España: Guerra y Revolución

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TEMA 5. ESPAÃ A: GUERRA Y REVOLUCIÃ N.
Durante el reinado en España de Carlos IV (1788-1808) se agudiza la crisis del Antiguo Régimen. Con el
estallido de la Revolución Francesa en 1789, los ministros españoles conde de Floridablanca y conde de
Aranda impusieron una dura censura, redoblando las medidas contrarrevolucionarias. Pero la polÃ−tica
seguida por Manuel Godoy (sucesor del conde de Aranda) fue totalmente opuesta a la anterior. Miembro de la
Guardia Real, ganándose la confianza de la familia reinante (Carlos IV y la reina Mª Luisa), siguió una
vertiginosa carrera polÃ−tica llegando a primer ministro. Godoy cambió el rumbo polÃ−tico anterior e
inició una actitud de cooperación con Francia (Tratado de San Ildefonso, 1796: alianza franco-española
en caso de guerra contra Inglaterra) que, sin embargo, no logró al cabo más que supeditar España a los
intereses de aquélla.
Napoleón, una vez proclamado emperador (1804), trató de imponer un dominio hegemónico (polÃ−tico y
familiar) sobre Europa. La cooperación española con Francia se tradujo en una guerra con Portugal (1801)
-para obligarle a que renunciara a la alianza con los ingleses- y dos con Inglaterra (1802 y 1805). El sueño
del emperador de invadir Inglaterra se desvaneció en la batalla de Trafalgar (1805), que sostuvieron
franceses y españoles contra ingleses, y que acabó con la escuadra española.
El único medio que quedaba a Napoleón era el bloqueo, cerrando los puestos continentales europeos al
comercio británico. Para ello, en 1807 firmó con España el Tratado de Fontainebleau cuyo cumplimiento,
en versión primera del emperador, no debÃ−a tener más objeto que la de autorizar la entrada de las tropas
francesas en la PenÃ−nsula para, en unión de las españolas, llevar a cabo una acción conjunta contra
Portugal, aliada secular de Inglaterra y opuesta a colaborar en el bloqueo continental decretado por Bonaparte
contra Gran Bretaña (â En esta época, Carlos IV tenÃ−a en mente conseguir la unidad ibérica, lo
que hace que España también esté interesada en el paÃ−s luso).
Sin embargo, las tropas francesas que penetraron en España no se limitaron a encaminarse hacia Portugal
sino que fueron ocupando las plazas fuertes españolas [â Los franceses, que en un principio fueron bien
recibidos por el pueblo español, que creÃ−a que el objetivo de Napoleón era derribar a Godoy y entronizar
a Fernando, fueron ocupando sin resistencia los puntos estratégicos de España hasta llegar a Portugal.
AsÃ−, Napoleón quedó como señor absoluto de la penÃ−nsula (â rechazando el Tratado de
Fontainebleau, que estipulaba el reparto de Portugal entre Francia y España, Napoleón exigió la totalidad
del reino portugués)].
Es el propio Godoy el que acabó descubriendo, aunque tarde, las verdaderas intenciones de Napoleón. La
idea del favorito era trasladar a la familia real y a los órganos de gobierno hasta Sevilla, para huir desde
allÃ− hacia América. Pero el viaje se vio interrumpido por el conocido `MotÃ−n de Aranjuez'
(17-marzo-1808) promovido por la alta nobleza contraria a Godoy (â La alianza con los franceses y la
derrota de Trafalgar supuso para España dejar de ser una potencia marÃ−tima, lo cual suponÃ−a la
vertiginosa liquidación de su imperio. El pueblo achacaba todos estos males al gobierno y particularmente a
Godoy, que vino a convertirse en la figura más odiada en la historia de España. Contribuyó a este odio,
extendido a todas las clases sociales, el origen que se atribuÃ−a a su valimiento, la acumulación inaudita de
bienes y honores, su petulancia, el fausto insensato de que habÃ−a rodeado su persona y su notoria
inmoralidad, todo ello detestable para la austeridad española. El hacer frente al valido sólo era posible para
el hijo de Carlos IV, Fernando, al cual Godoy, en su deseo de apartarle de toda intervención en la polÃ−tica,
habÃ−a convertido en su implacable enemigo. Se formó un partido fernandino, en contra de los reyes y de
Godoy, y en este grupo puso el pueblo español sus últimas esperanzas).
Ante la catástrofe total de la nación española, cuando los ejércitos de Napoleón avanzaban
amenazadores hacia Madrid y la corte real reunida en Aranjuez proyectaba escaparse hacia América, el
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pueblo asaltó el palacete de Godoy en Aranjuez (â el partido adverso a Godoy habÃ−a exaltado los
ánimos entre la plebe madrileña). Ello obligó a Carlos IV a abdicar en su hijo Fernando, que desde aquel
dÃ−a (19-marzo-1808) comenzó a reinar con el nombre de Fernando VII.
El cambio de monarca no evitó la invasión francesa, como esperaba el pueblo español, por tres motivos:
1º) Carlos IV no aceptó la pérdida de la corona realmente; 2º) la irregular forma en la que Fernando
VII accedió al trono hizo que éste buscara el consentimiento de Bonaparte, accediendo a reunirse con él
en Bayona, con el fin de impedir que con ayuda de los franceses su padre fuera repuesto en el trono; y 3º)
sobre todo lo anterior, Napoleón habÃ−a decidido ya convertir la invasión de Portugal en ocupación de
toda la penÃ−nsula.
Napoleón, que nunca habÃ−a reconocido la autoridad de Fernando VII, decidió aprovecharse de la crisis
dinástica española para sustituir a los Borbones por los Bonaparte. Citó a padre e hijo en Bayona, adonde
acudieron ambos por separado, y logró primero la cesión de los derechos de Carlos IV (acaso cegado
todavÃ−a por la posibilidad de que volviese la situación anterior al motÃ−n de Aranjuez) y después que
Fernando, bajo amenazas de muerte, devolviera la Corona a su padre, el cual la cedió a Napoleón, tal como
habÃ−an acordado. Esto fue un acto que tuvo lugar con todos los formulismos legales y fue aceptado por
todas las instituciones y personajes relevantes del reino. El tratado acordaba que el rey de España cedÃ−a al
emperador sus derechos a la Corona, con las condiciones de que se mantendrÃ−a la integridad de la
monarquÃ−a, de que el prÃ−ncipe elegido para ocupar el trono serÃ−a independiente y de que la religión
católica habÃ−a de ser mantenida como única en el reino.
Con las abdicaciones de Bayona quedaba libre el trono español para colocar en él a un miembro de la
familia napoleónica: el 7 de julio de 1808 José Bonaparte era proclamado rey de España. Fernando VII
permaneció retenido en Valençay bajo la orden de Napoleón. No obstante, este alejamiento de la
penÃ−nsula le valió el atraerse la simpatÃ−a de la mayorÃ−a del pueblo español (â sólo una
minorÃ−a -los afrancesados: hombres formados en la Ilustración y en su mayorÃ−a intelectuales- aceptó la
sustitución de Fernando VII por José I, jurando la `Constitución de Bayona', que habÃ−a sido aprobada
por una Asamblea de Notables reunida en junio por Napoleón), que luchó para destituir al rey intruso y
favorecer el regreso de Fernando VII.
La Constitución de Bayona no era excesivamente liberal pero protegÃ−a los derechos individuales y
modernizaba el sistema judicial y fiscal. PodÃ−a haber representado un primer paso en la modernización y
liberalización de España, pero no llegó a aplicarse, dado que una gran parte del pueblo español la
rechazaba por considerar a la nueva monarquÃ−a como ilegÃ−tima y como el producto de una traición.
En tanto se desarrollaban las conferencias de Bayona, cuando Carlos IV era aún reconocido como rey de
España, el pueblo de Madrid estalló en una rebelión desesperada que se corrió con rapidez asombrosa
hasta los últimos confines de la penÃ−nsula y que unificó todos los estamentos sociales. Con el
levantamiento en Madrid, el 2 de mayo de 1808, de la multitud congregada ante el Palacio Real, cuando los
franceses pretendÃ−an llevarse a la fuerza al infante Francisco de Paula, todavÃ−a un niño (hermano menor
de Fernando VII), para trasladarlo a Bayona, comenzó la Guerra de Independencia (1808-1814) que
involucró a la totalidad del territorio español.
La sublevación en Madrid fue fácilmente dominada por las infinitamente superiores fuerzas francesas. Sin
embargo, el 2 de mayo se convirtió en un sÃ−mbolo de la oposición popular a la autoridad oficial, sometida
a los designios de Napoleón.
El ejemplo madrileño cundió en el resto de España. Cuando se hicieron públicas las abdicaciones de
Bayona, el resentimiento popular contra los franceses se tradujo en la defensa de los derechos de Fernando
VII. El vacÃ−o de poder, motivado por la desconfianza en las autoridades locales que se suponÃ−an leales a
los franceses, provocó el recurso a las instituciones del Antiguo Régimen: la Junta General del Principado
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de Asturias, la Diputación del Reino de Galicia, las Cortes de Aragón. Y donde no existÃ−an se crearon
Juntas Provinciales que más tarde delegarÃ−an en una Junta Central, establecida primero en Aranjuez,
después en Sevilla y finalmente en Cádiz. La consigna era expulsar a los franceses del territorio nacional.
Las Juntas se pusieron en contacto con los ingleses, que enviaron armas y dinero. Más tarde,
desembarcarÃ−an un ejército en Portugal, abriendo un nuevo frente de ataque contra Napoleón.
• Guerra de la Independencia (1808-1814)
La lucha contra Napoleón pasarÃ−a por tres etapas: 1ª fase (junio 1808-noviembre 1808), 2ª fase
(noviembre 1808-enero 1810) y 3ª fase (1810-1814).
♦ Primera fase:
Tras los alzamientos de mayo, fueron los franceses quienes, amparándose en su mejor organización y
superioridad numérica, iniciaron una ofensiva en gran escala para apoderarse rápidamente del paÃ−s. Sin
embargo, los planes fracasaron, gracias en parte al heroÃ−smo de algunos contingentes españoles, pero
sobre todo a la concepción estratégica utilizada por Napoleón, que dejó en poder de los sublevados el
control de las comunicaciones, al tiempo que tuvo que obligar a sus propias fuerzas a diluirse en los diversos
frentes de ataque.
AsÃ− los españoles consiguieron rechazar a sus enemigos en Zaragoza, Valencia y Girona, y con un
improvisado ejército regular dirigido por el general Castaños, frenaron al ejército francés que
marchaba hacia el sur en la batalla de Bailén (19-julio-1808). Ello provocó la salida precipitada de Madrid
de José I, retirándose a Vitoria, y las tropas francesas tuvieron que replegarse hacia el norte (â a
comienzos de agosto de 1808, los franceses únicamente controlaban el territorio entre el Ebro y los Pirineos).
Desde el punto de vista polÃ−tico, se constató la necesidad de organizar un poder centralizado que
gobernara en nombre de Fernando VII y dirigiera la guerra. El 25 de septiembre de 1808 se crea en Aranjuez
la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, compuesta por 34 miembros representantes de las Juntas
Provinciales. Un mes antes, el 30 de agosto de 1808, en Portugal, los ingleses hacÃ−an capitular al ejército
francés en Cintra.
♦ Segunda fase:
La segunda fase comienza en noviembre de 1808 con la llegada de Napoleón a España al frente de su gran
ejército (250.000 hombres), avanzando directamente hacia Madrid, donde repuso a su hermano en el trono
de España. Desde allÃ− dirigió la gran ofensiva: obligó a la Junta Central a trasladarse a Sevilla y forzó
a los ingleses (que habÃ−an desembarcado en Portugal y penetrado en Galicia en persecución de los
franceses) a reembarcar en La Coruña. En 1809, casi todas las ciudades y grandes rutas españolas
habÃ−an pasado a ser dominadas por los franceses. Las fuerzas españolas se encontraban bajo mÃ−nimos y
hasta bien entrado 1811, no se obtendrÃ−an resultados positivos. Pero en este punto suceden dos hechos de
gran importancia: en primer lugar, la definitiva entrada de Inglaterra en la guerra; en segundo lugar, la
aparición de la guerrilla, tropas de paisanos armados, perfectos conocedores del terreno, que dificultaban los
movimientos del ejército francés, asaltaban sus convoyes e impedÃ−an el avituallamiento. Si bien nunca
constituyó un elemento decisivo, sÃ− creó un ambiente tremendamente hostil hacia el ejército invasor.
Algunos agrupamientos, como los mandados por Espoz, Longa o El Empecinado, llegaron a poseer la eficacia
de las fuerzas regulares. Fueron a la vez el máximo exponente del carácter popular de la guerra, y del
fracaso militar. Comenzaba una concepción de lucha muy distinta de la clásica y con gran futuro.
En enero de 1810, los franceses continuaban siendo dueños de la mayor parte de España, inclusive
AndalucÃ−a (en febrero caÃ−a Sevilla, pero Cádiz se mantenÃ−a inexpugnable), coincidiendo con el cese
de la Junta Central. Se constituyó entonces una Regencia como gobierno de la España independiente, que
organizó la convocatoria de Cortes, que se reunieron el 24 de septiembre de 1810 en Cádiz.
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♦ Tercera fase:
La acción combinada de las guerrillas y los ataques de los ejércitos regulares de España e Inglaterra (a
cuya cabeza se hallaba sir Arthur Wellesley, el futuro lord Wellington) obligaron a iniciar la retirada a los
franceses, sobre todo después de haber tenido Napoleón que llamar de España a unos cuantos miles de
hombres para enviarlos al frente de Rusia. Victoria tras victoria (Arapiles, 1812; Vitoria y San Marcial, 1813),
España pudo considerarse victoriosa a comienzos de 1814 frente a las fuerzas de Napoleón. Quedaba
todavÃ−a en manos francesas todo el este español. Hasta el 18 de abril de 1814 hubo fuerzas francesas en
España, ocupando Cataluña, donde aún se encontraban cuando regresó Fernando VII en marzo de aquel
año (â libre en realidad desde la firma del tratado de Valençay en diciembre de 1813). A principios de
junio de 1814, los franceses habÃ−a evacuado ya las últimas plazas españolas.
LA REVOLUCIÃ N LIBERAL DE LAS CORTES DE CÃ DIZ. LA CONSTITUCIÃ N DE 1812.
Antes de que terminara la guerra, tuvo lugar en Cádiz la revolución liberal española.
El momento inicial de ésta debe situarse en septiembre de 1810, cuando la Regencia que sustituye a la
Junta Central mandó reunir Cortes en Cádiz, no por estamentos sino al estilo de la revolucionaria Asamblea
francesa de 1789, es decir, en Cámara única y voto por cabeza.
Las Cortes de Cádiz, como aquella Asamblea, trabajaron por desarticular el Antiguo Régimen y crear las
bases del sistema liberal español; ello mediante cuatro grupos de reformas:
1ª) Reforma polÃ−tica.- Llevada a cabo entre 1810 y 1811, tuvo como puntos básicos la proclamación de
la soberanÃ−a nacional; la promulgación de la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial); la
concesión de algunas libertades, como la de imprenta; y, por último, la aprobación de la Constitución de
1812, donde quedan reflejados los anteriores principios.
2ª) Reforma administrativa.- Se buscó centralizar y racionalizar los organismos e instituciones del paÃ−s,
sustituyendo, entre otros aspectos, la división de España en reinos por una nueva división en `provincias'
-en realidad ya existentes aunque con distinta organización-, ahora con su jefe polÃ−tico o gobernador civil
y una Diputación provincial en cada una.
3ª) Reforma social.- Ejecutada entre 1811 y 1813, pretendió conseguir la liquidación del orden
estamental. Para ello se declaró la igualdad absoluta de todos los hombres ante la ley. Se abolieron las
instituciones del Antiguo Régimen, suprimiéndose las pruebas de nobleza y todos los privilegios
señoriales. La supresión de la Inquisición y del diezmo, el impuesto que tradicionalmente cobraba la
Iglesia sobre la tierra, provocó la ruptura diplomática con la Santa Sede y les atrajo la enemistad de una
gran parte del clero.
4ª) Reforma económica.- Se logró regularizar y centralizar la Hacienda y liberalizar la economÃ−a,
suprimiendo los antiguos privilegios corporativos. Se abolieron la Mesta, las aduanas y los gremios. Se
liberalizaron el comercio y los precios, sentando las bases de una economÃ−a de libre mercado. La Hacienda
Pública se organizó a través de una Caja única que debÃ−a recoger todos los ingresos del Tesoro y
redistribuirlos de acuerdo con las necesidades del paÃ−s.
La obra de las Cortes de Cádiz fue verdaderamente revolucionaria (â la Constitución de Cádiz de 1812
fue tomada como modelo por las de Portugal, Grecia, Nápoles, Piamonte, Polonia y varias repúblicas
americanas, convirtiéndose en el sÃ−mbolo de los nuevos tiempos). Pero a la hora de llevarla a la práctica
se pondrÃ−an de manifiesto las distorsiones entre la fórmula legal y la realidad nacional. Esta distorsión
permitió a Fernando VII anularla sin demasiados esfuerzos en cuanto pisó nuevamente territorio español.
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