Giuseppe Andaloro

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Giuseppe Andaloro
Piano
Programa
W. A. Mozart
(1756-1791)
Rondo K. 485
F. Chopin
(1810-1849)
Scherzo en si menor op. 20 n. 1
Presto con fuoco
A. Scriabin
(1872-1915)
Sonata/Fantasía en sol sostenido menor op. 19 n. 2
Andante
Presto
§§
S. Rachmaninov
(1873-1943)
Preludio en si bemol mayor op. 23 n. 2
Maestoso
Preludio en re mayor op. 23 n. 4
Andante cantabile
Preludio en sol menor op. 23 n. 5
Alla marcia
F. Liszt
Ballada n. 2 en si menor
(1811-1886)
El piano como instrumento solista
El piano es casi el más famoso de los instrumentos musicales, y es el instrumento solista por excelencia.
Uno a veces no se pregunta mucho por qué, pero da por sentado que es así. Sin embargo, hay buenas
razones por las que el piano goza de esta fama desde hace casi 250 años. Es un instrumento polifónico,
es decir, que puede tocar muchas notas al mismo tiempo. Varios instrumentos lo son, como la guitarra,
pero el piano tiene la capacidad de hacer polifonías mucho más complejas. Además, a diferencia del
órgano, el piano tiene la capacidad de sonar muy bajito o muy fuerte, a gusto del ejecutante. Entonces, si
uno quiere hacer una polifonía vocal, necesita varias voces, graves y agudas, o si queremos una polifonía
con instrumentos de arco, necesitamos más que violines: tiene que haber violas y violoncellos, porque si
no, nadie va a hacer las notas medias ni las graves y nuestra polifonía va a quedar como una mesa a la
que le faltan patas. En cambio, el piano puede arreglárselas solito. Es más, a veces se hacen
transcripciones de obras para orquesta para que las toque un solo piano. El compositor Franz Liszt era un
especialista en eso, e hizo transcripciones de las sinfonías de Beethoven (a quien admiraba muchísimo)
porque quería tocarlas en sus recitales de piano solo. En ningún otro instrumento podría hacerse tal cosa:
el piano puede imitar no sólo el número y tesitura de las voces de la orquesta, sino que además puede
reproducir sus cambios de intensidad (bajito o fuerte). Esto no significa para nada que sea “mejor” que
otros instrumentos. Al igual que todos, el piano también tiene sus defectos: por ejemplo, no puede
mantener notas largas durante mucho tiempo, a diferencia del órgano o del violín.
Y ya que hablábamos de tocar “bajito” o “fuerte”, podríamos preguntar por qué el piano tiene ese nombre.
El piano derivó del clavicémbalo, que era un instrumento de teclado muy frecuente en el barroco. En el
clavicémbalo, cuando uno tocaba una tecla, se ponía en movimiento una especie de uña que pulsaba una
cuerda. El problema era que uno podía tocar la tecla de manera fuerte o suave, y el resultado era el
mismo: la intensidad del sonido no cambiaba. Entre 1709 y 1726, un señor italiano que se llamaba
Bartolomeo Cristofori inventó un nuevo tipo de clavicémbalo que, en vez de uñas, tenía conectados a las
teclas una especie de martillitos de fieltro que golpeaban las cuerdas con diferente intensidad. Entonces,
si uno apretaba la tecla fuerte, el sonido era fuerte, y si tocaba despacio, el sonido era mucho más débil.
También, el color del sonido resultaba bastante distinto al del viejo clavicémbalo. Este nuevo instrumento
se llamó en italiano “clavicémbalo piano e forte”, es decir “clavicémbalo que puede tocar suave y también
fuerte”. Como ese nombre es un poco largo para andar por ahí diciéndolo, con el tiempo se lo llamó
“pianoforte” y después, simplemente, “piano”, que significa “suave” o “despacio”. Esta invención cambió la
forma de tocar y de componer para instrumentos de teclado: ahora el compositor podía incorporar una
nueva forma de expresión a través del cambio de intensidad de los diferentes sonidos, cosa que antes
sólo podían hacer los instrumentos de cuerda (frotada o pulsada) y los de viento.
Sin embargo, los pianos de la época de Cristofori, es decir, los que tocaban Haydn y
Mozart, no eran exactamente como el piano moderno que vamos a escuchar hoy. Esos
pianos (que eran más chicos) sonaban un poco sordos y apagados en comparación con
los modernos. Lo que ocurre es que a lo largo del tiempo, el piano sufrió varias
modificaciones: se le añadieron pedales para conseguir distintos efectos en el sonido y
la estructura del instrumento se hizo más grande y fuerte, para que pudiera aguantar
mayor tensión en las cuerdas, cosa que brinda un sonido más claro, fuerte y rico.
Tan viva es, entonces, la personalidad de este instrumento gracias a su independencia, que hay
compositores que dedicaron gran parte de su labor al piano, como Franz Liszt, y otros, cuya obra consiste
casi completamente en música para piano, como Fréderic Chopin.
Muchos compositores, además de ser grandes pianistas, eran grandes improvisadores. La improvisación
en instrumentos de teclado es algo que ya venía de hace mucho. Son famosas las anécdotas de Bach al
respecto. Pero desde fines del siglo XVIII, la improvisación en público era una manera mucho más
efectiva de ganar reputación como pianista que dar un concierto. Estas ocasiones eran como duelos, en
los que los dos pianistas debían improvisar sobre un tema (una melodía) que les daban en el momento
los presentes, y se sacaban chispas a ver quien lo hacía mejor. Beethoven, en su juventud, era temido
por los otros pianistas de Viena, a muchos de los cuales venció en estos torneos.
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791): Rondó K. 485
El señor Ludwig Kochel realizó hacia 1862 un catálogo completo de las obras de Mozart (por eso a las
obras de Mozart se las identifica con un número precedido de una “K”, que significa el número que esa
obra ocupa en el Catálogo Kochel). Ese inventario arroja la cifra de 626 obras, compuestas apenas en 35
años de vida. Entre ellas hay muchas obras para piano solo. Algunas son sonatas (en varios
movimientos), y otras son piezas sueltas. Una de ellas es este Rondó para piano. Un Rondó es una
“forma”, es decir, un esquema para disponer el material musical que funciona así: hay una melodía
principal que retorna como si fuera un estribillo, y en medio se intercalan otras melodías que pueden o no
estar relacionadas con la primera. Si a cada melodía le ponemos una letra, quedaría lo siguiente: A –B –A
– C – A – D – A (etc.)
Muchas canciones actuales funcionan con este mismo esquema. El Rondó era por lo general el último
movimiento (o parte) de una composición mayor, tal como una sonata o un concierto pero a veces, como
en este caso, se escribían como piezas solas. El Rondó más famoso de Mozart es el llamado “Alla Turca”,
que pertenece a la sonata número 11 y que lo tenemos hasta en la sopa. El que vamos a escuchar hoy
no es tan conocido, pero no por eso es menos lindo.
Fréderic Chopin (1810-1849): Scherzo en si menor op. 20 n. 1
El Scherzo es también un tipo de pieza que se empleaba en composiciones de varias partes (sonatas,
sinfonías), casi siempre precediendo a la parte final. Generalmente tenían un esquema ternario (es decir,
de 3 secciones largas), donde la melodía principal se repite con variantes en la última sección:
A – B – A.
Sin embargo, algunos compositores escribieron “scherzi” (el plural en italiano) sueltos, como fue el caso
de Chopin y Brahms, entre muchos. Chopin publicó cuatro de estas composiciones sueltas (los op. 20,
31, 39 y 54). Los otros dos que escribió forman parte de sus dos sonatas para piano (op. 35 y 58).
La palabra “scherzo”, en italiano significa “broma” o “juego”, y alude al carácter chispeante y alegre que
generalmente poseían estas piezas. Sin embargo, este scherzo de Chopin no tiene nada de broma, a
pesar de que es bastante rápido. De hecho, Chopin lo publicó con un título bastante poco alegre pero
muy gráfico: El Banquete Infernal. Una vez, el compositor Robert Schumann dijo a propósito de esta obra:
«si así es la broma, cómo será la seriedad». En este caso, veremos que la pieza tiene suficiente peso
propio, suficiente contenido, como para ser una composición independiente, y no un simple episodio de
otra obra mayor.
Alexander Scriabin (1872-1915): Sonata/Fantasía en sol sostenido menor op. 19 n.
2
Alexander Scriabin era pianista y compositor, pero decía que la música, la danza, la poesía y los colores
no bastaban por sí mismos para alimentar el espíritu y debían reunirse en una sola manifestación que los
combinara a todos. Así, cuando estrenó su obra sinfónica Prometheus (1911), quiso que al mismo tiempo
se proyectaran colores en una pantalla frente al público, porque pensaba que los sonidos y los colores
estaban íntimamente relacionados y formaban parte de un mismo “misterio”. Scriabin creó además
nuevas formas de armonía (es decir, combinaciones simultáneas de sonidos) que a sus contemporáneos
les resultaron bastante extrañas. Entre 1892 y 1913 escribió sus 10 sonatas para piano, una de las cuales
escucharemos hoy. Para poder apreciar esta obra es necesario escucharla de una manera distinta: no
hay que buscar “melodías” que podamos cantar fácilmente sino que hay que pensar en “colores” sonoros
que fueran organizándose de a poco hasta formar un “cuadro” en el tiempo.
Sérgei Rachmaninov (1873-1943): Preludios op. 23 n. 2 , n. 4 y n. 5
Rachmaninov es uno de los compositores más famosos de la música clásica. Muchas de sus obras son
muy conocidas, y hasta se las ha usado como banda de sonido de películas de Hollywood. Sin embargo,
la fama le llegó cuando ya era un hombre maduro. Al principio de su carrera sufrió
una
gran
decepción que casi lo hace dejar la música: su Primera Sinfonía (estrenada en 1897) no le gustó nada a
los críticos y la gente. En esa época, el público de música era bastante malhumorado y cuando no le
gustaba algo, lo expresaba sin rodeos mediante silbidos, burlas y gritos. A veces hasta se armaban
peleas con piñas e intervención de la policía. Rachmaninov se deprimió mucho, y casi no podía componer
de la angustia y la amargura que le provocó ese episodio. Tanto así que fue a consultar a un psiquiatra, el
Dr. Dahl, quien lo ayudó a superar sus temores. Luego de esto compuso su Segundo Concierto para
piano (1901), que fue un éxito (hoy en día es muy, pero muy famoso y lo tocan todos los pianistas). Como
agradecimiento, Rachmaninov dedicó la obra al Dr. Dahl. Esto sirve para recordar que no todos los
artistas que hoy en día llamamos “genios” fueron apreciados en su momento; y también, que todo el
mundo puede tener un traspié, no importa lo talentoso que sea.
Estas obras que vamos a escuchar son pequeñas piezas, llamadas “preludios”. En la época barroca el
“Preludio” era una composición breve, de forma libre que se usaba como introducción a otra obra. Se
supone que el preludio servía para “calentar” los dedos y tocar después otra cosa más difícil. En la época
romántica (siglo XIX), el preludio se deshizo de esta función y quedó como una pieza breve suelta, de
carácter y forma libre.
Franz Liszt: Ballade en si menor
La balada instrumental romántica tiene poco que ver con la forma homónima medieval de los países
latinos. El nombre, aquí, es apenas una evocación de las baladas populares nórdicas, canciones
narrativas de tradición oral que el siglo XVIII comenzó a recopilar y, más tarde, a imitar. En la música
romántica la ballade es una pieza de forma más o menos libre, lo que significa que, en tanto género, no
tiene un esquema formal sino muchos. Y es que el nombre, antes que imponer un severo régimen
discursivo, alude inofensivamente a cierto clima o disposición de la fantasía que puede enunciarse en
odres tan distintos como vino haya.
El juego formal de esta ballade consiste en la intempestiva variación de dos entidades temáticas bien
distintas en color y textura, que se suceden una a otra sin interactuar en apariencia. Pero, dado que Liszt
es un gran histrión, sería mejor hablar de la metamorfosis de dos gestos musicales bien definidos, y de
cómo esos gestos se convierten, hacia el final, en máscaras exasperadas
Figarillo
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