21 de septiembre a 3 de octubre de 2014

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NUEVAS CRÓNICAS VARSOVIEJAS1
21 de septiembre a 3 de octubre de 2014
Domingo 21
E ben, ancora Varsavia! Tras la corrida de Asunción, vuelos a Fráncfort y Varsovia, tiempo
para venir a casa a recomponer equipaje, y finalmente Varsovia como a las nueve de la
noche. Desensillo y me llevo el susto de mi vida: heme olvidádome en Viena el necessaire
con el cargador del MPS (ahora que se ha transformado en insustituible prótesis mientras
salgo a correr en afán de postergar la senectud y, si puedo, la muerte) y, lo que es mucho
peor, los somníferos. Me aguarda, vaticino, una semana…bueno, especial.
Que empieza un par de horas después, cuando comprendo que no podré conciliar el
sueño vaya uno a saber hasta a qué hora– Para peor, la TV casi carece de programas de
entretenimiento en “idioma”. Cierto, RTR (ruso), TVE (castellano), RAI (italiano) y TV5
(francés) pasan de vez en cuando alguna película (de vez en cuando dos o, a los sumo, tres
veces por semana entre los cuatro), y tengo las noticias de la BBC, CNN y Euronews, pero no
es lo mismo que las 24 horas de series de TNT, 13th Street y Fox, las películas non stop de
MGM, las comedias de BBC Entertainment y los documentales de ARTE.
Solo que, como suele suceder, a mí me sale bien hasta lo que me sale mal. El
insomnio me lleva a mirar la tele a deshoras, y así me entero de cosas apasionantes. Como
estoy escribiendo estas pamplinas en Varsovia post facto, no tengo noción exacta de cuándo
vi qué, de manera que aquí va todo:
EL ALZAMIENTO DE NORILSK
Se trata de uno de los campos de concentración más septentrionales del Gulag. A diferencia
de los nazis (¡en algo teníamos que ser mejores!), los comunistas soviéticos no tenían campos
de exterminio: solo de trabajos forzados. Otra diferencia es que, para los nazis, los trabajos
forzados eran muchas veces simplemente por sadismo (picar piedras para nada, cavar fosas
inútiles), mientras que para los soviéticos la mano de obra esclava se empleaba
exclusivamente con fines económicos. Norilsk está en una zona rica en níquel, donde los
reclusos irán construyendo una enorme fundición. Están divididos en doce categorías:
trotskistas, socialrevolucionarios, reformistas burgueses, pero, más que nada, parece (el
documental que pasan por RTR no lo dice, pero lo señalan otras fuentes) nacionalistas
ucranianos, muchos secuaces del pronazi Bandera que se aplicó alegremente a exterminar
judíos en la Ucrania ocupada (que el quilombo de Donetsk y Lugansk tiene siglos de baño de
María) y, por último, delincuentes comunes. Hay un sector masculino y otro para mujeres.
Desde 1936 han venido acumulándose las víctimas de las diferentes redadas y purgas. Cae,
entre otros, un conocido futbolista, que es uno de los pocos testigos que han sobrevivido
hasta ahora. Las condiciones son truculentas: tienen autorización para enviar una carta por
año, las raciones son tan miserables como infectas. Aun así, hay funciones de teatro (entre los
presos hay artistas de toda laya, y académicos, y escritores). Las noticias del mundo exterior
solo llegan con los presidiarios nuevos. De pronto, Hitler invade la URSS, y los presos rusos
(no los demás, sospecho) se afanan por terminar la fundición, porque ahora trabajan para la
victoria. Rusos tenían que ser. Muertos de hambre, pulguientos, esclavizados, algunos desde
hace años, sin ninguna razón… pero ahora han invadido la Madre Rusia y lo único que
importa es la victoria. Muchos se ofrecen de voluntarios y salen para el frente.
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Las fotos están subidas a Facebook.
2
Y la victoria llega, pero la libertad, claro, niporputas. Los voluntarios que han
sobrevivido vuelven a ser deportados (el futbolista, para su mal, ha sido capturado por los
alemanes, y en la mentalidad torcida de los soviéticos, el ruso que cae prisionero y sobrevive
es un traidor). Pero en 1953 el Padrecito Stalin sube al cielo y comienza la feroz lucha por las
sobras del poder. Y ahí sucede algo curioso. Sobrevuelan –narra un testigo– el campo y la
ciudad aledaña aviones que dejan caer panfletos incitando a la rebelión. Mi reflejo me hace
pensar inmediatamente en la CIA… pero ¿cómo habría podido enterarse la CIA de la
locación exacta de este y otros campos, y cómo habrían logrado penetrar el espacio aéreo más
invulnerable del mundo para llegar hasta la mismísima Siberia? No, la hipótesis más
plausible es que el propio Beria –el más siniestro de todos los siniestros ministros del interior
cum jefe de los servicios secretos desde el polaco Dzerzhinski (Félix de Hierro, que le decían,
fundador de la CHEKA, ancestra del KGV, que dirigió hasta su muerte en 1926)– necesita
demostrar que la represión sigue siendo necesaria. Como sea, la rebelión se organiza diz que
con absoluta precisión y estalla. Los reclusos no tienen armas, por supuesto; todo lo que
pueden hacer es negarse a trabajar. Cuando la guardia rodea el último pabellón que se niega a
deponer su actitud, las mujeres salen espontáneamente a rodearlo. Cuenta una señora que
llegó presa a los quince años, aparentemente por un comentario demasiado políticamente
risqué en carta a una amiga, que queda frente a frente con un soldadito de los más buen mozo
(lo dirá de varios hombres en el curso de la entrevista) que le pregunta, ¿Y vos qué hacés
aquí?, No tengo idea; me trajeron… Pero cuando dieron la orden de atacarnos casi me rompe
el cráneo con el garrote. La mujer, por cierto, explica que debían llevar el número en la
frente, en el brazo y. “perdone usted” (porque los rusos son tremendamente pacatos a la hora
de hablar de nada que tenga remotamente que ver con sexo y partes pudendas), en el… en
el… bueno, en el pecho. Inicialmente, el asalto a los pabellones rebeldes corre por cuenta de
los presos comunes, que son rechazados.
A todo esto, Beria es defenestrado (a tiros) y empiezan a soplar por el Kremlin vientos
de cambio. Se envía a Norilsk una misión investigadora que instituye muchos cambios: se
anulan los números, se permite la correspondencia… Los alzados creen que han triunfado y
celebran. Pero una vez partida la comisión, todo vuelve a ser como antes… Por unos tres o
cuatro años más. Poco tiempo después. Beria declara una amnistía, que alcanza
fundamentalmente a los presos comunes (más “resocializables” que los políticos). En 1957
sobreviene el XX Congreso del Partido Comunista en el que Jrushov denuncia los crímenes
de Stalin (claro, porque, igual que Hitler, era un loco que actuaba solito y por su cuenta), los
campos se cierran, y con ellos la página más repugnante de una historia que abunda, difícil
me es decidir si por igual, en páginas abominables y sublimes.
En todo caso, Norilsk es hoy la ciudad importante más boreal del mundo y una de las
más contaminadas del orbe.
LOS JUDÍOS EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Un porcentaje inusitadamente elevado de los voluntarios que acudieron a pelear por la
República y contra el fascismo eran judíos. Un tercio de los 3.000 norteamericanos, sin ir más
lejos, pero sobre todo polacos. Uno de los batallones venía de la mismísima Palestina y tenía
incluso dos combatientes árabes. Incluso se llegó a pensar en formar una brigada enteramente
judío, pero no resultó posible. Es posible que hasta el 70% del personal médico de las
Brigadas Internacionales, entre médicos y enfermeras, haya sido judío. En todo caso, era
frecuente que en los hospitales de campaña la lengua franca fuese el yidish. Muchos –
seguramente la mayoría– eran comunistas, pero muchos otros no. Los llevaba, entre otras
cosas, la clara conciencia de que si en España llagaba a triunfar el fascismo, los primeros en
joderse iban a ser los hijos de Israel.
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Un caso que me llama la atención es el de George Nathan, un judío irlandés
sospechado de haber sido miembro del servicio los Black and Tan del servicio secreto
británico y tal vez responsable de los curfew murders (asesinatos del toque de queda, porque
fueron todos después del toque) de Limmerick (donde, por cierto hacia 1870 se habían
instalado varias familias judías que se dedicaron al comercio y fueron víctimas de progromos
instigados por la iglesia católica local), pero luego integrante del Ejército Republicano
Irlandés (et bien, oui: un judío miembro del IRA) y finalmente comisario de la XV Brigada
Internacional. Por esa sospecha de pasado turbio no lo admiten en el Partido Comunista. De
un valor a toda prueba, cae herido de muerte en Brunete y pide a sus camaradas que le canten
para ayudarlo a morir.
DOS PERSONAJES INSÓLITOS LUCHANDO
CONTRA EL FASCISMO
Esmond Romilly, sobrino nada menos que de Churchill y de condigna alcurnia. A los
diecisiete años se escapa de la casa, renuncia a su herencia y llega en bicicleta hasta Marsella.
allí embarca como voluntario internacional a España, donde será asistente de ametralladora
en la brigada Ernst Thälmann durante la defensa de Madrid, donde perecen casi todos sus
camaradas. Allí se casa con Jessica Mitford, hija de Robert Freeman–Mitford, barón de
Redesdale, quien a su vez ha renunciado a su herencia y huido a España para unirse con él.
Enfermo Esmond de disentería, regresan a Londres y se mudan a uno de los barrios más
proletas de la ciudad, el East End. La pareja emigra entonces a los Estados Unidos, donde
corren una coneja total. Cuando Inglaterra declara la guerra a Alemania, Esmond se anota
como voluntario en la Real Fuerza Aérea del Canadá y es abatido sobre el Mar del Norte en
1941. Jessica se casa con un abogado de los que hoy llamaríamos defensor de los derechos
humanos y entra a militar con él en el Partido Comunista. Ambos son convocados por el
Comité de Actividades Antiamericanas y se niegan a testificar. En los años 60 abandonarán el
Partido, pero no la lucha contra el fascismo. Jessica era una de las celebérrimas hermanas
Mitford. Diana se casó con Edward Mosley, el cabecilla de los fascistas británicos, y lo hizo
nada menos que en casa de los Goebbels. Unity, que asistió a la boda, era una nazi tan feroz
que, cuando estando en Berlín. se entera de que Inglaterra le ha declarado la guerra a
Alemania e intenta suicidarse. Pese a que el propio Hitler la hace llevar al hospital y
sobrevive, queda inválida de por vida. Tom, el único varón, nazi convencido él también, se
niega a combatir en el frente europeo o africano, pero se alista como voluntario para pelear
contra los japoneses y cae en Birmania en 1945. Hay tres hermanas más, todas más o menos
famosas, la mayor de ellas, Nancy, escritora de fuste. Los Romilly terminan emigrando a
Nueva York, donde continúan con su militancia antifascista, primero dentro del Partido
Comunista y luego fuera de él.
EL ASESINO SERIAL ANDRÉ MARTY
Oficial de la marina francesa, en 1919 es uno de los amotinados que pretenden impedir que
Francia intervenga en la Guerra Civil Rusa. En 1924 es elegido diputado por el PC francés.
Estallada la Guerra Civil Española el Comintern le encarga la formación de las Brigadas
Internacionales y va como Comisario Político. Fusilador implacable, se ganó el apodo de
Carnicero de Albacete. Su camarada italiano, Palmiro Togliatti, lo critica implacablemente,
pero no consigue que lo defenestren. En un informe al Comité Central del Partido Comunista
Francés, el 15 de noviembre de 1937 sobre su actuación en la capital albaceteña afirma: “no
vacilé y ordené las ejecuciones necesarias (...) Las ejecuciones ordenadas por mí no pasaron
de quinientas”. De regreso en Francia, sus compañeros comienzan a ventilar los crímenes
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cometidos en España y Marty se muda a la URSS, donde sigue siendo, con Thorez y Duclos,
un importante personero del PCF. Reacio, como no podía ser de otra manera, a la
desestalinización, es finalmente expulsado en 1953, pero no por asesino, sino por
desviacionista… Algo es algo.
EL LEVANTAMIENTO DEL GUETO DE VARSOVIA
Desde que tengo uso de razón marxista, he querido creer que el levantamiento del Gueto de
Varsovia había sido una auténtica insurrección popular. Parece que no: Dentro del grupa
había dos grupos de resistencia armados, el de izquierda, Żydowska Organizacja Bojowa
(Organización Judía de Combate), encabezado por Mordechai Anieléwicz,, y el de fascistas
circuncidados del ZZB (Żydowski Związek Wojskowy, o sea, Unión Militar Judía), que
respondían a Dawid Moryc Apfelbaum y Pawel Frenkiel, con los que el ZOB nunca quiso
unirse. Ambos grupos contaban unos doscientos y pico de integrantes, pero el mejor armado
y con mayor experiencia militar, era el ZZB, ya que Apfelbaum había sido oficial del ejército
polaco y tenía buenos contactos con la resistencia anticomunista del Ejército del Interior (que
le enviaba pertrechos por una red de túneles). Hay toda una corriente revisionista que afirma
(acaso con razón, no tengo idea) que la mayor resistencia la opuso el ZZB, que, a diferencia
del ZOB, que optaba por la guerra de guerrillas, se enfrentó abiertamente a las tropas
alemanas e izó, incluso, la que sería bandera del Estado de Israel junto con la polaca en la
batalla final de la plaza Muranow 7 (Anieléwicz, su novia y algunos de los últimos
sobrevivientes del ZOB se suicidan en el edificio de Mila 18 inmortalizado por León Uris, y
es sintomático, creo, que ambas batallas se dieron por separado en defensa de las respectivas
sedes). En todo caso, se trató de, a lo sumo, 500 combatientes en total, de una población de
casi 400.000 confinada en el gueto: el uno por mil.
Doble estrambote: los polacos de los barrios aledaños se agolparon a mirar la desigual
refriega como si fuera un espectáculo, sin mover un dedo para asistir a los sublevados
mientras que la resistencia polaca de hecho dejó que los nazis aplastaran el alzamiento
(aunque ayudaron a escapar a algunos, como Marek Edelman), como el Ejército Rojo se
quedó de la otra margen del Vístula mientras los nazis aniquilaban el levantamiento de la
resistencia un año más tarde. ¡Gloria eterna a los que cayeron combatiendo el fascismo y
vergüenza sin fin para aquellos dirigentes que los dejaron morir ignominiosamente!
Bueno, de algo ha de servir la vigilia, ¿no?
Lunes 22
El sueño me da su primer respiro hacia las tres o cuatro de la mañana, pero me despierto
totalmente desvelado dos o tres horas después. Por la ventana apenas si está amaneciendo
entre los grises melancólicos del otoño recién estrenado que me reserva una llovizna
bonachona y un frío sin maldad. Me calzo el uniforme de atleta y salgo a explorar las
inmediaciones del Ibis. Tengo un parque como a doscientos metros y, del otro lado (unos cien
metros más), la escalera que sube a la parada del tranvía sobre el puente que aterriza del otro
lado de las vías del ferrocarril. Será mi calvario durante los próximos once días: He de subirla
al trote diez veces escalón por escalón y otras diez escalón por medio. Me querré ir a la
mismísima mierda cada vez, y cada vez terminará por prevalecer mis siempre insospechadas
fuerza de voluntad y disciplina. El parque se extiende a hasta el río y lo recorreré mañana tras
mañana hasta completar los treinta minutos mínimos de trote y los otros treinta de marcha a
paso vivo. Lo único que palia las puteadas de cuando salgo y, sobre todo, llego a la puta
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escalera, es que después me siento deputamadre, no tanto por la bondad del ejercicio como
por la conciencia de que ya no lo tengo que hacer.
El desayuno es francamente bueno. De todas las lindezas, me decanto para siempre
por dos cucharadas de huevos revueltos y papas entre hervidas y fritas y horneadas, que
espolvoreo con cebolla de verdeo y morrón. El café es tirando a infecto, pero. Como sea, los
cuarenta minutos de marcha militar a través de la ciudad vieja se hacen una delicia que la
pipa sahúma con su benevolencia de siempre.
Y así llego al Sofitel, a la.. a ver… undécima reunión de la Dimensión Humana de la
OSCE. Me digo que tras las cuatro o cinco crónicas que he podido exprimirle a este viaje,
poco va a quedarme digno de consignar. En fin, que ya veremos. De concabina tengo a María
Elena, una española de Ginebra muy simpática, a la que entre mañana y el jueves se sumará
Teresa, la hija del general republicano Cordón (vide “Nuevas crónicas varsoviejas”). La
reunión es peor que otros años, porque ahora tenemos el duelo vergonzante entre Ucrania y el
coro de la OTAN y sus genuflexos y una Rusia solitaria y encabritada. Almuerzo bastante
bien en una nueva cantina que han inaugurado frente al Sofitel y, terminada la sesión
vespertina, regreso otra vez a marcha forzada, que solo interrumpo para aprovisionarme para
la cena: pan, queso, fiambre y jugo de pomelo. Llegado a mi habitación, dispongo mis
viandas y enciendo el televisor. No me puedo creer el chovinismo entre pueril e infame de la
televisión rusa. Que los medios oficiales sean lo que son, no me extraña ni consterna
demasiado, pero abundan las mesas redondas con artistas, académicos, gente supuestamente
seria, que no hace más que ensalzar las virtudes de Rusia. ¡Era menos sectario en la época de
Brézhnev!
Martes 23
Vuelvo a despertarme al alba y salgo a trotar. Tengo libre la mañana, que se anuncia
peronista. Tras el desayuno me voy en busca del río con la intención de cruzar a Praga. Pero
empiezo a sufrir un espantoso calor, me saco y echo al cuello el grueso pulóver y decido
retornar al hotel a alivianarme de ropas. Se me hace tarde, y eso de caminar sin prótesis
musical se me hace pesado. Idea salvadora: comprar un MP3 exactamente igual, usar el
cargador para el mío, y vender el nuevo en Baires. Enfilo, pues, para el shopping que se
difunde detrás de la estación central y, en efecto, me compro el chiche y, de paso, un nuevo
par de zapatillas, que las mías comienzan una ineluctable decadencia.
Por la noche, recepción en el Bristol, adonde voy exclusivamente a comer caliente y
gratis. En eso estoy cuando se me acerca una rusita que me saluda con inesperado
entusiasmo. ¿No se acuerda de mí?, ¡Ah, claro! –miento con el mayor descaro pero con
intuición segura–: Aquí mismo nos conocimos el año pasado, ¿no?, Sí; y ya terminé la
carrera, pero no me voy a dedicar a la interpretación sino a las ciencias políticas, Lástima y
suerte. La comida es realmente estupenda y el vino chileno de lo más bebible. Tras los
deliciosos postres me despido de la rusita, cuyo nombre ni retengo ni retuve, y regreso a casa
con la grata sensación de no padecer ya más de apremios seguramente imposibles de
satisfacer, pero con la seráfica paz de tener carne joven, firme y cariñosa esperándome en el
lecho.
Miércoles 24
Hoy sí: después de trotar, y tras la sesión matutina, ¡a Praga! Para no exagerar, voy en
tranvía. Cruzado el puente Poniatowski, pregunto en la parada a una muchacha cómo llegar al
Bazar Ruzyckiego. Anna es de unos veintisiete años, bonita, esmerada por hablar un inglés
que se le entrevera en las neuronas y tropieza con los dientes, guapa… y no para de tocarme.
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Quiere emigrar a Londres y de ahí el afán de desenredar su inglés. Tiene un hijo de diez años
y trabaja a regañadientes en una planta de reciclado. Se queja amargamente. además. de los
míseros 400 euros que gana. Yo te acompaño y te indico el camino –me mima. Por suerte,
aparece de casualidad un muchachón hercúleo, tan blanco como lampiño que, según
entiendo, ha tenido algo con ella. Pero Anna no se deja amilanar por la nostalgia y.
tomándome del brazo, comenta que todos van a creer que es mi amante. Le cuento que no es
tan disparatado, como que mi mujer tiene 32 años (tarde me percato de que he mentido
descaradamente, porque la Chapu casi que cumple 38). Como si hubiera exclamado
“¡sésamo, ciérrate!”, Anna me suelta el brazo y en dos pasos se pone a la par del muchacho.
A todo esto hemos llegado al bazar y aprovechamos los tres para despedirnos.
El Bazar Ruzyckiego es un pulguiento mercado de pulgas, desierto y aburrido, donde
se venden básicamente prendas de vestir: los primeros puestos de los primeros corredores
están dedicados a vestidos de novia y smokings de novio. Más adelante o a los costados hay
trajes y vestidos de dudosa confección, todos clavados por perchas verticales de madera:
parece una turba inmóvil de zombis descabezados. Y si no, zapatos all´uso soviético y demás
artículos de poco interés. Salgo por la calle trasera, Brzeska, olvidada por los hombres y roída
por el tiempo. Luego recorro Zabkowska, con sus tiendas lagañosas de antigüedades
domésticas (radios prehistóricas de madera, con perillas de baquelita y parlante cubierto de
tela beige, teléfonos verticales, arañas de caireles incompletos). Todo el barrio (bueno, esa
parte del barrio) es así: nomás viejo, desportillado, con patios inconfundiblemente
sotsrealistas (como los de Kaunas, vide “Crónicas lituanimias”). Es que Praga no fue
destruida durante la Guerra y así quedó, tras seis años de alevosa desidia alemana, medio
siglo de incompetente descuido soviético y cinco lustros de capitalismo desenfrenado que no
olía por estos pagos lucro lo suficientemente atractivo. Frente a mí un hermoso edificio de
uno diez pisos, con molduras trabajadas, reminiscente de sus homólogos porteños, y, como
tantos de ellos en trance similar, descascarado y triste. La vieja Praga es toda así. De pronto
tropiezo con una pared desangelada que conserva, intacta, la viruela de la metralla... ¡76 años
después!
En vano busco un restorán mínimamente admisible. Termino almorzando
miserablemente en un comedero tailandés y regreso puente Slasko-Dabrowski traviesa, como
cuando pernoctaba en el Hetman (vide “Neocrónicas varsoviejas”), viendo acercárseme
literalmente a paso de hombre la espléndida postal de la ciudad vieja. Primero, los edificios
barrocos parecen el zócalo donde, más atrás y más arriba, se clavan los fulgurantes
rascacielos de acero y cristal. Luego, la perspectiva se hace más favorable: los rascacielos se
hunden entre las torres de las iglesias y el paisaje es todo ciudad vieja y cielo.
Jueves 25
Último medio día libre que dedico a pasear sin ton ni son. Por pura curiosidad, vuelvo a
meterme en el metro. Hay una nueva generación de vagones (alguien me ha dicho que rusos),
verdaderamente hermosos, con amplias puertas todo cristal, pantallas de plasma que van
marcando el recorrido con los minutos que restan entre las estaciones y anuncian la próxima
parada y el lado del que se abrirán las puertas. Los ómnibus también tienen pantallas, pero de
TV, para amenizar el trayecto. En fin… que no somos nada.
Viernes 26
Vuelve a tocarme jornada completa.
Sábado 27
7
Se me ha ido normalizando inesperadamente el sueño. O sea, que me duermo antes de las
diez de la noche y despierto fresco como una lechuga a las seis, pleno de energía para ir a
malgastarla trotando como un boludo y trepando escaleras cual gaznápiro. Por mucho que me
empeño, no puedo recordar qué cazo hice. Algo me dice que me había entrado una faca
olímpica y regresé al hotel a mirar televisión y ponerme al día con mis “Crónicas
sancionarías”. Aunque es probable que no: no soy de malgastar días de viaje. Seguramente
fue hoy cuando, tomando una cerveza frente al castillo, me enteré de que exhibían el “Éxtasis
de San Francisco” del Greco (hace unos años fue “La dama del armiño” del Leonardo). Dios
quiere que hoy el museo cierre más tarde y la entrada sea gratuita (o sea, que no fue hoy, sino
otro día, pero qué más da). Camino al Greco paso por dos retratos de Rembrandt que son una
gloria. El Greco es. como son los Grecos, una maravilla verdosa y macilenta. Me detengo a
admirar una sala de paisaje flamencos de pintores de segunda o tercera línea, pero, como
todos esos paisajes flamencos tan parecidos entre sí, de tonos dulcemente melancólicos,
cielos que atardecen hacia el gris, nubes cargadas de pereza, mujeres que se alejan
inconscientes de que están siendo pintadas. Y, como es de rigor, la infaltable naturaleza
muerta: bandeja de aluminio cargada de frutos y pescados, con el infaltable limón a medio
pelar con la cáscara desproporcionadamente larga colgando para cargar de amarillo el cuartel
tres. Pero la perla del salón es una sorprendente mezcla de Matisse con Picasso que, cuando
me acerco, es un cuadro cien por ciento figurativo de un tal Cornelius Norbertus Gybrechts.
Le saqué de contrabando una foto (vide Facebook). Sobre una superficie de madera clara, un
montón de objetos intrascendentes: un cucharón invertido (aunque puede ser un instrumento
de arco), unas cartas con sello de lacra y cinta, un peine basto, una pluma, amontonados de
cualquier manera, con las ontologías mezcladas o superpuestas, con lo que el color se hace
mucho más importante que la forma. Hacia la esquina superior izquierda, separado del resto,
un óvalo oscuro (hay que mirarlo bien para ver un ínfimo camafeo) que, con el objeto
indescifrable e igualmente oscuro del ángulo inferior derecho, parece clavar la tabla en la
pared. Modernísimo. En el patio del museo hay unos paneles dedicados a los héroes que
dirigieron la resistencia, todos ellos oficiales de carrera, muchos llevados tras la guerra a
Moscú y fusilados sin miramientos. No me sirve de consuelo que, de haber sido las cosas al
revés, acaso habrían sido ellos los fusiladores.
Domingo 28
Pero del domingo sí que me acuerdo y muy bien. Me fui para el teatro de ópera, donde, como
el año pasado (vide “Crónicas varsoviejas 2013”) se celebraban los Días de la Música con
decenas de conciertos sucesivos y paralelos desde las once de la mañana hasta las diez de la
noche. Si la vez pasada todo giraba en torno de la música francesa, hoy la homenajeada es la
norteamericana. Llego tarde a la tienda donde la Orquesta del Conservatorio de Varsovia se
apresta a tocar la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de mi dilecto tocayo Rajmáninov.
Dirige una mujer, Maria Klaczinska, y va a sentarse al piano otra: Oksana Svekla. En la
orquesta, y nuevamente frente a mí, otra chelista excelsa (vide “Crónicas sancionarías”): una
rubiecita entre angelical y sigilosamente lúbrica, de piel casi transparente y ojos enormes. Y
varias otras instrumentistas con facha muy de merecer. La versión de la Rapsodia es
impecable.
Salto a una de las salas ya del teatro, donde pasan “Sherlock junior” del impagable
Buster Keaton, con improvisaciones al piano de Paul Ley. Hacía tiempo que no me cagaba
tanto de risa.
Luego en la sala de ensayos, la Orquesta de Cámara de Polonia dirigida por Robert
Trevino se manda “The Unanswered Question” de Ives, “Façades” de Glass y el “Adagio” de
8
Barber. Yo al Ives sigo sin encontrarle la vuelta… ni la gracia. El Glass es, como cabe
esperar, minimalista y empieza bien… lástima que después sigue… y sigue… y sigue. El
Barber, en cambio, cada vez suena mejor. Ahora viene el Concierto para clarinete de
Copland, espectacularmente soplado por Raphaél Sévère. La obra empieza muy bien. El
segundo movimiento es para clarinete solo y, claro, se hace largo. El tercero decepciona.
Salgo y vuelvo a meterme en la tienda, donde la Orquesta del Conservatorio de
Wroclaw (casi todas muchachas) vuelven a tocar el Barber, pero sin la magia de hace unos
instantes. Luego viene un potpurrí de rags de Scot Joplin, tocados a toda orquesta y con un
swing netamente mittel–europeo que termina arrojándome a la calle con un feroz empacho
musical.
Lunes 29
Estreno concabino: Tenesor, un canario gigantesco y con muchas pero que con muchas
condiciones. Lástima que también tiene ruso. Hacemos migas en seguida.
Miércoles 1º de octubre
Es el día que se habla de los gitanos… perdón, los romaníes y los sinti (vide “Crónicas
varsoviejas”). Con Tene vamos a saludar a los colegas de la cabina zíngara (seremos los
únicos en dignarnos). Son una mujer joven y un tipo enjuto y entrado en años, kosovar, pero
que nos dice en un castellano resbaladizo, Yo soy gitano andalú… no, mentira, kosovar, pero
cuando los payos empezaron a matarse me fui.
Tras la sesión vespertina, con Tene resolvemos ir a cenar tras la barbacana a un
restorán que sirve cangrejo polaco. Es simplemente una entrada, pero muy sabrosa. De comer
nos pedimos sendos jarretes de cerdo que están de rechupete. Tene vive en Bruselas, está
casado y tiene un par de hijitas de dos y tres años y su señora enseña castellano en Waterloo.
Ha estudiado en Las Palmas con mi inolvidable Zinna Lvóvskaja e hizo el doctorado en
Moscú. Es un hombre de cultura y políticamente de los míos. Nos hemos hecho muy amigos.
Jueves 2 de octubre
Los colegas han organizado cena en el Dom Polski, sobre la calle Franzuska, al sur de Praga.
Resuelvo ir en tranvía, por las dudas, y llego como cuarenta y cinco minutos antes, que
dedico a recorrer una casi avenida bordeada de toda suerte de manducatorios. Oculta por el
resplandor de las farolas, la arquitectura es difícil de discernir, pero parece anodina. En todo
caso, el restorán es deliciosamente belle époque y puesto a todo lujos. Nos han reservado un
ídem en la planta alta donde me dedico a prologar la cosa con una cerveza. No acabo de
llevármela a los labios que ingresa, guiada por uno de los mozos, una hembra como pocas,
alta, de rostro perfecto, ojos impecables y cabellos de seda.
–¿Estoy en el lugar indicado? –pregunta al verme tan solitario.
–Espero que sí –palpito.
–Quiero decir, ¿esta es la cena de los intérpretes?
Por suerte, lo es.
Marta –que así se llama– quiere ser trujamana. Su padre es diplomático y ella se ha
criado por el mundo. Aparte de polaco, habla un inglés, un francés y un alemán exquisitos y
nada mal el español. Es tan simpática como bonita. A todo esto, van llegando los colegas. Yo
me zampo unos champiñones de entrada y un pato a la naranja de plato principal, rociado de
un dignísimo Santa Digna chileno. La conversación va y viene: lugares en que hemos
trabajado, colegas que hemos conocido, oradores que hemos detestado. Percances de
aeropuerto, incidentes a micrófono abierto, romances lejos de cónyuges.
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Como a las diez. Marta deja a Tene y a otro colega en el Sofitel y me alcanza hasta el
Ibis. Y yo dejo pasar esos minutos de intimidad como si tal cosa, ufano de no tener más
acucias tan culposas como inútiles, para subir a mi cuarto a llamar a la Chapu, que me
aguarda, allá en mi lejano Buenos Aires querido, con sus carnes firmes, jóvenes y amorosas.
Viernes 3
Terminada la conferencia, nos vamos con Tene a almorzar otro cangrejo. De ahí al Ibis a
recoger mi equipaje, al Sofitel por el suyo, y al aeropuerto. Mi vuelo se demora cuarenta
minutos y termino llegando a casa pasadas las nueve de la noche, donde este domingo 5
termino de teclear estas pamplinas.
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