HISTORIA DE VIDA - CONCIERTO EL SABADO, EN EL AULA

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HISTORIA DE VIDA - CONCIERTO EL SABADO, EN EL AULA MAGNA DE LA FACULTAD DE DERECHO
Debuta el primer director de
orquesta ciego de la historia
Es el argentino Gabriel Bergogna, de 38 años · Nació ciego y se recibió de director el año pasado
Por
ALBA PIOTTO
De la Redacción de Clarín
Si no fuera por su ceguera,
quizá muy pocos repararían
en un hombre pequeño que
conjura el aire con su batuta
frente
a
una
orquesta
sinfónica que sigue sus
órdenes. Tampoco llamaría la
atención si dirigiera con una
verdadera batuta y no una
aguja de tejer de madera.
Abstraído
de
estas
cuestiones, Gabriel Francisco
Bergogna (38), sigue los
compases del Concierto en Fa
mayor, de Vivaldi, con todas las notas dibujadas en su memoria. De donde, le aseguró a Clarín, es
imposible que se le escapen.
Bergogna nació ciego. Nunca vio el color del cielo despejado, pero desde chico pudo sentir la intensidad
que lleva una nota musical. Y para él, es casi lo mismo.
Desde hace un año se convirtió en el primer director de orquesta ciego de la historia de la música. Por
eso, su nombre quedará impreso en el Nuevo Diccionario Grove de Música y Músicos que se edita en Gran
Bretaña.
Título que estrenará el próximo sábado en su primer concierto integral que dará con la Orquesta
Sinfónica Juvenil General San Martín, compuesta por 70 jóvenes de entre 16 y 27 años (todos actuarán
gratis).
Tres siglos de música
Un estilo volcánico
Será a las 18, en al Aula Magna de la Facultad de Derecho,
y el repertorio incluye la Obertura Opus 6, de su autoría,
“Cuido el detalle, la energía; que las
Pavana para una Infanta Difunta, de Ravel, el Concierto para
notas salgan plenas -dijo Bergogna
dos cornos, de Vivaldi, y la Sinfonía Inconclusa, de Schubert.
acerca de su estilo-. Les pido a mis
Voy a recorrer tres siglos de música, acotó. Y todo lo tiene
músicos que ataquen, porque si están
adentro de su cabeza.
comprimidos el sonido sale apagado”. Y
La biografía del maestro Bergogna dice que a los 4 años
en esas pautas, Bergogna deja entrever
empezó a estudiar piano con una profesora que también era
sus mismas huellas: “Un ser volcánico,
ciega. Quizá, para vencer el conjuro del destino: su madre
apasionado, con un espíritu muy
siempre esperó el milagro de que su hijo saliera de una vida
religioso”. Por eso, sus composiciones
a oscuras.
tienen dos tensiones distintas: “La
dureza de los momentos tristes que viví,
Gabriel jamás vería, pero a los 9 años, casi por azar, el
enseguida sale a la felicidad, a la lucha”.
mundo se le abrió definitivamente, cuando la púa desgastada
de un Winco le agitó los latidos con la Quinta Sinfonía de
Beethoven.
La sinfonía terminaba en el vinilo negro y Bergogna supo para siempre que su vida andaría entre
corcheas y fusas. Y así fue.
A los 19 años, ya había compuesto una Obertura, y a los 28, se estrenaron tres composiciones suyas:
una sonata para flauta y orquesta, una sonata para piano y una serenata para viola y piano. “Fueron muy
bien recibidas por el público”, dijo.
Un año más tarde, volvió al Colón como el primer pianista ciego que tocaba con la Orquesta Filarmónica
de Buenos Aires. Pero había más. Bergogna sabía que podía enfrentar y dirigir a toda una orquesta de
músicos, aunque jamás viera sus rostros ni el color dorado de las tubas lustradas.
Sólo tenía que vencer los temores y largarse. La decisión llegó cuando Mario Benzecry, director de la
Orquesta Mayo, lo invitó a tocar el piano. Se hicieron amigos y Bergogna le confesó su sueño. A los dos
años, ya lo había logrado.
“Mi temor era enfrentar a los músicos. No sabía cómo iban a reaccionar ellos frente a mí”, confesó. Pero
todo salió bien: “Los músicos se olvidan que soy ciego a pesar de que mi ceguera es lo primero que tienen
delante”.
Bergogna habla desde el sillón naranja que domina el comedor de su casa de Villa Devoto. Luce austero
enfundado en un jogging gris y zapatillas negras. Parece ausente a cualquier veleidad, jugueteando con la
batuta-aguja de tejer.
“Me la regaló mi cuñada cuando tuve que ir a dar el examen de director. No tenía plata para comprarme
una batuta de verdad”, contó divertido. Y aseguró que no dejaría de usarla “ni aunque esté dirigiendo la
Filarmónica de Berlín”.
La aguja ya forma parte de su objeto fetiche con el que memoriza los conciertos. Un verdadero
rompecabezas que Bergogna va armando dentro suyo.
Ayudan unos libracos enormes de papel amarillento picoteado por las letras escritas en Braille: “Son
partituras que vienen de España o Italia”. Aunque todo es más de entre casa: “Claudia, leéme los primeros
compases de los primeros violines”, indicó a su mujer.
“Corchea, corchea, negra, corchea. Todo en Fa”, respondió ella. “¡Bien! Ahora leéme los segundos
violines...las violas...”, insistió él. Y Claudia lo hizo. Le dijo en qué claves están y cuántos compases ocupan.
“Fenómeno. Ya está”, dijo Gabriel y tocó la melodía en el piano.
Imprevistamente, se puso de pie: “Poom, poom, poom”, canturreó emulando trombones. “Paaam,
papaaam...las trompetas”, exclamó. Y el concierto estalló en su cabeza. Y él dirigía el viento con su batutaaguja de tejer, y el índice izquierdo ordenando las entradas de los músicos.
“Pam, pampaaam!” Hizo un gesto y el movimiento terminó. Hubo un breve silencio. Tal vez, el maestro
estaba imaginando los aplausos.
Borges y Beethoven
Dos personajes gravitaron muy fuerte en la vida de Gabriel Bergogna. Curiosamente, los dos sufrieron una
discapacidad: Ludvig van Beethoven y Jorge Luis Borges.
“Beethoven no era un sordo que componía, ni Borges un ciego que escribía. Ambos eran artistas cuyas
discapacidades les hicieron descubrir otras dimensiones de lo que hacían”, dijo Bergogna con cierta emoción.
Según el maestro, “Beethoven descubrió la expansión del sonido desde su sordera. Escuchó dentro suyo la
ampliación que tenía la música en campos insospechados”.
Y de Borges, Bergogna opinó que su ceguera “le reveló aspectos, visiones inimaginables. Basta con leer las
Ruinas Circulares”.
Uno y otro, y cada uno en lo suyo, le fue aportando a Bergogna sus propias búsquedas internas. Aquellas
que intentan rescatar de la oscuridad de su ceguera los rayos luminosos que adivina con las melodías.
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