Epicuro

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EPICURO
Filósofo griego, padre del epicureísmo (escuela filosófica que toma de él su nombre), nacido en la isla de
Samos en 341 a.C. y fallecido en 270 a.C.
1. VIDA
Era hijo del ateniense Neocles, un colono emigrante que se había establecido en la isla en 352 acogiéndose a
una ayuda estatal. Al parecer, Epicuro comenzó pronto a estudiar filosofía, y a los catorce años fue discípulo
de Pánfilo, un platónico de la localidad. A los dieciocho años se trasladó a Atenas para cumplir su servicio
militar como efebo. En esos años de su primera estancia en Atenas, en los que murieron Alejandro,
Demóstenes, Aristóteles y Diógenes el Cínico, debió de recibir impresiones decisivas del ambiente ateniense,
de la ciudad que era la capital cultural de Grecia y la sede de las más importantes escuelas filosóficas. Epicuro
regresó a Atenas quince años más tarde para establecerse definitivamente. Al volver a Samos se encontró con
que su familia se había trasladado a Colofón. En Colofón residió durante diez años, del 321 al 311, donde tuvo
la oportunidad de estudiar con Nausífanes, un filósofo atomista discípulo de Demócrito y del escéptico Pirrón.
Luego Epicuro se trasladó a Mitilene y allí estableció su primera escuela de filosofía, pero por rivalidades
profesionales con los aristotélicos de la ciudad, tuvo que abandonarla. Se dirigió entonces a Lámpsaco, ciudad
cercana al Bósforo, donde con el apoyo de amigos influyentes logró abrir su escuela. En el año 306, con
treinta y cinco años, Epicuro volvió definitivamente a Atenas para poder instalar allí su escuela. En Atenas
vivió desde entonces, rodeado de un círculo de amigos íntimos y discípulos, hasta su muerte, acaecida treinta
y cinco años después.
Para impartir su doctrina con independencia de imposiciones oficiales, Epicuro compró una casa y, no lejos de
ella, un pequeño terreno que desde entonces se conoció como el "Jardín" (kepos). El Jardín, en realidad un
huerto, era un lugar silencioso lejos del bullicio de la ciudad en donde los miembros de la escuela cultivaban
la generosidad y la amistad recíprocas, celebraban comidas en común y festejaban el día 20 de cada mes en
conmemoración del día del nacimiento del maestro, siempre dentro de una gran moderación. Según Séneca:
"Las grandes almas epicúreas no las formó la doctrina, sino la asidua compañía de Epicuro" (Epístola, VI,
6). Tanto durante su vida como después de su muerte, los discípulos y los amigos le tributaron honores casi
divinos y procuraron modelar su conducta sobre su ejemplo. "Obra siempre como si Epicuro te viera", era el
precepto fundamental de la escuela (Séneca, Epístola, XXV, 5). En la escuela epicúrea se admitían personas
de todas las clases sociales; mujeres, tanto de vida respetable (como Temista, esposa de Leonteo), como de
vida alegre (por ejemplo, la famosa Leoncion), esclavos, y, sobre todo, personajes de una clase media,
arruinada por la crisis económica, que tenía motivos para buscar en la filosofía un remedio a sus angustias.
2. OBRA
Epicuro fue autor de alrededor de trescientos escritos, de los que nos han llegado solamente las tres cartas
conservadas por Diógenes Laercio: la primera, dirigida a Heródoto, es una breve exposición de física; la
segunda, a Meneceo, es de contenido ético; y la tercera, a Pitocles, de dudosa atribución, trata de cuestiones
meteorológicas. Diógenes Laercio conservó también las Máximas capitales y el Testamento. En un
manuscrito del Vaticano, Wottke encontró en 1888 una colección 81 Sentencias, y en los llamados papiros
herculanenses fueron encontrados también fragmentos de una obra titulada Sobre la naturaleza. No obstante,
la mayoría de los textos de este autor se han perdido, probablemente con anterioridad al siglo IV de nuestra
era. Entre los autores que han dado testimonios y noticias sobre Epicuro ocupan un lugar destacado el
académico Cicerón, el conservador Plutarco, el estoico Séneca y el escéptico Sexto Empírico, y, por otro lado,
algunos fervorosos discípulos a distancia: Lucrecio, Filodemo, Diógenes de Enoanda. La desaparición de los
escritos de Epicuro no fue resultado de la desidia y el abandono secular, sino de la censura implacable que los
rivales en la enseñanza filosófica y los enemigos desde la perspectiva ideológica ejercieron sobre la obra de
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este filósofo. Platónicos y estoicos primero, y cristianos después, condenaron las que consideraron sacrílegas
y escandalosas tesis de Epicuro. Durante la Antigüedad tardía y durante toda la Edad Media, el epicureísmo
fue rechazado con las más duras calificaciones; sin embargo, tras el Renacimiento, la doctrina de Epicuro
volvió a ser más conocida y estimada.
La Carta a Meneceo es, de las tres conservadas por Diógenes Laercio, la mejor escrita. Se trata de un resumen
de otros tratados de ética perdidos. Su primera parte es una invitación a la filosofía como fundamento y
elemento necesario para la instauración de un nuevo humanismo. Para Epicuro, cualquier edad es apta para
filosofar, pues el fin de toda filosofía es buscar el placer, y el placer será el mismo tanto para viejos como para
jóvenes. A continuación diversos apartados tratan de los dioses, de la muerte y los males de la vida, del futuro;
de la teoría del placer y de los deseos; de la virtud, del destino y la fortuna. La carta termina con una
invitación a la meditación y expresa el deseo de que el hombre se parezca lo más posible a la divinidad y
tenga la tranquilidad de los dioses. Las Máximas Capitales, recogidas también por Diógenes Laercio, son un
conjunto de cuarenta dogmas ordenados de una manera clara colocadas al final del libro X. Los cuatro
primeros dogmas son iguales a los cuatro primeros apartados de la Carta, y coinciden con los cuatro
principios del Tetrafármaco o "cuádruple remedio", en el que se condensa la doctrina de Epicuro: dios no se
ha de temer; la muerte es insensible; el bien es fácil de procurar; el mal, fácil de soportar. Luego se exponen
una relación de placeres y virtudes, para continuar con los criterios del conocimiento, la moral, la amistad y la
clasificación de los deseos; finalmente, en los diez últimos se trata de la justicia y su relación con la vida del
sabio.
3. DOCTRINA
3.1. LA FILOSOFÍA
Su filosofía es, ante todo, fruición, y no intelección, de la vida; por esto "es vano todo discurso filosófico que
no vaya dirigido a sanar algún mal del alma". Todo conocimiento se enfoca a la salud moral del alma, y todo
conocimiento que no sea práctico −como la poesía o las matemáticas− es considerado carente de valor. Pero
esto no quiere decir que Epicuro desprecie el conocimiento de la verdad, porque si la fruición es el fin, el
conocimiento es la condición para ella, dado que es imposible vivir en la felicidad si no se conoce la
verdadera constitución del hombre y las cosas. La verdad fundamental del epicureísmo es que no hay en el
hombre nada infinito y que tampoco fuera de él existe nada infinito. Sobre estas bases, Epicuro entenderá la
verdadera función de la filosofía como la liberación del hombre, la cual se basa en la fórmula del
tetrafármaco: "la divinidad no es algo temible, la muerte queda fuera de nuestra conciencia, el bien es
fácilmente asequible y el dolor es fácilmente soportable". Epicuro no niega la existencia de los dioses, pero
los considera en su ser indestructible y feliz que nada tiene que ver con un ser activo, creador y providente.
Distingue, pues:
• una idea de lo divino (en la que se fundamenta el culto racional y puramente contemplativo)
• y una idea religiosa (de la que nace una religión de sujeción y de temor, incompatible con la
felicidad).
Puesto que Dios no tiene nada que ver con el origen del mundo, Epicuro se ve obligado a explicarlo como
efecto del choque mecánico de los átomos eternos.
3.2. EL ALMA Y LA MORTALIDAD
El alma está compuesta de átomos de aire, de fuego y de gases, a los que se añade una cuarta naturaleza
generadora de los movimientos de sensación. El cuerpo alberga al alma como si se tratara de un vaso y los dos
forman una unidad de sujeto sensitivo. Con la muerte, el cuerpo se desintegra en sus átomos, el alma se
aniquila totalmente. Por eso la muerte no puede ser algo doloroso, porque es un estado de un sujeto que ya no
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existe. De esta forma, Epicuro pretende arrancar del hombre el miedo o la preocupación por el más allá.
4. ÉTICA: LA LIBERTAD Y EL BIEN.
La prueba de la libertad para Epicuro consiste en la persuasión general de ser libres. Defiende la libertad en el
hombre porque por medio de ella se libera tanto de la determinación externa proveniente de la causalidad
mecánica de los átomos, como del ineludible decreto divino. La voluntad tiene una doble relación con el bien.
• Hay una voluntad en estado de posesión −por medio de la cual el hombre logra la satisfacción− .
• Y una voluntad en estado de adquisición −por la cual logra el placer−. No hay que confundir la ética
epicúrea con el hedonismo cirenaico.
Mientras para éste el placer es algo primario, para Epicuro es algo secundario, puesto que pone el bien en la
restauración del estado de quietud del sujeto. La virtud es necesaria para la satisfacción, pero solamente en la
medida en que contribuye al apaciguamiento, que es el bien absolutamente deseable en sí mismo. Detrás de
cada virtud hay un placer y una ventaja a los que presta servicio. La cumbre de la ética es la amistad, que
refuerza el sentimiento de seguridad que emana de las persuasiones filosóficas, forma en torno al sabio un
mundo homogéneo y multiplica el placer al tomar el placer del amigo como propio. Epicuro estimula la
reciprocidad en la amistad incluso hasta aceptar el dolor y la muerte por el amigo. Pero esta última aceptación
que debiera marcar el paso del amor utilitario al afecto altruista, es difícilmente conciliable con el radical
egoísmo del sistema.
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