El proceso judicial versus la economía Por Augusto M. Morello Doctrina JA, 12/10/2005 I. INTRODUCCIÓN a) Insistir sobre las penurias del proceso civil (lato sensu) y acerca de que el mundo de la justicia parece condenado a un inmovilismo o disfuncionalidad incorregibles cuyos órganos y técnicas de actuación se arrastran torpemente en la realidad veloz y cambiante que nos rodea, es repetir un libreto conocido y agotado que no suscita ningún entusiasmo recordar. Las páginas desencantadas -y no sólo entre nosotros, porque Italia y España acompañan con sus lamentos afines- son incontables y se alternan con períodos de fatiga crítica o de resignado conformismo con un estado de cosas en las que la prestación eficiente del "servicio" de justicia parece destinada a satisfacerse de manera siempre tardía, costosa y cuyos resultados, digámoslo eufemísticamente, "no conforman ni a unos ni a otros", terminando en ser aceptados a falta de otros mejores. b) Bien alecciona el catedrático Dr. Julio H. G. Olivera que puesto que la justicia, función esencial del Derecho, es desde el punto de mira económico un bien público, las consideraciones anteriores indican que la tasa de crecimiento económico de un país depende de su grado de juridicidad y, agregamos nosotros, en la calidad y tiempo oportuno en que se brinda, con resultados útiles respecto de la prestación del servicio que tiene a su cargo. Es una variable fundamental que regula la tasa de crecimiento económico de cada país y, en su proporción, en el de la globalización, como lo demuestran los países de alta juridicidad (nota). En resumen: una acción concertada y coherente entre los objetivos o metas a lograrse por el Poder Judicial, oficiando a través de sus órganos en el accionar del "servicio" con que se realiza la justicia, estando en sintonía y complementación los principios jurídicos con los económicos, que no son disonantes -economía, simplificación, resultados útiles al menos costo y en el tiempo debido pero sin demoras que desnaturalicen los fines de la justicia- es la plataforma que sostiene la actividad de los tribunales. c) No insistiremos, en esta oportunidad, en un relato conocido para nada recibido con tolerancia y buena prensa, sino con disgusto y mal humor. Ir a los tribunales y aguardar sin término la posible y tardía respuesta es un paciente comportamiento del justiciable argentino (y no sólo de nosotros), que descarta alcanzar el reconocimiento de su razón y verdad en tiempo propio, es decir, en el que todavía cuente y valga para los fines de la justicia. La fatiga en los esfuerzos superadores se palpa en el rostro de la gente y en el talante de los colegas al traspasar las puertas del Palacio de Tribunales. Empezar un pleito sin saber ni poder prever cuándo en él habrá no sólo sentencia sino también el acabado cumplimiento de sus mandatos es tarea hercúlea y abate y posterga las mejores ilusiones. d) El punto de mira de este ensayo, precedido cercanamente por otro (nota) introductorio en el que llamábamos la atención sobre la división de aguas entre los fines y metas a alcanzar por el Poder Judicial y el desenvolvimiento del mismo en cada uno de sus emprendimientos y concreciones, colisionantes con los dictados y fundamentos de la teoría económica, quiere ceñirse a desarrollar lo que en aquella oportunidad presentamos en escorzo y tentativa introducción de un tema de enorme riqueza teórica y práctica. Y en el que se engolfan buena parte de las fricciones, disonancias, desviaciones y notorio quiebre entre los postulados teóricos y fines a alcanzar por las políticas judicial y procesal, al igual que los postulados que enuncia, difunde y defiende la ciencia Economía de manera específica en su versión actualizada del neoliberalismo y la dominante y excluyente gravitación del mercado y sus fundamentos. La crisis, en concreto, de la asimétrica modalidad operativa del "servicio" de justicia por los órganos del Poder Judicial. Fenómeno común -y reproches convergentes en el área latina (Italia, Francia, España, Portugal y su proyección con similares rasgos Iberoamericanos)-, con sus matices y grados de intensidad. e) No cabe fugarse de la realidad, ni tampoco encorsetarla, pero el siglo XXI deberá resolver o morigerar el divorcio entre el tiempo de la justicia -posible y razonable- y el del tiempo legal, deformado por la disfuncionalidad antieconómica y las exigencias y expectativas de los usuarios respecto de lo que sienten y aguardan, en concreto, como respuesta a su demanda cuando ella es legítima y razonable. f) Es obligado el parangón con el servicio hospitalario; el tiempo y la racionalidad en el uso de los recursos son determinantes. No cabe engrosar la lista de espera para todas las intervenciones, especialmente las complejas; el uso de las camas no es el de un hotel: la curación ambulatoria cuenta más que la ocupación de habitaciones. En esas decisiones los criterios políticos económicos son fundamentales y el servicio (organizado como empresa), en su práctica, debe experimentar continuos progresos para conformarse mejor a los principios a aplicar de modo riguroso y constante. Y en ello autoridades sanitarias, médicos, equipos de auxiliares y pacientes deben cooperar al resultado útil de las actividades, aplicando las fórmulas de trabajo más adecuadas, de manera prudente y efectiva. Se halla en juego una exigencia ética del "servicio", además de la responsabilidad social. De lo contrario se anularía la creatividad y el carácter innovador de la empresa (del (nota). De su lado, ese ingrediente -el ético- no está ausente de la litigación (nota). Va de suyo que el proceso (no sólo el civil, que es en el que nos centramos) no puede jugar como francotirador de los cánones económicos que gobiernan la racionalidad de la actividad específica, homogénea con la que rige al conjunto de los servicios. Ni desconocerlas, ni agredirlas. g) Comprimiremos las reflexiones por razones de espacio, y con miras a instalar un tópico cargado de retos y urgencias que el estudioso, el jurista y el político del Derecho no pueden soslayar. II. CONTRASENTIDOS Y DISFUNCIONALIDAD DE LA JUSTICIA a) Desde el proceso civil todas las señales son agresivas o muestran la distorsión de los principios de la filosofía económica, aun bifurcándola, entre nosotros, en un esquema eventualmente neoliberal (años '90) y que se matiza, en el presente, con notorios rasgos de la doctrina y prácticas keynesianas (gasto público, inflación, superávit fiscal). Esa manifiesta y general asimetría -conocida y al cabo aceptada por los operadores jurídicos, que son los que protagonizan o sufren los abusos y contrasentidos de la jurisdicción y ofician (oficiamos) sin rubor en las secuelas circulares y retardatarias en la escenografía y representación del tiempo muerto del proceso- es parecida, con mayor envergadura y resultados disvaliosos, al impuesto al cheque. Otro invento que ha sabido hacer campamento (no cuesta mucho, en la frondosa imaginación fiscalista de nuestra Administración), contrario a todo proceso económico cuyas prioridades -por cierto positivas y en abono del interés general y la felicidad de la población (Preámbulo de nuestra sabia Ley Fundamental [LA 1995-A-26])- tengan en miras la reactivación y el dinamismo de la actividad económica y sus frutos. Ese impuesto a los débitos y créditos bancarios, llamado comúnmente impuesto al cheque, es un gravamen diabólico que sabotea los buenos principios en que se sustenta la lógica económica: lejos de una transición y un fugaz ingreso en una aguda emergencia económica, también ha llegado para quedarse, y nada de vida transitoria, superadas las causas que se alegaron para su creación. Goza de buena salud y deteriora la de la Nación, al hacer recurrir a la población al manejo peligroso de grandes cantidades de dinero en efectivo, con lo cual impide la motorización de la función bancaria y traba las transacciones de la vida mercantil (nota). b) La justicia (no el poder, sino el "servicio") se instala en las antípodas del marco económico, porque en ese accionar desbarranca a sus principios, reglas básicas y estándares operativos. La actividad que desarrolla, circular y costosa, divorciada del tiempo razonable de la justicia que se supone, no es sino el que contemplan las leyes y los Códigos Procesales para regular sus fases estructurales, los que, en la realidad de la litigación, sólo quedan como hipótesis frustrada. Y las causas de ello -lo hemos señalado infinidad de veces- son por una parte "internas", defectos congénitos y que se arrastran sin solución de continuidad: a veces lleva meses y meses contar con juez hábil, continuando con las dilatadas e interminables notificaciones, traslados, incidentes, nulidades, recursos de nunca acabar, con imaginación y puja continua para llevar el caso -como regla- a los estrados de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (o simplemente a la Corte Interamericana del Pacto de San José de Costa Rica [LA 1994-B-1615]); las "demoras indebidas" (contrarias a las exigencias de la economía) se convierten en la línea de sentido y llevan a la crisis de armonización y coherencia -las que deberían matizar el acople jurídico con el económico en el quehacer de la justicia-. ¡Vaya apoyo triste y sin alma el de esta realidad, el que brinda el andamiaje vetusto del "servicio", a los postulados abarcadores de la Economía! Y cómo impacta ello muy desfavorablemente contra la paz social, porque la tercería, el conflicto, el quiebre de las relaciones interactuantes en la litis conspiran contra la disuasión, la concordia y la cooperación, atributos que privilegia la economía para alcanzar sus fines (y ello supone un abuso de tiempo, costos y calidad pronta y definitiva de resultados útiles [Corte Sup., Fallos, 307:1018; "Signa S.R.L." {JA 1997-IV-298}, del 25/9/1997, consid. 6, DJ 1998-2-8121]). Pero además gravitan las causas externas al encofrado procedimental, porque la política judicial también lo enfrenta disvaliosamente. El caso "Itzcovich v. ANSeS.", del 29/3/2005, es ilevantable referente de las deformaciones institucionales que originan legitimaciones que llevan a la Corte a convertirse en un embudo con un asfixiante cuello de botella que ahoga la solución oportuna de una grave cuestión de dimensión social, que no debería derivarse "normalmente" al conocimiento del alto tribunal de la Nación. Baste con observar las estadísticas para confeccionar esta afirmación. En 1998, año en que la Corte Nacional dictó el mayor número de sentencias de su historia al emitir 45.800 (¡sic!) fallos, 40.067 de ellos eran previsionales. De la misma forma, si tomamos los últimos guarismos disponibles, se observa que de 19.888 sentencias dictadas en 2003, 11.400 se refieren a haberes jubilatorios. No podemos evitar el señalar lo lejos que estamos de las 100 sentencias (en el 2004 dictó 93) expedidas por la Suprema Corte de los EE.UU., país con una población cercana a los 300 millones de habitantes, diez veces superior a la nuestra. Los ejemplos se multiplican, y la inflación recursiva busca en la Corte Suprema la solución que deben proveer los poderes políticos cuando la respuesta debe apuntar a las causas (del desempleo, la crisis de la salud, la educación, el mercado, la vivienda, el acceso a la cultura), lo que no pueden brindar los jueces con políticas de fondo específicas, y no cuentan con recursos para ello. No se trata ya de activismo sino del papel competencial de cada área de gobierno. Una semana más tarde el Senado de la Nación convirtió en ley el proyecto de derogación del art. 19 ley 24463 (LA 1995-A-135), suprimiendo así el distorsionante recurso ordinario previsional ante la Corte superior. Similares baches e indefiniciones se hacen oír por doquier (pequeñas causas, proceso monitorio, ejecución de sentencias, subastas, ejecuciones contra el Estado, ferias, días de huelga y paros, horarios, no utilización racional de los edificios en donde funcionan los tribunales -sólo en un turno-, etc.); son circunstancias reales que dan la espalda a los requerimientos sensatos que exigen las demandas, las demandas de la gente y el costado de la economía, a la prestación de la justicia. c) También la economía pierde todas las batallas en el campo de la litigación, no sólo en la civil, cuya gestión y resultados son, por lo general, contrarios a la buena lógica que anida en el principio de economía procesal, concentración, unidad de jurisdicción, acceso irrestricto a la justicia y razonabilidad de costos y costas, de manera que el tiempo legal dispuesto para la realización de su trámite y finiquito establecido para corresponderse con el real, sin demoras indebidas y observando la imprescindible razonabilidad en la prestación del servicio que está a cargo de los órganos (tribunales) del Poder Judicial, queda absolutamente desvirtuado. El tiempo muerto del proceso se enfrenta y les gana a los postulados que esgrime el mercado y a la lógica de la teoría económica (nota). d) Tantas evidencias aleccionan en el sentido de que hay que cambiar la mentalidad, el rumbo, el estilo y las respuestas. No podrá negarse la imagen disfuncional del "servicio" que se sustenta en un razonamiento que está adecuadamente respaldado en comprobaciones objetivas que excluyen juicios subjetivos o superficiales. De manera que con el paso del tiempo parece cada vez más aguda y profunda la quiebra que enfrenta al proceso civil con la "buena" doctrina económica, y es notorio que, más pronto que tarde, se ha de gestar un nuevo modelo que los armonice, en el eje de la razonabilidad, porque persistir en esa contradicción es sucumbir a un roce que sólo puede deparar -como lo corrobora el espejo de la frustración en los resultados- el desaire a la superación ansiada. e) Admitiendo, desde luego, las limitaciones y las injusticias a las que conlleva la economía de mercado, y descreyendo del juego "libre y espontáneo" de sus fuerzas, que se excluyen de los valores del Derecho, posponiendo los fines y metas del Estado de justicia; lo cual requiere, indefectiblemente, la presencia activa y prudente del Estado, que imponga deberes y fije límites obrando como engranaje esencial o palanca del equilibrio (Sanguinetti, Julio M., "Los faros del siglo XX", "La Nación" del 11/8/2005, p. 21). Queremos decir que tal filosofía económica no puede olvidarse, privilegiando desproporcionadamente la libertad en desmedro de la igualdad, lo que afecta la concepción efectiva y democrática del acceso a la justicia, rol imprescindible del Estado de Derecho, concurrente con la reafirmación de las libertades formales (Raymond, Aron), síntesis de la amalgama paz social con justicia, por la que bregamos con insistencia. III. REPLANTEOS a) Mas es indudable que para que pueda triunfar la mejor concepción de la economía de mercado al menor costo político, a la protección de la justicia (el servicio del Poder Judicial) le corresponde modificar la técnica y forma de su funcionamiento, razonando sus políticas e implementaciones a partir de la realidad y de la observancia estricta de los principios y estándares que rigen (deben regir) su mecánica operativa como verdadera "empresa de servicio", y a través de la cooperación de sus operadores (nota). b) Al cabo, que deben cambiar los paradigmas y parámetros en uso, adecuándoselos a las mudanzas y adaptaciones continuas respecto de las que la complejidad y dinámica de la realidad presiona e impone a las instituciones, para que éstas, puestas al día, puedan servir con eficacia las demandas de los usuarios del poder-servicio de la jurisdicción. Y ese tema no es simple, en la turbulencia y arrolladora velocidad en que se suceden los cambios, las mudanzas, obligando a los científicos y a los operadores jurídicos en particular (abogados, jueces, miembros de los Ministerios Públicos, y nuevos y gravitantes legitimados: defensor del pueblo, amigos del Tribunal, etc.) a ir tipificando una dilatada y diversa comprensión estructural de la moderna litigación. Todo ello reclama, al mismo tiempo, una nueva educación de los operadores jurídicos (nota). c) Desde la ventana de la Corte la preocupación es convergente. 1) Una renovada caracterización del proceso justo impactó en esa puesta al día que demanda el control suficiente sobre la debida motivación de la sentencia definitiva o a ella equiparada por sus efectos, control que se evidencia en el registro más exigente cuando se lleva a cabo en la Corte Suprema por la vía del recurso extraordinario con fundamento en la generosa doctrina de la arbitrariedad de sentencia. 2) La Corte Suprema, que bien sabe ejercer el uso del tiempo y abstenerse de decidir cuando la cuestión federal no esté todavía madura o sea conveniente que primero encuentre soportes más acabados en la opinión pública o en el tratamiento legislativo, por regla, sin embargo, asume ("pesca") el caso y da respuesta a lo que se le propone, con dibujos que son cada vez más intensos, ante cuestiones de inusitada gravedad moral. Y lo hace sin "esquives", porque su voz despeja las incógnitas y desea que sea escuchada y brinde orientación, imponiendo su autoridad; con argumentos y razones plausibles, sin dejarnos en callejones sin salida. 3) La nueva Corte debe ahuyentar a los fantasmas que rondaban en torno suyo y afeaban su imagen e independencia. Si actúa con la autonomía de criterio acertará en el nivel superador de sus fallos y hará docencia cívica predicando con valores, aportando decididamente a consolidar la República. El tiempo agrandará su figura porque inyectará confianza al cuerpo social y pugnará a favor de la seguridad jurídica, sin las cuales la calidad de las instituciones se resiente y éstas quedan sin los sostenes ni ejemplos que se requieren para relanzar a la Argentina. De obrar en consecuencia, ni el Derecho ni la justicia serán problemas porque estarán instalados en el lado de las soluciones, con todo su potencial, que no es poco. Constituirán continua referencia y espejo que serán seguidos por los demás sectores de la vida nacional; en primer lugar, el político, tan disminuido y obligado a una verdadera -e impostergable- puesta al día, para estar a la altura de las circunstancias. 4) Vistos y destacados el papel político (con mayúscula no partidista) que tiene y ejerce el alto tribunal y su nueva conformación -original, con la entrada por primera vez de dos mujeres, respetables juristas, la recreación de una nueva cultura jurídica, las coordenadas de otros paradigmas, más activistas en la defensa de los derechos individuales y en el amparo de los de incidencia colectiva, con replanteos fundamentales en asuntos de clara gravedad institucional y moral, y de repercusión transnacional (extradición de terroristas, arbitraje en cuestiones soberanas). En todos estos asuntos de alto calado para la sociedad la voz de la Corte debe escucharse. En los años 2004-2005 los cambios no han sido avaros (nota) en punto a los otros poderes del Estado, ni respecto de la sociedad; en las relaciones personales internas entre los propios altos magistrados; en el respeto de la opinión pública y los medios. Hemos marcado disensos y reservas con relación a algunas de esas recurrentes decisiones, y parece que se asiste a una etapa -quizás algo desbordada- de incidencia de las doctrinas que buscan consolidarse a través de "unanimidades". Este renovado paisaje señala la ruta correcta y apunta, desde un vértice tan axial, a compatibilizar la conjunción criteriosa y en sinfonía del Derecho con la Economía (nota). IV. EXHORTACIÓN Hemos retornado a un asunto enorme que perturba las buenas relaciones del Derecho con la Economía, en la fragua viva de la litigación. El debate al respecto debe instalarse, ser analizado, y quienes sean más competentes han de aportar ideas y propuestas a ser articuladas inteligentemente en la concepción de un pacto de Estado para la justicia que conlleve las innovaciones, ajustes y racionalización que reclama la profunda quiebra que hemos descripto en trazos muy apretados. El cuadro de situación es aflictivo y por demás oneroso; las carencias funcionales y el divorcio con la marcha del tiempo desnudan la deprimente realidad. Si imaginamos un sugerente pacto de Estado para la justicia, envolvente de un complejo laberinto que llevará tiempo recorrer y alisar, pero al cual la vida del proceso debe ritmar con la de la economía claro es que asegurando los valores del Derecho por sobre los del mercado-, y que será inexcusable recorrer en el mediano y largo plazo, alcanzaremos el enganche y armonización de lo jurídico con lo económico, respetándose cada uno de sus lógicos intereses en una síntesis superadora. Reduciremos los quiebres, desafíos que tan torpemente hemos querido poner a la consideración de los que saben más y acerca de la eficiencia de nuevos senderos sin repetir los que están en uso, lo cual es convocante, sin que podamos cerrar los ojos ni desentendernos de él. No parece que haya avances si persiste esa desincronización tan frustratoria. De lo contrario nada habremos aprendido y volveremos a perder otra batalla contra la racionalidad, sin querer mirarnos en el espejo de la realidad. Y no es cierto que no se pueda cambiar. Si ello se logra, los dos polos conformarán, al fin, el sistema y se preservarán los valores involucrados: paz social con justicia. Por arte de encantamiento la gente enfriará las críticas, se revertirá su imagen y efectividad, La correcta utilización de los recursos, al generarse un clima de certidumbre y eficiencia, contribuirá al crecimiento de la economía (nota). Se articularán métodos de complementación hoy desanillados y opuestos a los principios convergentes en la teoría, pero absolutamente divorciados en el derecho vívido. Las soluciones, claro es, no son para hoy ni para mañana, pero deberemos estar en claro y empezar a recorrer la ruta correcta, pues las complejidades políticas y jurídicas son innumerables, y las resistencias -de mentalidad al proceso de cambio- son homéricas frente al espíritu conservador de los operadores jurídicos (12)(nota). El potencial de la justicia se acrecentará de manera notable si le hacemos más caso y en los hechos somos fieles, con las reservas señaladas, a los dictados de la Economía. NOTAS: Oliver, Julio H. G., "Globalización, crecimiento económico y bienes públicos", comunicación a la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales del 9/4/2004, "Anales", t. 41, cap. IV ("La justicia como bien público"). Para lo que sigue conf. Morello, Augusto M., "La reforma del la justicia", 1999, Ed. Platense; íd., "Al final de una época", 2001, Ed. Platense; íd., "La Justicia de frente a la realidad", 2002, Ed. Rubinzal-Culzoni; íd., "El Estado de justicia", 2003, Ed. Platense; íd., "Modernización y calidad de las instituciones", 2004, Ed. Platense; íd., "Formación de los operadores jurídicos", 2005, Ed. Platense, y bibliografía en ellos referenciada. Morello, Augusto M., "Los abusos en los litigios y su impacto en la economía", DJ 2005-1-551. Cortina, Adela, "Ética de la empresa, no sólo responsabilidad social", "El País" del 20/8/2005, Madrid, ps. 11 y 12. Comoglio, Luigi P., "Ética e técnica del giusto processo", 2004, Ed. Giappichelli, Torino, ps. 3/14 y 363/377. Del economista, Falces, Diego N. en "La Nación" del 16/8/2003, p. 14. En forma parecida al impacto ambiental, tan sensible y de aguda incidencia en la radicación de las dos papeleras en territorio oriental y en las márgenes del río Uruguay, decisivas para habilitar su autorización e iniciar sus actividades, que pueden ser polucionantes. Hace años, trabajando en el Proyecto del Código Procesal de la provincia de Buenos Aires, el Dr. Mario Kaminker demostró que el tiempo muerto del proceso civil y sus notificaciones en el desarrollo de un proceso de conocimiento requiere no menos de 43 notificaciones por cédula de los actos a comunicar, que demandaban más de dos años y medio, lo que impedía dar "sentido" al tiempo ideal para consumar un proceso justo en la dinámica actual. Ninguna cultura jurídica del presente puede sostener una brecha tan negativa entre el tiempo del proceso y el de la justicia. Si no se ajusta una diagramación moderna y tolerable en la estructuración de un proceso civil, ningún avance podrá expresarse y continuaremos de intento en intento y de revisación en revisación ("El Gobierno abandonó la reforma judicial", "La Nación" del 22/5/2005, p. 22). ¡Ni qué decir en punto al proceso penal! Ver las agudas reflexiones del Dr. Ramírez, Jorge O., "Función precautelar", 2005, Ed. Astrea, parágs. 31 y ss. y 62 y ss. Morello, Augusto M., "El Estado de justicia", 2003, Ed. Platense; íd., "Constitución y proceso", 1998, Ed. Platense - Abeledo-Perrot; íd., "El proceso justo", 2005, Ed. Platense - LexisNexis. Morello, Augusto M., "Formación de los operadores jurídicos", 2005, Ed. Platense. Morello, Augusto M., "El proceso justo" cit.; íd., "La Corte Suprema en el sistema político", 2005, Ed. Platense-LexisNexis (Anexo). Se halla vigente la sabia advertencia del Dr. Genaro R. Carrió: el recurrente casi siempre espera más de lo que la Corte Suprema está dispuesta a conocer y decidir. No es beneficioso generar un excesivo optimismo acerca del ingreso y procedencia (éxito) del recurso extraordinario. Sólo prudente expectativa, confiando en el responsable esfuerzo crítico de fundamentación desplegado en la elaboración del escrito y en el peso de las razones que lo motivan. Ver Zommer, Laura, "La nueva Corte. En busca de más transparencia", "La Nación", "Enfoques", del 14/8/2005, ps. 1 y 3. Morello, Augusto M., "La Corte Suprema en el sistema político" cit., caps. 7/13. La aceleración y la complejidad de los negocios -y, en general, de los vínculos- en los que se interrelaciona jurídicamente la gente al gestionar sus intereses y resolver sus problemas dan lugar a un abanico de actividades en la red de enlaces cotidianos y de aquellas controversias respecto de las que la justicia posibilita, civilizadamente, encontrar solución a sus conflictos. Esa tarea de paz social con justicia, destacada por el inolvidable Mauro Cappelletti, obliga a mucho y de modo permanente.