El Vaticano y las políticas de salud reproductiva

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El Vaticano y las políticas
de salud reproductiva
Conferencia auspiciada por el Grupo Parlamentario
Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva
del Parlamento Británico
Londres, Reino Unido
por Frances Kissling
con una introducción de Geoffrey Clifton-Brown, Miembro del Parlamento
Catholics for a Free Choice
[Portadilla]
El Vaticano y las políticas
de salud reproductiva
Conferencia auspiciada por el Grupo Parlamentario
Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva
del Parlamento Británico
Frances Kissling
Presidenta de Catholics for a Free Choice
Salón Moses, Casa de los Lores
Palacio de Westminster, Londres,
31 de enero de 1996
Traducción: Eduardo Barraza
Agradecemos la ayuda de Marysa Navarro-Aranguren en la revisión y edición de
este documento
Índice
Resumen, por Frances Kissling
Introducción,
Parlamento
por
Geoffrey
Clifton-Brown,
Miembro
del
El Vaticano y las políticas de salud reproductiva, por Frances
Kissling
Acerca de Catholics for a Free Choice
© 1997 by Catholics for a Free Choice. Todos los derechos reservados. Primera
edición en castellano, 1999.
Frances Kissling, Presidenta de Catholics for a Free Choice (CFFC)
desde 1982, ha participado activamente en el movimiento de mujeres
por la salud desde 1970. Ha tenido también una actuación destacada
en los esfuerzos por mejorar el estatus de las mujeres en la Iglesia
Católica y en la sociedad a nivel nacional e internacional. Es
fundadora del Global Fund for Women y de la International
Network of Feminists Interested in Reproductive Health and Ethics
(IN/FIRE). Ha sido tesorera de la International Women´s Health
Coalition y fundadora de la Religious Consultation on Population,
Reproductive Health, and Ethics.
Geoffrey Clifton-Brown, ARICS, Miembro del Parlamento, fue
electo presidente del Grupo Parlamentario Plural para la Población,
el Desarrollo y la Salud Reproductiva del Parlamento Británico en
noviembre de 1995. Nacido en 1953, se educó en Eton y en el Royal
Agricultural College en Cirencester, donde se graduó de Perito
Agrimensor. Es director de su establecimiento agrícola en Norfolk.
Entró al Parlamento como representante del partido conservador
elegido por el distrito rural de Cirencester y de Tewkesbury en
Gloucestershire, en 1992. Se unió de inmediato al Grupo
Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud
Reproductiva. Miembro del Comité Selecto de Medio Ambiente
desde 1992, fue nombrado Secretario Privado Parlamentario del
Ministerio de Agricultura en 1994. Es ciudadano honorario de la
ciudad de Londres.
Resumen
por Frances Kissling, Presidenta
Esta conferencia examina la participación de la Iglesia
católica en la elaboración de políticas públicas —
específicamente sobre el género, la sexualidad y la salud
reproductiva— y ofrece pautas a parlamentarias y
parlamentarios, legisladoras y legisladores, para evaluar las
posiciones de quienes defienden principios religiosos sobre
estos temas.
Uno de los problemas más complejos en la elaboración
de leyes y políticas públicas es determinar con precisión el
papel que tienen las instituciones religiosas en su formulación.
Es indudable que la religión puede estar —y de hecho lo ha
estado— al servicio de los derechos humanos, de la justicia
social y del bien común. Por otro lado, algunos señalan la
religión como una fuerza que da ímpetu a los sectores que se
resisten a aceptar los cambios en la situación legal que
permita a las mujeres el ejercicio de sus derechos, en
particular sus derechos reproductivos. La Iglesia Católica
Apostólica y Romana, en particular, tiene una participación
política destacada en temas de trascendencia nacional e
internacional, con el objetivo de preservar un punto de vista
religioso sobre el género, la sexualidad y la reproducción,
ampliamente rechazado desde hace mucho tiempo. Y
naturalmente, los principios religiosos traducidos a políticas
públicas no afectan únicamente a católicos y católicas. Toda la
ciudadanía está sujeta a esas leyes.
Las parlamentarias y los parlamentarios, como todas las
personas que elaboran políticas públicas, tienen que evaluar
las posiciones de la Iglesia, como evaluarían las de
organizaciones no gubernamentales, tales como las agencias
de atención a la niñez, los grupos de derechos de las mujeres y
los que trabajan sobre el medio ambiente. Aunque ciertos
dirigentes eclesiáticos tengan dificultad en aceptar este
principio-- por considerar que ocupan un lugar sagrado en el
proceso político—no es aceptable que los dirigentes políticos
les concedan ese espacio y los consideren actores
privilegiados.
Para evaluar posiciones sobre políticas públicas,
provengan de grupos religiosos o de cualquier otra clase, las
legisladoras y los legisladores pueden usar estos criterios:
1. ¿A quiénes dice representar el grupo? ¿Representa
verdaderamente el sector que dice representar?
2. ¿Son sus datos exactos y válidos?
3. ¿Son propuestas de políticas que respetan los
derechos de todas las personas en la sociedad y
sirven al bien común? ¿Son propuestas que
respetan otras religiones, el pluralismo y la
tolerancia?
4. ¿Son políticas viables?
Como se muestra en este documento, las posiciones de la
Iglesia católica romana relacionadas con políticas públicas
sobre género, sexualidad y salud reproductiva no se ajustan a
estos criterios.
Una nota final se refiere a la manera como la Iglesia
presenta su posición: muchas teólogas y teólogos católicos han
criticado el modo como la Iglesia ha fallado en expresar los
alcances de su enseñanza en torno al aborto. Por ejemplo, los
dirigentes eclesiásticos rara vez han reconocido en el discurso,
si acaso lo han hecho, lo que fue admitido oficialmente en la
“Declaración de la Sagrada Congregación de la Doctrina de
la Fe sobre el aborto provocado” de 1974, a saber, que el
Vaticano no sabe cuándo se convierte el feto en persona. Y
puesto que no se sabe, las personas son libres de acudir a su
conciencia para tomar buenas decisiones morales.
Los dirigentes de la Iglesia han optado por no confiar en
la capacidad de las mujeres para tomar estas decisiones, y
buscan la manera de acabar todo debate o diálogo al respecto.
Esta negativa no es aceptable para la mayoría de las y los
creyentes católicos, y no es ciertamente el mejor camino para
elaborar políticas públicas. Con ejemplos de las acciones de la
Iglesia, este documento ofrece a quienes hacen políticas
públicas un incentivo para contrarrestar esos esfuerzos.
Introducción
por Geoffrey Clifton-Brown, ARICS, Miembro del Parlamento
Desde su concepción en 1979, el Grupo Parlamentario Plural
para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva, que
tengo el honor de presidir, ha creado la tradición de invitar al
Parlamento a conferencistas relevantes para los propósitos del
Grupo. El fin es tratar asuntos destacados del dominio público
que se relacionan con la población y la salud reproductiva.
El Grupo, compuesto por una sección transversal de
alrededor de 100 parlamentarias y parlamentarios tanto en la
Casa de los Comunes como en la de los Lores, está dirigido
por un comité igualmente transversal de quince
parlamentarias y parlamentarios de ambas casas. Ha logrado
que el gobierno dirija su atención a las necesidades de un
mayor acceso a los servicios de salud reproductiva y a la
distribución de atención a la salud reproductiva, en particular
en los países en desarrollo, así como también a la necesidad de
acceso universal a todos los métodos de planificación familiar
en el Reino Unido.
El Grupo busca influir en los autores de las políticas
gubernamentales en estas materias. Mi predecesor, Richard
Ottaway, Miembro del Parlamento, abrió el camino al ser
invitado a formar parte de la delegación del gobierno del
Reino Unido a la Conferencia Internacional sobre Población y
Desarrollo de 1994, celebrada por la Organización de las
Naciones Unidas en El Cairo. Otra integrante de nuestro
comité, la baronesa Gould of Potternewton, presidió la
delegación del Consejo Europeo durante la Cuarta
Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing, en 1995.
El Grupo mantiene una relación estrecha con quienes
comparten sus puntos de vista en Europa y otros continentes,
y alienta a las parlamentarias y los parlamentarios nuevos en
el tema a formar grupos parlamentarios adecuados a sus
propios sistemas organizativos para promover los derechos
reproductivos en sus propios parlamentos. Estas actividades
se han intensificado como parte del seguimiento del Programa
de Acción de El Cairo.
En este contexto, y reconociendo la importancia de la
influencia de la Santa Sede en las políticas mundiales de
población y salud reproductiva, en enero de 1996 los
integrantes del Grupo tuvieron el privilegio de convocar a una
reunión en el prestigiado Salón Moses de la Casa de los Lores.
Un distinguido público de más de 100 invitados tuvo la
oportunidad de escuchar y debatir la conferencia dictada por
la presidenta de Catholics for a Free Choice, Frances Kissling,
titulada “El Vaticano y las políticas de salud reproductiva”.
Asistieron parlamentarias y parlamentarios, prensa y altos
representantes de organizaciones no gubernamentales. Entre
ellos estuvieron la prensa católica, el Catholic Fund for
Overseas Development (CAFOD) y Catholics for a Changing
Church.
Frances Kissling fue una expositora eficaz y convincente.
Su informado y sucinto análisis del papel que juegan las
instituciones religiosas, y en particular la Iglesia católica
romana, en la formulación de las políticas que afectan los
derechos de las mujeres, la sexualidad y la atención a la salud
reproductiva, fue sin duda de gran interés para las y los
presentes. La Iglesia católica romana, en su calidad de “estado
nación”, se ha revelado en las ultimas décadas como un
importante actor político en varias conferencias mundiales de
las Naciones Unidas en las cuales el estatus de las mujeres ha
sido, si no central, al menos relevante en las discusiones. El
Vaticano ha promovido visiones negativas de los métodos
artificiales de planificación familiar y el aborto seguro, y por
lo tanto ha negado los derechos y el estatus de las mujeres. La
valentía de Frances Kissling y de Catholics for a Free Choice
de usar sus derechos democráticos para hablar abiertamente
de esos puntos de vista, permaneciendo fieles a su fe en la
Iglesia católica romana, provocó tanto la admiración general
como críticas, y condujo a una animada discusión plenaria.
El Grupo Plural le está agradecido a Frances Kissling por
haber usado su plataforma en el Parlamento y por haber
iluminado a las parlamentarias y los parlamentarios y a las
personas invitadas acerca de los objetivos del Vaticano y de
Catholics for a Free Choice, respectivamente, en el debate
sobre el estatus y los derechos reproductivos de las mujeres.
Ha sido una de las ocasiones más alentadoras en que he
tenido la fortuna de presidir en nombre del Grupo
Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la
Salud Reproductiva.
Casa de los Comunes, Londres, enero de 1996.
El Vaticano y las políticas
de salud reproductiva
por Frances Kissling
Una de las cuestiones más importantes y complejas en la
elaboración de políticas públicas y leyes es el papel que tienen
en su formulación las instituciones religiosas. La pregunta
más frecuente surge en relación con el activismo político de
los grupos conservadores en el contexto de la política social
que abarca lo que por tradición se ha definido como la esfera
privada: la vida familiar, los derechos y papeles de las mujeres
en la vida pública, la sexualidad y la reproducción. Los
avances alcanzados en la protección legal de las mujeres
contra la discriminación y en el desarrollo de la definición de
los derechos individuales a tomar decisiones respecto a tener
o no tener descendencia, cuando y de qué manera, han
producido un significativo contragolpe cultural y político, en
especial entre los grupos religiosos conservadores. Al mismo
tiempo, las instituciones religiosas han hecho una enorme
contribución a la sociedad moderna. Desde la ayuda
humanitaria, incluyendo la provisión de atención a la salud y
la educación, al papel de mediación en el arreglo de
intratables conflictos civiles, la religión ha sido vista como una
fuerza para hacer el bien y una aliada de los gobiernos.
La presente exposición explora estas cuestiones a través
de los lentes de la participación católica romana en los foros
nacionales
e
internacionales. Proporcionaré
a
las
parlamentarias y parlamentarios, y a quienes con ellos
elaboran políticas públicas, algunos lineamientos para evaluar
a quienes defienden posiciones basadas en principios
religiosos. Por último, ofrezco algunas certezas personales
referentes a las diferencias de opinión entre la feligresía
católica y los representantes oficiales de la Iglesia católica.
Se preguntarán por qué debemos interesarnos en los
puntos de vista de la Iglesia católica romana sobre temas de
políticas públicas. Después de todo, la Iglesia es una
institución religiosa, y un principio de las sociedades
democráticas es la libertad religiosa, contexto en el que la
Iglesia católica tiene derecho a proponer sus puntos de vista,
valores y principios. En la comunidad católica estos puntos de
vista y valores se asumen con gran seriedad. Pero ¿qué papel
juegan dichas posiciones en las vidas de quienes no son
católicos o en la vida política de un país?
Desde la Conferencia sobre Población y Desarrollo de El
Cairo (1994) y la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de
Beijing (1995), ha sido cada vez más patente por qué los
puntos de vista del establecimiento católico afectan tanto a las
personas católicas como a quienes no lo son. En esas
conferencias, quizá por primera vez en el siglo XX, la Iglesia,
en su calidad de Estado, fue un notorio actor político en
asuntos de trascendencia nacional e internacional. Los
derechos de las mujeres, la sexualidad, la salud reproductiva y
las políticas de población estuvieron en la pantalla del radar
político. El Vaticano, junto a los musulmanes y la derecha
católica, se vio estimulado por la esperanza de preservar el
punto de vista religioso tanto tiempo rechazado sobre el
género, la sexualidad y la reproducción.
Este punto de vista, especialmente cuando se transforma
en políticas públicas en vez de en dogmas religiosos, va en
detrimento del bienestar de las mujeres y las familias, de las
comunidades y del planeta. Pone límites al derecho de las
mujeres a tomar decisiones morales sobre sus vidas. Después
de todo, cuando la Iglesia católica presenta una posición de
política pública no son solamente las y los creyentes católicos
romanos los afectados si esa posición se convierte en política
pública. Cada mujer, cada hombre, cada niña o cada niño
puede ser sujeto de la disposición respectiva, ya se trate de
que la Iglesia esté en contra de todos los anticonceptivos, de
que niegue la anticoncepción de emergencia a las mujeres que
han sido violadas y buscan servicios en los hospitales
católicos, de que emprenda acciones para hacer ilegal el
aborto o volverlo inasequible, o de que impida los programas
de educación sexual en las escuelas públicas o se rehuse a
proporcionar información de los condones como medida de
prevención contra la transmisión del VIH/SIDA.
Tómese, por ejemplo, el caso de Polonia, tal vez la
ilustración más sombría de las consecuencias de la posición de
la Iglesia institucional en las vidas de las mujeres y las
familias. Las polacas y los polacos que antes vieron a la Iglesia
como una fuerza democratizadora, ahora dicen: “hemos
cambiado una dictadura roja por una negra”. El aborto se ha
vuelto ilegal al mismo tiempo que es cada vez más restringida
la disponibilidad universal de los anticonceptivos. En Polonia
se pide a las mujeres tener más criaturas y se eliminan al
mismo tiempo, con el visto bueno de la Iglesia, las guarderías.
El Papa puso en marcha una organización no gubernamental
llamada Farmacéutas por la Vida. Los farmacéutas que se
oponen a los anticonceptivos recorren el país, compran a las
farmacias sus ya escasas existencias de condones y los
destruyen. También se organizan para rechazar la
anticoncepción de emergencia y los servicios para las jóvenes
y los jóvenes.
La Iglesia ha mostrado una gran habilidad para influir en
las políticas públicas de ayuda al desarrollo. En la mayoría de
los países hay una agencia de la Iglesia que trabaja
internacionalmente para ofrecer ayuda humanitaria y
asistencia para el desarrollo. Estas agencias han sido fundadas
principalmente por los gobiernos. En los Estados Unidos, por
ejemplo, Catholic Relief Services, que tiene un presupuesto
anual de 290 millones de dólares, recibe cerca de 77 por ciento
de sus recursos del gobierno estadounidense. ¿Es una agencia
católica o gubernamental? Las agencias católicas han sido
reconocidas por la calidad de sus servicios. Hacen muy bien
su trabajo, creen en el empoderamiento y a menudo se
encuentran en el frente de guerra de la ayuda humanitaria, el
suministro de comida, alojamiento y servicios sanitarios para
la gente de todo el mundo. Sin embargo, cuando se enfrentan
a la cuestión de los derechos de las mujeres, en particular la
salud reproductiva, esas agencias simplemente no ponen en
práctica las políticas gubernamentales que requieren que sus
beneficiarios practiquen la planificación familiar y ejerzan el
derecho humano a tomar decisiones relacionadas con el
número y espaciamiento de las hijas y los hijos.
Todo lo dicho no sugiere que deba prohibirse a la Iglesia
católica romana —o a cualquier otra institución— participar
en la vida pública de las naciones, expresar sus valores o
incluso influir en las políticas públicas. Es correcto que las
voces religiosas sean escuchadas en todos los debates. Las
religiones, todas las religiones, tienen mucho que ofrecer al
desarrollo de políticas que comprenden valores. Doy la
bienvenida a la voz de los obispos y la feligresía católica. No
obstante, es responsabilidad de las parlamentarias y los
parlamentarios, y de quienes como ellos elaboran políticas
públicas, evaluar las posiciones de política pública que
propone la Iglesia, de la misma manera que evalúan las
posiciones de otras ONG, tales como los grupos prochoice, los
de mujeres o los ambientalistas.
Este principio ha sido difícil de aceptar para los
dirigentes de la Iglesia. La aprobación católica del principio de
separación de la iglesia y el Estado es muy reciente. Hace
apenas treinta años que se aceptó en la “Declaración sobre la
libertad religiosa” del Concilio Vaticano Segundo. Un hecho
que deja atrás más de 17 siglos —desde la conversión de
Constantino a 1966— de creencia inflexible en que la ley civil
debe adecuarse a las enseñanzas morales de la Iglesia. Así
pues, es comprensible que los dirigentes eclesiásticos aún
tiendan a creer que ocupan un lugar sagrado en el proceso
político. Pero es menos comprensible que las y los dirigentes
políticos les concedan tal espacio y los traten como actores
privilegiados.
¿Cómo pueden evitar esto las legisladoras y los
legisladores? Quisiera sugerir cuatro criterios que pueden
usarse en la evaluación de esas posiciones de política pública,
sean presentadas por grupos religiosos o de cualquier otra
clase.
El primer criterio en forma de pregunta es éste: ¿a quién
representa el grupo, cuál es el sector social que representa?
¿Ese sector está de acuerdo con ellos en los asuntos de que se
trate? La lectura imparcial de las encuestas muestra que la
feligresía católica no está de acuerdo con las posiciones de los
obispos relacionadas con la población y la salud reproductiva.
Por ejemplo, se estima que en Brasil cada año 1 y medio
millones de mujeres tiene abortos clandestinos. Obviamente,
estas mujeres, la mayoría de las cuales son católicas, no están
de acuerdo con los obispos que afirman que el aborto está
siempre equivocado moralmente hablando y debe ser ilegal.
Están a tal grado en desacuerdo con tal convicción que
arriesgan su salud y sus vidas en abortos que consideran
necesarios.
Cerca de 70 por ciento de las y los fieles católicos
mexicanos creen que se puede ser “buen cristiano” y estar en
desacuerdo con la Iglesia en materia de aborto. En Polonia, 66
por ciento de las católicas y los católicos opinan que el aborto
debe ser legal en su país. En los Estados unidos, las encuestas
indican de manera uniforme que sólo de 10 a 15 por ciento de
las y los fieles católicos creen que el aborto debe ser ilegal en
todas las circunstancias. Donde la anticoncepción es asequible,
las católicas y los católicos la usan en un número casi igual a
quienes no profesan la misma fe. Es claro que se han
persuadido de que la abstinencia periódica —el único método
de control natal permitido por el Vaticano— no tiene mucho
que brindarles: menos del 5 por ciento lo usan a nivel
mundial.
Al menos un estudio demostró que en los Estados
Unidos una gran mayoría de fieles apoya la ayuda financiera
al mundo en desarrollo en materia de planificación familiar.
Sobre un tema tan contencioso como el pago de abortos con
fondos públicos, los católicos y las católicas están ligeramente
más a favor que el resto de la población. Esto se debe
posiblemente a un profundo compromiso con la Teología de
la Liberación, en particular con el principio de la “opción
preferencial” por las poblaciones más pobres y marginadas. A
la vez, indica el deseo de que las mujeres pobres sean tratadas
de la misma manera que las que tienen más recursos. Estos
ejemplos dan idea de hasta qué punto los obispos no
representan a las personas que dicen representar cuando
apoyan la adopción de una legislación que limite el aborto o la
planificación familiar.
El segundo criterio que se debería adoptar en la
evaluación de posiciones en políticas públicas es el siguiente:
¿Son honestos esos grupos? ¿Presentan datos precisos y
válidos? La norteamericana Ruth Macklin, especialista en
ética, dice que la buena ética comienza con los buenos datos.
Hay que examinar lo que los obispos afirman sobre varios
aspectos de las políticas públicas y ponderar si lo que dicen es
realmente cierto. Por ejemplo, cuando presentan argumentos
contra los programas de prevención del SIDA que incluyen
información sobre el uso de condones, los obispos católicos
han asegurado que los condones no previenen la transmisión
del VIH. Algunos han ido más lejos y han declarado que los
condones causan el SIDA y dan una falsa seguridad de
completa protección.
Más alarmantes todavía son las posiciones que adoptó el
Vaticano tanto en la conferencia de El Cairo como en la de
Beijing. Sus afirmaciones reflejaban una inexcusable falta de
honestidad. Por ejemplo, en la Conferencia de El Cairo los
obispos recalcaron que el documento final obligaba a las
mujeres a aceptar la esterilización, cuando en realidad ni
siquiera se menciona la esterilización en el documento. En
cuanto al texto adoptado en Beijing, el Vaticano afirmó una y
otra vez que como la palabra “madre” no se mencionaba ni
siquiera una vez , era un documento anti familia. No sólo se
menciona la palabra “madre”en la declaracion de Beijing sino
que se habla de la maternidad y se la ensalza de muchas
formas y con palabras distintas.
El tercer criterio que necesitamos aplicar es nuestro
compromiso con el bien común, es decir, no el beneficio de un
grupo o de una religión en particular. ¿Las propuestas de
políticas públicas respetan los derechos de todas y todos en la
sociedad? ¿Respetan también otras religiones, el pluralismo y
la tolerancia?
No hay duda de que la Iglesia Católica es la religión con
la posición más extremista con respecto a los anticonceptivos,
la esterilización y el aborto. Casi todas las religiones han
llegado a entender que la planificación familiar y los
anticonceptivos son elementos importantes para el ejercicio de
la responsabilidad en una pareja. La Iglesia Católica ni
siquiera permite el uso de anticonceptivos por parejas
católicas casadas o que han tenido una relación monogámica
de por vida.
En la medida en que la Iglesia ha aceptado la separación
de la Iglesia y el Estado y la obligación de no promover leyes
que puedan imponer límites en las prácticas de personas de
otras religiones o sin religiones, va en contra de sus propias
enseñanzas cuando defiende posiciones sobre planificación
familiar que podrían limitar la libertad de anglicanos, hindús
budistas y musulmanes. El Islam ha sido caracterizado como
una de las religiones más conservadoras y sin embargo tiene
una actitud abierta ante la planificación familiar y el uso de
anticonceptivos. Una legisladora o un legislador que abogara
por leyes que impusieran límites a la libertad que merecen
las y los creyentes de otras religiones, transformando en ley
el punto de vista de la Iglesia Católica, violaría los principios
básicos de la tolerancia.
El último criterio es utilitario. ¿Será viable la posición del
grupo? ¿Se acabarán los abortos si son declarados ilegales?
¿Las mujeres no abortan en países donde el aborto es ilegal?
Allí donde no hay control de la natalidad, salvo con
planificación familiar natural, ¿las parejas pueden tener y
cuidar el número de criaturas que quieren? Muchas católicas
y católicos, incluyendo a las y los políticos, aceptan la
enseñanza de la Iglesia en el sentido de que el aborto debe
ser siempre rechazado desde el punto de vista moral, pero
en la medida en que elaboran políticas públicas creen
sinceramente que el mejor medio de reducir los abortos no es
declararlos ilegales, sino más bien facilitar una infraestructura
económica y social que permita a las personas cuidar de las
criaturas que tienen. Y quieren especialmente ampliar la
disponibilidad de un amplio espectro de métodos
anticonceptivos.
Si quienes elaboran políticas públicas aplican estos
cuatro criterios a las posiciones que las autoridades
eclesiásticas adoptan en cuestiones de género, sexualidad y
salud reproductiva, tendrán que rechazarlas.
No se trata de que quienes elaboran políticas públicas se
conviertan en teólogas o teólogos. Pero no puedo dejar de
mencionar que dentro de la Iglesia católica muchas teólogas y
teólogos han criticado la falta de sutileza de las autoridades
eclesiásticas al publicitar una version errónea de la historia de
su posición sobre el aborto. Muy pocos observadores casuales
no creerían, que la idea de que el feto es una persona desde
el momento de la concepción, es la posición definitiva y
dogmática de la Iglesia católica romana, o que tener un
aborto es cometer un asesinato y que el aborto nunca puede
permitirse, ni siquiera para salvar la vida de una mujer. Sin
embargo, en un documento de 1974, la “Declaración de la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el
aborto provocado”, el Vaticano admite que no sabe cuándo se
convierte el feto en persona, de la misma manera como lo
admitiría, con plena honestidad, al igual que cualquiera de
nosotros en este salón puede admitirlo. Quienes nos
colocamos en lo que yo llamaría la tradición
liberal,
liberadora, del catolicismo, decimos que mientras no lo
sepamos y la Iglesia no pueda hablarnos sobre los hechos de
forma definitiva, las personas quedan libres de actuar según
su conciencia y de tomar sus propias decisiones en los
problemas que necesiten reseolver. Esta posición es atacada
por la nueva ortodoxia derechista de la Iglesia, que
básicamente afirma que la conciencia no es aplicable, a menos
que se esté de acuerdo con la posición de la jerarquía. Este
punto de vista demuestra falta de respeto hacia la capacidad
de cada persona de actuar según su conciencia. Dice que las
personas que actúan según su conciencia se comportan como
si estuvieran en una cafetería y no como Dios lo quiere. Las
personas que como yo nos declaramos católicas liberales
respondemos que Dios quiere que usemos la inteligencia que
nos dio y que respetemos nuestra capacidad de tomar
decisiones morales.
La Iglesia rehusa confiar en nuestra capacidad como
mujeres para tomar buenas decisiones morales. Creo que si
miramos la historia del mundo, vemos que las mujeres han
dado a luz en las circunstancias más terribles y horrorosas y
han cuidado de sus criaturas de la mejor manera que han
podido, en el abandono, en la pobreza o en todas las
circunstancias imaginables. Pensar que las autoridades de mi
iglesia no pueden admitir y confiar en que las mujeres
tomarán buenas decisiones sobre planificación familiar,
esterilización y aborto, habla de la importancia central que
tiene el patriarcado en el catolicismo. Un patriarcado que no
solamente busca controlar a las mujeres, sino también acabar
con todo debate y diálogo sobre esas cuestiones. Un
patriarcado que afirma que esos temas han sido resueltos para
siempre, y que no deberíamos perder el tiempo en hablar de
ellos porque ya se nos ha dicho lo que hay que pensar.
La gran mayoría de las católicas y los católicos no puede
aceptar esto. No es tampoco la mejor manera de elaborar
políticas públicas.
Acerca de Catholics for a Free Choice
Catholics for a Free Choice (CFFC) construye e impulsa
una ética sexual y reproductiva basada en la justicia, que
refleja un compromiso con el bienestar de las mujeres, y
respeta y afirma su capacidad moral, y también la de los
hombres, de tomar decisiones responsables y sólidas sobre
sus vidas.
Por medio del discurso, la educación y la defensa y la
gestión, (advocacy), CFFC trabaja en los Estados Unidos y en
el mundo para infundir esos valores en las políticas públicas,
la vida comunitaria y las enseñanzas y el pensamiento social
del catolicismo.
La oficina internacional de CFFC está situada en
Washington, D.C., y trabaja en asociación con grupos afiliados
pero independientes en Argentina, Bolivia, Brasil y México. La
oficina regional para América Latina está en Córdoba,
Argentina.
CFFC forma parte de Women-Church Convergence y
Catholic Organizations for Renewal. Está afiliada a la Red
Católica Europea /Church on the Move y al Movimiento
Internacional “Somos Iglesia”.
Para mayor información, comuníquese con:
Serra Sippel, directora del Programa Internacional
Catholics for a Free Choice
1436 Street NW, Suite 301
Washington, DC 20009 USA
Tel.: 202.986-6093
Fax: 202.332-7995
E-mail: [email protected]
Catholics for a Free Choice
1436 Street NW, Suite 301
Washington, DC 20009 USA
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