España de la erstauración

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TEMA 30. LA ESPAÃ A DE LA RESTAURACIÃ N (1875-1923)
• Reinado de Alfonso XII (1875-1885)
A finales de 1874, la Restauración alfonsina era inminente. El manifiesto de Sandhurst (colegio militar
inglés donde Alfonso era estudiante) fue una hábil propaganda a favor de la restauración borbónica
inspirada por Canovas del Castillo, el verdadero articulador del sistema de la Restauración. El ambiente
alfonsino se hacÃ−a cada vez más intenso en toda España, no sólo entre la aristocracia y el ejército,
sino también en el pueblo. Canovas estimaba que la Restauración deberÃ−a hacerse por la abrumadora
mayorÃ−a obtenida en unas Cortes Constituyentes, pero el general Serrano (que habÃ−a asumido el poder
después de la I República) nunca hubiese convocado estas Cortes.
Fue el pronunciamiento del general MartÃ−nez Campos (el 29 de diciembre de 1874), que proclamó rey de
España a Alfonso XII, el que acabó con el Sexenio Revolucionario y restauró la monarquÃ−a.
Se aprobó la constitución de un ministerio-regencia hasta la llegada del monarca el 14 de enero de 1875.
Con Alfonso XII se inicia uno de esos perÃ−odos de paz precaria durante los cuales España se recupera un
poco, aprovechando también la coyuntura de estabilidad general que conoce Europa en el último tercio del
s. XIX. La paz promueve un tÃ−mido renacimiento industrial, singularmente en Cataluña y en el PaÃ−s
Vasco.
Pero, sobre todo, la monarquÃ−a restaurada crea un ancho campo de convivencia entre los españoles de
diversa ideologÃ−a. AsÃ−, la responsabilidad en la dirección de la polÃ−tica española corresponde a tres
personajes: Alfonso XII, Canovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Estos dos últimos como
responsables de sus respectivos partidos polÃ−ticos que sabrán articularlos obviando los enfrentamientos
causantes del fracaso del Sexenio Revolucionario.
Con Alfonso XII concluyó la guerra carlista en 1876 y la paz interior que reinó en la penÃ−nsula permitió
un avance considerable en el proceso de su incorporación al ritmo europeo. Conforme a las corrientes
predominantes entonces en el continente europeo, Canovas del Castillo (espÃ−ritu y alma de la
Restauración) concibe el nuevo régimen español a la manera británica: como monarquÃ−a
parlamentaria bicameral y bipartidista (â lo hace como manera de romper con el sistema de hecho
unipartidista que -en beneficio del Partido Moderado- imperaba bajo el reinado de Isabel II). Las reglas del
juego establecidas por Canovas quedan expresadas en la Constitución de 1876 (la “Constitución de
Notables”) que parte de una declaración de derechos del hombre plenamente democrática pero en la que no
hay una estricta separación de poderes, sino que el ejecutivo reside en el rey y, en cambio, el legislativo lo
comparte el propio monarca y las Cortes [â El Senado era elegido por un sistema mixto electivo (senadores
designados por las corporaciones del Estado y entre los mayores terratenientes) o vitalicio (designados por el
rey). Los diputados eran elegidos, en principio, por sufragio censitario, y en 1890 por sufragio universal]. La
cuestión religiosa fue clave de opiniones enfrentadas ya que declara la religión católica como oficial del
Estado pero permitiendo la libertad de cultos, siendo éste último punto el que promovió las más
violentas polémicas.
Siempre con el modelo inglés por delante, Canovas constituye y encabeza el Partido Conservador, con
antiguos moderados y hombres de la Unión Liberal sobre todo. Y, a fin de hacer realidad el bipartidismo,
él mismo suscita indirectamente la formación de una oposición que se concentra en el Partido Liberal,
creado en torno a Práxedes Mateo Sagasta.
Tras un perÃ−odo de monopolio conservador del poder (1875-1881), en este último año acceden al
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gobierno los liberales (por primera vez en la historia de España sin necesidad de recurrir por ello a la
fuerza). En 1881 se inaugura con ello el turnismo caracterÃ−stico de la Restauración: el `turno pacÃ−fico'
entre los dos partidos que dominan la vida pública (â Ese turno no responde a una división real de los
españoles, sino a un acuerdo entre la minorÃ−a dirigente, que mantiene la ficción de democracia por
medio del amaño de las elecciones en favor del Gobierno -liberal o conservador- que en cada caso detenta el
poder. AsÃ−, al revés que en el Reino Unido, el Gabinete no se forma a tenor de los resultados del sufragio,
sino que cuando un gobierno se desgasta, es el rey el que llama a otros al poder, aconsejado por los
polÃ−ticos más relevantes. Y es el nuevo Gabinete, constituido de este modo, el que convoca y “hace” las
elecciones, amañándolas, fabricando los diputados necesarios para obtener la mayorÃ−a parlamentaria y
asÃ− poder gobernar. El analfabetismo y la inservibilidad polÃ−tica de los españoles serÃ−an las razones
aducidas para tal práctica).
Para el ejercicio de este sistema, cada uno de los partidos se apoya en personajes y personajillos locales, de
diversas categorÃ−as (provinciales, de partido, de aldea), que, por su posición económica, su prestigio
social o sus facultades para manejar a sus convecinos, pueden asegurar triunfos locales que permitan la
victoria general. Son los caciques, cuyo `trabajo' era remunerado con prebendas y destinos para ellos, sus
familiares y clientes y, sobre todo, con la codiciadÃ−sima supremacÃ−a polÃ−tica en su distrito.
AsÃ−, las dos piezas fundamentales donde se apoya el sistema serán, por un lado, los dirigentes polÃ−ticos
que en Madrid ocupan Ministerios, Senado y Congreso, pertenecientes por lo general a la oligarquÃ−a
terrateniente y nobiliaria, y, por otro, en los caciques pertenecientes a la oligarquÃ−a local.
• Regencia de MarÃ−a Cristina (1885-1902)
El turno pacÃ−fico supera felizmente la muerte de Alfonso XII en 1885: situación particularmente delicada
por la continua amenaza del levantamiento de carlistas y republicanos, ahora favorecida por el hecho de
quedar en el poder una mujer, MarÃ−a Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa del rey, extranjera
(apenas conocedora de España y apenas conocida de los españoles), y con descendencia sólo femenina
aunque en estado de embarazo. Sin embargo, el acuerdo de Canovas y Sagasta para mantener el sistema (el
Pacto del Pardo) y el nacimiento de Alfonso XIII, hijo póstumo del monarca fallecido, en 1886, permiten
superar la situación.
Durante la Regencia, el Partido Conservador se amplÃ−a por la derecha con la adhesión de los hombres de
Alejandro Pidal, personaje de familia polÃ−tica destacada, que por medio de una asociación de fieles -la
Unión Católica- consigue la atracción de elementos carlistas hacia la monarquÃ−a alfonsina. Como
contrapartida, el sector más moderado del republicanismo (los “posibilistas”, que acaudilla Castelar) prestan
su apoyo al Partido Liberal a fin de que pueda realizar mejor su programa de liberalización total de la
monarquÃ−a.
Cataluña (asentada en la industria textil), PaÃ−s Vasco (en la siderurgia) y Asturias (en la minerÃ−a) han
alcanzado un alto desarrollo industrial con un espectro social dinámico en el que se definen burguesÃ−a y
proletariado. El crecimiento del proletariado facilitó la difusión del socialismo. AsÃ−, el activismo obrero
adquiere una paulatina definición cuyos hitos principales son: 1º) la formación del Partido Socialista
Obrero Español (1879) fundado por Pablo Iglesias, y la constitución de una central sindical obrera, la UGT
en 1889; 2º) la obtención de la Ley de Asociaciones (1887) autorizando los sindicatos obreros; 3º) la ley
del sufragio universal masculino (1890) que permitÃ−a a los movimientos obreristas actuar con sentido
electoral.
Otro sistema polÃ−tico, el anarquismo, tuvo a fines del s. XIX, brotes peligrosos en España. A lo largo del
perÃ−odo surgieron brotes de anarquismo andaluz, como medio de protestar contra un régimen social
intolerable (motivado por las crisis agrÃ−colas y ante el reparto de la propiedad de la tierra). Con mayor
violencia y con preparación más inteligente estalló el anarquismo en Barcelona, que hacÃ−a mella tanto
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en figuras polÃ−ticas -como MartÃ−nez Campos o Canovas-, como en la explosión de bombas. La
situación miserable e insostenible del proletariado español daba lugar a una violenta expresión obrera
contra el dominio oligárquico.
La relativa estabilidad de los partidos turnantes se vio interrumpida por las guerras de Ultramar. Durante este
perÃ−odo estalla la guerra de independencia de Cuba, en 1895, apoyada por Estados Unidos. ParecÃ−a que el
problema colonial habÃ−a terminado con la Paz de Zanjón (1878) y la conversión de Cuba en provincia
española. Pero en 1895 se produce la sublevación de los manigüeros y cubanos conocida como “Grito de
Baire”; el Partido Revolucionario Cubano, dirigido por José MartÃ−, que emprende una guerra
secesionista, y el afán imperialista norteamericano chocarán con la intervención del General Weyler
sobrevalorando las posibilidades bélicas españolas y con la opinión pública española que no se
percata de la realidad del conflicto.
La guerra se complicó con el levantamiento rebelde en Filipinas en 1896, dirigido por José Rizal.
El gobierno liberal de Sagasta, en noviembre de 1897, concedió por fin la ansiada autonomÃ−a, pero esta
determinación llegaba tarde (además fue rechazada por los españoles de La Habana), ya que los
separatistas cubanos se afirmaron en la declaración de independencia. Fue entonces cuando EE.UU., con
ambiciones imperialistas, propuso a España la compra de Cuba, siendo rechazada la proposición. AsÃ−,
con el pretexto de proteger a los súbditos norteamericanos residentes en Cuba, que en realidad no corrÃ−an
ningún peligro, envió al puerto de La Habana al acorazado `Maine' (â En realidad, EEUU, que apoyaba
abiertamente a los rebeldes, intentaba presionar al gobierno español). Una explosión espontánea en el
interior del `Maine' provocó su hundimiento el 15 de febrero de 1898. EEUU acusó del hecho a los
españoles sin mediar comprobación y halló un pretexto para declarar la guerra a España. La inmensa
superioridad numérica y técnica de las fuerzas navales y terrestres norteamericanas dio a éstas fácil
victoria.
Por el Tratado de ParÃ−s de 1898, España reconoció la independencia de Cuba y cedió Puerto Rico,
Guam y las islas Filipinas a los EE.UU., por las que recibió en compensación 20 millones de dólares (â
Las antiguas provincias españolas de ultramar se convertÃ−an ahora en colonias de una potencia
explotadora -no misional, como era España- y que, convencida de la superioridad de la raza sajona, miraba
con menosprecio a criollos, mestizos, mulatos y negros. De ahÃ− la reacción de los nativos defraudados: la
hostilidad de Cuba hacia sus dominadores, a pesar de su ficticia independencia, ha creado a los EEUU el que
acaso sea el más grave de sus problemas; Puerto Rico, que habÃ−a obtenido de España una amplia
autonomÃ−a, estaba reducida ahora a una durÃ−sima dominación militar, que no concedÃ−a a los nativos
ningún derecho).
España inició el siglo conmocionada por el desastre de 1898 en la guerra con EEUU. La pérdida de
Cuba, Puerto Rico y Filipinas confirmó que habÃ−a dejado de ser una potencia colonial, desbancada por los
poderosos europeos y americanos. En el interior se vio el desfase entre la España `oficial' y la España
`real': era necesario regenerar el sistema polÃ−tico, económico y social, vigente desde la restauración
alfonsina.
Durante los últimos años de la Regencia, sigue vigente el sistema de turnos: ahora entre Francisco Silvela
(sucesor de Canovas, tras su muerte en 1897, a manos del anarquista Angiolillo) y Sagasta.
Sin embargo, el sistema de turnos estaba agotado al no renovarse el programa de los partidos que componen
dicho sistema, sobre todo del Partido Liberal. AsÃ−, mientras el Partido Conservador adopta el ideario del
“regeneracionismo” (que preconiza una polÃ−tica realista, eminentemente pragmática, dirigida al fomento
de las fuentes de riqueza -por ejemplo, la polÃ−tica hidráulica-, al saneamiento de la Hacienda Pública por
medio de la reducción de gastos, al descuaje del caciquismo y, en último término, de todo lo que
suponga supeditación del paÃ−s a intereses creados o al recuerdo de glorias del pasado -como habÃ−a
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ocurrido en parte con las guerras ultramarinas-), el Partido Liberal ha quedado sin programa, y no ve otra
solución que acudir a la ficción de reavivar el viejo rescoldo del anticlericalismo como manera de
revitalizar y reagrupar sus huestes.
• Reinado de Alfonso XIII (1902-1923) = MonarquÃ−a constitucional=
En 1902 fue declarado mayor de edad el rey Alfonso XIII quien continuó gobernando con el turno
pacÃ−fico de los dos partidos mayoritarios. Sin embargo, la oposición al sistema de turnos era cada vez
más clara. AsÃ−, estaban los partidos antidinásticos (carlistas por la derecha y republicanos por la
izquierda), los nacionalismos periféricos (sobre todo el catalanismo) y el movimiento obrero en sus dos
vertientes (socialista y anarquista).
Estos primeros años del siglo los republicanos formaron un importante partido de masas en torno a Lerroux
(el republicanismo radical), y al final de la época otro sector de republicanos intelectuales crearÃ−a el
partido reformista.
El problema de los regionalismos comienza a plantearse ahora, especialmente el regionalismo catalán.
Cataluña habÃ−a conocido durante la segunda mitad del s. XIX un renacer de su cultura propia
(Renaixença). Pero, además, la pérdida de las colonias de ultramar habÃ−a afectado a los intereses
económicos catalanes, abundantes en las islas. Este catalanismo cultural y regionalista dio origen a la “Lliga”
de Francesc Cambó, fundada en 1901, que se proponÃ−a la obtención de libertades autonómicas,
garantizadoras de un desarrollo vital para Cataluña. Los años iniciales de la Lliga resultaron difÃ−ciles.
Sin embargo, el nuevo partido se afianzó mediante la creación, en 1905-06, de “Solidaritat Catalana”,
amplia alianza que integraba las fuerzas más dispares, con la intención de propugnar la organización
autonomista del Estado. Probablemente el ejemplo de Cataluña fue un factor importante para la formación
de un nacionalismo vasco. Hubo otros movimientos regionalistas (valenciano y gallego), pero fueron
esencialmente culturales.
En cuanto al movimiento obrero, España no habÃ−a conseguido hasta entonces, como otros paÃ−ses
europeos, un sindicalismo que fuese a la vez reivindicativo, fuerte y reformista. HabÃ−a oscilado entre el
paternalismo de los sindicatos católicos (â habÃ−an alcanzado gran importancia, principalmente en el
sector agrario. Hacia finales del s. XIX habÃ−an comenzado a desarrollarse como sindicalismo mixto, de
patrono y obreros, y sólo a comienzos del s. XX, y muy polémica y tÃ−midamente, como sindicalismo
horizontal) y el radicalismo de la UGT, socialista de hecho (la sindicalista revolucionaria CNT no serÃ−a
creada hasta 1910-11). Anarquismo y socialismo se habÃ−an venido repartiendo la geografÃ−a industrial
española. Mientras el primero se habÃ−a hecho especialmente influyente en Cataluña y Valencia; Madrid,
Bilbao y Asturias eran los centros del socialismo.
PolÃ−ticamente, el sistema de turnos continuaba. En 1907, el conservador Antonio Maura sube al poder para
inaugurar el llamado `Gobierno largo' (1907-1909). Maura intentó resolver la disociación entre la España
oficial y la España real mediante la “revolución desde arriba”. AsÃ−, procura la transformación del
Estado mediante un programa “regeneracionista”:
• Concibió un movimiento de aproximación mutua entre el Estado y el pueblo: el Estado tenÃ−a que
acercarse al pueblo, humanizándose, creando unas instituciones y unos organismos que fueses
auténticos medios de servicio público; y al mismo tiempo, el pueblo tenÃ−a que tomar conciencia de su
“ciudadanÃ−a”, considerando lo público como algo propio.
• Para acabar con el caciquismo presentó a las Cortes la reforma de la Ley Electoral de 1907 -con
garantÃ−as jurÃ−dicas que frenaran el fraude y la manipulación electoral- y la Ley de Administración
Local, que ampliaba considerablemente la autonomÃ−a municipal. Pero su proyecto fracasó por la
oposición de republicanos y socialistas.
• Para contentar las aspiraciones regionalistas ofertó la creación de mancomunidades como estructura
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interprovincial.
• Con la ley de 1909 legitimaba por primera vez en España el derecho de huelga, dentro de determinadas
condiciones legales, y reconocÃ−a el derecho obrero de asociarse en sindicatos.
• Creó el Instituto Nacional de Previsión (INP) para regular las cuestiones sociales.
• Desarrolló una polÃ−tica económica de signo nacionalista, con un amplio programa de construcciones
navales con el que resurgió la industria naval y se reconstruyó nuestra flota.
Pero una grave crisis vino a hacer naufragar tal esquema maurista: la Semana Trágica de Barcelona en julio
de 1909. La Semana Trágica, estallido anarquizante provocado por el envÃ−o de tropas reservistas hacia
Melilla para asegurar la plaza contra los ataques de los rifeños, serÃ−a el punto inicial de una serie de
acontecimientos que iban a hacer imposible la convivencia de los españoles en los años siguientes. Fue
una huelga general de protesta organizada por socialistas, anarquistas y republicanos, una revolución social
de signo anticlerical de extraordinaria importancia en la que el pueblo realizó toda clase de atropellos (â
se quemaron monumentos ilustres y obras de arte capitales, se destruyeron puentes y ferrocarriles y edificios
dedicados a la enseñanza). El gobierno tuvo que actuar con energÃ−a, aunque quizá un tanto
precipitadamente, tanto Maura como su ministro de la Guerra, Linares. Varios de entre los culpables fueron
ejecutados. El más conocido de ellos, Francisco Ferrer Guardia (fundador de la agrupación anarquista
`Escuela Moderna') provocó al ser fusilado una protesta de amplitud europea (â en realidad, de un amplio
movimiento masónico de carácter internacional). En España, el “¡Maura, no!” de la izquierda (del
republicanismo de Lerroux y del obrerismo militante) comenzó a difundirse por todas partes. Los liberales,
por su parte, que desde 1908 habÃ−a venido formando parte del Bloque de Izquierdas, aprovecharon la
oportunidad que les brindaba la protesta de los extremistas. Se negaron a prestar en las Cortes cualquier tipo
de apoyo a los conservadores si éstos seguÃ−an en el poder. Ante tal cúmulo de circunstancias, Antonio
Maura presentó su dimisión que el rey se vio finalmente obligado a aceptar.
Ello supuso la llegada al Gobierno del Partido Liberal en 1909. Un breve gobierno de Moret, dio paso al
gobierno de José Canalejas en 1910. Durante su mandato, Canalejas tuvo que replantear otro de los grandes
problemas de la Restauración: el religioso. El lÃ−der liberal alternó una polÃ−tica de atracción de las
izquierdas anticlericales con concesiones más aparentes que reales (â Ley del candado de 1910, mediante
la que prohibió el establecimiento en España de cualquier nueva orden religiosa durante dos años, siendo
asÃ− que ya se hallaban en ella prácticamente todas) con una serie de aproximaciones diplomáticas a la
Santa Sede, encaminadas a tranquilizar al Vaticano acerca del alcance de las medidas de gobierno que
parecÃ−an lesionar los derechos de la Iglesia.
Su programa incluÃ−a la sustitución del impopular impuesto de consumos por uno progresivo sobre las
rentas de la burguesÃ−a y la implantación del servicio militar obligatorio, que venÃ−a a suprimir la
situación de privilegio de aquellos que pagaban una cuota para librarse de él.
Sin embargo, su polÃ−tica ambigua le valió la hostilidad de la izquierda (que le acusaba de la continuación
de la guerra de Marruecos y de la dura represión que contra las organizaciones obreras habÃ−a desplegado a
lo largo de los conflictos laborales) y de los ultracatólicos (por la Ley del candado).
En noviembre de 1912, Canalejas fue asesinado en la madrileña Puerta del Sol por el anarquista Manuel
Padiña (que se suicidó después de cometer el atentado). A partir de entonces se aceleró la escisión
definitiva de los partidos turnantes, fracasando la “revolución desde arriba” intentada por el
regeneracionismo.
El primer afectado por la pérdida de su lÃ−der fue el propio Partido Liberal. Se inició una pugna en su
seno por la sucesión. GarcÃ−a Prieto, ministro de Estado, y el conde de Romanones, antiguo ministro de
Instrucción Pública y presidente del Congreso de Diputados, quedaron como candidatos para el relevo, y
acabaron por dividir en dos el partido (1913).
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Por su parte, la negativa de Maura a seguir turnando en el Gobierno con el Partido Liberal (en vista del
comportamiento de éste en la crisis de 1909), provocó la división también del Partido Conservador
entre los mauristas y los `idóneos' de Eduardo Dato, dispuestos éstos a seguir turnando con los liberales.
Mientras tanto, los grupos marginados del poder tampoco parecÃ−an capaces de constituir una alternativa
polÃ−tica a los partidos dinásticos; únicamente la conjunción republicano-socialista a partir de 1910
potenció bastante el peso polÃ−tico del partido socialista.
En fin, a partir de 1913 la descomposición de los partidos históricos estaba consumada, y la dirección
polÃ−tica quedó encomendada a los llamados “idóneos”, conservadores que se unieron a Dato (eran
hombres acomodaticios, enemigos de lanzarse a aventuras reformistas, que a su modo de ver podÃ−an
resultar peligrosas).
El gabinete Dato de 1913 fue bien visto en la medida en que suponÃ−a el rechazo casi definitivo de Maura.
Pero, ante todo, su Gobierno destacó por su esfuerzo en mantener cuidadosamente la neutralidad en la
Primera Guerra Mundial (â aunque la sociedad sÃ− tomó partido por uno u otro bando. Por un lado,
estaban los “aliadófilos” -intelectuales, socialistas e izquierda-, y por otro, los germanófilos -extrema
derecha, conservadores y base del Partido Liberal-). España carecÃ−a de motivos para estar presente en las
contiendas internacionales, con la excepción de la expectativa de un protectorado en Marruecos (Tratado de
1912).
No obstante, y pese a su neutralidad, la guerra alteró toda la vida nacional:
1.- Supuso un gran estÃ−mulo para la actividad económica: se benefició de las numerosas exportaciones de
materias primas, productos agrÃ−colas y artÃ−culos industriales a los paÃ−ses beligerantes (que lo
compraban todo, a altos precios, sin reparar en la calidad), lo que posibilitó la nacionalización de la deuda
exterior, recuperación de la mayorÃ−a de las inversiones extranjeras y notable incremento de sus reservas de
oro. Pero no supo aprovechar la oportunidad de realizar un auténtico crecimiento económico con la
industria, mejorando el utillaje y sus técnicas de producción; además el aumento de las exportaciones sin
un paralelo incremento de la producción disparó los precios, mientras los salarios crecÃ−an menos.
2.- Estos cambios económicos influyeron en la sociedad: mientras la burguesÃ−a se enriquecÃ−a, el
proletariado y las clases medias que vivÃ−an de un sueldo o pensión fijos se empobrecÃ−an. Ello provocó
una tensa situación social, que alimentó a los sindicatos, sobre todo UGT y CNT, que crecieron
considerablemente. Y frente a ello, se vio la incapacidad del sistema polÃ−tico para dar respuesta al malestar
social.
Dato se mantuvo en el poder durante dos años (1914-15). Vivió en la neutralidad y de mantener el
Parlamento cerrado el mayor tiempo posible. Fue muy criticado por no adoptar medidas adecuadas -en
materia económica- a la situación internacional de guerra, tan aparentemente favorable a España. Pero a
la postre, en diciembre de 1915, regresó al poder el conde de Romanones, que se limitarÃ−a a sostener una
polÃ−tica similar a la seguida por el anterior gabinete conservador.
En el poder, sucedió a Romanones en 1917 GarcÃ−a Prieto. Fue en este año, cuando el triunfo de los
aliados en la gran contienda internacional era inminente, cuando España vivió una grave crisis que
minarÃ−a lo que aún quedaba del régimen de la Restauración.
Esta crisis, que se planteó en el verano de 1917, se desarrolló en tres momentos:
• Juntas Militares de Defensa.- Los militares estaban descontentos por la actitud de abandono del gobierno, la
burocratización del cuerpo, el favoritismo en recompensas y ascensos, los bajos sueldos, etc. Por todo ello
organizaron las Juntas, especie de sindicatos propios que protestaban contra la situación. Después de la
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dimisión del gobierno liberal de GarcÃ−a Prieto, el gabinete conservador que presidÃ−a Dato (de nuevo
en el poder desde abril) dio estado legal a las Juntas y aprobó su reglamento (â Ello significó una
tremenda claudicación del poder civil. A partir de entonces el Gobierno tuvo que contar con los militares).
• Asamblea de parlamentarios.- Como protesta ante el cierre casi permanente de las Cortes, regionalistas
catalanes, republicanos, radicales y socialistas se enfrentaron a Dato amenazándole con reunir en Madrid
una Asamblea Nacional de Parlamentarios al margen de las Cortes; aunque no se hizo, los parlamentarios
catalanes de la Lliga de Cambó y de Ezquerra Republicana sÃ− se reunieron en julio de 1917 en
Barcelona, pese a la prohibición del Gobierno. La Asamblea representaba la entrada en polÃ−tica de
nuevos sectores: intelectuales y burguesÃ−a activa (no la terrateniente y rentista base del sistema
canovista). PretendÃ−a lanzar todas las fuerzas del paÃ−s contra el Estado, y conseguir no sólo un cambio
de régimen sino también de fuerzas y estamentos rectores. Pero la crisis social que entonces se produjo
hizo temer a los asambleÃ−stas una desviación hacia posturas socialistas, y se disolvieron
espontáneamente. AllÃ− se vio la imposibilidad de colaboración entre todas las fuerzas polÃ−ticas del
paÃ−s.
• Huelga general revolucionaria.- Durante la Gran Guerra el movimiento obrero español creció bastante.
Este fortalecimiento, unido a la mala situación económica de las clases bajas y la subida de los precios
agravó la protesta social, que a partir de 1916 fue canalizada por las dos centrales sindicales mayoritarias
que empezaron a colaborar; en marzo de 1917 pidieron al gobierno solución al problema de las
subsistencias, y en agosto estallaba una huelga dirigida por republicanos y socialistas -la huelga se
convocó en realidad como efecto al conflicto que se vivÃ−a en Valencia entre los ferroviarios y la
CompañÃ−a del Norte-, que trataron de aprovechar la evidente crisis polÃ−tica de aquellos meses para
provocar un colapso del régimen. El método serÃ−a el paro general con una huelga pacÃ−fica, que no
darÃ−a lugar a la represión; el objetivo era la abdicación del rey y la implantación de la república. Los
anarquistas secundaron la huelga, pero no la no-violencia. Por ello, en las grandes ciudades se produjeron
grandes incidentes que obligaron al gobierno a recurrir al Ejército. Los militares se unieron al Gobierno y
sofocaron la rebelión proletaria. Por su parte, los parlamentarios reunidos en Barcelona se asustaron ante
el cariz que tomaba el asunto, y obedecieron la orden de disolución dada en Madrid.
En suma, la burguesÃ−a se unÃ−a frente a la amenaza de la insurrección proletaria, y el Ejército, que se
podÃ−a haber considerado como un elemento renovador, se opuso radicalmente a la revolución social,
apoyando al poder. Por tanto, la crisis de 1917 terminó realmente en nada, y todas las reformas necesarias
quedaron pendientes. Lo que pudo ser el fin de la monarquÃ−a no lo fue por la imposibilidad para conciliar
los intereses de militares, catalanistas, republicanos y socialistas. Una nueva coincidencia no se darÃ−a hasta
1931.
GarcÃ−a Prieto volvió a formar gobierno, pero esta vez ya no fue un Gabinete homogéneo de partido. El
turnismo se habÃ−a, por fin, agotado y hasta 1923 se acudió a gobiernos de concentración. AsÃ−, el primer
gabinete de concentración de la Restauración se formó con ministros liberales, catalanistas (Ventosa,
Rodés) y algún conservador (La Cierva). (â Estos gobiernos de concentración tuvieron graves
inconvenientes: la heterogeneidad de las tendencias, que impedÃ−a la existencia de cualquier programa
coherente; y la desaparición de la dinámica del turnismo, pues mientras el sistema canovista se basaba en la
oposición de dos fuerzas incompatibles simultáneamente, pero ambas necesarias al régimen y que se
turnaban en el poder, los gabinetes de concentración, en cambio, al exigir esta simultaneidad rompieron el
mecanismo y acabaron con lo que aún quedaba de ficción entre mayorÃ−a y oposición. El año 1917 fue
el de la caducidad definitiva del sistema de turnos). En 1918 y 1921 se repitió el intento de aglutinar en el
Gobierno, bajo la presidencia de Antonio Maura, a todas las fuerzas que estuviesen dispuestas a colaborar con
la monarquÃ−a (liberales, conservadores, catalanistas, reformistas...). Pero todo fue en vano. La compleja
crisis que la paz de la Primera Guerra Mundial trajo consigo se concretarÃ−a en breve en multitud de
cuestiones: oleada de terrorismo (especialmente en Barcelona); huelgas laborales tan importantes como la
`Canadiense' (1919) y la huelga general de marzo de ese mismo año; asesinato de Dato, a la sazón jefe de
Gobierno (1921); malestar social debido a la diferencia entre salarios y precios; y, de otro lado, el problema de
Marruecos (â AllÃ−, tras los acuerdos con Francia, nuestra zona de influencia quedó limitada a las
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montañas del Rif y la Yebala, sin ningún valor económico y difÃ−ciles de mantener. La guerra que
España mantenÃ−a en Marruecos (1909-1927) adquirió después de la crisis de 1919 un primer plano de
actualidad al terminar la Primera Guerra Mundial. En 1921 se producÃ−a el desastre de Annual, donde más
de 10.000 soldados españoles cayeron muertos ante las tropas rifeñas de Abd-El-Krim). Esta guerra fue
desde siempre muy impopular y esta oposición encontró respaldo en algunas fuerzas polÃ−ticas y en la
opinión pública en general. En las responsabilidades de la guerra de Ôfrica se pretendió implicar al
Ejército y al monarca. Y el Ejército, que captó el deseo de muchos españoles de que se pusiera fin a
un parlamentarismo estéril, y que por otra parte no querÃ−a verse envuelto en las salpicaduras de esa
exigencia de responsabilidades, provocó el 13 de septiembre de 1923, un golpe de Estado, al frente del cual
se hallaba el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera.
= AsÃ−, podemos hablar de dos factores que determinan la dictadura de Primo de Rivera. El primero está
centrado sobre el proceso de responsabilidades por Annual. El segundo reside en la incapacidad de los
gobiernos parlamentarios del régimen para hacer frente a la violencia y espontaneÃ−smo de conflictividad
social que asolaban el paÃ−s.
Otra teorÃ−a mantiene que el golpe de Estado se produjo con la finalidad de cortar la posibilidad de un
movimiento revolucionario y de evitar que se llegara hasta el fondo en las investigaciones de los desastres de
Marruecos (â este golpe de Estado tuvo el apoyo de la monarquÃ−a y de la alta jerarquÃ−a militar).=
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