“LA ENVIDIA y LA ACEPTACIÓN ” SERMÓN DEL SERVICIO DOMINICAL 12 DE MARZO 2006 Todos anhelamos ser felices y tener una posición digna y reconocida en la vida. ¿Verdad? Sí es así. Deseamos sentir amor, paz, alegría en el corazón. Por el contrario, a menudo nos encontramos con un conflicto interior, desesperación, infelicidad, que nos pone en una prisión interior. En ocasiones sentimientos el devastador sentimiento de la envidia. ¿Por qué?. Porque hemos tomado la posición de la no aceptación. No aceptamos a alguien, o no aceptamos una situación que nos concierne. Por el Principio Divino sabemos que el padre de la envidia fue Lucifer. El creó este sentimiento contrario a la aceptación. Al no aceptar, creó el veneno de la envidia. El tenía la posición más alta en su mundo angélico, incluso monopolizaba el amor de Dios en su mundo. Su posición era la de ser un Arcángel, un líder, un maestro lleno de conocimiento y un gran servidor de Adán y Eva. Su posición era privilegiada. ¿Aceptó su posición y todos los privilegios que tenía? No, quiso tener más. ¿Porqué? Por que no aceptó lo que tenía, al comparar y al ver la diferencia, no aceptó su posición e identidad. Quería ser un ser diferente, quiso ser como Dios y como Adán. Perdió la visión de vivir por el conjunto, vivir para el “todo” de la Creación de Dios. Su función era universal, el incumplimiento de su función le llevó a destruir el Plan de Dios. Un Plan Universal. El fue el creador de la envidia y de todos los sentimientos que tienen un poder de destrucción. El no fue un constructor sino un destructor. El y los ángeles que le siguieron. Todos se contaminaron del sentimiento de no aceptar el Plan de Dios Universal y todos tuvieron el sentimiento de la envidia, lo cuál lleva a la rebeldía, la división, el conflicto y la destrucción. En su inmadurez no eligieron el sentimiento de aceptación. Aceptar lo que son y aceptar su posición. No fueron capaces de felicitar a Dios por Su Buen Plan. Lucifer comenzó a criticar a Dios, a quejarse de Él y a desarrollar un plan de separación y de destrucción de los sentimientos originales. La envidia creció e inundó su corazón, esto le hizo perder la visión original del por qué fue creado. Toda esta inmadurez de sentimientos destructivos los multiplicó a sus ángeles y algunos le siguieron, imitándole y reflejando su falso modelo. La envidia hermanos es muy peligrosa nos ciega a la hora de pensar y actuar. El poder del sentimiento de la aceptación se elimina. En nuestro caminar hacia el Cielo y en la meta de llegar a ser verdaderos hijos / as de Dios, debemos barrer y eliminar de nuestro corazón el pavimento sucio que nos hace caminar la envidia. Este sentimiento destructivo nos va a encadenar a nuestro “ego” y nos va hacer girar sólo en torno a él. Si os acordáis en la película de Blanca Nieves, el autor Walter Disney nos describe muy bien en sus personajes, como una Reina madrastra no se conforma con su belleza sino que quiere eliminar a su oponente una princesa sencilla con una belleza superior - según dice el espejo mágico – y elabora todo un plan para matar y destruir a la princesa, su hija adoptiva. La Reina no es capaz de sentir felicidad y alegría por la belleza de la princesita Blanca Nieves. La envidia ciega su corazón y la encadena al sentimiento de querer matarla. La película contiene toda la hazaña perversa para matar a la más guapa del Reino. Los 7 enanitos si que podían compararse con ella y tenían todas las de perder en posición, en estatura, en apariencia. Sin embargo ellos aceptan su identidad y dan amor y apoyo a la princesa. La aman con pureza de corazón, velan y se preocupan por ella. No se comparan con ella. Incluso aceptan con alegría que el príncipe sea quién se la lleve y se case con ella. No la quieren para ellos, aceptan su identidad y aceptan la identidad de la princesa. Nunca se comparan con ella. Por ello, juntos sienten felicidad y amor. Los enanitos dan su amor y ella lo devuelve de la misma manera. Ambos tienen posiciones diferentes y la aceptan tal como son. Incluso, el gran amor que tienen por ella, les hace querer perseguir y apresar a la fuente de la envidia, que es la Reina madrastra. Ella, en la huída se cae y muere. Cuando sentimos envidia no somos capaces de echar flores a la persona que tiene éxito o buenos resultados, por el contrario la echamos dardos afilados a su corazón, a veces por delante y otras por detrás. Una de las señales más claras de la madurez de una persona es la falta de envidia hacia los demás. La madurez espiritual consigue que los sentimientos originales sean más fuertes que los sentimientos de la destrucción, entre ellos la envidia. Imaginemos que el pulmón empiece a tener envidia del riñón, el brazo derecho de la pierna derecha y así sucesivamente, ¿qué caos surgiría en el cuerpo?. El cuerpo se autodestruiría. Todos los órganos cumplen una función y misión diferente al cumplirlo cada uno correctamente les da valor individual e identidad única. Ninguno pierde por cumplir su respectiva posición. Todos ganan y el cuerpo puede funcionar correctamente. ¿Cuando aparece la guerra, la división o el conflicto?. Siempre que se pierde la visión de apoyar y ayudar al conjunto en la familia, la sociedad, la nación o el mundo. Para conseguir unidad y felicidad en los diferentes niveles es necesario perder y eliminar el sentimiento egoísta del individualismo y la falta de aceptación o envidia. Si cada uno de los componentes de un todo o conjunto cumple bien con su posición y misión, el beneficio será general para todos. El sentimiento destructivo de la envidia aísla y elimina la identidad original del individuo. La envidia crea distancia con el todo o conjunto. La envidia destruye el bien del conjunto. La envidia bloquea el sentimiento original de aceptarse así mismo y de aceptar a los demás en su función y posición. La envidia no suma al todo sino que resta, quita, perjudica y destruye. El Rey del Pop Michael Jackson un hombre negro con una cara preciosa y un talento extraordinario, no ha sabido aceptar su raza, ha transformado su cara con operaciones de cirugía estética, y al final ha conseguido destruirla. Incluso no acepta el color de piel de sus propios hijos y les tapa con velos cuando caminan por la calle. Su propia inmadurez cargada de sentimientos de envidia e inaceptación, han hecho de su vida un vivo infierno. Se ha convertido en un esclavo de sus propios sentimientos destructivos. Hombres y mujeres que no se aceptan así mismos y se comparan con otros. A veces toman el modelo de otros, les imitan. Otras veces, elaboran planes para destruir al envidiado causándole constante dolor y sufrimiento. Otro caso, es cuando la suegra no acepta a la nuera y siente que la esposa de su hijo, le ha robado el amor de su hijo. Cuando les ve que se quieren, siente tanta envidia, que hace la vida de la nuera un verdadero infierno. Una buena suegra se alegrará de que su hijo sea feliz con la persona que ama. Les apoyará y defenderá siempre. La envidia es un sentimiento lleno de veneno espiritual que corroe y destruye. Debemos echar este veneno de nuestros corazones confesándolo a Dios y sentir verdadero arrepentimiento en la oración. Pedir a Dios por guía para como poder tener un verdadero sentimiento original de aceptación de nosotros mismos y de los demás. Debemos de aprender de aquellos que tienen más madurez espiritual y rodearnos de su compañía. Darán una buena influencia a nuestro espíritu y carácter. Aprender de aquellos que saben amar a los demás como son y por lo que representan. La madurez espiritual nos hará compartir con los demás sus alegrías y sus penas de una forma sincera y desinteresada. Tenemos que aprender a valorarnos y valorar a los demás. Jesús y el Verdadero Padre hablan siempre de este importante comportamiento, “Amar al prójimo como a ti mismo” y “Vivir por el beneficio de los demás”. Esta Ley Celestial nos enseña claramente que no hay cabida para la envidia. El amor verdadero y la aceptación son los sentimientos originales dentro de esta Ley, que cuando se encarnan en nuestra personalidad, podremos decir que somos seres de vida y de madurez espiritual. Según el Principio Divino todos somos parte del Cuerpo de Dios y mi vecino es mi hermano y “mi segundo yo”. La palabra extranjero no existe, ni la palabra extraño tampoco. Estas palabras y conceptos son fruto de la Caída y de la Naturaleza Caída que hemos heredado del Arcángel caído y de sus ángeles. El mundo está dividido en naciones y utilizamos el término de otro país extranjero o nación extranjera. Consideramos al país vecino o a otro país, el país extranjero, por ello, no los incluimos en nuestro círculo nacionalista. A veces somos regionalistas, y defendemos sólo todo lo referente a nuestra región. Otras, nos quedamos en el nivel del clan o familia. Cuando sólo amamos nuestro clan o nuestra familia vemos a los demás como fuera del clan y les transmitimos un sentimiento de los extraños vecinos. Nunca les incluimos en el ámbito de nuestro clan o familia. En conclusión el término extranjero es un término caído. Según las leyes del Cielo, estos términos son incorrectos, pues eliminan el ámbito de la hermandad y de ver a otro ser humano como mi segundo yo y como una parte única del Cuerpo de Dios. Tenemos que romper todas estas barreras que nos bloquean y aíslan de ver a los demás como nuestros hermanos / as. El sentimiento genuino de la hermandad no deja que entre la envidia. Los logros se comparten, las alegrías se comparten, las penas y sufrimiento también. Así como, hay alegría mutua ante los diferentes talentos y beneficios que aportan unos y otros. Lucifer se separó de Dios y negó su naturaleza original, cuando no se vio como parte del “Todo Universal”. Se quedó y se limitó en su pequeño círculo. Si Lucifer hubiese pensado Dios es mi Creador, es mi Dios, es parte de mí y yo soy parte de Él. Nunca hubiera actuado como lo hizo. Se separó de su Diseñador y de su diseño original. Creó la barrera y el individualismo llevado por la envidia y la no aceptación. Creó un ámbito fuera del Principio y de las Leyes del Cielo. Con su actuación diseñó el mundo falso de vivir para el “yo” en vez de “vivir para el beneficio de los demás”. Cada día debemos de hacer el gran esfuerzo de reflexionar sobre nuestros sentimientos y hacernos esta pregunta : ¿Estoy viviendo según las Leyes del Cielo o estoy metido /a en mi propio embudo y solo pienso en mi falso mundo y en mi falso ego?. Ante nuestra realidad debemos optar por “el cambio sano y constructivo”. La negación de nuestro “falso ego”, nos abrirá un nuevo horizonte y despertar espiritual. Siguiendo el camino correcto nos llevará a la Morada de nuestro querido Padre Celestial, el Gran Diseñador, Constructor y Creador del Plan Universal. El cumplimiento de Sus Leyes y Principios nos hará libres y felices por la eternidad. Debemos destruir la envidia que emana de nuestros corazones y mantener en nuestro interior sentimientos nobles llenos de aceptación, así nuestras palabras y obras reflejarán belleza, verdad y bondad. Debemos apoyar, cumplir y construir buenas situaciones con la actitud de la aceptación hacia mi mismo /a y hacia la bondad y éxito de los demás. “El bienestar de los demás es mi propio bienestar”. Amén