España, del absolutismo al liberalismo

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TEMA 12. ESPAÃ A, DEL ABSOLUTISMO AL LIBERALISMO (1814-1845).
â º FERNANDO VII
Ya vuelto a España, en marzo de 1814, Fernando VII fue acogido con enormes esperanzas por un pueblo
que, además de ver en él la encarnación de los ideales por los que habÃ−a luchado contra los franceses,
creÃ−a que su rey (el `Deseado') le proporcionarÃ−a paz, orden y bienestar. Pero la situación del paÃ−s no
permitÃ−a augurarlo: estaban arruinadas las fuentes de riqueza y anulado el comercio exterior; no habÃ−a
posibilidad de obtener recursos en Hispanoamérica, tanto porque España acababa de perder su flota como
porque las colonias se hallaban en conflicto abierto con la metrópoli; la deuda pública habÃ−a aumentado
de 7.000 a 12.000 millones de reales.
• Restauración del absolutismo (Sexenio absolutista, 1814 - 1820)
Apenas llegado a España, el Congreso Nacional le hizo saber a Fernando VII que no serÃ−a reconocido rey
de los españoles si no juraba la Constitución de 1812. Ante tal situación, Fernando VII no sólo dejó de
cumplir esta disposición, sino que, por deseo propio, varió el itinerario trazado para su entrada en Madrid,
yendo a Valencia por Zaragoza, en vez de seguir el camino de la costa.
En Valencia, se reunió con diputados absolutistas que le presentaron un escrito (â el `Manifiesto de los
Persas', aludiendo a una costumbre de los antiguos persas por la cual se toleraba la anarquÃ−a durante cinco
dÃ−as después de la muerte del soberano) que reconocÃ−a la monarquÃ−a absoluta y el derecho divino
del monarca.
El 4 de mayo de 1814, Fernando VII suscribió un Real Decreto en el cual se derogaba todo lo legislado en
Cádiz y se decretaba la nulidad de las disposiciones de los regentes y de las Cortes. De este modo, su
gobierno se limitó a restaurar el Antiguo Régimen -la sociedad y el mecanismo de gobierno anteriores a
1808-, de acuerdo con el punto de vista de los conservadores.
Se siguió una polÃ−tica de represión y de venganza contra todo sospechoso de liberalismo o simpatÃ−a a
la obra de las Cortes: los jefes liberales fueron condenados por no someterse a la autoridad del soberano.
El verdadero gobierno del paÃ−s era llevado por la camarilla del rey, grupo de individuos allegados al
monarca que constituÃ−an una verdadera organización paralela de gobierno (don Antonio Ugarte, el
canónigo Escoiquiz...). Sólo MartÃ−n Garay fue competente (â era un liberal al que apelaron los
absolutistas para sanear las finanzas, pero dada la crisis que atravesaba el paÃ−s, su misión se vio seriamente
dificultada).
Se restauró el Tribunal de la Inquisición y el restablecimiento de los jesuitas en España, considerados
como indispensables para mantener la seguridad de la monarquÃ−a y de la Iglesia. Fernando VII resucitó el
antiguo sistema de gobierno y escogió a sus ministros en función de sus posiciones reaccionarias.
Oposición al régimen: Los militares, que después de la guerra de la Independencia, se consideraron
relegados (además, estaban impregnados ya de la mentalidad liberal y de la sensibilidad romántica, tan
dada a las conspiraciones). Además de los militares, numerosos intelectuales que habÃ−an estado
prisioneros en Francia establecieron numerosas logias masónicas en España (â La masonerÃ−a siempre
habÃ−a estado opuesta a la Iglesia y al gobierno absolutista). La pésima situación económica en que
dejó a España la pérdida de sus colonias americanas, produjo además un malestar creciente entre la
burguesÃ−a de negocios.
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En polÃ−tica exterior:
- Movimientos independentistas en las colonias americanas: Fernando VII (sin tropas nacionales) pidió la
intervención de la Santa Alianza sin éxito (â se debilita la posición española a nivel internacional).
Abolición de la trata de negros.
• Pérdida de Chile, Nueva Granada y parte de Venezuela.
- Aislamiento español en Europa (â
en España).
Inglaterra y Francia no estaban de acuerdo con la polÃ−tica represiva
• CaÃ−da del Antiguo Régimen (Trienio liberal, 1820-1823)
La opinión liberal, desprestigiada en 1814, hizo avances enormes en los años que van desde éste al de
1820. La acción de las logias masónicas se hace, como nunca, intensa y eficaz.
La intervención de los militares en la vida polÃ−tica dará lugar a un gran número de pronunciamientos
que pretendÃ−an implantar un régimen liberal. Entre 1814 y 1820, por falta de apoyo popular, habÃ−an
fracasado varios pronunciamientos militares (â CaracterÃ−sticas: tenÃ−an lugar en las ciudades de la
periferia, no eran movimientos populares sino militares y su principal objetivo no era eliminar al rey sino que
pretendÃ−an restaurar la constitución y limitar el poder del monarca).
- Revolución de 1820.- El 1 de enero de 1820 las tropas, que estaban a punto de zarpar rumbo a las
Américas, mandadas por el comandante Rafael Riego, se alzaron en Cabezas de San Juan (Sevilla) y
restauraron la Constitución de 1812. Otras regiones van a seguir este ejemplo y ante la amenaza de un
levantamiento a nivel nacional, el rey se vio obligado en marzo a jurar la Constitución de 1812. (â Esta
sublevación fue preparada en la logia masónica de Cádiz, la más poderosa y eficaz de España, que
supo explotar hábilmente la repugnancia de las tropas a embarcarse con objeto de combatir en la campaña
americana).
• Gobierno liberal (pasa por tres fases)
1ª fase (marzo a septiembre de 1820)
â
Gobierno de los liberales doceañistas (los que habÃ−an intervenido en la Constitución de 1812).
â PolÃ−tica reformista y moderada (extinción de la Inquisición, declaración de las libertades -sobre
todo la de imprenta y de asociación-, supresión de la CompañÃ−a de Jesús, cierre de conventos y
confiscación de los bienes de la Iglesia, plan de instrucción pública y reforma de la administración
municipal y provincial).
2ª fase (septiembre 1820 - julio 1822)
â
Divisiones entre:
• liberales y realistas
â
doceañistas o moderados (partidarios de un acercamiento a la Corona)
â
â
veinteañistas o exaltados (la soberanÃ−a nacional debÃ−a recaer en el
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pueblo)
• Gobierno e Iglesia
• Sociedades Patrióticas (agrupaciones de café convertidas en verdaderos clubs revolucionarios) y
Sociedades Secretas (MasonerÃ−a, ComunerÃ−a y Anilleros)
â Descontento general por el desorden, el caos económico y la reforma “regalista y unilateral” que los
ministros liberales pretendÃ−an imponer al paÃ−s.
3ª fase (julio 1822 - septiembre 1823)
â
La radicalización de las disensiones anteriores agravaron la situación.
â Una conspiración fernandina (alentada por el rey) fue derrotada en Madrid y obligó a Fernando VII a
nombrar como jefe de gobierno a Evaristo San Miguel, representante de la tendencia exaltada, que no
consiguió dominar la situación.
â Estado de verdadera guerra civil, desde mediados de 1822, a raÃ−z de haberse generalizado la
formación de guerrillas realistas decididas a terminar por las armas con el régimen constitucional.
â Fernando VII solicita la intervención extranjera: en el Congreso de Verona que reunÃ−a a las
principales potencias de la Santa Alianza (Inglaterra, Francia, Rusia y Prusia) se aprobó la intervención en
España de un ejército francés (los `Cien Mil Hijos de San Luis'), bajo la dirección del duque de
Angulema.
â El 1 de octubre de 1823 Fernando VII anuló todas las medidas adoptadas por el gobierno liberal y
restableció, con el apoyo de las juntas absolutistas, el despotismo monárquico.
• La década ominosa (1824 - 1833)
â
Persecución durÃ−sima contra los liberales.
â PolÃ−tica tiránica: mantener el equilibrio sujetando, a veces con violencia, los excesos de liberales y
realistas.
â Se rodeó de ministros con mayor capacidad y de tendencias moderadas: López Ballesteros (creación
de la Bolsa de Comercio, fundación del Conservatorio de Artes, la promulgación de la primera Ley de
Minas...), Cea Bermúdez (que suavizó el rigor de las persecuciones y dio entrada en puestos oficiales, a
veces importantes, a antiguos afrancesados y liberales del trienio).
â Pese a ello, era tal la división de los españoles tras lo acaecido en el perÃ−odo anterior, que incluso
estas iniciativas resultaron nulas. No sólo no satisficieron a los liberales, que las consideraron insuficientes,
sino que también descontentaron a un amplio sector del propio realismo, que se oponÃ−an a cualquier
reforma (â Los realistas exaltados, que comenzaron a llamarse “apostólicos”, se sintieron defraudados).
Desde entonces, los gobiernos fernandinos hubieron de hacer frente no solamente a las conspiraciones de los
liberales, sino también a las de los apostólicos.
Viendo como el partido de los “moderados” (como asÃ− se denominó al constituido por aquellos liberales
moderados y afrancesados) se hacÃ−a dueño del gobierno, los apostólicos protagonizaron una serie de
intentos armados de intenciones confusas (â combaten por el rey contra el rey) como fueron los de
Bessiéres en 1825, de los `agraviados' en Cataluña en 1827...
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Los liberales hicieron lo mismo, en conexión con sociedades secretas (en 1824 en Tarifa, en 1826 en
Alicante...)
Fernando VII llegó a temer a los realistas exaltados aún más que a los liberales y fue con ellos más
implacable. El rey rompió definitivamente con los apostólicos, que se agruparon en torno al infante don
Carlos (hermano de Fernando VII) formando el partido carlista, apoyándole en la lucha por la sucesión al
trono español.
â Fernando VII, al morir su tercera esposa, se casó con Mª Cristina de Borbón-Dos Sicilias. De sus
anteriores matrimonios, Fernando VII no habÃ−a tenido hijos. Si el nuevo matrimonio tenÃ−a algún hijo,
éste serÃ−a el sucesor directo, por lo que el infante don Carlos -en quien el sector realista habÃ−a
depositado sus esperanzas- quedarÃ−a excluido de la corona.
De hecho, cuando Mª Cristina se hallaba en sus primeros meses de embarazo, Fernando VII promulgó la
Pragmática Sanción (marzo 1830) que reconocÃ−a el derecho de las mujeres a heredar el trono. Este acto,
que alteraba la Ley Sálica promulgada por Felipe V en 1713 (â Carlos IV obtuvo en 1789 la derogación
de dicha ley, pero nunca llegó a publicarse) y eliminaba toda posibilidad de que reinara el infante don
Carlos, provocó de inmediato una serie de protestas, que se acrecentaron ante el nacimiento de la princesa
Isabel (octubre 1830).
Los españoles se dividieron de inmediato entre los partidarios de don Carlos y los de Isabel. Tras la querella
entre carlistas e isabelinos se escondÃ−a una realidad mucho más importante, una lucha ideológica entre
los partidarios del absolutismo más intransigente (carlistas) y los adeptos de un acercamiento a los liberales
moderados y de una polÃ−tica de reformas (isabelinos).
En septiembre de 1832, Fernando VII cayó gravemente enfermo. A fin de evitar una guerra civil, el ministro
Calomarde indujo al rey moribundo a revocar la Pragmática. Sin embargo, la derogación no se llevó a
cabo oficialmente a la práctica por un golpe de estado isabelino, que provocó la caÃ−da del Ministerio e
hizo desaparecer el documento (â Son los `Sucesos de la Granja').
Tras ello, el 6 de octubre de 1832, Mª Cristina asumió las funciones de Regente, lo cual le permitió
adoptar tres medidas de decisiva importancia:
1º) Destitución del ministro Calomarde, sustituido por el liberal moderado Cea Bermúdez, el cual dictó
un amplÃ−simo decreto de amnistÃ−a (complementario del que fue promulgado en 1824) que permitió el
regreso a España de miles de liberales desterrados, la reconciliación de éstos con el Régimen y,
asimismo, la formación de un partido liberal moderado favorable a los intereses de la infanta (partido
isabelino-cristino).
2º) Buscó la desarticulación de todas las fuerzas partidarias de don Carlos (voluntarios realistas, capitanes
generales y autoridades de los ayuntamientos).
3º) Hizo jurar a Isabel princesa de Asturias (heredera por tanto), por unas Cortes restringidas reunidas en
Madrid. El no reconocimiento de este acto produjo finalmente la expatriación a Portugal del propio don
Carlos.
A la muerte de Fernando VII (29 de septiembre de 1833), el tránsito polÃ−tico entre el Antiguo y el Nuevo
Régimen quedaba prácticamente ultimado. Según el testamento del rey, Mª Cristina se convertÃ−a en
Regente hasta la mayorÃ−a de edad de Isabel.
â º REGENCIA DE MARIA CRISTINA (1833-1840)
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El paÃ−s seguÃ−a dividido entre carlistas e isabelinos. Con don Carlos se encontraban los que defendÃ−an el
ideario realista (Dios, Religión, Patria, Rey, Cortes y Fueros). AsÃ−, regiones como el PaÃ−s Vasco,
Navarra y Cataluña, hostiles a la dinastÃ−a que les habÃ−a privado de sus libertades particulares (fueros),
estaban en el bando carlista, formado principalmente por pequeños propietarios rurales, clero y campesinos
del norte de España. La nobleza, en cambio, al frente de los grandes latifundios apoyaba la Corona, que era
el régimen en que se habÃ−an perpetuado esos privilegios. También los funcionarios, las clases
populares urbanas y, sobre todo, los intelectuales y la oficialidad del ejército.
Mª Cristina intentó, como luego habÃ−a de hacer su hija Isabel II, apoyarse en los elementos moderados
que querÃ−an conectar la tradición española, el principio de autoridad y el sistema del orden con el
sistema parlamentario. AsÃ−, publicó un manifiesto en el que ofrecÃ−a la defensa de la religión católica
y el mantenimiento de las leyes fundamentales de la monarquÃ−a y, al mismo tiempo, una radical reforma en
el sistema administrativo del Estado. Cea Bermúdez fue sustituido, ante las presiones de numerosos
militares, por MartÃ−nez de la Rosa (otro liberal moderado) a principios de 1834.
TodavÃ−a con Cea Bermúdez en el gobierno, el 3 de octubre de 1833 estalló la guerra civil (primera guerra
carlista). Inmediatamente después de publicarse el “Manifiesto de Abrantes” (1 octubre 1833) por el cual
don Carlos anunciaba haberse hecho cargo de la Corona, hubo ya levantamientos en casi todas las provincias
-sobre todo en los medios campesinos, aunque no sólo en ellos- para combatir los principios liberales y la
monarquÃ−a constitucional personificados en la regente Mª Cristina y la reina niña Isabel.
Una vez iniciado el alzamiento, la superioridad numérica de los carlistas y la capacidad organizadora del
general Tomás de Zumalacárregui lograron numerosos éxitos en la región, situada al norte del Ebro, a
pesar de carecer de medios y del apoyo del ejército, que habÃ−a aceptado la sucesión femenina.
Pero tras esta primera fase brillante (1833-35), vino otra de signo claramente favorable a la causa liberal a
partir de 1836. Según unos historiadores, en la base de todo ello estuvo la desamortización de los bienes de
la Iglesia llevada a cabo por Mendizábal, que hizo posible a partir de ese año pagar y reorganizar a los
ejército liberales. Otros, en cambio, señalan como causa básica el apoyo decisivo que desde esa fecha
prestaron al gobierno liberal Francia, Inglaterra y Portugal. Finalmente, no ha faltado quien ha preferido ver
en la muerte de Zumalacárregui (en el sitio de Bilbao en 1835) y en las disensiones que afectaron a los
partidarios de don Carlos las razones de que asÃ− sucediera.
Sin embargo, los ejércitos cristinos fracasaron en su intento de aislar a los carlistas en la zona
vasco-navarra, y en 1837, éstos llegaron incluso a las puertas de Madrid, optando inexplicablemente por no
ocuparlo (â en realidad, don Carlos esperaba un levantamiento de los absolutistas que permanecÃ−an en
Madrid que no se produjo). A partir de ahÃ−, la balanza se inclinó del lado cristino. Los carlistas se
habÃ−an dividido entre ellos, mientras el ejército gubernamental conseguÃ−a reorganizarse con ayuda
extranjera. En agosto de 1839 el jefe del ejército carlista, Rafael Maroto, se vio obligado a pactar con
Espartero, victorioso general isabelino, el `Convenio de Oñate', ratificado con el `abrazo de Vergara'. Fue un
acuerdo intermedio: se firmaba la paz, pero se mantenÃ−an los fueros. La guerra habÃ−a concluido, a pesar
de que el general carlista Cabrera se mantuvo hasta 1840 luchando en Cataluña y en el Maestrazgo.
Paralelamente a la guerra, Mª Cristina tuvo que enfrentarse a la organización institucional del régimen.
Ya en 1834 los liberales moderados, que venÃ−an dominando el gobierno desde 1832 (Cea Bermúdez,
MartÃ−nez de la Rosa), habÃ−an promulgado el Estatuto Real, que estableció el sistema de gobierno
parlamentario. El Estatuto era una especie de `Carta Otorgada' (de Luis XVIII de Francia), que suponÃ−a un
primer paso hacia un régimen representativo, no absolutista, y la asunción implÃ−cita del liberalismo
doctrinario, teorÃ−a polÃ−tica que intentaba armonizar libertad y orden, basaba el gobierno en la capacidad y
veÃ−a en la riqueza un sÃ−mbolo de ella. Era, en otras palabras, la justificación teórica del sufragio
censitario y, por tanto, del gobierno de la burguesÃ−a adinerada.
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Este Estatuto no satisfizo a los liberales progresistas (o exaltados), iniciando una campaña contra
MartÃ−nez de la Rosa, que se vio obligado a dimitir a mediados de 1835. A partir de este momento, los
liberales exaltados se hicieron dueños del poder. Primero fue el conde de Toreno, que extremó la
polÃ−tica anticlerical. Después, Juan Ôlvarez de Mendizábal, cuya obra más destacada fue la
desamortización de los bienes de la Iglesia, es decir, su nacionalización y posterior venta.
La desvinculación de las propiedades eclesiásticas se realizó en tres fases mediante sucesivos decretos,
entre finales de 1835 y principios de 1836: 1ª) Supresión de todas las órdenes religiosas que no se
dedicasen a la beneficencia o a las misiones en Ultramar; 2ª) Se declararon “bienes nacionales” todas las
propiedades de los conventos y comunidades suprimidas; 3ª) Se sacaron estos bienes a subasta pública. Los
objetivos de la desamortización eran evidentes: se trataba de desmantelar el poder económico del clero,
considerado uno de los pilares básicos del Antiguo Régimen; proporcionar a la Hacienda pública
recursos necesarios para hacer frente a los gastos de guerra; y crear una clase de propietarios burgueses (los
compradores de los bienes subastados) que proporcionasen apoyo polÃ−tico al régimen liberal. La
desamortización de Mendizábal supuso la ruptura de relaciones diplomáticas del Gobierno español con
la Santa Sede.
Esta época supuso la configuración definitiva, a partir de 1835, del Partido Moderado, surgido a raÃ−z del
descontento ocasionado por las medidas anticlericales del Partido Progresista (o Exaltado), que a partir de
1844 se hará dueño del poder.
Mendizábal dimite en mayo de 1836 y sube al poder Francisco Javier Istúriz (moderado) que tuvo que
hacer frente a varias sublevaciones. Una de ellas se produjo en La Granja de San Ildefonso por un grupo de
sargentos con la exigencia de disminuir el precio del tabaco (se dice que el verdadero conspirador fue
Mendizábal), que obligaron a la regente a aceptar la Constitución de Cádiz. El asunto se resolvió
convocando Cortes que promulgaron un nuevo texto constitucional: la Constitución de 1837, que presentaba
una solución intermedia entre la Constitución de 1812 y el Estatuto Real. Se suceden una serie de
ministerios efÃ−meros, pero se va vislumbrando lo que habÃ−a de ser la clave de la polÃ−tica española en
todo el s. XIX: el predominio de los soldados prestigiosos.
A partir de 1837, se ahonda la división entre moderados y progresistas. Los moderados vuelven al poder
entre 1838 y 1840 dedicándose fundamentalmente a terminar el conflicto carlista. Al acabar éste, el
régimen liberal está ya consolidado en España y la alianza de los liberales y el trono deja de tener
sentido. Un nuevo pronunciamiento llevará al poder, con apoyo de los progresistas, al vencedor de los
carlistas: Baldomero Espartero.
â º REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)
Una vez terminada la guerra carlista, Mª Cristina se vio obligada a ceder la regencia al general Espartero.
Baldomero Espartero era un general liberal progresista, valeroso militar pero desastroso gobernante. HabÃ−a
llegado a la regencia en nombre de los progresistas, pero dado su personalista gobierno, muy pronto se
enemistó también con sus correligionarios. El regente, de otra parte, practicó una poco afortunada
polÃ−tica económica, tan desafortunada que le acarreó igualmente la oposición tanto de los industriales
como de los trabajadores, especialmente de los catalanes, que vieron hundirse sus fábricas textiles por la
polÃ−tica arancelaria llevada a cabo. Tras una serie de alzamientos que, como protesta contra el bombardeo
de Barcelona en 1842 para reprimir desmanes, estallaron en diversas ciudades (Reus, Valencia, Alicante y
Sevilla), una coalición de moderados y progresistas hubo de intervenir para obligar al regente a abandonar
España, rumbo a Londres (1843).
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