fenómenos musicales DESDE DURANGO, PARA EL MUNDO Daniel Gómez Ávila La recurrente estrategia comercial que liga la supuesta invención de un nuevo ritmo o estilo musical, con la presentación de un supuesto nuevo estilo de baile, no es cosa reciente ni mucho menos. Basta con echar un vistazo al siglo pasado para darnos cuenta que las cosas han cambiado nada o muy poco desde hace cien años o más. Ejemplos de modas musicales que llegan acompañadas de sus propios pasos de baile sobran: lambada, disco, hustle, twist, funky, swing, mambo... podemos incluso retroceder más y toparnos de frente con el charlestón, la dixie... o ser de a tiro muy extremistas y pensar en la locura provocada en algún tiempo por la música y los movimientos propios del vals, los scherzo y otras danzas de salón practicadas en la antigüedad. Los expertos de la mercadotecnia denominaron alguna vez a este fenómeno de masas como Dance Crazes, algo así como “locurillas de baile”. Por supuesto, por lo menos en lo referente a nuestro país, esta denominación no prosperó nunca y debo suponer que se debe a que su pronunciación resulta un poco complicada para quien no se halla familiarizado con la lengua norteamericana. Irónico, dada la situación en que nuestro país se ha desarrollado, teniendo como vecino a los Estados Unidos y teniendo Estados Unidos una importante población de mexicanos en su censo real y virtual. Es como hablar de la goma de mascar llamada Wrigley’s Spearmint, simplemente desapareció de nuestras estanterías nacionales porque nadie podía pedirlos por su nombre. Lo que sí ha pegado en nuestro país con la fuerza de un chicle sobre una cabellera, es la necesidad de seguir la moda que impone cada Dance Craze que aparece en el horizonte. Todos sabemos lo cálido y manso que es nuestro público cuando se trata de aceptar imposiciones. Año con año hay una o dos de estas modas pasajeras, y millones de personas dispuestas a agitarse al compás de su dictatorial y simplón vaivén. De hecho, el momento álgido de una fiesta es siempre cuando todos nos hermanamos y unificamos para desarrollar en conjunto la Dance Craze en turno, llámese quebradita, baile de las cuatro esquinas, la macarena o qué sé yo. La fórmula es por demás sencilla: se toma a un cumbiero, salsero o merenguero promedio, se compone alguna canción que alegue que una “nueva” clase de ritmo y baile ha sido inventado para beneplácito de todos nosotros, se le pone como título “El baile de...” y luego se le agrega el nombre de algún animalito, ya sea perrito, venado, sapito, chupacabras, burrito, pulpo, ibis rojo de la Patagonia... la fauna animal es pródiga, como bien nos han enseñado Animal Planet, Discovery Channel, National Geographic y el Canal Once del IPN. Acto seguido, ya producida y grabada la canción por nuestro mesías musical, se presenta en algún programa de televisión de audiencia numerosa y ya está. El resto lo hace la gente. Cuesta poco y no requiere de mucha creatividad, pero sin embargo las ventas son siempre más que satisfactorias. En años recientes ha surgido otro de estos fenómenos, para mi gusto el más horrendo y aberrante de todos cuantos me ha tocado conocer; ostenta el majestuoso e ingenioso título de Pasito Duranguense. Debo suponer –no sé porqué- que halla su origen en el estado o ciudad de Durango, pero ha alcanzado a trasponer todo límite y frontera dentro y fuera de nuestro país. Las agrupaciones musicales que practican éste arte dicen que se trata de algo auténtico y puro que ha salido del mismísimo corazón del pueblo. Muy bien, siendo así... Cuando escuchas una canción de Pasito Duranguense, las has escuchado todas. “Solo los tontos” es el título de un ejemplo típico de canción inscrita dentro del Pasito Duranguense, y es todo un reto para los musicólogos. Suena como polka norteña al doble de revoluciones, solo que tocada por una banda de viento que no existe, tiene algo de marcha militar parodiada, y acepta también influencias de la cumbia, el corrido, el pop electrónico y lo que sea que se cruce por su camino. Este sonido peculiar y estéticamente feo, se logra por medio de varias particularidades propias de los grupos de Pasito Duranguense. Primero, no hay bajo eléctrico o tuba como instrumento base. De hecho no hay guitarra, ni bajo sexto... ¡carajo, ni siquiera un verdadero acordeón, una trompeta o un saxofón real! El lugar de todo esto ha sido ocupado por dos o tres tecladistas que con sendos sintetizadores se encargan de emular con poco éxito el sonido de estos y otros instrumentos, incluyendo –aunque usted no lo crea- ¡el del ARPA! Y por alguna extraña razón, la voz de sintetizador más favorecida por todos los grupos de Duranguense para crear las melodías principales y los solos, es la de una especie de armónica de registro muy chillón. Las palabras que me vienen a la mente para describir apropiadamente todos estos sonidos, son –por desgracia- en inglés: cheesy, sin duda; phony, por añadidura. Para complementar, nunca debe faltar un set –éste sí, real- de percusión, en donde el elemento primordial será el uso y abuso indiscriminado de la tarola llamada piccolo, de afinación aguda y penetrante. Encima de todo esto, algún vocalista cantando líneas simples de amor y desamor. Pero lo peor viene ahora. El repertorio de Pasito Duranguense expuesto hasta el día de hoy, parece compuesto por un diez o veinte por ciento de temas nuevos, y el resto de covers extraídos de cualquier género, artista o época. No importa si se trata de una canción de Juan Gabriel, Joan Sebastian, Mocedades, Diego Verdaguer, Julieta Venegas, Sammy Davies Jr, The Police o –créanlo o no- los Venga Boys. Cualquier canción, la que sea, puede ser pasada por la picadora de carne del Pasito Duranguense y quedar reducida al mismo sonsonete monótono adornado con chafísimas sonidos de sintetizador, batería machacona y voces de vocalistas que parecen llorar todo el tiempo. Ni más, ni menos. Ahora, hablar de los pasitos de baile (claro, por eso es Pasito Duranguense) es otra cosa; no una mejor cosa, pero sí otra cosa. Parecen una versión grotesca de la cumbia, con elementos tiesos de norteña, y extrañamente, a ratos debe bailarse adoptando una posición encorvada. No, no es sensual como una lambada o una salsa, ni audaz como una quebradita, y tampoco estilizado como el baile de las cuatro esquinas. A la vista luce tan ridículo como la música que permea su origen. Inexplicable, verdaderamente. En fin, todos aquellos puritanos espantados por la dotación instrumental presentada por las agrupaciones de Duranguense, no deben temer en absoluto; así como tampoco los aficionados a otros tipos de bailes. Correrán los años y por supuesto que el tiempo colocará al Pasito Duranguense en el sitio que le corresponde incluso desde antes de su invención: el sitio que ocupa cualquier otra Dance Craze de la historia. Estéticamente puede no ser muy agradable si no está uno acostumbrado a esta clase de sonido. Lo mismo le ocurre a un degustador de Duranguense si le ponen un disco de Chick Corea. Sólo es un fenómeno musical más, y como cualquiera de su especie, es volátil, pasajero; con la misma utilidad de un Wrigley’s Spearmint que se mastica y se tira. Mejor aún: Pasito Duranguense es algo que todos SI podemos pronunciar.