La evolución de la población mundial Existen para el conjunto de la historia de la población mundial dos períodos decisivos en los que se dispara el crecimiento demográfico: la revolución neolítica y la revolución industrial. No podemos precisar cuál es la población de partida, puesto que no sabemos con exactitud qué espacios estaban ocupados en el Paleolítico ni qué densidad poseían. Las cifras varían entre unos centenares a 10.000.000, aunque parece que en ningún momento debió haber menos de 100.000 personas. El crecimiento vegetativo de esta población era muy pequeño, debido a que practicaban una economía de recolectores y cazadores que exigía controlar gran cantidad de espacio para su explotación. Se calcula, y aparece como aceptado, que había unos 10.000.000 de habitantes en todo el mundo justo antes de que se descubriese la agricultura, la ganadería, la cerámica y la vida urbana: el Neolítico. En poco tiempo la población parece elevarse a unos 300.000.000. Cuánto dura este tránsito, y cómo se produce, lo desconocemos por completo, pero uno de sus fenómenos más característicos es la aparición de las ciudades. El Neolítico supone un cambio en la economía y en el modelo de sociedad. Aparece la agricultura y la ganadería, con lo que el territorio necesario para procurarse los recursos se reduce; aparece la cerámica, con lo que se pueden almacenar y conservar los alimentos; y aparece el fenómeno urbano, con lo que se organiza y se divide el trabajo, aumentando la productividad. En realidad no se sabe nada, o casi nada, de cómo fue la transición demográfica del Paleolítico al Neolítico, ni se sabe si fue larga o corta, ni cuánto duró. Pero sí se sabe que la población aumentó. Existen dos teorías que explican el aumento de población en el Neolítico. La tradicional afirma que la agricultura, la ganadería, la cerámica y la ciudad mejoraron la alimentación, y que las condiciones de vida en asentamientos permanentes y con una organización social compleja hacen aumentar la población. El espacio necesario para conseguir alimentos y garantizar el aporte calórico durante todo el año se reduce, gracias a la agricultura y la cerámica. Al estar mejor alimentados comenzarían a vivir más y la población aumentaría. La otra teoría es sostenida por geógrafos como Ester Boserup, y afirma que la agricultura y la ganadería no mejoró la alimentación humana, sino que la empeoró, ya que, aunque hubiese un mayor aporte calórico, la calidad de los alimentos disminuyó al reducirse su variedad. Además, la vida urbana, la aglomeración humana, haría aumentar el riesgo de contagio de las enfermedades infecciosas, con lo que aumentaría la mortalidad. Sin embargo, el sedentarismo permitirá reducir el intervalo intergenésico, las mujeres podrán tener más hijos a lo largo de su vida fértil, la fecundidad aumentaría y con ella la población. Será precisamente el aumento de población lo que obligará a hacer los descubrimientos que identifican al Neolítico. Desde el Neolítico hasta los albores de la revolución industrial la población crece lentamente. Hasta que en los siglos XIX y XX se produce la transición demográfica. Se calcula que a comienzos de la transición demográfica había unos 1.000.000.000 de personas, hoy en día se superan los 6.000.000.000. El régimen antiguo de población Durante todo el ciclo demográfico antiguo la población no deja de crecer, aunque muy lentamente. Sin embargo, el rasgo más destacado de este modelo es que, en los ciclos cortos, los crecimientos y las crisis catastróficas, demográficas, dependen de la coyuntura económica, las crisis de subsistencia, las guerras y las emigraciones forzosas. El régimen antiguo de población se define: por la alta natalidad, la alta mortalidad y la dependencia del tamaño de la población de la coyuntura económica. La mortalidad catastrófica tendrá una importancia decisiva en el tamaño de la población. La fecundidad alta La alta natalidad y fecundidad parece un hecho cierto, pero no tan absoluto como pudiera creerse. El objetivo es que sobrevivan a la pareja dos o más hijos, y debido a la alta mortalidad infantil para ello es necesario tener muchos hijos. En la Europa preindustrial, según el método de reconstrucción de familias desarrollado por Fleury y Henry , podemos afirmar que la fecundidad tiende a controlarse, y a reducirse, muy lejos de los máximos biológicos, teóricos y observados. Los mecanismos más comunes de reducción de la fecundidad son: el matrimonio tardío, 25 años para la mujer, y una tasa de soltería definitiva muy alta, que en la España del XVII pudo llegar hasta el 10% de la población. Sólo esto permite reducir la fecundidad biológica en 1/3, a pesar de la natalidad ilegítima. Tampoco fueron extraños otros métodos de controlar la natalidad legítima: como el aborto y el infanticidio, y las prácticas de abstinencia sexual. Los grupos étnicos con fecundidades muy altas, como los mudéjares, siempre fueron una minoría. La mortalidad alta La mortalidad también fue muy alta, sobre todo la mortalidad infantil, que llegó a suponer el 50% de todas las defunciones de un año. La mortalidad infantil actúa, sobre todo, durante los primeros siete años de vida. Una vez superados se entra en la mortalidad ordinaria y disminuye significativamente. Los altos índices de mortalidad vuelven a aparecer a partir de los 60 años. Las causas de las defunciones son muchas: biológicas, alimenticias, sanitarias, sociales, epidemias, guerras, hambres, etc. La mortalidad por causas biológicas, aunque es alta, se considera normal; pero la mortalidad catastrófica puede hacer reducir drásticamente la población. Por otra parte, este tipo de mortalidad suele incidir con más virulencia en las clases bajas de la sociedad; peor alimentadas y más propensas a las enfermedades contagiosas (por el hacinamiento), y el peor acceso a la infraestructura sanitaria. Además, son carne de cañón en las guerras. Será el desarrollo económico el que permita mantener un determinado tamaño de población. Con este tipo de mortalidad y fecundidad, el histograma de frecuencias de la población tiende a presentar un aspecto de columna. La mortalidad catastrófica puede dar al traste con las generaciones más pequeñas. Para evitar la mortalidad catastrófica, sobre todo en casos de crisis económica, se suelen tomar medidas para controlar la natalidad. Según los gráficos de Wrigley si la natalidad se mantiene aparece la mortalidad catastrófica, que puede hacer disminuir el tamaño de la población. Una segunda hipótesis aparece cuando la mortalidad comienza a actuar. Es entonces cuando se comienza a reducir la natalidad. La tercera opción es reducir la fecundidad antes de que empiece a actuar la mortalidad catastrófica, evitando sus consecuencias. Gráficos de Wrigley Todo ello suponiendo que se ha alcanzado un óptimo de población para un determinado desarrollo económico, y que ese grado de desarrollo no se puede aumentar. De todas formas, hay otro mecanismo muy utilizado en las regiones superpobladas, la emigración, bien sea esta voluntaria (por motivos económicos), o forzosa: como la expulsión de los judíos de España en 1492, o la de los moriscos en 1609. La emigración de las regiones menos desarrolladas a las más desarrolladas es una práctica muy antigua, así como la emigración de las regiones superpobladas a las que tienen perspectivas de desarrollo económico, como la emigración a América y los países nuevos. La transición demográfica y el régimen demográfico moderno El régimen demográfico moderno parece definirse por: su baja natalidad, su baja mortalidad (sobre todo su baja mortalidad infantil), y la escasa incidencia de la mortalidad catastrófica. Aunque el crecimiento reducido que implican las tasas bajas puede devolver su protagonismo a la mortalidad catastrófica. Con la revolución industrial la sociedad, la economía y el Estado cambian radicalmente; y también el modelo de familia, y como consecuencia la población. Comienza otro ciclo expansivo de la población conocido como transición demográfica. La transición demográfica es un período extraordinario de crecimiento de la población. Consiste, básicamente, en el descenso de las tasas de natalidad y mortalidad. La forma cómo se hace este descenso provoca el aumento de la población. La transición demográfica es el paso del régimen antiguo al régimen moderno de población. Este proceso comienza a finales del siglo XVIII o mediados del siglo XIX en los países que se están industrializando, y termina, en ellos, en los años 60 o 70 del siglo XX. Durante este período la población se ha multiplicado entre 2 y 7 veces. Las causas del descenso de la fecundidad son muchas, pero en la base de todas ellas está el desarrollo económico y la posibilidad efectiva de controlar la natalidad. El control de la natalidad no se hace por motivos maltusianos, puesto que la posibilidad de incrementar la productividad de la tierra es muy superior a lo que creía Malthus . Además, no es la falta de alimentos lo que favorece la reducción de la natalidad, sino, muy al contrario, el desarrollo económico. Admitiendo que la coyuntura económica positiva a corto plazo hace aumentar la fecundidad, es el desarrollo económico a largo plazo lo que la hace descender, por diversos motivos. Para explicar este descenso David Heer expone tres razones: el cambio en la escala de valores, los costes de los hijos y los recursos de tiempo y energía que requiere cada nuevo hijo. A medida que los hijos van sobreviviendo, el valor de un nuevo hijo disminuye, puesto que hay cada vez más seguridad de que los hijos van a salir adelante, y es necesario hacerse cargo de todos. Además, el Estado del bienestar permite que durante la vejez no sea necesario depender de los hijos para asegurarse una vida similar a la que se ha llevado. La decisión de tener menos hijos es fundamental para el descenso de la natalidad, pero también lo son los métodos anticonceptivos que permiten que esa decisión sea efectiva. Es paradójico que la natalidad descienda al tiempo que desciende la edad de matrimonio (18 años para las mujeres). Es la efectividad de los métodos anticonceptivos lo que permite este descenso. Las causas del descenso de la mortalidad, sobre todo infantil, son más claras. El desarrollo industrial conlleva el desarrollo científico, y la puesta en práctica de las medidas higienistas que propugnaban los ilustrados del siglo XVIII. Los avances científicos en la lucha contra las enfermedades, sobre todo infecciosas, son notables. Además, coincide con un descenso de la morbilidad de las enfermedades. Aparece la penicilina (Alexander Fleming , 1928) y las primeras vacunas: Edward Jenner crea la primera vacuna, para la viruela, en 1796, (Louis Pasteur 1822-1895). En todos los países se reforma la ciudad, y uno de los criterios que se tienen en cuenta son las condiciones sanitarias de los barrios. Se hacen calles más anchas y mejor ventiladas, alcantarillado, agua corriente, iluminación, etc. Se educa a la población en los hábitos higiénicos, por medio de la escolaridad obligatoria, y se crean hospitales y una infraestructura sanitaria más densa: aparecen los médicos de familia en todas partes. Además, los hospitales, los cementerios, las cárceles, los cuarteles y todas las infraestructuras que se consideran como fuente de enfermedades se trasladan a las afueras de las ciudades. También se mejora la alimentación, ya que se hace más regular y variada. La revolución industrial asegura la producción agrícola, gracias al aumento de la productividad de la tierra. Serán muy pocas la crisis de subsistencia desde entonces, el hambre en Irlanda en 1846-1848, el hambre en la URSS en 1920 y el hambre en España en 1940. Cada vez las crisis de subsistencia son menos violentas, hasta que llegan a desaparecer en los países ricos. Si la transición demográfica hace aumentar la población es porque las tasas, y sus correspondientes curvas, de mortalidad y natalidad se separan, haciendo aumentar el crecimiento vegetativo. Según el modelo típico hay tres momentos clave en el proceso, que se suceden en el tiempo y que hacen variar la curva de crecimiento vegetativo. El primero es cuando comienza a descender la mortalidad (a). Este momento se toma como el comienzo de la transición demográfica. El segundo período es cuando comienza a disminuir la fecundidad (b). Este es le momento de mayor crecimiento vegetativo; pues la distancia entre la natalidad y la mortalidad es la máxima. El tercero se presenta cuando las tasas de natalidad y mortalidad están en sus niveles mínimos (c), y por consiguiente el crecimiento vegetativo. A este momento se le considera el fin de la transición demográfica. Para determinar el fin de la transición demográfica es necesario que las tasas bajas se mantengan durante, al menos, 5 años, y que la esperanza de vida al nacimiento para las mujeres sea, como mínimo, de 73 años. Modelo típico Según la duración, y su máximo crecimiento vegetativo, Chesnais diferencia tres tipos de transición demográfica en los países desarrollados. El tipo nórdico, en el que le crecimiento vegetativo anual máximo es muy bajo, menos de 2% y la transición demográfica es muy larga, dura entre 150 y 200 años. El tipo centro occidental de más corta duración, entre 90 y 100 años, y también con un crecimiento vegetativo anual máximo menor del 2% que además se alcanza a comienzos del siglo XX. Y el tipo meridional y oriental, de unos 90 años de duración, y al igual que los anteriores con un crecimiento vegetativo anual máximo menor del 2%, pero que se alcanza mucho más tarde, hacia los años 50 y 60. Gráficos de Chesnais En los países subdesarrollados este modelo está alterado. Ninguno de ellos ha terminado la transición demográfica y por lo tanto no se puede saber cuanto durará, pero en todos los casos ha superado el 2% de crecimiento vegetativo anual. En México se ha superado el 7%. La transición demográfica en los países del Tercer Mundo no fue acompañada del crecimiento económico de los países desarrollados, lo que implica un desequilibrio grave y unos problemas de paro, pobreza y hambre, que no hubo en Europa. Además, se ha desarticulado el modelo tradicional de sociedad, con lo que no tienen respuestas propias a sus problemas. La superpoblación producida en Europa tuvo la oportunidad de emigrar, gracias al colonialismo y la acogida de los países nuevos. Esa es una posibilidad que la superpoblación de los países el Tercer Mundo no tienen. El fin de la transición demográfica y el envejecimiento de la población Una de las características del fin de la transición demográfica es el envejecimiento de la población. Este envejecimiento se ha constituido en un problema para todos los países desarrollados, ya que no se garantizan las medidas asistenciales ni con el crecimiento económico actual ni con el previsto, según el crecimiento vegetativo de la población. Durante la transición demográfica el histograma de frecuencias adopta una clara forma de pirámide, con generaciones jóvenes muy abundantes, generaciones adultas de tamaño medio y generaciones viejas reducidas. Con esta distribución por edades, y los altos índices de crecimiento, la mortalidad catastrófica apenas tiene importancia, aunque las guerras y la desnatalidad posterior están presentes en las cohortes de la pirámide. La transición demográfica ha terminado para los países desarrollados en los años 60 y 70, lo que quiere decir que en ningún país del mundo se han extinguido las últimas generaciones abundantes de la transición demográfica. Sin embargo, ya están presentes las generaciones reducidas del ciclo moderno de población. Esto implica que las generaciones más abundantes no sean las más jóvenes, sino las adultas e incluso las viejas. El histograma de frecuencias adopta una forma de campana. A este fenómeno se le llama envejecimiento de la población, que desaparecerá cuando se extingan las últimas generaciones de la transición demográfica. En este momento el histograma de frecuencias adoptará el aspecto de columna que tenía en el régimen antiguo de población, y es posible que la mortalidad catastrófica vuelva a tener un protagonismo determinante, pero no sabemos cuáles serán los factores que desencadenen esa sobremortalidad. Qué es lo que pasa cuando termina la transición demográfica es algo que no sabemos, puesto que, en el mejor de los casos, ha transcurrido muy poco tiempo para poder evaluar las tendencias. En algunos países la fecundidad ha continuado descendiendo, hasta situarse por debajo de la mortalidad, con lo que el crecimiento vegetativo es negativo. Esto puede ser una tendencia permanente, pero también una situación coyuntural (es el caso de Noruega y Suecia). La curva de la fecundidad continúa una tendencia descendente por inercia, pero esto es fácilmente corregible. Además, al final de la transición demográfica, mientras continúen presentes las últimas generaciones abundantes, la mortalidad se elevará algo, mientras van desapareciendo. La tendencia normal debería ser hacia un crecimiento ligeramente por encima de cero. Tampoco sabemos cuál será la tendencia una vez desaparecida la última generación de la transición demográfica, puesto que esto no ha sucedido en ningún país del mundo. Hacer prospectivas con los datos y tendencias de la transición demográfica es arriesgado y se ha demostrado altamente ineficaz, ya que esta es una época excepcional. Ideas y políticas demográficas Desde el comienzo de los estudios sobre población se diferencian dos posturas opuestas al respecto: las que afirman que el crecimiento económico y el aumento de la productividad permitirán un crecimiento demográfico continuo, lo cual redunda en el crecimiento económico; y los que creen que el crecimiento económico tiene un límite, y que el crecimiento demográfico terminará por ser superior al económico, provocando una crisis. Malthus es el abanderado de esta segunda hipótesis. En su Ensayo sobre el principio de población, publicado en 1798, expone sus ideas clave. Según Malthus, la progresión del crecimiento de la población es, o puede ser, geométrica, mientras que el crecimiento de los recursos agrícolas no puede ser más que aritmético, debido a la ley de los rendimientos decrecientes. Este desfase en el ritmo de crecimiento de la población y la economía provocará, a la larga, problemas de subsistencia. La única manera de evitar esto es tomando medidas para reducir el crecimiento demográfico, y que no sea tan acusado que no permita mantener el óptimo de población. Sin embargo, la realidad a demostrado que: ni el crecimiento demográfico es geométrico, ni el crecimiento económico es aritmético. En esto ha influido el propio desarrollo económico, la ciencia y la técnica, que a través de la revolución verde ha conseguido aumentar espectacularmente la productividad de la tierra. Hoy en día, Malthus es más valorado como el primer formulador de la ley de los rendimientos decrecientes. Los socialistas y marxistas mantienen la primera hipótesis: que el crecimiento económico y el aumento de la productividad permitirán un crecimiento demográfico continuo, lo cual redundará en el crecimiento económico. Consideran que no es posible solucionar los problemas de subsistencia y pobreza de la clase proletaria mientras la burguesía acumula un capital regateado al trabajo del proletariado. Este es un problema de distribución y de justicia social. No se puede pensar en reducir la natalidad del proletariado mientras la riqueza esté mal distribuida. Pero la realidad también ha desmentido a estos. La historia ha demostrado que el crecimiento económico implica una reducción voluntaria en la tasa de natalidad, y que el crecimiento económico no necesariamente supone que vaya a haber crecimiento demográfico sin desequilibrios como el paro. Paro habrá independientemente del desarrollo económico y del tamaño de la población ya que el volumen del mercado de trabajo está acotado, y tiende a mantenerse en el límite, para reducir el precio de la fuerza de trabajo. Estas teorías han generado dos tipos de políticas con respecto a la población: las natalistas y la antinatalistas o maltusianas, que han sido asumidas indistintamente por todas las ideologías según sus intereses coyunturales. Incluso la misma ideología ha promovido una u otra política en distintos lugares y momentos. Los nacionalismos han tendido a afirmar que la riqueza de un pueblo está en sus hombres, por lo que era necesario fomentar el crecimiento de la población. Además, esto les permitía tener fuerza de trabajo disponible. Las posturas antinatalistas las encontramos, frecuentemente, en los países del Tercer Mundo, con problemas graves de desarrollo y superpoblación. Los escasos recursos no permiten mantener grandes contingentes de población y las autoridades tratan de proporcionar los métodos anticonceptivos más eficaces. Sin embargo, estos métodos o son caros para ellos, o chocan con trabas y tabúes sociales. La aplicación de la medicina occidental a los países del Tercer Mundo a precipitado la transición demográfica, y la ha hecho más intensa, provocando desequilibrios y choques con la mentalidad de la gente, en lugar de ser un proceso secular como lo fue en Europa. No obstante, algunos países del Tercer Mundo son abiertamente natalistas por motivos religiosos, como ocurre en los países islámicos. Las políticas natalistas las encontramos en la actualidad en los países desarrollados con bajas tasas de fecundidad, problemas de envejecimiento y que no desean recurrir a la inmigración. Sin embargo, en estos países las medidas maltusianas son una tendencia secular que están por encima de las políticas natalistas. Es posible que, en algún momento, los gobiernos consigan elevar la tasa de fecundidad, como en la España de los años 60, o en Europa y EE UU después de la segunda guerra mundial, pero sólo de manera coyuntural. Estas últimas generaciones son las más afectadas por el envejecimiento. Las políticas natalistas también las hemos encontrados en los antiguos países socialistas, de la órbita de la Unión Soviética. Para ellos el triunfo del socialismo dependía del número de socialistas, que podrían extender la Revolución. Sin embargo, durante las crisis económicas estos mismos países adoptaron políticas antinatalistas. El caso paradigmático de país con política antinatalista es China, un Estado socialista pero con la mayor población del mundo, y con muchos problemas para mantener el nivel de desarrollo. En China se recurre a medidas drásticas para reducir la natalidad. Por ley el matrimonio es tardío, 30 años, y no se permite tener más de un hijo por mujer, se penalizan los demás. Lamentablemente el Gobierno no pone la misma energía en proporcionar métodos anticonceptivos. No es infrecuente que se recurra al aborto, la exposición y al infanticidio, sobre todo de niñas. Las políticas natalistas y antinatalistas suelen responder a momentos coyunturales de la economía, pero lo cierto es que influyen poco en la tendencia secular de la transición demográfica. Se trata de buscar el óptimo de población, el equilibrio entre los recursos y las rentas necesarias para mantener una familia en la economía capitalista. Distribución espacial de la población mundial La población mundial no está uniformemente distribuida por todo el globo, sino que tiende a concentrarse en las regiones más ricas, o en aquellas que necesitan mucha fuerza de trabajo para mantener su economía, aunque sea de subsistencia. Incluso, dentro de cada región, la población no ocupa el territorio de manera uniforme, sino que tiende a concentrarse en puntos de máxima densidad, en las ciudades, dejando el mundo rural más despoblado. La densidad demográfica, nos muestra cómo está distribuida la población en el espacio, y es la relación entre la población y la superficie. Densidad demográfica = Población/Superficie del país en km2 Existen, en el planeta, cuatro grandes zonas de alta densidad de población, todas ellas en el hemisferio norte, en las cuales el 75% de la población se concentra en las latitudes medias, con climas benignos. Los grandes focos de población son: Asia oriental: Japón y la costa China. Japón tiene una economía capitalista desarrollada mientras que China tiene una economía socialista basada en la agricultura arrocera de tipo asiático, que necesita mucha fuerza de trabajo. Asia meridional: India, Paquistán, Indonesia, Bangladesh y la península de Indochina. Tienen economías tercermundistas basadas, también, en la agricultura arrocera de tipo asiático. Es una economía que necesita mucha mano de obra para su sostenimiento. Europa central: con una economía capitalista desarrollada. Es la región que mejor tiene distribuida su población. Y el noroeste de Norteamérica: entre la costa y la región de los Grandes Lagos. Es el país más urbanizado del planeta. Posee una megalópolis desde Washington hasta Boston y Chicago. Tiene una economía capitalista muy desarrollada. En el hemisferio Norte podemos encontrar otras zonas densamente pobladas pero mucho más pequeñas, como la costa californiana de Estados Unidos, México Distrito Federal, el sur de Europa, el delta del Nilo y la región del río Níger. Del hemisferio Sur podemos destacar algunas concentraciones secundarias: la región del Río de la Plata, la región de São Paulo en Brasil, el cabo de Buena Esperanza y el suroeste australiano, todos ellos de mucha menor entidad, casi puntual. Existen, por el contrario, cuatro grandes vacíos demográficos, vinculados, a factores climáticos: Los desiertos fríos de ambos hemisferios, el Ártico y el Antártico; los desiertos, cálidos y áridos subtropicales; las selvas ecuatoriales y la alta montaña. Estos desiertos se extienden por todo el mundo: Siberia, Canadá, el Sáhara, el Amazonas, los Andes, la Patagonia, el Tíbet, el desierto australiano, etc. En el resto del mundo las regiones de alta densidad de población son muchas pero de menor entidad. En el Tercer Mundo las concentraciones humanas tienen sus propias características. Uno de los grandes problemas que tiene es la inexistencia de una jerarquía urbana bien definida. Las ciudades de los países subdesarrollados sufren macrocefalia. Frecuentemente, la mayor parte de la población se concentra en una sola ciudad, casi siempre la capital, en el resto del país nos encontramos con el mundo rural, sin apenas ciudades intermedias. Es este tipo de ciudades las que se tienden a potenciar últimamente, en los países del Tercer Mundo, pero con éxitos escasos. Sólo Marruecos puede presentar unos resultados más equilibrados. La ciudad del Tercer Mundo En el Tercer Mundo las ciudades tienen sus propios problemas. Son el foco de la inmigración de un entorno pobre que busca nuevas oportunidades. Las urbes de Tercer Mundo están entre las más pobladas del planeta, como México, Seúl y São Paulo que tienen más de 15.000.000 de habitantes. Todas las ciudades del mundo, sobre todo del mundo capitalista, tienen el mismo aspecto, y están construidas con los mismos supuestos independientemente de la cultura tradicional. Pero en el Tercer Mundo la vivienda marginal es un mal endémico; los barrios de chabolas que aparecen de un día para otro, en los que faltan todo tipo de medidas higiénicas, construidas por los paracaidistas; los niños que viven en las alcantarillas o en las calles, forman parte del paisaje urbano tercermundista. En El Cairo hay quien vive en los cementerios, que al menos tienen agua y recogida de basuras. Otro problema de las ciudades del Tercer Mundo es su mala jerarquización. Existe una gran ciudad que concentra la mayor parte de la población urbana del país y los pequeños pueblos rurales, sin que apenas existan ciudades intermedias. En los últimos años en estos países se ha intentado impulsar la red de ciudades medias, pero sólo Marruecos y China han tenido cierto éxito. Por su parte las ciudades del Tercer Mundo son las que más rápidamente cambian, se crean grandes edificios en el centro urbano; algunos de los edificios más altos del mundo se encuentran aquí, como las Torres Petronas de Singapur o la Torre biónica que se ha proyectado en Shanghai. Incluso la ciudad nueva más importante del mundo es Brasilia, toda una ciudad de nueva planta. Brasilia, Ciudad Guayana (Venezuela) y algunas ciudades soviéticas de Siberia son las únicas urbes de nueva planta construidas en el siglo XX Las migraciones Las migraciones son un factor de corrección de las diferencias de densidad de población. Decimos que hay superpoblación cuando en una región los recursos económicos no son suficientes para toda la población. En ese momento parte de ella debe emigrar para poder vivir en otras partes del mundo. Se emigra a dos tipos de regiones a las que son ricas, y que dan trabajo a los emigrantes, y a los países nuevos, que dan la oportunidad de hacer negocios libremente y hacer fortuna. No obstante también hay emigraciones por motivos políticos, guerras, sociales o por catástrofes naturales. La emigración por motivos económicos afecta a la estructura por edades, ya que incrementa el número de personas jóvenes en edad de trabajar. El crecimiento real de una población es: Crecimiento real = Población actual - Población anterior La población actual depende del crecimiento natural y el saldo migratorio. El saldo migratorio es: Saldo migratorio = Crecimiento real - Crecimiento natural Es decir nos dice cuánta gente del país ha emigrado y cuánta ha llegado. También se obtiene Saldo migratorio = Inmigrantes - Emigrantes Pero para esto debemos conocer cuánta gente ha llegado y cuánta se ha ido, lo que no siempre es fácil. Por el momento, el problema más grave de los países que han terminado la transición demográfica es el envejecimiento, que es ante todo una cuestión económica. De todas formas la falta de nacimientos se puede suplir con la inmigración. El problema de la población mundial no es el envejecimiento, sino la superpoblación. La migración es un factor de corrección de la población utilizado desde siempre. Los países desarrollados, con problemas para mantener su aparato productivo, pueden recurrir a la población joven y emprendedora de los países subdesarrollados y compensar así las desigualdades. Esto puede hacer que la estructura por edades de muchos países se mantenga en niveles aceptables, al menos hasta que haya terminado la transición demográfica en los países del Tercer Mundo. Será entonces, cuando el envejecimiento mundial de la población sea un problema. La emigración puede mantener el nivel de crecimiento de un país de acuerdo con su desarrollo económico. Sin embargo, determinar cuál es el óptimo de población es una cuestión imposible de concretar. No obstante, son los desequilibrios económicos, y la relación entre recursos y población, lo que desencadena el mecanismo de la emigración. Y hasta de la recesión económica si no es posible la emigración. Las diferencias económicas entre países hacen que se establezcan flujos migratorios tendentes a concentrar la población. Esto puede generar problemas en los países receptores, que apenas pueden proporcionar trabajo a su población, con lo que se condena a los emigrantes a la marginalidad y frecuentemente sufren el racismo. También puede crear problemas a los países emisores, que pierden la fuerza de trabajo más emprendedora y culta, con lo que se dificulta el desarrollo económico del país y se aumenta la población dependiente. La emigración tiene lugar entre las regiones menos desarrolladas a las más desarrolladas, quees una práctica muy antigua, y también hay una emigración de las regiones superpobladas a las que tienen perspectivas de desarrollo económico, como la emigración a América del siglo XIX y cominezos del XX, y los países nuevos. La emigración, puede ser voluntaria (por motivos económicos), o forzosa: como la expulsión de los judíos de España en 1492, o la de los moriscos en 1609. No obstante, la emigración es un elemento compensador de las diferencias de población y económicas. Entre los motivos económicos destaca el éxodo rural. Un tipo de emigración especial es la emigración golondrina que tiene carácter anual, se emigra para las campañas agrícolas y se regresa todos los años. El éxodo rural Además de la emigración a Europa, se produce un auténtico éxodo del campo a la ciudad. Con este éxodo rural la sociedad española se urbaniza definitivamente, y se asimila a cualquier otro país desarrollado. La corriente migratoria, primero se dirige del campo a la capital de la provincia, luego a las regiones industrializadas, y por último a Europa. Los polos de desarrollo que se crean en el franquismo también son zonas de inmigración. Llamamos éxodo rural a un fenómeno de emigración masiva de los pueblos españoles que tuvo lugar en los años 60. El destino de estos emigrantes fueron las ciudades industriales de España: Barcelona, Madrid y País Vasco; y Europa. Gracias a ese proceso la población española pasa de ser mayoritariamente rural a ser plenamente urbana (más del 70%), el país se industrializa y las rentas del campo pueden sostener a las familias que viven de él. A diferencia de las migraciones exteriores, que no suelen ser definitivas, las migraciones a las ciudades sí lo son, y raramente quien ha emigrado a un núcleo urbano regresa a su pueblo. Aunque vuelva durante los periodos vacacionales o tras la jubilación. La emigración del campo a la ciudad no es un fenómeno exclusivamente contemporáneo, siempre ha tenido lugar, en mayor o menor medida, pero en la España del desarrollismo alcanzó cifras espectaculares, más de 300.000 personas al año. La corriente de urbanización definitiva había comenzado durante la segunda República, pero la guerra civil no sólo cortó el proceso, sino que hizo regresar a gran número de personas al campo, y es que en la larga posguerra y los años del hambre sólo la vida en el campo garantizaba un poco de pan, a costa de vivir miserablemente. Estos espectaculares movimientos de población se explican por la situación económica que imperaba en el campo, y la necesidad del país de crear una industria y por lo tanto un proletariado industrial desvinculado del campo. Las labores del campo en los años 40 y 50 tenían un carácter temporal, y sus rendimientos eran muy bajos. Ello encubría situaciones de paro y trabajo estacional, ya que había gran número de jornaleros que sólo encontraba trabajo en las épocas agrícolamente activas: siembra y recogida, principalmente. Las situaciones de minifundio y latifundio agravaban el panorama laboral. Tras el Plan de Estabilización (1959) y el desarrollo de la concentración parcelaria las necesidades de mano de obra jornalera disminuyeron, y la falta de salida laboral impulsó a muchos de ellos a la emigración. La mecanización del campo fue definitiva, lo que contribuyó a que la emigración del campo también lo fuese. Las provincias más afectadas por el éxodo rural son aquellas en las el proletariado rural era más numeroso: Badajoz, Córdoba, Jaén, Granada, Ciudad Real, etc. Es decir, Extramadura, Andalucía y Castilla-La Mancha. Un porcentaje importante de la emigración rural se asienta en la capital de su provincia, aunque la mayoría tendrán como destino ciudades extraprovinciales: Barcelona (más de 400.000), Valencia, Madrid, Bilbao, San Sebastián, Zaragoza y Alicante; y Europa. Las consecuencias más llamativas del éxodo rural han sido: la despoblación del campo, el envejecimiento y el aumento del índice de masculinidad. La despoblación ha llegado al extremo de provocar el abandono pueblos enteros, y ha supuesto la disminución de los servicios para atender a determinadas poblaciones. Sólo en los últimos años, y gracias al aumento de la calidad de vida, los pueblos mejor comunicados han vuelto a tener más actividad y más servicios, gracias a las infraestructuras que monta el Estado. No obstante, gracias a la poca presión demográfica de determinadas regiones, se han podido construir muchas infraestructuras: pantanos y autopistas. En la misma línea que la despoblación está el envejecimiento. La falta de personas jóvenes y parejas con hijos ha supuesto un aumento de la edad media. Pero lo más grave para la economía rural es el aumento de la edad de los empresarios y los trabajadores. La mayoría de los agricultores con explotaciones tienen edades cercanas a la jubilación y no tienen heredero que prosiga con su actividad, con lo que la explotación tendrá que cerrar. El aumento del índice de masculinidad se debe a que si bien en principio la emigración era cosa de varones, el aumento de la oferta de puestos de trabajo en el sector servicios en las ciudades españolas atrajo a ingentes cantidades de mujeres desde los pueblos, dejando a estos sin el elemento femenino necesario para crear familias. Todo esto nos presenta un país fundamentalmente urbano, que sólo mantiene en los pueblos a las personas que pueden vivir del campo y a aquellas que viviendo de trabajos urbanos se pueden desplazar a diario del campo a la ciudad. El fin de la emigración y la inmigración actual La corriente migratoria es menor a partir de 1967, ya que en Europa se exige una mayor cualificación a los inmigrantes, y se detiene a partir de la crisis de 1973. No sólo detiene la corriente migratoria, sino que provoca un proceso de retorno. Pero España también entra en crisis y el paro aumenta, aunque no de manera decisiva. En la actualidad España es un receptor de emigrantes. Son personas jóvenes que no pueden sobre vivir en sus países de origen y están dispuestos a trabajar en condiciones y en trabajos que muchos españoles no aceptaríamos nunca. Se emplean normalmente en la agricultura (Almería, Murcia, Lérida, Barcelona), en la construcción (Madrid, Barcelona, País Vasco, Galicia) y en la minería (Asturias, León, Palencia). Los países de origen de los inmigrantes son los países americanos (Ecuador, Colombia, Argentina, Brasil, Venezuela, México, Perú), los países africanos (Marruecos, Argelia, Cabo Verde y los países subsaharianos en general), los países del este de Europa (Rusia, Hungría, Polonia, Yugoslavia) y los países del lejano oriente (China sobre todo). También debemos contar aquí a los inmigrantes portugueses que vienen a trabajar. La política de restricción a la inmigración que hay en Europa provoca que muchos de estos inmigrantes no puedan entrar legalmente, y se jueguen la vida para conseguir llegar a España. Desde ese momento se ven obligados a vivir en condiciones marginales y a aceptar trabajos que están fuera de la legalidad. No debemos olvidar otra inmigración totalmente nueva. No son trabajadores de los países menos desarrollados sino jubilados de los países ricos de Europa (Alemania, Francia, Gran Bretaña, Suecia). Estos inmigrantes se establecen en la costa mediterránea, Baleares y Canarias. Son personas con altos ingresos, para el nivel de vida español, que demandan gran cantidad de servicios turísticos y sanitarios. De estos países llegan, también, trabajadores jóvenes, pero son una minoría.