LA EXPERIENCIA ARQUITECTONICA CONTEMPORANEA: VISUALIDAD, VIRTUALIDAD Y VIVENCIA.

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TITULO: LA EXPERIENCIA ARQUITECTONICA CONTEMPORANEA: VISUALIDAD,
VIRTUALIDAD Y VIVENCIA.
AUTORES: Montserrat Bigas Vidal, Luis Bravo Farré, Gustavo Contepomi, Irma Arribas Pérez
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INTRODUCCION
En “El vídeo de Benny”, el cineasta austriaco Michael Haneke cuenta lo que le sucede a un
adolescente cuyo principal interface con la realidad es un equipo de grabación de video con el que
registra obsesivamente todo tipo de situaciones. Benny pasa la mayor parte de su tiempo aislado en un
sótano visionando sus cintas. Finalmente, comete un asesinato sin motivo aparente; preguntado al
respecto, dirá que lo hizo para saber “qué es lo que se sentía” (1). La pantalla del monitor de vídeo –o
del ordenador- es un marco que aplana y reduce los hechos reales a apariencias a las que despoja de
todas sus implicaciones sensoriales y muy especialmente de la posibilidad de que entremos en contacto
con ellas. Creemos poseer un pedazo de realidad sin que ésta pueda agredirnos o afectarnos más allá
de ese mínimo impacto amortiguado por su lejanía y su carácter meramente visual. Ello explicaría el
éxito de las películas de catástrofes o de terror y la captura compulsiva y masiva de imágenes en los
viajes turísticos -aún a riesgo de reducir buena parte de la experiencia a lo poco que aparece en el
visor de la cámara- o también de los video-juegos que reproducen situaciones de peligro, trasgresión,
violencia o agresividad. Para Haneke, la falacia está en que si esos registros son inofensivos es,
precisamente, porque carecen de aquellos atributos de la realidad que verdaderamente nos pueden
afectar. La fotografía, a partir del concepto de visión perspectiva introducido en el renacimiento, ha
contribuido a que buena parte de la cultura arquitectónica del Siglo XX sea deudora de ese su principal
medio de difusión. En muchos casos, la influencia de la mejor arquitectura moderna se ha reducido a
aspectos plástico-visuales, apariencias transmitidas por imágenes planas que dejan fuera las cualidades
más genuinamente arquitectónicas, es decir, las que sólo pueden resultar de una experiencia emotiva y
transformadora de inmersión y contacto en que participe el sujeto con su mente y su cuerpo, con todos
sus sentidos.
En “Los ojos de la piel”, Juhani Pallasmaa analiza los peligros de la actual hipertrofia cultural de lo
visual y del abuso del computador en detrimento de las experiencias más próximas a la realidad de la
arquitectura, es decir, las vivencias directas y las que resultan de su transformación a través de la
memoria y la imaginación.
IMAGEN, VIVENCIA Y CONCEPTO EN LA CONFIGURACIÓN DEL LUGAR MENTAL
DEL ARQUITECTO
A lo largo del siglo XX, la fotografía, el cine y la televisión han condicionado la formación de varias
generaciones, aumentando considerablemente el peso y la influencia social de la cultura de la imagen y
la comunicación visual. Sin embargo, estas representaciones solían remitir a experiencias reales o
similares a las vividas por los mismos sujetos, manteniendo un nivel razonable de interacción entre
ambos planos de percepción. La psicología ha demostrado que una experiencia meramente mental –
consciente o inconsciente- puede producir un nivel de influencia sobre el sujeto -simplemente porque
evoca o rememora situaciones vividas por él- igual o parecido a una vivencia real. Actualmente, sin
embargo, el equilibrio cuantitativo entre lo vivido y su representación se ha decantado claramente
hacia la brutal reducción de que nos habla Pallasmaa: “Las imágenes por ordenador tienden a aplanar
nuestras magníficas, multi-sensoriales, simultáneas y sincrónicas capacidades de imaginación al
convertir el proceso de proyecto en una manipulación visual pasiva, un viaje de la retina. El ordenador
crea una distancia entre el autor y el objeto, mientras que el dibujo a mano, así como la confección de
maquetas, colocan al proyectista en un contacto háptico con el objeto o el espacio” (2). Para Pallasmaa
es fundamental esta visión periférica, desenfocada y tridimensional que resulta de la experiencia de
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actuar simultáneamente con la mente y con el cuerpo. Tener el objeto al mismo tiempo en la mano y
dentro de la cabeza permite el grado de identificación y empatía mental y corporal necesario en
cualquier proceso creativo. El trabajo centrado en imágenes, contrariamente, se limita a una visión
plana, enmarcada, enfocada y distante. La visión periférica “nos integra en el espacio, mientras que la
visión plana nos expulsa de él, convirtiéndonos en meros espectadores”(3). La visión periférica,
desenfocada, tiene un papel mucho más relevante en nuestro sistema perceptivo y en su influencia en
la configuración de nuestro universo mental.
La lejanía perceptiva insalvable que supone el formato de la pantalla del monitor es ventajosa, por
ejemplo, para determinadas aplicaciones como la militar, donde ese tipo de visión convierte a
cualquier supuesto objetivo humano en un simple blanco móvil; se neutraliza así el efecto
inconveniente de cualquier interferencia emocional resultante de la empatía que generaría el contacto
sensitivo directo con los seres humanos. En una grabación documental de publicación reciente
podemos ver –y oír- como el tipo de imágenes que aparecen el visor de tiro del helicóptero,
presentando a los grupos de personas que caminan por la ciudad como simples dianas- permite a los
militares tejer rápidamente el relato imaginario que necesitan sobre la supuesta actitud hostil y
peligrosidad de las personas observadas, justificando así su eliminación inmediata. La reacción de los
ocupantes del helicóptero y de los mandos que coordinan la acción a través de esas asépticas
imágenes, es similar a la de cualquier adolescente que se divierte con sus compañeros con uno de sus
video-juegos de acción: felicitaciones por los aciertos, risas y referencias despectivas a los “objetivos”
abatidos.
En la misma grabación podemos ver como esa actitud contrasta con las de las tropas que llegan poco
más tarde al escenario de la acción, y que al entrar en contacto físico, emocional y sensorial con el
drama humano que presenta la realidad de los hechos, no pueden ya ignorarla, maquillarla ni
sustituirla: un soldado corre hacia su vehículo llevando en sus brazos una niña herida, la misma que
hace unos minutos, a través del visor, fue tiroteada por sus compañeros al considerarla un objetivo
peligroso a abatir. La tecnología permite compartir con la base de operaciones el visionado de la
acción en tiempo real, de manera que las decisiones no las toman los combatientes sobre el terreno
sino sus mandos cómodamente instalados frente al monitor: en el ejemplo comentado, la lógica
reacción humana del soldado que solicita autorización para llevar urgentemente la niña malherida al
hospital de la base, es neutralizada inmediatamente desde el mando a distancia, mucho menos
afectado, ordenando su entrega a la policía local.
Esas mismas limitaciones de la imagen más simple son, sin embargo, las que le confieren su potencia y
su capacidad de comunicación. En todo caso, volviendo a la arquitectura, conviene tener claro que
aquel lugar que la mente del arquitecto habita cuando articula su proyecto, los elementos y personajes
que integran su paisaje y la priorización y jerarquización de sus atenciones, serán determinantes en la
configuración de su propuesta proyectual. Tal vez el proyectista esté tratando de encontrar una
imagen que transmita con eficacia algún tipo de mensaje a determinada audiencia- para lo cual el
lenguaje utilizado habrá de ser, sobre todo, claro, potente y simple- o más bien le preocupa la
transformación que su obra significa en su contexto, la forma en que relaciona y articula las acciones
de quienes la van a utilizar y las cualidades y posibilidades del lugar, la forma en que genera
significados en quienes la perciben, el gesto con que se abre –o no- invitando a entrar…unos lugares
que en ningún momento pueden interpretarse por sus características geométricas o espaciales si éstas
no van ligadas a la actividad de la experiencia subjetiva de quien las habita.
2
ACTITUDES Y PLANTEAMIENTOS CONCEPTUALES CONTEMPORÁNEOS EN LA
IDEACIÓN DE ARQUITECTURAS PÚBLICAS. ESTUDIO DE CASO: BIBLIOTECAS DE
SBMT Y DOMINIQUE PERRAULT.
Aunque el planteamiento conceptual de una arquitectura no tiene porque ser incompatible con la
eficacia de su dimensión física y sensorial, lo cierto es que, tal como está ocurriendo en muchas otras
disciplinas artísticas, actualmente, predomina a menudo la concepción basada en una idea abstracta; un
mensaje dirigido exclusivamente al intelecto, al que se subordina después con desgana la resolución de
los aspectos físicos y más vivencialmente funcionales de la construcción. Para ilustrarlo con un
ejemplo contemporáneo, veamos la Biblioteca Nacional de Francia François Miterrand en Tolbiac,
Paris, del arquitecto Dominique Perrault, que responde a un encargo directo del presidente de la
república, y muestra cómo un gran complejo de equipamiento cultural puede resolverse con una idea
sencilla y potente que, suponemos, expresa claramente con su simbolismo aquellos requerimientos que
el cliente planteara a su autor. En efecto, el proyecto puede describirse en sus rasgos principales con
unas pocas frases o incluso con una sola imagen, sin necesidad apenas de texto adicional: cuatro
grandes libros abiertos de cristal sobre una plataforma terminada en madera –gran espacio público- en
un magnífico emplazamiento junto al Sena –cientos de miles de metros cuadrados de superficie- y un
gran jardín naturalista autóctono en posición central alrededor del cual se disponen los espacios
principales de actividad de la biblioteca.
Una ojeada superficial a las imágenes del proyecto confirman la evidencia de esa idea feliz acorde con
los planteamientos contemporáneos, incluyendo la sensibilidad ecológica expresada por la
omnipresencia del jardín boscoso en posición central. Podemos imaginar a los ciudadanos de Francia –
y de Europa- admirando a través de los medios de comunicación esa metáfora cultural en la línea de
los grandes proyectos públicos contemporáneos de la Europa del estado del bienestar. Posiblemente
esa proyección pública era el objetivo del proyecto, su principal cometido al que responde con
eficiencia y que justifica, por tanto, los elevados gastos de construcción y de mantenimiento que esos
ciudadanos deberán costear.
Analicemos ahora el propio edificio en su interacción con el contexto territorial, en su relación con la
actividad humana en todo su entorno y en su propia función como bien cultural. Este tipo de análisis
debe ser perceptivo y directo, no es posible realizarlo sin desplazarse físicamente al propio lugar, lo
cual reduce ya exponencialmente el número de personas que lo podrán experimentar y también, por
tanto, su rentabilidad política.
Situado junto al Sena, las mejores perspectivas del conjunto responden a la visión lejana desde
la orilla opuesta. Nos aproximamos siguiendo el río, llegamos al complejo y nos damos cuenta de su
gran dimensión. Comenzamos a escalar las gradas –equivalentes a varias plantas de altura- que
parecen conducir al acceso, pero, al llegar arriba, nos encontramos sobre una gran plataforma situada
por encima y rodeando el jardín -que apenas podemos ver- la cual debemos recorrer en toda su
longitud hasta alcanzar el extremo opuesto. Desde ahí descendemos hasta volver al nivel de partida de
nuestro recorrido, donde está situado el acceso. La presencia del bosque interior –el vacío verde que
organiza el conjunto- se intuye, aunque no puede verse, durante el recorrido de lo que parece un
itinerario calculado, generando una tensión expectativa que va in crescendo a medida que parece
acercarse el desenlace final. Pero, para sorpresa y decepción del caminante, el gran jardín rectangular
no sólo es totalmente inaccesible sino que ni siquiera puede contemplado, y ello a pesar de que toda la
zona pública de la biblioteca está dispuesta a su alrededor. El sistema de doble fachada que lo rodea
anula prácticamente toda posibilidad de conexión visual y obliga a la utilización permanente de la luz
artificial en la totalidad de las salas de lectura. Sin luz natural, sin posibilidad de relajar la vista a
través de ninguna abertura, el ambiente interior es el de un local subterráneo aislado totalmente del
exterior. Las cuatro esbeltas torres acristaladas donde sí abundan la luz natural y las panorámicas de la
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ciudad, son también inaccesibles a los usuarios por tratarse de depósitos de libros y documentación. En
realidad, su eficiencia misma como zona de almacenaje es discutible porque buena parte de su escasa
superficie útil está ocupada por dispositivos de protección solar (figs. 2,3,4,5,6,7 y 8).
Siguiendo el río en dirección al centro de París nos acercamos a otro de los “buques insignia” de los
equipamientos públicos de la capital, el Centro Georges Pompidou en Beaubourg. Pocos edificios
pueden ser considerados con más razón la materialización de un concepto innovador ideado
previamente a la redacción del proyecto. El proyecto de Beaubourg de Rogers y Piano, es el desarrollo
y la concreción de la idea de un nuevo concepto de centro cultural para finales del siglo XX, el
llamado Fun Palace, imaginado por Cedric Price. Es una obra basada en una idea, pero en ningún
modo se trata de una idea abstracta o una simple imagen; los esquemas de Price –como después el
propio proyecto- nos muestran una máquina de relacionar ciudadanos con cultura de una manera
nueva. Una propuesta que evoluciona la idea clásica de museo, al incluir la posibilidad de manipular y
mostrar dinámicamente obras e instalaciones de gran formato, interaccionando con una biblioteca,
salas de exposiciones, espacios de encuentro y de servicios, actividades lúdicas y formativas para el
público y centro cultural. Los arquitectos se limitan a construir el diagrama de Price, estableciendo un
diálogo abierto y franco con el entorno urbano. El edificio muestra al exterior su funcionamiento en
consecuencia con su carácter público y genera una plaza frente a su fachada que permite a la ciudad
responderle ocupando permanentemente ese espacio con todo tipo de actividades al exterior. El propio
ritual de acceso al centro por la escalera mecanizada transparente a lo largo de la fachada, ofrece a los
visitantes una visión privilegiada sobre el barrio y la plaza, al tiempo que se constituye en un alzado
vivo -en continua transformación y movimiento- como telón de fondo de la vida en la plaza y
metáfora perfecta del carácter ciudadano y abierto del lugar.
Pero el centro Beaubourg –se dirá con razón- no es una biblioteca (aunque contenga una); es su
especial y novedoso programa el que permite esa riqueza y complejidad en su funcionamiento y el
diálogo abierto con su ubicación. Veamos, por tanto, otro proyecto público de biblioteca también
contemporánea, cuya comparación con Tolbiac-Miterrand nos permita ilustrar otro planteamiento
proyectual, otro lugar mental totalmente distinto desde el que el arquitecto inicia su proceso de
generación. La biblioteca pública de la pequeña población de Palafolls, en Girona, comparte –
curiosamente- algunas condiciones de partida con el macro-complejo de Paris-Miterrand: en ambos
casos, el cliente - alcalde o presidente- aficionado y con criterio y opiniones propias sobre arquitectura,
decidió personalmente quien seria el autor del proyecto, por lo que en ambos casos cabe suponer entre
cliente, arquitecto y proyecto, cierto grado de identificación.
En Palamós, los arquitectos Miralles-Tagliabue no se plantean en abstracto un nuevo tipo de
biblioteca, sino una actuación que transforma el solar en una plaza ajardinada. Esta se genera a partir
de una construcción que acogerá al lector en ambientes especialmente cuidados y configurados para
esa actividad desde el punto de vista psicológico (tratamiento de la luz, recogimiento, integración
ambiental de fragmentos del jardín, texturas, materiales… y simultáneamente, sin embargo, su
arquitectura se extiende hasta disolverse en el parque prolongando sus muros, con la clara voluntad de
ser también el núcleo generador de la actividad y la vida exterior del lugar.
Se recuperan aquí los principios e incluso algunos de los propios hallazgos concretos de los maestros
del siglo XX, sin que pueda detectarse la más mínima concesión al mimetismo formal con su
arquitectura. En Palafolls, el visitante experimenta la misma sensación de confort emocional que
producen las bibliotecas de Aalto por la cuidada manipulación de la luz y la calidez y la cualidad táctil
que proporcionan las texturas de los materiales. Los ambientes concretos, recogidos y semi-privados
de lectura están configurados con la misma sensibilidad con que Kahn los dispone, demostrando que
esa la acción personal de leer es la idea que genera y significa el proyecto. Como en la Staatsbibliothek
de Scharoun en Berlin, en Palafolls no es posible remitir el ambiente del proyecto a una imagen
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dominante o a una forma. En el interior, la biblioteca es un ambiente que acoge cuidadosamente y da
significado a una actividad humana muy concreta. Hacia el exterior, agazapada, camuflada, cede todo
el protagonismo al parque que ella misma genera y con el que dialoga revitalizándolo
permanentemente con la dinámica de su actividad. El equilibrio entre interior y exterior es total. El
edificio no es exteriormente convexo ni cóncavo porque no hay tal edificio; hay un complejo lugar
arquitectónico con ambientes interiores y exteriores que muestra una voluntad decidida de continuidad
con entorno. No es posible percibir claramente los límites de la intervención construida. El proceso
continúa en el espacio y también en el tiempo; los arquitectos son conscientes de que el marco
relacional que se considera, el que nos influye y hacia el que se irradia, es toda la ciudad.
CONCLUSION.
En Beaubourg la arquitectura responde a un concepto que puede expresarse con un pequeño esquema.
Ese mismo diagrama puede ser incluso traducido con éxito a una forma; el edificio puede describirse
con unas breves frases, una imagen o un sencillo boceto. Su éxito, sin embargo, proviene del hecho de
que no responde a un concepto abstracto formal o intelectual, sino a un planteamiento novedoso que
supone un progreso en tanto nos propone nuevas formas de relacionar actividades humanas; en
definitiva, se tarta de un hallazgo que enriquece el significado de la dinámica vital de los ciudadanos
en el entorno urbano, y de las instituciones de la comunidad. Buena parte del trabajo y el tiempo
necesario de “cocción” de la primera idea le correspondería a Cedric Price, pero Rogers y Piano logran
después construir ese concepto potenciando su esencia y posando en el centro de París un artefacto
cuya decidida voluntad de interacción y diálogo influirá muy positivamente en la revitalización de esa
parte de la ciudad.
En Palafolls, a diferencia del caso anterior, no puede describirse satisfactoriamente el proyecto
mediante una fotografía -o un dibujo- realizados desde un punto de vista principal que pueda
considerarse superior a los demás. El proyecto responde, uno por uno, a los planteamientos de
Pallasmaa en “Los ojos de la piel”. Incluso si observamos la forma de expresión gráfica habitual de los
arquitectos, vemos que los mosaicos fotográficos de EMBT a la manera de David Hockney, son la
traducción la más fiel representación del concepto de visión periférica y de inmersión ambiental
sensorial y borrosa que defiende el autor finlandés (2). Nada queda aquí de la tiranía formal reductiva
y jerarquizadora de la visión perspectiva o de la imagen bidimensional. Esta arquitectura actúa directa
y conscientemente sobre la psique –activando emociones- a través de los sentidos. Asplund, Aalto,
Scharoun, Le Corbusier,…los arquitectos del tacto, el oído, el olor y el sabor que Pallasmaa menciona
en su libro, están todos presentes como lo está John Ruskin, maestro y referente de muchos de ellos y
de quien menciona una carta en la que el crítico inglés expresa su deseo de comerse “poquito a
poquito” el mármol de Verona.
En EMBT la formalización final de la obra no es motivo excesivo de preocupación al iniciar un tema.
La concreción derivará del estado de evolución de un Único Proyecto al que se van incorporando
aportaciones y transformaciones concretas en cada nueva etapa. Ese proyecto de referencia se cruza o
apareja con las circunstancias de cada tiempo y de cada encargo, dejando que le afecten y se convierta
así en una propuesta única y específica para esa situación. Solución nueva que a su vez contribuirá a la
evolución del proyecto matriz, en un símil de funcionamiento orgánico evolucionista aplicable a cada
una de las obras construidas y a la propia dinámica metodológica de su producción.
En la biblioteca François Miterrand habíamos visto como el proyecto nacía también de un concepto
más abstracto o simbólico, sin demasiada relación con la actividad interior del edificio ni preocupación
por la forma de influir en la vida del entorno inmediato a su localización. Desde el punto de vista de su
eficacia como biblioteca, el proyecto es bastante deficiente en el cumplimiento de su función; pero tal
vez el error esté ahí, en pretender que su objetivo principal era ser una buena biblioteca. Si
consideramos, en cambio, su eficacia simbólica y mediática, comparándola, por ejemplo, con la del
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arco del triunfo Charles de Gaulle en la misma ciudad, o con los rascacielos de La Defense, vemos
que, aunque mucho más costoso –o tal vez gracias a ello- tiene poco que envidiarles (se podrá aquí
objetar que los arcos de triunfo, los obeliscos o La Tour Eiffel no han necesitado, para convertirse en
modernos iconos de la capital, tener debajo una gran biblioteca ni encerrar a cal y canto un gran
bosque ecológico, pero esas son, precisamente las peculiaridades de los hitos urbanos de referencia de
cada tiempo particular). Para Pallasma, en todo caso, la arquitectura debe ser otra cosa, nace de un
pensamiento que proviene de un paisaje mental diferente, una forma de entender el proyecto que
Beaubourg o Palafolls ilustrarán muy bien:
“Un edificio no es un fin en sí mismo, enmarca, articula, estructura, da significado, relaciona, separa
y une, facilita y prohíbe. En consecuencia, las experiencias arquitectónicas básicas tienen una forma
verbal más que una nominal. Las experiencias arquitectónicas auténticas consisten, pues, en, por
ejemplo, acercarse o enfrentarse a un edificio, más que la percepción formal de una fachada, el acto
de entrar, y no simplemente el diseño visual de la puerta, mirar al interior o al exterior por una
ventana, más que la ventana como un objeto material, ocupar la esfera de calor, más que la chimenea
como objeto de diseño visual. El espacio arquitectónico es espacio vivido más que espacio físico, y el
espacio vivido siempre trasciende la geometría y la mensurabilidad.” ( )
Pallasma se desmarca de tanta teoría y crítica modernas que han tratado el espacio como algo
inmaterial definido por superficies materiales, en lugar de entenderlo como el elemento natural soporte
y medio de las acciones e interrelaciones dinámicas de la realidad. En los maestros modernos (Mies,
Wright, Le Corbusier) la dimensión plástica y visual de su trabajo va unida siempre a la consideración
del valor sensitivo y táctil de la textura, del modelado y del trabajo manual. El propio Bachelard ve en
la casa habitada el sustrato material protector que hace posible la aparición de las imágenes en las
ensoñaciones. La evolución de la técnica y la cultura de la imagen así como el propio conocimiento del
funcionamiento del inconsciente, permiten afirmar que con frecuencia es realmente difícil distinguir
entre un objeto real y uno imaginario. Como afirma Argan, una imagen, vista, soñada o imaginada,
puede también ser un momento de experiencia y vivencia, dejar de ser representación para adoptar una
condición vital y quasi-material (6). Pero para ello es necesario alimentar con regularidad el caudal de
experiencias sensoriales primarias.
Una arquitectura que responde a la estrategia de la imagen publicitaria, instantáneamente perceptible,
provoca en el espectador la misma actitud distante, exterior, del piloto que observa sus objetivos a
través del visor. Una forma que se juzga instantáneamente en función de su aspecto, y siempre de
acuerdo con nuestros prejuicios, algo externo y ajeno, excluyente y carente de matices, que origina una
mirada limitada y dogmática. La arquitectura puede moverse con comodidad en el terreno de la
virtualidad y de todos los tipos de tecnologías y redes relacionales que, aunque inmateriales, forman
parte de una nueva realidad que presenta avances y ventajas innegables respecto de su estadio anterior,
pero su cualidad dependerá de su grado de conexión con ese tipo de pensamiento arquitectónico que es
consciente de la imposibilidad de reducir su temática al aspecto objetual. La paradoja es que sea
precisamente esa forma desenfocada de mirar que supone una multiplicidad de puntos de vista, una
mirada periférica, abierta, generosa y sensible a todo tipo de dato sensorial, la que entienda las
arquitecturas como algo más que construcciones materiales. Una idea de arquitectura como resultado
del pensamiento y la acción imaginativa que descubren en el nuevo sustrato –material o virtual, sólido
o energético – de nuestro entorno vital, nuevas formas posibles de lectura del mismo, de uso y de
relación; nuevas maneras de pensar y vivir la ciudad vinculadas a búsquedas compartidas con otras
disciplinas que trabajan también con el pensamiento, la memoria y la imaginación; una arquitectura
que asume la tarea de “crear metáforas existenciales encarnadas y vividas” en íntimo contacto con el
flujo permanente de las actividades culturales humanas. Ese es, tal vez, el mejor antídoto contra las
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recetas que, ahora bajo el burdo disfraz del predominio cientifista y neutral de la tecnocracia y de la
economía, siguen conduciendo inexorablemente a una versión actualizada de barbarie y mediocridad
que representa el mismo pensamiento unificado y reduccionista de siempre.
Ahora más que nunca, arquitectura no es edificación, pero, menos aún, espejismos de visiones
planas. El mal uso de la fotografía generalizó en su tiempo una forma de mirar que ha afectado
negativamente a la difusión de las verdaderas cualidades de la arquitectura moderna, al primar su
apariencia formal sobre todo lo demás. Actualmente, la multiplicación del tiempo de uso de
dispositivos basados en nuestra interacción con un mundo reducido a imágenes en pantallas planas,
hace imprescindible una actitud crítica y consciente en su utilización para preservar la necesaria
retroalimentación entre vivencia sensorial, memoria e imaginación. Aunque la arquitectura trata de
todo tipo de relaciones en el marco de la vida humana y eso incluye todas las esferas y niveles de
comunicación, ahora más que nunca hay que ser consciente de su imprescindible vinculación con el
avance de las ciencias del espíritu y de la cultura, y también del papel necesario, pero instrumental y
subsidiario, de determinadas tecnologías. La pantalla plana es el filtro utilizado para crear una
percepción convenientemente reducida y aséptica de la guerra moderna, porque en ella desaparece
todo rastro de su terrible impacto real sobre la vida de la población. Por el mismo motivo, su uso
generalizado–consciente o inconsciente- como sustitutivo de la vivencia, es inadecuado en
arquitectura: el uso selectivo y razonable de las nuevas posibilidades de la ciencia y la tecnología, no
puede hacernos perder de vista nuestro campo de especificidad: ser competente en arquitectura
significa, hoy más que nunca, la experimentación directa en el propio terreno, el viaje, el aprendizaje
del juego especulativo del pensamiento y del propio cuerpo en los procesos de creación de propuestas
y el desarrollo de la capacidad para la acción, entendida como diálogo sensible con la realidad del
marco físico y humano que tiene su reflejo en el proceso permanente de su transformación.
NOTAS
1-MICHAEL HANECKE, “El video de Benny”, referencia a la película presentada por Alberto Altés en el
curso de doctorado “Pedagogía del Proyecto” del programa “Comunicación visual en arquitectura y diseño.
UPC. Edicion 2009.
2-JUHANI PALLASMAA, “Los ojos de la piel”. Gustavo Gili, Barcelona, 2006. p. 12.
3-JUHANI PALLASMAA, Op. Cit., p. 13.
4-KRISTIN HRANFSSON, JULIAN ASSANGE. “Collateral Murder”. The Sunshine Press. Wikileaks.org
2010.
5-JUHANI PALLASMAA, Op. Cit., p. 64.
6-GIULIO CARLO ARGAN, “Prefazione all´edicione italiana. Paul Klee. Teoria della forma e della
figurazione.” Ed. Feltrinelli, Milano, 1959, p. 16.
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