Política, periodismo, verdad

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Política, periodismo, verdad. A propósito de Arcadi Espada
Alfonso Galindo Hervás1
Resumen: este artículo constituye un ensayo sobre las relaciones entre política y periodismo. El texto
toma como referencia el ideal objetivista defendido por el periodista Arcadi Espada, mostrando sus
problemas teóricos y sus virtudes normativas, morales y políticas. El artículo sostiene que el objetivo de
alcanzar la verdad depende de la existencia de una sociedad democrática y libre, que reivindica el
pluralismo frente a la unanimidad de los dogmas.
Abstract: this article is an essay about the relationship between politics and journalism. The text refers to
the objetivist ideal championed by journalist Arcadi Espada, showing its theoretical difficulties and its
normative virtues, moral and political. The paper argues that the object of reaching the truth depends on
the existence of a democratic and free society, which claims pluralism against the unanimity of the
dogmas.
Palabras clave: política, periodismo, verdad, objetividad, democracia liberal
Key words: politics, journalism, truth, objectivity, liberal democracy
1. Democracia liberal, opinión pública y periodismo.
Es común afirmar la relevancia de la opinión pública en las sociedades
contemporáneas. La misma tiene que ver con la contención y racionalización del poder
político a los que contribuye2. Por ello no es un asunto menor para una comprensión
democrática y liberal del gobierno y, más allá de éste, de la propia vida. La opinión
Profesor de “Teoría Política” e “Historia de las Ideas Políticas” en la Facultad de Filosofía de la
Universidad de Murcia. E-mail: [email protected]
2
También con su sostenimiento, si aceptamos la tesis schmittiana (hoy retomada por Giorgio Agamben)
que identifica la opinión pública con la gloria y la aclamación popular, legitimante del poder constituido.
Cfr. C. Schmitt, Teoría de la Constitución, trad. F. Ayala, Editora Nacional, México, 1952, p. 285; G.
Agamben, El reino y la gloria. Para una genealogía teológica de la economía y del gobierno, trad. A.
Gimeno, Pre-Textos, Valencia, 2008, pp. 14s., 276.
1
1
pública,
junto
con
estrategias
tales
como
la
autocontención
del
poder
(constitucionalismo), su división (legislativo, ejecutivo, judicial) y su dispersión
(federalismo) constituyen los procedimientos que han dado forma a esa tipología de
gobierno que denominamos democracia liberal. Mientras que la democracia remite de
suyo a la homogeneidad y a la igualdad (en concreto, a la igual participación en el
gobierno), son los ingredientes liberales de la misma (que suelen sintetizarse
remitiéndolos de modo genérico a la defensa de la libertad individual) los que impiden
la deriva totalitaria a la que tiende todo poder homogéneo.
Es revelador que uno de los más agudos pensadores de la historia, Reinhart
Koselleck, demonizase la opinión pública como una moralización de lo político
máximamente desestabilizadora del poder estatal. Y ello hasta el punto de remitir a su
influencia perniciosa la génesis de la Revolución Francesa y la crisis política
permanente3. Con ello aplicaba a la historia (o explicaba desde categorías históricas) lo
que antes había predicado de la política su maestro Carl Schmitt, a saber: la disolución
de lo auténticamente político –y de su máxima expresión, el Estado— a manos del
individualismo y el pluralismo liberales4.
Aunque en este contexto puede invocarse la vieja crítica de Habermas, afanosa
por mostrar la legitimidad y provecho político del ejercicio público de opinión5, el
hecho de que no compartamos las prognosis de pensadores realistas como Koselleck o
Schmitt no implica negar la agudeza de sus diagnósticos; incluso el servirse de ellos con
fines diametralmente opuestos a los suyos. Y es que en la fuerza desestabilizadora y
cuestionante de los poderes constituidos que pueda haber en la opinión pública radica
uno de sus principales valores políticos. Por lo demás, ¿por qué negar a priori que
también en la opinión pública queda representada y realizada, tal vez a jirones y en
formas contradictorias y cambiantes, la voluntad de un pueblo?
Sin reducirse a ello, la opinión pública tiene en el periodismo –o en sus
productos— un índice de sí a la par que un factor decisivo. Es decir, la opinión pública
también se realiza en y por el ejercicio del periodismo. De ahí que baste con aplicar la
propiedad transitiva para comprender la enorme relevancia política de éste. Más aún: su
naturaleza política –y ello por varios motivos.
3
R. Koselleck, Crítica y crisis, trad. R. de la Vega y J. Pérez, Trotta, Madrid, 2007.
La obra de referencia es C. Schmitt, El concepto de lo político, trad. R. Agapito, Alianza, Madrid, 1991.
5
J. Habermas, Perfiles filosófico-políticos, trad. M. Jiménez Redondo, Taurus, Madrid, 1986, pp. 383ss.
4
2
El periodismo se nos muestra hoy como una actividad sin sujeto o, cuanto
menos, con un sujeto esquivo y de difícil identificación. Ello afecta a la acción que le es
propia, que adquiere perfiles borrosos, acabando por perder también una identidad clara.
Sobra decir que pretender garantizar un sujeto y una acción propias invocando algún
título de los que expiden nuestras Universidades, sólo puede suscitar una piadosa
sonrisa. Hoy periodistas los somos todos y periodismo es cualquier cosa: de los
maestros del oficio consagrados por el tiempo, a los oportunistas que sostienen la
mayoría de reality shows; de lo que se publica en cualquier diario nacional, a la foto que
cuelga el adolescente en su web. Ambas circunstancias deben considerarse un signo
relevante, a la par que un factor decisivo, de la imposible existencia, en un mundo
globalizado, de referentes de todo tipo dotados de autoridad incuestionable. En esta
medida es igualmente un índice y un factor de pluralismo.
Pero si no hay un claro sujeto (y una clara actividad propia) del periodismo, tal
vez haya que buscarlo. Es, por lo demás, lo que vienen haciendo los filósofos con su
disciplina desde el momento mismo de su inicio hasta hoy.
2. Buscando la objetividad del y en el periodismo.
La (pre)ocupación de Arcadi Espada por la naturaleza y perversiones del
periodismo puede ubicarse en estas coordenadas. La razón de invocarlo en este contexto
es que sus tesis sobre el tema del sujeto y la esencia del periodismo son sumamente
sugerentes en orden a evidenciar los problemas teóricos y prácticos implícitos en la
producción (política) de la verdad; o, para no parecer sesgados, en las relaciones entre
política y verdad, esto es, en el régimen político de la verdad –tanto como en la
dimensión epistemológica de lo político. En esta medida, es ocasión igualmente para
replantear el tema de la función social del periodismo –tal vez incluso el del alcance
periodístico-mediático de lo político—, si es que aún existe algo así como un último
sujeto del periodismo al que dirigirse y del que esperar previsiblemente algo.
Unos de los lugares donde Arcadi Espada publica habitualmente (un blog en la
edición digital de El Mundo) se dedica justamente al análisis del periodismo en general
y de su periódico en particular. Aunque los temas de reflexión de Espada son muy
variados, es posible inferir de la lectura asidua de su blog una perspectiva priorizada
sobre las demás: la del tratamiento periodístico de dichos temas. No es que a Espada no
le interesen los hechos –todo lo contrario—, sino que su acercamiento a ellos y su
3
tratamiento suele ser inseparable del análisis explícito de los que otros periodistas han
efectuado de los mismos. Con ello su escritura logra explicaciones hiper-reflexivas de
los sucesos, adquiriendo a menudo su mirada una gran complejidad. Espada explica un
acontecimiento cuestionando, por ejemplo, en qué medida es noticia para otro diario. O
aludiendo a las preposiciones empleadas por un colega y por las que se filtran los
tópicos dominantes. Etc. En ocasiones su escritura concreta y ofrece el destilado de un
entrecruzamiento de perspectivas, incluyendo la problematización de la propia, como
mejor manera de explicar un acontecimiento. Éste queda con ello doblemente
iluminado.
También es posible inferir de la lectura de sus blogs y columnas una concreción
de esa (pre)ocupación dominante por el devenir del periodismo. Se trata de uno de sus
argumentos más recurrentes en orden a desestabilizar determinadas explicaciones de los
sucesos. Arcadi Espada ha hecho de la crítica al ficcionalismo en el periodismo un
objetivo fundamental de su escritura. Por tal entiende la sustitución, por diversos
intereses y circunstancias, de la descripción de hechos (facta) por la creación de
ficciones (fictio), con la consiguiente pérdida de la objetividad como referente del
ejercicio periodístico, devenido por ello inauténtico y falseador. De este modo, la
subjetiva y burguesa novela abría logrado colonizar el espacio (presuntamente) aséptico
y neutral del relato periodístico de la realidad6.
Espada parece tener muy clara la diferencia entre describir hechos y recrearlos
interpretativamente. Y no sólo eso: cree posible distinguir ambas acciones atendiendo a
criterios estrictamente gnoseológicos, esto es, relativos a la diversa tipología de
conocimiento que supondrían el describir objetivamente y el novelar o interpretar 7. En
este artículo sostendré que tal distinción es problemática desde el punto de vista teórico
y peligrosa desde el punto de vista político. Sostendré igualmente que la aspiración a la
objetividad que refleja y defiende Espada presupone una oculta dimensión normativa,
política y moral, que es su mayor valor y a la que difícilmente puede servirse desde una
epistemología realista y objetivista como la que él demanda.
6
Cfr. A. Espada, Raval. Del amor a los niños, Anagrama, Barcelona, p. 222. También puede verse el
inicio de Diarios (Espasa-Calpe, Madrid, 2002), donde alude a la “infección literaria” que padece el
periodismo, echado en brazos de la novelización de los hechos.
7
“La objetividad es la capacidad de narrar los hechos con independencia del lugar, moral, pero también
físico, donde uno se halle”. A. Espada, Periodismo práctico, Espasa-Calpe, Madrid, 2008, p. 116.
4
3. La historia de Verdad y de Objetividad.
Arcadi Espada explicita dos criterios de diferenciación entre describir e
interpretar que son persuasivos. Uno de ellos alude al tipo de pregunta que se plantea
quien se aleja de la descripción objetiva y más bien interpreta: pregunta por el por qué
de lo sucedido8. Naturalmente, ello conforma un tipo de relato muy diferente del que
generan preguntas como cuándo, dónde, cómo, etc. Más aún porque, en el caso de los
periodistas, Espada sostiene que se suele satisfacer dicho por qué con explicaciones de
tendencia sociologizante (del tipo consistente en remitir una determinada acción a la
influencia de la biografía y el contexto).
A ello podría argüirse que la complejidad de la pregunta por el por qué de una
acción o suceso no la deslegitima necesariamente. Más bien reclama no incurrir en el
reduccionismo de responderla privilegiando un sólo tipo de factor: ya sean las
motivaciones religiosas, los contextos biográficos o las inercias sociales –pero tampoco
las descripciones de tipo bioquímico.
El segundo criterio está íntimamente relacionado con éste. Se trata del sentido
que poseen los relatos ficticios, aquéllos que no se limitan a narrar objetiva y
asépticamente. El texto interpretativo dota de sentido un conjunto de hechos,
permitiendo al lector reconciliarse con la realidad y, en esta medida, consigo mismo –
fortaleciendo su identidad en suma.
Este argumento presupone que la realidad, de suyo, carece de sentido y que, en
buena lógica, tal carencia puede servir como criterio para calibrar la objetividad de un
determinado relato. Pero el carácter no estrictamente epistemológico, sino igualmente
pragmático, de este criterio se evidencia al reparar en que el servirse del sentido que
proyecte un relato para discriminar su objetividad exige irremediablemente su
comparación con otro relato que describa los mismos hechos. No puede ser de otra
forma, ya que no somos capaces de acceder al presunto sinsentido de la realidad sino
mediante relatos concretos que le hagan justicia.
El planteamiento de Arcadi Espada es remisible al clásico ideal de la verdad
como adaequatio intellectus et rei (o cum re). Es imposible recrear el devenir de esta
perspectiva realista-objetivista. Baste decir que en el ámbito filosófico se ha
consolidado la creencia de que la verdad no es algo que se alcance al descubrir la
realidad objetiva(mente) existente. En primer lugar, porque no existe realidad objetiva si
8
Ibid., p. 87.
5
por tal entendemos una realidad dada como ob-iectum (esto es, conocida por nosotros)
al margen de nuestras contingentes y cambiantes teorías y conceptos, esto es,
independiente de nuestro lenguaje. Es contradictorio pretender comparar la realidad talcomo-es-en-si con lo que se conoce de ella. Nuestras creencias versan “acerca de”, lo
cual no pretende señalar algo externo a ellas que esté siendo representado, sino más bien
otras creencias9. Las experiencias que quedan recogidas en nuestras categorías y
conceptos sólo nos son accesibles por dichos conceptos. Éstos son índices de las
mismas, pero también las determinan, puesto que establecen determinados horizontes y
límites para la experiencia posible y para la teoría concebible10. La realidad no nos
provee de respuestas para cuestiones tales cómo qué elementos de ella deben ser tenidos
en cuenta, y cuáles no, para explicar cabalmente lo que sucede; o para saber qué
perspectiva (económica, política, religiosa, etc.) debe adoptarse en orden a su adecuada
descripción. Éstas son cuestiones que implican decisiones previas de carácter teórico.
Sólo tras tomarlas, ya sea consciente o inconscientemente, comienza a “hablar” la
realidad.
En segundo lugar, la verdad no puede equivaler a la descripción objetiva de la
realidad porque nuestro lenguaje incorpora elementos valorativos de los que no puede
desprenderse. Ni siquiera las categorías y criterios de cientificidad propios de los
saberes considerados más duros y exactos están exentos de implicaciones axiológicas y
enjuiciadoras11. Lo que llamamos pretensión de objetividad debe, pues, procurarse no
tanto con un imposible desprenderse de tal fardo valorativo, cuanto de hacerlo explícito,
ante uno mismo y ante los demás. No existen preservativos para la infección axiológica
que padece nuestro lenguaje.
Así pues, no parece tan sencillo, cuanto menos, diferenciar entre descripciones
neutrales y asépticas de los hechos, por un lado, y recreaciones interpretativas y
valorativas de los mismos, por otro. Aplicado al caso de la ciencia histórica –
equivalente al periodismo en lo que tiene de atención a hechos ya pasados—, Koselleck
ha sostenido que el mero estatuto lingüístico de un relato no permite conocer si se trata
de un informe de la realidad o de mera ficción. La experiencia ilustrada de un tiempo
genuinamente histórico habría hecho salir las res factae y las res fictae de su mera
9
Es la postura defendida por Richard Rorty en Objetividad, relativismo y verdad, Paidós, Barcelona,
1996.
10
R. Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, trad. N. Smilg, Paidós,
Barcelona, 1993, pp. 117s.
11
Cfr. H. Putnam en El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, trad. F. Forn, Paidós,
Barcelona, 2004.
6
relación de oposición, posibilitando una nueva coordinación entre ambas. Desde el siglo
XVIII habría ido desvaneciéndose la tradicional diferenciación entre los relatos con
pretensiones veritativas (y el periodismo entra en ellos) y la poesía; también a ésta se le
exigió referirse a la realidad, y al historiador o al cronista, hacer verídica la posibilidad
de su explicación. Los límites se hicieron permeables y se evidenció la común herencia
teológica de una providencia creadora de sentido. La conciencia de que la realidad, una
vez pasada, no puede ser ya representada sino sólo reconstruida, exige del periodista
como del historiador, no tanto ofrecer una realidad pasada, sino más bien la ficción de
su facticidad12.
4. Los criterios de Verdad y de Objetividad.
Cuestionar la posibilidad de un acceso in recto a la realidad parece llevarnos al
relativismo más extremo, a la contingencia permanente, a la fragilidad y provisionalidad
de todos nuestros saberes y praxis asociadas, a cierta equiparación de los discursos, a la
liquidación del ideal del conocimiento des-interesado y objetivo, a la pérdida de todo
criterio sustantivo –esto es, inamovible, seguro, fiable... in-humano— en orden a
guiarnos por el mundo. En suma, a la resignación ante las manipulaciones de los hechos
en aras de intereses y valoraciones.
En cierto modo así es. Ello constituye una prueba más de que los seres humanos
somos finitos.
Nótese que la gravedad de las consecuencias de las tesis epistemológicas
aludidas proviene de su afectación a los órdenes prácticos, esto es, morales y políticos.
Naturalmente, afectan a todos. Pero en ámbitos como el de las ciencias naturales las
consecuencias del declinar objetivista son menos visibles, dado el relativo alejamiento e
inmunidad de las élites y sus discursos. En el campo de los saberes sociales reina una
diversidad de teorías que induce a creer que estamos perdiendo algo, que se nos escapa
el lecho rocoso de la realidad objetiva(mente) existente, que todo vale. Y ello es
abiertamente peligroso tanto para la supervivencia como para la convivencia, ya que
parece entregarnos al terror de la arbitrariedad y la ausencia de criterios.
Pero que la imposibilidad de un acceso in recto y puro a la verdad de lo real se
haga más evidente en el orden de los saberes sociales (política, moral, derecho,
12
R. Koselleck, Futuro pasado, op. cit., pp. 269s.
7
economía, periodismo, historia, psicología, estética, etc.) se debe tan sólo a que en éstos
los criterios para alcanzar consensos y unanimidades son más laxos. Ello parece sensato,
pues la historia demuestra que todos los que creen poseer la verdad acerca de la realidad
objetiva(mente) existente terminan en alguna suerte de terrorismo dogmático, esto es,
queriéndola imponer.
No obstante, que los criterios sean más laxos no significa que no existan, esto
es, no significa que cualquier discurso, teoría o argumento sea igual de bueno que su
opuesto –como en ocasiones parece sostener Arcadi Espada13; no significa conceder un
privilegio a la perspectiva; no significa que no haya índices de lo real que se dejen
describir mejor por unas teorías que por otras; no significa que no se pueda discriminar
entre descripciones buenas y malas de las cosas. Naturalmente que se puede. Toda
descripción de la realidad se relaciona con ésta, pero no porque la re-presente (más o
menos fielmente), sino porque la realidad es siempre su causa, ya que conserva la
función de impedirnos hacer determinadas afirmaciones. Refiriéndose a la ciencia
histórica, el citado Koselleck sostiene que las fuentes (que para el historiador, y en gran
medida para el periodista, constituyen la realidad) tienen derecho de veto, pero no
porque nos digan lo que debemos decir, sino porque nos protegen frente a los errores14.
En cualquier caso, la calidad e idoneidad del vínculo causal (y no
representacional) entre lenguaje y realidad jamás será decidible por alguna suerte de
mostración directa del mismo, sino sólo por sofisticadas estrategias indirectas, ya sea la
capacidad de predicción o la viabilidad técnica de un artefacto, etc. Y cuando de lo que
se trata es de comprender hechos que tienen que ver con la conducta humana, los
criterios de verdad apuntan preferentemente a precauciones pragmáticas tales como
tender a problematizar las explicaciones de sentido común que se han asumido
acríticamente, o procurar adoptar el punto de vista de los vencidos y silenciados por el
sistema, o reparar preferentemente en las situaciones que constituyen una excepción
frente a lo esperado/esperable y lo proyectado/proyectable, o asumir explícitamente la
contingencia, falibilidad y revisabilidad del propio punto de vista, o dejarse interpelar
por puntos de vista alternativos, o esforzarse por persuadir a los demás de los propios, o
hacerles justicia en la propia vida (esto es, ser coherente con lo que se defiende), etc.
Atendiendo a estos criterios, la escritura de Arcadi Espada constituye un
paradigma, por cuanto suele detenerse en situaciones y acontecimientos que constituyen
13
14
A. Espada, Periodismo práctico, op. cit., p. 133.
R. Koselleck, Futuro pasado, op. cit., p. 201.
8
una excepción frente a la normalidad de las cosas, esto es, frente a lo esperable y
previsible –curiosamente, esto es lo propio de la filosofía. Una estrategia habitual para
lograrlo consiste en mirar la realidad desde el punto de vista de los perdedores –lo que
equivale a mirarla superando (o contra) las opiniones dominantes. Lo que se consigue al
localizar y subrayar excepciones a la regla es, justamente, evidenciar la presencia –
siempre potencialmente totalitaria— de ésta, contribuyendo de este modo a su
desconstrucción. La normalidad aceptada como tal –y nótese la circularidad, ya que la
aceptación de la misma es lo que la constituye como normalidad— es cuestionada por
un hecho que, tal vez por su modestia o debido a intereses ocultos, ha pasado
desapercibido. En este sentido, la tarea de iluminarlo y extraer de él argumentos para
golpear los dogmas comúnmente aceptados, puede comprenderse como una tarea de
dimensiones políticas y estrictamente morales.
El estremecedor libro sobre el caso de pederastia del Raval constituye un
ejemplo perfecto de estas cualidades. Un libro que evidencia de forma paradigmática
que toda teoría o descripción de unos hechos es índice de los mismos, pero también
factor de ellos. Su verdad no le viene de ser objetivo. Muy al contrario, se trata de un
texto subjetivísimo y singularísimo (como, por lo demás, sucede habitualmente con la
escritura de Espada, que es cualquier cosa menos mero y plano registro). Es verdadero
porque nos persuade mediante argumentos escritos de que lo que cuenta no es
arbitrario. Es verdadero porque localizó mejor que ningún otro la debilidad del
argumento que se imponía (que es tanto como decir la debilidad de la imposición de un
argumento), permitiendo problematizarlo. Es verdadero porque adoptó el punto de vista
de los vencidos y silenciados por el sistema y su burguesa conciencia –ésta sí ahíta de
sentido y de reconciliación consigo misma y con sus valores—, quebrando su aparente y
superficial solidez. Es verdadero por multitud de motivos, todos ellos pragmáticos y
preñados de ideales normativos, esto es, políticos y morales: su resistencia a los
prejuicios y a los tópicos, su reconocimiento de la propia falibilidad –visible al
explicitar en el texto los meandros que atravesaron sus propias convicciones—, su
voluntad de atender todos los frentes posibles y escuchar cuantos más testimonios
mejor, etc. Más aún: la verdad del relato se enriqueció con los efectos normativos y
sociales pretendidos, conseguidos y por conseguir. Su relato cambió el caso Raval, lo
afectó profunda y convincentemente, y ello es otra prueba de su verdad.
Naturalmente, afirmar la verdad del ensayo sobre el Raval es tan sólo proponer
un punto de vista más, una convicción a la que se llega, entre otras cosas, gracias a
9
conocer dicho texto. No cabe escapar del círculo hermenéutico y de su naturaleza
política. Ello no significa que tal ejercicio sea incompatible con los argumentos
racionales; ahora bien, éstos no lo agotan ni lo determinan, ya que lo político implicado
en la defensa de lo que se considera verdad exige, como todo lo político, el gesto de
tomar decisiones –entre otros. Ello explica el que no haya podido Espada, ni en ese ni
en ningún otro caso, impedir la tendencia irrefrenable de todo debate a cierto
diferimiento estructural. No pudo ser la suya la última palabra –afortunadamente, pues
eso sólo lo puede el dogma, y no precisamente por persuadir. Aunque uno clame haber
captado la verdad objetiva(mente) existente, tan sólo hace eso: clamar. Y clamar es algo
que tiene que ver con la lenta y dificultosa conquista de consensos, con el difícil arte de
persuadir a los demás desde la fidelidad a unos principios que, aún siendo previos, se
prueban y se ejercen en todo acercamiento a los hechos y en la confrontación con los
demás.
5. Libertad sive verdad.
No es casual el que, junto a la desconstrucción del periodismo-ficción dominante
y el paralelo elogio de las explicaciones proporcionadas por las ciencias naturales15,
Arcadi Espada se haya dedicado con empeño al tema del nacionalismo, catalán en su
caso16. Su posicionamiento al respecto podría sintetizarse como crítica ilustrada del
mismo. El nacionalismo es visto como una terrorífica y supersticiosa sustitución del
Hacer por el Ser17. Por ello, en principio, parece coherente pensar que lo mejor para
resistir la irracional teología nacionalista es la racionalidad y neutralidad de la ciencia,
de suyo universalista.
Pero, junto a la problematicidad teórica ya examinada, el peligro de considerar la
ciencia –y a sus expertos— objetiva y racional radica en llegar a creer que ello desaloja
la necesidad de la retórica y de su paralelo, la política. De las explicaciones y teorías
científicas no se sigue automáticamente ninguna consecuencia normativa ni valorativa,
esto es, moral, política o estética. Al igual que sucede con las normas jurídicas, las
teorías científicas no incluyen las condiciones para su aplicación a los casos concretos,
debiendo ser éstas decididas. Análogamente –y por usar un ejemplo del propio
15
Véase su presentación de la iniciativa Cultura 3.0 en www. terceracultura.net
Tal vez el libro que concrete esa dedicación sea Informe sobre la decadencia de Cataluña reflejada en
su Estatuto, Espasa-Calpe, Madrid, 2006.
17
Cfr. arcadiespada.es (12-12-2008).
16
10
Espada—, el que al asesino de John Lennon le faltara litio es un dato que debe ser
tenido en cuenta (porque así lo hemos decidido) a la hora de enjuiciar su conducta. Pero
tal dato (que, no lo olvidemos, es parcial y podría ser rebatido en el futuro por otra
explicación científica que subrayara la relevancia de otro elemento bioquímico) no
vehicula de suyo el concreto modo en que él debe ser tenido en cuenta en la valoración.
Éste debe ser debatido y asumido merced a complejos, históricos e impuros procesos de
naturaleza política.
Por lo demás, la mayor neutralidad de las ciencias naturales las deja a merced de
cualquier uso. Así, también la política del Ser que define el nacionalismo imperante en
Europa presupone, y proporciona, una legitimidad ontológica que se funda en la
presuposición de que es posible acceder y representar la verdad (de un pueblo), así
como inferir de ella una determinada forma de vida. Una estrategia para lograrlo es la
exclusión y negación de lo que rompe la pureza de la verdadera identidad nacional, que
los gobernantes representan y administran –en ocasiones, incluso encarnan. Para ello se
usan diversos procedimientos, todos ellos describibles mediante metáforas sanitarias:
inmunización, cordón sanitario, amputación del cáncer (social), etc. Lo que tienen en
común –además de mostrar la funcionalidad política de las ciencias naturales cuando se
absolutizan como dogmas sus descripciones— es que con ellos el poder revela su
objetivo de normalizar la vida (nacional) según la identidad verdadera que afirma
representar (que representa realizando, o que realiza representando); una identidad
desvinculada de los concretos intereses de los individuos18.
No es, pues, frivolidad relativista lo que conduce a separarse del ideal objetivista
clásico. Más bien al revés: es interés por custodiar la posibilidad de lo implicado en el
ideal de la verdad, a saber: la libertad para buscarla en igualdad. Naturalmente, tal
libertad genera de todo menos fluidas unanimidades. Genera conflicto, y éste es el alma
de
lo
político.
Genera
incluso
la
perversión
de
discursos
interesados
e
intencionadamente engañadores –los que nos rodean por doquier. Es el precio que hay
que pagar. Pero peor resulta la imposibilidad de que emerja tal riesgo, pues ello sólo se
logra, en última instancia, con los tanques. Desde aquí se entiende el valor de una
sociedad liberal: pues es la libertad la que permite/posibilita la verdad (ya se considere
que ésta se obtiene por construcción, descubrimiento, experimentación, intuición pura,
18
Sobre el tema de la biopolítica, véase, por ejemplo, R. Esposito, Immunitas. Protección y negación de
la vida (trad. L. Padilla, Amorrortu, Buenos Aires-Madrid, 2006) y G. Agamben, Homo sacer. El poder
soberano y la nuda vida (trad. A. Gimeno, Pre-Textos, Valencia, 1998).
11
inducción empírica, deducción histórica, inferencia causal, consistencia, gracia de Dios,
etc.), y no la verdad la que nos hace libres.
El valor de la escritura de Arcadi Espada frente a las exigencias del Ser (ya sea
éste la nación catalana, un determinado periódico o un determinado prejuicio) radica
ante todo en su contestación de los discursos del poder –tanto como la del poder de los
discursos. En esta medida, su escritura es prueba de la vitalidad de una sociedad civil.
Frente a todos los monoteísmos y su retórica de la verdad, lo decisivo es impugnar la
homogeneidad, lo decisivo es la posibilidad de relatos diferentes y alternativos, de vidas
diferentes y alternativas. Es la posibilidad de la libertad –que es tanto como decir la
posibilidad de la posibilidad. Que ésta conlleva múltiples peligros es cierto, pero es
preferible tener que encarar el problema de armonizar la libertad con la ausencia de
conflicto, que habitar una sociedad pacificada en virtud de una homogeneidad lograda
por imposición de una verdad.
Ésta es la esencia –descrita tan abstractamente como demanda su propio
nombre— de un liberalismo que, aún asumiendo que lo político es el ámbito del
conflicto y de la toma de decisiones en orden a constituir formas de unidad, también
emprende acciones que presuponen lo contrario de lo pretendido por las políticas de
quienes creen poseer la verdad, a saber: proteger jurídicamente la libertad individual,
arbitrar mecanismos para articular los disensos, promover y custodiar identidades
plurales y múltiples.
12
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