HOMILÍA MONS. ENRIQUE BENAVENT, OBISPO AUXILIAR DE VALENCIA Vemos en Santo Tomás un ejemplo, un modelo que nos indica el camino a seguir. Un ejemplo y un modelo porque Santo Tomás realmente llegó a alcanzar la sabiduría, llegó a alcanzar un conocimiento de Dios y de las cosas de Dios y de la realidad vista a los ojos de Dios realmente admirable. No solo recordamos a Santo Tomás porque fue un gran intelectual; recordamos a Santo Tomás sobre todo porque fue un santo. Una cosa es saber y Santo Tomás fue un sabio porque supo utilizar las fuerzas de la razón para acercarse al conocimiento de la fe, al conocimiento de Dios; fue un sabio porque a la luz de ese Dios al que él conoció supo valorar las realidades humanas. Él, como sabio, valoraba las posibilidades de la razón, que ayuda a demostrar los primeros principios de la fe. La razón ayuda a conocer las verdades de la fe con ejemplos tomados de las realidades del mundo y la razón ayuda a responder a las objeciones que se presentan contra la fe. Precisamente su método, su manera de razonar, su confianza en las posibilidades de la razón, todo eso hizo de él un gran intelectual porque le llevó a un conocimiento de la fe y de la cultura de su tiempo. Pero a él no solo le recordamos porque sabía mucho sino porque este saber le llevó a conocer a Dios. No es lo mismo saber cosas de una persona que conocer a esa persona. Nosotros podemos saber muchas cosas sobre alguien y puede ocurrir que nunca hayamos llegado a tener un encuentro personal con esa persona. Santo Tomás no solo fue alguien que supo muchas cosas sobre Dios sino que llegó a un conocimiento de Dios; el saber le llevó a conocer y, el conocer, a amar. Un conocimiento de Dios tiene que hacer brotar en el hombre el amor a Dios. Y entonces es cuando santo Tomás alcanzó la meta de la sabiduría, que no solo se alcanza cuando uno saber muchas cosas y tiene un conocimiento personal de Dios sino cuando ese conocimiento hace brotar en nuestro corazón el amor, entonces se puede decir que un cristiano ha llegado a la meta de la sabiduría. Porque a través del saber, del conocimiento, llegó a ese amor a Dios que le hacía amar, orar, estudiar, trabajar. La antífona al Benedictus de la liturgia dice precisamente esto: ‘bendito sea Dios porque Santo Tomás amó, oró, estudió y trabajó’. Pues que Santo Tomás sea para nosotros un modelo no solo de intelectual sino que veamos en él a alguien que llegó a la meta de la sabiduría. Y para alcanzar esa sabiduría no solo se exige un conocimiento intelectual. En la ‘Summa Theologica’ comenta los dones del Espíritu Santo. Y comenta el don del temor de Dios. Y dice que es el principio de la sabiduría, igual que el pecado es el comienzo de la soberbia. Para alcanzar esa meta de la sabiduría se exigen unas disposiciones interiores. La disposición que Santo Tomás encuentra en la Escritura es precisamente ese don del Espíritu Santo que es el temor de Dios, que él lo entiende como el temor en el que el hombre vive de perder la amistad con Dios. Cuando un cristiano ha llegado a conocer y a amar a Dios descubre que ese conocimiento y ese amor constituyen el tesoro más valioso de su vida, aquello por lo que vale luchar, incluso perderlo todo. El tesoro más grande que un cristiano puede encontrar es sentirse hijo y amigo de Dios. Pero un cristiano sabe que es débil inconstante y por eso un cristiano debe estar alerta para no perder esa amistad con Dios y no puede nunca perder ese temor a perder esa amistad con Dios. Porque cuando pierde esa amistad con Dios sabe que ha perdido el tesoro más grande de su vida. Este temor de Dios es el principio de la sabiduría porque nos lleva a ordenar toda nuestra vida para no perder nunca el temor de Dios. Este temor de Dios va unido, según Santo Tomás, a la primera bienaventuranza: quienes tienen el auténtico temor de Dios, que es el principio de toda sabiduría, son los pobres de espíritu. Porque el pecado conduce a la soberbia, en cambio el temor de Dios es el principio de sabiduría y es una forma de vivir la pobreza de espíritu; es vivir en la humildad de quien conoce y reconoce su propia fragilidad; es, en el fondo, no idolatrarse a sí mismo, y nos lleva a la auténtica adoración filial a Dios, a la auténtica piedad para con Dios, que también es para Santo Tomás un don del espíritu que muestra al auténtico sabio. El don de piedad es el don por el que el hombre reverencia a Dios, pero lo reverencia no como creador y como Señor, sino como padre y como amigo. Es una reverencia amorosa, cordial, llena de mansedumbre. Es curiosos cómo Santo Tomás une la bienaventuranza y al don de piedad, la bienaventuranza de los mansos de corazón. Santo Tomás, con su quehacer espiritual nos mostró el camino para la auténtica sabiduría, y con su vida llena de llena de temor de Dios, llena de piedad, de pobreza de espíritu, de mansedumbre, nos mostró las actitudes que tiene que tener el creyente en su corazón y en su vida para llegar a la verdadera sabiduría. Un camino intelectual, cuando no está acompañado por el temor de Dios, por la piedad, por la pobreza de espíritu, por la mansedumbre, no es un camino que conduce a la sabiduría, es un camino que conduce fácilmente a la soberbia, pero lo que conduce a la soberbia es el pecado. Hagamos nuestra una oración que compuso el mismo Santo Tomás de Aquino. Pidamos la Señor que nos dé una voluntad para buscarle, una sabiduría para encontrarle, una vida para agradarle, una perseverancia para esperar en Él con confianza, una confianza que al final nos lleve a poseer al mismo Dios. Que así sea.