* Conferencia de apertura: Dardo G mez Ruiz-D az. Secretario general de la Federaci n de Sindicatos de Periodistas de Espa a (FeSP). Representante de la FeSP ante el Foro de Organizaciones de Periodistas de Espa a (FOP) y la Federaci n Internacional de Periodistas (FIP). Las manos sobre la informaci n. La indefensi n ciudadana ante un derecho fundamental secuestrado en Espa a

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Actas – III Congreso Internacional Latina de Comunicación
Social – III CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2011
Las manos sobre la información
La indefensión ciudadana ante un derecho fundamental secuestrado en
España
Dardo Gómez
Secretario general de la Federación de Sindicatos de Periodistas-FeSP
Abstract
La información constituye un derecho fundamental reconocido como tal por el
Convenio europeo de los derechos humanos y las Constituciones
democráticas. Su sujeto es la ciudadanía, a quien corresponde exigir que la
información que se da desde el periodismo se realice con veracidad en las
noticias y honestidad en las opiniones sin ingerencias exteriores, tanto de los
poderes públicos como de los sectores privados.
La libertad de prensa, la libertad de expresión y la ausencia de censura previa,
garantizados en las democracias consolidadas, hoy resultan insuficientes para
satisfacer ese derecho a recibir información veraz, plural y completa.
El macro desarrollo mediático ha ido modificando las relaciones entre la
ciudadanía y los medios de comunicación; la creciente penetración social de
los grupos mediáticos y sus formas de producción vulneran el derecho a la
información y de manera consecuente a la salud democrática.
Esa penetración sin duda tiene que ver con los desarrollos tecnológicos en la
comunicación, pero el perverso tratamiento de la información no es una
consecuencia de ellos. La nueva relación viene determinada por el final del
negocio de la información y su reemplazo por el negocio de la comunicación.
Todo derecho fundamental requiere que el Estado legisle para hacerlo efectivo
y establecer un marco donde se fije cuáles son las libertades y las obligaciones
de quienes van a operar en relación con esos derechos.
Cuando el Estado hace dejación de ese deber facilita el abuso de los
poderosos y deja sin protección a los más débiles.
Los fundamentos
1. Se reconocen y protegen los derechos:
d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de
difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto
profesional en el ejercicio de estas libertades.
2. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún
tipo de censura previa.
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3. La ley regulará la organización y el control parlamentario de los
medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente
público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y
políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las
diversas lenguas de España.
4. Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos
reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollan y,
especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la
protección de la juventud y de la infancia.
5. Sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y
otros medios de información en virtud de resolución judicial.
(Constitución Española: Artículo 20)
“La información constituye un derecho fundamental reconocido como tal
por el Convenio europeo de los derechos humanos y las Constituciones
democráticas, cuyo sujeto o titular son los ciudadanos, a quienes corresponde
el derecho de exigir que la información que se da desde el periodismo se
realice con veracidad en las noticias y honestidad en las opiniones sin
ingerencias exteriores, tanto de los poderes públicos como de los sectores
privados.”
(Código Europeo de Deontología del Periodismo del Consejo de Europa.
Artículo 8. 1de julio de 1993)
“El derecho (humano) a la información, que tutela el derecho de toda
persona y comunidad a recibir información veraz y contrastada por parte de
los medios de comunicación y de las autoridades públicas.
El derecho (humano) a la comunicación, que reconoce el derecho de
toda persona y/o comunidad a comunicarse con sus semejantes por cualquier
medio de su elección. A tal efecto, toda persona tiene derecho al acceso y al
uso de las tecnologías de información y comunicación, en particular Internet.”
(Declaración Universal de Derechos Humanos emergentes Título IV. Derecho a la
democracia participativa - Foro Universal de las Culturas Monterrey 2007)
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Esta es la situación
Ser intérpretes fieles de la realidad social resulta especialmente difícil en
momentos en que la promovida caducidad de las ideologías, el imperio de las
supuestas leyes del mercado y la institución del pensamiento único han
configurado un panorama en el cual se construyen realidades de acuerdo a los
intereses subjetivos de los grupos de poder que las quieren imponer.
Los medios de comunicación no son ajenos a esta situación; por el contrario
muchos de ellos son promotores de las pretendidas realidades que se crean al
amparo de los grupos mediáticos.
Desde hace ya años estamos viendo como el progresivo macro desarrollo
mediático ha ido modificando las relaciones entre la ciudadanía y los medios
de comunicación y lo más preocupante es que la creciente penetración de los
grupos mediáticos en la vida social y sus formas de producción están
atentando contra el derecho a la información y de manera consecuente contra
la salud democrática.
Este desarrollo de las empresas de medios sin duda tiene que ver con los
desarrollos tecnológicos en la comunicación, pero el actual tratamiento de la
información no es consecuencia directa de ellos.
La clave de la nueva relación entre medios y ciudadanía viene determinada
por la mutación en el perfil del negocio de estas empresas. Una mutación que
esta marcada por el fin del negocio de la información y su reemplazo por el
negocio de la comunicación. Como veremos más adelante, los intereses de
los ciudadanos ya no son los de los medios.
En los medios de titularidad privada, la información ha pasado a ser un
“comodity” o recurso de venta al servicio de los intereses políticos y/o
económicos, casi siempre opacos, de los grupos mediáticos.
En los medios de titularidad pública ha ocurrido algo similar. Las
administraciones han creado sus propias multimedia; en teoría para cumplir
con su obligación de informar a la ciudadanía de sus actuaciones. En la
práctica, como una herramienta de propaganda de sus intereses.
Esto no significa que toda la información que recibimos esté trucada o
distorsione; mucha de la información que recibimos responde a pautas de
calidad más o menos aceptables e, incluso, podemos recibir piezas de gran
calidad.
Sin embargo, no suele ocurrir así cuando esa información afecta a aspectos
fundamentales de los intereses de las empresas o de los gobiernos o cuando
entienden unos y otros que no les conviene informar de manera veraz o creen
que les conviene silenciar algunos hechos.
Asimismo, las suculentas ganancias que se obtenían hasta no hace mucho en
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el negocio de la comunicación y, sobretodo, la posibilidad de disponer del
poder de influencia de estos ha atraído hacia estas macro empresas a
capitales de los sectores más poderosos de la economía.
Estos han colocado esos medios al servicio de sus intereses ideológicos o
económicos; tan peligrosos unos como otros para la realidad de los pueblos.
En el caso de España, podríamos decir que existe una realidad del Grupo
Prisa, otra realidad del Grupo Vocento y así podríamos seguir hasta el plano
internacional y encontrar la realidad de la Fox, de la CNN, de O Globo o de
muchos otros. Realidades detrás de las cuales están los intereses de
accionariados integrados por los capitales más diversos.
Esto ha generado como señalaba el pasado diciembre Ignacio Ramonet en la
CIESPAL “un estado de inseguridad informativa”.
Y puntualizaba al respecto: “En apariencias la información por Internet o
televisión o radio es gratuita, porque no es la información lo que se vende; sino
que venden ciudadanos a los anunciantes.
El periodismo ha cambiado parámetros fundamentales: el ritmo es instantáneo
y lo instantáneo es difícil de verificar, se multiplican los errores, se vive un
estado de inseguridad informativa; la espectacularidad, se privilegia el horror, la
fascinación macabra con la violencia; lo visual, se basa en la falsa ecuación
"ver es comprender", en realidad lo que se ve no es forzadamente lo que ha
ocurrido. Se ha creado una tremenda simplificación, una lectura infantilizada.”
Estado de la información de los ciudadanos
Si analizamos los distintos estudios realizados en España en los últimos años
sobre la opinión que la ciudadanía tiene de los medios de comunicación y de
los profesionales de la información vemos que la confianza en ellos es escasa.
El "Informe Anual de la Profesión Periodística 2011”, dado a conocer hace
escasas semanas en Madrid, revela que el 41,1% de los ciudadanos
encuestados tiene una imagen mala o muy mala de los periodistas, frente al
37,8% que opinaban así en 2010.
Una de las razones para este desafecto, que expone el estudio, es que la
población considera que sus intereses se encuentran en el último lugar a la
hora de la selección que los medios hacen de lo qué es noticia.
Esto es realmente grave, pero podría inducir a creer que podría disminuir la
influencia de los medios en la formación de la opinión pública. Sin embargo, no
es así.
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Como una suerte de “gota malaya”, la información mala supera la prevención
reflexiva del receptor y penetra en la opinión del público generando, en
muchos casos, graves traumas sociales.
Traumas que, entre otros males, atentan contra la democracia, que
promueven el odio entre los pueblos, que incitan a la discriminación religiosa,
a la intolerancia social y que fomentan o disculpan actitudes xenófobas.
Este no es un fenómenos español. Aportaré algunos ejemplos.
- Durante la última invasión de Irak la cadena Fox TV, del conocido
grupo Murdoch, se alineó a favor de esa acción de guerra, una decisión
editorial tan opinable como otras; pero veamos cuales han sido los resultados
en la opinión del público del tratamiento que se dio a esa información.
Un estudio del Programa sobre Actitudes de Política Internacional (PIPA),
denominado Knowledge Networks Poll demostró que una gran parte de los
televidentes de la Fox tenían una versión de los hechos muy distinta de lo que
esa guerra significó para el resto del mundo.
La encuesta, de octubre de 2003, arrojó que el 33% de los televidentes de
Fox TV creía que se habían hallado armas de destrucción masiva en Irak; el
35% opinaba que la opinión pública mundial había estado a favor de esa
invasión y el 67% creía que se había demostrado la existencia de vínculos
entre Irak y Al-Qaeda.
La misma encuesta realizada entre espectadores de la cadena pública PBSNPR (Public Television Viewers - National Public Radio) demuestra que entre
estos quienes opinaban de la misma manera no pasaban del 11; 5; y 16%,
respectivamente.
Está claro que los televidentes de la FOX habían recibido una interpretación
distinta de los hechos.
Y esto, cómo se hace
- Durante y desde la invasión de Israel a Gaza, que duró desde
diciembre de 2008 a enero de 2009, los medios de comunicación más
importantes han informado con frecuencia de que el objetivo de esos ataque
era el cese de los ataques de los cohetes de Hamas a territorio israelí.
Sin embargo la investigación y el posterior informe de Richard Goldstone ha
cuestionado esa causalidad y demostrado que esa invasión había estado
diseñada con mucha anticipación a esos hechos.
La referencia a este informe en los medios de comunicación convencionales ha
sido escasa en España, y organizaciones como la Arab Media Watch en Gran
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Bretaña denuncian aún con mayor contundencia esta misma ausencia en la
prensa británica.
- En marzo de este año la fiscalía de la ciudad de La Plata calificaba la
apropiación de la empresa Papel Prensa de la Argentina por los dueños de los
diarios Nación y Clarín de ese país como un presunto “delito de lesa
humanidad”.
En ese mismo momento el presidente de la Sociedad Interamericana de
Prensa (SIP), Gonzalo Marroquín, se hallaba en ese país para denunciar el
ataque que, según la SIP, estaban sufriendo esos medios, que habían recibido
esa empresa papelera de manos de la dictadura militar.
Parte importante de la prensa española y sobre todo el diario El País se
hicieron eco de esa visita; sin embargo no mencionaron la salida precipitada de
Buenos Aires del presidente de la patronal de prensa latinoamericana ante el
mencionado informe de la fiscalía.
De tal manera que lo que ha quedado en la memoria del lector es el supuesto
ataque a la libertad de prensa y el hostigamiento medios por el gobierno
argentino.
- El pasado 11 marzo se constituyó la Unión de Naciones Suramericanas
(Unasur) como una realidad jurídica internacional. Este tratado alberga a doce
países entre los que se hallan potencias estratégicas como Argentina, Brasil,
Chile y Venezuela, de fuerte penetración en la ciudadanía española. El acto
constitutivo contó con unos 2.000 asistentes.
Se hace difícil de creer que sea la casualidad la que haya determinado que
esta noticia pasara de puntillas por los medios españoles y que algunos de los
más importantes no lo incluyeran en absoluto en sus pautas.
- El pasado mes el director de Survival International, Stephen Corry,
denunciaba el tratamiento dado al asesinato de un turista alemán en Islas
Marquesas, que los medios españoles difundieron que había sido “comido por
caníbales”.
Señala Corry, “Puede que venda periódicos, pero es una difamación
irresponsable sobre las personas de las islas Marquesas. En el siglo XIX sirvió
para justificar el robo de las tierras indígenas, pero no tiene cabida en el
periodismo moderno.” Y condenaba la utilización de “estereotipos racistas sin
considerar el daño que con ello hacen a la percepción que se tiene de los
pueblos indígenas y el trato que reciben”.
Muchas veces, la información no sólo es errónea en datos históricos o
geográficos o en la interpretación de los hechos; también abunda el trato
imprudente de etnias, hábitos o confesiones y, con frecuencia, se abunda en la
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desinformación de la ciudadanía y se perjudican las relaciones sociales entre
colectivos y pueblos.
Estos tratamientos de la información asientan en muchos ciudadanos la
imagen de que determinados gobiernos extranjeros son corruptos, dictatoriales
o incapaces y sus gobernados sumisos e ignorantes.
En muchos casos vemos como se estimula el rechazo hacia aquellos países
donde los cambios políticos ya no permiten a las multinacionales españolas
continuar haciendo negocios libérrimos sin cortapisas legales.
Seguramente, el conocimiento público del entramado de las empresas
accionistas de los grupos mediáticos serviría en mucho para entender las
razones del sesgo de ciertas informaciones.
Por otro lado establecer dentro de las redacciones claros protocolos del
tratamiento de la información servirían para establecer estándares de calidad
que evitarían casos como los mencionados.
También los periodistas
Todo la anterior responsabilidad, atribuible a los medios, no excluye la
responsabilidad individual de los periodistas; más bien se suma o se combina
en muchos casos para impedir contar con una información de calidad.
En el caso de los periodistas esto puede obedecer a:
- Falta de rigor o desidia.
- Utilización de tópicos y prejuicios.
- Compromisos propios con algún poder.
- Falta de recursos y medios para su labor (precariedad).
- Producción polivalente mal aplicada.
- Presiones externas e internas.
Sin embargo, llama la atención que en las encuestas y estudios realizados
entre la profesión, por lo menos en España, aflora que los periodistas se
sienten coartados en su tarea de informar y que gran parte de la presión que
reciben sobre su independencia profesional proviene de sus propios editores.
El informe Anual de la Profesión Periodística 2011, ya mencionado, señala
que el 43% de los periodistas encuestados reconoce el aumento de las
presiones que sufren en sus trabajo, sobre todo, provenientes de anunciantes
y del entorno político.
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Esto no es nuevo, en 2005 el estudio conocido como “Libro blanco de la
profesión periodística en Catalunya”, elaborado por un equipo de la UAB por
encargo del Col.legi de Periodistas recogía que los periodistas decían “percibir
la empresa como una fuente más de las presiones que condicionan el trabajo
periodístico. Concretamente, se ve en los procesos de concentración de
medios una inercia que resta margen de maniobra para el ejercicio libre de la
profesión.”
(…)“una consecuencia directa de este hecho es la priorización de contenidos
afines al grupo de comunicación, que se manifiestan en la aplicación de
criterios y la selección de noticias por parte de los y de las periodistas.
Asimismo, apuntaba que “El poder de las empresas de comunicación genera
incomodidad entre los periodistas catalanes cuando se trata de hablar de las
presiones que estas ejercen sobre su trabajo. (...) Los entrevistados y
entrevistadas piden garantías de confidencialidad y el compromiso que no se
revelará su identidad por miedo a represalias.”
La posibilidad de estas presiones ya la preveía el Código Europeo al disponer
que: “El tratamiento del periodismo debe efectuarse teniendo en cuenta que
éste se ejerce desde los medios de comunicación, que están sustentados en
un soporte empresarial y donde se deben distinguir editores, propietarios y
periodistas, por lo que además de garantizar la libertad de los medios de
comunicación, es necesario también salvaguardar la libertad en los medios de
comunicación evitando presiones internas.”
Multinacionales de la desinformación
Otro aspecto a tener en cuenta en el estado del periodismo es la concentración
de medios y las tramas de empresas nacionales y/o internacionales que se
tejen entre ellos
Pondré el ejemplo del grupo español Prisa y sus cruces con otros grupos; pero
lo mismso o muy parecido puede encontrarse en otros holdings como Unidad
Editorial, Planeta, G+J o Vocento.
El grupo Prisa tiene la propiedad total o participada en medios de comunicación
de casi todos los países de Sudamérica y es socio del primer grupo de
comunicación de la Argentina que, a su vez, posee –aunque se halla en litigioel monopolio de la producción de papel prensa en el país rioplatense.
Mientras tanto, Prisa ha vendido la casi totalidad de su accionariado a un grupo
estadounidense de inversores que, como es lógico solo se preocupara de
obtener beneficios económicos y, por otro lado, está facilitando el desembarco
y ocupación del audiovisual español por los intereses del empresario italiano
Silvio Berlusconi.
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Hace un par de meses se ha constituido Mediaset España Comunicación que
es la nueva marca de la compañía que aglutina los canales Telecinco, Cuatro,
LaSiete, Factoría de Ficción, Boing y Divinity; y las empresas filiales
Publiespaña, Publimedia Gestión, Atlas, Conecta 5 y Telecinco Cinema.
Esta nueva empresa es la filial española del emporio italiano Mediaset
propiedad de Silvio Berlusconi y por cuyas actuaciones este se enfrenta, por lo
menos, a dos juicios.
Este es el mayor grupo audiovisual español gracias a que las leyes españolas
permiten tamaña concentración de medios y recursos de comunicación, que
ponen en entredicho la pluralidad de la información.
Asimismo, son muchos los medios que tienen su accionariado participado por
bancos, tecnológicas de la comunicación o energéticas con inversiones
importantes en distintos países o continentes.
El cuarto poder “controlador”
El caso es que esta cadena de vulneración y riesgos para un derecho
fundamental de la ciudadanía parece haber sido asumida por la misma
sociedad como una enfermedad endémica e incurable ante la cual solo cabría
la resignación; detrás de ella está el desconocimiento del derecho a reclamar
una información de calidad.
Esta actitud viene siendo alimentada desde hace mucho tiempo tanto por los
poderes de gobierno como por los propios medios; ambos ocultan a la
ciudadanía que ella es la propietaria de la información.
Los gobiernos lo hacen por desidia e ignorancia; los medios, porque creen o
quieren que los ciudadanos crean que ellos son los propietarios de un
derecho que nadie les ha otorgado.
Esto se ha incubado a través de años mediante la supuesta existencia de un
“cuarto poder” cuya misión sería controlar los poderes públicos; esto, además
de no ser verdad, es de un gran peligro para la democracia. Ese denominado
“cuarto poder” estaría por encima de la voluntad soberana del pueblo que
elige a sus representantes en elecciones donde no se votan los accionariados
de los grupos mediáticos ni lo directores de los medios.
Esto ya lo expresa con meridiana claridad el Código Europeo de Deontología
del Periodismo del Consejo de Europa al señalar que: “Sería erróneo (…)
deducir que los medios de comunicación representan a la opinión pública o que
deban sustituir las funciones propias de los poderes o entes públicos o de las
instituciones de carácter educativo o cultural (...)
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Ello llevaría a convertir a los medios de comunicación y al periodismo en
poderes o contrapoderes sin que al propio tiempo estén dotados de la
representación de los ciudadanos o estén sujetos a los controles democráticos
propios de los poderes públicos, o posean la especialización de las
instituciones culturales o educativas correspondientes.
Por tanto, el ejercicio del periodismo no debe condicionar ni mediatizar la
información veraz o imparcial y las opiniones honestas con la pretensión de
crear o formar la opinión pública, ya que su legitimidad radica en hacer efectivo
el derecho fundamental a la información de los ciudadanos en el marco del
respeto de los valores democráticos.”
Evidentemente, esto no implica que los medios no puedan emitir opinión o
mantener, incluso, campañas de divulgación de un ideario; pero estas
difusiones no se deben realizar confundiendo opinión con información e
induciendo así al engaño a sus lectores, escuchantes o televidentes.
La ciudadanía debería tener conciencia de que los medios y los periodistas
solo actúan como intermediarios de un derecho y que, por lo mismo, están
obligados a ser rigurosos en el tratamiento de esa propiedad que no les
pertenece. Un rigor que la ciudadanía tiene el derecho de reclamar y que los
gobiernos tienen la obligación de garantizarle.
Situación de algunos derechos
Cuando se denuncian o se critican de manera publica las malas prácticas
informativas, los directivos de los medios suelen apelar, para defenderse, a
algunas libertades que afectan a la comunicación y de interpretación cada vez
más confusas para el ciudadano e incluso para los periodistas.
Seguramente, esta confusión se debe al mal uso y abuso que se hace de esos
términos, haciéndolos servir para cualquier trámite; por lo mismo, creo que
conviene repasar que representen y que amparan cada uno de ellos.
*Libertad de prensa: derecho a informar sin censura previa del Estado
mediante cualquier tipo de soporte y asegura la capacidad de cada medio para
elegir su línea editorial. En la práctica, puede asimilarse a la libertad de
empresa de las empresarios de medios, pero ya veremos como esto tampoco
es verdad cuando se trata de empresas no comerciales. La libertad de
empresa, por otro lado, no exime de la obligación de aportar información veraz
y plural.
*Libertad de expresión: es el derecho a expresar las ideas sin ser
reprimido por ese motivo. Los periódicos disfrutan de ella; pero esta debe verse
reflejada en las editoriales o las columnas firmadas, y nunca debe confundirse
con la información.
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Otra cosa es la libertad de expresión de la ciudadanía; que esta sí se halla
limitada ya que no encuentra espacio en los medios para su difusión si esa
expresión no es afín a sus intereses.
Es emblemático el caso del premio Nobel Günther Grass que deambuló por los
grandes medios alemanes sin que ninguno de ellos accediera a difundir su
disidencia con la fórmula aplicada para la reunificación de su país. En este
caso vemos como la libertad de prensa de esos medios se oponía a la libertad
de expresión de un pensador notable.
Esta libertad de información debería tener garantizado su ejercicio; el simple
hecho de poder hacer copias reprográficas o de disponer de un megáfono en
una esquina no significa en absoluto que la libertad de expresión esté
garantizada.
Esto ya no tiene relevancia en un sociedad moderna donde la difusión de las
ideas está bajo mínimos si no se puede acceder a medios que permitan su
difusión masiva.
En España se cercena esta libertad, tanto como la de prensa; ya que los
grupos sociales no solo no tienen acceso a los espacios de los medios
públicos, sino que también se les restringen sus capacidades para desarrollar
medios propios. Se limita esa capacidad a los servicios de comunicación
audiovisual comunitarios sin ánimo de lucro; mientras se dan todas las
facilidades a las empresas comerciales.
*Libertad de información: Es el derecho que tenemos todos los
ciudadanos para recibir y emitir datos; es equivalente al derecho humano a
saber. En el caso de quienes ejercen esta práctica de manera profesional
(medios y periodistas) nuestra jurisprudencia constitucional ha precisado que
los periodistas no tienen privilegio alguno frente a los derechos del resto de los
ciudadanos; pero que al ejercicio de ese derecho se le otorga cierta preferencia
“en virtud de la función que cumple, en aras del deber de información
constitucionalmente garantizado”.
Es también jurisprudencia bien asentada interpretar el requisito de veracidad
de las informaciones como un deber de diligencia profesional.
Es decir nos enfrentamos a un derecho de doble vía que da una libertad mayor
a los periodistas y los medios, pero les impone la obligación de determinada
calidad.
*Derecho a la comunicación: Capacidad de recibir y producir
información y conocimiento al margen de los medios comerciales o
gubernamentales. Hablamos de él como un derecho emergente, paralelo al
derecho a la información.
Este derecho emerge como resultado de la dinámica de la sociedad de la
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información y de la aparición de las TIC, con el propósito de solventar las
necesidades específicas derivadas de la crisis de legitimidad de los grandes
medios y la ausencia de espacio en ellos para las inquietudes de la sociedad
civil.
Cuando definimos a estos medios como “alternativos”, lo que estamos diciendo
es que son la alternativa para informarse de los temas que permanecen ajenos
a las agendas de los medios comerciales de información. La ley del audiovisual
español, que responde a los intereses de las patronales del sector ha puesto
límites apretados a este derecho.
Esta ley impone, en la práctica, que los medios comunitarios, alternativos o sin
ánimo de lucro deben de ser marginales; ya que dispone que estas radios no
pueden tener más de 50.000 euros de presupuesto anual y de 100.000 las
televisiones. Es decir, las condenan a ser residuales.
Para qué sirve la información
Esta preocupación por la información no es un monotema propio de lunáticos ni
está alimentado por alguna hipersensibilidad de los derechos de la ciudadanía.
Pensemos por un instante en la relación entre la información y los pueblos y
para qué nos sirve.
En base a la información que recibe, la ciudadanía modela su opinión de las
cosas y en base a ella toma decisiones de trascendencia social. Entre otras,
quiénes deben gobernar la cosa pública, cómo se deben administrar las
riquezas del país, cómo se deben atender las necesidades de sanidad, cómo
se debe educar a nuestros hijos, qué debemos exigir de la justicia…
En suma, decidimos sobre la organización de nuestras instituciones y sobre el
perfil de la sociedad en que queremos vivir. De ahí la innegable función
estratégica de la información para poder decidir de manera fundamentada y
estar facultados para el ejercicio responsable de la democracia.
Esto implica el innegable derecho de la ciudadanía al conocimiento pleno de
los asuntos públicos y el acceso a todo lo que está relacionado con ellos, y
reivindica su libertad para indagar en el conocimiento de las cosas, para
elaborar el conocimiento adquirido y difundirlo al resto de los ciudadanos.
Para que la ciudadanía reciba esa información relevante, veraz y completa es
necesario que todo periodista, profesional o ciudadano, y toda empresa o
colectivo que quiera ejercer su libertad de informar cuente con libertad plena y
absoluta de búsqueda de la información y de acceso a las fuentes.
Asimismo, no deben estar sometidos a ninguna censura previa, de la
administración ni de ningún otro poder ni el de su propio medio y debe tener
libre acceso a disponer de las herramientas y tecnologías de difusión.
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Pero no es menos cierto que esos agentes que asumen la libertad y el deber
de informar a la ciudadanía tienen que ser responsables de lo que difunden y
que los informados deben contar con herramientas para hacer que esa
responsabilidad sea exigible.
Todo derecho fundamental requiere que el Estado legisle para hacerlo efectivo
y que dentro de ese marco queden claramente expresados cuáles son las
libertades y las obligaciones de quienes van a operar con las herramientas que
pueden vulnerar ese derecho de la ciudadanía.
Si esto no se realiza, el Estado está haciendo dejación de un deber; y este
incumplimiento del Estado facilita el abuso de los poderosos y deja sin
protección a los más débiles. Que, como en este caso, son los legítimos
propietarios de ese derecho.
Regulaciones fracasadas
Nadie puede sostener ya que la mejor ley de prensa es la que no existe. Sin
embargo, legislar en este aspecto es una tarea llena de riesgos.
Es innegable que dejar en las manos exclusivas del Estado esa capacidad de
regulación puede llevar a ofrecerles a los gobiernos una poderosa arma de
represión, según como esta normativa se llegara a formular y según como se
integrara el ente regulador.
Aunque en todo estado democrático no se debería dudar de la buena fe de las
legisladores, no es menos cierto que en España varios organismos formulados
como independientes han traicionado la esencia de esa formulación y se han
constituido en espejo de la representación parlamentaria y representado los
intereses de los partidos en lugar de guiarse por la mirada independiente del
experto.
Estas malas experiencias nos hacen ser prevenidos y, por lo mismo,
propuestas en este sentido han sido rechazadas por muchas organizaciones
de periodistas.
Es cierto que ejercer este deber obliga al legislador a un tratamiento exquisito
de la materia para no vulnerar otros derechos también fundamentales. Sin
embargo, ese necesario cuidado y sus dificultades no pueden ser pretexto para
no cumplir con la obligación de dictar normas que sirvan de garantía de ese
derecho.
Asimismo, debemos recordar que el artículo 20 de nuestra Constitución es un
mandato de desarrollo normativo y que, por lo tanto, esto obliga al Estado a
arbitrar los medios legales que sirvan para garantizar a la ciudadanía el
ejercicio de ese derecho.
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La autorregulación
En el otro extremo, se hallan quienes confían en que sean las propias
empresas las que ejerzan ese control de la calidad de la información y
proponen sistemas de autorregulación de los medios.
Si estamos de acuerdo en la descripción de la situación actual del periodismo
señalada en párrafos anteriores, debemos coincidir en que sería de una gran
ingenuidad confiar en la eficacia de esos controles.
Las experiencias existentes han demostrado su fracaso ya que la adhesión a la
autorregulación es voluntaria y, en algunos casos, las mismas empresas
adheridas rechazan las resoluciones de los organismos de control.
Asimismo, la eficacia de la autorregulación solo podría ser viable si se fijan
pautas de conducta por todos conocidas y aceptadas y los actores estuvieran
de acuerdo en que un actor ajeno observara si ellos siguen las pautas fijadas y
tuviera capacidad para exigirle su cumplimiento.
Cuando nada de todo esto se da, ni siquiera hay autorregulación; simplemente
se les está otorgando la facultad de actuar según su propio criterio.
Por otro lado el concepto de la autorregulación nos sitúa incluso fuera del
Derecho. Como señalan los juristas Carmen y Alfonso Fernández- Miranda
Campoamor en su obra “Sistema electoral, partidos políticos y parlamento”: “El
derecho sólo puede concebirse como un ordenamiento heterónomo, que se
impone al destinatario. Por ello no basta la mera limitación, sino la limitación
asegurada y controlada”; “en el universo jurídico, las ideas de auto limitación y
de autocontrol son absurdas. El derecho sólo puede concebirse a partir de la
limitación y el control externos al destinatario de las normas”.
Asimismo, es un exceso de corporativismo presumir que son los periodistas y/o
sus empresas las que deben decidir si ellos mismos cumplen con idoneidad
esa función, mientras que la ciudadanía -que es la propietaria de la
información- queda al margen de su control.
El caso Murdoch
El reciente caso de los medios de Murdoch en Gran Bretaña y la actuación de
la Comisión Británica de Quejas sobre la Prensa (PCC son sus siglas en
inglés), han puesto en evidencia el corto recorrido de esos intentos.
Hasta no hace mucho, se sostenía en España que el PCC era un ejemplo de
buen hacer y eficacia y hace unos doce años el entonces presidente de la
PCC, Lord Wakeham, afirmaba en Madrid que el autocontrol funcionaba:
porque aplica un código escrito por directores para directores; porque es un
cuerpo voluntario que puede resolver disputas y dedicarse a plantear normas
extraoficialmente; porque aunque está financiado por los periódicos, en sí es
independiente del sector de la prensa.
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Y remarcaba “Todos los directores están comprometidos con él, y eso quiere
decir que lo respetan. Como consecuencia, el Código tiene mucha más
autoridad que una serie de normas escritas por decreto, que los directores
ignorarían o atacarían.”
Ahora, se ha hecho evidente, que el PCC no era independiente, que actuó
acobardado por la fuerza del grupo Murdoch, aliado del premier británico.
Y el sindicato de los periodistas británicos (NUJ) se refirma en su denuncia de
años en que las faltas de ética y de vulneración de los derechos de intimidad
son frecuentes en mucho de los medios británicos.
Ahora, es el propio David Cameron quien ha afirmado que hacen falta
mecanismos de regulación "completamente nuevos" que deben ser "realmente
independientes de la industria de prensa" a fin de que "los ciudadanos sepan
que los medios son independientes también de la política". Y con él coincide el
líder de la oposición y los periodistas independientes.
La corregulación, una garantía para la ciudadanía.
Si el Estado, por la vía parlamentaria no resulta del todo fiable y la
autorregulación de los medios resulta ineficaz, debemos estudiar otras
alternativas para evitar que un derecho fundamental se convierta en un
producto más del mercado.
Son varias las sociedades que están trabajando en esa búsqueda desde hace
algún tiempo y algunas ya están dando respuesta a esa necesidad y todas
están apuntando hacia un nuevo concepto: la corregulación.
Una fórmula que aspira a un acuerdo de todos los implicados en la elaboración
y en el consumo de la información y que debe resultar, necesariamente, en un
organismo de composición múltiple donde participen todos los actores del
mundo de la comunicación.
Un organismo de corregulación del derecho a la información debería:
- Otorgar plena participación a la ciudadanía que es la propietaria última de la
información y la consumidora de los contenidos periodísticos.
- Contar con las organizaciones de periodistas y de empresas de medios,
asumiendo estas que son mediadores de la información en cumplimiento de
una función social.
- Estar respaldado por una ley y contar con representantes técnicos de
organismos del Estado de los ámbitos de la comunicación y la justicia,
independientes de las contingencias de la política partidista.
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- Fijar las pautas con las cuales el organismo corregulador ha de ejercer su
vigilancia, atendiendo la demanda de la ciudadanía.
Solo un organismo de estas características puede generar en los ciudadanos el
suficiente prestigio social, y asegurar la idoneidad de sus funciones.
Tendría como máxima garantía de su independencia la pluralidad de su
conformación y sus decisiones contarían con el respaldo de todas las partes
que participan en la producción y consumo de la información.
El Estado certificaría su carácter oficial, y una Ley le daría capacidades de
control y sanción que de otra forma nunca tendría.
El control democrático es posible
Ejercer un control garantista del Derecho a la Información no es imposible; un
ejemplo de referencia es la Iniciativa ciudadana que determinó la sanción de la
Ley 26.522 de 2009 de Servicios de Comunicación Audiovisual de la Argentina
conocida como “ley de medios” basada en los 21 puntos básicos formulados
por esa plataforma y que atiende tanto las garantías del Derecho a la
Información como del Derecho a la Comunicación de la ciudadanía de aquel
país.
Esta ley que hoy es tenida como un referente por los países sudamericanos
que están desarrollando legislaciones garantistas de esos derechos,
contempla, entre otras, normas que impiden concentraciones de medios que
puedan generar monopolios, dispone que el espacio radioeléctrico respetará la
pluralidad reconociendo tres tipos de licenciatarios: publico, privado comercial y
privado sin fines de lucro reservando para cada uno de ellos el 33% del
espectro tanto en televisión como en radio, y determina que determinados
intereses económicos no pueden optar a la concesión de licencias .
Y algo sumamente interesante, declara que los servicios de comunicación
audiovisual son de interés público condición que contrapone a la conocida de
servicio público. En virtud de ello el Estado no licita licencias entre las mejores
ofertas comerciales; las pone a concurso y las otorga a los proyectos que mejor
satisfacen ese interés público.
Solo este concepto dista mucho del criterio de la ley española que nos hablaba
desde el primer momento del “mercado del audiovisual”, cual si se tratara de
una feria de medios.
España necesita más
En España es necesario mucho más que una ley de un sector de la
comunicación; lo que necesitamos es una ley de regulación del Derecho a la
Información y a la Comunicación que debe atender desde el acceso a la
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propiedad de los medios y la responsabilidad social de las empresas
periodísticas hasta las relaciones laborales de los periodistas y los canales de
reclamación para la vulneración de los derechos ciudadanos y, por supuesto, la
formación de los trabajadores de la información.
No son objetivos fáciles de alcanzar, porque nada de todo ello está en la
conciencia de las reivindicaciones ciudadanas y escasas formaciones políticas
tienen en sus programas alguna mención a estos temas.
Por lo mismo, estimo que lo realmente notable de ese ley argentina es que
nació de una iniciativa inspirada por la denominada Coalición por una
Radiodifusión Democrática integrada por más de 300 organizaciones.
Entre ellas sindicatos de trabajadores de la comunicación, universidades,
organizaciones sociales, radios comunitarias, pequeñas radios comerciales y
organismos de derechos humanos, entre otros, que fueron convocadas por el
Foro Argentino de Radios Comunitarias para elaborar una nueva ley de
radiodifusión que remplazara a la instaurada en aquel país por la última
dictadura militar.
En este Foro que trabajo durante cuatro años hasta consensuar el texto final
del proyecto, que llegó al Congreso de los Diputados de la Argentina, fue
fundamental el aporte y presencia de las facultades de comunicación de las
universidades argentinas. Las que se constituyeron en el núcleo fuerte de esa
coalición de voluntades.
Estimo que en el contexto español, ante la ausencia de voluntad política para
corregir la actual degradación del Derecho a la Información y a la
Comunicación se hace imprescindible una iniciativa similar que haga que la
ciudadanía tome conciencia de esos derechos y, a través de sus
organizaciones sociales, promueva su reivindicación. Una iniciativa que aquí
también debería ser liderada desde la Universidad.
Estimo que solo una acción de este calibre puede sacar a la mayoría de los
partidos políticos españoles de su miopía institucional y de la dependencia de
esta mediocracia que les impide asumir la obligación trascendental de
preservar un derecho fundamental y garantizar su ejercicio a la ciudadanía.
Como señalara Albert Einstein de manera visionaria en 1949: “Una oligarquía
del capital privado cuyo inmenso poder controla, de forma directa o indirecta,
las principales fuentes de información, hace tremendamente difícil para el
ciudadano particular, y en muchos casos realmente imposible, llegar a
conclusiones objetivas y usar inteligentemente sus derechos políticos.”
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Referencias
- Código Europeo de Deontología del Periodismo del Consejo de Europa. 1 de
julio de 1993.
- “Llibre blanc de la professió periodística a Catalunya”. Col.legi de Periodistes
de Catalunya – Universitat Autònoma de Barcelona. 2005
- Declaración Universal de Derechos Humanos emergentes. Derecho a la
democracia participativa - Foro Universal de las Culturas Monterrey 2007.
- Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual de la Argentina. 2009
- Proyecto de Ley Orgánica de Garantías del Derecho a la Información de la
Ciudadanía del Foro de Organizaciones de Periodistas. 2010.
(http://www.fesp.org/documentos2.php?id=9)
- Informe Anual de la Profesión Periodística, Asociación de la Prensa de
Madrid. 2011.
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