Insomnio José Ignacio Camacho Aquí, desde este lugar, desde este agujero a donde he venido a caer, a donde he podido escapar; aquí, ahora, empiezo a relatar mi historia a quien la pueda escuchar. Sobre este papel, con estos signos que traza mi tembloroso pulso, con estas manos frías y moribundas, escribo una última carta, mis memorias. Estoy sobre una hoguera, quema más que el infierno, pesa más que cualquier sueño, es mi más terrible pesadilla. Quiero gritar con todas mis fuerzas por ayuda, arrodillado ante los pies de quien responda a mi llamado. Muero, caigo, mi alma pierde su fuego, se desvanece, se ha vuelto débil, muere de sueño; y sólo me queda la fuerza de escribir estas líneas, un último intento por lograr que alguien me escuche, que sepa que estoy aquí, encerado; me comunico al fin con el mundo humano sabiendo que no puedo salir de él. Ahora cuento mi historia. Dejo esta carta a quien la encuentre. Soy el más triste viajero que haya existido jamás. He venido de muy lejos, nací en un mundo de tinieblas, sombrío; un lugar al que el ser humano llama pesadilla, en donde vive sus horas más temibles. He visto de cerca las más terribles pesadillas que soñó el ánima, las he vivido, he sido una de ellas. Crecí escuchando gritos de dolor, he saboreado el clamor incesante de las almas penitentes, he escuchado el llanto de los mortales sufriendo el sueño nocturno. He visto el pavor en sus ojos; han sangrado mis oídos por sus chillidos, he sentido el olor de su carne quemada, los he visto sufrir. Desde tiempos olvidados he vivido del miedo ajeno, por siglos y siglos he sido un alma sedienta de dolor, me he alimentado de él, viviendo un grito incesante de lástima, insomnio. Dormir era una antigua práctica olvidada en el mundo de la oscuridad; y siendo mi alma joven semilla se había perdido el saber del más dulce arte: dormir, morir por tan sólo un instante. Y triste noche o triste día, por naturaleza o maldición mi antiguo espíritu recordó lo inmemorable, y caí rendido por el hechizo nocturno que encanta al esperanzado soñador, y dormí, y soñé. Y entré a una nueva dimensión, caminé por un callejón llamado sueño, y descubrí sus más hondos secretos, destinos, su otros mundos. Y cansado ya de mi atroz naturaleza, con odio a mí mismo y a mi mundo, decidí cruzar la puerta al otro lado del profundo cerrar de mis ojos, decidí abandonar las tierras oscuras que me habían visto nacer. Y salí en busca de paz, un nuevo mundo que soñar así vivir tranquilo. Y entraba al nuevo universo cada vez que caía dormido; me refugié, escondí los ojos de mi triste realidad y soñé, para vivir en un mundo antes desconocido, humano. Y llegué a esta tierra, fría y clara. Mis ojos se cegaron por el resplandor del día humano; y vi por primera vez aquello que llaman Sol, primera luz distinta a la del fuego infernal que mis ojos vieran jamás. Sentí la brisa, espíritus humanos que vagan y lloran, rozando mis mejillas. Sentí la noche, mi nuevo hogar, lugar oscuro, misterioso, rebosante de aquello que llaman belleza, de donde se miran los recuerdos de algún astro que cantó alguna vez sobre el cielo, estrellas. Y el cielo, vasto paisaje, inmenso, aquello que alguna vez había escuchado nombrar por el susurro de algún alma, y que siempre había querido conocer; era éste el lugar más cercano al cielo que jamás he conocido. Y día tras día, noche tras noche, recorrí este lugar que los humanos llaman Tierra. Había saboreado cada uno de sus deleites, había recorrido cada uno de sus rincones, había conocido cada uno de sus seres. Y allí, al fin, frente a mis ojos, pude conocer como eran los hombres en su verdadero mundo. Había conocido ya sus almas viciosas, había sido testigo de sus miedos y sus pecados, pero jamás había visto aquellas almas en su propio cuerpo, en su propio mundo, viviendo al fin la propia vida, para ellos real. Y mientras tanto yo, espíritu errante, que en un solo y por un solo instante había vivido todo aquello que jamás podrá cualquier humano; mi alma, que durante siglos había descubierto cada secreto del mundo terrestre; yo, espectro maligno por naturaleza, viviendo en el mundo humano, alegre y radiante, sentí cierto día el llamado de las sombras, vicio que me incitaba a regresar al hogar abandonado. Y quise volver a dormir, mas mi alma no pudo recordar el sueño. Intenté regresar a través de una pesadilla pero jamás pude serrar los ojos de nuevo. Y muero, muero de sueño, de este deseo de volver a las sombras, de la impotencia de no poder salir de este agujero, insomnio. Y sufro, alma en pena es este espíritu moribundo; sueño, muerte es lo que pide quien no puede volver, la espero. He decidido dejarme morir, trataré de encontrar la muerte en cualquier rincón donde se esconda, toda la eternidad la esperaré, la buscaré por cada rincón de este universo. Trataré de dormir, despertaré en mi más lejana pesadilla, la encontraré después del terrible sufrimiento, insomnio; la esperaré toda la noche, cada día, anhelante, y cada vez más débil.