muchos adultos. Hicimos también reconocimientos y registros de situaciones sentidas como pertenecientes al espacio poético. Estas situaciones, entre otras, eran: • Las miradas, cuando comíamos choclos a las brasas por las noches. • Cómo veo y no veo cuando hay neblina. • Una palabra inventada: “nunjamás”. (La unión de nunca y jamás) • Encuentros de miradas en el subte. • La caricia de la barba incipiente de mi hijo. • Etc. (Taller de Capacitación. Dirección Gral. de Educación Artística del Gobierno de la Ciudad. Buenos Aires, 2000.) El hecho de reconocer estas situaciones, en un primer momento, fue acompañado por la vergüenza y la dificultad para expresar. Después creció la confianza necesaria y el espacio quedó instalado. Y en él se fue valorizando el espíritu juguetón, trasgresor, afectivo, onírico, que es la sal de esta tierra poética. 1 2 Pffeifer, Johannes. La poesía. México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2000. Feldenkrais, Moshé. La dificultad de verlo obvio. Buenos Aires, Paidós, 1992. Cada vez se hace más necesario apuntalar estos espacios para que no los barra la injusta distribución de la riqueza, con su secuela de hambre, miedo, mercantilismo e ignorancia. ¿Qué es ver lo obvio? Pffeifer habla de lograr cierta pureza de sentimiento que consistiría en: (...) Aprender a no quedarnos insensibles ante lo que nos parece obvio. Debernos hacernos sencillos e ingenuos; preguntar consciente y expresamente por cuanto creíamos ya sabido y conocido, cambiar los grandes billetes de la comprensión consagrada por humildes moneditas; sólo así podremos llegar a la esencia de las cosas. Pffeifer estaba muy cerca de la filosofía, y basándose en Kierkegaard y Heidegger definía la actividad poética como una forma de la existencia de las personas. Qué es ver lo obvio, lo muestran los poetas cuando llevan el lenguaje a altos grados de representación. A diferentes modos de expresión de descubrimientos pequeños y profundos realizados a través de la emotividad. Descubrimientos que se convierten en conocimiento poético. Lo hace César Vallejo cuando dice: Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé. Golpes como del odio de Dios.3 O los poetas del tango: A yuyo de suburbio su voz perfuma. Malena tiene pena de bandoneón4. No sé si eras el eco de una vieja canción María, la más mía, la lejana5.. …trenzas del color del mate amargo que endulzaron mi letargo gris... ¿Adónde fue tu amor de flor silvestre6? Era más blanda que el agua que el agua blanda... Era más fresca que el río... Naranjo en flor7. 3 4 Vallejo, César. Los Heraldos Negros. Poesía completa. La Habana, Casa de Las Américas, 1988. Malena, 1942. Letra de Homero Manzi, música de Lucio Demare. 5 María, 1945. Letra de Cátulo Castillo, música de Aníbal Troilo. 6 ¡Trenzas!, 1944. Letra de Homero Expósito, música de Armando Portier. No es casual que los autores de estas letras se llamaran Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero y Virgilio Expósito. Portaban en sus nombres la impronta cultural de la poesía latina instalada entre los saberes de la inmigración europea. El “pastito interior” Hipócrates (460-377 a.C.), el médico griego que separó la medicina de la magia y a quien le debernos el juramento ético que, convendría recordar, aún es vigente y se refiere a la confidencialidad y a trabajar siempre en pro del paciente, decía: ‘(...) Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de nosotros, son las que verdaderamente curan las enfermedades”. Al criterio científico de Hipócrates, Paul Valéry (Francia, 187 1- 1945) agrega una noción poética que lo amplía y complementa cuando nos dice: “en la piel está lo más profundo’ Retomar hoy las concepciones y experiencias de sabios y artistas, repensar sus sentidos, integrarlos, ayuda a comprender mejor las situaciones del ser humano. Durante los años 80 tuve oportunidad de cartearme con una niña a la que debían realizar un trasplante. A través de cuentos y poemas —me decía—, había encontrado otra forma de vivir ese tiempo. Sus anécdotas de la vida cotidiana revelaban fortaleza para la espera, control y confianza con respecto a sus sufrimientos. Ella contaba con un entorno afectivo importante que le fue proporcionando un verdadero arsenal de lecturas y de cuadernos para escribir. En largas charlas de papel, Tamara, desde sus 11 años, me decía:”Yo pienso que si uno es escritor/a, tiene que tener un permiso, un permiso personal, al que yo llamo “lucecitas en cada hoja”. En aquel momento le contesté que había pensado bien: era necesario contar con un permiso personal, por ahí se empieza. Lo importante para Tamara era que llegó a entender que ese permiso debía ser necesariamente personal. Ella simbolizó su permiso en las “lucecitas en cada hoja”, un equivalente al “pastito interior” del que hablaba Miguelito, el amigo de Mafalda, del poeta Quino, cuando reflexionaba sobre la propia libertad. Adentro o afuera, símbolos de la madurez en el uso del espacio poético que luego puede pasar a ser obra de arte, potencial de salud, recursos, decisiones, vuelo. El espacio en el que canta el ruiseñor Andersen nos mostró en “El traje nuevo del emperador” la capacidad de ver lo obvio y de decirlo. Su personaje niño denuncia lo que todos saben pero no dicen: que el rey está desnudo. En “El ruiseñor” aparece el reino como un espacio del emperador en 7 Naranjo en flor, 1944. Letra de Homero Expósito, música de Virgilio Expósito. el que hay cosas que su dueño ignora. La misma existencia del ruiseñor, por ejemplo. Andersen hace que el emperador de China se entere de la belleza del canto de su pájaro por un libro que le llega del Japón y gracias a las experiencias de un viajero que escuchó al ruiseñor y luego escribió sobre él. Una lectura puede ayudarnos a descubrir lo que ya tenemos y no lo sabemos. El ruiseñor aparece como lo poético, vivo y auténtico, que con su canto toca profundamente la sensibilidad. Cuando el emperador manda a buscar al pájaro, sólo lo pueden ubicar quienes lo escucharon, la cocinerita, los pescadores. Desde la ideología romántica de la época de Andersen (1805-1875), debían ser los corazones sencillos quienes se hicieran cargo de los aspectos más auténticos de la realidad. Aparece después el ruiseñor mecánico, lujoso, una especie de mascota de sonido programado. Es un regalo que el emperador recibe y con el que reemplaza, gracias a sus aspectos prácticos y controlables, al ruiseñor del bosque. Pasa el tiempo y el emperador pierde vitalidad, se enferma. El canto del ruiseñor mecánico no lo acompaña, no lo cura, no aviva su capacidad para enfrentar a la muerte. Pero por fin regresa el ruiseñor de verdad que espanta a la muerte y le dice al emperador: “(...) te cantaré para que te pongas contento y pensativo a la vez. Cantaré por los felices y por los que sufren. Cantaré por el bien y por el mal que te ocultan a tu alrededor” 8 Andersen nos habla, a través de esos dos ruiseñores, de las caras de una misma moneda. Y es el canto libre del ruiseñor verdadero el que “cuenta” lo que el emperador no sabe sobre su espacio. Sería importante que hoy incorporásemos entre nuestros objetivos el de reconocer y asumir cada ruiseñor. Esos que no están afuera sino adentro, tal como dice Hipócrates que están las fuerzas naturales que curan. Las mismas que a la vez están en la piel, tan profundas, como dice Valery. Y así, conectando unos cantos con otros, aceptando que esa es una realidad posible, trabajar desde cada pequeño lugar en pro de una realidad en la que se jerarquice la vida toda como un espacio poético. Confiar en nuevas prácticas sociales Creo que los profesionales que compartimos el malestar con tanta gente tenemos claras percepciones, desde nuestras distintas áreas, de prácticas que podrían ser positivas. Quizás algunos hayan escuchado al ruiseñor. Y esto no es poco para un país que ha agrandado enormemente la brecha entre pobres y ricos y va tardando en resolver los problemas de la exclusión social. Qué bueno sería poder centrar esfuerzos en algunos objetivos prioritarios y decretarnos en estado de reflexión para la urgencia, además —y de manera imprescindible— de ir pensando en el largo plazo. Qué bueno sería poder pensar políticas desde nuestros lugares de ciudadanos. 8 Andersen, H. c. La reina de las nieves y otros cuentos. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1978. Hay muchísimas personas trabajando a puro esfuerzo en todo el país. Qué bueno sería convocar, censar, evaluar y darlos a conocer. Durante los años 80 reflexionaba yo sobre estos temas en otra obra9 y citaba a José Martí con la misma vigencia con que puedo citarlo hoy, otra vez: Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? (...) (La poesía).es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta le proporciona el medio de subsistir mientras que aquella le proporciona el deseo y la fuerza de la vida. Por todo lo dicho, considero indispensable hacer un nuevo cálculo sobre la maltratada canasta familiar e incluir, entre las cosas no perecederas, algunos libros de ficción y poesía de esos que nos permiten escuchar al ruiseñor. Laura Devetach se formó en Letras Modernas en la Universidad de Córdoba. Dirigió colecciones de libros para niños, hizo docencia e investigación sobre procesos creativos con la palabra y sobre temas de Literatura infantil. Recibió varios premios, entre otros “Casa de las Américas” por Monigote en la arena, del “Fondo Nacional de las Artes” por La torre de cubos y Para que sepan de mí, y el “Premio a la Trayectoria” de la Fundación El Libro. Ha publicado más de 60 obras para niños y adultos. Algunos de sus títulos: La hormiga que canta, La plaza del piolín, Picaflores de cola roja, El ratón que quería comerse la luna, Canción y pico, Oficio de palabrera. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 12, Año 2, Abril 2005. Buenos Aires, Editora del Sur. 9 Devetach, Laura. Oficio de palabrera. Buenos Aires, Colihue, 1991. ¿Dónde está la literatura en la vida de un lector? Así es como comienzan las historias... Yolanda Reyes Hace mucho tiempo —casi quince años— unas personas interesadas en la pedagogía de la lectura, en la expresión artística y en la literatura, nos fuimos encontrando para construir el proyecto cultural de “Espantapájaros”, en Bogotá, centrado en el deseo de cambiar los esquemas tradicionales de acercamiento a la lectura. Desde el comienzo, hacíamos talleres con niños y niñas pero, por otra parte, teníamos la convicción de que el trabajo con adultos era imprescindible para cambiar la concepción tradicional de la lectura, entendida simplemente como un proceso académico. Esta doble dirección del proyecto nos fue dando las primeras pistas para descubrir que el acercamiento a la lectura debía emprenderse desde el comienzo de la vida. En efecto, los testimonios recogidos en los talleres con maestros y padres, nos demostraban que los adultos lectores tenían biografías en las que muy temprano habían descubierto la magia de las historias. Vimos la necesidad apremiante de crear un “nido” para la lectura que marcara a los niños desde el comienzo de su vida y que les permitiera encarar con éxito —y sobre todo con pasión— el reto progresivo de crecer como lectores, sin perder la magia y el sentido profundo de leer, ligado al desciframiento vital. Entonces fuimos especializándonos en niños cada vez más pequeños y los mismos niños nos llevaron a investigar en torno a esa primera etapa en la que aún no leen alfabéticamente, sino que son otros los que lo leen y sobre lo cual poco solían fijarse los trabajos de promoción de lectura de la época. Así creamos, dentro del proyecto, una Bebeteca10, es decir, una biblioteca para niños a partir de 8 meses y, de la mano de los pequeños, hemos ido descubriendo cómo la literatura puede dar sentido —más allá de lo académico— a la experiencia de leer desde el comienzo de la vida y a lo largo de todas sus etapas. ¿Qué entendemos por leer? La investigación de Espantapájaros parte de dos premisas básicas: la primera es considerar a la lectura, en un sentido amplio, como una forma de conocerse a sí mismo, de descifrarse y descifrar el mundo, de encontrar en los libros y en los objetos de la cultura alternativas para el crecimiento, para el diálogo, para favorecer el pensamiento y para desarrollar la sensibilidad. La segunda premisa, que se deriva de esta concepción Nota de la compiladora: resulta pertinente hacer la siguiente salvedad. El término bebeteca” en realidad refiere a “conjunto de bebés”, y no precisamente a “conjunto de libros para bebés”. No obstante, ha sido acuñado de esa manera y se ha instituido en varios contextos como “biblioteca para bebés”. 10 de lectura, es la hipótesis de que la necesidad de otorgar sentido acompaña al hombre desde su nacimiento, y esta hipótesis nos lleva a decir que leemos desde mucho antes de empezar el proceso de alfabetización propiamente dicho. Esta idea de la lectura como desciframiento vital que involucra no sólo lo cognoscitivo sino también lo emocional, se constituye en el “nido” de nuestro trabajo. Desde ahí nos proponemos la tarea de construir fuertes vínculos, no sólo con los libros sino con las personas que interactúan con los niños desde los comienzos de su vida, es decir, con la familia, con los maestros y con los bibliotecarios. Las etapas en el desarrollo del lector Partiendo de esta concepción, hemos ubicado tres grandes etapas en el proceso de formación de un lector: 1) Aquella en la que el niño no lee, sino que otros “lo leen”, y se extiende desde el nacimiento hasta el inicio de la lectura alfabética. 2) La etapa en la que el niño comienza a leer con otros y, por lo general, suele coincidir con el ingreso a la educación formal y con ‘l proceso de alfabetización propiamente dicho. 3) La tercera concluye con el lector autónomo, aquel que es capaz, no sólo de alcanzar un nivel adecuado de competencias lectoras, si no de encontrar en la lectura una opción permanente de desarrollo intelectual, emocional, cultural y vital. Un lector autónomo es aquel que no lee por obligación ni por prescripción académica sino que hace de la lectura un proyecto de formación permanente, ligado a su proyecto de vida. Alguien que busca en los textos de la cultura —no sólo en los libros— alternativas para leerse, pensarse y construirse como ser humano y como ciudadano crítico, aún mucho después de concluir su educación formal. Desde ese punto de vista, aprender a leer es una tarea de toda la vida y crear lectores que sigan aprendiendo a leer siempre, puede ser la mejor herramienta para favorecer procesos educativos a largo plazo. Bajo esta premisa, el texto literario se constituye en una herramienta poderosa, ya que establece conexiones entre la lectura y la particularidad de la experiencia humana. Examinemos, pues, esas etapas que recorre el lector: Primera etapa: “Yo no leo; alguien me lee, me descifra y escribe en mí” El hecho de nacer nos sitúa ya de lleno en un universo de palabras, de símbolos y de significados. Llegamos a un mundo que ha sido construido con los significados que otros, mucho antes que nosotros, han ido construyendo. Para el recién nacido, ese mundo de significaciones es un parloteo indescifrable e ininteligible que empieza a cobrar sentido sólo en la medida en que aparece alguien que lo lee, que lo descifra y que funda en él los primeros significados. Es la madre, con su alternancia de presencias y ausencias, la cine le imprime significado al llanto de su bebé, tan parecido, al comienzo, al de cualquier animal. Cuando oye el alarido de su hijo, ella, que es un ser de palabra, es quien ubica ese llanto en el registro del lenguaje humano, atribuyéndole un significado. Seguramente dice “Lloras porque tienes hambre, te voy a dar de comer”. Y más tarde, a otro alarido igual, esa madre, que es un ser de palabras, atribuye otro significado. Tal vez diga: “Ahora no debe ser hambre; te voy a cambiar el pañal”. Lo importante es que ella ha “leído” ese llanto, que le ha dado distintas significaciones y matices y que, con este acto intuitivo de comunicación, ha abierto la puerta a la experiencia del lenguaje y de la lectura, que, en su acepción más amplia, tiene que ver con fundar significados. Nos hacemos partícipes de la comunicación humana y entrarnos al mundo de lo simbólico porque hay alguien que nos lee y que escribe en nosotros los primeros textos, las primeras claves de significación. En esta etapa tenemos contacto con muchos textos y muchas lecturas, y es importante aclarar el sentido amplio de estos dos vocablos, pues muchos de los “textos de lectura” de la primera infancia trascienden lo alfabético; es decir, están “escritos” más allá de los libros. Los libros “sin páginas” En primer lugar, están “los libros sin páginas”, todo ese torrente de tradición oral que los padres recuerdan. Tradición viene del latín trado, que significa entregar. Y recordar, que también viene del latín, significa “pasar por el corazón”. O sea que los padres pasan por el corazón aquello que una vez alguien les cantó o les contó y que dejó escrito en el fondo de su memoria, y luego entregan a sus hijos ese legado del corazón, lo reescriben en lo profundo de otra memoria. Quizás por ese origen, la poesía de la primera infancia recuerda los ritmos del corazón y casi podríamos decir que los imita. Por eso es rimada, aliterada, rítmica, repetitiva y prosódica. (Piénsese en el “aserrín, aserrán”, en las nanas, en los juegos del “tope tope tun”, en los cuentos corporales, etcétera.) Lo que cuenta aquí son las sonoridades, las repeticiones, las alternancias, ese poder mágico de la palabra que va y viene, que canta, que nos envuelve en la sonoridad y que nos sitúa en posesión de lo poético. Es así como antes del primer año de vida y, con un sencillo repertorio, podríamos decir que el niño es un lector poético o, más exactamente, un oidor poético. Su experiencia de lectura está profundamente ligada al afecto y le enseña mucho sobre los usos poéticos del lenguaje, es decir, sobre su función expresiva. Por ejemplo, aprende sin saber a qué horas, que las palabras son etiquetas mágicas y sonoras; que cantan y tienen ritmo; que sirven de arrullos para dormir, que acompañan, que quitan las sombras e incluso que tienen usos insospechados como hacer llover, salir el sol o curar el dolor. El aprendizaje poético que se da en el primer año de vida no habla de ritmo ni de métrica ni de rima, pero habla de la esencia de la poesía que es esa posibilidad de trascender la vida real, de transformar los significados literales de la comunicación utilitaria para crear otros universos connotativos en los que las palabras adquieren otros valores, otros significados. Los libros “sin letras” Tan pronto como el niño se sienta, aparecen también los primeros libros de imágenes. Son libros sencillos, quizás sin palabras, que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia de ese niño pequeño. De nuevo, son los padres y otros adultos cercanos quienes introducen al niño en ese otro orden simbólico, que es el mundo de los libros. Un padre o una madre que sienta a un bebé en las piernas mientras le lee un libro de imágenes, dice muchas cosas sobre la lectura. Dice, por ejemplo, que las ilustraciones, esas figuras bidimensionales parecidas a la realidad, no son la realidad. Pero que, en esa convención cultural que es el libro, son “como si” lo fueran, pues representan a la realidad. Ese “como si”, que es la esencia de lo simbólico, se aprende en las rodillas de alguien más experto que va nombrando el mundo conocido, atrapado y sintetizado en unos dibujos: “Mira a mamá. Mira a mamá con el bebé. Y a medida que la voz familiar da nombre a las páginas que pasa, enseña que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha, para el caso de nuestra cultura occidental. Ese discurrir que se da siempre en la misma dirección será luego el espacio de la lectura alfabética, eso que los maestros de preescolar llaman “la direccionalidad” en sus ejercicios de aprestamiento. El niño o la niña al que otros han leído lo sabe ya, sin necesidad de ningún ejercicio. Lo deduce de todas esas horas pasadas hojeando sus libros preferidos y aprende también que pasar las páginas es pasar el tiempo, que empieza y termina y que cuenta una historia durante ese transcurrir. Libros de ficción, libros informativos Después de esos primeros libros y muy en la línea del desarrollo psíquico del niño, que empieza a salir de lo más inmediato para hacerse preguntas, para inventar, imaginar, soñar, tener pesadillas y sentir miedos, los relatos se van haciendo más complejos. Es entonces cuando entran en contacto, por una parte, con hechos, peripecias y personajes que suceden en un tiempo lejano: el tiempo de la ficción. Pero también, por otra parte, es el tiempo de los porqués; de la necesidad de saber cómo funcionan las cosas y de conocer los secretos que esconde el mundo circundante. Por eso aparecen los libros informativos que proponen a los niños lecturas para responder a sus preguntas y explorar sus propias hipótesis. De esta forma, se tienden los primeros puentes con la lectura investigativa y el deseo de saber se conecta con los libros de no ficción. Paralelamente, surge también el deseo de ir aún más lejos, de aventurarse por territorios fantásticos. Es el tiempo del había una vez, hace muchos pero muchísimos años... Ese tiempo mítico, que no es el presente, tiene su expresión literaria en los cuentos de hadas tradicionales o en los cuentos contemporáneos, con personajes fantásticos, de la propia región o de países lejanos, que hablan a la psiquis en formación y le dan claves para nombrar sus misterios y para intentar descifrarlos. En esta etapa, es crucial el papel del adulto como “contador privado”. Mediante su voz y su presencia amorosa, muy cerca de la piel, es él quien se encarga de introducir al niño en la magia de las historias y su actitud sigue enseñando mucho sobre la lectura. Por ejemplo, enseña que las palabras sirven para emprender viajes, para salir del aquí y del ahora y aventurarse por lugares y tiempos lejanos, que pueden visitarse con la imaginación. Enseña también que, gracias a las historias y a las palabras, se puede dar nombre a las fantasías y dar forma a las angustias, para sacarlas de nosotros, para expresarlas, compartirlas y, quizás, sentirnos menos solos. Un adulto que cuenta historias no habla de los poderes catárticos y curativos del arte. Pero, cuando lee Caperucita Roja o cualquier cuento, está enseñando a un niño que la ficción es una de las formas socialmente aceptadas para nombrar lo innombrable, para explorar los fantasmas y dar forma a los ideales, para medirse cara a cara con los miedos, para bajar a los infiernos y regresar ilesos, para aprender sobre la vida, sobre los propios sentimientos y para escuchar las propias voces. El niño o la niña que recibe esa revelación en la primera infancia, será un lector en potencia y lo probable es que alguna o muchas veces, durante distintas etapas de su vida, recurra a los libros tratando de descifrar sus propios enigmas. Al lado de semejante revelación, las voces adultas que cuentan historias dicen cosas útiles, ciertas y necesarias sobre el lenguaje. Dicen que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que, gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados. Pero, además, esa voz de quien cuenta es un modelo lector: sus pausas, sus inflexiones, sus tonos cuando interroga, cuando exclama o susurra, nos dice que las palabras tienen tonos, cadencias, matices y sonoridades. Vemos así cómo han aparecido diversos géneros literarios: la poesía, los libros de imágenes, la narrativa y los libros informativos. Ya el niño distingue las formas que toman los libros y los tonos de los que se valen, ya sea que quieran cantar; contar, expresar o informar; ya intuye que a veces hablan de la fantasía y otras veces nombran la realidad. Ya sabe una cantidad de cosas sobre la lectura, aunque la escuela diga que todavía no es lector y no haya entrado ni siquiera al Prejardín o al grado Cero. Durante la primera infancia, por consiguiente, se puede construir un nido completo, un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del “Para qué leer”, que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o la motivación. En ese momento, llega la etapa de la alfabetización propiamente dicha y el aprendizaje de la lectura empieza a delegarse —o mejor, a compartirse— con la escuela. Sin embargo, las bases afectivas y cognoscitivas que ha aportado esa primera etapa no alfabética, son definitivas en la etapa posterior. Segunda etapa: “Yo empiezo a leer con otros” Esa etapa que se da desde la total dependencia del lector hasta el logro de la lectura autónoma es un largo rito de tránsito y se constituye, quizás, en la época más difícil, en una especie de “agujero negro” para su formación. En virtud de una extraña paradoja, el proceso de alfabetización que, teóricamente, entrega al niño ese truco mágico para acceder a todas las lecturas y a todos los libros posibles, es el culpable de la mayor deserción. Muchos lectores se extravían en las trampas de la decodificación mecánica y pierden el sentido vital y el deseo, mientras están absortos en esa lucha por aprender a leer en el estricto sentido literal. Y es que descifrar los misterios y las convenciones de ese código tan arbitrario y caprichoso que es el lenguaje escrito, implica un esfuerzo gigantesco, un trabajo colosal que muchos adultos no recordamos pero que es engorroso y arduo y que, mientras se está viviendo, parece que no fuera a acabarse nunca. Durante el proceso de alfabetización inicial hay que aprender que a cada fonema corresponde un grafema y este aprendizaje pasa inevitablemente por ocasiones en las que se pierde el sentido completo, para tener que concentrarse en la minucia del análisis, o mejor, en la disección de cada una de las palabras. No es fácil, por ejemplo, saber que la Q necesita de una U antes de la E para que suene QUE, pero que si hacemos el mismo truco con la Q, la U y la A, ya no nos funciona igual. No es fácil acordarse siempre de que la H es muda; tampoco es fácil querer conocer todo el contenido del cuento que aparece en la página del libro y tener que resignarse, con una paciencia infinita, a leer un renglón, invirtiendo en ello una cantidad del tiempo que podría invertirse en jugar. En ese momento, el sentido sembrado en la etapa anterior se constituye en el más poderoso de los antídotos contra las dificultades del rito de tránsito alfabético. Por eso hay que continuar leyendo buenas historias, sin abandonar a los niños en la mitad del camino. La primera tentación, en este momento, sería decir una frase de este estilo: “Ahora que ya sabes leer solo, yo desaparezco”. Muchas veces, además, son los maestros los que sugieren que sean los mismos niños los que lean solos en voz alta. Esta actividad puede servir como un ejercicio breve, sobre todo si conlleva una intención comunicativa (leer en voz alta es compartir, no hacer sonidos para una grabadora), pero no debe suspenderse la magia de las historias por el hecho de que un niño ya maneje el código elemental de la lectoescritura. Al contrario, un adulto leyendo de viva voz es el mejor modelo para un lector que se inicia, pues enseña mucho sobre la lectura: las pausas, las entonaciones, los matices de la voz ligados a los sentidos. Así como aprendemos a hablar oyendo a otros, aprendernos a dar voz a una lectura escuchando a nuestros lectores mayores, a aquellos que tienen experiencia en prestarle su voz a los textos. Durante esos años, un lector aún no cuenta con las herramientas suficientes para leer los libros que su deseo de conocimiento o su corazón le piden. Esto quiere decir que su poder de decodificación esté atrasado con respecto a su necesidad de desciframiento. Mientras su deseo le pide una novela por entregas, su incipiente nivel de alfabetización le permite leer un cuento para bebés o unas frases sencillas y deshilvanadas de la cartilla escolar, sin valor existencial. Es entonces cuando el sentido profundo de la lectura puede sufrir un colapso y divorciarse para siempre de la lectura alfabética. De ahí que siga siendo necesario que un adulto continúe leyendo historias complejas y profundas. Y mientras el niño escucha absorto la voz del adulto, que ha dejado su vida real en suspenso y aplaza obligaciones para entregarse a la lectura de un buen libro, él también leerá entre líneas que ésa es una actividad importante, que amerita postergar muchas otras cosas. Y a medida que comparte ese sentido crucial de la lectura, irá creando también un hábito, es decir, la repetición de unas condiciones particulares de tiempo y de espacio; una atmósfera de introspección e intimidad que, en lo sucesivo, asociará con la lectura y que quizás se le vuelva una costumbre indispensable para toda la vida. Pero además, mientras esas revelaciones suceden, ese niño al que un lector adulto le lee estará empleando el tiempo en ejercitarse en procesos muy complejos de desciframiento, como cuando era bebé y miraba su primer libro de imágenes. Seguirá aprendiendo a identificarse con uno u otro personaje; ejercitará su capacidad de anticiparse al curso de los acontecimientos; incorporará nuevas palabras a su propio diccionario mental; afinará sus mecanismos para distinguir la ficción de la realidad y para saber cuándo el lenguaje nombra y cuándo sugiere y cuándo calla y cuándo permite distintas interpretaciones y cuándo nos pide mayor obediencia. Y entonces irá ampliando su menú y sus tiempos de lectura y buscará libros más largos y complejos, como los cuentos de miedo o las novelas o las historietas o los libros informativos que sacian su curiosidad enorme de conocer lo de afuera, pero también lo de muy adentro, en el fondo de sí mismo. Y ejercitará su criterio para interpretar, comprender, comparar y descubrir cuáles son los libros que responden más a sus intereses y preguntas. Leer literatura con los niños y las niñas es ofrecerles todo eso. Y todo eso se ofrece paradójica y simplemente, leyendo, sin falsas pretensiones pedagógicas. Dejando libre un lugar para la experiencia de la lectura gratuita, sin someterlos a indagatorias sobre la idea principal y las ideas secundarias, y construyendo esa atmósfera de intimidad en la que el diálogo es posible y a veces puede ejercerse también con gestos, con silencios o con comentarios sueltos. Crear espacios en la casa, en el aula o en la biblioteca para leer por el puro placer de estar juntos, de compartir sueños, temores, intereses e incluso obsesiones y acompañar a esos lectores a confrontarse con las tareas existenciales, con los valores y con los retos de la vida que recrean los libros. Leer es también “leer el interior de los niños,” con sus preguntas, sus sueños, sus dudas y sus particularidades para acompañarlos a escoger los libros que necesitan y para ayudarlos a formar un criterio propio. Tratar de poner en sus manos los mejores libros, esforzándose por conocer la literatura infantil que se publica ahora o, al menos, por preguntarse qué dicen los libros que se ofrecen a los niños, quién los firma, qué ocultan, que sugieren, qué aportan y qué tan cercanos pueden resultar al deseo de cada niño o niña, pues cada quien es diferente y necesita encontrar sus propios textos. Por ser los adultos cercanos quienes conocen mejor que nadie a sus lectores, son ellos los indicados para ayudarlos a encontrar el libro preciso, en el momento preciso. Ese libro que el corazón y el deseo le van pidiendo a cada ser humano, en diferentes momentos de su vida y que quedará guardado en lo más profundo de la memoria, ligado al afecto de esas personas que acompañaron su descubrimiento. Es importante aclarar que nuestro trabajo no plantea etapas asimilables a tal o cual edad cronológica ni separadas entre sí por alguna barrera estricta. Las variaciones entre los lectores de carne y hueso son infinitas y sus ritmos iniciales de aprendizaje lector, al contrario de lo que suele pensarse, no inciden en sus procesos futuros. Lo que sí podemos asegurar es que la experiencia de leer en la primera infancia incide en el proceso de alfabetización y, por eso, las dos primeras etapas están interconectadas. A nuestro modo de ver, en ellas se sientan las bases que permiten asociar la lectura con la interpretación simbólica y no con el aprendizaje de unas meras convenciones verbales. Sin embargo, vale la pena aclarar que esta experiencia de leer literatura de viva voz, conectándola con el deseo y con las preguntas fundamentales, puede desarrollarse también con niños mayores y con jóvenes pues muchos de nuestros niños y niñas no han experimentado otras formas de lectura distintas a las que se derivan de un proceso de alfabetización mecánico. Tercera etapa: “Yo leo solo” Cada lector, a su propio ritmo, llega a un momento en el que, no sólo está listo, sino que además necesita leer en privado, sin que nadie lo interrumpa ni ose siquiera preguntarle qué está leyendo. La lectura se conecta con el ámbito de su intimidad y puede convertirse en brújula de una búsqueda personal a la que quizás los adultos ya no estemos invitados. En ese momento, que se da, con enormes variaciones entre la preadolescencia y la adolescencia, la experiencia de la literatura es más necesaria y más reveladora que nunca. Nuestros niños y nuestros jóvenes de ciudad están prisioneros en una cultura tecnocrática del bullicio que los iguala a todos y les impide refugiarse en lo profundo de sí mismos. Sin embargo, a pesar de que los veamos moverse con mucha propiedad en ese ambiente exterior, lleno de amigos y de estímulos mediáticos, los muchachos de esta tercera etapa tienen sed de palabras. Sus preguntas existenciales, sus miedos, sus inseguridades y su mundo interior, lleno de enigmas sobre amor, sexualidad y pulsiones en conflicto, los hace terriblemente vulnerables. De ahí que la lectura de los textos literarios, de esos libros reveladores, que no se leen sólo con los ojos sino con el corazón y con el deseo, sean más necesarios que nunca para el crecimiento emocional. La literatura puede ofrecerles un espacio interior para refugiarse y construir su particularidad de sujetos; para explorar sus experiencias y sus secretos más íntimos. En medio del bullicio y de la avalancha de noticias que vienen desde afuera, la literatura ofrece al lector “noticias de sí mismo”. No obstante, muchas veces, la enseñanza de la literatura en la escuela va por un camino bien distinto. De ahí que sea importante garantizar de nuevo, como en las dos etapas anteriores, un lugar propicio para la lectura gratuita, placentera y reveladora, a salvo de indagatorias académicas sobre tema, argumento, movimientos literarios aislados, resúmenes y análisis ajenos a la vida. Así mismo, hay que seguir leyendo, más allá de las apariencias, el interior de esos seres vacilantes y llenos de preguntas para ayudarlos a descubrir esos libros que resultan únicos e indispensables para cada ser humano. En esta tercera etapa, como en las anteriores, lo que garantiza la plena vigencia de la literatura es justamente la posibilidad de leernos en ella; es decir, de situarnos como se situaba el bebé en ese tejido simbólico, en ese gran texto escrito a varias voces por una infinidad de autores a lo largo de la historia de la humanidad. Ese gran texto construido por los seres humanos de tantas generaciones que, más allá de los libros tiene que ver con las producciones culturales de “nuestra común humanidad”, es el que da sentido al hecho de leer. Y leyendo así, desde nuestra voz particular, no sólo podremos descifrarnos a nosotros mismos sino también descifrar y entender a los otros. Dado que la literatura nos permite vivir distintos papeles, experiencias y miradas y ensayar ser muchos otros, bajo la piel de nosotros mismos, yo pienso que entre todos podemos transmitir a las nuevas generaciones, con palabras viscerales y sencillas, el sentido de la experiencia literaria, que consiste en construir esas habitaciones donde los sueños se encuentran con la realidad y donde es posible que cada quien invente su propia vida. Bibliografía BETTELHEIM, BRUNO. Aprender a leer. Barcelona, Grijalbo, 1987. — Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona, Grijalbo, 1976. BRUNER, JEROME. Acción, pensamiento y lenguaje. Madrid, Alianza, 1984. ESCARDÓ y BASS, MERCÉ. La Bebeteca de Can Butjosa. (Artículos varios, publicados como documentos de la biblioteca de Can Butjosa). FERREIRO, EMILIA Y TEBEROSKI, ANA. Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1971. HELD, JACQUELINE. Los niños y la literatura fantástica. Barcelona, Paidós, 1981. ONG, WALTER. Oralidad y escritura. México, Fondo de Cultura Económica, 1995. PELEGRÍN, ANA. La aventura de oír, Madrid, Cincel, 1982. — La flor de la maravilla. Juegos, recreos y retahílas. Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1996. PENNAC, DANIEL. Como una novela. Santafé de Bogotá, Norma, 1993. REYES, YOLANDA. “Nidos para la lectura”. Revista Alegría de Enseñar N° 40, Fundación FES, Cali, 1999. — “Un mundo de palabras habitado por el hombre”. En Amigos del Limo. Madrid, Asociación Española del Libro Infantil y Juvenil, 1995. Yolanda Reyes nació en Bucaramanga. Colombia. Es licenciada en Educación con especialización en Filología. Directora de Espantapájaros Taller, en Bogotá. Ha publicado, entre otros libros, El terror de sexto B, María de los Dinosaurios, Los años terribles y Los agujeros negros. Es miembro del consejo editorial de la revista Espantapájaros. Fue consultora para el Plan Nacional de Lectura en Colombia y se ha dedicado especialmente a la investigación en torno a lo pedagogía y la animación de la lectura. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 14, Año 2, junio de 2005. Bue no Aires, Editora del Sur. Sobre el arte de narrar Juana La Rosa Hay que levantarse temprano para ir a la escuela. Hace mucho frío, pero mucho frío, la mano de mi mamá pasa por mi cabeza, revuelve ¡ni pelo, es hora de levantarse. Me siento en la cama, me visto pero sin salir de la cama. El olor del café me lleva hasta la cocina. Todavía es de noche, ya llegó mi tío Mario y está tomando unos mates con mis viejos. Mi papá ya encendió el fuego para poner los tachos de las colas, es carpintero como mi tío. Pero en un costado puso una parrillita con un churrasquito para que comamos mi hermana y yo en el desayuno. Mi mamá dice que es bueno, que es necesario y a mí me parece delicioso. Otro día lo mismo, la mano de mi mamá en mi cabeza pero no me visto, todavía, me siento en la cama, me trae un jugo de pomelo y naranja para que lo tome y me dice que tengo que acostarme de nuevo, del lado del corazón. Dice que es muy bueno. Y entonces me vuelvo a acostar y también me parece delicioso, el jugo y también remolonear un poco más. Me imagino una cocina, la de mi infancia, en invierno. Recuerdo las deliciosas albóndigas de carne que mi mamá freía y que yo robaba antes de que caigan en la salsa, eran crujientes por fuera y suaves por dentro, muy calentitas. Claro que no eran como las de mi abuela Giovanna que le ponía una docena de huevos, decía mi mamá, ponderando las que hacía su suegra. Las milanesas pasadas dos veces por huevo y pan rallado, y ni qué hablar de los famosos ravioles de verdura amasados religiosamente los sábados por la noche. Me gustaba mirar cómo se amasaba y luego lo fui aprendiendo en vivo y en directo. Me imagino una boca grande, que me invita a pasar, la lengua es un tobogán que me atrapa suavemente y estoy cómoda, como sobre un colchón mullido que me pasea de aquí para allá. Estoy relajada, floja, una lluvia de olores intensos me humedece como si fuera una flor y me voy abriendo: los ojos se mueven a gran velocidad, hacia delante, hacia arriba, abajo, a los costados, pero sobre todo hacia atrás. No sólo puedo ver, sino yerme como si yo me enroscara o si girara hacia adentro, como si me metiera por mi propia boca y así como en una espiral una y otra vez vuelvo a entrar por la boca, mi boca, soy atrapada una y otra vez. Así me siento con las palabras. Para eso se necesita una boca grande para habitarlas. Los relatos siempre estuvieron asociados a la cocina donde se daban las grandes conversaciones con mi mamá. Recuerdo que mientras cocinaba, un día mientras aplastaba la milanesa con alma y vida, le dije que me gustaba Ricardo y que yo me quería casar con él pero ni me miraba y además había muchas chicas del grado que también gustaban de él, pero no te preocupes ya te van a gustar otros chicos, no, le dije, eso va a ser imposible si no me caso con él me muero, entonces mi mamá empezaba a contarme de sus pretendientes y cómo después había conocido a mi papá, y al final no me morí nada. También en la cocina estaban los cuentos, cuentos de mi papá o mis lecturas impregnadas de ricos olores y de abrigo porque era el lugar más calentito de la casa. Confieso que desde siempre me gustó juntar recetas de cocinas que tengo desparramadas y conviven con los libros por todas las bibliotecas de la casa. Por eso pienso que la palabra es alimento y está asociada al calor de la cocina. Es que las historias son alimentos para el alma. Suena a frase de póster, ya lo sé, no me importa. Es que son eso. Algunas son más nutritivas, sé que me van a hacer bien, muy bien, como el churrasquito o el jugo de pomelo con naranja, y otras serán como hamburguesas muy tentadoras y sabrosas pero después no me dejarán más que un dolor de panza, porque de vitaminas, como decía mi mamá, nada de nada. En la propia naturaleza del hombre está su necesidad y capacidad de imaginar y el cuento es su alimento. Cuando este alimento falta, porque no se comprendió en su verdadera dimensión la necesidad de imaginar, fantasear y soñar que tiene un niño (lo que sería equivalente a privarlo del juego), estamos condenándolo a la inmovilidad, a la soledad. Si recordamos al niño que fuimos, si nos instalamos en el juego de nuestra infancia, —diálogos con personajes imaginarios creaciones de historias dichas en voz baja—, seguramente descubriremos en ese mundo el valor y el germen de nuestros sueños. Dice Gastón Bachelard: “...los recuerdos personales, claros y a menudo repetidos, nunca explicarán por completo por qué tienen tal atractivo, tal valor de alma las ensoñaciones que nos vuelven a llevar hacia nuestra infancia. Al meditar el niño que fuimos, más allá de toda historia de familia, después de haber superado la zona de la pena, después de haber dispersado todos los espejismos de la nostalgia, alcanzamos una infancia anónima, un puro hogar de la vida, de vida primera, de vida humana primera. Y, volvamos a subrayarlo, esta vida está en nosotros, queda en nosotros. Un sueño nos lleva a ella. El recuerdo se limita a abrir otra vez la puerta del sueño”.11 Para el adulto, contar es una posibilidad de abrir de nuevo la puerta de los sueños y habilitar al niño que fuimos a jugar con ese niño que está delante de nosotros, expectante, ansioso porque comencemos con el “había una vez...” Y cuando esto sucede ya se establece el código del “como si” a través de la palabra, del gesto, de la mirada, que envuelven al que escucha y al que narra. Y en este diálogo algo fuerte pasa. Juana La Rosa nos dice que la narración es: “...fundamentalmente un acto de comunicación, donde se genera un vínculo afectivo y una posibilidad de jugar ya que el que narra y el que escucha entran en una complicidad, donde la historia es de verdad aunque no lo sea. En ese juego y esa complicidad todo lo de alrededor se desdibuja y queda la magia de la palabra dentro de un marco de silencio”12. 11 12 Bachelard, Gastón. La poética de la ensoñación. México, Fondo de Cultura Económica, 1993. La Rosa, Juana. “La narración como vínculo y complicidad”. En: Con este sí con este no. Compilado por Ruth Mehl. Buenos Aires, Colihue, 1992. Siempre que volvemos a los cuentos de nuestra infancia, surge el nombre de la persona que nos contaba y es ese vínculo amoroso el que lo hace imborrable. Ya en el diálogo de un bebé con su mamá se va creando la matriz sonora que lo impregna de esa música que es la palabra. Esa fascinación de la voz que acuna, que adormece, reaparece en el instante de la narración. Así como la voz es para el bebé un sonido pleno de sentimientos y magia, también lo es en la narración de cuentos. Se abre un canal de comunicación que es el que después posibilitará el diálogo, pero del que no hay que esperar respuesta inmediata. Esta magia muchas veces se pierde dentro del aula porque la preocupación es tomar al cuento como una simple herramienta para generar una actividad. Si el docente calma su ansiedad por una producción como respuesta aquí y ahora y se entrega a disfrutar “con” los chicos, abrirá un espacio creativo; de lo contrario estará controlando lo que surge, tratando de conducirlo hacia una producción que no responde a los intereses del grupo. Si tiene paciencia y presta verdadera atención, verá cómo todo ese imaginario que se desplegó a la hora del cuento se colará en otras actividades sin necesidad de sugerir nada. El oficio del narrador En el momento del relato debe haber un silencio interno tanto para el emisor como para el receptor, que da lugar al espacio del cuento. Ambos están entregados, las palabras van desplegando imágenes y creando un escenario donde se cruzan los personajes delante de los espectadores. Si alguien altera ese silencio, la magia se quiebra como por obra de un encantamiento. Hacer silencio es un hábito no ejercitado con frecuencia por los adultos, sobre todo el silencio que respeta y construye la palabra del otro. Recuerdo que una vez debía narrar a chicos de tres años. Se dio un juego espontáneo con las palabras y uno de los nenes dijo que quería contar. Entonces le propuse que cambiáramos de lugar: yo fui al lugar que él tenía en la ronda y él al mío, que era el de contar, y cuando empezó con su narración, su maestra lo interrumpió: Por qué en lugar de... no contás...? El nene empezó a balbucear, cambió la expresión alegre de su cara y regresó a su lugar. La maestra, sin querer, se habia sentado fuera de la ronda, en una situación de control. Desde el inicio de la actividad no se entregó al juego. No “escuchó” cuáles eran los verdaderos intereses que iban surgiendo y quiso imponer el suyo. Quebró la magia. Después descubrí que uno puede quedar adentro o afuera de ese círculo mágico, y que si uno se sienta afuera de él lo más probable es que inevitablemente controle. El arte de escuchar Si bien en el contar se va ejerciendo el hábito de escuchar, el primero que tiene que tener incorporada esta capacidad es el propio narrador. El silencio da miedo; se lo relaciona con la ociosidad. Al espacio vacío hay que llenarlo inmediatamente con palabras; el que más habla gana el espacio rápidamente. Entonces la palabra empieza a desgastarse, a perder su valor, su sentido. Ejercitar el hábito de escuchar, respetar la palabra del otro, es un buen objetivo. No sólo se escucha con los oídos sino con todo el cuerpo. Es bueno que el docente sea el primero en ejercitar este objetivo; para ser un buen narrador se requiere un oído muy afinado, vista de lince, y no querer llenar todo el tiempo los espacios vacíos. En música existe una serie de signos para representar los sonidos, y entre ellos hay uno para representar el silencio. El silencio forma parte de la escritura musical. El silencio puede ser un compás de espera: escucho o pienso y espero para hablar y ser escuchado. Entonces la música de las palabras es armonía. Si sólo puedo hablar sin escuchar ni mirar o si sólo puedo hacer silencio, es decir mirarme a mí mismo, si sólo yo me escucho, la música estará incompleta. Si se crea el espacio del silencio en una ronda, donde cada uno pueda escucharse, entonces el espacio para contar (desde historias personales hasta cuentos) cobra una importancia que va más allá de las palabras: es comunicación, vínculo afectivo, es soñar e imaginar con los otros. En el espacio del silencio, la palabra tendrá otro valor. Nos permite volvernos mejores críticos literarios y abre el espacio de la lectura, compartida o a solas. Dentro de ese espacio, el contador va dibujando un círculo mágico donde tanto él como los que escuchan se entregan a un juego y el cuento empieza a llenar ese espacio. “El espacio del silencio”: una propuesta de trabajo Desde pequeña siempre me gustó escuchar y prestar atención a los relatos de ficción o de la vida real. Luego, como docente, concentré mi atención en aquellos que nunca hablaban y en aquellos que siempre tenían algo que decir y comencé a detenerme en la relación entre lo que producían y su autoestima. Comencé a realizar juegos en ronda que me permitieran conocer un poco más de cada uno y me di cuenta de que a veces algunos chicos no hablaban por timidez, o por no tener nada que decir, o porque cada uno tiene su tiempo para elaborar sus ideas. Mi preocupación —que cada uno tuviera su voz— me llevó a redoblar mi atención y mi escucha con todos y la escucha de los alumnos entre sí. Y así surgió el espacio del silencio. Ejercitar un silencio interno permitía la valoración de la palabra. Y fui instalando dentro de la actividad del taller literario, una ronda previa a la actividad, donde cada uno podía contar lo que quería. Ese espacio de escucha permitió generar confianza entre los integrantes y valoración de la palabra de cada uno. La palabra rotaba, y en el caso de no querer hablar, cada participante disponía de un tiempo de silencio. Así algunos chicos podían pensar con tranquilidad qué querían contar y los que no querían hablar tenían su espacio de silencio que ningún otro podía ocupar. Ejercité mi escucha y mi actitud paciente al aprender a aplacar mi ansiedad ante el vacío porque no sucedía nada y sin embargo sucedía mucho. Compartiendo la experiencia Comencé esta experiencia de “el espacio del silencio” en el año 1988 con niños de siete a doce años y adolescentes de catorce y quince años. En un encuentro, Carolina, una adolescente de quince años comentó: “qué importante es tener un espacio para decir lo que uno piensa sin que nadie te haga preguntas; valoré la palabra pero sobre todo el silencio.” En 1991 trasladé estos talleres a los Cursos de Capacitación Docente y desde 1994 los incorporé en el asesoramiento a los docentes de varios jardines de infantes. En los jardines, la palabra fue la protagonista que atravesó todas las actividades que planificaban para los chicos, —plástica, expresión corporal, música— aunque, paradójicamente, yo había llamado al proyecto “El espacio del silencio”. Sugerencias para “El espacio del silencio” Maestra que escucha, en estado de alerta. (Se recomienda llevar un pequeño anotador para registrar). Las maestras jardineras están habituadas a crear rondas, pero a veces éstas se transforman en un hábito rutinario. Propongo crear en ellas un espacio de juego con la palabra y el silencio: Estar atentos a los comentarios de los niños, que siempre son muy buen material para conocerlos y abrir posibilidades de exploración en su lenguaje y sus intereses. Tomar registro de sus conversaciones, detectar lo que piensan sobre determinados temas. Crear un personaje imaginario o un títere que vaya acompañándolos en la ronda, cada vez que les toca su turno para hablar o para hacer silencio. Este personaje puede acompañarlos cada vez que se narre un cuento; es importante crear la escena, es decir que ante el cuento se instale la magia. El misterio de lo que va a suceder siempre capta la atención y también el humor. La poesía del absurdo, los trabalenguas, son buenos juegos que preparan a los maestros y a los chicos para instalar la comunicación. Crear el grupo de los chicos cuenteros: así como en la ronda cada uno cuenta situaciones cotidianas, también se puede abrir el espacio de narrar ficción, en forma individual. Puede ser el relato del libro que sacó de la biblioteca y le leyeron en su casa, o también puede ser de su invención. Una historia en grupo, con registro de la maestra. Armar una caja donde se guarden poesías y canciones de la tradición oral que les transmitan en sus casas. Esto permitirá una revalorización del material literario que trae cada niño, un acercamiento entre el niño y sus papás, una presencia a través del material de la familia en la escuela. ¿Cómo? Toda vez que se pueda crear en algún momento del día un espacio para el juego con la poesía donde no falte el misterio. Armar una caja donde se guarden breves relatos: anécdotas de juegos de los papás cuando eran chicos; anécdotas de cuando ellos eran más chiquitos. Esto cumple el mismo objetivo que el punto anterior. Siempre es recomendable que la maestra también se incluya en esta propuesta e incluya algún relato. Dibujar personajes en pequeñas hojitas, con los que luego se juegue a crear historias. Armar cajas con palabras: 1) feas; 2) largas; 3) maravillosas; 4) lindísimas. Luego jugar a sacar palabras con las que se creará una historia. Una reflexión final Nochebuena Cuenta Eduardo Galeano en El libro de los abrazos13 que Fernando Silva dirige el Hospital de Niños, en Managua. Fernando no es cualquier médico, dice Galeano, porque él cuenta con todo el cuerpo, y no sólo con palabras, y puede convertirse en otra gente o en bicho volador, o en lo que sea, y como médico para curar prefiere las hierbas antes que las pastillas, pero antes que las hierbas él prefiere su propia mano porque él cura tocando y contando, que es otra manera de curar. Una vez, en vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar. Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano: —Decile a... —susurró el niño— Decile a alguien que yo estoy aquí. Cada vez que leo este relato no puedo dejar de conmoverme. Un niño solo, esperando la muerte que no es ficción y un adulto capaz de tocar con sus palabras. Cuando una tarde Eva (no la de Adán) preguntó a sus alumnos: “¿y ustedes saben qué es un cuento?”—, dos pequeños grandes filósofos de 3 años contestaron. Uno dijo: “es como soñar”, y otro dijo: “es como la vida”, mientras el resto preparaba el teatro de los cuentos, que consistía en poner sillas como en el teatro y luego uno de ellos leía o contaba. Y sí, es como soñar, es como mantener los sueños vivos, los propios y los ajenos. En ese encuentro entre el sueño del que narra y el del que escucha surge un relato que empieza a cobrar vida, toma cuerpo y se instala en otra dimensión como si ambos se trasladaran en una misma alfombra mágica. 13 Galeano, Eduardo. El libro de los abrazos. Buenos Aires, Catálogos, 1989. Pero este acto tan obvio, tan humano, como es el de abrazar con un cuento, a veces es difícil de sostener, pero no porque a los chicos no les interese escuchar cuentos, sino porque no terminamos de comprender ese acto mágico ni el territorio de la infancia, y a veces, o muchas veces, nuestra cabeza no puede dejar de conectarse con In realidad, —la nuestra, no la de los chicos—, y entonces nos estrellamos con la alfombra mágica. Un maestro que cuenta, y que sabe escuchar, “toca” con sus palabras. Un maestro que sabe escuchar, que está atento a lo que sucede, es un maestro creativo que puede conducir fluidamente la actividad, desarrollando la curiosidad, el interés por buscar. En su silencio da confianza, todo el cuerpo se compromete para entregar y recibir, su silencio contiene. El cuerpo todo escucha al otro y entonces el otro siente que su palabra tiene peso, que es escuchado y mirado con la mirada del alma. Juana La Rosa es narradora oral. Premio Pregonero a Narrador Oral 1997. Profesora del Curso de Capacitación Docente en Educación por el Arte y asesora literaria de los Jardines de Infantes del Instituto Vocacional de Arte Manuel Labardén. Integra la Comisión Organizadora de los Encuentros Internacionales de Narración Oral Cuenteros y cuentacuentos, desde lo espontáneo a lo profesional. Narra en el Museo de Arte Español Enrique Larreta, en el ciclo “La palabra como arte: visita guiada y cuentos”. Dicta talleres de capacitación docente en nuestro país y participó en Festivales de Narración Oral en España, Chile, Colombia, México y Cuba. Participó en distintos planes nacionales de lectura, como tallerista y conferencista. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 3, Año 1, Mayo 2004. Buenos Aires, Editora del Sur. Para esta edición, la autora ha agregado tres nuevos párrafos introductorios. A la rueda de la batata, comeremos ensalada Poesía de tradición oral Susana Itzcovich Para recuperar la memoria La tortuga y el sapo se fueron a trabajar; la tortuga de patrona y el sapo de capataz. Todas las mañanitas del mes de enero me amanecen las uñas sobre mis dedos. Señora, dice mamita que le dé los buenos días y le mande la gallina que le robó el otro día. Estas coplas cómicas de mentiras y disparates pertenecen al acervo folclórico de los pueblos y en particular de la Argentina. El arrorró mi niño (canciones de cuna), las rondas y juegos, los villancicos, los trabalenguas, forman parte de una tradición popular adquirida a través de los tiempos. La pérdida o el olvido de esta poesía popular impiden que las nuevas generaciones sigan diciéndolas con sus rimas particulares y sus juegos. Nuestra infancia se nutrió de ellas, como la de nuestros padres y abuelos. Y esa tradición, tan rica en cuentos y rimas, debería seguir conservándose, para que nuestros hijos y nietos vuelvan a memorarlas. ¡Qué mejor que el área de Educación Inicial para comenzar a incentivar estos ritmos a través de los juegos, las rondas, las adivinanzas y los trabalenguas! Es un desafío del docente, de los padres y los abuelos, lograr que los chicos incorporen esta rítmica a su acervo. La poesía folclórica es de todos y para todos. No sabemos quién la inventó (por eso son anónimas), pero sí sabemos que el pueblo se las apropió y durante siglos y siglos funcionaron como eje reproductor, generación tras generación. A nuestro país seguramente llegaron de España, con la conquista, y se mezclaron con nuestra lengua. Siguen vivos en la boca de alguien, en la memoria de nuestros antepasados, y es bueno recordarlos para unir nuestros ancestros. La poesía de tradición oral y los juegos rimados no pararon de inventarse. A fines del siglo pasado aparecieron los “chistes”, los “colmos” y toda una serie de juegos verbales propios de las ciudades, que los chicos inventan y reinventan. La invasión de los mensajes televisivos con rimas pobres y comercializadas está ocupando el lugar de la poesía popular, tan rica en temática, en ritmos e incógnitas. No estamos negando la televisión como uno de los otros lenguajes que aparecen en el mundo del niño, sino apuntalando un opuesto con otra riqueza verbal, que tiene que ver con la palabra oral, generacional y rítmica. El jardín de infantes tiene la posibilidad de recuperarla. Para rescatar y redescubrir El toro al agua; el agua al fuego; el fuego al palo; el palo al perro: el perro al gato; el gato al ratón; el ratón a la araña y la araña a su amor (retahíla) Martín Pescador, ¿me dejarás pasar? —Pasará, pasará, pero el último se quedará. (para contar, para echar suertes) A la orilla de un hombre estaba sentado un río afilando su caballo y dándole agua al cuchillo. (mentiras y disparates) Pisa pisuela, color de ciruela, vía, vía o este pie; no hay de menta ni de rosa para mi querida esposa que se llama Doña Rosa. (para contar, para echar suertes) Yo soy la viudita del barrio del rey: me quiero casar y no sé con quién. ¿Pues siendo tan bella no encuentra con quién? Elija a su gusto, aquí tiene cien. Con ésta sí. Con ésta no. Con esta señorita me caso yo. (rondas y juegos) Este niño pequeño no tiene cuna; su padre es carpintero y le hará una. (canciones de cuna) Salas sala su salsa Con sal de sales. Si salas la salsa de Salas, Salas saldrá salado. (trabalenguas) Soy una cosita que anda al compás con las patas por delante y los ojos por detrás. [las tijeras] (adivinanzas) Encontrarse con los niños a través de una canción de cuna, un poema para jugar con el cuerpo, una adivinanza, un trabalenguas, una ronda, una retahíla y tantas otras formas de la oralidad que representan la memoria colectiva, la memoria de los pueblos. Y para que ese lenguaje vivo siga reproduciéndose, es necesario trasmitirlo desde la familia y desde la escuela. La investigadora argentina —que actualmente reside en España— Ana Pelegrin, afirma que la literatura oral es una forma básica, un modo literario esencial en la vida del niño pequeño, porque la palabra está impregnada de afectividad. El cuento, el romance, la lírica, construyen el mundo auditivo literario de los niños, le incorporan vivencialmente una cultura que le pertenece, le hace partícipe de una creación colectiva, le otorga signos de identidad. Los maestros en el jardín tienen muchas opciones para alentar esta memoria generacional a través de los distintos elementos que el folclore infantil nos envía. Si nuestros niños no lo registran ¿cómo seguirá viva esta riqueza ancestral? La propuesta para el Nivel Inicial es justamente la “iniciación”. Existen numerosas antologías, recopilaciones de nuestro país y de Latinoamérica para que nos inundemos de ejemplos en nuestra tarea cotidiana. No las desperdiciemos. Volvamos a nuestra infancia perdida y generemos la nueva memoria. Algunas definiciones Mentiras y disparates Es una clasificación que muchos recopiladores utilizan en relación con la temática y con el tipo de recursos. Suele responder a significados humorísticos y recursos del absurdo y el disparate. También se lo define como “versos jocosos y festivos”. Adivinanzas Según algunos investigadores, las adivinanzas fueron de origen medieval, utilizándose como entretenimiento después de los banquetes. Si no acertaban, se pagaba una prenda. Ingresaron en América en la época de la conquista. En general, son versos pareados o estrofas de tres o cuatro versos. Suelen ser versos octosílabos, con rima consonante en los versos pares, o se generan con mayor flexibilidad (antropomórficas, sobre plantas, sobre objetos, fenómenos naturales, números, letras, entre otras). Nanas o canciones de cuna Son más propias de la oralidad adulta que de la infantil. Suelen susurrarse o entonarse con melodía. Suelen componerse con versos hexasílabos, con rima asonante, aunque no es la única forma de versificación. Un admirable análisis de las canciones de cuna fue realizada por Federico García Lorca en una conferencia incluida en sus Obras completas. Allí analiza la profunda tristeza y melancolía de muchas letras que las madres cantan a sus niños, donde expresan en forma catártica, la pesada carga que representa su niño o las penurias por las que está pasando. Las coplas El contenido de las coplas es diverso, ya que acompaña hechos cotidianos: para acompañar juegos, la copla jocosa, de amores y piropos, para quejarse, para reír, para adivinar, para jugar. Lo que caracteriza o unifica a las coplas es la métrica. Pueden ser octosílabas, hexasílabas y de pie quebrado. La más común en el cancionero infantil es la cuarteta octosílaba. Trabalenguas También se los llama destrabalenguas o enroscalenguas. Es un juego verbal puro, desafiante y retador. Los niños suelen decirlas muy rápido e inclusive compiten en rapidez y perfección. Poseen un ritmo muy pronunciado y generalmente cuentan con un hilo narrativo. Algunos presentan temas amorosos o morales. Retahílas, fórmulas, rimas acumulativas o encadenadas La palabra retahíla proviene etimológicamente de recta más hila. Se trata de una serie de objetos, animales, personas, que van una detrás de otra. Por su orden o enumeración, se logra un efecto sonsonete. Aparecen en todas las recopilaciones españolas y latinoamericanas. A partir de un relato mínimo, se desarrolla un encadenamiento que puede darse a través de una palabra o un verso, que se encadena con el siguiente. Suelen jugarse en rondas, cantarse y pueden ser de “conteo”, en las que el relato se encadena con números. Incorpora poemas para “jugar” con los más chiquitos y fórmulas para jugar a la pelota, para esconderse, para la pelea, entre otros. Por ejemplo: El toro al agua / el agua al fuego / el fuego al palo / el palo al perro / el perro al gato / el gato al ratón / el ratón a la araña / y la araña a su amor: Piropos y amoríos Los piropos son ofrendas en verso que los hombres le dicen a la mujer de sus amores. En una clasificación más rigurosa, estos poemas llevan denominaciones de acuerdo con sus temáticas: “penas y desconsuelos; quejas y reproches; desprecio; indiferencia y despecho”. Generalmente la métrica es la copla octosílaba o hexasílaba. Por ejemplo: Qué será lo que relumbra / en la orilla de la mar / son los ojos de mi china / que se piensa embarcar: Rondas, canciones y juegos Forman parte del mundo de los niños en la calle, en el patio de la escuela, siempre y cuando haya un docente memorioso que quisiera trasladar esta memoria a los niños. Llegadas de España, fueron modificándose en América Latina, de acuerdo con la lengua propia de cada grupo étnico. Son de rima y métrica variada. En España se utiliza la palabra “corro”, además de “ronda”, que vincula la costumbre de la gente del pueblo para construir un cerco y hablar entre todos (la idea de espacio circular-ronda). Los juegos más conocidos de nuestra infancia se iniciaban con: Arroz con leche; Víbora, víbora de la mar; Saltar y brincar; Estaba la paloma blanca; Yo soy la viudita, entre tantas otras que sería bueno volver a recordar y jugar. También forma parte de este rubro “la poesía esdrújula” que por su ritmo forma parte de los juegos: La calle ánchica / de San Bernárdico ¡tiene una fuéntique / con doce cáñicos... Los cuentos mínimos y los cuentos de nunca acabar Son versos brevísimos que anuncian una historia, que termina de inmediato. Se inician, pero no tienen conclusión. Según el investigador Félix Coluccio, “están elaboradas así para pasar el rato tratando de poner a prueba la paciencia del destinatario”. Por ejemplo: “Éste es el cuento de la ardita / que si te lo cuento, se acaba ahorita” Los cuentos de nunca acabar son similares, pero se cortan para apelar al oyente, quien responde, y el narrador comienza el relato otra vez. Pueden ser rimados o estar en prosa: — ¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa? —Sí. —Yo no te digo que sí, sino si querés que te cuente el cuento de la buena pipa. — Contalo. —Yo no te digo contalo, sino si querés que te cuente el cuento de la buena pipa. …y así hasta el infinito. Para empezar y terminar un cuento Son fórmulas populares para iniciar o terminar un relato, producto de la tradición oral: “Había una vez” o “érase que se era” “Y colorín colorado / este cuento se ha terminado” La palabra oral contemporánea En las ciudades, se ha generado un grupo de folclore urbano, producido por las nuevas generaciones, que los chicos leen en revistas o libros y lo repiten en la escuela: los colmos, los tantanes, los chistes, las obritas de teatro (el diminutivo es por su brevedad) y las burlas, entre otros nuevos productos de la oralidad. No todos están dichos y escritos en verso. Los “colmos” conllevan un sentido humorístico que se inicia con una pregunta y lleva una respuesta implícita: ¿Cuál es el colmo de un médico? / Intentar curar el brazo de un río. Los “tantanes”, también llamados comparaciones o exageraciones, parten de un sustantivo, al que se le agrega un adjetivo precedido por el “tan”, que lo modifica en forma hiperbólica: Era un hombre tan pero tan petiso que siempre iba a los cuarteles para que le gritaran ¡alto! “Cómo se llama la obra”, también llamado “telones”, es un chiste breve, estructurado como obra de teatro, con primero, segundo y tercer acto, desde donde se enuncia el chiste con acciones que se repiten: Primer Acto: un hombre llama a una gansa. Segundo Acto: un hombre llama a una gansa. Tercer Acto: un hombre llama a una gansa. ¿Cómo se llama la obra? “Venganza” Los “chistes” presentan una variedad infinita de temáticas, tanto del campo como de la ciudad. Funcionan como burla o distracción. Su objetivo es hacer reír. Las “preguntitas”, también producto de las ciudades, se basan en una pregunta que el interlocutor puede o no responder. Aunque algunos estudiosos la vinculan con la adivinanza, se encuentra focalizada más cerca del “chiste”: ¿Qué le dijo el sifón al vaso? ¡Shhhhh...! Y si tienen ganas de ampliar este tema y otros referidos a la tradición oral, recomendamos el libro Canto rodado. La literatura oral de los chicos, de Carlos Silveyra, citado en la bibliografía. Pongamos a rodar este canto rodado. Bibliografía ANDRICAÍN, SERGIO; MARÍN DE SASA, FLORA; RODRÍGUEZ, ANTONIO ORLANDO. Naranja dulce, limón partido. San José de Costa Rica, Oficina Subregional de Educación de la Unesco, 1993. BECCO, HORACIO JORGE. Cancionero tradicional argentino. Recopilación. Estudio preliminar y bibliografía de J.H. Becco. Buenos Aires, Hachette, 1960. BRAVO VILLASANTE, CARMEN. Una dola tela Catola. El libro del folklore infantil. Valladolid, Editorial Miñón, 1976. CARRIZO, JESÚS MARÍA. Cancionero tradicional argentino. Seleccionado para uso de los niños. Buenos Aires, Ministerio de Educación - Consejo Nacional de Educación, 1949. COLUCCIO, FÉLIX y COLUCCIO, MARTA I. Folkclore infantil. Buenos Aires, Corregidor, 1996. ITZCOVICH, SUSANA (compiladora). Pisa pisuela color de ciruela. Poesía de tradición oral. Buenos Aires, Lugar Editorial, 2000. PELEGRÍN, ANA. Cada cual atienda a su juego. Madrid, Cincel, 1984. SHUA, ANA MARÍA. Como agua de manantial. Antología de la copla popular. Rosario, Ameghino Editora, 1998. SILVEYRA, CARLOS. Canto rodado. La literatura oral de los chicos. Buenos Aires, Alfaguara, 2000. Susana Itzcovich es Profesora en Letras (UNLP) y periodista profesional. Se ha dedicado a la investigación y crítica de la literatura infantil y juvenil. Ha participado en numerosos congresos, seminarios y jornadas a nivel nacional e internacional. Ha publicado la serie Cuentos sin palabras; también Veinte años no es nada. La literatura y la cultura para niños vista desde el periodismo. Actualmente dirige la colección “Relecturas”, de la que forma parte este libro, dedicada a la teoría de la literatura infantil. Es Presidenta de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina), sección nacional de IBBY, Ha recibido premios por su trayectoria y como periodista. Publicado en la revista “Punto de Partida” N°15, Año 2, Julio 2005. Buenos Aires, Editora del Sur. Como la vana música del grillo Acerca de la poesía para niños Elena Stapich El discurso de la literatura infantil, si en algo ha sido rico, es en materia de equívocos. Pensemos, por ejemplo, en los supuestos que han manejado los adultos, según los cuales la asimetría entre el emisor y el receptor debía ser necesariamente traducida en términos de enseñanza, ya sea de tipo moral o didáctica. Una mirada sobre la historia de la literatura infantil ha llevado a Luis Sánchez 14 Corral a esta reflexión: “(...) bien pudiera retrasarse la aparición de la auténtica literatura infantil hasta el siglo XIX, precisamente cuando se produce la transición desde la palabra didáctico- moral a la palabra lúdico-estética”. No obstante, promediando el siglo XX circuló ampliamente entre los niños argentinos una antología poética, de Biblioteca Billikent, en la que no se verifica aún esa transición: 350 poesías para niños. Dejando de lado las fábulas, género privilegiado dentro del recorte antológico, es posible encontrar gran cantidad de textos cuya intención moralizante, la mayoría de las veces, está explícita ya en el título: Amigos y libros, Consejo maternal, El ejemplo, Estudia, Haraganería, Humildad, A un impaciente, A un joven ocioso, Lección. Por otra parte, hay gran cantidad de textos dirigidos, como primer lector, al docente, al que se ofrecen como recurso didáctico para “ilustrar” un contenido escolar, o bien listos para ser desempolvados con motivo de alguna efemérides: La gota de agua, Saludo a América, Plantemos el árbol, La jura de la Bandera, A Cristóbal Colón, Los Granaderos, El Himno, ¡25 de Mayo! A Mitre, Ofrenda a la Patria, A San Martín, Sarmiento, etc. 14 Sánchez Corral, Luis. Literatura infantil y lenguaje literario. Barcelona, Paidos, 1995. Si ésta es la dominante en el criterio del antologista, ¿cuál sería la excepción que hoy consideraríamos como poesía para niños? Tal vez cuatro o cinco textos, donde el relieve de lo literario resalta por contraste con el resto del corpus seleccionado. Entre ellos: El lagarto está llorando, de Federico García Lorca; El sapito glo glo glo, de José Sebastián Tallon; Doña Primavera de Gabriela Mistral; Balada de Doña Rata, de Conrado Nalé Roxio. De la palabra didáctico-moral a la palabra lúdico-estética Acordamos con Terry Eagleton15 en que: “Se deja la definición de literatura a la forma en que alguien decide leer; no a la naturaleza de lo escrito”. Suscribimos también su idea de “una acepción de lo “literario” que en realidad es históricamente específica.” Por lo tanto, es pertinente la pregunta sobre por qué hoy leemos la poesía para niños de otro modo y qué es lo que ha ocurrido, históricamente para que esto sea así. Se podría responder, en primera instancia, con la idea de que la matriz desde la cual consideramos hoy a la literatura infantil es consecuencia del cambio de paradigma al que alude Sánchez Corral y que hemos mencionado anteriormente: de la palabra didáctico moral a la palabra lúdico-estética. Lo que parece evidente es que el tránsito de una a otra no se verifica en el siglo XIX sino en el XX, con posterioridad a la aparición de la antología que hemos relevado, que resulta emblemática en relación con cierta imagen de la infancia como sustancia a modelar y con la literatura infantil como discurso funcional a ese mandato. Podríamos fechar ese cambio de paradigma en los años ‘60. El niño, como lector al que se dirige el discurso de la literatura infantil y, más específicamente, de la poesía para niños, seguía siendo, a mediados del siglo XX, el mismo niño del que hablaban los pedagogos del siglo XVIII. En nuestro país, como se pudo constatar en nuestro sobrevuelo por 350 poesías para niños, nada había cambiado. Con algunas excepciones, como el ya mencionado José Sebastián Tallon, como Javier Villafañe, y algunos pocos casos más, se seguía escribiendo poesía didáctico-moralizante. En el mejor de los casos, en algunas publicaciones dedicadas a los docentes, como la revista La obra, era posible encontrar algunos textos elegidos entre la producción de la generación española del ‘27, o de autores que se asociaban a una supuesta “sencillez”, como Baldomero Fernández Moreno o José Pedroni. Con frecuencia, se elegían, con un criterio temático, aquellos poemas que abordan tópicos vinculados con la infancia y lo estudiantil. Hay cierta ingenuidad en la suposición de que ese recorte temático permitiría una identificación del lector con el yo lírico; en el gesto bienintencionado se pierde un dato: esa infancia, esa escuela no son las del lector, ya 15 l Eagleton, Terry. Una introducción a la teoría literaria. México, Fondo de Cultura Económica 1983. que están atravesadas por la visión nostálgica de un yo poético que no es quien las padece, sino quien las ha perdido, irreversiblemente. Antes y después de María Elena Walsh Este es el escenario en el que, en 1960, irrumpe María Elena Walsh con su primer libro para niños, Tutú Marambá. Ya es un lugar común señalar que el panorama de la literatura infantil en la Argentina encuentra en la obra de esta autora una bisagra que autoriza la escansión: antes y después de María Elena Walsh. Razones había para pensar que los niños no responden a la imagen dieciochesca de la tabla rasa en la que los adultos van escribiendo, en su lenta e inexorable tarea de colonización. Eso es lo que nos sugieren Freud, Piaget, Winnicott, Vigotsky, entre otros. Pero el discurso pedagogizante no termina de aprender esas lecciones. El niño se sigue escapando. Más aptas para capturarlo parecen las redes de la manifestación estética, de la palabra que juega. Las razones por las que los poemas de María Elena Walsh encuentran su lector en el niño empírico, concreto y real, y no en el niño idealizado de la pedagogía dieciochesca podrían encontrarse en esta cita de Alvarado y Guido16 Por su proximidad con el juego —función lúdica y función poética suelen considerarse sinónimos—, la poesía es un género al que los niños son particularmente afectos. Aprecian en ella las recurrencias diversas, particularmente de naturaleza fónica, que vuelven extraño el lenguaje, que no comunican sino pura intención de jugar. Las recurrencias sonoras de la poesía hacen cosquillas en las zonas más recónditas del cuerpo, donde reina el puro goce, confinado a esas profundidades por imperio del buen sentido de la educación va inculcando. El juego del significante golpea en ese rincón del cuerpo y “rapta” al niño, lo seduce sin remedio, como la melodía del vengativo flautista, y lo arrastra hacia un lugar donde todo es sin-sentido, juego porque sí, música vana. Este fragmento nos proporciona algunas claves para comprender de qué modo los textos de María Elena Walsh les hablan a sus lectores desde otro lugar. Una generación posterior retorna y profundiza el rumbo renovador de la poesía para niños: Laura Devetach, Silvia Schujer, María Cristina Ramos, Cecilia Pisos, entre otros, configuran un espacio en el que la poesía para niños no se entiende como una poesía menor. La producción de literatura infantil, a través de los autores mencionados y de otros más, tiende a convertirse en una práctica que está dejando de dirigirse a un lector subalterno, ese niño al que hay que enseñarle, explicarle cómo es el mundo, hablarle en un lenguaje simple para que entienda. En la medida en que se modifica la 16 Alvarado, Maite y Guido, Horacio (comp.). Incluso los niños. Apuntes para una estética de la infancia. Buenos Aires, La Marca, 1993. relación escritor/lector, en que se va viendo a la lectura como producción de significado, los textos prevén un proceso de recepción más complejo y la calidad estética que se le exige a la literatura infantil no es menor en relación con los requisitos exigidos a la literatura “a secas”. Pero la iniciación literaria de los niños se produce a través de mediaciones, entre las que ocupa el primer lugar la escuela. Los textos están, pero es necesario un mediador que los ponga a disposición de los lectores. Será él quien elija, dentro de la literatura infantil, lo que tenga verdadero espesor literario. También es posible elegir dentro de la poesía ‘a secas”, la que no ha sido escrita pensando en los niños, pero de la que ellos pueden apropiarse. ¿Qué se necesita para realizar esta mediación? Para empezar a hablar, se necesita ser un lector. Frecuentemente, los maestros y bibliotecarios no lo son. Tampoco se trata de una condición irreversible. Es posible devenir lector. Si se opta por este camino, también es posible convertirse en un flautista que, haciendo pito catalán a los bienintencionados textos de la poesía pedagógica y moralizante, arrastre tras de sí a los niños, al compás de su música, vana como la vana música del grillo. Para contar al hermanito Bajó un pájaro rojo, una chispa en cada ojo. Pájaro rojo, tan verde, que entre las hojas se pierde. Un pajarito amarillo, redondo como un ovillo, y que parecía azul, cuadrado como un baúl. Este pájaro morado, si no morado, dorado, que era tan blanco, tan blanco, coliblanco, pechiblanco, todo de color café, bajó, se voló y se fue. Enrique Banchsh Caballito Caballito sin crines, Caballito de mar, dime si los delfines, pueden volar. Dime si dan granadas Los huertos de coral; Dime si donde nadas Dulce es la sal Dime si donde habitas habita el colibrí, dime si hay sirenitas de ajonjolí. Caballito juguete, Caballito arlequín, ¿por qué vas sin jinete, soliandarín? Mirta Aguirre Elena Stapich es maestra, Profesora en Letras y Magister en Letras Hispánicas. Ha trabajado en escuela básica, enseñanza media y terciaria Dicta Didáctica Especia/y Práctica de la Enseñanza (para el Profesorado en Letras) y Literatura Infantil y Juvenil (en la carrera de Bibliotecario Escolar) en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Coordinó el grupo de extensión Jitanjáfora (1999-2005) que se convirtió en 2006 en Jitanjáfora, Redes Sociales para la Promoción de la Lectura y la Escritura (Asoc. Civil), en la que preside la comisión directiva. Ha publicado los libros Con ton y con son, La lengua na terna en la educación inicial; La alfabetización expandida; Navegación por la palabra, sobre las prácticas de lectura y escritura en la escuela (en colaboración con la Dra. Aymará de Llano) y Proyectos didácticos, Preguntar, indagar; aprender, en colaboración con Fa Prof. Alicia González Lemmi. Recibió el premio de la Fundación Toledo, edición 2005, por su actividad cultural en el área de la literatura infantil. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 21, Año 3, Marzo 2006. Buenos Aires, Editora del Sur. Leer con el cuerpo Claudia Sangretin Pensar los libros para los más pequeños significa interrogarnos sobre un objeto especial, cuya materialidad desbordada y desbordante es portadora de un tipo particular de espesor de significados o profundidad de lectura. Estos objetos nos colocan frente a la necesidad de repensar ciertas categorías como las de texto e imagen, adentro y afuera, forma y contenido, forma y función, texto y paratexto, entre otras, puesto que en estos materiales se presentan conjugadas bajo la forma de un “estallido significante” cuya riqueza es actualizada en la operación de lectura y manipulación. Haremos referencia aquí a dos aspectos relevantes vinculados con los libros para los más pequeños: a) su materialidad significante (es decir, todos aquellos elementos materiales y formales que son portadores de significados). b) las operaciones de lectura con las cuales esta materialidad interactúa, características de la etapa evolutiva del niño. Ambos aspectos son inseparables pues toda vez que decimos libro-objeto, comprometemos el par lectura- manipulación. Un estallido significante Una de las constantes de los libros para los más chicos (de 0 a 5 años) es que constituyen objetos sinestésicos: el relato o la descripción aparecen sostenidos desde una sinergia de estímulos sensoriales, ya sean visuales (colores, formas, texturas simuladas, valores cromáticos, brillos, tamaños, orientaciones en la superficie de la página), táctiles (texturas, materiales especiales como goma, tela, cartoné, etc.), auditivos (cascabeles, pitos, y todas las variantes del “sonajero”), olfativos (inclusión de fragancias en los materiales), ergonómicos (troquelados que posibilitan la inclusión de “ventanas”, cajas para guardar, abrojos y piezas que se desprenden y/o despliegan, entre innumerables posibilidades). En El supermercado17, un libro-objeto con función didáctica, se recrean las tres dimensiones del espacio mediante el plegado y desplegado de las páginas de cartón, facilitando la reconstrucción de las diferentes secciones de un supermercado, la apertura de puertas de heladera construidas con un papel translúcido que deja entrever el tipo de mercadería que se conserva en su interior y, mediante el mismo subterfugio, el contenido de los mostradores exhibidores. Este recurso permite a los pequeños lectores/manipuladores leer y reconocer el espacio, pero también habitarlo. En El tiempo que tardó Tomás18 se narra precisamente el tiempo que demoró un chico muy travieso para pintar de color rojo la sala de su casa a partir del momento en que encontró un tarro de pintura. La temporalidad cronológica (el narrador afirma que tardó exactamente 3 horas) que remite al sistema convencional de la hora (sistema de la lengua mediante) está reforzada desde otro sistema, el del color, que va apropiándose de forma creciente de la superficie de cada página. El juego del color (que el niño está leyendo en cada página) le confirma visualmente la historia que un lector adulto quizá le esté verbalizando. El color funcionará como un índice temporal 17 18 Lodge, Jo. El Supermercado, Madrid, Bruño, 2000. Sharrat, Nick yTucker, Stephen. El tiempo que tardó Tomás. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1998. para reconstruir(se) la historia cuando el niño no alfabetizado emprenda una nueva lectura autónoma. Las velas malditas19 nos anticipa que cumplir años no es cosa fácil y Lulú, que cumple 7 años, casi ve estropeado su cumpleaños por unas velas malditas que se resisten a apagarse. Hay que soplar con fuerza, insistir, pedir ayuda a los invitados, a los vecinos y a los muchachos del club. Y con el soplido colectivo, el viento expulsa torta, frutillas y velitas afuera de la caja de diagramación hiperbolizando la acción narrada. En este caso, la caja, elemento ordenador de la puesta en página, funciona como el índice del desorden que se apoderó del cumpleaños de Lulú, precisamente por la posibilidad de su transgresión formal. En Cómo reconocer a un monstruo,20 la sinécdoque visual (figura retorica que consiste en la representación del todo por medio de las partes) y la comparación lingüísticovisual posibilitan aproximaciones novedosas, enigmáticas y parciales a lo que en el final se definirá como un monstruo. 19 Montes, Graciela. Las velas malditas. Buenos Aires, Alfaguara, 1994. 20 Roldán, Gustavo. Cómo reconocer a un monstruo. Buenos Aires, A-Z Editora, 2004. La escritura caligramática que viene y va por la superficie de la página en Lombriz que va, lombriz que viene21 nos recuerda que así como la imagen es un texto para ser leído, un texto lingüístico también es una imagen. Aquí la escritura juega a decir con el cuerpo significante lo que dice con el significado, sin olvidar la pauta cultural de lectura en Occidente: de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. Si los exploramos detenidamente, constataremos que estos libros presentan en su construcción un trabajo de codificación múltiple que incorpora una variedad de subsistemas expresivos que les otorgan un valor estético y fundamentalmente semiótico: introducen al niño lector en el universo de los signos (lingüísticos, ideogramáticos, icónicos) y por ende, en el mundo de la representación. Los recursos que hemos descripto pueden ser funcionales a un libro objeto con intencionalidad didáctica (enseñar conceptos y relaciones: formas, colores, oficios, entre muchas otras posibilidades) o con intencionalidad poética y, especialmente en este último caso, los códigos paralelos valen tanto por lo que confirman respecto del texto lingüístico como por la polisemia o el desplazamiento que instalan. En este sentido, sospechamos de las prescripciones, especialmente de las que declaran que los libros para los más pequeños deben tener ilustraciones claras, dibujo simple, historias sin complicaciones. Prescripciones que provienen de (y conducen a) imágenes puerilizadas (en el sentido más pueril de la expresión) de los niños. 21 Devetach, Laura e Hilb, Nora. Lombriz que va, lombriz que viene. Buenos Aires, Sudamericana, 1996. Pequeños lectores, grandes lecturas La lectura constituye la interfase entre el pequeño lector y nuestro libro-objeto. ¿Cómo imaginamos la operación de lectura que pueda dar cuenta de este estallido significante, en primer lugar; y del descubrimiento (en algún momento de la evolución lectora) de que las imágenes, los sonidos, los olores y las texturas dicen lo mismo que (o entran en algún tipo de relación con) las palabras que le lee en voz alta la mamá antes de dormir y completan su sentido? Esta primera lectura podría pensarse mediante una analogía con la lectura hipertextual e hipermedial de la navegación en Internet. Una de sus características es la organización en red, que rechaza la linealidad y la jerarquización de recorridos, habilita los múltiples trayectos que el lector desee o pueda establecer y cambia la idea tradicional de lectura para transformar al lector-productor en artífice de variados itinerarios. Esta característica se hace presente en la lectura del libro-objeto potenciada por la exuberancia de sistemas de signos que éste manifiesta. Otra característica que abona la analogía es la noción de interactividad que no es —como a veces se sostiene— una propiedad de los medios electrónicos o de los medios en general, sino una propiedad de las textualidades que son soportadas (con diferentes grados de tolerancia) por dichos medios y que es actualizada cooperativamente en la operación de lectura/manipulación, es decir en la interacción. ¿Cuánta inter-acción y de qué tipo pone a disposición de las competencias de los más pequeños el libro-objeto? ¿Cuáles son las competencias que el libro-objeto contribuye a desarrollar y demanda? Se trata de una competencia semiótica en sentido amplio que abarca una multiplicidad de lenguajes que responden a reglas organizativas propias, pero que pueden actuar interrelacionados. Se trata de competencias para relacionar, poner en red, recuperar, conectar, interpretar, asociar, organizar, tomar el control y tender puentes dentro de una organización textual que puede imbricar múltiples lenguajes. ¿Qué hace el niño cuando en silencio o acompañado por balbuceos manipula estos objetos? ¿Por dónde comienza la lectura/exploración? ¿Qué elementos capturan (y cuáles mantienen) su atención? ¿Qué reacción emocional manifiesta? ¿Cómo maniobra el libro? ¿Qué elemento puntual señala o qué continuidad narrativa acompaña con el deslizamiento de su índice? El pequeño lector hojea y ojea, toca, huele, muerde, invierte, pliega, chupa, escucha; va y viene por la superficie y el volumen de las páginas. Lectura con los ojos, las manos, los oídos, la lengua y la nariz... Lectura con el cuerpo. Y en estas operaciones y a partir de la actividad exploratoria motriz y cognoscitiva y de la libertad combinatoria y asociativa, los pequeños lectores pueden armar variadas redes semánticas internas, diversas formas de recuperación, conexión e interrelación, ir y venir por la información de acuerdo con el propio ritmo y poner en juego aspectos no totalmente previsibles y nuevas cadenas asociativas. En los libros para los más pequeños la noción de texto desborda lo verbal: las imágenes, los colores, los tamaños, la ocupación del espacio y los juegos tipográficos que el niño aún no puede leer alfabéticamente le hablan de todos modos. Una imagen puede ser una descripción completa o un núcleo narrativo de una secuencia si puede establecer esa relación y, sea como fuere que el pequeño la interprete, sea cual fuere su hipótesis o renarración de lo que en esa página está sucediendo, el niño está leyendo. Y a la inversa, también Julieta leía cuando a los cuatro años señalaba el isotipo de las marcas de las remeras, camperas y pulóveres que los miembros de su familia vestían y, orgullosa y con una clara vocación referencial, afirmaba: “Ahí dice abuelo Miguel”, “Ahí dice tía Claudia”, “Ahí dice mamá”. El “AAAH!!!” con el que la mamá de Tomás explota al ver la sala pintada de rojo es unívoca manifestación de sorpresa y enojo por su enfática expresión visual antes que por la sonoridad que evoca la interjección. Por último, en los libros para los más pequeños la noción de lectura desborda lo cognitivo y lo imaginario, internándose en los territorios del cuerpo porque “Es desde el cuerpo que nace el misterio y el deseo de descifrarlo. El libro promete o no promete goces, despierta o no sospechas, esperanzas, lanza sus anzuelos desde la tapa, desde su peso, su forma, sus colores, sus dibujos”. Y para averiguar lo que el libro promete, para escudriñar lo que allí se esconde, es necesario que el niño abra la tapa y cruce una frontera que en el libro-obeto se vincula también (y sobre todo) con condiciones de manipulación material. Se trata de una negociación cuerpo a cuerpo, en la que el libro objeto se entrega de cuerpo entero sólo cuando encuentra un cuerpo/lector competente que sepa abrir la puerta para ir a jugar. Claudia Marcela Segretin es Profesora en Letras, especializada en Gestión de la Producción Editorial. Docente en ESB y en las cátedras Taller de Texto y Semiótica de la Universidad CAECE (Sede Mar del Plata) y Medios Editoriales del ISFD N° 19, de Mar el Plata. Ha publicado artículos y coordinado talleres referidos a las competencias lectoras, el abordaje semiótico del libro infantil, la lectura, la escritura y las estrategias didácticas, las colecciones y el diseño artesanal de libros infantiles. Es co-autora de El piolín y los nudos. Textos, tejidos y tramas en el taller de lectura y escritura (Estanislao Balder, 2004) y co-autora y coordinadora editorial de El rompecabezas de la lectura. Sobre inclusiones, exclusiones e incursiones (2006). Integra JITANJÁFORA—Redes Sociales para la Promoción de la Lectura y la Escritura (Asoc. Civil) desde 1999. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 16, Año 2, Agosto 2005. Buenos Aires, Editora del Sur. Ni borrón ni cuenta nueva Una mirada sobre la literatura infantil y juvenil Argentina relacionada con la dictadura Mariano Medina Hace unos días me contaron que se incendió la biblioteca de Bush. Los daños fueron totales: ninguno de los dos libros que había en ella se salvaron. Aparentemente el mandatario quedó muy afligido, porque a uno no lo había terminado de colorear. Este chiste, me dicen, circulaba en Estados Unidos días antes de que se bombardeara Bagdad. Bagdad tenía una biblioteca con numerosos manuscritos medioevales, y conservaba miles de tablillas de arcilla con mensajes sin descifrar. Es increíble la elección de elementos que realiza el humor para concretar sus giros. Parece que reír también es una batalla dolorosa: duele sostener esa lucidez que denuncia a la vez que devela y exalta. “¿Porqué se ríe la sandía cuando la están asesinando?”, preguntaba Neruda22. Y la respuesta se hace esperar, porque contestar con poesía es mucho más difícil que preguntar con poesía. Aunque la interrogación ya encierra, en el misterio de su 22 Neruda, Pablo. El libro de las preguntas. Buenos Aires, Losada, 1974. respuesta, una metáfora. Supone una contestación a la altura de las circunstancias. El humor: ese estallido que nos da crédito para sobrevivir. La literatura para niños ha sido también víctima de los atropellos, aunque en una escala insignificante si se piensa en la Biblioteca de Bagdad. Más aún, si hablamos de vidas. En Argentina, mutilada por casi una década, aprovechó la reapertura democrática de 1983 para tomar un impulso que no había tenido antes. Pero no surgió de la nada, ni fue obra y gracia de ningún escrutinio. Los escritores de calidad no crecieron como honguitos tras una lluvia de votos: estaban siendo. Existía una actividad y una reflexión previas. Y existía una preocupación sostenida para que la literatura infantil tomara su lugar como Literatura. En este posicionamiento tuvieron que ver los maestros que adhirieron a la Escuela Nueva y bregaban desde la década del ‘50 por una educación integral. La conciencia del lugar que de hecho empezaba a ocupar, generó la necesidad de construir una historia. Investigadores latinoamericanos comenzaron a releer sus obras nacionales enmarcándolas en los contextos históricos y sociales donde se generaron. Se alistaron nombres, se anotaron fechas. Fundamentalmente en los ‘80, se escribieron diversos artículos y una decena de libros con “panoramas”. Así la letra de molde describió un circuito, legitimó una práctica y oficializó gestores. Estos trabajos terminaron constituyéndose en una especie de “historia oficial”. Los panoramas en cuestión, generalmente no incluyen ciertas prácticas culturales alternativas, absolutamente relacionadas con la época y la tecnología, como son los casos que veremos a continuación. Prácticas de las que hay escasos registros o ninguno, y que también permitieron que la literatura infantil creciera y se despegara del discurso escolarizado. Muy específicamente me detendré en Córdoba, y en los modos y actores de un proceso histórico enmarcado por dos de las dictaduras militares que gobernaron Argentina: una entre 1966 y 1973 y otra, la más sangrienta, entre 1976 y 1983. Laura Devetach: una protagonista imprescindible En esta porción de la red que me toca entramar, y desde comienzos de los ‘60, resalta como figura paradigmática Laura Devetach. En la evolución de las historias y la diversidad de temas y lenguajes que fueron experimentados en los ‘60 y los ‘70, están muchas de las raíces de los hallazgos concretados en lo que se llamó “boom de la literatura infantil argentina” sucedido en los ‘80 tras la reapertura de la democracia. Empecemos por la autora anunciada, Laura Devetach, y el caso de su libro La Torre de Cubos. Archisabido es que, junto a un elefante ocupa mucho espacio23, de Elsa Bornemann, fue uno de los libros prohibidos por la dictadura, por “graves falencias tales como simbología confusa”, “objetivos no adecuados al hecho estético” e “ilimitada 23 Bornemann, Elsa. Un elefante ocupa mucho espacio. Buenos Aires, Fausto, 1976 fantasía”24. Antes de la dictadura, el libro había sido duramente castigado por la crítica psicologista que desconfiaba de los cuentos con “problemas sociales”, a la vez que ponderaba la serie televisiva “Tom y Jerry”, porque sus personajes sí protagonizaban los deseos infantiles25. Hoy podemos considerar, tanto a La Torre de Cubos como al Monigote en la Arena, premiado por Casa de las Américas en su primera convocatoria de literatura infantil (1975), como clásicos de la literatura infantil y juvenil latinoamericana. Se ha señalado que La Torre “inauguró un nuevo lenguaje en el cuento para niños” y una temática que anunciaba “un compromiso consigo misma y con el lector”26, una “voz literaria original particularmente próxima a la cotidianeidad estrictamente infantil”27. Pero no quiero volver sobre estos datos, que ya son conocidos, sino señalar lo siguiente: en los Panoramas Históricos de la Literatura Argentina y Latinoamericana, La Torre de Cubos suele figurar como de 1973, fecha que corresponde a su impresión capitalina28. Sin embargo, el libro había sido editado en Córdoba en 196629, y dos años antes había sido premiado por el Fondo Nacional de las Artes. En forma independiente, los cuentos que integran ese volumen, no sólo habían sido escritos entre finales de los ‘50 y principios de los ‘60, y galardonados en varios concursos realizados justamente por instituciones que proponían la Escuela Nueva, sino que circulaban en copias por varios establecimientos educativos. O sea: tenían una vida pública amplia y cotidiana. La distancia entre 1960 y 1973 hoy puede parecernos irrisoria, pero no lo es si comparamos los discursos utilizados en la mayoría de los libros para niños anteriores a los ‘60. Ubicar fuera de período ciertas obras, nos impide dimensionar correctamente la magnitud de su propuesta. Esta “historia oficial” pone, por ejemplo a Devetach, más dentro de la consolidación de la literatura infantil y juvenil argentina de los ‘80, que en su misma gestación. Varios informes afirman que nuestra literatura infantil adquiere características especiales tras la apertura democrática. Entre ellos, en el elaborado por Pardo Belgrano y Gallelli se lee: La democratización tiende a eliminar las actitudes autoritarias, opresoras y represivas. Se insiste en el respeto de los derechos humanos, el destierro de la violencia, el intercambio armónico y comprensivo más allá de las diferencias ideológicas. Una sociedad dispuesta a rectificar el camino necesita la creación de nuevas relaciones, más participativas y dinámicas, y hombres y mujeres sin miedos, con juicio crítico e imaginación creadora. [...j La libertad de expresión y 24 25 26 Ministerio de Educación, Resolución n° 480. 25 de mayo de 1979. Revista “Los Libros” No 6. Buenos Aires, 1969. Citada por M. A. Diaz Rönner. Itzcovich, Susana. Veinte años no es nada. La literatura y la cultura para niños vista desde el periodismo. Colección Nuevos Caminos. Buenos Aires, Colihue, 1995. 27 Diaz Rönner, María Adelia. Señales críticas de la crítica. 6° Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil, Literatura, medios y mediadores”. Córdoba, CEDl * LIJ, 1999. 28 Devetach, Laura. La Torre de Cubos. Buenos Aires, Editorial Huemul. Reeditado en 1975. 29 Devetach, Laura. La Torre de Cubos. Córdoba, Eudecor, 1966. la ampliación de los espacios culturales pone de manifiesto, en el campo de la literatura infantil, distintas concepciones sobre la sociedad, la educación y, especialmente, sobre el niño y su papel en el mundo actual. Qué curioso, pienso: las características centrales que expresa el párrafo que cito, son similares a las que promovían el pensamiento y la acción en los ‘60. Pero no hay mención alguna en el texto, como si desconociera tal relación. En los ‘60 incluso, se iba más lejos en la intención. En palabras de Perla Suez, existía el deseo y la posibilidad cierta de un Hombre Nuevo, en el ejemplo del Che: “El Hombre Nuevo debía ser un hombre creativo. Había que prepararse, capacitarse constantemente. Había que ser creativo para demostrar que todos podíamos ser creativos”30. Lo que sí es notable en dicho boom, es la diversificación de temas y formas que se extendió hasta comienzos de los ´90. La literatura infantil también tuvo un lugar en la Universidad Nacional de Córdoba, aunque no legitimada como materia. María Luisa Cresta de Leguizamón, a cargo de la Cátedra de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras desde 1956, fue convirtiendo la misma en una vía de relación y estímulo hacia este campo. Realizó diversos cursos y promovió desde la Secretaría de Extensión Universitaria, una serie de Seminarios-Taller de Literatura Infantojuvenil que se extendieron entre 1969 y 1972. Se ha reconocido a estos seminarios como hitos en la historia de la literatura infantil argentina. Y se ha dicho que constituyeron el eje motivador de muchas confrontaciones e intercambios de experiencias y estudios realizados en todo el país. María Adelia Díaz Rönner explicó: Hacia mediados de los 60 la literatura infantil todavía estaba vulnerable, autogestándose, trazando sus fronteras. Aún no se habían producido los cruces disciplinarios, no se percibía la solidez de un aparato cultural y literario infantil deliberado, desautonomizado de la gran cultura [...] (los seminarios de Córdoba) permitían inéditas articulaciones productivas gracias a un movimiento interesante de lecturas teóricas que abrieron concepciones francamente subvertidoras. [...] (fue) una importante época de aprendizaje inmersa en la práctica lectora y en la invención literaria. En estos Seminarios, Laura Devetach tiene una participación destacada, según recuerdan los asistentes y puede verificarse en las ponencias rescatadas en el libro “Oficio de Palabrera”31. Esta historia que se escribe día a día 30 Las citas sin referencia bibliográfica pertenecen a entrevistas realizadas en la investigación. 31 Devetach, Laura. Oficio de palabrera. Buenos Aires, Colihue, 1996. Decía antes que una falencia de los panoramas, es que generalmente no incluyen las prácticas culturales alternativas que permitieron que la literatura infantil se despegara del discurso escolar. Quiero referirme con esto, a que no es exclusivamente a través de la obra escrita y pensada para libro que se hizo esta historia. Sobre todo porque hablamos de un período efervescente, donde las inquietudes eran muy amplias, y el trabajo interdisciplinario, esencial en la preparación festiva de un mundo nuevo y posible. Entre los que trabajaban en el terreno de la cultura era importante la certeza de que, si no con todos, con la mayoría de los mortales es posible trabajar juntos a pesar de las diferencias. Aprender a estar de acuerdo. Tal vez por eso uno de los paradigmas de la época, en lo teatral, sea el surgimiento de la Creación Colectiva. Echar una mirada sobre los temas-ejes de los mencionados Seminarios, nos mostrará la importancia que tenían la interdisciplina y muy especialmente los medios de comunicación, que en plena expansión, daban la sensación de estar ya viviendo en el futuro: la relación de la LIJ con la familia y la sociedad, con la psicología, el cine, la radio, la televisión, las revistas, las historietas, el teatro, los títeres y la música. La creación no era sólo el producto de los deseos personales y de un oficio, sino mucho más: era el campo de experimentación y de respuesta a interrogantes estéticos y sociales inmediatos. Los que defendían el derecho a la palabra distinta, no separaban obra de actitud, vida de literatura: todo debía ser enriquecido y desescolarizado. Antes de 1976, la joven Laura Devetach ya había incursionado en todos los niveles educativos y en medios tan distintos como la escuela rural y la universidad. Y había trabajado en teatro, en radio y en televisión con notable éxito. Su labor, enredada por azar o planificación a la de los demás —niños incluidos—, nos permite ver una increíble telaraña de invisible fortaleza, generada para la misma época que María Elena Walsh hacía lo suyo desde Buenos Aires. Las obras de ambas, con distinta vertiente pero coincidentes en el concepto de libertad al que aspiran y el respeto por el niño como destinatario- protagonista, alimentan los programas radiales y televisivos de una joven conductora y cantante conocida como “Canela”32. La televisión, la radio, el teatro, los actores, los títeres, los discos... Canela ingresa a los medios cuando la Universidad inaugura su canal televisivo y las locutoras profesionales, ya maduras, no se deciden a reunir voz con rostro. No era tema menor: consideremos que no era común todavía tener un televisor en el hogar. Con simpatía, sentido común e inteligencia, Canela consigue en muy poco tiempo cautivar a la platea infantil, haciendo un programa ágil a la vez que rico en alternativas y propuestas: “Hola Canela”, que se emitirá entre 1963 y 1966, llegando a 32 Gigliola Z. de Duhalde, “canela”. Nacida en Italia en 1942 y llega al país con 4 años de edad. Inicialmente animadora y cantante, se desarrollará como periodista, escritora y editora. tener frecuencia diaria33. En los programas alternaba canciones con bloques informativos, juegos y concursos para realizar actividades comunitarias, artísticas y de vida en la naturaleza. Al menos una vez a la semana, el programa estaba destinado a la narración y representación de cuentos. Paralelamente, en la radio, realiza el programa “Historias de Canela34. En su último año, los libretos y canciones son escritos especialmente por Laura Devetach35. De este período es, por ejemplo, El ratón que quería comerse la luna36, uno de los libros más vendidos de la colección a la que pertenece. En el ‘66, este cuento y algunas canciones fueron editadas en discos simples. Canela dice, ejerciendo memoria: “yo admiraba en Laura la capacidad de traspasar todos los clisés y meterse en la esencia de las cosas. Eso estaba en sus guiones, que trataban el racismo, la desigualdad, el desamor, ¡los grandes temas! A través de historias leves, que parecen como transparentes...”. En 1972 y 1973, Devetach encararía su propio proyecto televisivo, “Pipirrulines”37 “Pipirrulines” eran “estos que parecen dedos”. Que si los ponemos de cierta manera (entrelazándolos, moviéndolos de diferentes formas frente a los ojos) nos permiten... “ver’ Como apertura, a través de estos “Pipirrulines” el equipo de actores y títeres entraba a escena, y se maquillaba frente a la cámara. Esta manera de entrar en la ficción, obedecía a la idea de reconocer las posibilidades imaginativas sin desprenderse del entorno cotidiano, que es leiv motiv de algunas de sus obras más representativas: La Torre de Cubos, Picaflores de cola roja, Bichoscopio38, El Brujo de los tubitos. Todo haciendo uso de una poesía y un humor vestidos de juegos verbales, pero no de disparate. En Córdoba fue el primer trabajo de títeres montado sin retablo, donde los títeres-personajes compartían cartel con los actores: el perro Martinsul, el oso que a veces era panadero y a veces periodista, y satirizaba con su “Reporter Osso” al reporte emitido por la empresa Esso; un chanchito cumplidor desde el mandato mismo de su madre, que le había puesto por nombre “Lunes”, por ser el primer día de la semana. Los títeres eran alumnos de la escuela de la señorita Onorinda. En ese y en otros ámbitos cotidianos (la calle, el almacén) sucedían las historias. Como aquella vez que el Mufadrilo, un yacaré rezongón, se ofreció en la escuela como material didáctico. 33 34 35 Los últimos años sería en el Canal 12 de Córdoba. Devetach componía junto al músico Horacio Vaggione. Con la responsabilidad de la puesta y la imagen, conformaba el equipo quien poco después se convertiría en leyenda: el actor-arquitecto Jorge Boníno, 36 Devetach, Laura. El ratón que quería comerse la luna. Colección Los Caminadores, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997. 37 Canal 10 de la Universidad Nacional. Premio Martin Fierro 1972. En el equipo estuvieron, entre otros, Alberto Cebreiro, Horacio Acosta, Mary Blunno, Paco Giménez, Graciela Mengarelli, Perla Suez, Nora Zaga, Delia Caffieri y Cacho Rud. 38 Obra de teatro realizada con Claudina y Alberto Gambino, que inauguré la modalidad de vender funciones a las escuelas. Premios “Teatro” del Diario Córdoba (1970) y “Argentares” a la Mejor Obra en su género (1970/71). En 1972, Devetach ya estaba considerada como una de las más importantes creadoras en materia de espectáculos infantiles del medio. Su grupo reconocía: la búsqueda constante de un lenguaje y elementos propios, que nos comuniquen con el niño y puedan enriquecer su realidad cotidiana, partiendo de un profundo respeto por sus intereses, sus sentimientos y sus potencialidades de descubrirse a sí mismo, y a lo realidad que lo circunda, para que en ejercicio de su libertad tienda necesariamente a un profundo cambio del mundo que el adulto le ha impuesto hasta el presente. Para ello desechamos la magia, el suspenso gratuito y asustante, la incitación a participar forzadamente con intención efectista, la fantasía represora, evasiva y condicionante, lo payasesco, lo ñoño, y todo aquello que atente contra su libertad. Buscamos comunicación directa y profunda, mostrando una serie de mecanismos y conductas de una realidad castrante, contrapuestas con actitudes vitales que tienen como objetivo el logro de una sociedad libre39. Buscando nuevos caminos e imágenes autóctonas para el universo creativo, Devetach era determinante: ...a los grandes, generalmente llamados adultos, les recordamos que el gusto y las aficiones de los chicos parecen responder con bastante exactitud al clima general de tensión en que se vive, y que “lobos feroces”, “hadas buenas” y “brujas horripilantes” son figuras caducas.40 Asomándose hasta que se pueda Comenzada la dictadura, en 1977, un nuevo programa televisivo para niños sale al aire. Se trata de “Asomados y escondidos”41, que con libretos y actuación de los titiriteros Carlos Martínez y Silvina Reinaudi42, se convertirá en una bisagra histórica, una pulseada entre lo que era y no era posible decir. Reinaudi había trabajado para el programa de Devetach: “en Pipirrulines —reflexiona— había una relación muy democrática entre los adultos que eran los actores y los muñecos. Yo veo que después, de alguna manera, yo repito eso como autora”. “Asomados y escondidos” proponía la convivencia y el diálogo entre el títere y su titiritero, ambos personajes. Era una serie de ficción con capítulos unitarios, cuyos personajes a su vez representaban historias. Uno de ellos fue el Perrito Rito, personaje de los más representativos de la titiritería argentina. Rito es un rebelde cascarrabias, que en el programa debatía con Gusanito, y Entrevista al Grupo Pipirrulines. “La Voz del Interior”, 23 de septiembre de 973, Córdoba. Revista “Síntesis” de los SRT No 1. UNC, agosto 1972, Córdoba. 41 “Asomados y escondidos” se trasmitió los viernes por la tarde en el Canal LO, (le III Universidad Nacional de Córdoba. 42 Silvina Reinaudi nació en Río Cuarto, Córdoba, en 1942. Titiritero; autora para retablo, teatro. Guionista de TV, docente, cuentista. Colaboradora de “Billiketn”, 39 40 se resistía a cumplir, entre otras reglas, las dispuestas por Circunspecto Almidón, un obsesivo director de escuela. Otro personaje de importancia era La Pulga. La Pulga era extranjera, hablaba un idioma distinto al de los demás: “iPloquiti pliquiti, ploquiti pluquiti!” El equipo grababa siempre bajo la mirada atenta de una persona del estudio sin rol específico, que una vez les increpó: “Ustedes son medio subversivos.., como Quino”. ¿Por qué?, le preguntaron. “Porque el tipo que dice que el mejor auto para un ser humano es un Citröen, es un subversivo”. Y luego armaba la discusión, porque él decía que la pulga era alemana, y Carlos Martínez que era rusa. “¡Era una cosa totalmente loca!... —recuerda Reinaudi, estremecida— ...el tipo estaba encantado con nosotros, con los títeres, pero aparte era oficial de inteligencia. Evidentemente nos estaba perdonando la vida”. Tampoco en esta propuesta había participación de niños. Reinaudi tiene una postura tomada al respecto: “a mí me resulta feo —dice— ver niños en un espectáculo, haciendo de ellos mismos. Y los adultos haciendo de niños, me resulta peor. En general, son programas donde se los manipula. En “Asomados y escondidos” nuestro mensaje era clarísimo: no vamos a mostrar sus cartas, no los vamos a nombrar, no hay premios, no van a figurar. Pero si quieren, escríbannos, porque queremos saber quiénes son”. Y la correspondencia fue tal, que Rito tuvo que buscar una secretaria para contestarlas. Estos tres programas fueron respetuosos del televidente, tuviera la edad que tuviera. Consideraron un receptor-protagonista sin menospreciar ni su intelecto ni su sensibilidad, sin incitar a una participación compulsiva ni interesada. Y además, fueron originales y exitosos. ¿Por qué, entonces, se levantaron de la programación? La pregunta es necesaria. Y las respuestas son distintas para cada caso. Canela se casa con una persona que vive capital federal donde se traslada. “Pipirrulines” sale sin esponsor ni publicidad interna, motivado por un Canal que más tarde cambiaría de política al respecto y exigiría que incluyan, dentro mismo de sus bloques promoción de productos. Hecho al que los realizadores se niegan. Ya las calles de Córdoba estaban atestándose de vendedores ambulantes, mano de obra barata que canalizaba la compra compulsiva de ciertos juguetes “totalmente televisados”, según rezaba el pregón de alguno. Del programa, justamente, había salido un personaje que daba una poética respuesta al mercantilismo creciente: El Palolisero, que a diferencia de los otros vendedores, ofrecía palos lisos, juguetes sin botones que podía fabricar él mismo. El caso de “Asomados y escondidos” es distinto. Se estaba por celebrar el Mundial de Fútbol de 1978, y el Estado de Facto impulsó una serie de campañas destinadas a preparar el país para la visita masiva de extranjeros. Al programa llegó la orden de incorporar una serie de escenas tendientes a promover el buen comportamiento de los ciudadanos y a cuidar la imagen. Los titiriteros acataron estas órdenes, pero en solfa. “Pinte bien las paredes, tenga bien el frente de su casa para que cuando vengan los extranjeros digan que somos limpios”, clamaban los muñecos mientras llenaban el frente de sus casas de grafittis, porque era como les gustaban. Pero a una de las consignas enviadas no respondieron de ningún modo: la de denunciar a los “raros”. La tensión fue creciendo hasta que el ciclo fue sacado de programación, coincidentemente con el secuestro de un reconocido periodista, hermano de Reinaudi. De estos programas, no hay registros fílmicos. En los primeros casos porque se emitían en vivo cuando los canales trabajaban, incluso, con una sola cámara. En el último caso, porque durante el régimen, el Canal no conservó las cintas en sus archivos. Las cintas de la memoria Quisiera abordar, por último, algo que pienso estrechamente ligado a esta concepción de un mundo donde no hubiera excluidos ni marginados, donde se oyera la voz de todos. Me refiero a la escritura de los niños, destinatarios de la literatura de la que nos ocupamos. Tema discutido si los hay. No es mi intención establecer la polémica aquí, sino simplemente plantear que también hubo movilización al respecto. A principios de los ‘60, trabajando en el Instituto Córdoba, Devetach desarrolló, dentro de un programa escolar oculto, un método de trabajo de Lengua que proponía, además de lectura e investigación, escritura expresiva libre de presiones evaluativas. La respuesta de sus alumnos adolescentes fue tan buena, que resolvió editar una Antología. Esta publicación sorprendió a la dirección del establecimiento, al punto de aceptar la continuación de la experiencia con más docentes, en niños de nivel primario que también tuvieron su libro, en 1965. Ambas ediciones fueron dadas a luz bajo el cuidado de Gustavo Roldán. Devetach escribe para la Antología un prólogo memorable que bien merecería una lectura completa. Pero voy a citar sólo unos párrafos que enmarcan la ideología de la labor: La primera finalidad que perseguimos es dar al niño y al adolescente el lugar que se merece en la sociedad. Retribuirle un poco sus derechos y combatir dentro de lo posible la alineación en que los sumerge el medio: la de vivir en función de ser mayores, de no gozar plenamente sus estados actuales por considerar que no son momentos de sus vidas tan valederos como los serán los de la madurez […] Enseñamos al adolescente a no mentirse a sí mismo, que es la mejor manera de no mentir a los demás. Les enseñamos a mantener su individualidad pero en estrecha relación con la vida de todos; tratamos de obtener la difícil armonía de muchas libertades responsables que están trabajando en su propia construcción. Los textos de la Antología Infantil también impactan al (entonces) músico-actor Jorge Luján43, quien musicaliza muchos de ellos. Jorge Luján formaba parte del grupo “Los Saltimbanquis”, que también integró Perla Suez. Los Saltimbanquis trabajaron entre 1969 y 1993, hasta mutarse en “La Chispa”, grupo clave del teatro político local que inmediatamente destinará sus obras al público adulto. Su actividad quedó fuera de los panoramas históricos del teatro local, tal vez porque no puede rastrearse en los diarios: actuaban de forma gratuita en barrios populares y pueblos de provincia, como una manera de aportar al proceso social que se estaba viviendo. Quienes los rescatan, lo hacen desde la memoria, como sucede con los programas de televisión a los que nos referimos antes. La obra que desarrollaban, “Pirlimpimpín y el tamborista”, estaba estructurada alrededor de estas canciones compuestas con textos de los niños del Instituto Córdoba, algunas de las cuales después llegarían al disco, en México. Obviamente por los rasgos de la época, hay situaciones argumentales semejantes en las producciones de las que hablamos, que se convierten en lugares comunes: fundamentalmente el enfrentamiento con un poder dominador injusto y violento. Los errores o aciertos literarios de muchos textos de este período permanecerán sin develar, porque son parte del inmenso patrimonio que no se conservó en ningún formato. Pero me atrevo a decir que lo más importante de la literatura de esos días no fue contenida en los libros, sino que atravesó estos espacios alternativos. Devetach por ejemplo, sólo para citar el caso paradigmático, escribió al menos 120 libretos televisivos, 30 radiales y 4 obras de teatro. De esas historias, poco más de una decena se ha convertido en libros. Y dejamos fuera de esta crónica a otros escritores de valía. Siguiendo a María Adelia Díaz Rönner, podríamos decir, también generalizando que estas obras, con sus aciertos y sus errores, fueron creadas bajo una actitud crítica, deseando ser, en cuanto objetos literarios para niños, “nuevas adquisiciones disciplinarias que le permiten vislumbrar el hallazgo de variados sentidos posibles, hasta detenerse en una de las opciones, la plural, la multiproductiva, que deja abiertas otras tretas de las palabras y de sus sonidos”. Esta actitud “hizo lugar a modos de leer inter y transdisciplinarios entendiendo al niño como sujeto de producción histórico y social y obrero de sus propíos símbolos”. Cuando miro hacia atrás, me cuesta creer la cantidad de cosas que hacían los jóvenes de los ‘60 y ‘70. Pareciera que en Argentina, hasta marzo de 1976, los días hubieran tenido más de 24 horas. No puedo esconder el respeto que eso me produce. Y tal vez por eso reúno estas imágenes, trato de rescatar las hojas de estas literaturas que se extraviaron o no fueron escritas para el papel impreso. Sabiendo sin embargo, que cumplieron su cometido: acompañar, proponer, despertar, resistir. 43 Jorge Luján: escritor y músico cordobés radicado en México tras el exilio. Allí y en Estados Unidos coordina talleres de escritura con niños y adultos. Ha realizado obras de teatro, libros y discos, siendo distinguido, entre otros, por ALIJA (1° Premio Poesía, 1995) y la Unión de Críticos y Cronistas de México (Premio a la mejor obra teatral del año 1984). Reúno para mirar. No por quedarme ni volver, sino porque a veces mirar atrás, ayuda a mirar para adelante. Tal vez buscando puntas, cabos sueltos. En los ‘60 se pensaba que había que cambiar las cosas, porque como estaban, no estaban bien. Y se sentía que ese cambio era posible, y que había que ser promotores y protagonistas del mismo. Se tomó a la realidad en un abrazo sin límites, y se la reinventó. Hoy también pensamos que hay que cambiar las cosas. Pero no estamos tan seguros de que el cambio sea posible. Intuyo que la sandía renace, porque puede ver, en medio del crimen, la intensidad de la vida. La lucidez de su propia risa. Mariano Medina desde Córdoba realiza una variada actividad artística y en medios de comunicación. Autor de canciones y libros literarios, informativos y pedagógicos. Integra el CEDILIJ (Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil), donde ha sido capacitador de la Muestra Itinerante Ver Leer y el Programa de Promoción Por el derecho a leer (Premio Internacional IBBY-Asahi 2002); coordinador del Centro de Documentación y co-director de la revista Piedra Libre. Integra las organizaciones EA (Ecosistemas Argentinos) y UPA (Músicos en Movimiento). En apoyo de Abuelas de Plaza de Mayo, coordinó un relevamiento de literatura y canción popular de Córdoba que frente a la dictadura militar fue resistencia, testimonio, militancia y memoria (Cd-rom La Pisada del Unicornio). Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 22, Año 3, Abril 2006. Buenos Aires, Editora del Sur. Elogio de la lectura Guillermo Saavedra Ninguna vida es ejemplar. Menos aún, si de lo que se trata es del proceso opaco a través del cual una vida hace de la lectura un modo de relación con el mundo. Pero, si me preguntan cómo y por qué la aventura de leer fue para mí la más crucial, no tengo más remedio que convocar algunos episodios luminosos de mi infancia. Tal vez no expliquen nada, pero pueden invitar a otros a buscar sus propios senderos hacia el jardín de los libros. Antes que nada, había un cuarto, en la noche espesa y larga de varios inviernos, en el barrio de Pompeya. En esa pieza, mi madre cantaba para mí un repertorio heterogéneo: la recursión al infinito de una rana debajo del agua, la trágica aventura de los alpinos que vuelven de la guerra de la que, en cambio, se ignora cuándo volverá Mambrú, la extática letanía del cante jondo, la tenue calma de un vals. Esas palabras sonaban y contaban, sobresaltaban y mecían. Y me llevaban al sueño, acariciado por la voz ligeramente ronca y afelpada de mi madre. Después, acaso también antes, estaba la voz de mi padre hilando fino en cualquier hecho propio o ajeno para convertirlo en relato. Me contaba historias clásicas a las que agregaba matices personales que nos involucraban o cuentos maravillosos de su propia cosecha. En todos los casos, había algo en el ritmo de su voz y también un placer evidente en el modo en que elegía paladear ciertas palabras y no otras que se me iban haciendo carne; es decir, encarnaban en mi propia capacidad de transformarme en tamborcito de sonidos. Así aprendí sin saberlo a percutir palabras que me hacían reír, soñar, dudar, llenando el tiempo muerto de las horas insomnes. En esa casa había, también, un patio. En el sopor de la siesta durante un verano especialmente caluroso, cuando los adultos dormían y regía para todos la quietud y el silencio, mi hermana y yo flotábamos con cautela. Ella tenía ocho años y yo, un poco menos de cuatro. De modo que me entregaba con total confianza al juego que mi hermana proponía: estábamos en clase y, desde luego, ella era la maestra y me enseñaba a leer. Yo no entendía muy bien cuál era mi papel en el juego pero la quería tanto que hacía todo lo posible por estar a la altura de la situación. Un día, durante el almuerzo, señalé con el dedo la etiqueta de una botella y leí, casi de corrido: “Vino de mesa”. Primero creyeron que había memorizado la frase de alguna propaganda. Pero, cuando fui deletreando todo lo que ponían ante mis ojos, mi padre sentenció: “Este chico va ser un gran lector y un bebedor de cuidado”. El hombre que hizo esa profecía era un autodidacta rodeado de gente indiferente a sus empeños de lector tardío. Por eso, sin pensarlo demasiado, me convirtió en su cómplice. Dirigió mi precoz aptitud lectora hasta entonces meramente técnica, la vinculó sabiamente con esas otras escenas familiares, íntimas, rituales: canciones y relatos se revelaron entonces como maravillosos edificios hechos de palabras. Y esos edificios eran al mismo tiempo vehículos que viajaban sin descanso de boca en boca pero también recalaban en edificios menos fugaces, portátiles, ubicuos, generosos. Sí, allí estaban los libros, de una vez y para siempre. En esa casa, los libros ocupaban el hueco de una alta puerta clausurada que antes había comunicado el cuarto de mis padres con el de mi abuela materna. En esa puerta, estaba condensada la literatura universal; vale decir: el mundo. Clásicos y argentinos, en las inolvidables ediciones de Eudeba y el Centro Editor de América Latina; westerns y policiales, en ediciones muy baratas de bolsillo; y todas las aventuras posibles tras las hepáticas portadas de la colección Robin Hood o bajo las durísimas tapas duras de la colección Iridium de Kapelusz. En ese laberinto concentrado, mi padre fue el Virgilio que me guiaba mientras se iba guiando, a veces a tientas, a sí mismo. Y, cuando en algún momento creyó conveniente que yo me aventurara por las mías, su sola precaución fue colocar los libros menos apropiados en los estantes más altos de esa puerta biblioteca. Por lo demás, dejaba que yo tropezara alegremente con Kafka y Gombrowicz, con Borges y el cardenal Wassermann, con Cervantes y Jardiel Poncela, con Bradbury y Louisa M. Alcott. No es justo infligirles más detalles de mi vida. Al fin y al cabo, no hay en ellos otro rastro que el de una historia de amor: el amor de padres y mi hermana por mí, el del niño que yo era por todos ellos. Aprendí el placer de la palabra, de su transmisión infatigable y volvedora, porque la recibí de ellos como un regalo que, desde entonces, siempre quise retribuirles con creces. De estos recuerdos, no se desprende una moraleja perfecta y unívoca como una receta sino algunas presunciones que más tarde me ayudaron a entender cómo pude formarme como lector apasionado. Las enumero aquí, deliberadamente en desorden, para atenuar así el posible tonito admonitorio que pudiera sospechárseles. No hay transmisión verdadera sin amor. En este caso, amor por el lenguaje, por la música y los relatos que éste es capaz de desplegar, así como por los destinatarios de esa transmisión. No hay transmisión inteligente de esas capacidades del lenguaje —de la posibilidad de leerlo y de escribirlo— si no se comprende que las palabras son materiales diferenciados y múltiples: cada una de ellas reina en su modesto o vasto territorio de sonido y de significado. Hay que aprender a narrar para saber cantar. Y hay que descubrir la música que late como un susurro en todo relato. No hay transmisión fructífera si no conlleva un equilibrado desafío a la competencia relativa del destinatario: ni tan obvio que se vuelva aburrido ni tan complejo que se vuelva inalcanzable. Si la poesía es un misterio posible, es porque en cada poema hay algo que se revela y algo que, al mismo tiempo, permanece agazapado, como una joya esquiva bajo la corteza musical del verso. Las narraciones nos estimulan porque en todo relato que se precie de tal una gota de misterio permanece intacta, inmune a nuestra sed, sorda a nuestras preguntas simplificadoras. Lo bueno de la lectura no consiste en enseñar a otros a agotar los textos sino en entrenarlos en el placer de encontrarlos inagotables. Hacer accesible la lectura no significa trivializarla sino ofrecer herramientas para que cada lector sea capaz de desmontar su saludable complejidad. Leer y escribir ostentan, en cuanto se los adquiere como hábitos del placer de la inteligencia, la condición más noble de la vida humana: la de imaginar lo imposible, convocar lo que ya fue y aquello que todavía no es. Esa condición se frustra si quien intenta transmitirla simplifica demasiado la hojaldrada consistencia de las palabras, de las historias y los ritmos que éstas producen. Leer y escribir es asumir de hecho el compromiso de formar parte de una interminable cadena de transmisión, un inagotable celestinaje para producir el encuentro entre dos mentalidades sensibles, a través del medio más literalmente virtual que haya inventado la cultura: el lenguaje y esas cajitas módicas que lo transportan, que son los libros. Intentar simplificar la transmisión de la cultura letrada que vive en ellos suponiendo, por ejemplo, que sus contenidos pueden reducirse sin más a formas audiovisuales como la televisión o los videogames es, por lo menos, un acto de ingenuidad, cuando no de verdadera demagogia. Sería tan absurdo como si, intentando atenuar los estragos de la heroína, se agregara a la droga información bibliográfica para que, de ese modo, los adictos aprendan literatura mientras se inyectan. En estos casos, si Mahoma no va a la montaña, el único camino consiste en lograr que vaya. Los libros son una cadena montañosa demasiado amplia y compleja como para diluirla en dosis condescendientes suministradas por medio de los rayos catódicos de la televisión o de unos cuantos megabytes informáticos. No sé si mis padres y mi hermana tienen idea del don que me entregaron al enseñarme a cantar, a contar, a leer y a escribir las palabras, capaces de describir y reinventar el mundo. Lo cierto es que, desde que lo hicieron, yo vivo más ancho, menos solo y tan agradecido. Guillermo Saavedra es poeta, editor y crítico literario. Publicó los libros de poesía Caracol (1989), Tentativas sobre Cage (1995), El velador (1998) y La voz inútil (2003), un libro de entrevistas con narradores argentinos: La curiosidad impertinente (1993) y dos libros de poemas para niños: Pancitas argentinas (2000) y Cenicienta no escarmienta (2003), además de numerosas antologías, entre las que se destacan Cuentos escogidos de Andrés Rivera, El placer rebelde, sobre la obra de Luisa Valenzuela y Cuentos de historia argentina. Sus poemas integran numerosas antologías de la Argentina y el extranjero y han sido traducidos al inglés, el alemán y el italiano. Actualmente, trabaja como editor de Editorial Losada y dirige el Departamento de Publicaciones del Complejo Teatral de Buenos Aires. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 5, Año 1, Julio 2004. Editora del Sur, Buenos Aires. La aventura de leer Gustavo Roldán La aventura de leer de verdad comienza tarde —si comienza— en la mayoría de los países de Latinoamérica. Con un tiempo atrasado, cuando ya se han perdido varias batallas. Pero todos sabemos por largas experiencias que perder una batalla no es perder la guerra. De ahí la responsabilidad de recuperar espacios que fueron negados, aunque no necesariamente para siempre. Hablo desde mi lugar de escritor, y hago algunas reflexiones sobre un panorama por el que transito como autor de libros que se insertan en la escuela y la comunidad. Por lo tanto mis observaciones son las de quien vivencia día a día circunstancias muy ligadas a la lectura desde su quehacer recorriendo el país. Desde su primer día de vida un recién nacido se encuentra rodeado por una familia y un aparato con música, con palabras, con colores, con movimientos, sin problemas de tiempo como los padres, que tienen que trabajar —o buscar trabajo—, cocinar, atender los múltiples conflictos, grandes y pequeños, que aparecen todos los días. Y un chico crece acunado por una familia —armada o desarmada—y un televisor. Estas presencias, durante largo tiempo, hablamos de años, sin duda generan un acostumbramiento y una naturalización de cómo es el mundo y cuáles son los elementos fundamentales que componen la realidad. Y el acostumbramiento, lo sabe cualquiera, puede regir nuestros sistemas de vida porque es lo más seguro que conocemos y nos sirve de apoyo, nos da una cierta estabilidad y nos defiende del cambio, algo que siempre produce una dosis de miedo. En un mundo donde se derrumban los valores, todavía —creo, quiero creer—, todavía quedan los libros como un baluarte de la dignidad. Un libro es una llave, es una puerta que puede abrirse, es una habitación donde se encuentra lo que no se debe saber, es un ámbito de conocimiento de la verdad y de lo prohibido, que deja marcas que después no se pueden borrar. ¿Pero dónde están los libros? La pregunta, como todas las preguntas, tiene muchas respuestas. Una primera aproximación sería: están en las librerías y en las bibliotecas, privadas y públicas. Pero en las librerías están los libros para los unos y en las bibliotecas están los libros para los unos y los otros. Hacen falta ciertas precisiones para entendernos. Por ejemplo, ¿desde dónde estarnos hablando? ¿De qué pueblo, de qué ciudad, de qué país? Solamente puedo hablar desde un aquí y un ahora, desde esta Argentina a comienzos del siglo XXI, aunque sea un aquí demasiado complejo, porque no es lo mismo la biblioteca de una escuela en un pueblito del Chaco que algunas de la Capital Federal. Posiblemente la escuela de Buenos Aires tenga una biblioteca con miles de libros, y la de ese anónimo pueblito tenga apenas una docena. Pero como no se trata de los números de la televisión, donde la mayor cantidad siempre es lo mejor, lo que interesa no es cuántos libros están en los estantes sino qué se hace con ellos. Otro preconcepto es que en un lugar donde las calles son de tierra tiene, por naturaleza, menos posibilidades en cualquier aspecto. También es verdad, pero no del todo. Carecer de ciertas cosas no impide tener riqueza en otras. La puerta prohibida Aunque muchos la recuerden, les cuento de nuevo la historia del Barba Azul, de Perrault, que no sé por qué me vino a la cabeza hace poco. Y esto no hace más que demostrar una vez más cómo funcionan los cuentos, que se quedan dando vueltas hasta que un día, diez o cincuenta años después, se les ocurre presentarse en nuestra memoria. La cuestión es que de repente apareció Barba Azul, y me puse a pensar qué estaba haciendo ahí, hasta que entendí que me estaba explicando algunas cosas de ésas que uno nunca termina de entender. En síntesis, la historia dice así: Barba Azul era el hombre más rico, poderoso, noble y todos los etcéteras como para ser el mejor partido para las mozas casaderas. Pero tenía un problema, su barba azul producía rechazo entre las doncellas en edad de merecer. Tras algunas vueltas en la historia, Barba Azul se cusa con una joven, seducida, pese al color de la barba, por su simpatía y su enorme riqueza, a la que lleva a vivir en uno de sus castillos. Después de un tiempo el noble anuncia a su esposa que debe hacer un viaje por varias semanas y la deja a cargo del castillo, aconsejándole que invite a su familia y a sus amistades a gozar de las comodidades de un lugar lleno de encantos. Barba Azul le entrega las llaves de todas las dependencias, incluso las de donde guarda sus tesoros. Todo queda a su disposición pero, enseñándole una pequeña llave, le indica que ésa pertenece a una habitación donde le está terminantemente prohibido entrar. Después parte. De inmediato llegan parientes y amigos a disfrutar de las comodidades y placeres del palacio, pero la joven, dueña de todos los lugares, sólo siente curiosidad por conocer la habitación donde tiene prohibida la entrada. No cuesta mucho imaginar qué es lo primero que hace. Busca la pequeña llave y abre la puerta prohibida. Ante su sorpresa y desesperación encuentra varias mujeres degolladas colgando de las paredes —anteriores esposas de Barba Azul— y, cuando trata de huir, la llave se le cae y se mancha con la sangre que cubre el piso. La joven corre a su dormitorio y trata de lavarla, pero se trata de una llave mágica que por más que la limpie y la friegue de un lado, la mancha de sangre aparece del otro lado. Y en esos momentos de desesperación regresa Barba Azul, que vuelve antes de tiempo, ya que sus problemas se habían solucionado. La joven es descubierta al entregar la llave manchada y su esposo saca un puñal y le dice que la matará. Ella pide unos minutos para encomendarse a Dios y él se los concede. Cuando queda sola llama a su hermana y le pide que suba a la torre a mirar si llegan sus hermanos, que habían prometido visitarla ese día. Tras una larga espera en que los hermanos no aparecen y no aparecen, se cumple el tiempo estipulado. Entonces llega Barba Azul y se apresta a degollarla, pero cuando está a punto de hacerlo entran los dos hermanos de la joven y lo matan. Fin de la historia, más algunos entretelones de final feliz y una moraleja de remate. Hay una puerta prohibida, hay un lugar que no se debe ver, hay una llave que no debe usarse, hay un castigo a la curiosidad que puede ser mortal, hay sangre que deja marcas imborrables, todos símbolos donde el psicoanálisis puede abrevar hasta cansarse. Pero ahora sólo me interesa hacer una relación: la que puede establecerse entre la historia de esa llave, de esa puerta, de esa prohibición, de esos castigos anunciados, y la presencia de un libro. Un libro —repito— también es una llave, es una puerta que puede abrirse, es una habitación donde se encuentra lo que no se debe saber, es un ámbito de conocimiento de la verdad y de lo prohibido, y también deja marcas que después no se pueden borrar. Pero aquí lo que estamos haciendo es todo lo contrario de lo que aconsejan las moralejas. Estamos incitando a violar las normas, a utilizar la llave y penetrar en la sala prohibida, a satisfacer la curiosidad y buscar el conocimiento, a negarnos a permanecer en la ignorancia y la pura costumbre, aunque debamos enfrentar algún castigo que no sabemos bien cuál es. Y no olvidemos que en este caso no van a aparecer dos soldados valientes, capaces de lograr un final feliz. Tal vez también estemos haciendo otra cosa, negar la justicia del castigo, pensar que todo podría ser de otra manera y que las leyes no necesariamente son siempre justas. Quiero detenerme aquí un momento y precisar por qué no me convencen absolutamente nada las prácticas hoy muy repetidas de métodos de incentivación como lecturas veloces, premios por leer más rápido, incitaciones a la cantidad, y a la competencia de pagos por cada libro leído. La literatura, el arte en general, exigen un tiempo que está implícito en el propio texto, en la melodía de un poema, y en la conexión que el lector hace con el texto. Convertir esta lectura en un premio a la cantidad es bastardear la armonía y la belleza. La mirada del escritor La mirada crítica del escritor La mirada crítica es un imperativo moral para el escritor. En un mundo donde la injusticia se hace evidente si observamos de las cuatro esquinas de la Tierra, lavarnos las manos puede hacernos parecer a cualquier miembro o empresario de la farándula, para quienes los problemas de los que tienen hambre, de los que mueren todos los días, se soluciona ignorando su existencia. Se podría pensar que es imposible ignorar la barbarie ilimitada que nos rodea. Pero al parecer no es tan difícil, basta con cerrar los ojos o mirar para otro lado. Y la muestra de lo fácil que resulta está en que la barbarie sigue a nuestro alrededor y sólo nos alarma cuando suceden extremos de violencia que vulneran los límites de lo que ya hemos aceptado como una realidad cotidiana. Ese día organizamos marchas, llevamos pancartas, velas encendidas, grandes carteles, gritarnos enfurecidos, exorcizamos por un rato la barbarie y volvernos a descansar con la conciencia tranquila, satisfechos por el deber cumplido, Mañana los diarios, los noticieros de la televisión, las radios, pondrán en evidencia el éxito de las manifestaciones, mostrarán las docenas de miles de participantes, y sentiremos algo así como una alegría porque comprobamos que vivir en democracia tiene múltiples ventajas. No objeto las marchas, las protestas, los gritos, las manifestaciones. Me preocupan cuando son apenas una descarga que se satisface a corto plazo y volvemos —los que podemos volver— a la paz de la mesa bien servida. ¿Pero esto es vivir en democracia? Si no recuerdo mal lo que me enseñaron en la escuela, democracia es un sistema de gobierno en el que el pueblo ejerce la soberanía. Si esto es así, algunas cuentas no me cierran. El cincuenta por ciento de los argentinos vive en el nivel más bajo de la pobreza, más de nueve millones directamente en la miseria, tres de cada cuatro chicos menores de 12 años son pobres. Somos un país con 36 millones de habitantes, y si éstas son las estadísticas de nuestra realidad, estamos lejos de haber comprendido el concepto de democracia. Las bibliotecas Este es el lugar de la historia donde las bibliotecas cumplen —o pueden cumplir, o debieran cumplir— un papel fundamental. Si las bibliotecas dan de comer y beber (aclarando que este “dar” nada tiene que ver con la beneficencia), buscando saciar esas otras hambres tan necesarias de ser satisfechas para lograr el desarrollo del hombre, es evidente que están cumpliendo una función social, resolviendo carencias, cerrando las brechas que tantas veces quedan abiertas porque suponemos, tal vez con razón, que las otras hambres son más urgentes. Pero lo urgente no puede reemplazar para siempre a lo importante, porque entonces no estaremos atendiendo más que a las necesidades de la sobrevivencia inmediata. Es claro que los libros no están solamente en las bibliotecas. También están en las librerías, pero en las bibliotecas se encuentran —o deberían encontrarse— acompañados por una mirada experta, por un ojo crítico, cómplice de la literatura, no de las ventas, hábil para separar la paja del trigo, para ayudar al lector, especialmente al que se inicia, y proponerle las opciones más beneficiosas. No es una tarea simple, como no es simple la tarea del pequeño lector que da sus primeros pasos a tropezones y para el que cada caída puede ser sentida como un paso para atrás. La del bibliotecario es una tarea ardua y llena de responsabilidades, porque el éxito o el fracaso de la formación de lectores está en gran medida en sus manos. Asumir esa responsabilidad, hacerse cargo del verdadero objetivo que conlleva, creo, es la apuesta central de su profesión, no la de entregar libros con un automatismo de gestos repetidos de manera mecánica basados en la pura técnica. Las bibliotecas escolares forman parte del mismo establecimiento donde se enseña a leer. Su función complementa los trabajos realizados en el aula, que son enseñar las técnicas de la lectura, enseñar a decodificar esos signos que llamamos letras con los que se forman las palabras y aprendemos a leer. Y así se nos alfabetiza. Sí, fuimos alfabetizados, apero aprendimos a leer? En el mejor de los casos aprendimos a leer las informaciones del diario, las cosas claras y precisas donde dos más dos son cuatro, donde las palabras tienen un sentido unívoco y todos entendemos lo mismo. Donde la palabra árbol significa planta de tronco leñoso; donde la palabra pájaro significa animal vertebrado ovíparo con plumas; donde la palabra flor significa parte de un vegetal que contiene los órganos de reproducción de las plantas. Y si nos queda alguna duda recurrimos al diccionario y santo remedio. Pero después volvemos a encontrar esas mismas palabras en un poema y esas definiciones no nos sirven para nada. Ahora son otra cosa, puestas en un contexto que las carga de otros sentidos, y pueden simbolizar la alegría o la tristeza, la libertad, o una puerta abierta hacia lo que nunca terminamos de comprender. Y además ya no tienen ese significado claro y unívoco que hacía que todos pudiésemos entender lo mismo. Ahora cada lector tendrá experiencias diferentes de acuerdo a su capacidad lectora, a su sensibilidad, a su inteligencia, a su edad, a su cultura, a las posibilidades que su medio social y cultural y económico le pudo brindar. Tal vez haya una forma de hablar más claro; lo voy a intentar con un poema de Emily Dickinson: Para hacer una pradera se necesitan un trébol una abeja y un sueño. Si nos falta la abeja alcanzará con el sueño. Repito que soy un escritor, y soy además un ciudadano preocupado por las vergüenzas que me impone esta realidad de políticos ladrones y corruptos que sistemáticamente son enjuiciados —cuando se da la buena—, cada vez que son reemplazados en el poder. No me asisten otras especializaciones pero sí el sentido común. No centro entonces estas consideraciones sobre la alfabetización en el trabajo del docente, que excede en demasía sus obligaciones. Miles de maestros suman a la tarea diaria, entre otras cosas, el esfuerzo solidario de atender y dar de comer a un sinnúmero de chicos, muchos de los cuales sólo van a la escuela porque hay un plato de comida. Hablo pensando en los arbitrarios planes y cambios de planes de distintos gobiernos que inventan de un día para otro nuevos sistemas caprichosos que el próximo gobierno se encarga de cambiar por otro tan arbitrario como el que se deja de lado, y donde muy poco se atiende a las opiniones de los que tienen el contacto directo con las dificultades concretas de la enseñanza, ni de la comunidad cercana a la escuela. El cuestionamiento y el conformismo Hay, simplificando en extremo, dos o tres líneas fundamentales donde los caminos se cruzan. Por un lado quienes ven en la literatura, muy en especial en lo que respecta a la literatura infantil, una herramienta para la educación, o un objeto de entretenimiento, una especie de sano pasatiempo que aparta a los chicos de los peligros de la calle, del afuera, de las malas compañías. Ya se sabe que el lado bueno del mundo está dentro de la casa y la maldad empieza a reinar en cuanto abrimos la puerta de salida. Y por otro lado están —estamos— quienes piensan que la literatura se instala en la sociedad de una manera comprometida, no conformista, y plantea cuestionamientos a los valores del sistema, y lucha por una justicia que vuelva a los hombres dueños de su propio destino y les permita el derecho a la felicidad. Por una arbitraria separación de edades todo esto está permitido en los libros para grandes, pero en los libros para chicos entra en las zonas de lo prohibido, de eso que no se habla, de los múltiples tabúes que reinan en el mundo de la infancia, como si callándolos, de una manera mágica, dejasen de existir. Igual con los temas del amor, de la muerte, de las ideologías, de la sexualidad, de la violencia, considerados mayoritariamente como inadecuados Los libros y la realidad cotidiana no son cosas distintas. Si en la calle hay hambre, hay injusticias, hay dolor, ésos son aspectos de una realidad que debe ser transformada, y es una de las funciones del escritor colaborar a la toma de conciencia de cada uno de los conflictos desde la edad más temprana del lector. Formar ciudadanos con pensamiento crítico, conscientes de sus derechos y deberes, es un objetivo de nuestro sistema educativo. Pero en general la capacitación para el análisis y la reflexión siempre quedan como asignaturas pendientes que jamás terminan de resolverse. Claro que en los cuentos o en los poemas no están todas las soluciones, pero está la posibilidad de descubrir pensamientos más abiertos, con más propuestas, más lleno de posibilidades y de dudas. Y la duda es una ventana que puede enriquecernos más que la pobre seguridad de que dos más dos son cuatro, en la que nos apoyamos para vivir tranquilos. Hace bastante más de un siglo surgieron las Bibliotecas Populares con la revolucionaria ley que dio impulso a una política educativa que prometía un espacio para la comunidad frente a la cultura elitista dominante. El éxito fue afianzado por posteriores gobiernos democráticos que no brillaron por su permanencia en el poder, alternados por períodos de autoritarismo militar y de autoritarismo incluso en sistemas llamados democráticos, que asfixiaron y detuvieron el desarrollo de toda forma de cultura y, en particular, la cultura popular. Pero esta vez llevamos veinte años de gobiernos más o menos democráticos — cifra inédita en un país con tan frecuentes golpes de Estado-, y fue una preocupación compartida, con los correspondientes altibajos, el hacer algo por la cultura, con especial atención al desarrollo de las bibliotecas populares y escolares. Mejorada de forma sustancial por la atención de profesionales especializados de los que antes se carecía, hoy podemos hablar del crecimiento en cantidad y calidad de bibliotecas dedicadas al público infantil, dentro y fuera de la escuela. La censura del mercado Vieja y maligna como todas las plagas, la censura siempre fue una debilidad de los que detentan el poder y quieren decidir qué deben leer y saber los pueblos. Ahora tenemos una nueva y peligrosísima forma de censura que funciona de la peor manera: la censura que nos impone el mercado. Es la más peligrosa porque no plantea ninguna prohibición a ningún libro. Se trata simplemente de la concentración de grandes editoriales multinacionales que se rigen por las leyes del mercado y optan por la publicación de bestsellers, o por lo menos de autores famosos que aseguren el éxito comercial y rechazan todo lo que no dé grandes beneficios. En este aspecto es también fundamental la función de las bibliotecas, que manejan un material seleccionado por su calidad, conservan las obras que el tiempo y las modas y las ventas van descartando, y crean las condiciones para que aquellos libros que respondan a criterios de buena literatura también sean tenidos en cuenta por las empresas editoras. Pero a grandes males, grandes remedios. Múltiples planes de promoción de la lectura fueron acrecentando el interés por el libro, aún en los lugares más pequeños y alejados de los grandes centros urbanos. Ni siquiera quedan fuera de este esfuerzo nuevas experiencias como las bibliotecas para bebés, que intentan con libros de tela o de plásticos crear desde los pocos meses de vida un acercamiento a la naturaleza del libro. Si bien estos no son prácticas que hayan logrado afianzarse en el medio, van abriendo camino y asentando el criterio de la necesidad de no dejar pasar el tiempo. Silenciosas y casi desconocidas por su pequeña presencia, miles de cooperadoras, en cada escuela, en cada barrio en cada pueblo, hacen una imponderable labor de hormiga que transforma radicalmente las relaciones del chico con el libro. Muchas están aprendiendo, gracias a bibliotecarios y maestros, que los libros también deben estar en el rubro “recursos escolares”. Y los planes de promoción de la lectura que asisten a escuelas y bibliotecas, incluyendo experiencias como bibliotecas móviles, oficiales y no oficiales, que pueden llegar a lugares donde no existe otra posibilidad, muestran una preocupación por solucionar cada problema en cada lugar. Pero no todas son flores. Estamos registrando algunas cosas buenas que ocurren diariamente y que es válido destacar. Pero, como siempre, la moneda tiene dos caras. La segunda cara es que todo esto tiene un valor muy relativo en la inmensa extensión de este país tan rico y tan desparejo, con una sociedad que sabe que existen los marginados porque éstos aprendieron a manifestarse en forma multitudinaria llenando las calles con sus protestas. Sus hijos son los que van a la escuela porque hay un plato de comida, tal vez la única que reciben en el día. Y mil libros, dos mil, diez mil, cien mil, que son repartidos en escuelas y bibliotecas, relativizan su importancia si sabernos que los que los necesitan son diez millones. Y una última reflexión, aprendida no sé dónde, pero que vale la pena tomar en cuenta: los libros tal vez nos hagan más conocedores, pero no más buenos. Ya se sabe que la cultura es una ventaja, pero no va necesariamente de la mano con las buenas intenciones. Tal vez resolver esto no sea sino un sueño, una utopía, pero si bajamos los brazos y dejamos de soñar, y de pelear para que los sueños se vuelvan realidad, entonces sí que habremos perdido la partida, y desperdiciaremos los tréboles y las abejas que tenemos. Gustavo Roldán nació en la provincia de Chaco. Estudió Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Como escritor, dedica gran parte de su obra al público infantil (lleva editados más de 70 títulos). Fue docente y realizó múltiples actividades destinadas a la difusión de la literatura: como tallerista del Plan Nacional de Lectura dependiente de la Dirección Nacional del Libro; como panelista en distintos Congresos de Literatura, visitando escuelas y compartiendo con niños y docentes sus cuentos y experiencias. Recibió muchos premios por sus obras, entre las que se destacan: Dragón, Como si el ruido pudiera molestar, El viaje más largo del mundo, Cuentos que cuentan los indios, Bajada del aullador, El vuelo del sapo, Las pulgas no andan por las ramas, Bestiario. Este artículo es parte del texto pronunciado por Gustavo Roldán durante el Congreso Mundial de Bibliotecas e Información IFLA 2004 “Bibliotecas: Instrumentos para la Educación y el Desarrollo” (Buenos Aires, agosto de 2004). Publicado en la revista “Punto de Partida” N 10, Año 1, Diciembre de 2004. Buenos Aires, Editora del Sur. Cucos Azules Un cuento de Iris Rivera Cuando yo era chiquita, algunas veces me quedaba en la casa de mi tía Enriqueta. Lo feo de eso era comer zapallo hervido porque, si no, podía venir el Cuco. Yo no preguntaba cómo era ni por dónde iba a entrar, pero me comía el zapallo por las dudas. A la hora de dormir era cuando más podía venir. Si no te acostabas, si no te tapabas, si no parabas de hablar. ¡Qué feo que es tener una tía con Cuco! Para más, era un Cuco que hasta los domingos trabajaba. Hasta muy tarde. Desde muy temprano. Si no te querías lavar los dientes, ya él podía venir. A la siesta estaba de guardia. En las comidas, a la hora de la leche. Para mí que también hacía guardia por si me despertaba de noche. Era un castigo ese Cuco. Menos mal que yo después me iba a mi casa. ¿Cómo harían mis primos para vivir ahí? No sé cómo hacían, pero yo fui creciendo y me parece que ya estaba en 2° esa vez que el Cuco me corrió. La tía Enriqueta le dijo a mi mamá que me pasó eso por rebelde. Porque no quise ponerme las zapatillas y andaba en medias. Blancas, las medias... y la tía Enriqueta pasándole el trapo a la cocina. Ella avisó que el Cuco estaba listo para actuar, pero yo le hice cara de qué me importa. Entonces ¡ay!... apareció. Alto como la puerta. Más feo que el zapallo. Peludo como un bicho. Malo como la peste. Y me empezó a correr. Estar en medias me vino bien porque así iba ligero. El Cuco, no. Él era muy pesado, pero igual me alcanzaba. Me tiré de panza al piso, abajo de la mesa, pero él, grandote y todo, se pudo meter también. Casi me toca ¡aj! Pude esquivado. Salí. Salté. Abrí la puerta del armario y ¡adentro!... pero, al cerrarla ¡ugh..! Lo tenía al lado. ¡Ay, ay, ayyyy! Me hice finita, pasé por el agujerito de la llave (hasta los armarios tienen llave en esa casa!)... y el Cuco, atrás. El piso estaba mojado. Resbalé. Caí de cola. Casi me agarra, pero me alcancé a parar. Salté lo más que pude y me colgué de la lámpara. El Cuco saltó también, se pegó al techo como una mosca. Me tiraba manotones. Yo me hamaqué, calculé, solté las manos y caí arriba de la mesada. Tuve una idea: le saqué la tapa a la cafetera y ¡plaf!, me zambullí. Menos mal que el café estaba frío y que yo sé flotar, pero el Cuco también y me persiguió nadando estilo mariposa. Me metí por donde pude y asomé la cabeza por el pico. Pasé los brazos, después el cuerpo. Salté a la hornalla que estaba apagada, pero la de al lado no, y se me chamuscó una trenza. El Cuco también saltó. En la cola peluda se le hizo una llamarada. La apagó con el repasador. Eso me dio tiempo para alcanzar el filtro del café. Era de papel y me sirvió de paracaídas. Aterricé en el piso, impecable. Solté el filtro y corrí a todo lo que me daban las medias. Entré en la mochila de la escuela y la cerré por el lado de adentro. Estaba oscuro. Empecé a tantear y encontré la cartuchera. Entré. Destapé la lapicera de tinta que la tía Enriqueta (¡justo ella!) me había regalado y, por la pluma, me metí adentro. Ahí me quedé a esperarlo. Se hacia el astuto y el silencioso, pero yo lo sentí llegar por el olor a pelos quemados. Empezó a revolverme los útiles hasta que me habrá olido también y entró por la pluma. Ah... pero con lo gordo que es, se hinchó el cartucho y ¡pfff! yo salí escupida en un chorro de tinta. ¡Ésta es la mía!, y ¡zacl, le tapé la salida con el capuchón. Ahora lo tengo ahí, hace como tres años... y ¡yo qué sé! quedó azul para siempre. Aparte, se fue domesticando. Cuando empezó a andar más mansito, le tomé confianza y lo traje a mi casa. Hago una cosa: si está tranquilo, le saco el capuchón un rato y, en un cuaderno que tengo, escribo versos con Cuco, cantos con Cuco y cuentos con Cuco. Otros días dibujo cucos, cucos, cucos. Tengo el cuaderno lleno de cucos azules. Y mi tía Enriqueta se quiere morir. “Cucos azules” fue publicado anteriormente en Cuentos Con tías (Lanús, Provincia de Buenos Aires, Ediciones del Cronopio Azul, 1998); y en la Separata —espacio lúdico y estético— de la revista “Punto de Partida” N° 18, Octubre 2005 (Buenos Aires, Editora del Sur). La risa: ¡qué cosa seria! Iris Rivera Esa vez me habían invitado a un Jardín de Infantes. La idea era visitar cada sala, leerles un cuento a los chicos, conversar con ellos. Hay que ver los “mimos” y atenciones que un autor recibe en esas visitas, tanto de parte de los nenes como de los docentes. Me recibió una directora atenta, contenta, entusiasmada. Y se apuró a llevarme a la primera salita, la de 3 años. Una maestra llena de expectativa les dijo a sus nenes sentados en ronda: —¡Miren! ¡Acá la tienen! ¡Ésta era la sorpresa! Vi caras de... ¿la sorpresa? Y me sentí muy alta o muy peinada o muy señorano-te-conozco. Habré puesto cara de yo-a-ustedes-tampoco. — ¿Adivinen quién es ella? —estaba diciendo la directora. Nadie arriesgaba y yo seguía haciendo gestos. — ¿Ustedes se acuerdan del cuento que les conté? —ayudó la maestra y señaló la exposición de manchas de color azul, con ojos y hasta patitas, sobre una pared de la sala. Algunas miradas se iluminaron y de una cabeza con rulos arrancó un sí potente al que se acoplaron más voces. — Sííiiíííííííííí. La maestra siguió: — ¿Y se acuerdan cómo se llamaba el cuento? — CUCOS AZULES! — gritaron unas trenzas memoriosas. La directora intervino: — Bueno.., y ¿quién les parece que será esta señora? — ¡EL CUUUUUCO! —aseveró un flequillo a todo pulmón. —. . .UCO... UCO le hicieron coro varias voces, como convenciéndose. Y nos explotó la risa. A todos. Yo me doblaba en dos. La maestra y la directora, hasta lagrimeaban. Y los nenes, las nenas... se reían con la boca tan abierta como cuando, a los tres años, se llora con desconsuelo. Era una risa que no tenía consuelo, verdaderamente. No tenía arreglo. Pero ¿de qué nos reíamos? Yo, de cómo ese flequillo de tres años leyó mi cara, que no le estaba pareciendo precisamente linda, agravada por tanta gesticulación. Me reía de estar siendo el Cuco en persona para alguien de tres años y que me lo dijera así, en la cara, sin miramientos. ¿De qué se reirían la maestra y la directora? A lo mejor, del trabajo que les había dado preparar todo eso, del tiempo que les había llevado, de la importancia de acercar tempranamente los niños a los libros, de que los objetivos horizontales, verticales y oblicuos, de que la literatura infantil como acercamiento a, como herramienta de, como puente entre... de tanta y tanta cosa, para que un demoledor de teorías de tres años salga diciendo que eso que les trajeron es el Cuco. Estas cosas y otras varias desnudó aquella risa de la que nadie quedó afuera. Hasta el dueño del flequillo, autor de exclamación tan festejada, se reía después de haberlo dicho. Después. Cuando lo dijo, no... cuando lo dijo hablaba en serio. Será porque, en el fondo de la risa, si se lo busca bien, hay algo serio. Y la risa lo saca a relucir porque lo enfoca desde un ángulo no esperado. Así, bajo esa luz al sesgo, lo serio causa risa. Lo que no se veía queda de pronto a la vista. Y ahí está la gracia. Si estás nerviosa en el examen oral —aconsejaba mi mamá— imagínate al profesor en calzoncillos. Te va a dar risa y se te pasa el miedo. Estaba bien el consejo: que lo que no se ve quede a la vista. Y si la presencia de la autora te pone incómoda, pensá un poquito ¿quién es ella al final? ¿El Cuco? Sí. Esto también lo desnudó la risa. Y las palabras de ese día vuelven como pidiendo que uno las piense un poco más: — ¿Cómo se llamaba el cuento? - ¡CUCOS AZULES! —Y ¿quién será esta señora? - ¡EL CUCO! ¿Qué otras cosas ocultas iluminó la risa? Las relaciones entre lo imaginario y lo real, por ejemplo. Para esos tres años que contestaron el Cuco no había distancia entre lo que está en el cuento y lo que está en la realidad. El límite entre fantasía y realidad no existía, tampoco el puente. No había puente porque no había nada que cruzar. El Cuco era un ser... ¿cómo calificarlo? ¿fantarreal? Un individuo que tanto podía estar en el cuento como ahí en persona. Pero ¿en qué lugar existen los cucos de los cuentos? Bueno, según Graciela Montes44, en un lugar virtual que nos es necesario construir. ¿Para qué? Y... para tener dónde ubicar a los cucos y demás criaturas de la imaginación. Ella llama a ese espacio “la frontera indómita”. Y dice que esa frontera se ensancha cuantos más habitantes fijan su residencia allí. Me sale al cruce una anécdota familiar. Cuando Luchi, de tres años, se asustaba de los dibujitos de monstruos, la mamá probó decirle que no eran de verdad, sino de mentira. Entonces Luchi empezó a preguntar: “tal cosa ¿es de verdad o de mentira?” Y la mamí le iba diciendo que las películas eran de mentira, que los fantasmas eran de mentira, y así. Hasta que un día Luchi preguntó si los cuentos también eran de mentira y la mamá, que no podía ser incoherente, tuvo que responder que sí. Entonces Luchi, que nunca se dormía antes de que le leyeran tres o cuatro libritos, lloró. --Todos me mienten, todos me engañan —decía— Hasta los cuentos me mienten! ¡Hasta los cuentos! 44 Montes, Graciela. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México, Fondo de Cultura Económica, Colección Espacios poro lo lectura, 1999. La conclusión de Luchi, dicha con toda desilusión y rabia, era muy lógica. Porque si algo es de mentira.., finge su existencia. Al fin, al cabo y en verdad no existe. No existe de verdad. Esta mamá quedó bien preocupada. Ella nunca había sentido que, cuando le leía un cuento a Luchi, lo engañaba. Algo no estaba funcionando bien. Le dio vueltas y vueltas al asunto hasta que se preguntó si la expresión de mentira era adecuada. La conclusión de Luchi le hacía sospechar que no. Entonces se dio cuenta: ¡de mentira, no! —Los cuentos son “del mundo de la fantasía”, Luchi. Suficiente para que él empezara de nuevo el cuestionario. Pero ahora lo planteaba distinto: —¿Los dibujitos son del mundo de la fantasía? — Sí. -Ah. — ¿Frankenstein es del mundo de la fantasía? —Sí. -Ah. —Y el tío que vive en España? —No. El tío, no. -Ah. Esa mamá había descubierto que, en el mundo de la fantasía, lo que existe no es de mentira, existe de verdad. Existe de verdad.., en ese mundo. Digo: ¿cómo me habrá ido con eso a mis propios tres años? Y no me acuerdo. Mis primeros recuerdos del mundo fantarreal son de cuando ya lo tenía instalado. De cuando ya lo recorría, lo jugaba y lo amueblaba con seres de los cuentos, de los cantos, de los juegos. Con mi amiga recortábamos un redondel de pétalo de cala, le poníamos, en el medio, el centro amarillo de una margarita y ese era el más fantarreal de los huevos fritos. Lo servíamos en un platito y lo comíamos. Bueno.., hacíamos que lo comíamos... porque esa es la forma en que se comen los huevos fritos fantarreales en ese mundo. Pero volviendo a la anécdota del Cuco... ¿qué hacía yo ahí, Cuco en persona? ¿Qué podía hacer, Cuco descolocado, Frankenstein sin contexto, huevo frito de cala? ¿Qué me salía hacer? Reírme, Nada más que reírme... y seguirles el juego a los nenes. Ahora quedo pensando en qué otras cosas saltan a la vista cada vez que los chicos dicen, bien en serio, algo que a los adultos nos causa gracia. Iris Rivera es escritora, maestra normal nacional; profesora en Filosofía y Ciencias de la Educación. Fue docente durante 28 años en nivel primario y medio. Coordina talleres literarios. Trabaja en formación de lectores. Algunos de sus libros publicados son: El Señor Medina; La casa del árbol; Manos brujas; Aire de familia; La nena de las estampitas; Vivir para contarlo/Cuentos con tías; Cuentos populares de aquí y de allá; Los viejitos de la casa; Mitos y leyendas de la Argentina; Llaves; El mono de la tinta. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 20, Año 2, Diciembre 2005. Buenos Aires, Editora del Sur. Leer es contagioso El inicio del camino lector: los mediadores y sus huellas María Inés Bogomolny Les propongo reflexionar juntos sobre el deseo y las ganas de leer, la lectura y los adultos, los niños y los libros, el inicio del camino lector y la decisiva importancia que tienen los adultos significativos en la vida de los niños; este papel de mediadores o pasadores de libros, como los nombra Michele Petit45. Hay mucho para decir y para hacer en este sentido, sentido que necesariamente debe ser construido entre todos. Estas reflexiones contienen islas y tesoros, espejos y caídos del mapa, caminos y huellas. Pero empiezo por contarles una historia real. ¿Es o no es el mismo libro? Sucedió en 2002, en un Jardín de Infantes mendocino donde los chicos se quedan a comer por necesidad, en esta realidad tan agobiante que nos toca vivir a partir de la profunda crisis económica y social que sufre nuestro país. La maestra del grupo de cinco años va a leerles un libro y, antes que nada, se los presenta. Nenas y nenes, sentados en ronda, miran la tapa, intercambiando distintas opiniones acerca de qué tratará, cuando Félix salta entusiasmado “yo lo tengo, mi papá me lo lee todas las noches”, mientras se dispone a disfrutar de algo que conoce muy bien. Los demás chicos lo miran y admiran por ser el adelantado que se aventuró por el mundo desconocido que es un libro nuevo y, a juzgar por la cara y el entusiasmo, parece que le fue muy bien. A medida que pasan las páginas y crece la historia, Félix interrumpe la lectura: “No, no, así no es”, sosteniendo una versión distinta de acuerdo con la lectura de su papá. La maestra, sin sacar ni agregar nada de su cosecha propia, lee y relee el cuento para convencer a Félix de que ella es fiel al texto, que en el libro dice lo que ella lee. 45 Petit, Michéle. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Pero él insiste. Después de varias interrupciones, la maestra arriesga “tu papá te leerá otro libro... “. Félix, muy seguro: “no, es el mismo”. Les aporto un dato importante en este enigma. Félix es uno de los chicos de mejor nivel lingüístico en su grupo: participa cotidianamente con comentarios oportunos que agregan información, tiene mucho sentido del humor, pregunta, argumenta, opina, comparte, desplegando un vocabulario muy rico... “¿Qué está pasando acá?”, se pregunta la maestra. Habla con los padres y cuando, con el libro en la mano les cuenta la anécdota, el padre confirma que, efectivamente, tienen el mismo libro en la casa y que se lo lee todas las noches. Pero, cuando ella le dice que Félix discute todo el tiempo el contenido del cuento, el padre, entre sonrojado y sonriente, le confiesa que él no sabe leer. La maestra queda perpleja mientras el padre de Félix le cuenta que no saber leer ni escribir le ha significado tantos problemas en la vida.., por empezar, el feo sentimiento de ser menos y después, bronca, rabia, tanto que al nacer Félix se dijo “a mi hijo no le va a pasar lo mismo”. Y se le ocurrió “leerle” todas las noches ese libro que tenían en la casa. “Pero le inventaba... —dice el padre— le inventé un cuento que me grabé de memoria y todas las noches se lo repetía tal cual para que Félix no se diera cuenta de que yo no sé leer”. La maestra gritó Eureka para sí misma frente al misterio resuelto, lo felicitó por su decisión y le confirmó que seguramente, gracias a eso, Félix hablaba, comprendía y se interesaba por los libros y la lectura como pocos. En la siguiente reunión de padres de la sala, la mamá de Félix se animó a contar esta historia, convencida por la maestra de que iba a ser un buen aporte para los otros padres. Una historia familiar escondida debajo de la alfombra que estas familias no tienen, que dejó de ser secreta porque ya no había vergüenza que ocultar; sino modelo a ser imitado: leerle cotidianamente con ganas a los hijos, compartir tiempo y palabras, transmitir amor por los libros y el conocimiento, lo que hacía el papá de Félix desde su sentido común aun sin saber leer. Hasta acá los hechos que como me los contaron se los cuento... Reflexiones sobre la lectura, los lectores y los pasadores En principio, la lectura no puede ser una obligación ni un trámite que provoque un ¡ufa! por parte del que lee o del que escucha, No puede ser una actividad con la que se cumple una planificación y a otra cosa. El aprendizaje y el gusto por la lectura es un aprendizaje de vida o no ocurre. Y si no ocurre, se instala una de las desigualdades y carencias que ponen al margen a las personas, que las lleva a caerse del mapa; es otra forma de exclusión que se suma a la larga lista (de los que tienen color de piel, lengua o religión distinta a la cultura dominante), acompañada con el sentimiento de vergüenza, de impotencia, de rabia, como tan bien expresaba el padre de Félix. ¿Qué pone en juego la lectura? También podríamos decir que “la lectura empieza por casa”, desde la cuna, desde el deseo que elimina barreras tan poderosas como el analfabetismo, desde el sentido común. Y que empieza como un juego, si pensarnos que el juego propone un “como si”, en el que se juegan roles que no son reales. El padre de nuestra historia juega a que sabe leer y se compromete de tal forma en ese juego que convence a su hijo y lo pone en el camino de su mapa, le abre mundos desconocidos hasta para él mismo, proponiéndole una relación creadora con el mundo. Crea un espacio potencial que existe entre él y su hijo, que los une. Se constituye en su primer modelo lector, brindándole un espacio y un tiempo para compartir, para disfrutar, para acompañarse mutuamente, para no quedarse afuera de sí mismos. Valientes protagonistas En esta historia hay varios protagonistas que van construyendo sentidos: un niño, un padre, una maestra y libros. Me pregunto qué habría pasado si la maestra hubiese leído el mismo cuento en una fotocopia, escamoteando la identidad del libro que le permitió, en primera instancia a Félix, reconocerlo por su tapa, por su tamaño y color. Qué habría pasado si, como es muy común en los lugares que no cuentan con libros, se hubiera recurrido a la confección de libros caseros con fotos de revistas, recurso muy difundido y alarmante ya que esta propuesta implica no poner a los chicos en contacto con libros verdaderos. Qué habría pasado si la maestra no hubiese seguido el hilo del misterio y la isla del tesoro de esa historia familiar que trascendía la historia que ella se había propuesto leer. Los adultos tenemos un rol fundamental en el crecimiento de los niños con los que convivimos. Lo más común es que los adultos hayan crecido con miedo a los libros, lo que les imposibilita hacer lo que hizo el padre de Félix. En estos casos, el encuentro con un mediador fuera de la familia, ya sea un maestro, una bibliotecaria, un animador cultural o una vecina, será definitorio y oportuno. Las intervenciones de un docente “contagiador” son decisivas y contribuyen a su propio crecimiento y al de las familias que les toca en suerte. Entre todos, tejemos la trama de significados que son, en definitiva, la esencia de la lectura: construir sentido para leer el mundo. Los primeros textos: vínculo y diálogo Esta historia también habla de siembras. Sembrar imágenes familiares que acompañan durante toda la vida, sembrar valores sin prejuicios, sembrar preguntas sin respuestas inmediatas. Los adultos, con nuestras lecturas y palabras, con nuestros criterios y actitudes, proponemos el texto de lectura fundamental para que los chicos lean, aun antes de saber leer convencionalmente. Este texto, más allá del libro, es el vínculo y el diálogo entre dos: entre el que lee y el que escucha, entre el lector y el libro, entre las historias y su sentido. No hay misterios. Una niña o un niño así acompañados, escuchados, leídos, seguramente se construirán como lectores y podrán, además de leer solos, leer a otros. Pero fundamentalmente, se construirán como personas a través de diferentes lecturas: de libros, de la vida, de los otros y de sí mismos. Escenas de la vida cotidiana Pero volvamos a las palabras de la gente recogidas en mi experiencia de talleres con padres, docentes y trabajadores de la salud en espacios comunitarios: comedores infantiles, hospitales, centros de salud, jardines maternales, desde el Proyecto Leer es Contagioso46. En esos talleres suelo proponer un ejercicio de recuerdo de las primeras imágenes ligadas a las palabras, las narraciones, los libros y la lectura. En Rosario, al proponer la evocación de la figura del mediador o pasador, en la historia personal de cada uno, surgieron diferentes escenas: • Una mamá que contaba cuentos en la cama y una abuela que contaba historias de la vida real. • Un papá que regalaba libritos. • Una mamá que narraba cuentos tradicionales y películas. • Un papá que compraba novelas y las leía en la mesa, para todos. • Una bisabuela que no sabía leer ni escribir pero contaba sus vivencias de cuando era chica. • Otra bisabuela contaba historias del lobizón y de “Solapa”, un personaje que daba miedo a los chicos. • Una amiga que contaba historias de brujas o aparecidos. • Abuelos y abuelas que contaban historias de sus vidas, de sus seres queridos, de la guerra. • Un dentista que contaba cuentos a sus pacientes para que no tuvieran miedo. • Una mamá que después de una operación de su hija de 11 años, le regaló “Alicia a través del espejo”, fundamental compañía para atravesar ese momento. En todos estos recuerdos aparece un fuerte vínculo afectivo que une libros e historias a esa figura que dio la posibilidad de acercarse a ellos, en un clima de intimidad y placer: “el pasador”, que contagia y posibilita la circulación de la palabra. Este rol no está vinculado con la condición social sino con el imaginario personal, familiar y social que cada uno es capaz de desplegar. Lo importante es el contacto con los chicos a través de la palabra, desde lo afectivo y la transmisión, que por lo visto deja fuertes huellas. Busco en mi diccionario etimológico el origen de la palabra “recordar” y descubro que viene del latín con un hilito del que tiro: cor, cordis, corazón. ¿Todas estas evocaciones serán las huellas que otros nos dejaron en el corazón desde la magia de la “Leer es Contagioso” es una propuesta que desarrollé entre el 2000 y 2005, desde el Plan Alimentario del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. 46 palabra compartida? Palabras que cantan, que alivian, que alejan los miedos y las pesadillas, que curan el dolor, que acercan los buenos sueños. Palabras que nutren la imaginación. Para acercar a los chicos a la lectura hay múltiples caminos, pero todos empiezan por sentir que la palabra compartida es importante y que nosotros somos importantes en cada camino. ¡Eureka! Llegando al final, volvamos al principio: a esa sala de cinco años en Mendoza, en el preciso momento en que la maestra está leyendo aquel cuento. Al misterio de las dos versiones de un mismo libro, a las historias de Félix y de su papá. El fuerte deseo de cambiar su historia convirtió a un padre analfabeto en el primer y mejor pasador de libros para su hijo, en un modelo lector, que fue sostenido por una maestra que sabía leer en el sentido más amplio de la palabra. Sabía leer no sólo historias en los libros sino historias en la vida. Un padre que no sabía leer pero que sabía hablar, contar, imaginar y dejar huellas. Una maestra que sabía leer, pero fundamentalmente sabía “escuchar” —que es otra forma de leer—, que sabía preguntar e integrar a la familia. Una maestra cuya primera respuesta frente al desconcierto no fue la desvalorización. ¡Eureka! Una fórmula precisa: leer libros como se pueda, valorizar, hacer sentir importantes a quienes se inician como lectores y que la lectura tenga sentido. El papá de Félix abrió el cofre del tesoro que ni él sabía que tenía. Un barrio de los llamados pobres que muestran y despliegan su riqueza oculta y potencial, como una de las tantas paradojas. En medio de tantas incertidumbres, por lo menos es cierto que el camino no es lineal y que hay caminantes. Que leer se contagia como se contagia la alegría, la esperanza, las ganas. Que leer es una construcción compartida sin prejuicios y que la familia y la escuela unidas, desarrollan un poder personal que puede cambiar la historia. Este es el cofre del tesoro que tenemos para abrir entre todos y, al abrirlo, pasar de náufragos a viajeros, de aislados a exploradores, de ser ajenos a ser nosotros mismos junto con otros, dejando huellas. María Inés Bogomolny es Licenciada en Ciencias de la Educación (UBA). Recibió el Premio Pregonero 2003 a especialista en Literatura Infantil y Juvenil, otorgado por la Fundación El libro. Coordina talleres de lectura de literatura infantil y diseña proyectos comunitarios, centrados en la palabra y el encuentro de libros y lectores para las poblaciones más desfavorecidas: Leer es Contagioso, Leo, leo... ¿qué leés? y Libros y juegos de acá para allá. Es coautora de varios libros para niños y no tanto:..: Papelitos del Pajarito Remendado, Trotajuegos, Creatividad, Libros del Caracol. Codirigió la colección Vida y Salud y es autora de ¿Qué es cooperar? Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 16, Año 2, Agosto 2005. Buenos Aires, Editora del Sur. Fábrica de libros “Benteveo” Una experiencia autoral y editorial de los chicos del Taller “Cuentos con sol” Mirta Colángelo El objeto de la palabra más allá de la pequeña miseria y la pequeña ternura de designar esto o aquello es un acto de amor, crear presencia. Roberto Juárez El Proyecto Benteveo empieza a urdirse a mediados del año 2004 en el Taller literario “Cuentos con sol”, que funciona en el Patronato de la Infancia de Bahía Blanca. La idea: hacer pequeñas publicaciones de los textos que los niños escriben. El desafío: que el soporte fuera construido a través de una edición artesanal que produjera “libros de artista”, proponiéndose una primera edición con una tirada de entre ciento cincuenta y doscientos ejemplares. Tanto los textos como las ilustraciones serían creados por los chicos del taller así como el armado y la distribución. Las ilustraciones, hechas con distintas técnicas, serían diferentes en cada libro, lo que haría que cada ejemplar fuera único y no se repitiera (como la vida). El marco: la creación de una sencilla cooperativa de trabajo a través de la cual lo que pudiera recaudarse, fruto de la venta de los libros, se distribuiría de manera equitativa entre los chicos que trabajaran y la compra de materiales para la impresión de futuros libros. El Patronato de la Infancia es una institución privada que se mantiene con becas de la Provincia de Buenos Aires y el apoyo de la comunidad. Fue fundado en 1906 y en la actualidad cobija a 160 niños entre recién nacidos y 15 años derivados por los Tribunales de Menores, por problemas sociales. Desde hace ocho años funciona allí el taller literario “Cuentos con sol”, al que asisten unos cuarenta chicos, cuyas edades van de 8 a 15 años, y que participan -en pequeños grupos- de las actividades de lectura y escritura creativa, a las que se agrega una incursión en el área de plástica. “Pan y rosas” ofrece esta institución que no es ajena a las dificultades económicas y otras carencias de estos tiempos. Sin embargo, tener claro que la necesidad poética no es patrimonio de ningún grupo social, como no lo es el derecho a la apropiación de bienes culturales que contribuyen a hacer crecer la mirada frente al mundo y a poder acceder a diferentes registros, colabora con que la mediación se vaya construyendo, resista y sea efectiva. Así, a lo largo de estos años y con una movilidad “sorpresiva” de los pibes que asisten al taller -algunos concurren desde hace años, otros desaparecen como por arte de magia, aunque en realidad las razones son casi siempre decisiones de los Tribunales bajo cuya custodia están los chicos-, este espacio se fue constituyendo en un lugar donde se les da la ocasión para que cada uno fabrique su propio camino como lector. Borges pensaba que en el “indiferente universo” cada libro esperaba a su lector, al destinado a sus símbolos. Todo el tiempo y habiendo tenido que cambiar bibliografía que seduce a los destinatarios en otros espacios, cuestionando mi propia relación con la lectura, proponiendo muchas ocasiones de encuentro y dejando lugar para que entre lo imprevisible, el azar, y hasta lo caótico, los chicos se fueron apropiando despacito de textos de lo más diversos y empezaron a producir escritura. Mis pasiones y mis propias curiosidades acerca del proceso creativo alimentaron hallazgos inéditos. Inesperado y misterioso es siempre cómo se produce el encuentro entre el libro y el lector. Cuál es el aire o el fuego que hace que el que está leyendo o al que le están leyendo libere su fantasía, su deseo, sus penas y las mixture con las del autor. “Hay en cada uno zonas adormiladas que la obra más inimaginable puede despertar”, dice Juan Gelman. • Cómo de esa apropiación, en la que muchas veces el lector modifica el sentido, pueden parirse las mil y una interpretaciones que ofrece un texto literario. • Cuánto incide en la propia escritura enamorarse de un texto que a menudo no tiene nada que ver con uno, que nos habla de experiencias distintas, de épocas lejanas. • Cómo la manera de decir de un autor nos identifica o nos repele y en esta contradicción el texto ejerce en nosotros una inexplicable seducción. • Hasta qué punto el paladeo de la sonoridad de las palabras su ubicación en un contexto, de la diversidad de sus funciones, compartiendo con los otros, experimentado, probando una y otra vez, propicia el poder decir algo particularmente con movedor, interesante. Reflexiones y preguntas anduvieron / andan dando vueltas en la génesis y en el llevar adelante el Proyecto Benteveo. Desde el comienzo de los encuentros en el taller siempre hubo lugar para un cruce con la plástica. Como educadora por el arte apuesto a lo interdisciplinario, al trabajo con los lenguajes verbales y no verbales integrados. Y este arrimo para mirar y hacer se materializó en tener a disposición muchos libros de pintura, muchas reproducciones iluminando las paredes del taller. Sin imponer ordenamientos temporales, detenerse en las geometrías de Miró o de Petorutti, en los azules o los rojos de Matisse o en el asombro de las mujeres que pintó Picasso. Otras veces son los osos de Prior o los personajes de Berni. Y más y tanto más. También los chicos miraron libros de artista y libros objeto en los que las formas, el color, las texturas son determinantes (Brossa, Tapies, Miró). Y es así que ellos dibujan, pintan, copian, recreando obras que les son caras, o hacen collage con distintos materiales —hasta con pétalos de rosas que juntamos en el jardín—47. Un camino de trabajo y de placer, con las palabras y los silencios; con las imágenes, fue / está siendo recorrido, despacito, sin apremios. Ahora, esos objetos raros, los libros, que en estos ámbitos pueden meter miedo porque parecen estar investidos de poder, porque para los chicos de condición social problematizada son poco familiares, se transformaron en objetos deseables. Creo que en este punto es donde se insertó en el imaginario colectivo del grupo del taller el empezar a fantasear con lo que ellos dieron en llamar “Fábrica de Libros”. Y aquí comenzó esta siembra. El “agua” que regó el Proyecto provino de diversas lluvias: • El apoyo entusiasta del director del Patronato, Miguel Ángel Carra. • Voces amigas de escritores e ilustradores de libros para niños que se prendieron a la idea y estuvieron dispuestos a colaborar. • La sensible idea-acción del artista Juan Lima, que es el autor del diseño de los libros. • La colaboración fecunda de la diseñadora Paula Coscia. • El deseo en flor de que la palabra poética y las imágenes circulen entre la gente y hagan lo suyo. Con el fin de elegir un nombre de la que sería la “Fábrica de libros”, los chicos propusieron varios y se hizo una votación, de la que resultó “Benteveo”. Nombre de honda significación afectiva ya que estos pájaros abundan en el jardín del Patronato y cuyo canto nos detenemos a escuchar a menudo. De los dibujos que hicieran para seleccionar uno como logotipo, el del niño Isaías Vargas (sabio conocedor de hábitos pajariles), de 12 años, fue el elegido. Y así durante estos meses, entre ojeadas y hojeadas a otros libros y a muchas imágenes, la idea fue creciendo y hay dos títulos editados48: “Coplas copleras”, que incluye coplas que los chicos escribieron en el año 2002, algunas de las cuales fueron premiadas en el concurso Nacional de Copla para niños organizado por APOA (Asociación de Poetas de la Argentina), con sede en Buenos Aires. “La noche es sueño”, textos breves de narrativa. 47 La ilustración de tapa del libro que usted está leyendo pertenece a Sofía Vargas, que asiste al taller “Cuentos con sol”, del Patronato de la infancia de Bahía Blanca. Es una de las obras para tarjetas de año nuevo que los chicos realizaron a fines de 2006. Junto a la ilustración, Sofía escribió: “Que descubras lo invisible en el año que empieza. 2007.” 48 En la primavera de 2006 salió a la luz el tercer libro, Los que vuelan, esta vez editado y armado totalmente en imprenta. En este caso los textos son de Isaías Vargas y las ilustraciones de José Guzmán. Fruto de largas charlas sobre pájaros, de parar la oreja para oírlos cantar, de leer acerca de ellos y de seguir probando y experimentando con la escritura, los chicos crearon textos y poemas, dibujaron e hicieron collage con pótalos de rosas y hojas secas. Se decidió colectivamente que fueran los relatos de Isaías los que aparecieran en este libro y que José oficiara de ilustrador. Ambos andan por los trece años. Las tapas, diseñadas bellamente por Lima, tienen dibujos de dos de los niños: José y Ariel Guzmán, de 13 y 12 años respectivamente. Se editaron en una imprenta. El interior está hecho en hojas de 90 gramos en fotocopias de cuidada calidad. El armado y el pegado lo hicieron los chicos. Desde el mes de febrero y de manera voluntaria un grupo de Veinte integrantes del taller está creando las imágenes: algunas van pegadas y otras hechas directamente en las páginas de los libros. La mayoría está dibujada y pintada con tinta china de colores y los autores se dieron permiso para la transgresión: figuras fragmentadas, incompletas, uso no convencional del color, de lo no figurativo, experimentación con diversidad de papeles de distintas texturas, mezclas. La presentación de la Fábrica de Libros Benteveo se hizo el viernes 13 de mayo de 2005 en el MAC (Museo de Arte Contemporáneo) de la ciudad de Bahía Blanca. El Cuarteto de clarinetes 4 PALOS integrado por los músicos de la Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca: María de la Cruz Rodríguez Palacios, Raúl Soto, Gustavo Kamerbeek y Diego Casona, dio un pequeño recital de Música de Cámara. Todos los chicos integrantes de la Fábrica de libros leyeron textos. Se proyectó un CD con muchas de las imágenes creadas por ellos. Estuvieron presentes algunos artistas con quienes los niños mantienen correspondencia a través del proyecto de arte-correo49, y mucha gente de la comunidad. 49 “Se llama Arte Correo al Arte que usa el Correo como soporte, pero tiene que ver poco con el Correo y más con el Arte. Dos acciones son básicas en este Arte: producir una obra, y mandarla por Correo. A través de esta práctica, de la que puede participar cualquier persona sin una conducta plástica determinada, se propicia el intercambio de dibujos, grabados, objetos, etc. utilizando diversos lenguajes. El sobre es parte de la obra por eso hay que intervenir también en él. Las obras son un regalo para el destinatario.” Así lo explica Clemente Padín, poeta visual uruguayo que practica el arte-correo. Desde mediados de la década del 60 este arte se viene practicando en el mundo. Proponerles a los chicos del taller llevar adelante una experiencia de arte-correo me resultaba personalmente atractiva. El interés y la curiosidad por probar escribir cartas empezó a crecer cuando les leí “Historia de un amor exagerado”, de Graciela Montes. La historia de amor entre Santiago Verón y Teresita Yoon los cautivó. La autora, que desde la dedicatoria anticipa de algún modo el lugar privilegiado que le adjudica a las cartas, describe en varios capítulos del texto cómo las que se enviaban los protagonistas eran verdaderos puentes de comunicación placer que le podían a la distancia. El último capítulo relata la preparación de un sobre “exagerado” al modo del accionar del protagonista, que decide despachar- se a sí mismo dentro de él como regalo de cumpleaños a Teresita. La historia de ese amor hizo que a los chicos les entraran las ganas de escribir cartas y el arte-correo me pareció un soporte enriquecedor. Los destinatarios iniciales de la experiencia fueron artistas plásticos, ilustradores y/o diseñadores de libros para chicos, escrito res que estuvieron advertidos y aceptaron participar. El puente de encuentro con ellos lo tendió generosamente el artista Juan Lima. Muchos de los niños no tienen familiares ni referentes a quienes escribirles, así es que hacerlo a gente desconocida era todo un desafío. Antes de sumergirnos en el trabajo, buscamos en los libros de la biblioteca del taller las ilustraciones de algunos de los artistas a los que les iban a dirigir las cartas. El imaginario empezó a ponerse en movimiento. Las tarjetas que crearon los chicos con expresiones plásticas mayoritariamente producidas con la técnica de collage, las acompañaron con cartas breves que escribieron siguiendo consignas sencillas con el fin de familiarizarlos con este tipo de mensajes. En los textos que enviaron se Lo recaudado por la venta de ejemplares se distribuyó / ye equitativamente entre los que trabajan. El resto, que es administrado por ellos mismos, se destina a solventar los gastos que demanda la Fábrica. Conclusiones de lo que no está concluido El proyecto “Benteveo”, que devino en la Fábrica de libros, está colaborando, entre muchas otras cuestiones (mejorar la autoestima, trabajar cooperativamente, recibir pequeñas compensaciones materiales) con que los niños estén descubriendo en la actividad de la lectura nuevas fuerzas que pueden permitirles actuar de alguna manera sobre lo real por medio de lo imaginario. En esta prueba de “querer ser uno mismo en el texto y por el texto querer hablarse y hablar con los otros” (Georges Jean), la interrelación de lenguajes -poner en imágenes un poema o una historia propia o ajena les da la oportunidad de crearse un espacio propio de expresión, “una pausa recreadora y compensadora que les permitirá enfrentar mejor ese universo de reglas que necesitarán asumir bien en la medida de sus fuerzas y a su propio modo”, como sostiene Jacqueline Held. Sucedidos “Enseñar a pescar, no regalar pescado”, dicen los orientales y está bien. Algunos de los chicos pudieron, con lo que ganaron por su trabajo en la Fábrica de libros, elegir y comprarse zapatillas, o una bici usada, o convidar a las mamás que los visitan con algo rico. También fueron al cine o al circo. Está funcionando un aprendizaje para administrar los fondos que van recibiendo y un disfrute relacionado con lo que el trabajo proporciona. “Y la nave va” Recibimos muchos cartas y e-mails de gente de todo el país que celebra la existencia de la Fábrica y nos alienta a seguir. De la Universidad de Río Cuarto, la profesora Gisela Vélez, que piensa que estos chicos merecen seguir dibujando, les envió una caja con pinturas y papeles, con lápices y cola y hermosas palabras. Y desde París la maravillosa Michele Petit, especialista en el tema de la lectura, que estuvo en Buenos Aires en el Congreso de Lectura que se realizó en la última Feria presentaban, contaban algo de sus trotamundeos, de sus gustos, e invitaban a los destinatarios a prenderse en el juego de arte- correo. La respuesta fue más allá de la medida del sueño al que habíamos apostado. Los artistas no sólo les enviaron obras originales sino que también, desde hace más de dos años, les escriben cartas que llegan en sobres personales a los que acompañan con pequeñas sorpresas. (Colángelo, Mirta. “Arte-correo: un juego de palomares.” Revista “Punto de Partida”, Año 1, N°8, Agosto 2004. Buenos Aires, Editora del Sur). del Libro (y allí se encontró con las publicaciones de los chicos), nos hizo llegar su Voz diciendo: “Hola Mirta: Ayer pasé el día en Bahía Blanca, contigo y con los niños del Patronato, sin que lo sepan... Contemplé los dos libritos que me regalaste. Pura maravilla. Escribí un montón de notas, y ciertamente haré referencia a ellos en una conferencia que daré aquí en septiembre, o en México en noviembre... También mandé tus textos a una colega colombiana, que ahora trabaja en la universidad de Ginebra. Me llamó esta mañana, encantada y emocionada, pero preguntándose que hacía ella en Europa, en vez de estar en América Latina. Ayer por la noche, salí con los libritos en la bolsa, fuimos a casa de una amiga, después a ver a mi mamá, y en cada casa hojearon los libros, oyeron lo que pasa en Bahía Blanca. Después, como era la Fiesta de la Música, los textos se quedaron en mi bolsa, pero oyeron por las calles a muchos músicos de diversos países, en particular a unos músicos africanos estupendos, a dos cuadras de aquí. Así que bailamos un rato, y a los libros les gustó mucho...” El gorrión Isaías Vargas El gorrión sí que es un pájaro para vivir en libertad. Si lo enjaulan se muere. Prefiere comer de afuera y no de adentro. En los ligustros de la esquina del Patio picotean frutitos de color violeta. También comen insectos y miguitas de pan. Son repeleadores y muy veloces, rapidísimos. Pasan al lado mío como flechas disparadas al viento. Cuando los veo pelearse entre ellos arman como ovillos de plumas en el aire. Yo quise atraparlos cuando estaban peleándose pero no hubo caso. (Del libro Los que vuelan, Vargas y Guzmán. Fábrica de libros Benteveo) Referencias bibliográficas BARTHES, ROLAND. “Estar con quien se ama y pensar en otra cosa...”. En: El placer del texto. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2000. BORGES, JORGE Luis. Poema “El juego” Obras completas. Buenos Aires, Emecé, 1998. JEAN, GEORGE. El poder de leer. Barcelona, Gedisa, 1978. HELD, JACQUELINE. Los niños y la literatura fantástica. Buenos. Aires, Paidós, 1985. PETIT, MICHELE. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económica, 2001. Mirta Colángelo es educadora por el arte. Especialista en Literatura Infantil y Juvenil y en Didáctica de la Lengua. Coordinadora de talleres de lectura y escritura creativa para niños y adultos, entre ellos el Taller de Arte para nito “Cuentos con sol”, del Patronato de la Infancia de Bahía Blanca. Narradora oral. Coautora de Los nuevos caminos de la expresión. Premio Pregonero a Especialista en literatura infantil y juvenil, otorgado por la Fundación El libro en el año 2000. Elaboró y condujo programas radiales para niños en LRA 13 Radio Nacional y FM de la Calle de Bahía Blanca. Es cofundadora y fue Jefa de redacción de la Revista VOX-Arte+Literatura (Bahía Blanca). Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 17, Año 2, Septiembre 200. Buenos Aires, Editora del Sur. ¿Quién me cuenta? Cuadernos que no son cuento Valeria Heres Sabrina Pizarro En este artículo trataremos de compartir con ustedes una experiencia que involucró distintos aspectos de la vida de un grupo de bebés y de sus padres en un jardín maternal (también de las nuestras, que fuimos sus docentes), poniendo el acento en el uso de los cuadernos de comunicaciones de los chicos y el vínculo con las familias a través de la escritura. Los bebés de nuestro grupo tenían —en su mayoría— al comienzo del año siete meses de edad. Desde el principio intentamos mantener un intercambio fluido con sus padres a través de las notas en los cuadernos, más allá de las informaciones rutinarias. Ese intercambio se incrementó especialmente al final del primer cuatrimestre; desde entonces tratamos de incentivar el diálogo buscando distintas estrategias de escritura. Estas notas a las que hacemos referencia se centraban en contar el porqué del proyecto grupal, puntualizando en algunas de las actividades que estábamos llevando a cabo en la sala. Esa es una parte de la experiencia que vamos a relatar. También nos interesa compartir con ustedes aquellas instancias o puntos salientes de este proyecto de trabajo en particular; en el que sobresalió fundamentalmente la literatura. Pero la literatura en un sentido amplio, no limitándola al libro. Comenzarnos a ver literatura en el cuerpo, en el vínculo, en la palabra, en el títere, en los muñecos, en la pared... Y además comenzamos a afirmar con más fuerza que los chicos muy pequeños “leen”. Ese es otro de los aspectos de nuestro relato. Transcribimos a continuación la primera nota enviada a los padres: Buenos Aires, 1 de julio de 2005 Queridos padres: En esta oportunidad queremos compartir con ustedes el sentido que en el jardín le otorgamos a la literatura, a los libros, a la poesía, a la palabra, y la trascendencia que tiene el repertorio verbal tanto desde la literatura como desde el acompañamiento cotidiano, más su incidencia en el aprendizaje de la lectura formal. En más de una oportunidad podemos ver a los nenes del grupo sentados en la colchoneta mirando libros, -algunos eligen uno y buscan sentarse a upa nuestro para que se lo contemos, otros prefieren mirarlos solos pasando página por página, volviendo atrás, fijando la atención una y otra vez en una misma imagen que parece ser la favorita. A veces, todo el grupo pone atención al cuento que cuenta una de nosotras, señalan al protagonista, lo nombran, otros balbucean, se ríen, hacen mímicas e imitan las nuestras. ¿Podemos pensar que estos chicos, algunos de apenas un año, están leyendo? Si para responder a esta pregunta nos limitamos a la forma de lectura alfabética convencional que realiza un adulto, seguramente diremos que no. En cambio si logramos remontarnos al proceso necesario para alcanzar ese tipo de lectura adulta nuestra respuesta será distinta. Podemos decir que en el momento evolutivo en que se encuentran los chicos de nuestro grupo, resulta necesario “que otro lea por ellos”, pero esta lectura adquiere ciertas particularidades: quizás estemos mirando un libro que sólo tiene imágenes o unas pocas palabras, entonces es el adulto el que va poniendo palabras a esas imágenes, inclusive generando diálogos que los chicos logran sostener desde un balbuceo o un gesto. Pero esta situación en la que los adultos van poniendo palabra en dónde aún no la hay, por lo menos de la forma convencional, ya está presente desde las primeras horas de vida, ya que es el papá o la mamá “la que imprime significado al llanto de su bebé” cuando al escucharlo llorar acude a él diciéndole por ejemplo, “seguro tenés hambre, te voy a dar de comer o me parece que estás mimoso te voy a hacer upita”. Pero de lo que se trata no es de hablar por hablar, sino de la necesidad de “decirle a alguien que puede escuchar, y escuchar a alguien que puede decir sin hablar (...) Esa voz dirigida al niño pequeño no es la misma que la madre usa para dirigirse a otros, es una voz particular y única, que por esa misma condición le permite al niño reconocerla entre otras voces cuando se dirige a él”. Es decir que si bien estas palabras no pueden ser comprendidas por un niño tan pequeño término a término, sí son percibidas como un gesto calmante y contenedor, de la misma forma que lo es una canción de cuna, una poesía, o una pequeña frase que juega con las palabras y las rimas; porque como sostiene Yolanda Reyes, una investigadora colombiana especialista en lectura y literatura infantil, “lo que cuenta aquí son las sonoridades, las repeticiones, las alternancias, ese poder mágico de la palabra que va y viene, que canta, que nos envuelve en la sonoridad y que nos sitúa en posesión de lo poético. Es así como antes del primer año de vida, y con un sencillo repertorio, podríamos decir que el niño es un lector poético o más exactamente, un oidor poético. Su experiencia de lectura está profundamente ligada al afecto y le enseña mucho sobre los usos poéticos del lenguaje, es decir sobre su función expresiva”. Pero no deja de asombrarnos que chicos tan pequeños puedan permanecer concentrados durante el tiempo que dura la lectura del cuento. Esto resulta posible porque aquel diálogo primario al que aludíamos permite construir un espacio interno que aloja la palabra, la fantasía, la imaginación, el tiempo, espacio que se arma con las situaciones de juego pero también con el acompañamiento en general que vamos ofreciendo, ustedes en sus casas y nosotros en el Jardín. Un libro y sus signos remiten también a nuevos códigos de la cultura, que exceden la oralidad. Pero esa oralidad cargada de afecto y significaciones de los primeros meses y años de vida es el soporte sobre el que comienzan a codificarse y decodificarse precisamente las marcas culturales que permanecen, como las imágenes, las palabras escritas, la significación del objeto libro. Vemos cómo rápidamente aparece en los chicos una discriminación ente el libro y el resto de los juguetes, o quizás podríamos preguntarnos también si no es que comienza a aparecer directamente la distinción entre un juguete y un libro. ¿Vieron que ya casi no los chupan? ¿que accedieron perfectamente al modo convencional de uso (dar vuelta las páginas, anticipar las palabras, acompañar con sonidos los hechos del relato, hacer silencio para escuchar la lectura, buscar una posición corporal que propicie la mirada y la escucha)? Entonces, tal vez podamos aventurarnos a decir que “los chicos de nuestro grupo están aprendiendo a leer”. Y ustedes, ¿tendrán recuerdos de sus primeros acercamientos a la lectura? ¿Qué lugar habrá ocupado la palabra en la vida de cada uno? ¿De qué manera habrá significado en nuestras historias el acceso al lenguaje? ¿Qué hacemos con las palabras? En la próxima nota continuaremos el diálogo, y claro que están todos invitados a mezclar sus palabras con las nuestras. Cariños: Valeria, Sabrina y María Emilia50 Cuando la literatura es un regalo La siguiente nota fue enviada cerca de mitad de año, cuando se estaban acercando las vacaciones de invierno. En esa oportunidad la intención era compartir nuestro criterio en la elección del regalo para las vacaciones, que mucho tenía que ver con el trabajo en la sala. Los títeres ocuparon un papel muy importante en nuestro trabajo, títeres que nos visitaban en el desayuno, saludaban, hacían mimos, acompañaban alguna canción, jugaban a las escondidas, y eran los personajes principales de algunas obras breves. Si la riqueza del juego con títeres consiste en tomar ese objeto para darle vida, resulta imprescindible hacer uso de la imaginación, y construir desde el imaginario un personaje posible, creíble, metaforizado, es decir, realizar un “acto creativo”. Buenos Aires, 8 de Julio de 2005 Queridos padres: Como siempre, se acercan las vacaciones y los chicos se llevan un regalo del Jardín para compartir en sus casas, y este regalo tiene la particularidad de ser muy significativo para el grupo. En esta oportunidad elegimos regalarles títeres de dedo, poesías y canciones. Escuchamos mucho estas canciones en la sala durante la primera parte del año, y aunque a todos todas les gustan mucho, cada uno tiene sus preferidas. Con algunas de ellas jugamos a percutir sobre cajas o palanganas, con otras de caballos jugamos a 50 María Emilia López es Directora del Jardín Maternal de la Facultad de Derecho (UBA), institución en la que se desarrolló esta experiencia. Como coordinadora del turno mañana y responsable de la Formación y Capacitación docente en dicho jardín, coordinó y acompañó este proyecto. Ese acompañamiento/trabajo en equipo/pensar con otros implica en muchas oportunidades la escritura compartida, como en este caso en particular. reproducir sonidos golpeando tapitas en el suelo y también haciendo ruidos con la boca, con otras jugamos a bailar con telas y pañuelos y también con linternas que hacen bailes de luces, con otras jugamos a hacer títeres y también danzas con las que bailan las manos. En este regalo hay además canciones de monos y cangrejos para jugar con los títeres. Pero en esta nota también nos interesa hablar puntualmente de una de las poesías que les mandamos, que pertenece al libro La hormiga que canta, de Laura Devetach y Juan Lima. Laura Devetach es una reconocida escritora de libros para chicos, y Juan Lima es artista visual e ilustrador de muchos libros infantiles. Nosotros decimos que este libro es de los dos, entonces nos podemos preguntar por qué no discriminamos entre escritor e ilustrador en este caso. La hormiga que canta es un libro en el que tanto la escritora como el ilustrador componen el texto. Es de los denominados libros-álbum, es decir que la información textual se compone junto con la visual. Las palabras no lo dicen todo y las imágenes tampoco. Es como si texto e imagen fueran dos piezas de un rompecabezas, sin uno o la otra no se llega a entender la poesía o el cuento, porque la información está repartida entre ambos. La hormiga que canta es un libro de poesías que hablan de hormigas, trabajadoras, tangueras, cantoras, hacendosas, tenaces. Pero en nuestro grupo ésa no es la única manera en que se nos presentan las hormigas: a veces dos dedos de las maestras se transforman y comienzan a caminar por el suelo, la colchoneta, la mesa y el cuerpo de los chicos hasta que les hacen cosquillas. Este paseo que dan los dedos-hormigas está acompañado por una rima muy cortita que inventamos nosotras y que a ellos les gusta mucho: Una hormiguita chiquita, chiquita va camino a su casita. Y en el camino le hace a ………….. cosquillitas. Y en ese momento los chicos largan una carcajada y enseguidita piden más, algunos con palabras, Otros estirando el brazo para que la hormiga vuelva a subir. Este tipo de juegos ustedes ya los deben conocer, o ¿acaso no se acuerdan de “este dedito compró un huevito, este lo rompió, este le puso la sal? Daniel Calmels (psicomotricista y escritor que investiga cuestiones de la primera infancia) llama a este tipo de juegos “narración oral con contactos”, porque es en el cuerpo del niño donde se materializa la narración, a través de la intervención del cuerpo del adulto sobre él. En este tipo de juegos son muchos los sentidos que entran en la escena: el auditivo, el táctil y la visión; además cuando nosotras recitamos esta rima, introducimos entonaciones, pausas que anticipan las cosquillas y es como consecuencia de ello que estos juegos favorecen la función anticipatoria, ya que la terminación es la risa que los chicos están esperando “soltar”, y eso lo demuestran con todo el cuerpo. (...) Soltar la risa, soltar el juego, soltar el arte, soltar el afecto, anudar el vínculo, amarrar las emociones, cuidarlos y rodearlos en este tiempo de vacaciones: eso nos proponemos con este regalo. ¡Esperamos que disfruten de las vacaciones! Sabrina y Valeria Y el cuerpo era poema / El mundo era palabra La voz era textura, movimiento, poema, chiquito, chiquito, chimichurri chimichurri chimi Después de las vacaciones, fue muy interesante observar la forma en que los chicos se fueron apropiando de las poesías de Laura Devetach y Juan Lima, a las que acompañaban con sus gestos y movimientos corporales. Hay determinadas palabras que ellos ya pueden repetir, por ejemplo una de estas poesías en sus primeros versos dice: Voz de trueno canta Tocando palitos Pam, Pam Cáscaras y bichos Pam pam Amancay cada vez que escucha esta parte inclina su cabeza hacia un lado y hacia el otro marcando el gesto que nosotras hacemos cuando decimos “pam pam”; para Ludmila, hormiga se dice Pam Pum; Santiago al escuchar apenas el inicio comienza a señalar las paredes en donde la poesía se encuentra pegada; Joaquín juega a repetir “Chimichurri, Chimichurri”, otra de las palabras de la poesía. Pegamos en una pared y parte del piso de la sala otro poema de ese libro acompañado de unas hormigas que parecen ir al hormiguero. Los juegos que aparecieron con esta nueva imagen —espontáneamente, como ideas propias de los chicos— fueron muy variados: tapar a las hormigas y hacer que vuelvan a aparecer, cubrirlas con harina, jugar a hacer como si agarraran las hojitas, y estar atentos a que por ejemplo una silla no las aplaste. Su historia era lo propio Su historia era lo íntimo Su historia era tu historia Tu historia nuestra historia Su historia eran sus cuentos Y continuamos el intercambio con las familias. Aquellas preguntas que habíamos formulado en la primera nota, en las que les pedíamos que nos contaran sus primeras experiencias con la literatura, no habían tenido eco-respuesta escrita. No obstante, no nos conformamos pensando que a los padres no les interesaba el terna, más bien pensamos en la posibilidad de armar una nueva nota en la que las preguntas fueran reformuladas de forma más puntual y concreta, estimulando de otra manera la participación. Mandamos la nota que transcribimos a continuación, y junto a ella pegarnos una pequeña cartulina de color, plegadita, para que allí pudieran expresar sus ideas, pensamientos, recuerdos, sensaciones. La “interpelación” funcionó. Buenos Aires, 10 de agosto de 2005 Queridos padres: Como ustedes recordarán antes de que comenzaran las vacaciones de invierno les mandamos una serie de notas en las que les contábamos, por ejemplo, características de los libros-álbum, lo mucho que a los chicos les gusta el libro La hormiga que canta; también les hablamos de títeres, representaciones y creatividad, entre otras cosas. Hoy queremos recordar especialmente la nota en la que nos ocupábamos de la literatura y del proceso por el que los chicos se van constituyendo como lectores, Al final, habla una propuesta en la que los invitábamos a compartir con nosotras sus recuerdos de las primeras experiencias de acercamiento a la lectura. Hoy la retomamos agregando otras preguntas: • ¿Qué libros leían o les leían cuando eran chicos? • ¿Quién les leía? • ¿Les contaban historias sin libros? • ¿Cómo eran esas historias? • ¿Cuáles eran sus cuentos, historias, poesías, rimas, preferidos? • ¿Se acuerdan de las ilustraciones de algún libro que les hayan gustado mucho? ¿Cómo eran? Quizás nos ayude volver a leer aquella nota en la que nos hacíamos estas preguntas, por eso les recordamos que la enviamos con fecha 1º de julio. Esperamos ansiosamente leer y compartir sus experiencias literarias y por eso les mandamos un papelito amarillo para que en él impriman sus palabras, y mezcladas con las nuestras nos ayuden a seguir pensando y acompañando la lectura de los chicos. Saludos, Sabrina y Valeria A partir de sus respuestas escribimos otra nota para que todos pudieran conocer las experiencias de cada uno y abrir aún más el intercambio. Buenos Aires, 15 de septiembre de 2005 Queridos padres: Como seguramente recordarán, hace ya varias semanas les habíamos propuesto que nos contaran sus primeras experiencias con la literatura; así hemos recibido relatos muy interesantes donde emergieron la memoria y el pensamiento acerca de aquellas historias que les contaban, de qué trataban algunas de ellas, de los sentimientos y sensaciones que éstas les generaban. También aparecieron muchas cosas en común en las experiencias de cada papá o mamá. Por ejemplo para Silvina, Mauricio, Verónica, Hernán e Isabel el lugar de la palabra, las historias sin libro, ayudaron a afianzar vínculos con mamás, tías, abuelas... • Historias que según Silvina “permitían el acceso a otro lenguaje, a otros mundos” • Según Isabel “la imaginación, la magia, el amor, y los sueños eran todo” • y que según Verónica, si bien “al principio estas historias eran tristes, siempre tenían un final feliz”. También algunos papás y mamás recordaron que sus primeros encuentros con la literatura fueron en la escuela primaria, “porque no se acostumbraba el uso de otros tipos de libros”; esto nos hizo recordar cuáles fueron y son las propuestas que brindan las Instituciones escolares en torno a la literatura, pero también nos preguntamos qué lugar les damos en casa a los libros, a los cuentos, y a las historias sin libro. Otras cosas que nos contaron refirieron al repertorio literario, repertorio que en gran parte también estuvo presente en nuestras infancias: historias y cuentos mágicos, de aventuras, de hadas, de princesas, de amigos... Caperucita roja, El patito feo, La bella durmiente, El príncipe y el vagabundo, Rómulo y Remo. Pero hubo un libro que varios padres coincidieron en haber leído, y que no forma parte de los cuentos tradicionales, sino que es una obra de autor: El Principito (Antoine de Saint-Exupéry). Para nosotras, esta historia también fue muy significativa, y a partir de lo que ustedes nos fueron contando nos dimos cuenta de que tenemos muy presentes algunas partes de ese texto Además, como ustedes ya saben, este libro forma parte de nuestra biblioteca rodante, en una versión acorde a la edad del grupo, que se llama: El Principito y sus amigos. Como podemos ver, hay cuentos que, aunque no son de los que se denominan tradicionales (es decir los que pasan de boca en boca, de autor anónimo), van atravesando diferentes generaciones. También recordamos que ambas leímos El principito, y lo leímos en más de una oportunidad. Lógicamente los pensamientos y sensaciones que despertó en nosotras fueron diferentes en las distintas ocasiones. Podemos preguntarnos si a los chicos, cuando piden que les contemos un mismo cuento una y otra vez, les estará ocurriendo algo parecido... Leímos un mismo texto literario a diferentes edades. • ¿Por qué uno vuelve a los mismos libros y esa vuelta nunca es igual? • ¿Qué necesita encontrar en esa búsqueda incesante, teniendo en cuenta que “entender” casi siempre entendemos en la primera vez? Aparentemente no es una cuestión de comprensión lo que nos impulsa a volver una y otra vez a la misma obra. • ¿Por qué creen ustedes que elegían siempre los mismos cuentos? ¿Qué nos hacía volver a El principito? ¿Qué encontrábamos allí? ¿O qué no podíamos encontrar y entonces insistíamos por más? Les proponemos pensar juntos estos interrogantes, volver atrás y tratar de revivir esos momentos; para eso, les mandamos este pedacito de papel de color, para que puedan seguir escribiendo allí esas memorias literarias. Hasta la próxima nota Saludos Valeria y Sabrina ¿Por qué volvemos al mismo libro una y otra vez? Nosotras hicimos algunas hipótesis en torno a esto. Los padres también. Isabel, la mamá de Joaquín, escribió en el cuaderno: (...) en cada una de esas veces (cada vez que releemos) vas llenando espacios vacíos, creando nuevas emociones, y cada vez es diferente porque influyen mucho las situaciones que estamos viviendo, el contexto en que lo estamos leyendo, la persona que te lo lee, como está uno emocionalmente, o quizás es un día en que estamos más dispuestos a que nuestra imaginación viaje sin fronteras. Esto es lo que a mí me pasaba con cada historia. Michéle Petit dice: André Gide afirma (...) que existen libros—o algunas frases, algunas palabras en un libro— que se incorporan a nosotros. Su poder, dice, “proviene de que no hizo más que revelarme alguna parte de mí desconocida para mí mismo; para mí sólo fue una explicación, sí, una explicación de mí mismo”. Y agrega: “¡cuántas princesas soñolientas llevamos en nosotros, ignoradas, esperando que una palabra las despierte! Tal vez esto ayude a entender también por qué el mismo libro que leen los bebés, lo leen con la misma pasión los nenes de tres años y hasta los de siete o más. A lo largo de la segunda parte del año agregamos nuevos libros al repertorio literario, como Las diez hormiguitas, que les encantó, y nosotras dudábamos en incorporarlo porque es muy largo, lo que una vez más nos pone frente a las dificultades que crea limitar a priori cuál es el libo para cada franja etaria. La biblioteca rodante Y el cuerpo que era libro hacía rodar sus dedos chimichurri Paralelamente a todo esto, lanzamos la primera biblioteca rodante, acompañada de nuevas notas a los padres. Esta biblioteca constaba de cinco títulos: Lobo51, La Hormiga que canta52, Willy el soñador53, Willy y Hugo54 y El principito y sus amigos55. Además del entusiasmo que los chicos mostraban cuando cada viernes se llevaban el libro en sus mochilas para compartir con sus familias, los lunes —cuando devolvían los libros— enseguida se sentaban en la colchoneta esperando que nos acerquemos a leerlos, así que todos los lunes leíamos casi todos los libros mientras iban llegando y se iban sumando a este espacio. Pero también los padres se mostraban igual de entusiasmados cuando nos contaban cómo habían disfrutado de la lectura. Por ejemplo, Lobo tuvo que ser contado una y otra vez por el papá de Joaquín, estando toda la familia reunida para escucharlo; el papá de Santiago nos contó lo sorprendidos que estaban por cómo su hijo podía leer solo y el tiempo que pasaba concentrado en esa actividad. A Victoria, al igual que a Amancay, los cuentos no sólo se los contaban sus papás sino también sus hermanos; a Ludmila su mamá, su hermana y también su abuela. Esta parte del proyecto nos llenó de alegría porque creemos que desde el Jardín no sólo pudimos proponer un espacio importante para la literatura en cada casa, sino porque éste pudo ser sostenido desde los vínculos, y a la vez “armó vínculo”. Escritos en el cuerpo Los cuerpos que se leen Los gestos que nos leen El vínculo que mece el vínculo se escribe Y es así como la literatura fue recorriendo distintos soportes, comenzando por el cuerpo, la música, los títeres. Luego los libros-álbum, las notas a los padres, las bibliotecas rodantes, las obras de teatro, el hormiguero en la pared, y también la bibliografía. Dice Laura Devetach: “Tomando sus palabras lo escuchado vino de la mano del ritmo, del gesto, del olor del afecto, del gusto. La palabra entraba por todo el cuerpo”56. Y 51 52 Douzou, Olivier. Lobo. México, Fondo de Cultura Económica. Colección A la orilla del viento, 1999. Devetach, Laura y Lima, Juan. La hormiga que canta. Buenos Aires, Ediciones del Eclipse. Colección Libros-Álbum Del Eclipse, 2004. 53 Browne, Anthony. Willy el soñador. México, Fondo de Cultura Económica. Colección A la orilla del viento, 1997. 54 Browne, Anthony. Willy y Hugo. México, Fondo de Cultura Económica. Colección A la orilla del viento, 1993. 55 Saint-Exupéry, Antoine de. El principito y sus amigos. Buenos Aires, Emecé, 2003. 56 Devetach, Laura. “En busca del tiempo leído”. En: Lectura y literatura. Escenarios para la libertad. X Publicación del Programa de Promoción de la Lectura “Volver a leer” 2005. Ministerio de Educación de Córdoba, Septiembre de 2005. quizás esos distintos soportes y la idea misma de “soporte” y de literatura así concebida, haya sido el eje vertebrador de nuestro trabajo durante el año. Es así que al ir terminando el ciclo y finalizando también de escribir estas líneas, nos damos cuenta y tratamos de dar cuenta de toda lo que hicimos para aportar a la construcción de un espacio poético, “un espacio interior temprano, en el que se van inscribiendo las múltiples lecturas que hacemos de la realidad a través de la afectividad, la emoción y el conocimiento”. Porque tenemos la certeza de que en estos tiempos es necesario “escuchar atentamente los ruidos de la vida, los ruidos de la historia que no entendemos, como cuando éramos niños, para ver qué podemos aprender de nuevo”57. Rueda que rueda un poquito más... La última propuesta: nuestra segunda “Biblioteca rodante”, pero con nuevos destinatarios: los padres. La intención, al igual que en la anterior, es que los libros rueden de casa en casa, habiendo seleccionado para ello cuentos de García Márquez, Horacio Quiroga, Angeles Mastretta, Eduardo Galeano y Edgar Allan Poe. Nos parece importante contarles que la bibliografía que guió nuestro proyecto enriqueció nuestro pensamiento sobre estos temas, disparándonos interrogantes nuevos y al mismo tiempo esbozando algunas respuestas. Además, en algunos casos citamos parte de ella en las primeras notas a los padres, pero refiriéndola a las anécdotas del grupo, a las situaciones cotidianas, para que el acercamiento fuera más sencillo. Esta fue la bibliografía: ALTMAN DE LITVAN, MARINA (compiladora). Juegos de amor y magia entre la madre y el bebé. La canción de cuna. Uruguay, Unicef, 1998. CABAL, GRACIELA. “Literatura, medios y mediadores”. VI Congreso internacional de literatura infantil y juvenil. CEDILIJ. Córdoba, Noviembre de 1999. CALMELS, DANIEL. El cuerpo cuenta. Buenos Aires, Ediciones Cooperativa El Farol, 2004. COLASANTI, MARINA. “La lectura siempre renovada. Alicia, Pinocho y Peter Pan”. En: Fragatas para tierras lejanas. Conferencias sobre literatura. Buenos Aires, Norma, 2004. CURCI, RAFAEL. “¿Dónde están los títeres?”. Revista “Punto de Partida” Año 1, No 9, Noviembre 2004. CURCI, RAFAEL. “De la cosa al signo, o las relaciones entre el objeto y el títere”. Revista “Punto de Partida” Año 2, No 14, Junio 2005. CYRULNIK, BORIS. Del gesto a la palabra. Barcelona, Gedisa, 2004. DEVETACH, LAURA. “En busca del tiempo leído”. En: Lectura y literatura. Escenarios para la libertad. X Publicación del Programa de Promoción de la Lectura “Volver a leer” 2005. Ministerio de Educación de Córdoba, Septiembre de 2005. 57 Devetach, Laura. Op. cit. DÍAZ RÓNNER, M. ADELA. Caray Cruz de la literatura infantil. Colección Relecturas. Buenos Aires, Lugar Editorial, 2001. LURÁ, ALICIA Y USANDIVABAS, TERESA. ¿De quién es la música? Experiencias y propuestas para la enseñanza. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1993. ORIGGI DE MONGE, ALICIA E. Textura del disparate. Colección Relecturas. Buenos Aires, Lugar Editorial, 2004. PETIT, MICHLLE. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económica. 2001. REYES, YOLANDA. “¿Dónde está la literatura en la vida de un lector?”. Revista “Punto de Partida”, Año 2, No 14, Junio 2005. SORIANO, MARC. La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de los grandes temas. Buenos Aires, Colihue, 1995. Y es de esta manera que las notas para los padres en los cuadernos se transformaron en un espacio de diálogo e intercambio, con el fin de crear redes entre ellos, los chicos y el jardín. El puente que fuimos construyendo nutrió el pensamiento de los padres y el nuestro sobre los chicos y sobre la literatura, recuperó vivencias, apuntaló los vínculos, generó espacio poético a pesar de la exigencia pragmática de estos tiempos. Valeria Heres es Profesora de Educación Inicial. Docente del Jardín Maternal, en de la Facultad de Derecho (UBA). Sabrina Pizarro es Profesora de Educación Inicial. Docente del Jardín Maternal de la Facultad de Derecho (UBA). Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 20, Año 2, Diciembre 2005. Buenos Aires, Editora del Sur.- El cuento: un encuentro entre la palabra y el cuerpo Diana Tarnofky, Carina Tarnofky En este artículo vamos a trabajar sobre las posibilidades de narración de un cuento en particular: “El gallito Cocorito”, del que se reproduce una versión posible como cierre del capítulo. ¿Por qué elegimos esta historia? En primer lugar porque nos gusta (premisa para elegir cualquier cuento posible de ser narrado). Pero también porque tiene una estructura narrativa sencilla: planteo, nudo, desenlace. Es un cuento de repetición, acumulación, sucesión. Estas características hacen que sea rítmico, “agregan musicalidad a la monotonía y facilitan el acomodo de las imágenes visuales y auditivas, dan tiempo al niño para ver esas imágenes. También favorecen la memorización del cuento”58. Al ser un cuento popular otorga permisos para apropiarse del texto con mayor soltura, ya que no tiene autor. Es de todos y no es de nadie. “Los cuentos populares migran, marchan de país en país y de boca en boca, no reconocen fronteras ni oscuras ideologías sectarias, son del hombre, son símbolos que lo unifican y hermanan. Como dice Ana Pelegrín, la literatura oral tradicional, literatura de texto-contexto, se escribe en la memoria, se reescribe e imprime por repeticiónaudición, se reproduce sin derechos de autor, se lee en los Labios, en la huella sonora y en la huella mnémica”59. Y es por esa esencia de cuento popular que el juego es posible. La metáfora, la música, la poesía, las onomatopeyas, aparecen cuando el cuento vuelve a ser narrado en voz alta e invitan al narrador a devolverle el cuerpo, el gesto, el tono de voz, a investigar en su propia expresividad. Para eso han nacido estos cuentos, para ser compartidos en voz alta, para transformarse y recrearse en forma permanente. ¿De qué nos habla este cuento? Esta narración nombra y pone en escena el “NO”, dramatizándolo. Hay lugar para el llanto acompañado de berrinche, para el enojo, el pedido de ayuda y el límite. Ofrece la posibilidad de identificación con el personaje principal y con la Oposición de los personajes secundarios. En nuestra experiencia, al narrarlo a tantos públicos de “bajitos”, de contarlo y volverlo a contar a un mismo grupo de niños (uno y medio, dos y tres años de edad), pudimos observar cómo los niños participan en el NO, en la llamada al animal que auxilia al gallito y en la dramatización del llanto. “La emisión vocal es en principio el grito. El grito tiene un gran valor simbólico, es realmente lo que sale del cuerpo para ser proyectado en el espacio. Grito de llamada, que es deseo de 58 59 Pastoriza de Etchebarne, Dora. El arte de narrar; un oficio olvidado. Buenos Aires, Guadalupe, 1975. Padovani, Ana. Contar cuentos. Desde la práctica hacia la teoría. Buenos Aires, Paidós, 1999. ser reconocido como objeto. Grito de afirmación, que es deseo de ser sujeto. El grito está vinculado al gesto, no se grita estando inmóvil”60. Habla también de la duda (“¿pico o no pico?”), de la posibilidad de reflexión del personaje, de las consecuencias de sus acciones (“qué gano, qué pierdo, qué elijo”), de la proyección de las acciones posteriores y la anticipación dada por la palabra (“voy a llamar al palo y le voy a decir que… ). Es importante, cada vez que se elige un cuento para narrar, hacerse esta pregunta: ¿de qué me habla este cuento? En la respuesta a esa pregunta encontraremos el punto de vista para narrarlo, sabremos qué queremos priorizar en el relato a la hora de contar. ¿Qué sucede con el cuerpo del narrador? ¿Qué nos sucede a los adultos cuando contamos a los niños tan pequeños? Contar historias es provocar otra vez ese placer de a dos. Se cuenta “con” el otro, no para el otro. Siempre es de a dos. Siempre es un diálogo. Un diálogo que se establece porque ambas partes (el niño y el que cuenta) hablan un mismo idioma inicial: el lenguaje corporal. Los chicos leen en el cuerpo del narrador: tensiones, distensiones, tonos, miradas, risas.., y esa lectura provoca en ellos cambios de postura, miradas, risas, asombros, tensiones, distensiones, sonidos, palabras, imágenes, que realimentan la narración. La acción de narrar produce transformación en el vínculo. Al poner el cuerpo a la hora de contar, el adulto tiene la necesidad de reencuentro con su propia expresividad gestual, corporal, oral: el gesto facial, los sonidos con la voz, la expresión de las manos, la actitud corporal. Esta búsqueda personal es de suma importancia ya que el cuerpo del narrador es la red donde bailan, juegan y hacen piruetas las palabras. Esta exploración para descubrir cuáles son los recursos individuales de cada uno, hace que ese narrador sea único e irrepetible, le otorga su propia identidad. Al narrar historias a los niños estamos contribuyendo a que puedan tener representaciones mentales. Por eso es importante en el relato enfatizar los verbos de acción (“baja” las escaleras, “sube” el tobogán), que ayudan a mover el imaginario del niño. En algunas ocasiones, incluso, realizando el narrador las acciones mismas. Un buen ejercicio para transitar es traducir en imágenes el relato que queremos compartir, “hacernos la película” y luego ponerle palabras a esas imágenes. Mover nuestro propio imaginario, cargar de sentido las palabras. Será necesario que la persona que narre la historia pueda comprometerse con las emociones, las pueda jugar con verdad para poder jugar a su vez el proceso que se establece en el diálogo con los niños y de este modo contenerlos. 60 3. Lapierre, André y Aucouturier, Bernard. Simbología del movimiento. Barcelona, Editorial CientíficoMédica, 1985. La disponibilidad del adulto narrador favorecerá la interlocución con los chicos y otorgará flexibilidad al relato. El que narra también escucha, observa, es maleable en esa interacción. Si existe este compromiso en la narración, se crea una atmósfera de envoltura; tono, gesto y emoción subyacen. ¿Cómo es la escucha del cuento por parte de los niños pequeños? ¿Qué hacen? ¿Se mueven? ¿Se expresan? ¿Se quedan quietos? ¿Qué les atrae: la voz, el ritmo, el sonido más allá del significado? Cuando los interlocutores de una narración son niños de hasta tres años de edad, posiblemente su escucha se vea acompañada de movimiento, de copia en espejo del narrador, de sonidos provocados con su voz. Esta actitud es esperable, es un modo de registrar el cuento a través del cuerpo en acción (imitación de gestos, movimientos, sonidos y palabras). Para poder escuchar (sin un movimiento aparente) será necesario aquietar el movimiento del cuerpo para que se mueva el pensamiento. Pasar de la “acción” a la acción del pensamiento. Y esto tiene fuerte vinculación con el desarrollo, con la maduración psicomotriz: “Se necesitan siete años para que el niño llegue a pensar sin actuar”, señala Bernard Aucouturier. Desde el nacimiento y hasta los siete-ocho años “el niño está en el mundo desde su sensoriomotricidad, su sensorialidad, su emocionalidad, su sexualidad, los procesos cognitivos, todo a la vez. En este período la psicomotricidad es inseparable de los procesos psicológicos, el niño va haciendo un recorrido que favorece el descentramiento. Un itinerario de distanciamiento indispensable para el dominio de la representación, la abstracción, y para la formación del pensamiento operatorio”. Hacia finales de los tres años los niños comienzan a dominar la impulsividad motriz, las emociones y los fantasmas. A veces, cuando se pretende que el encuentro con la narración sea participativo, no se tiene en consideración que participativo y activo son el hecho de escuchar y el estar disponible para entrar en diálogo. Cuentan que cuentan... Se cuenta un cuento. El tiempo se detiene. Se abre el paréntesis desde el “había una vez…” hasta el “y colorín colorado...” El niño puede percibir el encuadre, “este adulto se quedará conmigo lo que dure el cuento; y yo voy a estar con él”. Se abre otro espacio, espacio de transición, espacio-tiempo del cuento: cargado de imágenes, emociones, posibilidades, mundos reales y de ficción. Los cuentos están amasados con palabras (escritas, orales). Palabra es: sonido, disparate, juego, sinsentido, creación de mundos imaginarios, lo real. La palabra nace en el cuerpo, lo habita. Será desafío necesario, como mediadores, habitar nuestro propio cuerpo para también habitar las palabras que serán puente de encuentro con los otros. El gallito cocorito Cuento popular Versión libre de Diana Tarnofky Había una vez un gallo. Había una vez un gallo con hermosas plumas coloridas. Había una vez un gallo con hermosas plumas coloridas y cresta roja sobre su cabeza que se movía; se movía cuando él caminaba, se movía cuándo él corría. Era un auténtico “gallito cocorito”. ¿Qué? ¿Que cómo son los gallitos cocoritos? Son esos gallos que se la pasan esponjando sus plumas, lustran y cepillan su pico, se miran en los charcos de agua como si fueran espejos y dicen: —Cocorocó cocorocó... pico, pico ¡qué lindo que soy! Aquella tarde el gallito Cocorito se preparó para ir al casamiento de su tío Perico. Plumas, cresta, pico, patas... ¡relucían y brillaban frente al charco de agua! -Pico, pico ¡qué lindo que soy! —dijo el gallito. Y se fue por los caminitos del campito rumbo al casamiento del tío Perico. De pronto el gallito tropezó con una piedra y casi, casi cae de cabeza en un charco de agua. Frenó a tiempo, abrió el pico y gritó (lo de siempre: “pico, pico que lind...” ) pero esta vez no pudo terminar la frase. En el borde del charquito había un grano de maíz amarillo, panzón, redondito, brillante. —¡Ah! ¡Qué rico granito! Y el gallito se inclinó para agarrar con su pico el granito. —¡Ah! No, no, no, no, mejor me voy.., porque si pico el grano me voy a ensuciar el pico y ¡no voy a poder ir al casamiento del tío Perico! —¡Ah! Sí, sí, sí, sí mejor me quedo y como el granito… porque si no, me lo pierdo y... ¡tengo hambre! —¡Ah! ¡No, no, no, no! —¡Ah! ¡Sí, sí, si sí! —¿Qué hago? ¿Pico? ¿O no pico? —¡¡¡Pico!!! Y el gallito picó. ¡GLUP! Comió el maíz y ensució su piquito, salpicó plumas, cresta, patas. El gallito lloró. El viento sopló, el gallito tembló, abrió los ojos y vio el pastito que se movía al ritmo del beso del viento. —Pastito, pastito, ¡por favor límpiame el piquito que no puedo ir al casamiento del tío Perico! El gallito cerró los ojos, empujó su pico hacia adelante y esperó. El pastito se movió, se movió y dijo: ¡NO! Lloró y pataleó el gallito... —¡Qué me importa, pastito! ¡Voy a llamar a la vaca y le voy a decir que te coma! ¡VACA! ¡Vení! Por favor comete al pastito que no quiere limpiarme el piquito y yo no puedo ir al casamiento del tío Perico. La vaca llegó, toda enorme, miró, sacudió las moscas con su cola y dijo: ¡NO! Lloró, pataleó, aleteó el gallito... —¡Qué me importa, vaca! ¡Voy a llamar al palo y le voy a decir que te pegue! ¡¡¡PALO!!! ¡Vení! Ayúdame por favor, pégale a la vaca que no quiere comerse el pastito, el pastíto no quiere limpiarme el piquito y yo no puedo ir al casamiento del tío Perico. El palo hizo una reverencia, elegante, derechito y dijo: ¡NO! Lloró, pataleó, aleteó, gritó el gallito... —¿Sabes qué, palo? No me importa, ¡voy a llamar al fuego para que te queme y te deje hecho una montaña de cenizas sobre la tierra- ¡¡¡Fuego!!! Vení, ¡ayúdame! Y el fuego danzó azul, rojo, amarillo, anaranjado….y dijo ¡NO! Lloró, pataleó, aleteó, gritó, se enojó el gallito... —¿Sabes qué, fuego maldito? No me importa, ¡voy a llamar al agua! ¡Y le voy a pedir que te apague! ¡JA! ¡¡¡AGUA!!! Apaga al fuego que no quiere quemar al palo, que no quiere pegar a la vaca, que no quiere comer el pasto, que no quiere limpiar mi pico y yo... ¡yo no puedo ir al casamiento del tío Perico! El agua clara, transparente, hermosa… dijo: ¡NO! Lloró, pataleó, aleteó, gritó, se enojó, se enfureció el gallito. Mientras tanto, los violines sonaban. El tío Perico estaba por darle un beso-pico a su novia gallinita cuando escuchó el llanto de su sobrinito. La dejó a la gallina en el altar y fue a buscar al gallo cocorito. Cuando el tío Perico lo vio —todo sucio y embarrado de tanto chapotear con sus berrinches— le preguntó: —¡Sobrinito! ¿Qué te ha pasado? ¡Estás hecho un trapo sucio! —¡¡¡Tío Perico!!! El agua no quiere apagar el fuego, el fuego no quiere quemar el palo, el palo no quiere pegarle a la vaca, la vaca no quiere comer el pasto, el pasto no quiere limpiar mi pico y... ¡yo no puedo ir a tu casamiento! —¡Ay, sobrinito! ¡Qué tontito que sos! Venís a mi casa, te limpias el piquito y ¡listo! —¡Cocorocó, cocorocó pico, pico... tío Perico tiene razón! Y así fue como el gallito cocorito fue a la casa del tío Perico, limpió sus plumas, su cresta, sus patas, su pico... después llegó al casamiento, bailó, cantó, se enamoró de una linda gallinita y mucho se divirtió. Y colorín colorado.. .el cuento del gallo que ensució su piquito se ha terminado. Diana Tarnofky es narradora oral. Técnica Nacional en Recreación y Tiempo Libre. Coordina y protagoniza el ciclo de Narración Oral Alquimia. Recibió el Premio Pregonero a Narrador Oral otorgado por la Fundación El Libro. Dicta talleres de capacitación para maestros y bibliotecarios en diversas instituciones. Sus presentaciones recorrieron nuestro país, España, Israel, Uruguay, Brasil. Carina Tarnofky es Licenciada y Profesora de Artes en Expresión Corporal (lUNA). Psicomotricista. Danzaterapeuta. Capacitadora de docentes, narradores, locutores y músicos, en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. Diseñó el marco curricular, área Danza, para las Escuelas con Intensificación en Artes, Subsecretaria de Educación, CABA. Técnica Docente de las Escuelas Intensificadas en Artes, Ministerio de Educación, CABA. Participa en la coordinación de talleres en la Feria del Libro Infantojuvenil, organizada por la Fundación El Libro. Colabora con la publicación digital El Globo Rojo (IPA Argentina, International Association for the Child´s Right to Play). Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 3, Año 1, Mayo 2004. Buenos Aires, Editora del Sur. Un mundo de palabras La infancia es el lugar donde suceden todas las cosas, y suceden de una vez y para siempre. Cesare Pavese El principio de esta historia Todo comienza a principios del año 2004 cuando voy por primera vez a “La casita de Glew”, un hogar de madres adolescentes, ubicado en la ciudad de Glew, en la provincia de Buenos Aires. Este encuentro obedece a un convenio establecido por la Secretaría de Bienestar Social del distrito de Almirante Brown y la Biblioteca Municipal Esteban Adrogué. Mi acercamiento consistió en coordinar un taller de lectura que formaba parte de un proyecto de trabajo en lugares no convencionales adonde no llegaban los libros, y a los que se acerca la biblioteca: hogares de ancianos, cárceles, salas maternales, centros de salud, lugares de rehabilitación de droga dependientes, ferias comunitarias ambulantes, escuelas rurales, etc. El lugar Leer es agregar un cuarto a la casa de la vida. ADOLFO BIOY CASARES El primer encuentro fue con un grupo de doce adolescentes, de entre catorce y veintiún años, que estaban derivadas en este lugar por causas judiciales. Muchas de ellas tenían consigo a sus bebés o pequeños hijos, mientras que otras se encontraban embarazadas. El día del primer taller esperaban muy ansiosas escuchar la propuesta de actividades, conversamos mucho. Por lo general en estos ámbitos es siempre bienvenido alguien que llega del afuera y no pertenece al entorno. Hablamos de sus expectativas, ellas imaginaban un lugar de encuentro con un espacio propio, no contaban con la inclusión de sus hijos dentro del grupo. Hice la aclaración de que este taller de lectura iba a ser compartido con sus chicos. Al principio hubo resistencias: argumentaban que los chicos eran inquietos, que no les iba a interesar escuchar cuentos, que era muy posible que rompieran los libros. Además daban por hecho que iban a disponer de un tiempo libre sólo para ellas mientras sus hijos estuvieran al cuidado de las operadoras o encargadas del hogar. Como respuesta les propuse el desafío: “¿Y si lo intentamos?” El comienzo El tiempo de leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir. DANIEL PENNAC Disipadas las dudas comenzamos el taller. ¿Qué cuentos conocían? ¿Cuáles les habían leído o habían leído ellas? ¿Recordaban alguno? ¿Les habían contado cuentos? ¿Cuáles? La mayoría no recordaba ninguno, alguien tenía una vaga idea de algo que le habían leído, otras recordaban partes de una historia leída en la escuela, pero en general se reían y respondían: —¡Cuentos! Nunca nos contaron cuentos. —Y entonces... ustedes... a la noche, cuando acunan a sus hijos... ¿qué les cuentan? En medio de grandes risas, casi a coro contestaron: —¡Les cantamos cumbias villeras! Surge la palabra ¿Qué es realmente la lectura? Es una especie de representación ante un escenario interior. GOETHE Seguimos nuestros talleres, que fueron doce en total, y durante ellos les pedía que tuvieran a sus hijos pequeños entre sus brazos y a los más grandes sentados junto a ellas... y empecé a leerles. Recorrimos todas las historias de los “Tomasitos”61 de Graciela Cabal, los cuentos de Gustavo Roldán, de Laura Devetach, de Silvia Schujer, de Iris Rivera, y fue como “preparar la oreja para la escucha”. La espera de la “palabra leída” en la compañía de sus hijos se hizo costumbre, se instaló, se volvió demandante y hubo que crear un nuevo tiempo después del taller. En él elegían entre los libros de cuentos de que disponíamos algunos para leerles por las noches a sus hijos. El compromiso surgió espontáneamente y quedó incorporado. Jugando con las palabras Es todo cuanto tenemos finalmente, las palabras. RAYMOND CARVER “Los Tomasitos” se refiere a la serie de libros de Graciela Cabal entre los que se cuentan: To,nasito (1998), Tomasito y las palabras (1998), Tomasito va al jardín (2003), Tomasito cumple dos (1998) Todos editados en Buenos Aires por Alfaguara. 61 Comentaban en el siguiente encuentro las reacciones y los gustos de sus hijos, y los chicos, ante los dichos, también participaban aplaudían reían, hablaban o nombraban a los personajes de los cuentos. Seguimos jugando con las palabras: palabras para regalar, palabras para reír, palabras para soñar, palabras de colores.., palabras para cantar... ¡Y aquí aparecen las canciones de cuna! Memoria La memoria es un cuento que cada uno se cuenta a sí mismo. MONTALVÁN VÁZQUEZ En uno de los encuentros, Lilián, de quince años y mamá de Alejandro de tres, nos dijo: “Yo escribí una historia para mi hijo que quiero compartir con ustedes”. Era la historia de su vida, con sus momentos más difíciles, su angustia, sus equivocaciones y arrepentimientos, y también con una esperanza: la del amor por su hijo. Alejandro, tal vez no entendió algunas de las palabras, pero percibió la emoción, el cariño y la esperanza que su mamá ponía en lo que leía. Cuando terminó la historia, de un salto se acurrucó en los brazos de ella y la abrazó y la besó. El resto de sus compañeras la aplaudió con admiración y respeto. Seguimos trabajando con las palabras y entre tímidas y avergonzadas algunas comenzaron a recordar algunas canciones escuchadas: ...Arroró mi niño, arroró mi sol Duérmete pequeño de mi corazón... En el siguiente encuentro les leí algunas nanas, canciones de cuna y villancicos. Y es aquí precisamente donde la palabra, la propia y ajena, toma alas, se pierde el pudor por la ternura, surge la palabra que brota de los labios pero que nace en el corazón. Las antiguas palabras, las que estaban ocultas o se creían olvidadas, surgen, o resurgen, y ahora cobran un nuevo significado: el de dárselas a sus hijos, el de recrearlas, reinventarlas, el placer de ponerles música, música propia, música y ritmo, música y alegría, música y risas. Creo que acá se produce un nuevo alumbramiento. Un vaivén de vínculos nacientes entre estas madres niñas y sus niños hijos. Entonces... la emoción, la de descubrir que sus bebés, sus pequeños o los que todavía no han salido de sus vientres pueden percibir y recibir este regalo de amor construido con palabras. Esas mágicas y eternas palabras de amor... La poesía quiere pasar a buscarnos a todos durante nuestra más tierna infancia. Para ello, cuenta con las más fieles transmisoras de sus mensajes: las madres... Faltando su primera transmisora natural... pueden cumplir ese rol las abuelas, faltando ellas será misión de la maestra jardinera introducirla en el mundo infantil. Elsa Borneman Bibliografía B0RNEMANN, ELSA. Poesía infantil. Buenos Aires, Dumas, 1992. CABAL, GRACIELA. La emoción más antigua. Buenos Aires, Sudamericana, 2001. MACHADO, ANA MARÍA. Buenas palabras, malas palabras. Buenos Aires, Sudamericana, 1998. PENNAC, DANIEL. Como una novela. Barcelona, Anagrama, 1998. RODARI, GIANNI. Gramática de la fantasía. Buenos Aires, Colihue, 1998 Marta Rosa Minatta es Bibliotecaria Escolar. Maestra de enseñanza primaria y educación de adultos. Realizó actividades de extensión bibliotecaria de promoción del libro y la lectura con bibliotecas populares en lugares no convencionales: hogares de niños en guarda judicial, centro de rehabilitación de drogadependencia, grupos de adolescentes en situaciones de riesgo, cárceles, chicos de la calle, madres adolescentes con causas penales, escuelas rurales, hogares de ancianos, comedores infantiles. Coordinó el nodo de la Biblioteca Nacional de Maestros con la Biblioteca Esteban Adrogué (1999-2003). Organizó trabajos comunitarios formando narradores de tradición oral. Participó n el proyecto de creación de la Biblioteca Popular “Manuel Belgrano” de GIew. Coordinó un programa radial con escolares. Publicó artículos de las experiencias realizadas en diversos medios. Publicado en la revista “Punto de Partida” N° 23, Año 3, Mayo 2006. Buenos Aires, Editora del Sur. La demiurgia de José María Emilia López Era en la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy. Era en un sitio llamado Coctaca, donde pobladores incas construyeron hace más de 600 años enormes terrazas de cultivo. Caminbámos entre las ruinas de lo que fue ese imponente territorio, acompañados por José y sus hermanos. José, cuatro años y un insistente deseo de demostrar a todo aquel que se acercara a su espacio sus conocimientos y sus habilidades. También Noelia, su hermana mayor, que espontáneamente oficiaba de guía de quienes recorríamos con ojos nuevos el lugar. Así aprendimos, entre desvíos y eclécticas conversaciones, mucho más sobre los cardones, sus frutos y sus flores, los canales de riego, las cabras y las piedras. Una piedra se volvía tan versátil en las manos de José... Él sabía cómo golpearla sobre alguna superficie, suavecito y contundente, y entonces obtenía finas láminas que se desprendían enteritas como hojas de papel, Asombrados admirábamos sus hazañas, él se esmeraba una y otra vez. Al cabo de un rato a hazaña repetida se volvió rutina, y entones José convirtió esa pura piedra en un puro juguete. Dijo José: —ahora éste es mi bebé—, y siguió la mayor parte del camino cargando su piedra con gesto acunador, susurrándole al oído, canturreando como quien mece a su niño bajo el sol. Cuando el peso de la piedra lo abrumó (y también el sol), nos pidió que le ayudáramos a llevar a su bebé hasta la casa. La literatura, la infancia, el arte Conversaciones con Graciela Montes Entrevista de María Emilia López Scherezada logró, a fuerza de cuentos, demorar su muerte durante mil y una noches, así que mira si sirve para algo la literatura. Alcanzó para no morir, nada menos. GRACIELA MONTES Graciela Montes es una de las escritoras de literatura infantil más reconocidas de nuestro país; también una de las más importantes pensadoras sobre la infancia y su cultura. Para quienes transitamos la experiencia educativa en el jardín de infantes, su obra es además un amparo a la hora de “construir y defender el espacio poético” de los chicos y el nuestro también. Entablamos aquí un diálogo sobre algunas preocupaciones compartidas acerca de la infancia, la literatura, el arte. — Me gustaría que nos contaras cómo fue que llegaste la literatura infantil, cómo fue que te tomó tan intensamente. — Esas cosas son siempre circunstancias o lugares por los que la vida a uno lo va llevando. Yo escribía mucho, no necesariamente para niños, y hubo una ocasión en el Centro Editor de América Latina, donde yo trabajaba, con la aparición de una colección que se vendía en los quioscos, Cuentos del Chiribitil, y yo probé escribir un cuento para niños. En realidad fue un ensayo, porque nunca había escrito para niños. Aproveché una historia del folklore personal, que eran los odos, esos personajes fantásticos, y funcionó. Me sentí muy cómoda en el género, me parece que permite mucho vuelo del imaginario, que exige economía o sencillez, y ésa me resultó una exigencia interesante. Es un género en el que estoy muy implicada, a pesar de que también escribo para adultos. — Pienso en algunas de tus conceptualizaciones, como por ejemplo el plan poético, que me parecen interesantes a la hora de integrar el arte y especialmente la literatura a la escuela. Lo que vemos muchas veces es cómo el arte o la literatura desaparecen, en el mejor de los casos puestos al servicio de la pedagogía, o postergados porque hay otras cosas más importantes que hacer. — En mi idea de la educación, el arte ocupa un lugar central. Yo creo que es la continuación natural del juego como lo imagina Winniccott1, es decir, un lugar de negociación, de transición entre el sujeto y los rigores del mundo, donde se construyen las cosas personales. El arte conserva en sus reglas de juego esa libertad, esa posibilidad de ser un espacio circunscripto, que es la tela de una pintura o el texto de un cuento o el espacio musical donde uno construye lo propio, donde no se está sujeto por un rato ni a las exigencias de la propia subjetividad, ni a las exigencias de acomodación que da el mundo; un lugar neutro. Es allí donde uno se siente vivo. Dice Winnicott que no es lo mismo estar vivo que “sentirse vivir’ y eso es el arte. En la escuela teóricamente el arte está, siempre se lo reivindica, pero no siempre cuando vamos a la práctica cotidiana lo encontramos. Por ejemplo en los jardines de infantes una cosa que suele llamarme mucho la atención, es que es muy frecuente la instalación de cuchés plásticos, ciertos dibujos con los que se “decora” el jardín; tienen poco de búsqueda, tienen poco de construcción artística, son moldes. — Sí, suelen estar muy alejados de lo que es la experiencia estética. — Claro, cuando en realidad para un chico la experiencia estética es algo totalmente natural, es algo regular en su vida. Él no necesita demasiados estímulos para instalarse en el lugar del arte porque él sabe jugar, y el que sabe jugar también sabe de qué trata el arte. Y sin embargo muchas veces se le marca que la estética para él es una estética preestablecida, donde los arbolitos son siempre de la misma manera, y las caritas son todas redondas, y no hay perfiles y no hay cosas violentas, cuando en los dibujos de los chicos si las hay, hay búsqueda, hay rupturas. En cambio se supone que cuando se es niño se debe recibir algo sin conflicto. —Muchas veces los maestros tienen miedo a la literatura sin final feliz. — Sí, generalmente los modelos de cuentos para niños están muy establecidos, son nada peligrosos, muy acorralados. O si no están al servicio de alguna unidad didáctica. Eso achica el lugar del arte, lo posterga y lo vuelve banal, lo vuelve frívolo, cuando en realidad es un lugar poderoso en tanto que se les dé ocasión a los chicos y materiales, porque otra de las cosas interesantes del arte, sea cual sea que uno practique, por ejemplo para el escritor las palabras, es la exploración de la materia, tener materia en la que uno pueda revolver, ver qué saca. Eso es fundamental en la formación artística y tampoco suele darse en los jardines. Es raro que se dé el espacio de una búsqueda un poco errática, un cierto caos. 1 Winnicott Donald. Realidad y juego. Barcelona Gedisa, 1989. — Eso es muy interesante: el permiso para una búsqueda errática. Pareciera que tenemos que ordenar todo, el objetivo lo señala el maestro, la propuesta la diseña el maestro. Entonces ya no hay búsqueda lícita para los chicos. — Lo mismo pasa cuando el maestro da una interpretación de un cuento antes de que los chicos hagan su propia lectura, es decir que los llevan, de alguna manera, los conducen hacia un resultado. A veces porque el resultado, según piensa el maestro, es más interesante o más educativo. O en el caso de los dibujos, he visto a los maestros pidiéndoles a los chicos que completen la hoja con cierto color porque va a quedar más lindo, y esa irrupción en la búsqueda personal creo que tiene que dejar una especie de represión. Cuando uno siente que el otro le dice cómo tiene que ser de lindo su dibujo, le está impidiendo buscar lo que él tiene para decir, que será bello o no bello pero que va a ser de él, que va ser una búsqueda única. Esto también tiene que ver con el uso del tiempo. El dejar que a veces el tiempo se extienda en una cosa un poco circular, que no vaya necesariamente directo a la meta, eso es algo difícil de otorgar, la gente no lo otorga. A los chicos se les otorgan muchas cosas (los que pueden otorgárselas) pero probablemente no les otorguen tiempo, el tiempo propio, el tiempo personal y también el tiempo compartido. Ese es un don mayor, que no siempre se da. Y el mismo efecto causa la extrema organización por parte del adulto hacia el niño, que los chicos tengan una agenda absolutamente armada, que nunca tengan espacio para el vacío. — ¿Cómo pensás el vacío? Hablemos del por qué de la importancia del vacío. — El vacío es tremendamente necesario para cualquier construcción, para cualquier búsqueda de significados. Tiene que haber primero un vacío. Si todo está saturado de discursos ya previstos, si lo único que uno recibe son indicaciones sobre cómo ir hacia esos discursos, no hay lugar para el titubeo, no hay lugar para la duda, no hay lugar para la pregunta. Parecería que se le dice al niño: sos chico, todavía no sabés como aprovechar el tiempo, entonces yo te lo voy a decir. Y eso es un poco soberbio de parte del adulto, porque los chicos tienen mundos adentro de sus tiempos vacíos. Una de las cosas que yo siempre recomiendo, creo que habría que hacerlo en educación, es leer memorias de infancia de escritores. — ¿Cuáles recomendarías? — Creo que uno de los más interesantes es Proust, realmente el máximo. Pero también Unamuno, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, a veces recuerdan o rescatan pequeñas escenas que mantienen vivas en su memoria. Y de esas escenas se aprende muchísimo. Porque está claro que eso que para el adulto era estar haciendo nada, estar perdiendo el tiempo, para el chico era un tiempo tremendamente cargado, en el que estaban sucediendo muchísimas cosas que algunas personas recuerdan y otras no. Me parece que hay que tratar de hacer memoria y acordarse cómo era ser niño. Era muy interesante el mundo cuando uno era niño, se veían muchas cosas. — ¿Vos creés que hoy los chicos tienen más dificultad para habitar el mundo que la que teníamos nosotros? — Están más acorralados. Tal vez no por otras necesidades o por cosas estrictas, nosotros también teníamos rigores. Pero teníamos rutinas tranquilas, con espacios vacíos, las tardes eran más largas, había un barrio, un espacio mucho más benéfico. Y ahora parece difícil encontrar eso para un chico urbano, porque el tiempo que no está organizado en comer, dormir, ir a la escuela, viajar, es un programa con otro amigo que ya está también pautado u otros cursos y cosas que hacen, o la televisión. Parece haber poco lugar para estar desconcertado. Aunque también hay chicos en situaciones tremendas que encuentran su lugar, sus márgenes, pero desde el punto de vista de la educación, de la transmisión cultural, de la organización de la cultura, está descuidado ese vacío. — Yo creo que estamos ante una paradoja, porque por un lado la escuela y los modos sociales clausuran la posibilidad del desconcierto, recargando de sentidos los mundos de los chicos. Sin embargo hay otros aspectos en los que el desconcierto es demasiado grande, y que tienen que ver con las dificultades de los adultos para acompañarlos en la crianza y en la educación, para sostener el vínculo en este momento de tanta dispersión. Yo tengo la sensación de que muchos chicos —y también los adultos— están en un profundo desconcierto, pero que rio es precisamente el desconcierto creativo. — Claro, sin reglas de juego. — Vos hablabas hace un rato sobre el espacio transicional en el planteo de Winincott, que retomás en “La frontera indómita”2, y yo pensaba en los recursos con los que Winicott contaba en la época de sus teorizaciones, que eran, por ejemplo, una madre “suficientemente buena”, con disponibilidad para acompañar al niño, y además un padre, que a su vez sostenía a la madre. Ese padre hacía el efecto de “holding”, y se convertía para el niño en garantía de su continuidad de ser. En lo que voy viendo en mi experiencia, en general los padres están, como los chicos, muy desamparados y muy desconcertados, por lo tanto poco pueden contener: Ese desconcierto del terreno de lo real se traslada a los hijos, pero no es precisamente el desconcierto que esperamos que se produzca para crear o inventar. 2 Montes, Graciela. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México, Fondo de Cultura Económica, Colección Espacios para la lectura, 1999. — Sí, en una sociedad como ésta, complejísima, donde nadie sabe bien cuál es su lugar, que además está envuelta en la tecnología, y la tecnología supone una distancia con respecto a mi acción sobre el mundo, hay otro que tiene las cosas organizadas para que yo actúe, pero yo directamente ya no sé cómo son las cosas; eso a un padre que tenía el lugar del que sabía, lo ha corrido, lo ha disminuido, ese padre está infantilizado por la cultura, es como un niño más. — Desde este punto de vista la infancia ya no es cronológica; la condición de niño y la condición de adulto se desdibujan, ya no está claro quién contiene a quién, ni hay condiciones de humanización garantizadas. Hay un “vacío” más primario que aquel al que nos referíamos cuando pensábamos el espacio mental propio, creativo; pareciera que hay un vacío de sostén que se traduce también en vacío de pensamiento... —Yo pienso en las figuras de los Simpson, Homero Simpson es tan niño como Bart, son dos niños, y en la cultura él es un consumidor, trata de ser feliz y no piensa mucho, de eso se trata. —Ahora, volviendo al lugar del arte, —que yo creo que puede ser un importante dispositivo de humanización, precisamente por esa posibilidad de búsqueda y construcción de lo propio, por esa mixtura entre abstracción y sensibilidad, que en definitiva es la capacidad de pensar—: desde tu punto de vista, ¿cómo se acompaña a un chico en la experiencia estética? ¿Cómo se acompaña el aprender a “hacer obra” el empezar a tomar distancia de la pura expresión? — Es un trabajo que no se da de un momento para el otro. Lo primero es poder convertirse uno en lector de su obra, poder mirarla. Pero los chicos lo ejercen si trabajan con convicción como generalmente lo hacen, si realmente tienen interés son muy críticos de su propia obra, se impacientan cuando algo no les sale, prueban, eliminan, es la búsqueda. Mientas alguien esté haciendo eso, no sé si uno tiene derecho a decirle que se olvidó de hacer tal cosa. Lo que va a ver el maestro son cuestiones no resueltas que él puede ayudar a resolver en nuevos planteos. Al ver esa debilidad, esos huecos, puede plantearle nuevas propuestas, y así es como el escritor o el artista va reparando sus fallas. Me parece que una de las cosas deseables en la formación docente sería que los propios maestros tengan una experiencia artística, no que todos sean pintores, escritores o algo por el estilo, pero sí que tengan trato con la experiencia artística, alguna forma de sensibilización, y de buena escucha. Ellos pueden no ser grandes pintores, pero tienen que conocer algo de los grandes pintores, tienen que haber mirado, como tienen que haber leído, escuchado música. Yo no sé si eso lo contempla la formación docente. — Cuando escucho a los maestros en general o a los alumnos de los Profesorados de Educación Inicial que están haciendo prácticas en jardines, percibo una desolación muy grande. Hay jardines maternales con 25 bebés a cargo de dos o tres maestros. Obviamente no puede existir allí ni siquiera la mirada, y está tan naturalizado ese maltrato que tampoco se lo percibe como tal. Hay maltrato hacia el niño y hay maltrato hacia el maestro que está sometido a la exigencia de desempeñarse en esas condiciones. Con los chicos más grandes el discurso más fuerte es que hay que enseñar más, pero el “enseñar más” entendido como atiborramiento de contenidos. Estos son problemas importantes a la llora de pensar cómo construyen los chicos y los maestros su “frontera indómita”. —Yo creo que hay que dar lo más posible, por supuesto, a los que tal vez la única ocasión que tengan sea la escuela. Pero hay que ver qué, cómo, y no en un paquete apretado de información sin maniobra, porque cualquier información, cualquier conocimiento que le acerquen a uno, si no le dan al mismo tiempo un margen de libertad, de manipulación, de apropiación de ese saber, es nada; y eso es lo que proporciona el arte, —el arte en un sentido amplísimo, no sólo “las artes”—. Creo que la ciencia cuando es investigación también es artística, es una búsqueda, es un desconcierto, es un tantear, todo eso tendría que ser lo número uno. — En ese sentido todos podemos ser artistas. — Sí, claro. Los chicos lo son, lo ejercen de la manera más natural, observando el mundo, descubriendo cosas asombrosas. Nosotros con el tiempo nos vamos endureciendo, vamos postergando ese espacio, vamos rodeándonos de cosas que nos hacen funcionar. Cuando estamos funcionando, no podemos jugar, y no podemos leer y no podemos hacer arte. Ni crear conocimiento propio, porque simplemente estamos funcionando. Para que algo suceda hay que volver a ponerse en ese margen, hay que poder correrse del funcionamiento. —A mí me gustaría poder transmitir a un maestro que si dedica mucho tiempo de su semana de clase a leer cuentos y poesías no está perdiendo el tiempo, al contrario, eso es de una potencia enorme; que no le tenga miedo al libro que no conoce, al libro que puede provocar rupturas... — Yo creo que es así. Por otra parte, las experiencias que he visto en escuelas donde hay maestros que son contadores, que dedican bastante tiempo a leer cuentos, muestran que la esgrima verbal de los chicos es increíble, la astucia que desarrollan también. El otro día fui de visita a un jardín donde los chicos habían leído algunos cuentos míos, y uno de ellos había hecho esta observación: “yo sé, usted empezó con unas palabras y después volvió a poner las mismas palabras cuando terminaba el libro. Y eso ¿por qué?, ¿por qué es pícara?”. Es hermoso, descubrió el truco literario. ¡Se dio cuenta de que había una retórica, y es un nene! Eso es la escucha. Se vuelven muy diestros, muy buenos lectores, yo se los aconsejo. Por supuesto, que sea también para el maestro una fuente de goce. Una cosa sana es que los maestros se acerquen a los prácticos del arte. La experiencia de las visitas a las escuelas por parte de los plásticos, músicos, escritores, es muy buena, me parece que ensancha el horizonte de los chicos y el de los maestros. En el final de su libro Gramática de la fantasía, Gianni Rodari dice algo así como “esto no es para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. Esa es la idea, el arte es un ejercicio que le da a uno un espacio personal más grande, más recursos imaginarios y hasta prácticos, le da un espesor a su frontera, le da un territorio muchísimo más amplio en el que vivir. Algunas publicaciones de Graciela Montes: Amadeo y otra gente extraordinaria. Buenos Aires, Gramón Colihue, 1995. Doña Clementina Queridita, la Achicadora, Buenos Aires, CoIihue, 1985. La verdadera historia del Ratón Feroz. Buenos Aires, Grunón Colihue, 1997. Tengo un monstruo en el bolsillo. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena. Buenos Aires, Sudamericana, 1989. Otroso (últimas noticias del mundo subterráneo). Buenos Aires, Alfaguara, 1994. Cuatro calles y un problema. Madrid, SM, 1992. Venancio vuela bajito. Buenos Aires, A Z Editora, 1994. Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre. Buenos Aires, Colihue, 1995. La batalla de los monstruos y las hadas. Buenos Aires, Alfaguara, 2001. El turno del escriba (novela para adultos). En coautoría con Ema Wolf. Madrid, Alfaguara, 2005. El corral de la infancia. México, Fondo de Cultura Económica, 2000. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Literatura Infantil. Creación, censura y resistencia. En coautoría con Ana María Machado. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2003. Algunos premios y distinciones: Accésit Premio Lazarillo, otorgado por el Instituto Nacional del Libro Español por Amadeo y otros cuentos, en 1980; Lista de Honor del Premio Hans Christian Andersen, International Board of Books for Young People, por su libro Y el Árbol siguió creciendo, en 1990. “Premio Fantasía Infantil” a Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre, 1996. Candidata por Argentina al Premio Hans Christian Andersen 1996, 1998 y 2000. Premio “Pregonero de Honor”, otorgado por la Fundación El Libro, en al año 1999. “Diploma al Mérito en la categoría Literatura Infantil”, en el año 2004, por su trayectoria profesional, Fundación Konex. “VIII Premio Alfaguara de Novela 2005” por El turno del escriba en co-autoría con Ema Wolf. Publicada en la revista “Punto de Partida” N° 1, Año 1, Marzo 2004. Buenos Aires, Editora del Sur. Todo lo que ven son papelitos Conversaciones con Istvan Schritter Entrevista de María Emilia López ¿Cómo responder a una serie de cosas que los chicos pueden llegar a plantear con respecto a una imagen? Para mí la respuesta es “estamos juntos’: La pluralidad de sentidos, ésa es precisamente la mayor riqueza. Istvan Schritter Istvan Schritter nació en Madrid en 1968, y desde el año y medio vive en Argentina. Primero en Santa Fe, después en Buenos Aires, fue tramando una biografía como ilustrador y también como escritor que vale la pena rememorar con él. Es uno de los autores jóvenes más destacados de la literatura infantil actual. Lleva publicados muchos libros en Argentina, Méjico, España, Francia, Suiza y otros países. Ha recibido varias distinciones, entre ellas la candidatura al Premio Hans Cristian Andersen en 2002 y 2004. Sobre el lugar de la ilustración y los ilustradores en las obras literarias, sobre los géneros, sobre sus propias creaciones, sobre su estética y los libros para la infancia, discurrirá esta conversación. —¿Cómo comenzó tu carrera como ilustrador? —Mi carrera como ilustrador empezó tempranamente. Yo siempre dibujé, siempre diseñé y siempre escribí. Desde chico siempre me consideré ilustrador. Después me di cuenta de que también diseñaba los libros, que les imprimía un criterio gráfico, los armaba. Tempranamente también empecé a escribir historietas, y en cierto momento me di cuenta de que mi oficio era más amplio que el de ilustrador; era una especie de hacedor de objetos. Concretamente lo que más me gusta a mí y por eso me incliné hacia el libro para chicos—, es hacer objetos en donde texto, imagen, diseño constituyan un todo, donde no puedan separarse uno de otro. —¿Cuál es tu formación? ¿Cómo te hiciste este ilustrador que sos hoy? —Siempre fui autodidacta, siempre leí muchísimo. En mi casa no había televisión y sí había una biblioteca enorme, con muchísimos libros, y así fue como autogestioné mis aprendizajes. Ilustrar es mi forma de vivir, es una gran felicidad. Mi compromiso como ilustrador es muy grande, yo así opino, reflexiono, soy activo. — ¿Cuál fue el primer libro que ilustraste? —El primer libro que ilustré es olvidable, se llamaba El bramido horripilante, lo publicó Graciela Montes, que en ese momento dirigía una colección en “Libros del Quirquincho”. Yo tenía 18 años. Luego trabajé con Laura Devetach y Gustavo Roldán en la colección “El pajarito remendado”; ilustré La mesa, el burro y el bastón, Un pez dorado y El águila y el zorro, estos sí fueron libros que empezaron a representarme. Simultáneamente siempre me gustó la investigación, trabajé en el Plan Nacional de Lectura, dando talleres de historieta y de imagen. Seguí ilustrando mucho, hasta que en cierto momento decidí abocarme absolutamente a los libros para chicos; me di cuenta de que ésa era mi gran pasión. —Vos hacés funcionar un concepto distinto en la relación texto-imagen, en muchos casos como autor integral, es decir como escritor e ilustrador a la vez: ese oficio de “hacedor de objetos-libros” al que te referías antes. ¿Con qué obra comienza en vos este modo de hacer operar al libro infantil? —Mi primer libro como autor integral es Refrains sansfreins, que se publicó en Francia, y desde ese comienzo mismo hice un libro objeto, son historias y dibujos infinitos para leer en bandas de Möbius. Luego seguí ahondando en la relación indivisible entre texto e imagen en Ideas claras de fu lito enamorado, Federica aburrida y Abel regala soles, en la “Serie de Istvan” de Editorial AZ, en El ratón más famoso, Boca de león y Todo el dinero del mundo. Finalmente, en El hombre más peludo del mundo y ¿Has visto?, investigué nuevos terrenos de la significación gráfica, son libros muy conceptuales, casi sin ilustración, pura tipografía y color: el hombre más peludo del mundo es tan peludo que se ve todo negro, ¿Has visto? desafía desde el título a descubrir el mundo en apenas un plano de color puro. — ¿Cómo es tu modo de ilustrar? ¿Qué técnicas usas? —Yo dibujo casi permanentemente con papelitos que recorto y pego con cola común, como la que usan los chicos. Mi técnica es casi escultórica; voy recortando los papelitos y armo la imagen sin pegarlos, los superpongo, pruebo, recorto, tiro, pruebo otra vez, hasta que logro el dibujo que busco. Uso una pinza de depilar y dos tijeras, colores plenos y preferentemente forma geométricas. Hago hasta el circulito más minúsculo con papel. —Hablemos de tu otro modo de abordar la literatura para chicos. En este momento estás dirigiendo una colección novedosa de edición argentina, que es “Libros-álbum del Eclipse” Contános qué es un libroá-lbum. —El libro-álbum es un libro donde el texto y la imagen funcionan de una manera totalmente conjunta, donde uno no puede leer una de las partes sin leer la otra, es decir que sin mirar el dibujo se pierde parte del texto, sin leer el texto se pierde parte del dibujo. Por ejemplo, en el ratón más famoso, el ratón dice que colecciona varias cosas: “este libro, por ejemplo”. La imagen muestra al ratón con el mismo libro que el lector tiene entre manos. Eso lo dice la imagen, no lo dice el texto. Si uno no lee la imagen ese concepto se pierde absolutamente, porque no se sabe cuál es el libro que colecciona el ratón. —¿Qué características propias tiene esta colección “Libros-álbum del Eclipse”? ¿En qué se discrimina de otras? —En la Argentina, con la vuelta de la democracia se dio un crecimiento importante de la literatura infantil, con escritores como Graciela Montes, Laura Devetach, Gustavo Roldán, donde la palabra era muy fuerte. También había libros-álbum, pero no conceptuados como tales. Ese esquema continuó, y a fines de los 90 empezaron a entrar al país libros como los de la colección “Los especiales de A la orilla del viento”, de Fondo de Cultura Económica, algunos de editorial Kalandraka, “Los piratas”, del Barco de vapor de editorial SM. Había mucho libro-álbum allí, libros que con la paridad del dólar y el peso se podían comprar. Eso abrió el abanico en cuanto a diversidad de propuestas en los libros para chicos. Estábamos en eso cuando llegó la crisis y cortó la posibilidad de comprar esas cosas, justo cuando la gente empezaba a descubrirlos. Cuando me propusieron hacer una colección en Ediciones del Eclipse, pensé en recuperar algo de ese terreno para los chicos. La colección se caracteriza por su total diversidad; el único eje común es que los libros sean álbum, con texto e imagen funcionando a la par; el número de páginas varía, el formato y tamaño también, hay libros de autores clásicos y de autores noveles, hay libros hechos por escritor e ilustrador y libros de autor integral, hay libros de tapa dura y libros de tapa blanda; o sea que la línea que define la colección es puramente conceptual: ser libro-álbum. Y algo que también la distingue del resto de las colecciones, en el ámbito iberoamericano, es que está fundada en autores nacionales (no es que no estén pensadas traducciones y compra de derechos, pero el cuerpo principal está conformado por libros originales) — ¿Cómo seleccionas un material que se convertirá en libro de la colección? ¿Con qué criterio? ¿Qué buscas o priorizas en la elección? —Los cinco primeros títulos ya los tenía en la cabeza... Otra de las tareas a las que estoy abocado es la participación en el Foro de Ilustradores (una institución que nuclea a los ilustradores argentinos, nacida hace unos diez años y de la que soy fundador). Eso hace que esté en vínculo con mucha gente del rubro, por ejemplo Nora Hilb, de quien publicamos Cosas, cositas o Mónica Weiss, coautora de ¿Quién está detrás de esa casa?... Otro de los conceptos que incorporé, cosa que no es frecuente en Argentina, es reeditar libros que hace años que no se reeditan y que valen la pena, como La línea, de Ayax Barnes y Beatriz Doumerc, que hacía treinta años que no se reeditaba, “tapado” por la dictadura y a pesar de eso recuperado en cualquier estudio sobre literatura de imágenes, porque es sensacional, brillante, y tiene una vigencia impresionante. Así fue como traer el libro clásico, reeditar clásicos, más el gesto de hacer algo nuevo definieron lo propio de esta colección -además de que los, libros siempre sean álbum-, y luego todo lo más diverso posible, como el mundo, como los chicos, lleno de diversidad. — ¿Qué recepción tienen estos libros en el público infantil y en el público adulto? Porque no son estéticas convencionales... -Yo creo que se van a terminar imponiendo, porque si bien implican una ruptura, la recepción que estoy viendo en la gente es buenísima. Los chicos tienen muchos menos prejuicios para abordar cualquier tipo de cosa nueva, para los grandes suele ser más difícil. Pero creo que la cuestión está en seguir tirando opciones; estamos acostumbrados a que en Argentina todas las colecciones tienen el mismo formato, el mismo color, se unifican y definen en eso. Yo apuesto a que también una forma de decir “esto es una colección” es que formato, color, tipografía, sean todos distintos, y se unifiquen en la diversidad. — ¿Tenés vínculo fluido con chicos lectores? —Sí, yo hago Taller con chicos, me animo con los chicos de Jardín. Voy a colegios y hago una especie de taller/show de lectura y de imagen. —Contame cómo es un taller coordinado por vos en un jardín. —Bueno, yo entro con una valija cerrada, que es muy misteriosa. Si no me conocen, es decir si no conocen los libros, si es una sorpresa, sin decir absolutamente nada saco algún libro y comienzo a leerlo (me gusta actuar y todo eso...). A veces saco un papel de una caja y después les pregunto si saben con qué trabajo yo, y les voy mostrando cómo lo hago. Es una especie de acto de magia. Como yo trabajo siempre con tijeras y papel, cuando les propongo que adivinen con qué dibujo generalmente no aciertan, porque no imaginan que lo haga de esa manera. Cuando saco la tijera se asombran y a veces me preguntan: ¿qué tiene, tinta en la punta? ¿La mojás y dibujás?” Entonces dibujo en el aire recortando siluetas. Les dejo varias siluetas para todos, y mientras tanto voy hablando con ellos, que manifiestan todas sus preguntas e inquietudes. Conversamos y después les muestro y leo más libros. —En general en el ámbito docente la cuestión visual está muy poco trabajada. No hay demasiada búsqueda acerca del color, de la forma, del espacio, etc. Si vos tuvieras que transmitirle a un maestro por qué es importante la comunicación visual, la capacidad de percepción visual en los chicos, el lenguaje gráfico, ¿qué dirías? —En un libro ilustrado mucho de lo que leen los chicos y los adultos es el dibujo. Pero como la cultura que tenemos es fundamentalmente una cultura letrada, estamos más atentos a lo que dicen las letras. Lo que pasa es que a las letras hay que aprenderlas, hay que estudiarlas, en cambio la imagen es algo que uno a medida que va creciendo aprende a ver, y es una aprendizaje en el que si no se quiere no se profundiza; uno aprende a ver lo necesario, va sabiendo que eso que ve es una lámpara y que tiene más o menos luz, o más o menos opacidad. Hay montones de convenciones a las que estamos absolutamente habituados e inconscientemente entendemos, en eso generalmente no pensamos. Sin embargo es una competencia en cuanto a imagen, a través de brillo y opacidad estamos hablando de textura, color, luz. En el aprendizaje sistematizado la imagen queda de lado, porque la letra tiene un nivel de simbolismo al que hay que dedicarle más tiempo y aprendizaje. En el caso de los libros para chicos, lo que siempre pasa es que debido a estas competencias que se tienen per se respecto de la imagen, cualquier lector lee cosas en la imagen que no están dichas en el texto. En el caso de los docentes que quieren enseñar la lectura y cómo abordar los libros para chicos, se dedican muy pomenorizadamente a la letra y no saben qué hacer con la imagen, sin embargo la imagen es algo que leen constantemente. Una de las cosas que yo suelo hacer como para descontracturar en una actividad con docentes es pedirles que lean un texto de libro-álbum transcripto (sin la imagen), que lean eso y a ver qué entienden. La mayoría de las veces hacen una lectura del texto que puede ser muy auténtica pero luego, al leer el libro completo, se dan cuenta de que hay un montón de cosas que sin el apoyo de la imagen desaparecen de la posibilidad de ser leídas, se pierden. Entonces la importancia de la imagen es crucial en los libros para chicos, y más en los librosálbum. En realidad yo creo que podríamos poner en debate si el libro-álbum es literatura infantil. No sé, como hipótesis... quizás no sea específicamente literatura, tal vez sea un género “otro”. Ni el texto ni la ilustración funcionan solos. Hay una secuenciación que tampoco tiene que ver con el cine ni con la historieta, que tiene otros códigos, que tampoco son los del libro infantil en sí. Hay una serie de códigos que son muy específicos del libro-álbum: montones de cosas dichas en el diseño, en la tipografía, en el uso del espacio. Puede que sea un género diferente, ¿acaso el cine está dentro de la literatura por obra y gracia de su guión? ¿la historieta es literatura? No lo creo. Con esto no estoy cerrando ninguna teoría, es sólo una hipótesis. Son géneros que están insertos en los medios masivos de comunicación, que hacen su eclosión hace apenas cien años, y eso genera nuevos debates. Y si tenemos en cuenta que además la literatura infantil siempre fue la hermanita menor de la literatura, y que en ese contexto uno aparece con los libros-álbum... ¿qué’ es literatura infantil...?, ¿que’ es literatura...? Son definiciones que no creo que puedan cerrarse nunca. —Sí, totalmente. Y podemos retornarlo en una próxima oportunidad. ¡Gracias. Istvansch Schritter (Madrid, 1968). Ilustrador, diseñador y escritor de sus propios textos. Ha publicado libros en varios países de Latinoamérica y Europa. Fue distinguido con el Primer Premio Fantasía de Literatura Infantil, la primera mención del premio “Utopía Latinoamericana” (27° Congreso Internacional de IBBY, Colombia), el Premio Octogonal de Honor 2004 (CIEU-RICOCHET, Francia) y, en cinco ocasiones, libros suyos fueron incluidos en la Lista de Honor de ALIJA. Fue candidato por Argentina al Premio Hans Christian Andersen 2002 y 2004 y seleccionado para exposiciones internacionales de ilustración de libros para niños de Bratislava, Bologna, Sarmede y Buenos Aires. Es director de las colecciones “Libros-álbum del Eclipse” y “Pequeños del Eclipse”. Coordinó espacios dedicados al libro ilustrado en TV y radio. Sus investigaciones en el campo de la ilustración lo han llevado a dar clases en todos los niveles de la enseñanza y a escribir artículos para revistas especializadas en varios países del mundo. Sus reflexiones están reunidas en el libro La otra lectura. Las ilustraciones en los libros para niños (Buenos Aires, Lugar Editorial). Es fundador y miembro activo del Foro de Ilustradores/Argentina. Algunos de sus libros: El ratón más famoso, ¿Has visto?, Avión que va, avión que llega, Todo el dinero del mundo, Boca de león, Federica aburrida y Abel regala soles, Ideas claras de Julito enamorado, Serie de lstvan (8 títulos). Entrevista publicada en la revista “Punto de Partida”, Año 1, N° 4, Junio 2004. Buenos Aires, Editora del Sur con datos actualizados en enero de 2007. Ilustración, transgresión y rupturas Una conversación con Isol Entrevista de María Emilia López Nació en Buenos Aires en 1972, y vive en Argentina. Isol es una reconocida ilustradora, que además de incursionar en el cómic, en la poesía y en la pintura, y de escribir sus propios textos, ha publicado numerosos libros infantiles. Fue premiada en varias oportunidades, como por ejemplo en la Bienal de Bratislava, en el año 2003, recibiendo el Golden Apple, una de las distinciones más importantes a nivel internacional en el terreno de la ilustración. Una estética particular caracteriza sus producciones, que ella define para un público indefinido. Chicos y grandes se desconciertan ya la vez reconocen en el nene que se parece a su perro (Vida de perros), en la mamá que no puede parar de gritar ni siquiera al horno o a todo lo que se mueva (El globo), en el chico que teme y se atreve y sueña aunque el lector no lo advierta hasta muy avanzado el relato (Piñatas). Textos e ilustraciones que bordean los aspectos más genuinos, ridículos, infantiles, desconcertantes, reprimidos, profundos, afectivos de cada uno. Libros y autora/ilustradora más que interesantes para descubrir. — ¿Podemos empezar haciendo la génesis de tu ser artista gráfica, plástica o literaria de libros para chicos? ¿Cómo fue que empezaste a ilustrar libros para chicos, cómo nació esta profesión en vos? —Yo estudié Bellas Artes, y también escribo desde chica. Siempre me gustó muchísimo el cómic, pero el cómic de autor. Acá hay una escuela de cómic de autor muy buena, de la época de la revista Fierro62. Toda mi adolescencia la viví con eso, la gente de la revista era toda muy jugada, cada uno tenía un estilo diferente, no era una historieta estándar. Estaban Enrique Breccia, el hijo de Breccia, Max Cachimba... cada uno tenía un universo propio tan único, y ver tantas cosas diferentes me abrió mucho la cabeza. También todos intentaban ser vanguardistas, romper con lo anterior, eran artistas. Luego empecé a escribir. En un momento empecé a escribir algunas cosas en los cuadros, me salía una escena plástica pero me parecía que le faltaba poner algo que tuviera que ver con la palabra. Después, cuando salí de la escuela, empecé a trabajar un poquito en publicidad, pero seguía investigando; fue un momento en el que investigué casi todo. Me gustaba mucho hacer un arte popular, pero desde un lugar transgresor, a la vez no circunscripto a una galería de arte o a un lugar específicamente artístico, entonces empecé a intenta unir los textos que yo hacía con lo que a mí me gustaba hacer con la plástica, porque me divierte mucho trabajar con esas dos cosas La revista ‘Fierro se publicó entre 1984 y 1992. Fue una revista argentina de historietas verdaderamente masiva. Entre sus guionistas y dibujantes se encontraban El Marinero Turco, Muñoz y Sampayo, Enrique Breccia, Max Cachimba, Trillo, Mandrafina, Saccomanno, Pablo de Santis, Sáenz Valiente, Nine. A fines de 2006 regresó a través del diario “Página/12”, en una entrega quincenal, con algunos nuevos hacedores y casi todos los que ya estaban. La dirige Juan Sasturain, quien fuera Jefe de Redacción en la primera etapa. 62 juntas, además yo me intereso mucho en las historias; también me pasa con las canciones, estoy muy pendiente de las letras, de cómo dialogan entre sí los diferentes lenguajes y se transforman. Luego comencé a trabajar en prensa, y ese fue otro desafío para entramar los textos que me daban con las ilustraciones, y siempre me llamaron mucho la atención los libros ilustrados. En una oportunidad fui a Europa, y ahí compré varios libros y descubrí que se podían hacer cosas buenísimas con libros-álbum, que estaban hechos por artistas, que eran muy ingeniosos, divertidos, y que estaban emparentados con el cómic, porque se armaba una secuencia con la ilustración como protagonista. A la vez observar que como adultos no tenemos ofertas ni alternativas de encontrarnos con libros ilustrados, porque viste que (y me da bronca a mí eso) cuando los chicos empiezan a ser más grandes comienzan a darles más textos con menos ilustraciones, como si la ilustración fuera una ayuda para entender cuando no sabe leer, y cuando sabés leer basta, pero en realidad nunca te enseñan a leer la ilustración. — Y en los libros para adultos de hecho prácticamente no existe la ilustración. — Claro, lo que pasa es que si una ilustración es “ilustrativa”, realmente es redundante para un adulto. Pero si es una ilustración “artística”, es como comprarse un libro de Taschen63. Parece que todo está muy separado, para ver arte visual tenés que ir a los museos. Pero igualmente no creo que haya una educación visual, porque cuando vas al museo y la gente está atentísima a la biografía del artista y a la explicación de la obra y al cómo fue, tampoco es que está relajada como cuando lee algo. Uno lee algo y tiene el código para decodificarlo, entenderás o no lo que está detrás de eso, pero tenés la certeza de “yo sé cómo leer esto”. Una ilustración, una cosa plástica es mucho más inmediata, y a veces no hay una escolarización determinada, no hay un criterio construido que permita decodificar, y eso podría estar buenísimo si se hiciera accesible. Pero implica una actividad y un esfuerzo como espectador, también hay ciertos prejuicios de que hay cosas ocultas que no cualquiera puede entender, y que si no lo entiendo soy medio tonta, y de esto qué tengo que pensar; es difícil, porque además la plástica ha avanzado muchísimo conceptualmente hacia lugares tan diferentes y hasta un poco crípticos a veces. — Pensando en las ilustraciones de tus libros, considerando lo que es tradicionalmente la ilustración infantil en nuestro país, en algún punto pueden volverse crípticos para determinados lectores adultos. A mí eso me resulta muy interesante en tu estética. Por eso me preguntaba si vos pensás en algún chico en particular cuando ilustrás o escribís, y si te importa o no lo que le pasa a ese chico, aunque evidentemente no pasa por ahí la cuestión. Pero me parece que para la estética literaria de la que se rodea a la infancia actual, al menos en Argentina, tus libros tienen algo de críptico, en el sentido 63 Taschen es un sello editorial alemán, dedicado especialmente a la edición de libros de arte, de reconocidos artistas plásticos, escultores, diseñadores, etc. de difícil de comprender para aquel padre o maestro que busca en la literatura, tanto desde la imagen como desde la palabra, un acompañamiento más literal de lo que está bien o lo que está mal. Encontrarse con una mamá que grita y convertirla en un globo (la niña se queda sin mamá, ahora tiene a cambio un globo), no es fácilmente digerible para un adulto en general. — A mí me gustaría que no fuera críptico en el sentido de que no esté encapsulado, me gustaría en todo caso que fuera misterioso, raro, que se pudiera desconfiar pero que haya algo atractivo en eso. — Es que tal vez lo críptico se arme a partir de esa forma de mirar del lector tan estereotipada, que es la que más circula entre los adultos, no así entre los chicos. — Es que es la educación, que cada vez está peor, es el sistema que no acompaña. Yo de chica tuve unos libros alucinantes: los cuentos de Polidoro; me los regalaron a los diez años, y siguen siendo brillantes, tienen una ilustraciones maravillosas, distintas, y para mí no eran raras, yo no recuerdo que me hayan resultado extrañas. Eso desde mi punto de vista demuestra que la rareza de algunas ilustraciones o textos no es una percepción de los chicos. Me pasó con Vida de perros, que la editorial no quería publicar las ilustraciones originales porque decía que los personajes estaban desquiciados, que los ojos parecían de psicóticos. En el momento del juego con barro (escena del libro), los ojos de los personajes estaban en la misma dinámica visual; “están demasiado locos” me decían los editores. Primero me puse bastante mal, y decía “yo no voy a modificar nada”. Después pensé que quizás aunque para mí era gracioso que parecieran locos, tal vez para los nenes mejicanos que son muchos más encerraditos, o quizás para estos editores, era demasiado raro, no les daba tanta gracia. Traté de entender también —con el primer libro aprendí eso— que había otras miradas, que había cosas que yo no podía manejar, que allí se podía leer de otra manera... porque yo siempre pienso en un par que lo va a leer, pienso en mí como niña a la que le gustaban estos libros, que me siguen gustando, y también comparto mi trabajo con ciertas personas que me gusta lo que hacen y los respeto, para mí este es el modelo de lo que mis libros tienen que ser, pero no todos lo perciben igual. — Por ejemplo, con “Vida de perros” ¿qué negociaste, cómo se resolvió la diferencia con el editor? — En realidad no cambié mucho. Lo que hice fue hablar bastante y justificar concienzudamente mis elecciones, era mi primer libro, yo era más chica, todo a la distancia, y ellos me estaban dando lo que yo había soñado en mi vida. Era el primer libro que yo presentaba en un concurso y resultaba elegido nada menos que por el Fondo de Cultura Económica, una de las mejores editoriales, y me llamaba el mismo editor para decirme que estaba con el jurado, y que no me podían dar el premio porque los dibujos eran demasiado raros, pero que él no estaba de acuerdo, que le encantaba el libro y quería publicarlo. Yo —-imagina- te—, saltaba por las paredes, entonces me dijeron que suavizara algunas cosas de las calas. Trabajé un poco eso, tardé mucho tiempo porque hacía y deshacía, daba muchas vueltas. Encima todavía no estaban el correo electrónico y el scanner como ahora (aunque era nada más que más 9 años atrás, 1996), así que tenía que mandar a México fotocopias color que siempre salen de colores horribles y decirles: mira no es tan así; y ellos me lo devolvían diciendo que los colores no les gustaban, insistían con los colores fuertes, y yo les tenía que explicar las dificultades de las fotocopias más mis propias elecciones, y sufría. Hasta que un día les escribí una carta de cinco hojas en la que empecé a justificar, y que me sirvió a mí también para mirar mis dibujos desde otro lado teniendo que defenderlos, y encontrarles más profundamente el sentido, llegando a la conclusión de que no podía cambiar lo que había hecho, porque iba a quedar horrible; entonces empecé a justificar por qué usaba una paleta acotada, por qué quería que la línea negra fuera la que llevara el dinamismo y por eso los otros colores eran más apagados, que de pronto ponía algún color fuerte para que eso se levantara y que si ponía todo fuerte se iba a saturar... bueno, leyes de la plástica pero que a mucha gente igual no le importan. Pero los editores quedaron tan impactados por la pieza teórica que armé que aceptaron la idea casi original, con algunas modificaciones pero no todas las que pretendían. El jurado siguió diciendo que no estaba demasiado de acuerdo con la estética pero avalaba la justificación plástica. Ese fue el inicio con el Fondo de Cultura Económica, luego me pidieron más cosas e hice varios libros con ellos. Después me contacté con Jorge Luján, que me propuso hacer la colección Equis y Zeta. Pero para eso no me servía lo que yo estaba haciendo, porque esos eran textos muy cortitos y delicados. Empecé a explorar otras variables, y terminé usando la misma línea que en “El globo”, una técnica mucho más liviana. — Contanos como es esa técnica, porque muchos lectores no conocen estos libros y sería bueno que pudiéramos acercarlos a alguna idea plástica sobre ellos. — Es una línea muy liviana, con planos de color neto. Yo tengo mucha idea de grabado, porque mis primeros trabajos los hice imprimiendo en serigrafía, y también siendo mi primera línea muy parecida al grabado, a la hora de colorear quería seguir respetando esa estética. Ya la vez me gustó esa cosa neta, con algo de grabado y algo medio pop, de hecho Warhol también tomó la serigrafía. Y gracias a encontrar ese texto que yo jamás hubiera escrito (la propuesta era muy delicada, me permitía la posibilidad de hacer cómic, que me encanta, y me permitieron hacer realmente lo que quise), hice un montón de cosas interesantes, y realmente estuvieron muy osados en Alfaguara (Alfaguara de México) en aceptarlo. Lo que me pasó con este libro de Jorge Luján, como con Paul Auster, cuando ilustré El cuento de Navidad de Auggie Wren64, fue que abordar textos de otro imaginario me permitió a mí también abrir el imaginario, responder al imaginario de otro me demostraba que las herramientas que tenía no iban, entonces tuve que explorar mucho y eso fue buenísimo, me encantó, porque en general cuando viene un texto ajeno trae ya bastante explícito todo su significado sin las ilustraciones. Cuando mirás mis libros si no ves las ilustraciones no entendés nada, de hecho hay muchas cosas que no cuento con palabras, pero a la vez eso me hace que esté un poco atada a la historia desde lo narrativo visual. Porque tengo que “explicar” cosas también desde la imagen. En cambio en el caso de Paul Auster, es un texto terminado, no necesita nada más, entonces yo puedo irme adonde quiero, puedo experimentar y puedo dedicarme a lo conceptual sin caer en el barroquismo o en algo que podría ensuciar. Y con los de Jorge, que son tan chiquititos y delicaditos, me gustó ese desafío de lo mínimo, como cuando yo escribo que uso mucho la síntesis, saco y saco y saco... — Sí, creo que la síntesis es una marca registrada de tus libros, y pensaba en “El globo’ que me parece uno de los más logrados en ese aspecto. ¿Cómo llegás a esa síntesis casi absoluta? ¿Cómo es tu proceso de producción, vos escribís y en base a eso vas armando y decantando como en el dibujo? — Muchos libros nacieron de una imagen. Y el globo nació de la idea de la madre gritando. Un día yo estaba escuchando a la vecina que gritaba mucho, y me puse a pensar: los hijos la van a recordar siempre con la boca abierta. Me di cuenta de que los chicos empezaban a gritar también, ahora ya gritan todos, y pensaba además cómo ella no se daba cuenta de la imagen que debían tener de ella gritando. Lo escribí entero casi de una vez, estaba sentada ahí escuchándola gritar, lo escribí, lo boceté, y dije: qué redondito que está esto. Realmente es una de esas cosas que no tuve que retocar mucho, me parecía que era osado y un poco brutal en su síntesis, pero a la vez simpático, que estaba maduro, con un problema real, pero que la nena podía resolverlo resignando algunas cosas. Y después tuve que trabajar la ilustración de una manera muy sutil, porque al ser tan brutal y a la vez tan mínimo el texto, necesitaba una técnica como la que usé para los libros de Jorge (la que expliqué antes), que resultó buenísima; también para alivianarlo, para que te lo puedas tomar más en broma. — ¿Te gusta cambiar de técnicas, inventar modificar cuestiones de tu estética? Sí, me gusta mucho, aunque mi estética tiene algunas marcas recurrentes fuertes me gusta cambiar y explorar. Lo que pasa que a veces pruebo cosas y después no funcionan, siempre estoy probando y a veces me pasa que el texto no soporta lo que estoy pensando o armando en ese momento. Pero esta nueva técnica funcionó muy 64 Auster, Paul (texto) e Isol (ilustraciones). El cuento de Navidad de Auggie Wren. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. bien, ya la vez mantengo siempre la línea un poquito rota, sensible, es una línea nerviosa, no es prolija, y sigo usando una paleta acotada, con algún pequeño elemento de color. —Muchos de tus libros no están publicados en Argentina. ¿Con qué tiene que ver? ¿Es una elección? ¿Fue una cuestión de oportunidades? — Lo que pasa es que el tipo de libro que a mí me gusta hacer es un libro lujoso. Yo todavía estoy muy enamorada del libro objeto como para no deprimirme si sale mal, y se dieron oportunidades de publicar en el exterior, que las fui tomando. Si no tenés opción, hay que adaptarse y tratar de sacarlo lo mejor posible dentro de las posibilidades que hay, pero como tengo la opción de publicar también afuera la tomo con mucho gusto. De todos modos el año pasado se publicó aquí a través de Sudamericana el libro de Paul Auster, y este año Piñatas en Ediciones del Eclipse. Esa edición para una publicación argentina es muy jugada, con tapa dura, muy cuidado, eso realmente es algo atípico. Hasta pude participar de la edición, cosa que nunca me pasa. Cuando yo publico en el extranjero me llega el libro terminado como sale a las librerías y yo no supe nada de lo que pasó en el medio. La experiencia con Ediciones del Eclipse en Piñatas fue distinta y muy buena. Piñatas, como todos mis libros, es plásticamente intenso. Un objeto artístico. Viste que a veces surge ese prejuicio de “los nenes no sé si van a entender”, y yo no me preocupo por eso, lo que no quiere decir que haga cualquier cosa, yo no adorno los libros, lo que trato es de llegar al fondo de la idea, del concepto, trato de decir plásticamente. Tiene mucho más texto que otros de mis libros, y en ese sentido es un libro más tradicional, no podía resolverlo con menos texto. Es un libro sobre “no tener miedo”. Trabajo con tintas, y aplicando el color digitalmente. — Y como todos tus libros, bastante corrido de la estética predominante en la literatura infantil en nuestro país, fuertemente pedagogizada o predigerida conceptualmente. Son poquísimos los escritores o los ilustradores que pueden escapar a la intención pedagógica. Creo que tal vez en el caso de los ilustradores que además escriben hay una libertad mayor para pensar el libro como objeto estético, ahí no están tan pegados ni tan pendientes de la cuestión pedagógica, pueden pensar el libro de otra manera, que no tiene por qué ser un objeto de la pedagogía. — Y también considerarse a sí mismo un artista, no un maestro. ¿Qué me puedo proponer enseñarle yo a un chico? Si alguno de mis libros tiene alguna connotación moral, son las cosas que yo a mí misma me digo, son las cosas que yo aprendí o estaba trabajando en ese momento mientras hacía ese libro. A veces pienso que es bueno y que puede ser muy interesante hacer otro tipo de cosas que lleven a pensar en cuestiones éticas, porque los modelos que ven los chicos son de un vaciamiento moral y de inteligencia notable, de muy poca empatía con el otro; me gustaría si yo pudiera hacer algo que sintiera que ayuda, pero ya estaría muerto si lo pensara desde el principio al fin con esa intención, no puedo pensar algo cerrado, mis libros están abiertos, son un poco ridículos, rompen con lo racional, quieren quebrar todo el tiempo esa cáscara del deber ser, la mirada ajena. Ese es el punto fuerte de mis libros. Libros que hablan de mí misma y de mis propias preocupaciones y limitaciones, que son comunes a muchos otros. Los siguientes títulos componen la obra editorial de Isol • Como autora integral (texto e ilustraciones) Vida de perros, 1999. Cosas que pasan, 1999. Intercambio Cultural, 2000. Un regalo sorpresa, 1999. El Globo, 2002. Secreto de familia, 2003. (Todos editados por el Fondo de Cultura Económica, de México). Piñatas, 2004. Buenos Aires, Ediciones Del Eclipse. • Como ilustradora Aroma de Galletas, España, Ediciones de la Media Vaca, 1999. Textos de A. F. Molina. El pequeño Equis y Hermanándose, México, Altea, Colección Equis y Zeta, 2003. Textos de Jorge Luján. Tic Tac, México, Alfaguara, 2002. Textos de Jorge Luján. Ilustración, transgresión y rupturas 191 Mon corps et mol, 2003 (Mi cuerpo y yo). Rodez (Francia), Éditions du Rouergue. Textos de Jorge Luján El cuento de Auggie Wren, 2003. Barcelona, Lumen / Buenos Aires, Sudamericana. Texto de Paul Auster. Distinciones y premios • Mención de Honor en el Concurso “A la orilla del viento”, del Fondo de Cultora Económica (México), 1997. • Premio Internacional de Ilustración de Prensa (Brasil), 1998. • Mención Especial “The White Ravens” por El Globo (2003) y El cuento de Navidad de Auggie Wren (2004). • “Golden Apple” en la Bienal de Ilustración de Bratislava (Eslovaquia) por Tic Tac, 2003. • Candidata por Argentina al Premio Hans Christian Andersen 2006, del que resultó finalista. Esta entrevista fue publicada en “Punto de Partida” N° 11, Año 2, Marzo 2005. Buenos Aires, Editora del Sur. Índice Propuestas Susana Itzcovich. Introducción María Emilia López Un punto de partida María Emilia López Literatura y salud. El espacio poético Laura Devetach ¿Dónde está la literatura en la vida de un lector? Yolanda Reyes Sobre el arte de narrar Juana La Rosa A la rueda de la batata, comeremos ensalada Poesía de tradición oral Susana Itzcovich Como la vana música del grillo Acerca de la poesía para niños Elena Stapich Leer con el cuerpo Claudia Segretin Ni borrón ni cuenta nueva. Una mirada sobre la literatura infantil y juvenil argentina relacionada con la dictadura Mariano Medina Elogio de la lectura Guillermo Saavedra La aventura de leer. Gustavo Roldán Cucos Azules Iris Rivera La risa ¡qué cosa seria! Iris Rivera Leer es contagioso. El inicio del camino lector: los mediadores y sus huellas María Inés Bogomolny Fábrica de libros “Benteveo” Una experiencia autoral y editorial de los chicos del taller “Cuentos con sol” Mirta Colángelo ¿Quién me cuenta? Cuadernos que no son cuento Valeria Heres y Sabrina Pizarro El cuento: un encuentro ente la palabra y el cuerpo Diana Tarnofky y Carina Tarnofky Un mundo de palabras Marta R. Minatta La demiurgia de José María Emilia López La literatura, la infancia, el arte Conversaciones con Graciela Montes Todo lo que ven son papelitos Conversaciones con Istvan Schritter Ilustración, transgresión y rupturas Una conversación con Isol