HOMILÍA DEL CARDENAL GIOVANNI BATTISTA RE

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HOMILÍA DEL CARDENAL GIOVANNI BATTISTA RE
Homilía del cardenal Gionavanni Battista Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos y
Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina en la misa que abrió el segundo día
de deliberaciones de la V Conferencia General del CELAM
(Aparecida, 14 de mayo de 2007)
(Hch 1,15-17.20-26 – Jn 15,9-17)
1. Junto con el Santo Padre y bajo su guía hemos iniciado ayer nuestra Conferencia General y
queremos que la primera parte de este día esté dedicada a la oración y al recogimiento. Como
responsables de la guía pastoral de las diócesis de este continente, con plena conciencia de ser
sucesores de los Apóstoles, deseamos ante todo hacernos discípulos de Cristo. Deseamos dejarnos
iluminar por su luz, deseamos seguirlo a Él, que es la “luz de las naciones”, el camino, la verdad y la
vida. Pedimos en la oración que sea su Palabra la que guíe nuestras reflexiones y nuestros pasos.
A Nuestro Señor Jesucristo, Dios de Dios, luz de luz, de la misma sustancia del Padre, ofrecemos
nuestra adoración.
A Cristo, Redentor del hombre, “centro del cosmos y de la historia”, se dirija nuestro pensamiento
hoy y en todos los días de nuestra Conferencia General en este Santuario Mariano.
A Cristo, Maestro de ayer, de hoy y de siempre, confirmamos nuestra férrea intención de ser sus
discípulos fieles, misioneros de su doctrina inmutable y portadores de su amor, de tal manera que
nuestros pueblos “en Él tengan vida”.
A Cristo, Buen Pastor, Pastor de los pastores, que conoce los secretos del corazón, que nos llama
por nuestro nombre y que nos ama con un amor infinito, expresamos desde el fondo de nuestro corazón
todo el amor de que somos capaces.
A Cristo, que ha fundado la Iglesia para continuar en los siglos su obra, nuestras gracias por la
fortuna y el gozo de ser sus discípulos y apóstoles en su Iglesia.
A Cristo, crucificado, muerto y resucitado por nosotros, la profesión de nuestra fe, de nuestra
esperanza y de nuestro amor.
San Ambrosio afirma: “Omnia nobis Christus”. ¡Cristo es todo para nosotros! “si tu quieres curar
tus heridas, Él es médico; si estas ardiendo de fiebre, Él es fuente refrescante; si estas oprimido por la
iniquidad, Él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, Él es vigor; si temes la muerte, Él es la vida; si
deseas el cielo, Él es el camino; si huyes de las tinieblas, Él es la luz; si buscas comida, Él es alimento”
(San Ambrosio, De virginitate, 16,99).
Cristo nos es necesario porque – como escribía el Papa Pablo VI cuando era Arzobispo de Milán –
“Cristo es indispensable para nuestra relación con Dios. Y puesto que de nuestra relación con Dios
depende nuestra salvación eterna, depende nuestro juicio sobre la dignidad, sobre el destino de la vida y
sobre la fraternidad del mundo, entonces Cristo es la clave de todo el sistema de pensamiento y de vida
que en él se inspira” (Carta Pastoral para la cuaresma del 1995).
Cristo es el centro del plan divino de nuestra salvación. Nosotros deseamos colocarlo en el centro
de nuestra Conferencia para ser en verdad discípulos suyos y para llevarlo luego al corazón de los
pueblos latinoamericanos.
En estos días trabajaremos juntos con la mirada puesta en Cristo, deseosos de hacer lo que Él nos
indique.
Esta Conferencia General desea servir a los hombres y a las mujeres que peregrinan en América
Latina, sosteniendo a cada persona en su camino terreno e indicando al mismo tiempo la meta eterna,
pues solo en ella se puede encontrar la plenitud del significado y del valor de los esfuerzos y las
tribulaciones de nuestra vida cotidiana.
Deseamos trabajar por una revitalización religiosa de América Latina, convencidos que ella
favorecerá la renovación también en otros campos. De hecho, cuanto más vive el cristiano la propia fe,
tanto más estará en grado de cooperar con los otros hombres de buena voluntad en la promoción de un
mundo más justo y humano.
La clave para afrontar con éxito los desafíos de hoy en América Latina está en partir desde el
corazón del cristianismo, es decir desde Cristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre.
Deseamos, por lo mismo, orientar el camino de nuestra vida siguiendo aquella estrella polar que se
llama Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor nuestro, buscando siempre ser fieles discípulos y testigos
suyos. Deseamos actuar en plena comunión con el Vicario de Cristo y sucesor de Pedro.
2. La Liturgia de esta Misa hace memoria del Apóstol San Matías
Como sabemos, Matías es el único de los doce Apóstoles no escogido directamente por Jesús, sino
por la primitiva comunidad cristiana para tomar el lugar del Apóstol que había traicionado al Señor.
La primera lectura nos ha descrito cómo sucedieron las cosas. Estamos inmediatamente después
de la Ascensión del Señor al cielo, y antes de Pentecostés. El procedimiento fue simple y bajo algunos
aspectos fascinante.
El Apóstol Pedro fija los criterios: es necesario – dice Pedro – escoger a uno que haya estado con
nosotros todo el tiempo de la vida pública de Jesús, de tal manera que pueda ser testigo de la
resurrección de Cristo (Hch 1,21-22).
En el grupo de los discípulos dos entraban en los criterios indicados por Pedro. Oraron al Señor que
conoce los secretos de los corazones, después echaron a suerte y salió elegido Matías, que fue agregado
a los Once y se convirtió en el duodécimo Apóstol. Él también dio testimonio del Señor hasta derramar
su sangre por Él.
3. En el paso del Evangelio que ha sido proclamado recibimos de Cristo una doble invitación que no
nos puede dejar indiferentes. La primera invitación es fuerte e incisiva en su formulación: “Manete in
dilectione mea”, permaneced en mi amor.
Es la invitación hecha por Cristo a sus Apóstoles en el cenáculo, en aquella atmósfera cargada de
emotividad y de los sentimientos de la última cena.
La invitación de Cristo a permanecer en su amor expresa la cumbre de las aspiraciones del Maestro
Divino en relación con sus Apóstoles y con quienes a través de los siglos continuarían su obra.
Es la invitación que Jesús hace a cada uno de nosotros en esta mañana, mediante la feliz
coincidencia de la liturgia de hoy.
Cultivar una profunda intimidad con Cristo, a través de una auténtica relación de amistad con Él,
alimentada por un verdadero espíritu de oración y de escucha de su Palabra. Ésta es para todos nosotros
la condición indispensable para ser realmente sus discípulos.
Es la respuesta lógica al amor de Cristo por nosotros. Y es la actitud que debe ser característica no
solo de quien ha sido llamado a ser Obispo, sacerdote, religioso o religiosa, sino también de cada uno de
los verdaderos discípulos de Cristo.
El tiempo que dedicamos a Dios en la oración es el tiempo mejor invertido.
La oración es la condición primaria y más importante de nuestro empeño en la guía pastoral
específica de nuestra misión por el bien de los demás y por el bien de la sociedad.
No debemos nunca pensar que el tiempo que dedicamos al diálogo con Cristo sea tiempo perdido
para el servicio que debemos ofrecer a nuestros hermanos y hermanas. “Aquello que se da a Dios –decía
Pablo VI– no es nunca perdido para el hombre” (Enseñanzas, 1971, pag. 246).
La oración es la fuente de la fecundidad de nuestras iniciativas pastorales y de nuestra entrega a
los demás.
Mediante la oración nosotros podemos obtener gracias y realizar aquello que con nuestras solas
fuerzas sería imposible.
A este respecto, en una larga Quaestio sobre la oración, Santo Tomás explica que hay algunas
cosas que podemos disponer y realizar porque entran en nuestras posibilidades, pero hay algunas otras
que en cambio podemos realizar solamente si en la oración lo pedimos a quien puede más que nosotros,
es decir a Dios, para quien nada es imposible.
Blaise Pascal se preguntaba: “¿por qué Dios ha instituido la oración?” y respondía: “Para permitir a
sus criaturas la posibilidad de cooperar a sus obras” (Pensamientos, 513).
Dios no quiere actuar en las almas y en el mundo sin nuestra cooperación: Él desea con nosotros y
a través de nuestra oración realizar aquello que va más allá de nuestra fuerza, de nuestra capacidad y
de nuestra previsión humana.
“Manete in dilectione mea”, repite Jesucristo esta mañana a cada uno de nosotros. Permaneced en
mi amor en el trabajo de estas semanas, sabiendo que yo os he amado primero y que seréis reconocidos
como mis discípulos si permanecéis en mi amor. Permaneced en mi amor en unión con la Iglesia,
amándola en su realidad divina y humana, y teniendo confianza en ella.
4. La segunda invitación que contiene el Evangelio que hemos escuchado es la del amor recíproco.
Es una invitación expresada con palabras solemnes: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a
los otros como yo os he amado” (Jn 15.12). Es un mandamiento exigente, pero es un amor inspirado y
sostenido por el amor a Dios.
Son palabras que nos llevan al corazón mismo del cristianismo.
El amor es la fuerza capaz de cambiar el mundo. El amor es la energía constructora de un mundo
mejor. Amor grande a nuestros sacerdotes como aquel de Cristo por los Apóstoles. Amor a todos. Que
nuestros corazones en estos días estén abiertos a todos los hombres y a todas las mujeres, hermanas y
hermanos nuestros, en particular a los más pobres y desvalidos, a los que más sufren. Así el discípulo de
Cristo se convierte en constructor de la “civilización del amor” inspirada en el mensaje del Evangelio y
fundada en la justicia, la verdad, la libertad y la paz.
5. Que la Virgen María nos guíe en este empeño para que la fuerza de la fe y del amor se realicen
efectivamente en la sociedad latinoamericana.
Hace algunos años visité el Santuario Mariano de Monteberico, en Vicenza, Italia, y el Obispo de la
diócesis, quien me acompañaba, me mostró un fresco de un gran pintor Veneciano que representaba
una escena sugestiva: los Apóstoles que escuchan con atención las enseñanzas de la Virgen y Ella que
instruye y forma a los Apóstoles. Aquel cuadro me llamó profundamente la atención, más que por su
grande valor artístico, por la idea que expresaba: acudir a la escuela de la Virgen y ponerse a su
escucha.
Queridos hermanos en el Episcopado, queridos hermanos y hermanas, realizamos nuestra V
Conferencia General en este Santuario Mariano de Brasil. En estos días deseamos también nosotros,
como los Apóstoles, ponernos atentamente en disposición de escucha de la Santísima Virgen para
aprender de ella a ser discípulos y misioneros de Cristo.
La Virgen María, que al inicio de la Iglesia, estaba con los Apóstoles en oración en el cenáculo, nos
acompañe también a nosotros en estos días benditos de nuestra Conferencia.
Que Nuestra Señora Aparecida, patrona de Brasil, sea también la patrona del trabajo de nuestra
Conferencia que colocamos bajo su especial protección.
Cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la
Comisión Pontificia para América Latina
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