La historia existe y el hombre evoluciona como resultado esencial de lo que observa y que consiguientemente asimila e implementa. La fe, la experiencia y el conocimiento logrado a lo largo de muchos éxitos y fracasos generan los cambios de mentalidad que constituyen los ciclos históricos. Respecto del período que nos interesa en esta presentación, debemos recordar que durante los últimos años de la Edad Media y los primeros del Renacimiento, en la Europa Occidental, se produjo la llamada Época de Transición que marcó lentamente nuevos rumbos en los diversos sistemas políticos, culturales, sociales, económicos y religiosos. Hacia mediados del siglo XI Europa se encontraba en un período de evolución desconocido hasta ese momento. La época de las grandes invasiones había llegado a su fin y el continente europeo experimentaba el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron el comercio, la urbanización y la industrialización que permitieron a las ciudades acumular grandes riquezas. En estos centros urbanos imperaba un espíritu renovado, se impusieron nuevas costumbres y nuevas formas de gobierno. Las familias más ricas y poderosas debieron afrentar violentos encuentros entre otras familias de iguales características: era una competencia por ser el mejor, el más rico, el más importante. Se desarrolló, por lo tanto una sociedad y cultura que fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Si la Alta Edad Media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, la Baja Edad Media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno y la lucha por la hegemonía entre la Iglesia y el Estado. El fracaso de los poderes universales que habían pretendido dirigir la cristiandad medioeval, se vio reflejada en la nueva visión civil que quería mantener vivo a un imperio ya entrado en una crisis irremediable,porque la bula de oro (1356) entregó el imperio a manos de los monarcas y específicamente en Alemania a los príncipes electores y diluyó el poder en reinos locales, y en la nueva espiritualidad, ya que la doctrina de los pontífices de mantener una Iglesia cristiana universal debió ceder por las contradicciones internas ante el surgimiento de las Iglesias nacionales. Los cismas de los siglos XIV y XV provocaron una gran crisis de autoridad en la Iglesia. La existencia simultánea de dos o más Papas y los quiebres producidos por la Reforma Protestante, dejaron profundas huellas de cambio a pesar de los intentos antirreformistas de los concilios. Además, el hombre de la época medioeval enfrentaba la angustia permanente de la muerte. Un tercio de la población moría a causa de la peste negra, miles entregaban vidas en las Cruzadas y otros tantos en las frecuentes guerras entre señores y reyes. El pesimismo reinante le dio al pensamiento religioso el carácter de un callejón sin salida que era necesario enfrentar para encontrar nuevas formas de expresión, las que germinarían en los siglos siguientes con el humanismo renacentista. Es así como el teocentrismo, principal manifestación de la vida intelectual durante la Edad Media, cedió ante una nueva corriente de pensamiento: el antropocentrismo. Como dije anteriormente, las terribles penurias causadas por las pestes, las continuas guerras y la posterior hambruna, detonaron rebeliones en el mundo rural. Una situación similar ocurrió en el mundo urbano, que se vio afectado además por el estancamiento del comercio, hecho que provocó una gran efervescencia entre los distintos sectores sociales. La burguesía buscaba aliarse a los monarcas para romper las trabas impuestas por los señores feudales. En efecto, el desarrollo de la vida urbana, el florecimiento comercial y las incipientes industrias se veían frenadas por el poderío señorial que limitaba todas las libertades políticas y económicas. Esta alianza de mutuo beneficio entre monarcas y burgueses agudizó la decadencia y pérdida de poder de los señores feudales, que ya se había desgastado como consecuencia de las Cruzadas. 1 Lo anterior se agravó, además y entre otras importantes causas, por el fracaso de sucesivas producciones agrícolas que resultaron como consecuencia de muy largos inviernos y húmedos veranos que conllevaron a que el hambre se extendiera por toda Europa Occidental, por la peste negra que apareció en el continente en 1348− traída de Asia en un barco genovés− y que en pocos meses se extendió por todo Europa y, especialmente, por la guerra de los cien años (1337−1415) que surgió entre algunas casas reales en virtud de la disputa que se generó por la sucesión de la corona de Francia. Consecuencia de lo anterior y debido al despoblamiento de los espacios rurales, se produjo una fuerte disminución en la producción agraria que conllevó, a su vez, un descenso en el valor de la tierra e impulsó a los señores feudales a superar sus pérdidas explotando a los campesinos con los peores abusos. Como contrapartida estallaron, en forma espontánea y con un signo antifeudal, revueltas campesinas en diversas regiones de Europa. En las principales ciudades manufactureras, dada la restricción de los mercados, los maestros artesanos entraron en conflicto con sus oficiales y los conflictos derivaron en huelgas que cada vez fueron más frecuentes. El Renacimiento, por su parte, marca el inicio de las formas del capitalismo o, lo que es lo mismo, de un sistema económico en el cual predomina el capital por sobre los demás medios de producción. Dicho capital, a su vez, se encuentra por lo general y en gran medida en manos de un sector privado −en contraposición con el sector público− que postula la iniciativa individual como gran incentivo para solucionar los problemas de pobreza y de subdesarrollo que afectaban y que continúan actualmente afectando a gran parte de la humanidad. En la Edad Media (siglo XIII) encontramos sus raíces, y sus primeras manifestaciones aparecieron en las ciudades libres del Norte de Italia y de los Países Bajos, que habían acumulado grandes cantidades de dinero gracias al comercio con Oriente. Como práctica económica, el capitalismo tiene como objetivo la generación del lucro y la obtención de la máxima ganancia; y las bases de su desarrollo son el comercio a gran escala y los negocios. A fines del siglo XV y al inicio del siglo XVI, el capitalismo, el racionalismo y el espíritu de empresa del hombre renacentista inician su proceso de contravenir la moral económica de la Iglesia medioeval. Con el capitalismo se legitimaban los intereses elevados en los préstamos y las grandes ganancias. La aparición de este nuevo sistema económico está íntimamente ligado a la circulación del dinero, procedente de grandes fortunas de mercaderes y al descubrimiento de yacimientos de plata. El crecimiento de la población originó, por su parte, un aumento de productos alimenticios y la acumulación del dinero, por otra parte, generó la inclinación por el lujo, favoreciendo así la producción y el comercio. En el siglo XVI apareció la economía nacional en donde las monarquías y los comerciantes generan una relación de mutuo beneficio, ya que las primeras necesitaban financiar sus empresas, su burocracia y los servicios públicos, y los segundos ganaban mayor seguridad y estabilidad. Las nuevas monarquías medían su poderío por la riqueza material y sus disponibilidades de dinero. Trataban de ser autárquicas, creando políticas proteccionistas para evitar la fuga del oro y la plata que respaldaban la economía. La influencia del capitalismo puso a los negocios en el centro de la actividad económica. La nobleza, propietaria de la tierra, vio disminuidas sus rentas y por lo tanto aumentó la carga sobre los campesinos. Por otra parte, los grandes hombres de negocios forman una verdadera aristocracia urbana, llegando en forma paulatina a tener una cada vez mayor relevancia en la estructura social. La prosperidad alcanzada por los mercaderes y banqueros fue el impulso que lanzó al capitalismo europeo a la búsqueda de oro y plata. Por un lado, la caída de Constantinopla en poder de los turcos (1453) interrumpió el normal flujo del comercio y, por otro, algunos países tuvieron que buscar nuevas rutas para restablecer intercambio con Oriente. Por esto, banqueros y compañías mercantiles financiaron los primeros viajes de descubrimiento. 2 Durante la época del absolutismo, las actividades económicas se intensificaron y aumentaron considerablemente. Siguieron desarrollándose aquellas tendencias que habían surgido durante la Edad Media y el Renacimiento. El capitalismo empezó a imponerse en todas partes como sistema económico, si bien se mantuvieron aún muchas formas económicas no capitalistas. Hubo un gran incremento en las actividades comerciales e industriales, ya que la monarquía absoluta, al tratar de realizar la unidad política, se esforzó también por crear la unidad económica, y se formaron también grandes mercados y economías nacionales. La evolución económica fue la principal causa del cambio de mentalidad en el hombre medieval,ya que creó la necesidad en el hombre de conocer nuevos horizontes. La raíz de nuestra economía proviene de este cambio de mentalidad, en donde no se busca la supervivencia de la Edad Media, sino que el lujo y la obtención de la máxima ganancia. Es un sistema individualista y competitivo. De aquí viene la actual globalización de la economía. La lectura anterior nos muestra como las necesidades espirituales y de desarrollo del hombre continúan inalterables y siguen siendo casi las mismas a lo largo de los siglos y de la evolución de la humanidad. ¿Cómo no maravillarnos frente a las inquietudes religiosas, de educación, de protección a la familia, de desarrollo personal y de las naciones que han estado permanentemente enfrentando los hombres e intentando conjugar en forma armoniosa para respetar los derechos naturales básicos de los unos y de los otros? En mi opinión, es sintomático que el mayor conocimiento o educación y la mayor libertad que ha ido alcanzando el hombre le ha permitido siempre intentar desarrollar nuevos sistemas de vida que se basan en una economía que respeta la capacidad individual y que fomenta la creatividad en las personas. De hecho, el anterior mayor control de los señores feudales, de los maestros artesanos, de los gremios, de las monarquías y, posteriormente, del comunismo −en cuanto sistemas de control basados en el linaje o en el Estado− han ido siempre perdiendo su fuerza frente al ímpetu creador del hombre libre y consciente de la necesidad de trabajar con perseverancia para lograr el ansiado desarrollo personal y familiar. Esto último, además, unido a la existencia de los valores transmitidos por Cristo, ha permitido así que el hombre, sin renunciar a lo anterior, se preocupe también por el desarrollo y bienestar de aquellos que no han logrado alcanzar metas superiores y exigir, asimismo y a los señores respectivos −hoy, al Estado− que ocupen los dineros proporcionados y recolectados a través de una innumerable cantidad de cargas e impuestos en generar las condiciones necesarias y objetivas que permitan la conquista de las aspiraciones más deseadas. Claramente, han existido y continuarán existiendo importantes lagunas en la historia que impiden u obstaculizan el logro de lo anterior. Lamentablemente, también, han existido y continuarán existiendo generaciones enteras que se verán inmersas en un oscurantismo trágico que impedirá su desarrollo y que generará su sometimiento a uno o más tiranos o sistemas de control absoluto. No obstante, la existencia de información, de comercio y de la trascendencia del hombre a través de la fe, permitirán siempre percibir con claridad los beneficios que reporta un sistema en el cual los hombres son esencialmente libres para desarrollar sus capacidades y para posteriormente comercializar las mismas en beneficio propio y de su descendencia. 3