ANTONIO MACHADO (1875 - 1939)

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IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
1
“Humorismos, fantasías, apuntes”:
ANTONIO MACHADO (1875 - 1939)
“Soledades”
XI
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando viajero.
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está
“En el corazón tenía
la espina de una pasión:
logré arrancármela un día
ya no siento el corazón.
Y todo el campo un momento
se queda. mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece
y el camino que serpea
y débilmente blanquea.
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
“ Aguda espina dorada.
quién le pudiera sentir
en el corazón clavada.”
LOS GRANDES INVENTOS:
XLVI
La noria
La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula
¡pobre mula vieja!
al compás de sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble
divino poeta.
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!,
Más sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia
XLVIII Las moscas
“Del camino”
XXI
Daba el reloj las doce... y eran doce
golpes de azada en tierra...
¡Mi hora! —grité— ... El silencio
me respondió: —No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.
“Canciones”
XL Inventario galante
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano
negras noches sin luna:
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano,
los trigos requemados
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.
( ...)
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
(...)
“Galerías”
LXVIII
Llamó a mi corazón, un claro día,
con un perfume de jazmín, el viento
—A cambio de este aroma,
todo el aroma de tus rosas quiero.
—No tengo flores rosas: flores
en mi jardín no hay ya:
todas han muerto.
Me llevaré los llantos de las fuentes,
las hojas amarillas y los mustios pétalos.
Y el viento huyó... Mi corazón sangraba...
Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?
Véase también: L.T. P.202: “Esta luz de Sevilla...”
L.T. P.203: (Hastío) “El sol es un globo de fuego”
L.T. P.204: “Castilla miserable, ayer dominadora”
L.T. P.205: “(Jardín)” “Las ascuas de un crepúsculo
morado” “Todo pasa y todo queda” y A José María
Palacio.
L.T. 215: A un olmo seco.
2
IES DO CASTRO
MIGUEL
1936)
DE
Departamento de Lingua castelá e Literatura
UNAMUNO
(1864-
A mi buitre
Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.
El día en que le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.
Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría
mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.
Véase también:
L.T. P.211: CREDO POÉTICO.
“Leer, leer, leer, vivir la vida”.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881 -1958)
Textos procedentes de Segunda antolojía
poética. Espasa Calpe, Madrid, 199614
(...Et chaque feuille d’or tombe, l’heure venue
Ainsi qu’un souvenir, lente, sur le gazon.
A. SAMAIN)
Una a una las hojas secas van cayendo
de mi corazón mustio, doliente y amarillo.
El agua que otro tiempo, salía de él, riendo,
está parada, negra, sin cielo ni estribillo.
¿Fue un sueño mi árbol verse, mi copa de
frescura,
mi fuente entre las rosas, de sol y de canciones?
¿La primavera fue una triste locura?
¿Viento aquella florida bandada de ilusiones?
Será mi seco tronco, con su nido desierto;
y el ruiseñor que se miraba en la laguna,
callará, espectro mío, entre el ramaje yerto
hecho ceniza por la vejez de la luna.
Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
(1903 - 1904)
Viento negro, luna blanca
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
—¡campanas que están doblando!—
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
—¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario!—
Sentimentalismo. frío.
La ciudad está doblando.
Luna blanca, Viento negro.
Noche de Todos los Santos.
p. 99 (JARDINES MÍSTICOS)
El viaje definitivo
...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
p.129
El poema
1
¡No le toques ya más,
que así es la rosa!
(Piedra y cielo)
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y
encalado,
mi espíritu errará, nostáljico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
(p. 167)
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
Abril venía, lleno
todo de flores amarillas:
amarillo el arroyo,
amarillo el vallado, la colina,
el cementerio de los niños,
el huerto aquel donde el amor vivía.
El sol unjía de amarillo el mundo,
con sus luces caídas;
¡Ay, por los lirios áureos,
el agua de oro, tibia;
las amarillas mariposas
sobre las rosas amarillas!
Guirnaldas amarillas escalaban
los árboles: el día
era una gracia perfumada de oro,
en un dorado despertar de vida.
Entre los huesos de los muertos,
abría Dios sus manos amarillas.
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
3
Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
...Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
p. 142.
(p. 308)
(BALNEARIO EN OCTUBRE)
(A ENRIQUE DÍEZ-CANEDO)
El sol se cansa por la playa, solitario
como un fantasma, pálido y pensativo.
El ocaso está histórico, abierto, milenario.
Reina el otoño ya, y todo es espresivo.
¡Inflamada elejía de ausencia y desencanto!
Retamas mustias son el único ornamento
de las arenas tristes. Es cual un camposanto
de médanos y aguas, llorando por el viento.
Aquí fueron un día, de pereza y de estío,
la elegancia banal y el placer de la vida.
Ya al fin de la estación, un triste amor sombrío
se alejaba, al crepúsculo, por la costa encendida...
p. 200.
(TREN Y BUQUE)
—¡Dulces luces azules de túneles y puertos,
que alumbráis solamente una flor, una onda;
que unís, calladamente, entre la madrugada,
la frente y el cristal con estrellas remotas!—
¡Vueltas de los caminos, cuando desde el vagón
se ve un anfiteatro de coches de caoba,
con niños de ojos tristes que nos miran de pronto,
la frente abierta por el viento de la aurora!
¡Buque oscuro que avanza entre buques dormidos,
lento, y para suave, el sueño de sus cosas;
que en la alta noche, plena ya de otro silencio,
ve casas espectrales, amarillas farolas.
p. 204.
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.
¡Que noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello, que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!
¡Encantamiento de oro! ¡Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!
En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda y resplandece
a escelsitud de su verdad divina.
p. 273
(RECOJIMIENTO)
Está tan puro ya mi corazón,
que lo mismo es que muera
o que cante.
Puede llenar el libro de la vida,
o el libro de la muerte,
los dos en blanco para él,
que piensa y sueña.
Igual eternidad hallará en ambos.
Corazón, da lo mismo: muere o canta.
p. 321
(PLAYA DE OTOÑO)
¡Vehemencia naranja del poniente!
—Nos deslumbraba el sentimiento—.
Solos en el silencio de la costa,
dondequiera que estábamos,
¡estábamos tan lejos!
El enorme coloso del instante
nos lo aplastaba todo: fe, recuerdo,
felicidad, nostaljia,
porvenir y deseo...
¡Dondequiera que estábamos
éramos, nada más, dos tizos huecos! (p.258)
Véase también:
L.T. P.206: “Las campanas del convento”
L.T. P.207: MAR.
L.T. P.208: LA FRUTA DE MI FLOR.
L.T. P.209: QUIEN PASARÁ. EL OTOÑADO.
INTELIJENCIA.
VALLE-INCLÁN POETA MODERNISTA (18661936)
Véase: L.T. P.276: DECORACIÓN.
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IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
MANUEL MACHADO (1874 - 1947)
GERARDO DIEGO (1896 - 1987)
Véase:
L.T. p. 211: CHOUETTE. OCASO. MUERTE.
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
LEÓN FELIPE (1884-1968)
SÉ TODOS LOS CUENTOS
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los
ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con
cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
Véase también L.T. p. 297. Y ahora me
voy.
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA (1888- 1963)
GREGUERÍAS.
Esa cosa que tiene el piano de cola
dentro como para tejer mantillas de
madroños.
Lejanas velas como servilletas en las
copas del banquete del mar.
El arco del violín cose como aguja
con hilo notas y almas, almas y
notas.
La sandalia es el bozal de los pies.
La linterna del acomodador nos deja
una mancha de luz en el traje.
De la nieve caída en los lagos nacen
los cisnes.
Las primeras canas son los hilvanes
de la vejez.
Véase también L.T. P. 219
Al ciprés de Silos
Mástil de soledad, prodigio isleño,
lanza de fe, saeta de esperanza.
Hoy llego a ti riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Véase también: L.T. p. 216: Columpio. L.T. p. 163:
Ajedrez. L.T. p. 171: Cauce.
JORGE GUILLÉN (1893 - 1984)
Salvación de la primavera
Ajustada a la sola
Desnudez de tu cuerpo,
Entre el aire y la luz
Eres puro elemento.
¡Eres! Y tan desnuda,
Tan continua, tan simple
Que el mundo vuelve a ser
Fábula irresistible.
(...)
Véase también p. 227: Muerte a lo lejos.
DÁMASO ALONSO (1898 - 1990)
ORACIÓN POR LA BELLEZA DE UNA MUCHACHA
Tú le diste esa ardiente simetría
de los labios, con brasa de tu hondura,
y en dos enormes cauces de negrura,
simas de infinitud, luz de tu día;
esos bultos de nieve, que bullía
al soliviar del lino la tersura,
y, prodigios de exacta arquitectura,
dos columnas que cantan tu armonía.
Ay, tú, Señor, le diste esa ladera
que en un álabe dulce se derrama,
miel secreta en el humo entredorado.
¿A qué tu poderosa mano espera?
Mortal belleza eternidad reclama.
¡dale la eternidad que le has negado!
Véase también: L.T. p.299: Insomnio.
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
FEDERICO GARCÍA LORCA (1898 -1936)
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS.
Parte 2
CANCIÓN DEL JINETE.
En la luna negra
de los bandoleros,
cantan las espuelas.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
...Las duras espuelas
del bandido inmóvil
que perdió las riendas.
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra
sangraba el costado
de Sierra Morena.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
La noche espolea
sus negros ijares
clavándose estrellas.
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra
¡un grito! y el cuerno
largo de la hoguera.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
CANCIÓN DEL JINETE.
Córdoba.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡ Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola.
5
La sangre derramada
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla! (...)
Parte 3.
Cuerpo presente.
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muro.
Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
Véase también L.T. p. 174. Más fragmentos
del Llanto...
Véase también: L.T. p.231: La aurora. L.T. P.241:
Reyerta L.T. P.287: fragmento de Bodas de Sangre:
LUNA.—
6
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
PEQUEÑO VALS VIENÉS
En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del «Te quiero siempre».
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas’,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
TAKE THIS WALTZ
F G. Lorca / Cohen /Adapt. en inglés L. Cohen
Now in Vienna there are ten pretty women
There’s a shoulder where death comes to cry
There’s a lobby with five hundred windows
There’s a tree where the doves go to die
There’s a piece that was torn from the morning
And it hangs in the gallery of frost
Ay, ay ay ay
Take this waltz, take this waltz
Take this waltz with the clamp on its jaws
O I want you, I want you, I want you
On a chair with a dead magazine
In a cave af the tip of the lilly
In some hallway where love’s never been
On our bed where the moon has been sweating
In a cry filled with footsteps and sand
Ay ay ay ay
Take th s waltz, take this waltz
Take its broken waist in your hand
This waltz, this waltz, this waltz, this waltz
With its very own breath
Of brandy and death
Dragging its tail in the sea
There’s a concert hall in Vienna
Where your mouth had a thousand reviews
There’s a bar where the boys have stopped talking
They’ve been sentenced to death by the blues
Ah but who is it climbs to your picture
With a garland of freshly-cut tears?
Ay ay ay ay
Take this waltz take this waltz
Take this waltz it’ s been dying for years
There’s an attic where children are playing
Where I’ve got to lie down with you soon
In a dream of Hungarian lanterns
In the mist of some sweet afternoon
And I’ll see what you’ve chained to your sorrow
And your sheep and your lillies of snow
Ay ay ay ay
Take this waltz, take this waltz
With its “I’ll never forget you, you know”
This waltz, this waltz, this waltz, this waltz
With its very own breath
Of brandy and death
Dragging its tail in the sea
And I’ll dance wiht you in Vienna
I’ll be wearing a river’s disguise
The hyacinth wild on my shoulder
My mouth oh the dew of your thighs
And I’ll bury my soul in a scrapbook
With the photographs there and the moss
And I’ll yield to the flood of your beauty
My cheap violin and my cross
And you’ll carry me down on your dancing
To the pools that you lift on your wrist
O my love, O my love
Take this waltz, take this waltz
Its yours now, its all that there is
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
VICENTE ALEIXANDRE (1898 1984)
La destrucción o el amor.
SE QUERÍAN.
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
El mar. La mar.
el mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche mitad luz.
En sueños, la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!
Véase también: “Castellanos de Castilla”,
El ángel de carbón y Si mi voz... (L.T. p. 231)
MIGUEL HERNÁNDEZ (1910 - 1942)
El rayo que no cesa. [1936]
No me conformo, no: me desespero
como si fuera un huracán de lava
en el presidio de una almendra esclava
o en el penal colgante de un jilguero.
Besarte fue besar un avispero
que me clava el tormento y me desclava
y cava un hoyo fúnebre y lo cava
dentro del corazón donde me muero.
No me conformo, no: ya es tanto y
tanto
idolatrar la imagen de tu beso
y perseguir el curso de tu aroma.
Un enterrado vivo por el llanto,
una revolución dentro de un hueso,
un rayo soy sujeto a una redoma.
Véase también L.T. P 235: Unidad en ella.
SONETO FINAL
RAFAEL ALBERTI (1902 - 1999)
¡Quién cabalgara el caballo
de espuma azul de la mar!
De un salto
¡quién cabalgara la mar!
¡Viento, arráncame la ropa!
¡Tírala, viento, a la mar!
De un salto,
quiero cabalgar la mar.
¡Amárrame a tus cabellos,
crin de los vientos del mar!
De un salto,
quiero ganarme la mar.
***
7
Por desplumar arcángeles glaciales,
la nevada lilial de esbeltos dientes
es condenada al llanto de las fuentes
y al desconsuelo de los manantiales.
Por difundir su alma en los metales,
por dar el fuego al hierro sus orientes,
al dolor de los yunques inclementes
lo arrastran los herreros torrenciales.
Al doloroso trato de la espina,
al fatal desaliento de la rosa
y a la acción corrosiva de la muerte
arrojado me veo, y tanta ruina
no es por otra desgracia ni otra cosa
que por quererte y sólo por quererte.
8
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ.
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como
del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
.
(10 de enero de 1936)
Véase también L.T. p.294: Aceitunero y Nanas
de la cebolla (fragmento) y p.295: Noria, “No cesará
este rayo” y canción última.
Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
RAFAEL MORALES (1919)
SONETO
TRISTE
CHAQUETA.
PARA
MI
ÚLTIMA
Esta tibia chaqueta rumorosa
que mi cuerpo recoge entre su lana,
se quedará colgada una mañana,
se quedará vacía y silenciosa.
Su delicada tela perezosa
cobijará una sombra fría y vana,
cobijará una ausencia, una lejana
memoria de la vida presurosa.
Conmigo no vendrá, que habré partido,
y entre su mansa lana entretejida
tan sólo dejaré mi propio olvido.
Donde alentara la gozosa vida,
no alentará ni el más pequeño ruido,
sólo una helada sombra dolorida.
CÁNTICO DOLOROSO AL CUBO DE BASURA.
Tu curva humilde, forma silenciosa
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura
se hizo redonda, suave y dolorosa.
Cada cosa que encierras, cada cosa,
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel que en el olvido posa.
Aquí de una manzana, verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.
A UN ESQUELETO DE MUCHACHA
En esta frente, Dios, en esta frente
hubo un clamor de sangre rumorosa,
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla adolescente.
Aquí el pecho sutil dio su naciente
gracia de flor incierta y venturosa,
y aquí surgió la mano, deliciosa
primicia de este brazo inexistente.
Aquí el cuello de garza sostenía
la alada soledad de la cabeza,
y aquí el cabello undoso se vertía.
Y aquí, en redonda y cálida pereza,
el cauce de la pierna se extendía
para hallar por el pie la ligereza.
(1944)
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
9
Un relámpago apenas
JOSÉ MARÍA VALVERDE (1926)
(HISTORIA DE LA FILOSOFÍA)
Entro en el aula, empiezo a hablar a un ciento
de caras mal despiertas: por un rato
sobre sus vidas, rígido, desato,
cumpliendo mi deber, el frío viento
del Ser y de la Nada, de la Idea
y la Cosa; la horrible perspectiva
del vértigo que se ha hecho inofensiva,
espectáculo gris, vieja tarea.
Si alguno, casi inquieto, se remueve,
los más sueñan, o apuntan, o hacen ruido.
Pero basta: es la hora ya. De nueve
Besas como si fueses a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,
me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,
tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brizas y la rozas con tu beso.
Oh Dios, oh Dios, Oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué! no basta eso.
Cuerpo de la mujer.
a diez, vieron el Ser, ese aguafiestas;
prosigan su vivir interrumpido:
yo vuelvo a mi silencio sin respuestas
BLAS DE OTERO (1916 - 1979)
PIDO LA PAZ Y LA PALABRA
En el principio
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua;
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si ha sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labio para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Campo de amor.
Si me muero, que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz.
Apenas he podido con la pluma,
apláudanme el cantar.
Si me muero, será porque he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Si me muero, ya sé que no veré
naranjas de la China ni el trigal.
He levantado el rastro, esto me basta.
Otros ahecharán.
Si me muero, que no me muera antes
de abriros el balcón de par en par.
Un niño, acaso un niño, está mirándome
el pecho de cristal.
...Tántalo en fugitiva fuente de oro.
Quevedo.
Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.
Cuerpo de la mujer o mar de oro
donde, amando las manos, no sabemos
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro...
Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.
Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios, almas y limos
Desde luego, la vida
Desde luego, la vida
es una broma pesada. Y sin embargo,
el aire existe y el año diecisiete existe indestructible
y ella y yo hemos sin causa aireado días en Castilla
y junto al Cáucaso del Norte,
es que la vida no sabe lo que hace,
a veces falta a su palabra,
no es un río que rueda y refleja los árboles, las nubes
y desemboca a hora fija en el Atlántico,
sino un caballo violento, arbitrario, ciego
y sin embargo hermoso como un caballo,
y ella y yo lo llevamos asido duramente
lo mismo en La Habana, Kislavosqui o Bilbao,
y el aire revuelve las florecillas silvestres
y estalla la tormenta y corremos hacia la larga
fachada
del palacio de invierno, donde la vida se mudó de
ropa.
Véase también L.T. p. 304 Hombre.
p. 305. Pido al paz y la palabra y p. 317 Digo vivir.
10
IES DO CASTRO
Departamento de Lingua castelá e Literatura
GABRIEL CELAYA (1911 - 1991)
Matinal. 2
MAÑANITAS alegres
y sin razones,
¡como suenan a gloria
los corazones
y a plenitud que irrumpe
los mil temblores!
Mañanitas: ¡amores!
Véase también: L.T. p. 303 “Te escribo desde un
puerto”
y p. 305 La poesía es un arma cargada de futuro.
JAIME GIL DE BIEDMA (1929 - 1990)
Albada.
Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
llega el amanecer.
con su dolor de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.
Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
Es el amanecer,
Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros —cabrones
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.
Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer.
y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer.
y en muchas otras cosas que se anuncian
desde el amanecer.
Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tu busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
hecho al amanecer.
—Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarse cara a cara,
en el amanecer
Porque conozco el día que me espera,
y no por el placer.
Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
En el nombre de hoy
En el nombre de hoy, veintiséis
de abril y mil novecientos
cincuenta y nueve, domingo
de nubes con sol, a las tres
—según sentencia del tiempo —
de la tarde en que doy principio
a este ejercicio en pronombre primero
del singular, indicativo,
y asimismo en el nombre del pájaro
y de la espuma del almendro,
del mundo, en fin, que habitamos,
voy a deciros lo que entiendo.
Pero antes de ir adelante
desde esta página quiero
enviar un saludo a mis padres
que no me estarán leyendo.
Para ti, que no te nombro,
amor mío —y ahora hablo en serio —,
para ti, sol de los días
y noches, maravilloso
gran premio de mi vida,
de toda la vida, qué puedo
decir, ni qué quieres que escriba
a la puerta de estos versos?
Finalmente a los amigos,
compañeros de viaje,
y sobre todos ellos
a vosotros, Carlos, Ángel,
Alfonso y Pepe, Gabriel
y Gabriel, Pepe (Caballero)
y a mi sobrino Miguel,
Joseagustín y Blas de Otero,
a vosotros pecadores
como yo, que me avergüenzo
de los palos que no me han dado,
señoritos de nacimiento
por mala conciencia escritores
de poesía social,
dedico también un recuerdo,
y a la afición en general.
Canción para ese día:
He aquí que viene el tiempo de soltar palomas
en mitad de las plazas con estatua.
Van a dar nuestra hora. De un momento
a otro, sonarán campanas.
Mirad los tiernos nudos de los árboles
exhalarse visibles en la luz
recién inaugurada. Cintas leves
de nube en nube cuelgan. Y guirnaldas
sobre el pecho del cielo, palpitando,
son como el aire de la voz. Palabras
van a decirse ya. Oíd. Se escucha
rumor de pasos y batir de alas.
Véase también L.T. p. 308: Contra Jaime
Gil de Biedma y p. 309: No volveré a ser joven.
IES DO CASTRO
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Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
PALABRAS PARA JULIA
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO (1928 - 1999)
DONDE TÚ NO ESTUVIERAS,
como en este recinto, cercada por la vida,
en cualquier paradero, conocido o distante,
leería tu nombre.
Aquí, cuando empezaste a vivir para el mármol,
cuando se abrió a la sombra tu cuerpo desgarrado,
pusieron una fecha: diecisiete de marzo. Y suspiraron
tranquilos, y rezaron por ti. Te concluyeron.
Alrededor de ti, de lo que fuiste,
en pozos similares y en funestos estantes,
otros, sal o ceniza, te hacen imperceptible.
Lo miro todo, lo palpo todo:
hierros, urnas, altares,
una antigua vasija, retratos carcomidos por la lluvia,
citas sagradas, nombres,
anillos de latón, sucias coronas, horribles
poesías...
Quiero ser familiar con todo esto.
Pero tu nombre sigue aquí,
tu ausencia y tu recuerdo siguen aquí.
¡Aquí!
Donde tu no estarías,
si una hermosa mañana, con música de flores,
los dioses no te hubieran olvidado.
(El retorno 1955)
ASÍ SON
Su profesión se sabe es muy antigua
y ha perdurado hasta ahora sin variar
a través de los siglos y civilizaciones.
No conocen vergüenza ni reposo
se emperran en su oficio a pesar de las críticas
unas veces cantando
otras sufriendo el odio y la persecución
mas casi siempre bajo tolerancia.
Platón no les dio sitio en su República.
Creen en el amor
a pesar de sus muchas corrupciones y vicios
suelen mitificar bastante la niñez
y poseen medallones o retratos
que miran en silencio cuando se ponen tristes.
Ah curiosas personas que en ocasiones yacen
en lechos lujosísimos y enormes
pero que no desdeñan revolcarse
en los sucios jergones de la concupiscencia
sólo por un capricho.
Le piden a la vida más de lo que esta ofrece.
Difícilmente llegan a reunir dinero
la previsión no es su característica
y se van marchitando poco a poco
de un modo algo ridículo
si antes no les dan muerte por quién sabe qué cosas.
Así son pues los poetas
las viejas prostitutas de la Historia.
(Bajo tolerancia)
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo se muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Un hombre solo una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otros hombres.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella tu verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo un patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Véase también L.T. p.288: La guerra.
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IES DO CASTRO
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Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
JOSÉ SANTOS CHOCANO.
(Perú, 1875-1935)
EL SUEÑO DEL ______________
JUAN ISMAEL.
(España 1907-1981)
LA ___________________
Enorme tronco que arrastró la ola,
yace el ________ varado en la ribera;
espinazo de abrupta cordillera,
fauces de abismo y formidable cola,
La carne te voló cuando naciste
fruto de ayuntamiento peregrino
con rueda de fortuna sin destino
y aquel romboide derrumbado y triste
el sol envuelve en fúlgida aureola,
y parece lucir cota y cimera,
cual monstruo de metal que reverbera
y que, al reverberar se tornasola.
Inmóvil como un ídolo sagrado,
ceñido en mallas de compacto acero,
está ante el agua estático y sombrío,
a manera de un príncipe encantado
que vive eternamente prisionero
en el palacio de cristal de un río...
Alma América (1906)
JUAN CHABAS
(España 1900-1954)
___________________
¡Talle nocturno y sombra despeinada!
Clamor del cielo y aire, signo apenas
de una playa de mirtos y sirenas,
espuma el talle y la melena alada.
¡Oh signo y norma de esta tierra anclada!
Esbelta ninfa, viento y mar estrenas,
caracola de lirios y azucenas,
de estrellas y alga verde coronada.
Nada perturba tu desnudo anhelo
ni tuerce la flexible primavera
con que susurras por llegar al cielo.
Erguida y llameante vas ligera
hasta el más alto azul, huyendo al suelo
para decir tu nombre de ____________ .
Árbol de ti nacido (1955)
Un mudo celuloide fue el camino
donde loca sin boca te creciste
con Linder y Charlot Polo y Maciste
novia primera de zangolotino
Viento nuevo traspasa tu osamenta
tú traspasas trasero de berlina
con tu dura y torcida cornamenta
Hoy caballo del diablo te domina
muchacha ojo de sueño descontenta
mecanógrafa gris de una oficina
Dado de lado (1992)
GUILLERMO DÍAZ PLAJA
(España 1909-1984)
_________________________
(De la National Gallery)
¿Quién trajo a esta magnolia reclinada
su casi desmayada melodía?
¿Qué guitarra de seda se ceñía
a la seda crujiente de la almohada?
¿Qué genio la cintura delicada
al esplendor de la cadera unía?
¿Cómo pudo el reflejo que fingía
recoger el calor de esa mirada?
La curva fugitiva de la espalda
cae sobre una sombra de esmeralda
que al dulce peso se convierte en nido.
Y el amorcillo, dueño del reflejo,
sonríe al contemplar, tras el espejo,
el seno que Velázquez ha escondido.
Segundo Cuaderno de sonetos (1950)
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LUIS EDUARDO AUTE
las cuatro
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
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Dentro.
y diez.
fue en ese cine te acuerdas,
en una mañana al este del edén
james dean tiraba piedras
a una casa blanca entonces te besé
aquella fue la primera
vez tus labios parecían de papel
y a la salida en la puerta
nos pidió aquel inspector nuestros carnets
luego volví a la academia
para no faltar a clase de francés
Tú me esperaste hora y media
en esta misma mesa y yo me retrasé
quieres helado de fresa
o prefieres que te pida ya el café
cuéntame cómo te encuentras
aunque sé que me responderás muy bien
ten esta foto es muy fea
el más pequeño acababa de nacer
oiga me trae la cuenta
calla que fui yo quien te invitó a comer
no te demores no sea
que no llegues a la hora al almacén
llámame el día que puedas
date prisa que ya son las cuatro y diez.
Al alba
Si te dijera, amor mío,
que temo a la madrugada;
no sé qué estrellas son éstas
que hieren como amenazas;
ni sé qué sangra la luna
al filo de su guadaña.
Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga;
quiero que no me abandones,
amor mío, al alba.
Al alba, al alba,
al alba, al alba.
Los hijos que no tuvimos
se esconden en las cloacas;
comen las últimas flores,
parece que adivinaran
que el día que se avecina
viene con hambre atrasada.
Presiento ......................
Miles de buitres callados
van extendiendo sus alas.
¿No te destroza, amor mío,
esta silenciosa danza,
maldito baile de muertos,
pólvora de la mañana?
Presiento ......................
Luis Eduardo Aute 1975
A veces recuerdo tu imagen
desnuda en la noche vacía,
tu cuerpo sin peso se abre
y abrazo mi propia mentira.
Así me reanuda la sangre,
tensando la carne dormida,
mis dedos aprietan amantes
un hondo compás de caricias.
Dentro
me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto.
Mi mano ahuyentó soledades,
tomando tu forma precisa,
la piel que te hice en el aire
recibe un temblor de semilla.
Un quieto cansancio me esparce,
tu imagen se borra enseguida,
me llena una ausencia de hambre
y un dulce calor de saliva.
Dentro me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto.
Luis Eduardo Aute, 1973.
JOAQUÍN SABINA
Tan Joven y Tan Viejo
Lo primero que quise fue marcharme bien lejos;
en el álbum de cromos de la resignación
pegábamos los niños que odiaban los espejos
guantes de Rita Hayworth, calles de Nueva
York.
Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida
le pedí que a su antojo dispusiera de mí,
ella me dio las llaves de la ciudad prohibida
yo, todo lo que tengo, que es nada, se lo di.
Así crecí volando y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió,
para borrar mis huellas destrocé mi camisa,
confundí con estrellas las luces de neón.
Hice trampas al póker, defraudé a mis amigos,
sobre el banco de un parque dormí como un
lirón;
por decir lo que pienso sin pensar lo que digo
más de un beso me dieron (y más de un
bofetón).
Lo que sé del olvido lo aprendí de la luna,
lo que sé del pecado lo tuve que buscar
como un ladrón debajo de la falda de alguna
de cuyo nombre ahora no me quiero acordar.
Así que, de momento, nada de adiós
muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación;
cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone.
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IES DO CASTRO
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XCII PUNTOS SUSPENSIVOS
Calle Melancolía
Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.
Como quien viaja a lomos de una yegua sombría,
por la ciudad camino, no preguntéis adónde.
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día,
y no hallo más que puertas que niegan lo que
esconden.
Las chimeneas vierten su vómito de humo
a un cielo cada vez más lejano y más alto.
Por las paredes ocres se desparrama el zumo
de una fruta de sangre crecida en el asfalto.
Ya el campo estará verde, debe ser Primavera,
cruza por mi mirada un tren interminable,
el barrio donde habito no es ninguna pradera,
desolado paisaje de antenas y de cables.
Vivo en el número siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.
Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido,
que viene de la noche y va a ninguna parte,
así mis pies descienden la cuesta del olvido,
fatigados de tanto andar sin encontrarte.
Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama;
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.
Trepo por tu recuerdo como una enredadera
que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy
esa absurda epidemia que sufren las aceras,
si quieres encontrarme, ya sabes dónde estoy.
Vivo en el número siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.
Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos.
Ciento volando de catorce
Contigo
Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá;
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado
con ganas de llorar.
Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.
Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta,
brindar a tu salud.
Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.
Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes;
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana
sin ganas de comer.
Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz;
yo no quiero París con aguacero
ni Venecia sin ti.
No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas "volvamos a empezar";
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.
Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren
Pongamos que hablo de Madrid
Allá donde se cruzan los caminos,
donde el mar no se puede concebir,
donde regresa siempre el fugitivo.
Pongamos que hablo de Madrid.
Donde el deseo viaja en ascensores
un agujero queda para mí
que me dejó la vida en sus rincones.
Pongamos que hablo de Madrid.
Las niñas ya no quieren ser princesas
y a los niños les da por perseguir.
El mar dentro de una vaso de ginebra.
Pongamos que hablo de Madrid.
Los pájaros visitan al psiquiatra,
las estrellas se olvidan de salir,
la muerte pasa en ambulancias blancas.
Pongamos que hablo de Madrid.
El sol es una estufa de butano,
la vida un metro a punto de partir.
Hay una jeringuilla en el lavabo.
Pongamos que hablo de Madrid.
la muerte venga a visitarme
que me lleven al sur donde nací;
aquí no queda sitio para nadie:
Pongamos que hablo de Madrid
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Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
De Purísima y Oro
Que se llama Soledad
Academia de corte y confección,
sabañones, aceite de ricino,
gasógeno, zapatos topolino,
"el género dentro por la calor".
Para primores galerías Piquer,
para la inclusa niños con anginas,
para la tisis caldo de gallina,
para las extranjeras Luis Miguel.
Para el socio del limpia un carajillo,
para el estraperlista dos barreras,
para el Corpus retales amarillos
que aclaren el morao de las banderas.
Tercer año triunfal, con brillantina,
los señoritos cierran "Alazán",
y, en un barquito, Miguel de Molina,
se embarca, caminito de ultramar.
Habían pasado ya los nacionales,
habían rapado a la "señá" Cibeles,
cautivo y desarmado
el vaho de los cristales.
A la hora de la zambra, en "Los Grabieles",
por Ventas madrugaba el pelotón,
al día siguiente hablaban los papeles
de Celia, de Pemán y del bayón.
Enseñando las garras de astracán,
reclinaba en la barra de "Chicote",
la "bien pagá" derrite, con su escote,
la crema de la intelectualidad.
Permanén, con rodete Eva Perón,
"Parfait amour", rebeca azul marino,
-"Maestro, le presento a Lupe Sino,
lo dejo en buenas manos, matador"Y, luego, el reservao en "Gitanillos",
y, después, la paella de "Riscal",
y, la tarde del manso de Saltillo,
un anillo y unas medias de cristal.
-"Niño, sube a la suite dos anisettes,
que, hoy, vamos a perder los alamares"de purísima y oro, Manolete,
cuadra al toro, en la plaza de Linares.
Habían pasado ya los nacionales,
habían rapado a la "señá" Cibeles,
volvían a sus cuidados
las personas formales.
A la hora de la conga, en los burdeles,
por san Blas descansaba el pelotón,
al día siguiente hablaban los papeles
de Gilda y del Atleti de Aviación.
Algunas veces vuelo
y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita,
a esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar.
Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella..., al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos;
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán;
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar;
más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
El Cortijo, enero de 1999
A Juan Gelman, por seguir de pie. (J.Sabina)
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Joaquín Sabina
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Departamento de Lingua castelá e Literatura
POESÍA HISPANOAMERICANA XIX - XX
JOSÉ MARTÍ (Cuba ,1853 - 1895)
Poética
Vierte corazón tu pena
donde no se llegue a ver,
por soberbia, y por no ser
motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo,
porque cuando siento el pecho
ya muy cargado y deshecho,
parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas
en tu regazo amoroso,
todo mi amor doloroso,
todas mis ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en calma
amar y hacer bien, consientes
en enturbiar tus corrientes
con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero
la tierra, y sin odio, y puro,
te arrastras, pálido y duro,
mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina
al cielo limpia y serena,
y tu me cargas mi pena
con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre
de echarme en ti te desvía
de tu dichosa armonía
y natural mansedumbre;
Porque mis penas arrojo
sobre tu seno, y lo azotan,
y tu corriente alborotan,
y acá lívido, allá rojo,
blanco allá como la muerte,
ora arremetes y ruges,
ora con el peso crujes
de un dolor más que tú fuerte,
¿habré, como me aconseja
un corazón mal nacido,
de dejar en el olvido
a aquel que nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios
adonde van los difuntos:
verso, o nos condenan juntos,
o nos salvamos los dos.
Literaturas hispánicas curso 2007 – 2008
Poética
La verdad quiere cetro. El verso mío
puede, cual paje amable, ir por lujosas
salas, de aroma vario y luces ricas,
temblando enamorado en el cortejo
de una ilustre princesa, o gratas nieves
repartiendo a las damas. De espadines
sabe mi verso, y de jubón violeta
y toca rubia, y calza acuchillada.
Sabe de vinos tibios y de amores
mi verso montaraz; pero el silencio
del verdadero amor, y la espesura
de la selva prolífica prefiere:
¡Cuál gusta del canario, cuál del águila!
V
Si ves un monte de espumas
es mi verso lo que ves:
mi verso es un monte, y es
un abanico de plumas.
Mi verso al valiente agrada:
mi verso breve y sincero,
es del vigor del acero
con que se funde la espada.
Duermo en mi cama de roca
mi sueño dulce y profundo,
roza una abeja mi boca
y crece en mi cuerpo el mundo.
Mi verso es como un puñal
que por el puño echa flor:
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
y de un jazmín encendido:
mi verso es un ciervo herido
que busca en el monte amparo.
Al buen Pedro.
Dicen, Buen Pedro, que de mí murmuras
Porque tras mis orejas el cabello
En crespas ondas su caudal levanta:
¡Diles, bribón, que mientras tú en festines,
En rubios caldos y en fragantes pomas,
Entre mancebas del astuto Norte,
De tus esclavos el sudor sangriento,
Torcido en oro bebes descuidado,—
Pensativo, febril, pálido, grave,
Mi pan rebano en solitaria mesa,
Pidiendo ¡oh triste! al aire sordo modo
De libertar de su infortunio al siervo
Y de tu infamia a ti!—
Y en esos lances,
Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa
Faltar la monedilla que reclama
Con sus húmedas manos el barbero.
IES DO CASTRO
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RUBÉN DARÍO. (Nicaragua, 1867 - 1916)
SALUTACIÓN DEL OPTIMISTA.
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar
nuevos
lenguas de gloria; un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas
ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
(...)
SONATINA.
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la
princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de
China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe
existe,
—la princesa está pálida, la princesa está
triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que
[himnos
abril!
—«Calla, calla, princesa —dice el hada
madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
“Cantos de vida y esperanza”
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno, audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.
Yo supe de dolor desde mi infancia;
mi juventud... ¿fue juventud la mía?,
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía...
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
ITE, MISSA EST
A Reynaldo de Rafael
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar:
su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus labios son los únicos labios para besar.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien
alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
17
Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al són de una dulce lira crepuscular.
Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente
me mirará asombrada con íntimo pavor;
la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!
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IES DO CASTRO
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A MARGARITA DEBAYLE
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: —«¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
—«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: —«¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
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Y ella dice: —«No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
—«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: —«En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
***
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
Véase también L.T. p.p 198 - 201: Venus; Yo
persigo
una forma; Lo fatal; De invierno; Ite misa est; De
otoño.
IES DO CASTRO
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CÉSAR VALLEJO (Perú, 1892 - 1938)
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VICENTE HUIDOBRO (Chile, 1893 1948)
CONSIDERANDO EN FRÍO, IMPARCIALMENTE...
ALTAZOR (fragmentos)
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego, mamífero y se peina...
No hay tiempo que perder
Ya viene la golondrina monotémpora
Trae un acento antípoda de lejanías que se acercan
Viene gondoleando la golondrina
Al horitaña de la montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene la golondrina
Ya viene la golonfina
Ya viene la golontrina
Ya viene la goloncima
Viene la golonchina
Viene la golonclima
Ya viene la golonrima
Ya viene la golonrisa
La golonniña
La golongira
La golonlira
La golonbrisa
La golonchilla
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar
borrándolo...
su
día
atroz,
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear me da con su tristeza en la
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago un seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Véase también L.T. p. 237 : Masa.
Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus uñas como el leopardo
Ya viene la golontrina
Que tiene un nido en cada uno de los dos calores
Como yo lo tengo en los cuatro horizontes
[cabeza...
Viene la golonrisa
Y las olas se levantan en la punta de los pies
Viene la golonniña
Y siente un vahído en la cabeza de la montaña
Viene la golongira
Y el viento se hace parada de sílfides en orgía
Se llenan de notas los hilos telefónicos
Se duerme el ocaso con la cabeza escondida
Y el árbol con el pulso afiebrado
Pero el cielo prefiere el rodoñol
Su niño querido de rorreñol
su flor de alegría el romiñol
Su piel de lágrima el rofañol
Su garganta nocturna el rosolñol
El rolañol
El rosiñol.
Véase también L.T. p.237: Nipona.
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PABLO NERUDA (Chile, 1904 - 1973)
Veinte poemas de amor y una canción
desesperada.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como esta la tuve entre mis
brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo, sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos
árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los
mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuanto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.
Porque en noches como estas la tuve entre mis
brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque este sea el último dolor que ella me
causa
y estos sean los últimos versos que yo le
escribo.
ME GUSTAS CUANDO CALLAS PORQUE ESTÁS COMO
AUSENTE,
y me oyes desde lejos y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
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Me gustas cuando callas porque estás como
ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Véase también L.T. p. 237: “En su llama
mortal...”
NICOLÁS GUILLÉN (Cuba, 1902 - 1989)
Canción
¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera!
Yo muriendo.
Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.
¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera la primavera?
No soy tanto.
En cambio qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal.
SENSEMAYA
(Canto para matar una culebra)
¡Mayombe-bombe-mayombe!
¡Mayombe-bombe-mayombe!
¡Mayombe-bombe-mayombe!
La culebra tiene los ojos de vidrio;
la culebra viene, y se enreda en un palo;
con sus ojos de vidrio en un palo,
con sus ojos de vidrio.
La culebra camina sin patas;
la culebra se esconde en la yerba;
caminando se esconde en la yerba;
caminando sin patas.
¡Mayombe-bombe-mayombe!
¡Mayombe-bombe-mayombe!
¡Mayombe-bombe-mayombe!
Tú le das con el hacha y se muere:
¡dale ya!
¡No le des con el pie, que te muerde,
no le des con el pie, que se va!
(...)
IES DO CASTRO
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JORGE ENRIQUE ADOUM (Ecuador, 1923)
después de añísimos de quizases talveces ojalases
no quedan sino porqués nuncamases y tampocos
ya jamasmente la ísima
ya sólo la escorpiona
parasiempremente no sida
el puro postamor casi inamor amortejado
en la subalma o la desvida
diciembremente terminado
De No son todos los que están. (1960)
Véase también L.T. p. 217: Epitafio del
extranjero vivo.
SILVIO RODRÍGUEZ (Cuba,1946)
En estos días.
En estos días
todo el viento del mundo sopla en tu dirección,
la Osa Mayor corrige la punta de su cola
y te corona con la estrella que guía,
la mía.
Los mares se han torcido,
no con poco dolor, hacia tus costas,
la lluvia dibuja en tu cabeza la sed de millones
de árboles
las flores te maldicen muriendo,
celosas.
En estos días
no sale el sol
sino tu rostro.
Y en el silencio
sordo del tiempo
gritan tus ojos.
¡Ay de estos días terribles!
¡Ay de lo indescriptible!
En estos días
no hay absolución posible para el hombre,
para el feroz, la fiera que ruge y canta ciega,
ese animal remoto que devora y devora
primaveras.
En estos días
no sale el sol,
sino tu rostro.
Y en el silencio
sordo del tiempo
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gritan tus ojos.
¡Ay de estos días terribles!
¡Ay del nombre que lleven!
¡Ay de cuantos se marchen!
¡Ay de cuantos se queden!
¡Ay de todas las cosas
que hinchan este segundo!
¡Ay de estos días terribles
Asesinos del mundo!
(1978)
Te doy una canción
¡Cómo gasto papeles recordándote,
cómo me haces hablar en el silencio,
cómo no te me quitas de las ganas,
aunque nadie me ve nunca contigo!
¡Y cómo pasa el tiempo
que de pronto son años
sin pasar tú por mí,
detenida!
Te doy una canción si abro una puerta
y de la sombra sales tú.
Te doy una canción de madrugada
cuando más quiero tu luz.
Te doy una canción cuando apareces
el misterio del amor
y si no lo apareces,
no me importa,
yo te doy una canción.
Si miro un poco afuera me detengo,
la ciudad se derrumba y yo cantando;
la gente que me odia y que me quiere
no me va a perdonar que me distraiga.
Creen que lo digo todo,
que me juego la vida,
porque no te conocen
ni te sienten.
Te doy una canción y hago un discurso
sobre mi derecho a hablar;
Te doy una canción con mis dos manos,
con las mismas de matar.
Te doy una canción y digo patria
y sigo hablando para ti;
Te doy una canción como un disparo,
como un libro, una palabra, una guerrilla,
como doy el amor.
(1975)
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22
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¡Ojalá!
¡Ojalá que las hojas
no te toquen el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas
convertir en cristal!
¡Ojalá que la lluvia deje de ser
milagro que baja por tu cuerpo!
¡Ojalá que la luna pueda salir sin ti!
¡Ojalá que la tierra no te bese los pasos!
¡Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta!
¡Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve!
¡Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre,
en todos los segundos
en todas las visiones!
¡Ojalá que no pueda
tocarte ni en canciones!
¡Ojalá que la aurora
no dé gritos que caigan en mi espalda!
¡Ojalá que tu nombre
se le olvide a esa voz!
¡Ojalá las paredes
no retengan tu ruido de camino cansado!
¡Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores!
¡Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta!
¡Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve!
¡Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre,
en todos los segundos
en todas las visiones!
¡Ojalá que no pueda
tocarte ni en canciones!
(1978)
Un poeta del siglo XIII
Vuelve a mirar los arduos borradores
De aquel primer soneto innominado,
La página arbitraria en que ha mezclado
Tercetos y cuartetos pecadores.
Lima con lenta pluma sus rigores
Y se detiene. Acaso le ha llegado
Del porvenir y de su horror sagrado
Un rumor de remotos ruiseñores.
¿Habrá sentido que no estaba solo
Y que el arcano, el increíble Apolo
Le había revelado un arquetipo,
Un ávido cristal que apresaría
Cuanto la noche cierra o abre el día:
Dédalo, laberinto, enigma, Edipo?
Jorge Luis Borges
ESPUMAS
Este cuerpo de amor no necesita
quemar su luz en otra ardiente rama.
La lava en que se quema y que derrama,
por su propio volcán se precipita.
Tu hermosura sin voz sólo me incita,
no un corazón ni el vuelo de una llama.
Mi alimento es mi amor, y lo que ama
mi sangre, es esa piel, que un astro imita.
¿Qué esconde esa belleza? Sólo espumas,
Oh hermosa nada que a mi amor convoca,
raudo cielo sin Dios, mar sin secreto.
Pero besar todas sus dulces plumas
es ya el único sino de esta boca,
la única gloria ya de este esqueleto.
OCTAVIO PAZ; mexicano (19141998)
MARÍA ROSAL NADALES; española (1961)
Tempus fugit
De tibio pedernal, mármol triunfante,
delirios circulares de armonía,
en redonda y severa simetría,
gemela suavidad, melaza andante.
Dulce empeño, cristal, claro diamante,
embrujada y turgente geografía,
que en mostrando descaro y osadía
no habrá vaina leal que no levante.
Si una mano os asalta en la espesura,
responded con fervor y sin recato,
que en amorosa lid, vale locura.
Y pues que tempus fugit por mandato
fuera necio no obrar con desmesura
ante lúbrico dios, nunca sensato.
Remedio antiguo no hallado en la botica
(1994)
IES DO CASTRO
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ERNESTINA DE CHAMPOURCIN,
España 1905-1999
Tu silencio me envuelve y me traspasa...
Tu silencio me envuelve y me traspasa
con agujas de hostiles soledades,
muro obstinado tras el cual evades
la pregunta de fuego que me abrasa.
¡Abre tu cerco al fin! Es tan escasa
la luz en mi camino, que si invades
con tu niebla sus tenues claridades,
naufragaré en la sombra. Ven y arrasa
para siempre mi inquieta incertidumbre.
Devuélveme tu voz, dame la lumbre
de tu palabra nítida y serena.
Derrumba en torno mío tu muralla
y escucahrás el cántico que calla
en el pozo sin cielo de mi pena.
Cántico inútil (1936)
TINO BARRIUSO España 1948
Carta al ayer
a begoña arnaiz
Vienes como la lluvia en primavera,
a desnudar arcángeles glaciales,
y llamas con el ala en los cristales,
siempre dentro de mí, mas siempre fuera.
Desciendes por la hondísima escalera
que lleva al corazón, y en los umbrales
sonríes con tus ojos manantiales,
tu falda de maíz, tu voz de cera.
Y ya ves: voy andando hacia el olvido,
pero vivo, negándole a la muerte
la luz de los trabajos y los días.
Te guardo más de lo que te he querido,
y no hallo otra manera de quererte
que parecerme al hombre que querías.
Paloma sin alas (1991)
ANTONIO CÁCERES España 1960
Homenaje al soneto
Jacopo de Lentini, funcionario
de la Corte Imperial, vate discreto,
al combinar cuarteto con terceto
fijó un preciso molde literario.
Así nace el discurso lapidario
que seguimos haciendo; este soneto
es un ensayo más, siempre incompleto,
del perfecto soneto imaginario.
Petrarca, Borges, Lope, Garcilaso,
Quevedo, Shakespeare, Góngora y Cervantes
de esta idea alcanzaron la excelencia.
Manuel Machado presintió que, acaso,
en los catorce versos consonantes
de un hombre cabe entera la existencia.
Vuelta de hoja (1992)
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Viaje infinito.
Para el que con su incendio te ilumina,
cósmico caracol de azul sonoro,
blanco que vibra un címbalo de oro,
último trecho de la jabalina,
la mano que te busca en la penumbra
se detiene en la tibia encrucijada
donde musgo y coral velan la entrada
y un río de luciérnagas alumbra,
sí, portulano1, fuego de esmeralda,
sirte2 y fanal3 en una misma empresa
cuando la boca navegante besa
La poza más profunda de tu espalda,
suave canibalismo que devora
su presa que la danza hacia el abismo,
oh laberinto exacto de sí mismo
donde el pavor de la delicia mora
agua para la sed del que te viaja
mientras la luz que junto al lecho vela
baja a tus muslos su húmeda gacela
y al fin la estremecida flor desgaja
Julio Cortázar Último round.
Cristina Núñez Pereira (Madrid)
Concurso: Luces y Sombras
Título: Soneto del amor bien medido
Perfecta entre tus senos la cesura,
consonante la rima en tu cadera.
(Sin ti; yo, cabo roto, estrofa huera.)
Ni un solo ripio afea tu cintura,
ni una sílaba falta en tu hermosura;
tu ritmo alejandrino me acelera,
y ni en el hemistiquio se modera
mi amor que tras tus besos se apresura.
Mi más sonoro verso queda mudo
por ti. Por ti me vuelvo pareado,
por ti yo me encadeno en un terceto,
por ti yo me encabalgo y me desnudo;
ante el tuyo, mi pie queda quebrado…
y al fin, sólo por ti, soy un soneto.
1portulano.
(Del it. portolano, y este del lat.
portus, puerto). 1. m. Colección de planos de
varios puertos, encuadernada en forma de atlas.
2sirte.
3fanal.
1. f. Bajo de arena.
(Del it. fanale, y este del gr.). 1. m. Farol
grande que se coloca en las torres de los
puertos para que su luz sirva de señal nocturna.
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JAVIER KRAHE
La hoguera.
Es un asunto muy delicado
el de la pena capital
porque además del condenado
juega el gusto de cada cual;
empalamiento, lapidamiento
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento;
todos son dignos de admiración.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera;
la hoguera tiene ¡qué sé yo!
que sólo lo tiene la hoguera.
Sé que han probado su eficacia
los carchutos del pelotón;
la guinda del tiro de gracia
es exclusiva del paredón.
La guillotina por supuesto
posee el “chic” de lo francés:
la cabeza que cae al cesto,
ojos y lengua de través.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera,
la hoguera tiene ¡qué sé yo!
que sólo lo tiene la hoguera.
No tengo elogios suficientes
para la cámara de gas,
que para grandes contingentes
ha resultado ser el as.
Ni negaré que el balanceo
de la horca un hallazgo es,
ni lo que se estira el reo
cuando lo lastran por los pies.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera;
la hoguera tiene ¡qué sé yo!
que sólo lo tiene la hoguera.
Sacudir con corriente alterna
reconozco que no está mal
la silla eléctrica es moderna,
americana, funcional.
Y sé que iba de maravilla
nuestro castizo garrote vil
para ajustarle la golilla
al pescuezo más incivil.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
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la hoguera, la hoguera, la hoguera,
la hoguera tiene ¡qué sé yo!
que sólo lo tiene la hoguera.
Un burdo rumor
No sé tus escalas por lo tanto eres muy dueña
de ir por ahí diciendo que la tengo muy
pequeña.
No está su tamaño en honor a la verdad
fuera de la ley de la relatividad.
Y aunque en rigor no es mejor
por ser mayor o menor,
ciertamente es un burdo rumor.
Pero como veo que, por ser tu tan cotilla,
va de boca en boca y es la comidilla,
en vez de esconderla como haría el avestruz
tomo mis medidas: hágase la luz.
Y aunque en rigor no es mejor
por ser mayor o menor,
una encuesta he hecho a mi alrededor.
Trece interesadas respondieron a esta encuesta,
de las cuales una no sabe, no contesta,
y en las otras doce división, como veréis:
se me puso en contra la mitad, es decir, seis.
Y aunque en rigor no es mejor
por ser mayor o menor,
otras seis francamente a favor.
Y si hubo reproches fueron, en resumen,
por su rendimiento, no por su volumen.
Y las alabanzas, que también hubo un montón,
hay que atribuirlas a una cuarta dimensión.
Y aunque en rigor no es mejor
por ser mayor o menor,
a que a veces soy muy cumplidor.
Mi mujer incluso dijo: “aunque prefiero,
como tú ya sabes, la del jardinero;
por si te interesa pon que estáis a la par,
sólo que la suya es mucho menos familiar”
Y aunque en rigor no es mejor
por ser mayor o menor,
nunca olvida traerme una flor.
Es mísero, sórdido, y aun diría tétrico
someterlo todo al sistema métrico:
no estés con la regla más de lo que es natural
te aseguro, chica, que eso puede ser fatal.
Y aunque en rigor no es peor
por ser mayor o menor,
yo que tú consultaba al doctor López Ibor.
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Villatripas.
Por su gran prosperidad
decidió la autoridad
de Villatripas de Arriba
—¡Que viva el alcalde; viva!—
erigir un monumento
un auténtico portento
que a los de abajo asombrara:
una escultura bien cara,
como dijo el pregonero,
que costara su dinero,
pues de mármol o alabastro
de nuestro rico catastro
la montara un escultor
en plena plaza mayor.
Y terminaba el pregón:
—será una gran erección—
Se gastó mucha saliva
en Villatripas de Arriba;
la gente andaba tan fatua
con la cosa de la estatua
y había gran emoción
cuando la inauguración.
La alcaldesa con premura
corrió el velo a la escultura
y apareció ante la villa
la supuesta maravilla:
saliendo de entre las aguas
sin siquiera unas enaguas,
toda toda desnudita,
una Venus Afrodita.
La erección no estuvo mal,
satisfizo al personal.
Tenía el pueblo de al lado
el ánimo muy picado,
y allí habló el señor alcalde:
—erigiremos de valde—
En Villatripas de Abajo
se suple con desparpajo
por parte del vecindario
la falta de monetario:
—Vecinos de este lugar,
hay que vencer o ganar.
¿Estáis dispuestos a todo
por sacudiros el lodo
de esa Venus Afroooo....... leches?
—Alcalde, lo que nos eches —
respondió la población
Literaturas hispánicas curso 2007– 2008
con una gran ovación.
Cogieron a la Jacinta,
la moza de mejor pinta,
y en la misma plazoleta
la pusieron en porreta
y la echaron al pilón
sin mayor vacilación.
Luego fue una comitiva
a Villatripas de Arriba
a decirles que bajaran,
miraran y compararan.
Comparando las dos Venus,
¿cuál es más y cual es menos?
excepto algún poetastro
que alabó la de alabastro
y el pelma de Don Simón
que de un vuelo fue al pilón,
se oyó gritar al compás:
—La Jacinta mucho más,
la Jacinta mucho más —
Y con graciosa vehemencia
añadió la concurrencia,
sobre todo los varones:
—que en lo tocante a erecciones
la Jacinta en el pilón
matarile rile ro.
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Texto 1
Los poetas demostraron, antes que los psicolingüistas, que todas las palabras suenan en nuestros oídos
aunque las leamos en silencio. Después, los estudiosos del lenguaje y del cerebro humano han convenido
en que la lectura de un texto va acompañada de una articulación interior, imperceptible. Ellos lo llaman
“subvocalización”. Por eso aprender a leer afecta a la forma de percibir las palabras que se oyen. Una vez
que sabemos leer no sólo vemos las palabras con sus letras. También las escuchamos con sus sonidos.
Y con los sonidos nos llegan los colores de los fonemas y cuanto sugieren. Las formas que envuelven los
vocablos crean también una estética que alcanza a los sentidos del ser humano y puede, como un lienzo,
dejar admirados nuestros ojos. Las letras cumplen el papel de colores en la paleta de quien plasma un
poema.
La vocal u, por ejemplo, se inserta en “luz”, en “lumbre”, en “fulgor”, en “fulgurante”, en “iluminar”,
“luminaria” ... palabras todas ellas que se apoyan en el sonido “u” y que se relacionan con la luz misma.
Dámaso Alonso hablaba de “la magia de la imagen fonética” para componer “la imagen poética”, y
recordaba aquel verso del poeta dueño del color, Luis de Góngora: “Infame turba de nocturnas ave”,
donde la acentuación de la frase en las dos sílabas “tur” (turba y nocturna), en los dos golpes de la u, hace
caer sobre el verso dos intensos chorros de luz, pero de luz negra; la misma luz negra que inunda la
palabra “lúgubre” ... La negrura de “luto” y “luctuoso”, las sílabas que evocan el dolor primitivo de la
palabra.
Y es esa misma “tur” acentuada en “turba” y en “nocturna” la que encontramos en turbio, en el dúo de
letras “ur” que hallamos en “oscuro”, la misma letra u que sobreviene opaca en el azul marino o en la
lúgubre luz del ángulo umbrío, del ángulo oscuro: un cierto fulgor, luz sí; pero de brillo negro, el brillo de
la “púrpura” y del “crepúsculo”; porque el azul profundo y las úes que lo muestran se hallan muy cerca,
hasta el punto de que en francés se dice “no veo más que azul” para explicar que alguien no ve nada; y en
alemán, “estar en azul” equivale a “estar borracho” ... situación que en España se llama también “estar
ciego”4. (...)
La a, por el contrario, se muestra blanca... blancas son las letras a de álamo y de cándida, de clara y de
diáfana, de glaciar, de alba y de cal y de agua y de cana o de diana, la a que transparenta, la a de
cristalina y de escarcha... y de la propia palabra “blanca”, que exhibe su blancura en las dos vocales que la
pronuncian. Y blancos son los “álamos” en su madera blanca, y los “fantasmas” en sus “sábanas”, en sus
sábanas blancas, vestidos por las aes de todas esas sílabas que hacen menos blanca la nieve que la nevada.
La letra i es tal vez el amarillo, palabra que la acoge además en su sílaba tónica, el amarillo de “genista”
porque encajaría más a la retama el color blanco y a la genista el amarillo, siendo en realidad la misma
planta, sinónimas en los diccionarios... El amarillo que se marchita y amarillea marchitándose y que pone
el acento en la i de marchito, el amarillo del pelo rubio, el amarillo de un rostro lívido, del cofre aurino,
de la piel cetrina, de la orina, de la ictericia y su palidez, el amarillo del trigo5 (...)
La o lleva los valores de “negro”, cuyo sonido se asocia con lo fúnebre tal vez porque “nekro” llegó al
español desde el griego para nombrar a la muerte (identificamos el negro con la necrológica, y vemos el
negro futuro de alguien... (...)
GRIJELMO, Alex: La seducción de las palabras, Taurus, Madrid, 2000; pp. 39-41
4. Obsérvese el siguiente fragmento de Juan Ramón Jiménez del poema titulado TREN Y BUQUE:
—¡Dulces luces azules de túneles y puertos,
que alumbráis solamente una flor, una onda;
que unís, calladamente, entre la madrugada,
la frente y el cristal con estrellas remotas!—
(...)
¡Buque oscuro que avanza entre buques dormidos,
lento, y para suave, el sueño de sus cosas;
(...)
5De nuevo Juan Ramón Jiménez ilustra la teoría de Grijelmo:
Abril venía, lleno
todo de flores amarillas:
amarillo el arroyo,
amarillo el vallado, la colina,
el cementerio de los niños,
el huerto aquel donde el amor vivía.
El sol unjía de amarillo el mundo,
con sus luces caídas;
(...)
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Texto 2
Una vez más, pues, había cometido una tontería con mi costumbre de escribir cartas
muy espontáneas y enviarlas enseguida. Las cartas de importancia hay que retenerlas
por lo menos un día hasta que se vean claramente todas las posibles consecuencias.
Quedaba un recurso desesperado, ¡el recibo! Lo busqué en todos los bolsillos, pero no
lo encontré: lo habría arrojado estúpidamente por ahí. Volví corriendo al correo, sin
embargo, y me puse en la fila de las certificadas. Cuando llegó mi turno, pregunté a la
empleada, mientras hacía un horrible e hipócrita esfuerzo para sonreír:
—¿No me conoce?
La mujer me miró con asombro: seguramente pensó que era loco. Para sacarla de su
error, le dije que era la persona que acababa de enviar una carta a la estancia Los
Ombúes. El asombro de aquella estúpida pareció aumentar y, tal vez con el deseo de
compartirlo o de pedir consejo ante algo que no alcanzaba a comprender, volvió su
rostro hacia un compañero; me miró nuevamente a mí.
—Perdí el recibo —expliqué.
No obtuve respuesta.
—Quiero decir que necesito la carta y no tengo el recibo —agregué.
La mujer y el otro empleado se miraron, durante un instante, como dos compañeros de
baraja.
Por fin, con el acento de alguien que está profundamente maravillado, me preguntó:
—¿Usted quiere que la devuelva la carta?
—Así es.
—¿Y ni siquiera tiene el recibo?
Tuve que admitir que, en efecto, no tenía ese importante documento. El asombro de la
mujer había aumentado hasta el límite. Balbuceó algo que no entendí y volvió a mirar
a su compañero.
—Quiere que le devuelva una carta —tartamudeó.
El otro sonrió con infinita estupidez, pero con el propósito de querer mostrar viveza. La
mujer me miró y me dijo:
—Es completamente imposible.
—Le puedo mostrar documentos —repliqué sacando unos papeles.
—No hay nada que hacer. El reglamento es terminante.
—El reglamento, como usted comprenderá, debe estar de acuerdo con la lógica —
exclamé con violencia mientras comenzaba a irritarme un lunar con pelos largos que
esa mujer tenía en la mejilla.
—¿Usted conoce el reglamento? —me preguntó con sorna.
—No hay necesidad de conocerlo, señora —respondí fríamente, sabiendo que la
palabra señora debía herirla mortalmente.
Los ojos de la harpía brillaban ahora de indignación.
—Usted comprende, señora, que el reglamento no puede ser ilógico: tiene que haber
sido redactado por una persona normal, no por un loco. Si yo despacho una carta y al
instante vuelvo a pedir que me la devuelvan porque me he olvidado de algo esencial lo
lógico es que se atienda mi pedido. ¿O es que el correo tiene empeño en hacer llegar
cartas incompletas o equívocas? Es perfectamente claro y razonable que el correo es
un medio de comunicación, no un medio de compulsión: el correo no puede obligar a
mandar una carta si yo no quiero.
—Pero usted lo quiso —respondió.
—¡Sí! —grité—, ¡pero le vuelvo a repetir que ahora no lo quiero!
—No me grite, no sea mal educado. Ahora es tarde.
—No es tarde porque la carta está allí —dije, señalando hacia el resto de las cartas
despachadas.
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La gente comenzaba a protestar ruidosamente. La cara de la solterona temblaba de
rabia. Con verdadera repugnancia, sentí que todo mi odio se concentraba en el lunar.
—Yo le puedo probar que soy la persona que ha mandado la carta —repetí,
mostrándole unos papeles personales.
—No grite, no soy sorda —volvió a decir—. Yo no puedo tomar semejante decisión.
—Consulte al jefe, entonces.
—No puedo. Hay demasiada gente esperando. Acá tenemos mucho trabajo,
¿comprende?
—Este asunto forma parte del trabajo —expliqué.
Algunos de los que estaban esperando propusieron que me devolvieran la carta de
una vez y se siguiera adelante. La mujer vaciló un rato, mientras simulaba trabajar en
otra cosa; finalmente fue adentro y al cabo de un largo rato volvió con un humor de
perro. Buscó en el cesto.
—Solo tiene iniciales y dirección —dijo.
—¿Y eso?
—¿Qué documentos tiene para probarme que es la persona que mandó la carta?
—Tengo el borrador —dije, mostrándolo.
Lo tomó, lo miró y me lo devolvió.
—¿Y cómo sabemos que es el borrador de la carta?
—Es muy simple: abramos el sobre y lo podemos verificar.
La mujer dudó un instante, miró el sobre cerrado y luego me dijo:
—¿Y cómo vamos a abrir esta carta si no sabemos que es suya? Yo no puedo hacer
eso.
La gente comenzó a protestar de nuevo. Yo tenía ganas de hacer alguna barbaridad.
—Ese documento no sirve —concluyó la harpía.
—¿Le parece que la cédula de identidad será suficiente? —pregunté con irónica
cortesía.
—¿La cédula de identidad?
Reflexionó, miró nuevamente el sobre y luego dictaminó:
—No la cédula sola no, porque acá sólo están las iniciales. Tendrá que mostrarme
también un certificado de domicilio. O si no la libreta de enrolamiento, porque en la
libreta figura el domicilio.
Reflexionó un instante más y agregó:
—Aunque es difícil que usted no haya cambiado de casa desde los dieciocho años.
Así que casi seguramente va a necesitar también certificado de domicilio.
Una furia incontenible estalló por fin en mí y sentí que alcanzaba también a María y, lo
que es más curioso, a Mimí.
—¡Mándela usted así y váyase al infierno! —le grité, mientras me iba.
Salí del correo con un ánimo de mil diablos y hasta pensé si, volviendo a la ventanilla
pondría incendiar de alguna manera el cesto de las cartas. ¿Pero cómo? ¿Arrojando
un fósforo? Era fácil que se apagara en el camino. Echando previamente un chorrito
de nafta, el efecto sería seguro; pero eso complicaba las cosas. De todos modos
pensé esperar a la salida del personal de turno e insultar a la solterona.
Sábato, Ernesto: El Túnel; de. Cátedra, Madrid, 1982, pp. 145 - 148.
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Texto 3
Las palabras no caen en el vacío. ZOHAR
Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta
sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un Océano tan sosegado, tan
dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo,
suspendida entre un ayer y un mañana que se trasladaran con nosotros. Tiempo detenido entre
la Estrella Polar, la Osa Mayor y la Cruz del Sur —ignoro, pues no es mi oficio saberlo, si tales
eran las constelaciones, tan numerosas que sus vértices, sus luces de posición sideral, se
confundían, se trastocaban, barajando sus alegorías, en la claridad de un plenilunio,
empalidecido por la blancura del Camino de Santiago... Pero la Puerta-sin-batiente estaba
erguida en la proa, reducida al dintel y las jambas con aquel cartabón, aquel medio frontón
invertido, aquel triángulo negro, con bisel acerado y frío, colgando de sus montantes. Ahí
estaba la armazón, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres,
como una presencia —una advertencia, — que nos concernía a todos por igual. La habíamos
dejado a popa muy lejos, en sus cierzos de abril, y ahora nos resurgía sobre la misma proa,
delante, como guiadora —semejante, por la necesaria exactitud de sus paralelas, su
implacable geometría, a un gigantesco instrumento de marear. Ya no la acompañaban
pendones, tambores ni turbas; no conocía la emoción, ni la cólera, ni el llanto, ni la ebriedad de
quienes, allá, la rodeaban de un coro de tragedia antigua, con el crujido de las carretas de
rodar-hacia-lo-mismo, y el acoplado redoble de las cajas. Aquí, la Puerta estaba sola, frente a
la noche, más arriba del mascarán tutelar, relumbrada por su filo diagonal, con el bastidor de
madera que se hacía el marco de un panorama de astros. Las olas acudían, se abrían, para
rozar nuestra eslora; se cerraban, tras de nosotros, con tan continuado y acompasado rumor
que su permanencia se hacía semejante al silencio que el hombre tiene por silencio cuando no
escucha voces parecidas a las suyas. Silencio viviente, palpitante y medido, que no era, por lo
pronto, el de lo cercenado y yerto... Cuando cayó el filo diagonal con brusquedad de silbido y el
dintel se pintó cabalmente, como verdadero remate de puerta en lo alto de sus jambas, el
investido de Poderes, cuya mano había accionado el mecanismo, murmuró entre dientes: (Hay
que cuidarla del salitre». Y cerró la Puerta con una gran funda de tela embreada, echada desde
arriba. La brisa olía a tierra —humus, estiércol, espigas, resinas— de aquella isla puesta, siglos
antes, bajo el amparo de una Señora de Guadalupe que en Cáceres de Extremadura y
Tepeyac de América erguía la figura sobre un arco de luna alado por un Arcángel.
Carpentier, Alejo: El siglo de las luces, Seix Barral, 1972. p.1.
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Texto 4
La diferencia que existe entre las fábricas que lanzan grandes series y las que
únicamente producen cantidades más restringidas de productos no es solamente —
como podría suponerse— de tipo cuantitativo, sino que hay diferencias cualitativas
gracias a las cuales la aplicación de las reglas emanadas del taylorismo-bedoísmo
logra una eficacia infinitamente superior y de otro orden. Cuando una fabricación
alcanza la envergadura propia de la gran serie es cuando la producción en cadena
destina uno o más operarios a cada una de las mínimas operaciones en que la
analítica del proceso puede llegar a descomponer la totalidad bien integrada del
mismo. Es entonces cuando el principio del cronometraje alcanza toda su virtualidad y
cuando puede llegar a impedirse que la totalidad de la factoría “tenga que marchar al
ritmo del peor de sus obreros”. Un planning adecuado del conjunto, con esquemáticos
índices de la complejidad relativa de cada operación y una economía de
desplazamientos, movimientos, lapsos. deliberaciones, con absoluta exclusión de todo
recurso a la maestría, llegan a producir los resultados que todos deseamos. Esta
racionalización quizá en ninguna empresa de nuestra ciudad haya podido llegar a
establecerse con absoluta precisión por falta de la masa de producción necesaria. Por
ello, para hacernos idea de los principios en que se basa recurriremos a una
organización en que, aunque no se trate propiamente hablando de manufactura, se
dispone del numero suficiente de objetos a manipular para que las normas
racionalizadoras alcancen su eficacia indudable. Se trata de los enterramientos
verticales que se practican con los cadáveres de las personas que, habiendo
pertenecido en vida a las clases sociales menos pudientes, no han podido o no han
querido adquirir una sepultura en propiedad y por ello están destinados a ser
colocados de modo poco preciso en un terreno vago e indelimitado, durante el número
de años necesario para que los procesos de la putrefacción completen su obra y
posteriormente a ser trasladados a la fosa que se conoce con el sonoro y elegante
nombre de osario. Puesto que el terreno de que se dispone (a despecho de la notable
extensión del desierto periciudadano) es forzosamente limitado, mientras que el
número de muertos puede considerarse prácticamente infinito ya que, a lo largo del
curso ininterrumpido del tiempo, cada día con parsimonia o con generosidad aporta su
carga, ha sido preciso poner a punto una técnica de aprovechamiento que, al mismo
tiempo que limita la extensión de la zona putrefactora, disminuye los gastos que el
erario debe dedicar a este novísimo servicio prestado a cada ciudadano. La esencia y
fundamento del taylobedoísmo — como es sabido —consiste en que cada obrero no
deje pasar ni un solo instante improductivo (ya en espera de la llegada de las
herramientas, ya por necesidad de disponer de un modo adecuado la pieza en que
deba trabajar, ya por negligente encendido de un pitillo) y en que durante el trabajo,
cada uno de los movimientos constituyentes de esta actividad ininterrumpida tenga un
rendimiento preciso modificando la situación de la materia en el espacio, refiriéndonos
aquí a la que forma parte del objeto manufacturado. De acuerdo con estas normas, los
sepultureros del Este, en lugar de juguetear con calaveras o tibias haciendo bromas
macabras casi siempre de dudoso gusto, dedican su actividad de un modo continuo a
un trabajo normalizado y racional. Mientras una de las brigadas, que podemos
designar con la letra A, confecciona en la tierra rojiza unas fosas paralelepipédicas
rectangulares de una profundidad aproximada de cuatro metros y de la anchura y
largura que una larga experiencia ha demostrado ser la más conveniente, otra brigada
que podemos denominar C transporta en carretillas hacia unos terrenos donde se
aprovecha como relleno la parte sobrante —que viene a ser algo menos de los siete
octavos del total— al par que la brigada B se dedica al enterramiento propiamente
dicho que siendo la fase más especializada del proceso merece una descripción más
minuciosa. De acuerdo con el esquema racionalizador, cada uno de estos operarios se
dedica exclusivamente a su trabajo específico y son otros servicios subalternos los
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31
que suministran el material a manipular, conforme a un ritmo cuya periodicidad ha de
ser rigurosamente controlada si se quiere conseguir el rendimiento óptimo. Esta
periodicidad se consigue gracias al previo depósito de cuantos han de ser
transportados durante la duración de la jornada de trabajo, en un espacioso hangar
desde el que las expediciones parten a intervalos regulares trasladándose con
velocidad uniforme por los diversos senderos que previamente han sido diseñados.
Puesto que el tiempo invertido en cada pieza oblonga está bien determinado, viene a
constituir el orden de periodicidad básico al que se añade un coeficiente corrector
basado en el respeto al dolor humano de los deudos; con lo que se consigue que los
cortejos mortuorios no tropiecen unos con otros ni coincidan en el mismo tajo. Este
pudor se protege más perfectamente disponiendo trayectorias diferentes, no
superponibles, para cada dos transportes sucesivos. Llegado el objeto al pie de la fosa
paralelepipédica que acaba de abandonar la brigada A para empezar a vaciar a cierta
distancia otra semejante, los obreros de la brigada B entran en acción. Con
movimientos rápidos y precisos disponen dos gruesas sogas que hacen pasar por
debajo del ataúd: una en la posición teórica del cuello o algo más abajo. en el punto de
la vértebra que resalta y hace prominencia al comienzo de la espalda; la otra en la
posición teórica de la corva o hueso poplíteo. Así colocadas ambas sogas aseguran un
equilibrio perfecto de la carga. Mediante ellas, agarrando cada uno de los cuatro
miembros de la brigada uno de los cabos, la caja desciende rápidamente
(confeccionada en madera de pino de poco espesor que favorecerá la más rápida
penetración de cuantos elementos deben introducirse en ella para una rica
putrefacción: humedad, tierra, raíces de plantas, gérmenes, larvas de insectos,
pequeños gusanos blanquecinos) sin tropezar o rozando apenas los bordes verticales
de la cavidad excavada. Llegada al fondo y comprobada su horizontalidad, las sogas
son retiradas fácilmente mediante el procedimiento de tirar de uno de los cabos
soltando el otro. El acompañamiento sonoro y religioso del entierro se ha ido
produciendo simultáneamente y tras dar, durante un breve instante, opción a alguno
de los parientes más próximos para arrojar al fondo un puñado de tierra que rompa la
precaria intangibilidad de la tapa, los cuatro obreros con movimientos síncronos y sin
estorbarse mutuamente, cubren el objeto de una capa de tierra de espesor suficiente
para ocultarlo a las miradas de los curiosos (y a veces impertinentes deudos que se
obstinan en inclinarse sobre el agujero con la esperanza de seguir viendo un trozo de
tabla negra), pero no tan gruesa que disminuya importantemente la cabida de la fosa,
con la consiguiente merma en el rendimiento de su trabajo. Concluido que es el
depósito de esta capa de tierra que estrechamente (aunque dejando el aire necesario
para la futura vida necrófaga) abraza al muerto, los obreros de la brigada B hacen un
gesto tan expresivo de all right, finito, ya está, se acabó, que cuantos circunstantes
siguen estudiando la coloración ocre de la terrosa sustancia superpuesta se hacen
conscientes de la inanidad de su ocupación y levantando la vista y tras cierta
indecisión, siguen los pasos — más seguros — del capellán del campo de la paz y de
su acólito que se retiran a buen andar hacia el depósito en busca de nueva carga.
Martín Santos, Luis: Tiempo de silencio, Seix Barral, 1982. pp. 176 - 17
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Texto 5
“¿Qué se habría creído? Que yo me iba a amolar y a cargar con el crío. Ella,
‘que es tuyo’, ‘que es tuyo’. Y yo ya sabia que había estao con otros. Aunque
fuera mío. ¿Y qué? Como si no hubiera estao con otros. Ya sabía yo que había
estao con otros. Y ella, que era para mi, que era mío. Se lo tenía creído desde
que le pinché al Guapo. Estaba el Guapo como si tal. Todos le tenían miedo.
Yo también sin la navaja. Sabia que ella andaba conmigo y allí delante empieza
a tocarla los achucháis6. Ella, la muy zorra, poniendo cara de susto y mirando
para mí. Sabia que yo estaba sin el corte. Me cago en el corazón de su madre,
la muy zorra. Y luego ‘que es tuyo’, ‘que es tuyo’. Ya sé yo que es mío. Pero a
mí qué. No me voy a amolar y a cargar con el crío. Que hubiera tenido cuidao
la muy zorra. ¿ Qué se habrá creído? Todo porque le pinche al Guapo se lo
tenía creído. ¿ Para qué anduvo con otros la muy zorra? Y ella ‘que no’, ‘que
no’, que sólo conmigo. Pero ya no estaba estrecha cuando estuve con ella y
me dije ‘Tate, Cartucho, aquí ha habido tomate’. Pero no se lo dije porque aún
andaba camelándola. Pero había tomate. Y ella ‘que no’, que no’. Nada, que
me lo iba a tragar. El Guapo tocándola delante mío y ella por el mor de dar
celos. Tonta. Subí a la chabola y bajé con la navaja. Y miro antes de entrar y
ella ya se había retirado de él. No se dejaba tocar más que delante mío, la
tonta. Ya nadie se atrevía a darle cara. No tenían navaja o no sabían usarla. El
corte7 a mi me da más fuerza que al hombre más fuerte. Y él delante mío ‘Esta
já está chocha por mi menda’. Me hastían esos que hablan caliente como si por
hablar así ya no se les pudiera pinchar. A mí. Y viendo que yo aguantaba y me
achaparraba ‘Llévale priva al Cartucho’. Y yo no aguanto que me digan
Cartucho más que cuando yo quiero. Pero, chito chitón. Yo achaparrao y ella
mirándome como si para decir que era marica. Y él ‘Bueno, si no quiere priva,
pañí de muelle8’. Y viene con el vaso de sifón y me lo pone en las napies y yo
lo bebo. Mirándole a la jeta. Y él, riéndose ‘Que me hinca los acáis9’. Y se va
chamullando entre dientes. ‘No hay pelés10.’ ‘No hay pelés.’ Pero a ella la tenía
yo camelá y mira que te mira como si fuera yo marica. Me cago en el corazón
de su madre, la zorra. Y que ya se le ve la tripa y venga a diquelar11 y a
buscarme las vueltas.
Martín Santos, Luis: Tiempo de sielencio, Seix Barral, 1982. pp 54 - 55
6Pechos.
7La navaja.
8Pañí de muelle: sifón.
9Ojos.
10Huevos.
11Mirar, percatarse.
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Texto 6
Cuando uno está solo, cuando uno vive solo y además en el extranjero, se fija
enormemente en el cubo de la basura, porque puede llegar a ser lo único con lo que
se mantiene una relación constante, o, aún es más, una relación de continuidad. Cada
bolsa negra de plástico, nueva, brillante, y lisa, por estrenar, produce el efecto de la
absoluta limpieza y la infinita posibilidad. Cuando se la coloca, a la noche, es ya la
inauguración o promesa del nuevo día: está todo por suceder. Esa bolsa, ese cubo,
son a veces los únicos testigos de lo que ocurre durante la jornada de un hombre solo,
y es allí donde se van depositando los restos, los rastros de ese hombre a lo largo del
día, su mitad descartada, lo que ha decidido no ser ni tomar para sí, el negativo de lo
que ha comido, de lo que ha perdido, de lo que ha fumado, de lo que ha utilizado, de lo
que ha comprado, de lo que ha producido y de lo que le ha llegado. Al término de ese
día la bolsa, el cubo, están llenos y son confusos, pero se los ha visto crecer,
transformarse, formarse en una mezcla indiscriminada de la cual, sin embargo, ese
hombre no sólo conoce la explicación y el orden, sino que la propia e indiscriminada
mezcla es el orden y la explicación del hombre. La bolsa y el cubo son la prueba de
que ese día ha existido y se ha acumulado y ha sido levemente distinto del anterior y
del que seguirá, aunque es asimismo uniforme y el nexo visible con ambos. Ese es el
único registro, la única constancia o fe del transcurrir de ese hombre, la única obra que
ese hombre ha llevado a cabo verdaderamente. Son el hilo de la vida. También su
reloj. Cada vez que uno se acerca al cubo y echa en él algo, vuelve a ver y a tener
contacto con las cosas que tiró en las horas previas, y eso es lo que le da un sentido
de la continuidad: su día está jalonado por sus visitas al cubo de la basura, y allí ve el
envase del yogurt de fruta que desayunó, y aquel paquete de tabaco del que al
comenzar la mañana quedaban sólo dos cigarrillos, y los sobres ahora vacíos y rotos
que le trajo el correo, los botes de coca-cola y la viruta de una lápiz al que sacó punta
antes empezar el trabajo (aunque fuera a escribir con pluma), las hojas arrugadas que
juzgó imperfectas o equivocadas, el envoltorio de celofán que contuvo tres
sandwiches, las colillas vertidas numerosas veces desde los ceniceros, los algodones
empapados en colonia con los que se refrescó la frente, la grasa de los fiambres que
comió distraído para no interrumpirse, los informes inútiles recogidos en la facultad,
una hoja de perejil, una de albahaca, papel de plata, las briznas, las uñas que se cortó,
la oscurecida piel de una pera, el cartón de la leche, el frasco de la medicina acabada,
las bolsas inglesas de papel crudo y áspero en las que envuelven sus libros los
libreros de viejo. Todo se va apretando y se va concentrando, se va tapando y se va
fundiendo, y así se convierte en el trazo perceptible —material y sólido— del dibujo de
los días de la vida de un hombre. Cerrar y anudar la bolsa y sacarla fuera significa
comprimir y clausurar la jornada, que tal vez habrá estado punteada tan sólo por esos
actos, por el acto de arrojar desechos y mondaduras, el acto de prescindir, el acto de
seleccionar, el acto de discernir lo inútil. El resultado del discernimiento es una obra
que impone su propio término: cuando el cubo rebosa está concluida, y entonces, pero
sólo entonces, su contenido son desperdicios.
Javier Marías: Todas las almas, 1993.
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Texto 7
—¿Se puede? el estómago se me revuelve.
—Sí, pase por favor. La estaba esperando, que arreglada se vino la petisa.
—Qué lindas tiene las plantas... pero la casa da asco
—Es lo único que me daría lástima dejar si me voy de Vallejos... ¿qué miras
tanto los mosaicos rotos del piso? se vino impecable, la lana del tapado12 es
cara, el sombrero de fieltro
—Qué frío hace ¿no? no tiene estufa esta orillera13
—Sí, perdone que esta casa es tan fría, venga por acá que pasamos a la sala. vas
a encontrar mugre si sos bruja... fíjate qué limpieza.
—Mire, a mi no me importa ir a la cocina si está más calentito... no tiene estufa,
ya se le cayó la papada, debe tener cuarenta y cinco, y los ojos bolsudos
—Bueno, si no le importa vamos, está todo limpito, por suerte. te crías que me
agarrabas con todo sucio ¡enana sos! ¡enana! por más que te pongas sombrero
para alargarte
—¿Le traga mucha leña esta cocina? la debe refregar todo el día, la orillera esta
—Y, bastante, pero como me la paso acá todo el día, no importa. sí, soy sencilla
¿y qué te importa?
—¿Recibió carta de su hija? la gorda
—Sí, está lo más bien, gracias. pescó marido, no como vos
—¿Dónde es que se fue a vivir, a Charlone?. Tan chiquito Charlone? cuatro
ranchos perdidos entre la tierra
—Sí, el muchacho tiene negocio en Cahrlone. Tan chiquito Charlone, ¿no? pero
casada, casada, no soltera como quien sabes...
—Usted hace bien en irse de Vallejos ¿qué va a hacer acá, sola? y remanyada14
—Sí, la hija se me fue, qué voy a hacer acá sola. cuando se tiene un amor, a qué
perder el tiempo sola...
—¿Cuántos años hace que se quedó viuda? ¿qué le habrá visto mi hermano? es
ordinaria, mal vestida
—Van para doce años, ya. La nena tenía ocho años cuando él murió. Yo he
sufrido mucho en la vida, señorita Celina. me llegó la hora de pasarla bien, qué te
pensás...
—¿Qué edad tenía usted al morir su esposo? confesá
—¿Qué le digo? La nena tenía ocho... no, no, no, no te voy a dar el gusto
—Mire, señora, como le mandé decir, tengo algo que hablar con usted muy
importante. tenés un corte de pelo a la garçonne que da asco y esos aros de
argolla no le faltan a ninguna chusma
—Sí, hable con toda confianza. ayúdame, Dios mío, que ésta es capaz de
cualquier cosa
—Mire, ante todo quiero que usted me prometa no contárselo a nadie. orillera
chusma vas a sufrir sin contárselo a la vecina
—Se lo juro por lo más sagrado. ¿Dios no me castigará que estoy jurando?
(.................)
PUIG, Manuel: Boquitas pintadas, Seix Barral, 1984 (1968)
12Argentina. *Abrigo o *capa de señora o de niño.
13(Venezuela). «Arrabalero». Habitante de las *afueras de una ciudad.
14Seguramente de remallar. Arreglar o reforzar las *mallas viejas o rotas. ‘Remendada’.
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Textos 8
Cortísimo metraje
Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se
aburre lejos de la cuidad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del
auto-stop, tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas
palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las
preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término
de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo
como cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los
árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y
brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto
sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla
entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de
paso roba el auto que abandonará unos kilómetros más lejos sin dejar la menor
impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse.
Julio Cortázar: Ultimo Round.
Texto 9
Instrucciones para dar cuerda a un reloj.
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome
con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles
despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí
mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad,
imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue
olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes.
Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no
importa.
Julio Cortázar: Historias de cronopios y de famas.
Texto 10
Doña Rosa.
Doña Rosa no era, ciertamente, lo que se suele decir una sensitiva.
—Y lo que le digo, ya lo sabe. Para golfos yo tengo bastante con mi cuñado. ¡ Menudo pendón!
Usted está todavía muy verdecito, ¿me entiende?, muy verdecito. ¡Pues estaría bueno!
¿Dónde ha visto usted que un hombre sin cultura y sin principios ande por ahí, tosiendo y
pisando fuerte como un señorito? ¡ No seré yo quien lo vea, se lo juro!
Doña Rosa sudaba por el bigote y por la frente.
—Y tú, pasmado, ya estás yendo por el periódico. ¡ Aquí no hay respeto ni hay decencia, eso
es lo que pasa! ¡Ya os daría yo para el pelo, ya, si algún día me cabreara! ¡ Habrase visto!
Doña Rosa clava sus ojitos de ratón sobre Pepe, el viejo camarero llegado, cuarenta o
cuarenta y cinco años atrás, de Mondoñedo. Detrás de los gruesos cristales, los ojitos de doña
Rosa parecen los atónitos ojos de un pájaro disecado.
—¡Qué miras! ¡Qué miras! ¡Bobo! ¡Estás igual que el día que llegaste! ¡A vosotros no hay Dios
que os quite el pelo de la dehesa! ¡ Anda, espabila y tengamos la fiesta en paz, que si fueras
más hombre ya te había puesto de patas en la calle! ¿Me entiendes? ¡Pues nos ha merengao!
Doña Rosa se palpa el vientre y vuelve de nuevo a tratarlo de usted.
—Ande, ande... Cada cual a lo suyo. Ya sabe, no perdamos ninguno la perspectiva, ¡qué leñe!,
ni el respeto, ¿me entiende?, ni el respeto.
Doña Rosa levantó la cabeza y respiró con profundidad. Los pelitos de su bigote se
estremecieron con un gesto retador, con un gesto airoso, solemne, como el de los negros
cuernecitos de un grillo enamorado y orgulloso.
CELA, C.J.: La colmena. Alfaguara, 1970; p. 17
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Texto 11
CAPÍTULO VII
‘Sobre este punto hay un acuerdo unánime el nivel de vida aumenta sensiblemente
basta recorrer la Península de un extremo a otro sonora geografía de nombres
imperiales Madrigal de las Altas Torres Puente del Arzobispo Villarreal de los Infantes
Egea de los Caballeros Motilla del Palancar como un Herr Schmidt o un Monsieur
Dupont cualesquiera al volante de su Citröen o su Volswagen para advertir año tras
año el lento pero firmísimo despegue de un país secularmente pobre lanzado hoy
gracias a veinticinco años de paz y orden social por la esplendorosa y ancha vía de la
industria y el progreso desde hace casi cinco lustros tenemos el privilegio de un orden
bienhechor como no lo saborearon nuestros padres ni nuestros abuelos ni nuestros
bisabuelos orden que resistió imperturbable una guerra mundial que rondando las
fronteras asolaba todavía más en lo moral que en lo material media Europa y
entregaba al cautiverio a la otra media paz que precisamente por lo absoluta ya nos
parece natural y no es natural pues no es cosa que por sí misma espontáneamente
regale la naturaleza como regala la lluvia o el sol el amanecer y el crepúsculo el día y
la noche esta paz que disfrutamos origen y fuente del actual progreso y bienestar es
obra de un hombre y de un Régimen que disciplinando ordenando superando
purgando nuestra natural propensión a íntimas pugnas y desgarramientos intestinos la
supieron inventar para gloría y ejemplo de las generaciones venideras y aunque para
toda nación la paz es deseable y su organismo sufre cuando la paz se turba pueblos
menos glandulados que el nuestro pueden soportar el alboroto y el desorden sin que
eso les acarree consecuencias mortales pero no el pueblo español entre nosotros
cuando la paz se altera las consecuencias son instantáneas y fulminantes y la
amenazadora sombra de Caín oscurece como diría fray Luis la “espaciosa y triste
España” así conforme se va alejando en el horizonte de lo pasado la invariable fecha
del primero de abril más clara vemos su singular trascendencia como montaña ingente
sólo susceptible de ser abarcada con la mirada desde lejos por eso aunque a muchos
mocitos y caballeros emperejilados de hoy que no supieron de las penas de la guerra
ni de los placeres de haberla vencido y se encontraron con la mesa puesta les parezca
inútil recordar lo que quisieran olvidado para siempre nosotros los combatientes de
entonces artífices del actual bienestar les diremos gracias a esa paz desmemoriados y
olvidadizos señores son ustedes señores y potentados y están ustedes tranquilamente
sentados en la calle y tienen ustedes buen color y conservan la piel la luz se hizo en
un día primero de abril en la plenitud de una primavera que por cielo tierra y mar se
esperaba anunciada en el propósito heroico y en la esperanza segura del himno
liberador y desde entonces hemos vivido épocas de excepción y de sacrificio hemos
atravesado un largo periodo de dificultades y combates hemos debido mantener con
energía el rumbo frente a la incomprensión el odio y la ceguera de los Estados
liberales de democracia desvertebrada e inorgánica pero después que aquellos años
de hambre y privaciones fruto del bloqueo y las sequías esto que ya muchos llaman el
milagro español ha sido nuestra obra común la de todos los españoles que
colaboraron con sus esfuerzos y disciplina en vencer tan difícil y fundamental etapa y
ahora que en el plano económico la evolución es patente la mejoría notable y los
medios de que el país dispone infinitivamente superiores basta la mirada neutra y
vacua de Herr Schmidt o Monsieur Dupont uno de los doce millones y pico que según
estimaciones oficiales visitarán este nuestra patria atraídos por el ardor del sol el
garboso pisar de las mujeres el emboque de los vinos la emoción viril de la corrida la
belleza monacal del paisaje el bajo índice de los precios para apreciar la mejora de las
carreteras y los ferrocarriles (...)
Juan Goytisolo: Señas de identidad. Argos Vergara, Barcelona, 1979, pp. 370-371
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Texto 12
CAPÍTULO
I
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de
veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de
aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan
reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas
había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo,
una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea,
y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos
inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba
montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de
Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo
llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue
de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se
espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se
caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los
clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos
perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les
había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los
fierros mágicos de Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia —
pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de
despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada
imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun
más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de
aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades,
que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José
Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos,
así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes
imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales
para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió
disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa»,
replicó su marido.
García Márquez, Gabriel: Cien años de soledad, Capítulo primero; pp. 9-10. Editorial sudamericana, Barcelona, 1972.
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Texto 13
CAPÍTULO II
El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos
armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete lujos varones de diecisiete
mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola
noche, antes (le que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a
catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de
fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría
bastado para matar un caballo. Rechazó la Orden del Mérito que le
otorgó el presidente de la república. Llegó a ser comandante general de
las fuerzas revolucionarias. con jurisdicción y mando de una frontera a la
otra, y el hombre más temido por el gobierno. pero nunca permitió que le
tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron
después de la guerra y vivió basta la vejez de los pescaditos de oro que
fabricaba en su taller de Macondo. Aunque peleó siempre al frente de
sus hombres, la única herida que recibió se la produjo él mismo después
de firmar la capitulación de Neerlandia que puso término a casi veinte
años de guerras civiles. Se disparó un tiro de pistola en el pecho y el
proyectil le salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital. Lo único
que quedó de todo eso fue una calle con su nombre en Macondo. Sin
embargo, según declaró pocos años antes de morir de viejo. ni siquiera
eso esperaba la madrugada en que se fue con sus veintiún hombres a
reunirse con las fuerzas del general Victorio Medina.
—Ahí te dejamos a Macondo —fue todo cuanto le dijo a Arcadio antes de
irse—. Te lo dejamos bien, procura que lo encontremos mejor.
Arcadio le dio una interpretación muy personal a la recomendación Se
inventó un uniforme con galones y charreteras de mariscal, inspirado en
las láminas de un libro de Melquíades y se colgó al cinto el sable con
borlas doradas del capitán fusilado. Emplazó las dos piezas de artillería a
la entrada del pueblo, uniformó a sus antiguos alumnos, exacerbados por
sus proclamas incendiarias, y los dejó vagar armados por las calles para
dar a los forasteros una impresión de invulnerabilidad.
García Márquez, Gabriel: Cien años de soledad, pp. 94-95. Editorial sudamericana,
Barcelona, 1972.
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Texto 14
Deslumbrada por tantas y tan maravillosas invenciones, la gente de Macondo no sabía
por dónde empezar a asombrarse. Se trasnochaban contemplando las pálidas
bombillas eléctricas alimentadas por la planta que llevó Aureliano Triste en el segundo
viaje del tren, y a cuyo obsesionante tumtum costó tiempo y trabajo acostumbrarse. Se
indignaron con las imágenes vivas que el próspero comerciante don Bruno Crespi
proyectaba en el teatro con taquillas de bocas de león, porque un personaje muerto y
sepultado en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción,
reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente. El público que pagaba
dos centavos para compartir las vicisitudes de los personajes, no pudo soportar
aquella burla inatudita y rompió la silletería. El alcalde, a instancias de don Brumo
Crespi, explicó mediante un bando que el cine era una máquina de ilusión que no
merecía los desbordamientos pasionales del público. Ante la desalentadora
explicación, muchos estimaron que habían sido víctimas de un nuevo y aparatoso
asunto de gitanos, de modo que optaron por no volver al cine, considerando que ya
tenían bastante con sus propias penas para llorar por fingidas desventuras de seres
imaginarios. Algo semejante ocurrió con los gramófonos de cilindros que llevaron las
alegres matronas de Francia en sustitución de los anticuados organillos, y que tan
hondamente afectaron por un tiempo los intereses de la banda de músicos. Al
principio, la curiosidad multiplicó la clientela de la calle prohibida, y hasta se supo de
señoras respetables que se disfrazaron de villanos para observar de cerca la novedad
del gramófono, pero tanto y de tan cerca lo observaron que muy pronto llegaron a la
conclusión de que no era un molino de sortilegio, como todos pensaban y como las
matronas decían, sino un truco mecánico que no podía compararse con algo tan
conmovedor, tan humano y tan lleno de verdad cotidiana como una banda de músicos.
Fue una desilusión tan grave, que cuando los gramófonos se popularizaron hasta el
punto de que hubo uno en cada casa, todavía no se les tuvo como objetos para
entretenimiento de adultos, sino como una cosa buena para que la destriparan los
niños. En cambio, cuando alguien del pueblo tuvo oportunidad de comprobar la cruda
realidad del teléfono instalado en la estación del ferrocarril, que a causa de la manivela
se consideraba como una versión rudimentaria del gramófono, hasta los más
incrédulos se desconcertaron. Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda
capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente
vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de
que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad. Era
un intrincado frangollo de verdades y espejismos, que convulsionó de impaciencia al
espectro de José Arcadio Buendía bajo el castaño y lo obligó a caminar por toda la
casa aun a pleno día. Desde que el ferrocarril fue inaugurado oficialmente y empezó a
llegar con regularidad los miércoles a las once, y se construyó la primitiva estación de
madera con un escritorio, el teléfono y una ventanilla para vender los pasajes, se
vieron por las calles de Macondo hombres y mujeres que fingían actitudes comunes y
corrientes, pero que en realidad parecían gente de circo. En un pueblo escaldado por
el escarmiento de los gitanos no había tan buen porvenir para aquellos equilibristas del
comercio ambulante que con igual desparpajo ofrecían una olla pitadora que un
régimen de vida para la salvación del alma al séptimo día; pero entre los que se
dejaban convencer por cansancio y los incautos d siempre, obtenían estupendos
beneficios. Entre esas criaturas de la farándula, con pantalones de montar y polainas
sombrero de corcho, espejuelos con armaduras de acero, ojos de topacio y pellejo de
gallo fino, uno de tantos miércoles llegó a Macondo Y almorzó en la casa el rechoncho
y sonriente Mr. Herbert.
García Márquez, Gabriel: Cien años de soledad, pp. 194-195 . Editorial sudamericana, Barcelona, 1972.
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Texto 15
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Las palabras no caen en el vacío. ZOHAR
Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el
vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un Océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que
la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana que
se trasladaran con nosotros. Tiempo detenido entre la Estrella Polar, la Osa Mayor y la Cruz del Sur —
ignoro, pues no es mi oficio saberlo, si tales eran las constelaciones, tan numerosas que sus vértices, sus
luces de posición sideral, se confundían, se trastocaban, barajando sus alegorías, en la claridad de un
plenilunio, empalidecido por la blancura del Camino de Santiago... Pero la Puerta-sin-batiente estaba
erguida en la proa, reducida al dintel y las ¡ambas con aquel cartabón, aquel medio frontón invertido,
aquel triángulo negro, con bisel acerado y frío, colgando de sus montantes. Ahí estaba la armazón,
desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres, como una presencia —una
advertencia,— que nos concernía a todos por igual. La habíamos dejado a popa muy lejos, en sus cierzos
de abril, y ahora nos resurgía sobre la misma proa, delante, como guiadora —semejante, por la necesaria
exactitud de sus paralelas, su implacable geometría, a un gigantesco instrumento de marear. Ya no la
acompañaban pendones, tambores ni turbas; no conocía la emoción, ni la cólera, ni el llanto, ni la
ebriedad de quienes, allá, la rodeaban de un coro de tragedia antigua, con el crujido de las carretas de
rodar-hacia-lo-mismo, y el acoplado redoble de las cajas. Aquí, la Puerta estaba sola, frente a la noche,
más arriba del mascarán tutelar, relumbrada por su filo diagonal, con el bastidor de madera que se hacía el
marco de un panorama de astros. Las olas acudían, se abrían, para rozar nuestra eslora; se cerraban, tras
de nosotros, con tan continuado y acompasado rumor que su permanencia se hacía semejante al silencio
que el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces parecidas a las suyas. Silencio viviente,
palpitante y medido, que no era, por lo pronto, el de lo cercenado y yerto... Cuando cayó el filo diagonal
con brusquedad de silbido y el dintel se pintó cabalmente, como verdadero remate de puerta en lo alto de
sus jambas, el investido de Poderes, cuya mano había accionado el mecanismo, murmuró entre dientes:
(Hay que cuidarla del salitre». Y cerró la Puerta con una gran funda de tela embreada, echada desde
arriba. La brisa olía a tierra —humus, estiércol, espigas, resinas— de aquella isla puesta, siglos antes,
bajo el amparo de una Señora de Guadalupe que en Cáceres de Extremadura y Tepeyac de América
erguía la figura sobre un arco de luna alado por un Arcángel.
Detrás quedaba una adolescencia cuyos paisajes familiares me eran tan remotos, al cabo de tres años,
como remoto me era el ser doliente y postrado que yo hubiera sido antes de que Alguien nos llegara,
cierta noche, envuelto en un trueno de aldabas; tan remotos como remoto me era ahora el testigo, el guía,
el iluminador de otros tiempos, anterior al hosco Mandatario que, recostado en la borda, meditaba —junto
al negro rectángulo encerrado en su funda de inquisición, oscilante como fiel de balanza al compás de
cada ola... El agua era clareada, a veces, por un brillo de escamas o el paso de alguna errante corona de
sargazos.
Carpentier, Alejo: El siglo de las luces, Seix Barral, 1972. p.1.
Texto 16
CAPITULO PRIMERO
Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas,
vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem —y había venido éste de gran uniforme y
había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada...— sin que la idea de la muerte acabara de
hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuya luz
rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto, quemante
bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las
bordas. Envuelto en sus improvisados lutos que olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad,
extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario
barroco. cuyas cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa rocalla de balcones, arcadas,
cimborrios, belvederes y galerías de persianas —siempre erizada de andamios, maderas aspadas, horcas y
cucañas de la albañilería, desde que la fiera de la construcción se había apoderado de sus habitantes
enriquecidos por la última guerra de Europa. Era una población eternamente entregada al aire que la
penetraba, sedienta de brisas y terrales, abierta de postigos. de celosías, de batientes, de regazos, al primer
aliento fresco que pasara. Sonaban entonces las arañas y girándulas, las lámparas de flecos. las cortinas de
abalorios las veletas alborotosas, pregonando el suceso. Quedaban en suspenso los abanicos de penca, de
seda china, de papel pintado. Pero al cabo del fugaz alivio, volvían las gentes a su tarea de remover un
aire inerte. nuevamente detenido entre las altísimas paredes de los aposentos.
Carpentier, Alejo: El siglo de las luces, Seix Barral, Barcelona, 1972.
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41
Texto 17
Yo no tenía sueño, de manera que torné el libro de gramática de debajo de la almohada y me
dispuse a leerlo con la intención de hallar las diferencias entre el sustantivo y el adjetivo o entre
el verbo y el adverbio. Me pareció sorprendente que hasta ese instante las palabras hubieran
constituido un todo) indiferenciado, como las plantas o los árboles (apenas éramos capaces de
distinguir una acacia de un chopo), siendo tan diferentes entre sí.
El verbo tenía una textura fibrosa y un sabor concentrado. Traté de imaginarme uno muy
rudimentario, que no fuera capaz de expresar aun el pasado ni el futuro: sólo el presente, e
hice cábalas sobre ese momento de la historia, o de la prehistoria, en el que de súbito apareció
el tiempo o los tiempos, y fue posible mirar hacia delante y hacia atrás, hacia ayer y mañana.
Ayer se había muerto mi abuelo y mañana lo enterraban. Vistas así, las palabras eran ventanas
por las que te asomabas a la realidad. Gracias a la existencia de un verbo en pasado o en
futuro, las cosas desaparecidas continuaban durando y las que no habían llegado comenzaban
a suceder.
El adjetivo pese a su aparatosidad, me pareció algo insípido, aunque al morderlo producía un
ruido excitante, como una lámina de caramelo. El sustantivo era sin duela alguna el rey. Te
llenaba la boca con su olor ya antes de empezar a masticarlo y al romperse por la presión de
los dientes liberaba más jugos de los que parecía contener. Así como el sabor del verbo podía
evocar el de una víscera (el hígado de ternera, quizá), el del sustantivo estaba más cerca de
las sensaciones que producen las [rutas al contacto con la lengua. Y los labios amargos,
dulces, ácidos, empalagosos. agridulces y picantes. Algunos no se podían tragar sino
envueltos en un adjetivo.
Los artículos y las preposiciones no sabían a nada, pero al colocarlos entre los dientes y
presionar se rompían como las pipas de girasol. En cierto modo eran semillas: si plantabas un
artículo o una preposición debajo de la lengua, en seguida se desprendía de él un sustantivo:
no podía estar solo. El adverbio emanaba el olor acre característico de algunas vísceras
encargadas de filtrar los humores corporales, y las conjunciones tenían también algo de fruto
seco. Era entretenido masticarías, pero no podían sustituir una comida.
No sabia qué hora era cuando terminé de repasar los accidentes gramaticales, pero aunque
apagué la luz continuaba excitado, sin sueño. Mi padre se había levantado varias veces
recorriendo el pasillo de un extremo a otro. Podía distinguir sus pasos de los de mi madre como
un verbo de un adverbio. Los de papá siempre habían carecido de ritmo); servían desde luego
para trasladarse de un lugar a otro, pero no dibujaban ninguna escritura a lo largo del pasillo.
Juan José Millás: El orden alfabético. Editorial Alfaguara.
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Texto 18
La situación en la parte de fuera del calcetín, o de la caja, había empeorado tras caerse
sucesivamente del vocabulario las palabras tenedor, cuchara y cuchillo. Como ya sucediera
con las mesas, pronto empezamos a desprendernos de estos utensilios que no) podíamos
nombrar. Quienes tenían trasteros en sus casas, los guardaron en ellos, fuera del alcance de la
vista. Otros los arrojaron sencillamente a la basura, de donde al principio los recogían mis
amigos para jugar con ellos en el descampado. Pero, también como) en el caso de las mesas,
su mera presencia, desprovista de nombre, producía tal aprensión que dejaron de ser en
seguida objetos de juego. Más tarde, si por casualidad veías uno en el suelo, lo normal era
apartarlo de la circulación con el pie, del mismo modo que se retira una inmundicia de en medio
de la acera.
La consecuencia más desagradable fue que tuvimos que empezar a comer con las manos: sin
mesas y con mas manos. Entonces adquirió para mí verdadero sentido la frase de mi padre
sobre el proceso de animalización comenzado con la desaparición de la palabra mesa. Era tal
la vergüenza que nos producía manipular los alimentos de ese modo que al poco dejamos de
reunirnos para comer. Mi madre dejaba la comida en la encimera de la cocina y entrábamos
furtivamente a por ella. Si nos hubieran dicho que solo la pérdida de cuatro palabras podría
alterar nuestra vida de ese modo, nos habría parecido sin duda un disparate. Pero así era.
A veces, mientras mis amigos jugaban al fútbol, yo me sentaba frente a la charca y fantaseaba
con la idea de que se me aparecía un genio que me permitía cambiar las cuatro palabras
perdidas por otras menos necesarias. Pensaba rápidamente, pues disponía de un tiempo
limitado para hacer la elección, y decía, por ejemplo:
— Tapadera, cementerio, picaporte, armoricano.
Es decir, lo primero que se me venía a la cabeza. Al principio me parecía que había hecho un
buen cambio, pero más tarde, cuando empezaba a imaginar con tranquilidad las
consecuencias de vivir sin tapaderas, cementerios o picaportes, me quedaba aterrado. En
cuanto a los armoricanos, lo había dicho por decir, porque era una palabra que me sonaba sin
saber su significado. Luego, al averiguar que eran los habitantes de un pueblo de Bretaña (eso
dijo mi padre cuando le pregunté), Sentí remordimientos de conciencia por haber condenado a
muerte a toda una población sin contar con los problemas añadidos de que no había donde
enterrarlos por la desaparición de los cementerios, y de que permanecían en ataúdes sin
tapadera. Parece mentira, pero las cosas estaban ligadas unas a otras por una relación de
necesidad, de tal forma que la ausencia de la más inútil podía provocar una cadena de
catástrofes, igual que la extinción de un mosquito era suficiente para ocasionar la aniquilación
de un ecosistema.
Así que dejé de fantasear con la aparición del genio. Por otra parte. llegó un momento en el
que, al no disponer de las palabras ni de las cosas, perdíamos también la capacidad de
echarlas de menos. Eso no quiere decir que dejara de dolernos la pérdida sino que se
transformaba en un malestar difuso, como cuando no nos encontramos bien pero somos
incapaces de situar el origen del mal en el estómago o en la cabeza. La pregunta más
inquietante en esos momento era si no habíamos perdido cosas que ya no recordábamos.
Juan José Millás: El orden alfabético.
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Texto 19
HAY una fundamental diferencia entre los hombres que han perdido la vista por
enfermedad o accidente y los ciegos de nacimiento. A esta diferencia debo el haber
penetrado finalmente en sus reductos, bien que no haya entrado en los antros más
secretos, donde gobiernan la Secta, y por lo tanto el Mundo, los grandes y
desconocidos jerarcas. Apenas si desde esa especie de suburbio alcancé a tener
noticias, siempre reticentes y equívocas, sobre aquellos monstruos y sobre los medios
de que se valen para dominar el universo entero. Supe así que esa hegemonía se
logra y se mantiene (aparte el trivial aprovechamiento de la sensiblería corriente)
mediante los anónimos, las intrigas, el contagio de pestes, el control de los sueños y
pesadillas. el sonambulismo y la difusión de drogas. Baste recordar la operación a
base de marihuana y de cocaína que se descubrió con los colegios secundarios de los
Estados Unidos, donde se corrompía a chicos y chicas desde los once a doce años de
edad para tenerlos al servicio incondicional y absoluto. La investigación, claro, terminó
donde debía empezar de verdad: en el umbral inviolable. En cuanto al dominio
mediante los sueños, las pesadillas y la magia negra, no vale ni siquiera la pena
demostrar que la Secta tiene para ello a su servicio a todo el ejército de videntes y de
brujas de barrio, de curanderos; de manos santas, de tiradores de cartas y de
espiritistas: muchos de ellos, la mayoría, son meros farsantes; pero otros tienen
auténticos poderes y. lo que es curioso, suelen disimular esos poderes bajo la
apariencia de cierto charlatanismo, para mejor dominar el mundo que los rodea.
Si, como dicen, Dios tiene el poder sobre el cielo, la Secta tiene el dominio sobre la
tierra y sobre la carne. Ignoro si, en última instancia, esta organización tiene que rendir
cuentas, tarde o temprano, a lo que podría denominarse Potencia Luminosa; pero,
mientras tanto, lo obvio es que el universo está bajo su poder absoluto, poder de vida
y muerte, que se ejerce mediante la peste o la revolución, la enfermedad o la tortura,
el engaño o la falsa compasión, la mistificación o el anónimo, las maestritas o los
inquisidores.
No soy teólogo y no estoy en condiciones de creer que estos poderes infernales
puedan tener explicación en alguna retorcida Teodicea. En todo caso, eso sería teoría
o esperanza. Lo otro, lo que he visto y sufrido, eso son hechos.
Pero volvamos a las diferencias.
Aunque no: hay mucho todavía que decir sobre esto de los poderes infernales,
porque acaso algún ingenuo piensa que se trata de una simple metáfora, no de una
cruda realidad. Siempre me preocupó el problema del mal, cuando desde chico me
ponía al lado de un hormiguero armado de un martillo y empezaba a matar bichos sin
ton ni son. El pánico se apoderaba de las sobrevivientes, que corrían en cualquier
sentido. Luego echaba agua con la manguera; inundación. Ya me imaginaba las
escenas dentro, las obras de emergencia, las corridas, las órdenes y contraórdenes
para salvar depósitos de alimentos, huevos, seguridad de reinas, etcétera. Finalmente,
con una pala removía todo, abría grandes boquetes, buscaba las cuevas y destruía
frenéticamente: catástrofe general. Después me ponía a cavilar sobre el sentido
general de la existencia, y a pensar sobre nuestras propias inundaciones y terremotos.
Así fui elaborando una serie de teorías, pues la idea de que estuviéramos gobernados
por un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso me parecía tan contradictoria que
ni siquiera creía que se pudiese tomar en serio. Al llegar a la época de la banda de
asaltantes había elaborado ya las siguientes posibilidades:
1.º Dios no existe.
02.º Dios existe y es un canalla.
3.º Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia.
4.º Dios existe, pero tiene accesos de locura: esos accesos son nuestra existencia.
5.º Dios no es omnipresente, no puede estar en todas partes. A veces está ausente ¿
en otros mundos? ¿ En otras cosas?
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6.º Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas.
Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algún momento
logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.
7.º Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado,
convertido en presunto diablo, es doblemente desprestigiado, puesto que se le
atribuye este universo calamitoso.
Yo no he inventado todas estas posibilidades, aunque por aquel entonces así lo creía;
más tarde, verifiqué que algunas habían constituido tenaces convicciones de los
hombres, sobre todo la hipótesis del Demonio triunfante. Durante más de mil años
hombres intrépidos y lúcidos tuvieron que enfrentar la muerte y la tortura por haber
develado el secreto. Fueron aniquilados y dispersados, ya que, es de suponer, las
fuerzas que dominan el mundo no van a detenerse en pequeñeces cuando son
capaces de hacer lo que hacen en general. Y así, pobres diablos o genios, fueron por
igual atormentados, quemados por la inquisición, colgados. desollados vivos; pueblos
enteros fueron diezmados y dispersados. Desde la China hasta España, las religiones
de estado (cristianos o mazdeistas) limpiaron el mundo de cualquier intento de
revelación. Y puede decirse que en cierto modo lograron su objetivo. Pues aun cuando
algunas de las sectas no pudieron ser aniquiladas, se convirtieron a su turno en nueva
fuente de mentira, tal como sucedió con los mahometanos. Veamos el mecanismo:
según los gnósticos. el mondo sensible fue creado por un demonio llamado Jehová.
Por largo tiempo la Suprema Deidad deja que obre libremente en el mundo, pero al fin
envía a su hijo a que temporariamente habite en el cuerpo de Jesús, para de ese
modo liberar al mundo de las falaces enseñanzas de Moisés. Ahora bien: Mahoma
pensaba, como algunos de estos gnósticos, que Jesús era un simple ser humano, que
el Hijo de Dios había descendido a él en el bautismo y lo abandonó en la Pasión, ya
que si no, sería inexplicable el famoso grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” Y cuando los romanos y los judíos escarnecen a Jesús, están
escarneciendo una especie de fantasma. Pero lo grave es que de este modo (y en
forma más o menos similar, pasa con las otras sectas rebeldes) no se ha revelado la
mistificación sino que se ha fortalecido. Porque para las sectas cristianas que
sostenían que Jehová era el Demonio y que con Jesús se inicia la nueva era, como
para los mahometanos, si el Príncipe de las Tinieblas reinó hasta Jesús (o hasta
Mahoma), ahora en cambio, derrotado, ha vuelto a sus infiernos. Como se comprende,
ésta es una doble mistificación: cuando se debilita la gran mentira, estos pobres
diablos la consolidaban.
Mi conclusión es obvia: sigue gobernando el Príncipe de las Tinieblas. Y ese
gobierno se hace mediante la Secta Sagrada de los Ciegos. Es tan claro todo que casi
me pondría a reír si no me poseyera el pavor.
Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas, Seix Barral, Barcelona, 1978 (1961)
pp. 298- 300
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Texto 20
¡Oh qué felices se las prometían los dos compañeros de trabajo al iniciar su marcha hacia las legendarias
chabolas y campos de cunicultura y ratología del Muecas! ¡Oh qué compenetrados y amigos se agitaban
por entre las bordas matritenses el investigador y el mozo ajenos a toda diferencia social entre sus
respectivos orígenes, indiferentes a toda discrepancia de cultura que intentara impedirles la conversación,
ignorantes de la extrañeza que producían entre los que apreciaban sus diferentes cataduras y atuendos!
Porque a ambos les unía un proyecto común y los dos tenían el mismo interés —aunque por distintas
razones— en la posible existencia de auténticos ratones descendientes de la estirpe selecta portadora
hereditaria de cánceres espontáneos desarrollados en el pliegue inguinal conducentes a la muerte
inexorable del animal, si bien no antes de que, alcanzada la edad de la reproducción, nacieran de ellos
múltiples animáculos de análogo aspecto al del hombre — a pesar de sus diferentes dimensiones —
dotados como nuestros semejantes de hígado, páncreas, cápsulas suprarrenales y de Hiato de Winslow,
los que pudieran ser sucesivo motivo de meditación científica y quizá de inesperados descubrimientos de
las causas del supremo mal.
La mañana era hermosa, en todo idéntica a tantas mañanas madrileñas en las que la cínica candidez del
cielo pretende hacer ignorar las lacras estruendosas de la tierra. Por las calles recién lavadas por la
brigada municipal, relucientes los granitos trasladados desde la lejana Sierra y hechos trozos
cuadrangulares por ejércitos de incansables canteros, colocados después mediante técnica difícil con
ayuda de agua, arena y una barra de hierro (más tarde, llegada la decadencia del oficio, también con algo
de cemento líquido en los intersticios), discurría una abundante turba de individuos de diversos oficios
todos ellos mal vestidos y sólo algunos afeitados recientemente. Los trajes de los viandantes de colores
indefinibles entre el violeta pálido, el marrón amarillento y el gris verdoso, aparecen en esta ciudad de tal
modo desvaídos y lacios que no puede atribuirse su deslucido aspecto únicamente a la pobreza de los
moradores — con su consecutiva, escasa y lenta renovación de guardarropa — sino también a los efectos
purificadores de índole química de un aire especialmente rico en ozono y a los de índole física de una
luminosidad poco frecuente, persistente durante un número de horas apenas soportable para individuos de
raza no negra.
(Tiempo de Silencio, pp. 29 - 30)
Texto 21
En contra de la opinión de los arquitectos sanitarios suecos que últimamente prefieren construir los quirófanos en
forma hexagonal o hasta redondeada (lo que facilita los desplazamientos del personal auxiliar y el transporte del
material en cada instante requerido) aquel en que yacía la Florita era de forma rectangular u oblonga, un tanto
achatado por uno de sus polos y con el techo artificiosamente descendente a lo largo de una de sus dimensiones. No
gozaba la paciente casi-parturienta de niquelada mesa o de aceroinoxidada mesa con soportes de muslos para mejor
obtener la posición ginecológica preferida por casi todos los artífices, sino acajonada mesa de pino gallego antes
servidora del transporte de cítricos de la región valenciana y posteriormente acondicionada a la función de lecho,
soporte del jergón de muelle y de las sábanas rojas de su propia sangre abundosamente huida. La lámpara escialítica
sin sombra se sustituía ventajosamente con dos candiles de acetileno que emanan un aroma a pólvora y a bosque con
jaurías más satisfactorio que el del éter y el bióxido de nitrógeno, consiguiendo, a pesar del temblor que la entrada de
intrusos (desgraciadamente no dotados de la imprescindible mascarilla en la boca) provocaba, una iluminación
suficiente. Tratándose de hembra sana de raza toledana pareció superflua toda anestesia, que siempre intoxica y que
hace a la paciente olvidarse de sí misma, y es en este punto en el que mejor se cumplieron los cánones modernos que
hoy. por obra y gracia de la reflexología, la educación previa, los ejercicios gimnásticos relajantes de la musculatura
perineal y la contracción de las mandíbulas en los momentos difíciles consiguen de vez en cuando hermosísimos
ejemplos de grito sin dolor. Más inculta la muchacha rugía con palabras destempladas (en lugar de con finos ayes
carentes de sentido escatológico) que contribuían a quitar la necesaria serenidad a los múltiples asistentes al acto.
Estos podían ser clasificados. según diversos criterios, en “familiares y no familiares”, “peritos en abortos provocados
e imperitos en el mismo arte, vecinos provenientes de la plana toledana e inmigrantes de otras regiones de la España
árida”, “gentes aptas para el consejo moral y cínicos que comprendían que así es la vida”, “mujeres que unía una
oscura solidaridad y hombres que unía una furtiva esperanza de llegar a ver los pechos de la paciente y. finalmente,
para concluir esta ordenación dicotómica, “sabedores de que el padre de Florita estaba en trance de llegar a ser padreabuelo y simples sospechadores de la misma casievidente verdad”. (Tiempo de Silencio, pp. 129 - 130)
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Texto 22.
Si hubieran vivido siempre en el Cortijo quizá las cosas se hubieran producido de otra manera pero a
Crespo, el Guarda Mayor, le gustaba adelantar a uno en la Raya de lo de Abendújan por si las moscas y a
Paco, el Bajo, como quien dice, le tocó la china y no es que le incomodase por él, que a él, al fin y al
cabo, lo mismo le daba un sitio que otro, pero sí por los muchachos, a ver, por la escuela, que con la
Charito, la Niña Chica, tenían bastante y le decían la Niña Chica a la Charito aunque, en puridad, fuese la
niña mayor, por los chiquilines, natural,
madre, ¿por qué no habla la Charito?, ¿por qué no se anda la Chanito, madre?, ¿por qué la Charito se
ensucia las bragas?, preguntaban a cada paso, y ella, la Régula, o él, o los dos a coro, pues ponque es muy
chica la Charito, a ver, por contestan algo, ¿ qué otna cosa podían decirles?, peno Paco, el Bajo, aspiraba
a que los muchachos se ilustrasen, que el Hachemita asegunaba en Condovilla, que los muchachos podían
salir de pobres con una pizca de conocimientos, e incluso la pnopia Señora Marquesa, con objeto de
erradicar el analfabetismo del cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de la
ciudad para que, al terminar las faenas cotidianas, les juntasen a todos en el porche de la corralada, a los
pastores, a los porquenos, a los apaleadones, a los muleros, a los gañanes y a los guardas, y allí, a la cruda
luz del aladino, con los moscones y las polillas bordoneando alrededor, les enseñasen las letras y sus mil
misteriosas combinaciones, y los pastores, y los porqueros, y los apaleadores y los gañanes y los muleros,
cuando les preguntaban, decían, la B con la A hace BA, y la C con la A hace Za, y, entonces, los señoritos
de la ciudad, el señorito Gabriel y el señorito Lucas, les corregían y les desvelaban las trampas, y les
decían, pues no, la C con la A, hace KA, y la C con la I hace CI y la C con la E hace CE y la C con la O
hace KO, y los porqueros y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los guardas se decían entre sí
desconcertados, también te tienen unas cosas, parece como que a los señoritos les gustase embromarnos,
pero no osaban levantan la voz, hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el
señonito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los orificios de su chata nariz (por donde, al
decir del senorito Iván, los días que estaba de buen ta
lante, se le veían los sesos), preguntó, señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos? y el señorito
Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco,
se limpió los ojos con el pañuelo y dijo, es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y
no aclaró más, pero, bien mirado, eso no era más que el comienzo, que una tarde llegó la G y el señorito
Lucas les dijo, la G con la A hace GA, pero la G con i hace JI, como la risa, y Paco, el Bajo, se enojó, que
eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos y a cuento de qué la E y la I habían
de llevar siempre trato de favor y el señorito Lucas, venga de reír, que se desternillaba...
Delibes, Miguel: Los santos inocentes. Seix Barral, 1981, pp. 33-35.
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TEATRO
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Texto 1
ESCENA CUARTA
Gran interrupción. Un trote épico, y la patrulla de soldados romanos desemboca por una calle traviesa.
Traen la luna sobre los cascos y en los charrascos. suena un toque de atención y se cierra con golpe
pronto la puerta de la Buñolería. PITITO, capitán de los équites municipales, se levanta sobre los
estribos.
EL CAPITÁN PITITO ¡Mentira parece que sean ustedes intelectuales y que promuevan estos
escándalos! ¿Qué dejan ustedes para los analfabetos?
MAX ¡Eureka! ¡Eureka!¡Eureka!¡Pico de Oro! En griego, para mayor claridad, Crisóstomo.
¡Señor Centurión, usted hablará el griego en sus cuatro dialectos!
EL CAPITÁN PITITO ¡Por borrachín, a la Delega!
MAX Y más chulo que un ocho. ¡Señor Centurión, yo también chanelo el sermo vulgaris!
EL CAPITÁN Pitito ¡Serenooo...! ¡Serenooo...!
EL Sereno ¡Vaaa...!
EL CAPITÁN Pitito ¡Encárguese usted de este curda!
Llega EL SERENO meciendo a compás el farol y el chuzo. Jadeos y vahos de aguardiente. EL CAPITÁN
PITITO revuelve el caballo: Vuelan chispas de las herraduras. Resuena el trote sonoro de la patrulla que
se aleja. Valle-Inclán: Luces de Bohemia.
Texto 2
ESCENA QUINTA
Zaguán en el Ministerio de la Gobernación. Estantería con legajos. Bancos al filo de la pared. Mesa con
carpetas de badana mugrienta. Aire de cueva y olor frío de tabaco rancio. Guardias soñolientos. Policías
de la Secreta. —Hongos, garrotes, cuellos de celuloide, grandes sortijas, lunares rizosos y flamencos. —
Hay un viejo chabacano —bisoñé y manguitos de percalina— que escribe y un pollo chulapón de peinado
reluciente, con brisas de perfumería, que se pasea y dicta humeando un veguero. DON SERAFÍN, le dicen
sus obligados, y la voz de la calle SERAFÍN EL BONITO. —Leve tumulto. Dando voces, la cabeza desnuda,
humorista y lunático, irrumpe MAX ESTRELLA. —DON LATINO le guía por la manga, implorante y
suspirante. Detrás asoman los cascos de los Guardias. Y en el corredor se agrupan, bajo la luz de una
candileja, pipas, chalinas y melenas del modernismo.
MAX.— ¡Traigo detenida una pareja de guindillas! Estaban emborrachándose en una tasca
y los hice salir a darme escolta.
SERAFÍN EL BONITO .— Corrección, señor mío.
MAX .— No falto a ella, señor Delegado.
SERAFÍN EL BONITO .— Inspector.
MAX .— Todo es uno y lo mismo.
SERAFÍN EL BONITO .— ¿Cómo se llama usted?
MAX .— Mi nombre es Máximo Estrella. Mi seudónimo Mala Estrella. Tengo el honor de
no ser Académico.
SERAFÍN EL BONITO .— Está usted propasándose. ¿Guardias, por qué viene detenido?
UN GUARDIA.— Por escándalo en la vía pública y gritos internacionales. ¡Está algo
briago!
SERAFÍN EL BONITO.— ¿Su profesión?
MAX .— Cesante.
SERAFÍN EL BONITO. —¿En qué oficina ha servido usted?
MAX .— En ninguna.
SERAFÍN EL BONITO .— ¿No ha dicho usted que cesante?
MAX .— Cesante de hombre libre y pájaro cantor. ¿No me veo vejado, vilipendiado,
encarcelado, cacheado e interrogado?
SERAFÍN EL BONITO .—¿Dónde vive usted?
MAX .— Bastardillos. Esquina a San Cosme. Palacio.
UN GUINDILLA .— Diga usted casa de vecinos. Mi señora, cuando aún no lo era, habitó
un sotabanco de esa susodicha finca.
MAX .— Donde yo vivo es siempre un palacio.
EL GUINDILLA .— No lo sabía.
MAX . — Porque tú, gusano burocrático, no sabes nada. ¡Ni soñar!
SERAFÍN EL BONITO .—¡Queda usted detenido!
MAX . — ¡Bueno! ¿Latino, hay algún banco donde pueda echarme e dormir?
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SERAFÍN EL BONITO .— Aquí no se viene a dormir
MAX . —¡Pues yo tengo sueño!
SERAFÍN EL BONITO .—¡Está usted desacatando y autoridad! ¿Sabe usted quién soy
yo?
MAX . —¡Serafín el Bonito!
SERAFÍN EL BONITO .—¡Como usted repita esa gracia, de una bofetada, le doblo!
MAX . —¡Ya se guardará usted del intento! ¡Soy el primer poeta de España! ¡Tengo
influencia en todos los periódicos! ¡Conozco al ministro! ¡Hemos sido compañeros!
SERAFÍN EL BONITO .— El señor ministro no es un golfo
MAX . —Usted desconoce la Historia Moderna
Valle-Inclán: Luces de Bohemia.
Texto 3.
ESCENA OCTAVA
Secretaría particular de Su Excelencia. Olor de brevas habanas, malos cuadros, lujo aparente y
provinciano. La estancia tiene un recuerdo partido por medio, de oficina y sala de círculo con timba. De
repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático. Y DIEGUITO GARCÍA —DON DIEGO
DEL CORRAL, en la “Revista de tribunales y estrados”— pega tres brincos y se planta la trompetilla en la
oreja.
DIEGUITO.— ¿Con quién hablo?
. . . . . . . . . . . . . . .
Ya he transmitido la orden para que se le ponga en libertad.
. . . . . . . . . . . . . . .
¡De nada! ¡De nada!
. . . . . . . . . . . . . . .
¡Un alcohólico!
. . . . . . . . . . . . . . .
Sí ... Conozco su obra.
. . . . . . . . . . . . . . .
¡Una desgracia!
. . . . . . . . . . . . . . .
No podrá ser. ¡Aquí estamos sin un cuarto!
. . . . . . . . . . . . . . .
Se lo diré. Tomo nota.
. . . . . . . . . . . . . . .
¡De nada! ¡De nada!
MAX ESTRELLA aparece en la puerta pálido, arañado, la corbata torcida, la expresión altanera y
alocada. Detrás, abotonándose los calzones, aparece EL UJIER.
EL UJIER.— Deténgase usted, caballero.
MAX .— No me ponga usted la mano encima.
EL UJIER.— Salga usted sin hacer desacato.
MAX.— Anúncieme usted al ministro
EL UJIER.— No está visible.
MAX.— ¡Ah! Es usted un gran lógico. Pero estará audible.
EL UJIER.— Retírese, caballero. Éstas no son horas de audiencia.
MAX.— Anúncieme usted.
EL UJIER.— Es la orden... Y no vale ponerse pelmazo, caballero.
DIEGUITO.— Fernández, deje usted a ese caballero que pase.
MAX.— ¡Al fin doy con un indígena civilizado!
Valle-Inclán: Luces de Bohemia.
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MUY CURIOSO, Y GENIAL. INCREIBLE, HASTA DONDE LLEGA ELCEREBRO
SI CONSIGUES LEER LAS PRIMERAS PALABRAS, EL CEREBRO DESCIFRARÁ LAS
OTRAS.
C13R70 D14 D3 V3R4N0, 3574B4 3N L4 PL4Y4 0853RV4ND0 4 D05 CH1C45 8R1NC4ND0
3N 14 4R3N4, 357484N 7R484J484ND0 MUCH0 C0N57RUY3ND0 UN C4571LL0 D3 4R3N4
C0N 70RR35, P454D1Z05 0CUL705 Y PU3N735.
CU4ND0 357484N 4C484ND0 V1N0 UN4 0L4, D357RUY3ND0 70D0, R3DUC13ND0 3L
C4571LL0 4 UN M0N70N D3 4R3N4 Y 35PUM4.
P3N53 9U3 D35PU35 DE 74N70 35FU3RZ0 L45 CH1C45 C0M3NZ4R14N 4 L10R4R, P3R0
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50NRR31R.
S2L078S
Pérdida y recuperación del pelo.
Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi
primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en
el medio, y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla
que suele haber en dichos agujeros, bastará abrir un poco el grifo para que se pierda de vista. Sin
malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo.
La primera operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha
enganchado en una de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto
el tramo de caño que va del sifón a la cañería de desagüe principal. Es seguro que en esa parte
aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos
uno a uno en busca del nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la
cañería hasta la planta baja, pero eso significa un esfuerzo mayor, pues habrá que comprar los
cuatro pisos situados debajo del de mi primo el mayor.
Llegará el día en que podamos romper los caños de todos los pisos, y durante meses viviremos
rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de asistentes y
mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen, separen clasifiquen y nos traigan
los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una
etapa mucho más vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la
ciudad.
Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo, a pocos centímetros de la boca del lavabo, a
la altura del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el
pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos produciría, en el asombrado cálculo de los esfuerzos
ahorrados por pura buena suerte, para justificar, para escoger, para exigir prácticamente una tarea
semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna
infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta.
Cortázar, Julio : Historias de Cronopios y de famas, Buenos Aires, Minotauro, 1962..
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TEXTO 6. Instrucciones para subir una escalera.
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que
una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca
paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en
espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la
mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal
correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de
estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y
adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquier otra
combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar
de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente
incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin
esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños
inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir
una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo,
envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el
escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se
recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de
confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta
colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero
descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la
coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la
explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos
hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe
de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Cortázar, Julio, Historias de Cronopios y de famas, Buenos Aires, Minotauro, 1962..
TEXTO 7.
Aplastamiento de las gotas.
Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí
contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como
bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de
la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va
creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con
todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece
la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf,
deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se
tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las
emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas.
Adiós gotas. Adiós.
Cortázar, Julio, Historias de Cronopios y de famas, Buenos Aires, Minotauro, 1962.
Por
escrito
gallina
una
Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos
hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por
los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar
invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe entramos de.
Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura somos
de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de
será gallinas cosmos el, carajo qué.
Julio Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos.Siglo XXI editores, Madrid, 1971.
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Estación de la mano
A Gladys y Sergio Sergi.
La dejaba entrar por la tarde, abriéndole un poco la hoja de mi ventana que da al jardín,
y la mano descendía ligeramente por los bordes de la mesa de trabajo, apoyándose
apenas en la palma, los dedos sueltos y como distraídos, hasta venir a quedar inmóvil
sobre el piano, o en el marco de un retrato, o a veces sobre la alfombra color vino.
Amaba yo aquella mano porque nada tenía de voluntariosa y sí mucho de pájaro y hoja
seca. ¿Sabía ella algo de mí? Sin titubear llegaba a la ventana por las tardes, a veces de
prisa —con su pequeña sombra que de pronto se proyectaba sobre los papeles— y como
urgiendo que le abriese; y otras lentamente, ascendiendo por los peldaños de la hiedra
donde, a fuerza de escalarla, había calado un camino profundo. Las palomas de la casa
la conocían bien; con frecuencia escuchaba yo de mañana un arrullar ansioso y
sostenido, y era que la mano andaba por los nidos, ahuecándose para contener los
pechos de tiza de las más jóvenes, la pluma áspera de los machos celosos. Amaba las
palomas y los bocales de agua fresca; cuántas veces la encontré al borde de un vaso de
cristal, con los dedos levemente mojados en el agua que se complacía y danzaba. Nunca
la toqué; comprendía que aquello hubiera sido desatar cruelmente los hilos de un
acaecer misterioso. Y muchos días anduvo la mano por mis cosas, abrió libros y
cuadernos, puso su índice —con el cual sin duda leía— sobre mis más bellos poemas y
los fue aprobando uno a uno. El tiempo transcurría. Los sucesos exteriores a los cuales
debía mi vida someterse con dolor, principiaron a ondularse como curvas que sólo de
sesgo me alcanzaban. Descuidé la aritmética, vi cubrirse de musgo mi más prolijo traje;
apenas salía ahora de mi cuarto, a la espera cadenciosa de la mano, atisbando con
ansiedad el primer— y más lejano y hundido— roce en la hiedra. Le puse nombres; me
gustaba llamarla Dg, porque era un nombre sólo para pensarse. Incité su probable
vanidad dejando anillos y pulseras sobre las repisas, espiando su actitud con secreta
constancia. Varias veces creí que se adornaría con las joyas, pero ella las estudiaba
dando vueltas en torno y sin tocarlas, a semejanza de una araña desconfiada; y aunque
un día llegó a ponerse un anillo de amatista fue sólo un instante y lo abandonó como si
le quemara. Yo me apresuré a esconder las joyas en su ausencia y desde entonces me
pareció que estaba más complacida. Así declinaron las estaciones, unas esbeltas y otras
con semanas ceñidas de luces violentas, sin que sus llamadas premiosas llegaran hasta
nuestro ámbito. Todas las tardes volvía la mano, mojada con frecuencia por las lluvias
otoñales, y la veía ponerse de espaldas sobre la alfombra, secarse prolijamente un dedo
con otro, a veces con menudos saltos de cosa satisfecha. En los atardeceres de frío su
sombra se teñía de violeta. Yo colocaba entonces un brasero a mis pies y ella se
acurrucaba y apenas bullía, salvo para recibir, displicente, un álbum con grabados o un
ovillo de lana que le gustaba anudar y retorcer. Era incapaz, lo advertí pronto, de estarse
largo rato quieta. Un día encontró una artesa con arcilla, y se precipitó sobre la novedad;
horas y horas modeló la arcilla mientras yo, de espaldas, fingía no preocuparme por su
tarea. Naturalmente, modeló una mano. La dejé secar y la puse sobre el escritorio para
probarle que su obra me agradaba. Pero era error: como a todo artista, a Dg terminó por
molestarle la contemplación de esa otra mano rígida y algo convulsa. Al retirarla de la
habitación, ella fingió por pudor no haberlo advertido. Mi interés se tornó bien pronto
analítico. Cansado de maravillarme, quise saber; he ahí el invariable y funesto fin de
toda aventura. Surgían las preguntas acerca de mi huésped: ¿Vegeta, siente, comprende,
ama? Imaginé tests, tendí lazos, apronté experimentos. Había advertido que la mano,
aunque capaz de leer, jamás escribía. Una tarde abrí la ventana y puse sobre la mesa un
lapicero, cuartillas en blanco, y cuando entró Dg me marché para dejarla libre de toda
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timidez. Por la cerradura vi que hacía sus paseos habituales y luego, vacilante, iba hasta
el escritorio y tomaba el lapicero. Oí el arañar de la pluma, y después de un tiempo
ansioso entré en el cuarto. Sobre el papel, en diagonal y con letra perfilada, Dg había
escrito: Esta resolución anula todas las anteriores hasta nueva orden. Jamás pude lograr
que volviese a escribir. Transcurrido el periodo de análisis, comencé a querer de veras a
Dg. Amaba su manera de mirar las flores de los búcaros, su rotación acompasada en
torno a una rosa, aproximando la yema de los dedos h asta rozar los pétalos, y ese modo
de ahuecarse para envolver una flor, sin tocarla, acaso su manera de aspirar la fragancia.
Una tarde que yo cortaba las páginas de un libro recién comprado, observé que Dg
parecía secretamente deseosa de imitarme. Salí entonces a buscar más libros, y pensé
que tal vez le agradaría formar su propia biblioteca. Encontré curiosas obras que
parecían escritas para manos, como otras para labios o cabellos, y adquirí también un
puñal diminuto. Cuando puse todo sobre la alfombra— su lugar predilecto— Dg lo
observó con su cautela acostumbrada. Parecía temerosa del puñal, y recién días después
se decidió a tocarlo. Yo seguía cortando mis libros para infundirle confianza, y una
noche (¿he dicho que sólo al alba se marchaba, llevándose las sombras?) principió ella a
abrir sus libros y separar las páginas. Pronto se empeñó con una destreza extraordinaria;
el puñal entraba en las carnes blancas u opalinas con gracia centelleante. Terminada la
tarea, colocaba el cortapapel sobre una repisa —donde había acumulado objetos de su
preferencia: lanas, dibujos, fósforos usados, un reloj de pulsera, montoncitos de
ceniza— y descendía para acostarse de bruces en la alfombra y principiar, la lectura.
Leía a gran velocidad, rozando las palabras con un dedo; cuando hallaba grabados, se
echaba entera sobre la página y parecía como dormida. Noté que mi selección de libros
había sido acertada; volvía una y otra vez a ciertas páginas (Étude de Mains de Gautier;
un lejano poema mío que comienza: <<Poder tomar tus manos...>>; Le Gant de Crin de
Reverdy) y colocaba hebras de lana para recordarlas. Antes de irse, cuando yo dormía
ya en mi diván, encerraba sus volúmenes en un pequeño mueble que a tal propósito le
destiné; y nunca hubo nada en desorden al despertar. De esta manera sin razones—
plenamente basada en la simplicidad del misterio— convivimos un tiempo de estima y
correspondencia. Toda indagación superada, toda sorpresa abolida, ¡qué acaecer total de
perfección nos contenía! Nuestra vida, así, era una alabanza sin destino, canto puro y
jamás presupuesto. Por mi ventana entraba Dg y con ella era el ingreso de lo
absolutamente mío, rescatado al fin de la limitación de los parientes y las obligaciones,
recíproco en mi voluntad de complacer a aquella que de tal forma me liberaba. Y
vivimos así, por un tiempo que no podría contar, hasta que la sanción de lo real vino a
incidir en mi flaqueza, ardida de celos por tanta plenitud fuera de sus cárceles pintadas.
Una noche soñé: Dg se había enamorado de mis manos— la izquierda, sin duda, pues
ella era diestra— y aprovechaba mi sueño para raptar a la amada cortándola de mi
muñeca con el puñal. Me desperté aterrado, comprendiendo por primera vez la locura de
dejar un arma en poder de aquella mano. Busqué a Dg, aún batido por las turbias aguas
de la visión; estaba acurrucada en la alfombra y en verdad parecía atenta a los
movimientos de mi siniestra. Me levanté y fui a guardar el puñal donde no pudiera
alcanzarlo, pero después me arrepentí y se lo traje, haciéndome amargos reproches. Ella
estaba como desencantada y tenía los dedos entreabiertos en una misteriosa sonrisa de
tristeza. Yo sé que no volverá más. Tan torpe conducta puso en su inocencia la altivez y
el rencor. —Yo sé que no volverá más! ¿Por qué reprochármelo, palomas, clamando
allá arriba por la mano que no retorna a acariciarlas? ¿Por qué afanarse así, rosa de
Flandes, si ella no te incluirá ya nunca en sus dimensiones prolijas? Haced como yo,
que he vuelto a sacar cuentas, a ponerme mi ropa, y que paseo por la ciudad el perfil de
un habitante correcto.
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(CORTÁZAR, Julio: La vuelta al día en ochenta mundos. Editorial Siglo XXI, Madrid, 1978)
Segunda lectura
A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el patio. Levanta la cabeza y
remueve un poco la cola, pero después se queda muy quieto, siguiendo con los
ojos la fina sombra que a su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las
baldosas del patio.
En la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni siquiera le
gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la única excepción es la
muchacha rubia.
Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le antoje. Remueve otra
vez la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira.
Es simplemente feliz, la muchacha ha pasado por el patio, él la ha visto un
instante, ha seguido con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas.
Tal vez la muchacha rubia vuelva a pasar. Toby suspira de nuevo, sacude un
momento la cabeza como para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro y
sigue aplicando la cola a la madera terciada .
Julio Cortázar, en Último round, México, Siglo XXI, 1999.
La noche boca arriba.
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida .
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la
calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla.
En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo
sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él— porque
para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre— montó en la máquina saboreando el
paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los
pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes
vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el
verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas
que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos.
Quizá algo distraído, pero corriendo sobre la derecha como correspondía, se dejó llevar
por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su
involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer
parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para
las soluciones fáciles. Frenó con el pie y la mano, desviándose a la izquierda; oyó el
grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban
sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando
lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no
parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y
seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho
al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba
la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la
causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. <<Usté la agarró
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apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado...>> Opiniones, recuerdos,
despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole a beber
un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda
donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los
efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi
no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces
se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas
semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy
estropeada. <<Natural>>, dijo él. <<Como que me la ligué encima...>>. Los dos se
rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la
náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un
pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar
dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital,
llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le
movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el
tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy
bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía
húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones.
Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos
de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El
hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano
derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores.
Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas,
los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una
fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y
todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su
única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no
apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. Lo que más le
torturaba era el olor, como si a un en la absoluta aceptación del sueño algo se rebelara
contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego.
<<Huele a guerra>>, pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su
ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil,
temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó,
tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente
del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo
teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada.
Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio,
venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón
de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las
ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la
calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales
palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una
bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
— Se va a caer de la cama— dijo el enfermo de al lado . No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala.
Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión
de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed,
como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas
para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera
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podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los
ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a
alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una
enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa
aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un
médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para
verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un
estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces
y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar
que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un
trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El
brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a
veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a
manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco
incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió
el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante
embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque
arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. <<La
calzada>>, pensó. <<Me salí de la calzada>>. Sus pies se hundían en un colchón de
hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el
torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio,
se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a
verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él
aferraba el mango del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello,
donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del
maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los
bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo
despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía
insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres
noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más
allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en
los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el
tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso.
Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de
los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se
incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor
a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer
en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos
alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde
atrás.
— Es la fiebre— dijo el de la cama de al lado— . A mí me pasaba igual cuando me
operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció
deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo
protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y
seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas
cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan
cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en
la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la
sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía
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fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del
hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de
fijar el momento del accidente y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un
vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían
levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo
tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. . De
todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres
lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la
contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y
auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a
ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su
garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin
las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a
poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse,
pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la
garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo
envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y
los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío
le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto
con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna
plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del
calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las
mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un
quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se
defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros
que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio.
Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas
agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo
interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso,
retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo
derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio
abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas
ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron
mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro
lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras
como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que
lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban delante, alumbrando
vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían
agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro
del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha.
Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente a él la escalinata
incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya se iba
a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban
llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero
cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el
centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda
que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la
mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen translúcida contra la
sombra azulada de los ventanales. Jadeó, buscando el alivio de los pulmones, el olvido
de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las
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veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del
saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer,
con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba
mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo,
con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos
se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca,
con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo
iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se
enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no
querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado
descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la
noche y la luna mientras lo subían por la escalinata ahora con la cabeza colgando hacia
abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de
golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del
sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una
última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo
creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo
cabeza abajo. Pero olía la muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada
del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a
cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba
despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños;
un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con
luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que
zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado
del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido
boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.
Cortísimo metraje
Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se
aburre lejos de la cuidad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del
autoestop, tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas
palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las
preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término
de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo
como cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los
árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y
brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto
sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla
entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de
paso roba el auto que abandonará unos kilómetros más lejos sin dejar la menor
impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse.
Julio Cortázar, Ultimo Round.
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Lucas, sus pudores
En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen
hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el
mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan
hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres
metros del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que
a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades,
y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento
reverberará uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las circunstancias menos
indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de
calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde.
Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a la intensidad
del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horror no hay
neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente,
es decir que todo empezar lo mas bien, suave silencioso, pero ya al final, guardando la
misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación
mas bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la
cortina de plástico de la ducha.
Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como
inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies
rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las
nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso.
Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las
toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente
siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo
final prorrumpe tumultuoso.
Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro que de un segundo
a otro resonar el primer halalí de la ignominia; lo asombra un poco que la gente no
parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es evidente que no están
desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de cucharitas en las tazas y
corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no sucede nada, Lucas se
siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo
el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras la señora de
Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de
los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian: Mamá, quiero caca. Qué
bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el poeta anónimo que compuso aquella
cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que cagar bien despacito /
ni placer más delicado / que después de haber cagado. Para remontarse a tales alturas
ese señor debía estar exento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa,
a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de
chapas de zinc separada del rancho por una buena distancia.
Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del Dante en el que los
condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisión mental a la más alta
cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco tienen que ver con lo
que está diciendo el doctor Berenstein a propósito de la ley de alquileres.
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Lucas, sus desconciertos
Allí por el año del gofio Lucas iba mucho a los conciertos y dale con Chopin, Zoltan Kodaly,
Pucciverdi y pare que te cuento Brahms y Beethoven y hasta Ottorino Respighi en las épocas
flojas.
Ahora no va nunca y se las arregla con los discos y la radio o silbando recuerdos, Menuhin y
Friedrich Gulda y Marian Anderson, cosas un poco paleolíticas en estos tiempos acelerados,
pero la verdad es que en los conciertos le iba de mal en peor hasta que hubo un acuerdo de
caballeros entre Lucas que dejó de ir y los acomodadores y parte del publico que dejaron de
sacarlo a patadas. ¿A que se debía tan espasmódica discordancia? Si le preguntás, Lucas se
acuerda de algunas cosas, por ejemplo la noche en el Colón cuando un pianista a la hora de los
bises se lanzó con las manos armadas de Khatchaturian contra un teclado por completo
indefenso, ocasión aprovechada por el público pare concederse una crisis de histeria cuya
magnitud corresponda exactamente al estruendo alcanzado por el artista en los paroxismos
finales, y ahí lo tenemos a Lucas buscando alguna cosa por el suelo entre las plateas y
manoteando pare todos lados.
—¿Se le perdió algo, señor?— inquirió la señora entre cuyos tobillos proliferaban los dedos de
Lucas
—La música, señora— dijo Lucas, apenas un segundo antes de que el senador Poliyatti le
zampara la primera patada en el culo.
Hubo asimismo la velada de lieder en que una dame aprovechaba delicadamente los pianissimos
de Lotte Lehman pare emitir una tos digna de las bocinas de un templo tibetano, razón por la
cual en algún momento se oyó la voz de Lucas diciendo: "Si las vacas tosieran, toserían como
esa señora", diagnóstico que determinó la intervención patriótica del doctor Chucho Belaustegui
y el arrastre de Lucas con la cara pegada al suelo hasta su liberación final en el cordón de la
vereda de la calle Libertad.
Es difícil tomarle gusto a los conciertos cuando pasan cosas así, se está mejor at home.
Lucas, su patriotismo
De mi pasaporte me gustan las páginas de las renovaciones y los sellos de visados redondos /
triangulares / verdes / cuadrados / negros / ovalados / rojos; de mi imagen de Buenos Aires el
transbordador sobre el Riachuelo, la plaza Irlanda, los jardines de Agronomía, algunos cafés que
acaso ya no están, una cama en un departamento de Maipú casi esquina Córdoba, el olor y el
silencio del puerto a medianoche en verano, los arboles de la plaza Lavalle.
Del país me queda un olor de acequias mendocinas, los álamos de Uspallata, el violeta profundo
del cerro de Velasco en La Rioja, las estrellas chaqueñas en Pampa de Guanacos yendo de Salta
a Misiones en un tren del año cuarenta y dos, un caballo que monte en Saladillo, el sabor del
Cinzano con ginebra Gordon en el Boston de Florida, el olor ligeramente alérgico de las plateas
del Colón, el superpullman del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Díaz, algunas lecherías
de la madrugada, la fealdad de la Plaza Once, la lecture de Sur en los años dulcemente ingenuos,
las ediciones a cincuenta centavos de Claridad con Roberto Arlt y Castelnuovo, y también
algunos patios, claro, y sombras que me callo, y muertos.
Lucas, su patiotismo
El centro de la imagen serán los malvones, pero hay también glicinas, verano, mate a las cinco y
media, la máquina de coser, zapatillas y lentas conversaciones sobre enfermedades y disgustos
familiares, de golpe un polio dejando su firma entre dos sillas o el gato atrás de una paloma que
lo sobra canchera. Todo eso huele a ropa tendida, a almidón azulado y a lejía, huele a jubilación,
a factura surtida o tortas fritas, casi siempre a radio vecina con tangos y los avisos del Geniol,
del aceite Cocinero que es de todos el primero, y a chicos pateando la pelota de trapo en el
baldío del fondo, el Beto metió el gol de sobrepique.
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Tan convencional todo, tan dicho que Lucas de puro pudor busca otras salidas, a la mitad del
recuerdo decide acordarse de como a esa hora se encerraba a leer a Homero y Dickson Carr en
su cuartito atorrante pare no escuchar de nuevo la operación del apéndice de la tía Pepa con
todos los detalles luctuosos y la representación en vivo de las horribles náuseas de la anestesia,
o la historia de la hipoteca de la calle Bulnes en la que el tío Alejandro se iba hundiendo de mate
en mate hasta la apoteosis de los suspiros colectivos y todo va de mal en peor, Josefina, aquí
trace falta un gobierno fuerte, carajo. Por suerte la Flora ahí para mostrar la foto de Clark Gable
en el rotograbado de La Prensa y rememurmurar los momentos estelares de Lo que el vierto se
llevó. A veces la abuela se acordaba de Francesca Bertini y el tío Alejandro de Barbara La Marr
que era la mar de bárbara, vos y las vampiresas, ah los hombres, Lucas comprende que no hay
nada que hacer, que ya está de nuevo en el patio, que la tarjeta postal sigue clavada pare siempre
al borde del espejo del tiempo, pintada a mano con su franja de palomitas, con su leve borde
negro.
Continuidad en los parques.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a
abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de
los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una
cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los
robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una
irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo
verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes
de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida. Gozaba del placer casi perverso de irse
desgajando línea a línea de lo que le rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en
el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los
ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida
disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y
movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa;
ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la
sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una
pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su
pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo
de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el
cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro
cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado; coartadas, azares, posibles errores. A partir
de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se
interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. Sin mirarse ya,
atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir
por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo
suelto. Corrió a su vez parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del
crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no
estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en
sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera
alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del
salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo
verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Julio Cortázar.
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Con legítimo orgullo.
In Memoriam K.
Ninguno de nosotros recuerda el texto de la ley que obliga a recoger las hojas secas, pero estamos convencidos
de que a nadie se le ocurriría que puede dejar de recogerlas; es una de esas cosas que vienen desde muy atrás, con las
primeras lecciones de la infancia, y ya no hay demasiada diferencia entre los gestos elementales de atarse los zapatos
o abrir los paraguas y los que hacemos al recoger las hojas secas a partir del dos de noviembre a las nueve de la
mañana. Tampoco a nadie se le ocurriría discutir la oportunidad de esa fecha, es algo que figura en las costumbres
del país y que tiene su razón de ser. La víspera nos dedicamos a visitar el cementerio, no se hace otra cosa que acudir
a las tumbas familiares, barrer las hojas secas que las ocultan y confunden, aunque ese día las hojas secas no tienen
importancia oficial, por así decir, a lo sumo son una penosa molestia de la que hay que librarse para luego cambiar el
agua a los floreros y limpiar las huellas de los caracoles en las lápidas. Alguna vez se ha podido insinuar que la
campaña contra las hojas secas podría adelantarse en dos o tres días, de manera que al llegar el primero de noviembre
el cementerio estuviera ya limpio y las familias pudieran recogerse ante las tumbas sin el molesto barrido previo que
suele provocar escenas penosas y nos distrae de nuestros deberes en ese día de recordación. Pero nunca hemos
aceptado esas insinuaciones, como tampoco hemos creído que se pudieran impedir las expediciones a las selvas del
norte, por más que nos cuesten. Son costumbres tradicionales que tienen su razón de ser, y muchas veces hemos oído
a nuestros abuelos contestar severamente a esas voces anárquicas, haciendo notar que la acumulación de hojas secas
en las tumbas sirve precisamente para mostrar a la colectividad la molestia que representan una vez avanzado el
otoño, e incitarla así a participar con más entusiasmo en la labor que ha de iniciarse al día siguiente.
Toda la población está llamada a desempeñar una tarea en la campaña. La víspera, cuando regresamos del
cementerio, la municipalidad ya ha instalado su quiosco pintado de blanco en medio de la plaza, y a medida que
vamos llegando nos ponemos en fila y esperamos nuestro turno. Como la fila es interminable, la mayoría sólo puede
volver muy tarde a su casa, pero tenemos la satisfacción de haber recibido nuestra tarjeta de manos de un funcionario
municipal. En esa forma y a partir de la mañana siguiente, nuestra participación quedará registrada día tras día en las
casillas de la tarjeta, que una máquina especial va perforando a medida que entregamos las bolsas de hojas secas o las
jaulas con las mangostas, según la tarea que nos haya correspondido. Los niños son los que más se divierten porque
les dan una tarjeta muy grande, que les encanta mostrar a sus madres, y los destinan a diversas tareas livianas pero
sobre todo a vigilar el comportamiento de las mangostas. A los adultos nos toca el trabajo más pesado, puesto que
además de dirigir a las mangostas debemos llenar las bolsas de arpillera con las hojas secas que han recogido las
mangostas, y llevarlas a hombros hasta los camiones municipales. A los viejos se les confían las pistolas de aire
comprimido con las que se pulveriza la esencia de serpiente sobre las hojas secas. Pero el trabajo de los adultos es el
que exige la mayor responsabilidad, porque las mangostas suelen distraerse y no rinden lo que se espera de ellas; en
ese caso nuestras tarjetas mostrarán al cabo de pocos días la insuficiencia de la labor realizada, y aumentarán las
probabilidades de que nos envíen a las selvas del norte. Como es de imaginar hacemos todo lo posible por evitarlo,
aunque llegado el caso reconocemos que se trata de una costumbre tan natural como la campaña misma, y no se nos
ocurriría protestar; pero es humano que nos esforcemos lo más posible en hacer trabajar a las mangostas para
conseguir el máximo de puntos en nuestras tarjetas, y que para ello seamos severos con las mangostas, los ancianos y
los niños, elementos imprescindibles para el éxito de la campaña.
Nos hemos preguntado alguna vez cómo pudo nacer la idea de pulverizar las hojas secas con esencia de
serpiente, pero después de algunas conjeturas desganadas acabamos por convenir en que el origen de las costumbres,
sobre todo cuando son útiles y atinadas, se pierde en el fondo de la raza. Un buen día la municipalidad debió
reconocer que la población no daba abasto para recoger las hojas que caen en otoño, y que sólo la utilización
inteligente de las mangostas, que abundan en el país, podría cubrir el déficit. Algún funcionario proveniente de las
ciudades linderas con la selva advirtió que las mangostas, indiferentes por completo a las hojas secas, se encarnizaban
con ellas si olían a serpiente. Habrá hecho falta mucho tiempo para llegar a esos descubrimientos, para estudiar las
reacciones de las mangostas frente a las hojas secas, para pulverizar las hojas secas a fin de que las mangostas las
recogieran vindicativamente. Nosotros hemos crecido en una época en que ya todo estaba establecido y codificado,
los criaderos de mangostas contaban con el personal necesario para adiestrarías, y las expediciones a las selvas
volvían cada verano con una cantidad satisfactoria de serpientes. Esas cosas nos resultan tan naturales que sólo muy
pocas veces y con gran esfuerzo volvemos a hacernos las preguntas que nuestros padres contestaban severamente en
nuestra infancia, enseñándonos así a responder algún día a las preguntas que nos harían nuestros hijos. Es curioso que
ese deseo de interrogarse sólo se manifieste, y aun así muy raramente, antes o después de la campaña. El dos de
noviembre, apenas hemos recibido nuestras tarjetas y nos entregamos a las tareas que nos han sido asignadas, la
justificación de cada uno de nuestros actos nos parece tan evidente que sólo un loco osaría poner en duda la utilidad
de la campaña y la forma en que se la lleva a cabo. Sin embargo, nuestras autoridades han debido prever esa
posibilidad porque en el texto de la ley impresa en el dorso de las tarjetas se señalan los castigos que se impondrían
en tales casos; pero nadie recuerda que haya sido necesario aplicarlos.
Siempre nos ha admirado cómo la municipalidad distribuye nuestras labores de manera que la vida del estado y
del país no se vean alteradas por la ejecución de la campaña. Los adultos dedicamos cinco horas diarias a recoger las
hojas secas, antes o después de cumplir nuestro horario de trabajo en la administración o en el comercio. Los niños
dejan de asistir a las clases de gimnasia y a las de entrenamiento cívico y militar, y los viejos aprovechan las horas de
sol para salir de los asilos y ocupar sus puestos respectivos. Al cabo de dos o tres días la campaña ha cumplido su
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primer objetivo, y las calles y plazas del distrito central quedan libres de hojas secas. Los encargados de las
mangostas tenemos entonces que multiplicar las precauciones, porque a medida que progresa la campaña las
mangostas muestran menos encarnizamiento en su trabajo, y nos incumbe la grave responsabilidad de señalar el
hecho al inspector municipal de nuestro distrito para que ordene un refuerzo de las pulverizaciones. Esta orden sólo la
da el inspector después de haberse asegurado de que hemos hecho todo lo posible para que las mangostas sigan
recogiendo las hojas, y si se comprobara que nos hemos apresurado frívolamente a pedir que se refuercen las
pulverizaciones, correríamos el riesgo de ser inmediatamente movilizados y enviados a las selvas. Pero cuando
decimos riesgo es evidente que exageramos, porque las expediciones a las selvas forman parte de las costumbres del
estado a igual título que la campaña propiamente dicha, y a nadie se le ocurriría protestar por algo que constituye un
deber como cualquier otro.
Se ha murmurado alguna vez que es un error confiar a los ancianos las pistolas pulverizadoras. Puesto que se
trata de una antigua costumbre no puede ser un error, pero a veces ocurre que los ancianos se distraen y gastan una
buena parte de la esencia de serpiente en un pequeño sector de la calle o una plaza, olvidando que deben distribuirlo
en una superficie lo más amplia posible. Ocurre así que las mangostas se precipitan salvajemente sobre un montón de
hojas secas, y en pocos minutos las recogen y las traen hasta donde las esperamos con las bolsas preparadas; pero
después, cuando confiadamente creemos que van a seguir con el mismo tesón, las vemos detenerse, olisquearse entre
ellas como desconcertadas, y renunciar a su tarea con evidentes signos de fatiga y hasta de disgusto. En esos casos el
adiestrador apela a su silbato, y por un momento consigue que las mangostas junten algunas hojas, pero no tardamos
en darnos cuenta de que la pulverización ha sido despareja y que las mangostas se resisten con razón a una tarea que
de golpe ha perdido todo interés para ellas. Si se contara con suficiente cantidad de esencia de serpiente, jamás se
plantearían estas situaciones de tensión en las que los ancianos, nosotros y el inspector municipal nos vemos
abocados a nuestras respectivas responsabilidades y sufrimos enormemente; pero desde tiempo inmemorial se sabe
que la provisión de esencia apenas alcanza para cubrir las necesidades de la campaña, y que en algunos casos las
expediciones a las selvas no han alcanzado su objetivo, obligando a la municipalidad a apelar a sus exiguas reservas
para hacer frente a una nueva campaña. Esta situación acentúa el temor de que la próxima movilización abarque un
número mayor de reclutas, aunque al decir temor es evidente que exageramos, porque el aumento del número de
reclutas forma parte de las costumbres del estado a igual título que la campaña propiamente dicha, y a nadie se le
ocurriría protestar por algo que constituye un deber como cualquier otro. De las expediciones a las selvas se habla
poco entre nosotros, y los que regresan están obligados a callar por un juramento del que apenas tenemos noticia.
Estamos convencidos de que nuestras autoridades procuran evitarnos toda preocupación referente a las expediciones
a las selvas del norte, pero desgraciadamente nadie puede cerrar los ojos a las bajas. Sin la menor intención de extraer
conclusiones, la muerte de tantos familiares o conocidos en el curso de cada expedición nos obliga a suponer que la
búsqueda de las serpientes en las selvas tropieza cada año con la despiadada resistencia de los habitantes del país
fronterizo, y que nuestros conciudadanos han tenido que hacer frente, a veces con graves pérdidas, a su crueldad y a
su malicia legendarias. Aunque no lo digamos públicamente, a todos nos indigna que una nación que no recoge las
hojas secas se oponga a que cacemos serpientes en sus selvas. Nunca hemos dudado de que nuestras autoridades están
dispuestas a garantizar que la entrada de las expediciones en ese territorio no obedece a otro motivo, y que la
resistencia que encuentran se debe únicamente a un estúpido orgullo extranjero que nada justifica.
La generosidad de nuestras autoridades no tiene limites, incluso en aquellas cosas que podrían perturbar la
tranquilidad pública. Por eso nunca sabremos —ni queremos saber, conviene subrayarlo— qué ocurre con nuestros
gloriosos heridos. Como si quisieran evitarnos inútiles zozobras, sólo se da a conocer la lista de los expedicionarios
ilesos y la de los muertos, cuyos ataúdes llegan en el mismo tren militar que trae a los expedicionarios y a las
serpientes. Dos días después las autoridades y la población acuden al cementerio para asistir al entierro de los caídos.
Rechazando el vulgar expediente de la fosa común, nuestras autoridades han querido que cada expedicionario tuviera
su tumba propia, fácilmente reconocible por su lápida y las inscripciones que la familia puede hacer grabar sin
impedimento alguno; pero como en los últimos años el número de bajas ha sido cada vez más grande, la
municipalidad ha expropiado los terrenos adyacentes para ampliar el cementerio. Puede imaginarse entonces cuántos
somos los que al llegar el primero de noviembre acudimos desde la mañana al cementerio para honrar las tumbas de
nuestros muertos. Desgraciadamente el otoño ya está muy avanzado, y las hojas secas cubren de tal manera las calles
y las tumbas que resulta muy difícil orientarse; con frecuencia nos confundimos completamente y pasamos varias
horas dando vueltas y preguntando hasta ubicar la tumba que buscábamos. Casi todos llevamos nuestra escoba, y
suele ocurrirnos barrer las hojas secas de una tumba creyendo que es la de nuestro muerto, y descubrir que estamos
equivocados. Pero poco a poco vamos encontrando las tumbas, y ya mediada la tarde podemos descansar y
recogernos. En cierto modo nos alegra haber tropezado con tantas dificultades para encontrar las tumbas porque eso
prueba la utilidad de la campaña que va a comenzar a la mañana siguiente, y nos parece como si nuestros muertos nos
alentaran a recoger las hojas secas, aunque no contemos con la ayuda de las mangostas que sólo intervendrán al día
siguiente cuando las autoridades distribuyan la nueva ración de esencia de serpiente traída por los expedicionarios
junto con los ataúdes de los muertos, y que los ancianos pulverizarán sobre las hojas secas para que las recojan las
mangostas.
Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos. Editorial Siglo XXI, Madrid, 1978.
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Vietato introdurre biciclette
En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre
con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que
me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona
entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle
mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.
Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la
presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se
sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en
absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: <<y
perros>>, lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre,
una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de los abogados de la calle
San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una
orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle.
Esto último puede suceder pero no es humillante, primero, porque sólo constituye una
probabilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación
preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorable
que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, - cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá
sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por
pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas; que las astas de
sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de
las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en
veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.
Lucas, sus sonetos.
Con la misma henchida satisfacción de una gallina, de tanto en tanto Lucas pone un soneto.
Nadie se extrañe: huevo y soneto se parecen por lo riguroso, lo acabado, lo terso, lo frágilmente duro.
Efímeros, incalculables, el tiempo y algo como la fatalidad los reiteran, idénticos y monótonos y perfectos.
Así, a lo muy largo de su vida Lucas ha puesto algunas docenas de sonetos, todos excelentes y
algunos decididamente geniales. Aunque el rigor y lo cerrado de la forma no dejan mayor espacio para la
innovación, su estro (en primera y también en segunda acepción) ha tratado de verter vino nuevo en odre
viejo, apurando las aliteraciones y los ritmos, sin hablar de esa vieja maniática, la rima, a la cual le ha
hecho hacer cosas tan extenuantes como aparear a Drácula con mácula. Pero hace ya tiempo que Lucas
se cansó de operar internamente en el soneto y decidió enriquecerlo en su estructura misma, cosa
aparentemente demencial dada la inflexibilidad quitinosa de este cangrejo de catorce patas.
Así nació el Zipper Sonnet, título que revela culpable indulgencia hacia las infiltraciones anglosajonas en
nuestra literatura, pero que Lucas esgrimió después de considerar que el término “cierre relámpago” era
penetrantemente estúpido, y que “cierre de cremallera” no mejoraba la situación. El lector habrá
comprendido que este soneto puede y debe leerse como quien sube y baja un “zipper”, lo que ya está
bien, pero que además la lectura de abajo arriba no da precisamente lo mismo que la de arriba abajo,
resultado más bien obvio como intención pero difícil como escritura. A Lucas lo asombra un poco que
cualquiera de las dos lecturas den (o en todo caso le den) una impresión de naturalidad, de por supuesto,
de pero claro, de elementary my dear Watson, cuando para decir la verdad la fabricación del soneto le
llevó un tiempo loco. Como causalidad y temporalidad son omnímodas en cualquier discurso apenas se
quiere comunicar un significado complejo, digamos el contenido de un cuarteto, su lectura patas arriba
pierde toda coherencia aunque cree imágenes o relaciones nuevas, ya que fallan los nexos sintácticos y
los pasajes que la lógica del discurso exige incluso en las asociaciones más ilógicas. Para lograr puentes
y pasajes fue preciso 3 14 que la inspiración funcionara de manera pendular, dejando ir y venir el
desarrollo del poema a razón de dos o a lo más tres versos, probándolos apenas salidos de la pluma
(Lucas pone sonetos con pluma, otra semejanza con la gallina) para ver si después de haber bajado la
escalera se podía subirla sin tropezones nefandos. El hic es que catorce peldaños son muchos peldaños,
y este Zipper Sonnet tiene en todo caso el mérito de una perseverancia maniática, cien veces rota por
palabrotas y desalientos y bollos de papel al canasto pluf.
Pero al final, hosanna, hélo aquí el Zipper Sonnet que sólo espera del lector, aparte de la admiración, que
establezca mental y respiratoriamente la puntuación, ya que si ésta figurara con sus signos no habría
modo de pasar los peldaños sin tropezar feo.
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ZIPPER SONNET
de arriba abajo o bien de abajo arriba
este camino lleva hacia sí mismo
simulacro de cima ante el abismo
árbol que se levanta o se derriba
quien en la alterna imagen lo conciba
será el poeta de este paroxismo
en un amanecer de cataclismo
náufrago que a la arena al fin arriba
vanamente eludiendo su reflejo
antagonista de la simetría
para llegar hasta el dorado gajo
visionario amarrándose a un espejo
obstinado hacedor de la poesía
de abajo arriba o bien de arriba abajo
¿Verdad que funciona? ¿Verdad que es- que son- bello (s)? Preguntas de esta índole hacíase
Lucas trepando y descolgándose a y de los catorce versos resbalantes y metamorfoseantes, cuando héte
aquí que apenas había terminado de esponjarse satisfecho como toda gallina que ha puesto su huevo
tras meritorio empujón retropropulsor, desembarcó procedente de Sao Paulo su amigo el poeta Haroldo
de Campos, a quien toda combinatoria semántica exalta a niveles tumultuosos, razón por la cual pocos
días después Lucas vio con maravillada estupefacción su soneto vertido al portugués y
considerablemente mejorado como podrá verificarse a continuación:
ZIPPER SONNET
De cima abaixo ou ja de baixo acima
este caminho é o mesmo em seu tropismo
simulacro de cimo frente o abismo
árvore que ora alteia ora declina
quem na dupla figura assim o imprima
sera' o poeta deste paroxismo
num desanoitecer de cataclismo
náufrago que na areia ao fim reclina
iludido a eludir o seu reflexo
contraventor da própria simetria
ao ramo de ouro erguendo o alterno braço
visionário a que o espelho empresta
um nexo refator contumaz desta poesia
de baixo acima o ja'de cima abaixo.
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Veamos algún ejemplo de las cualidades del soneto en otros autores:
No es fácil componer un buen soneto
si te haces exigente en las medidas
y justo al verso das las consabidas
letras que pone y quita el alfabeto
Esto es medir. Ya puedes el secreto
compartir con las huestes atrevidas
que, con poco meollo y pocas bridas
no alcanzan nunca el último terceto
Diles que no nos den cien sinalefas
cien diéresis o que por fas o nefas
no vengan por centímetros las cosas
Medida es esto y lo demás es cuento
Patenta en cuanto puedas el invento
y no lo toques más como a las rosas
José García Nieto
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La perfección del soneto radica también en su flexibilidad: puede ser un huevo o un cubo:
No es fácil componer un buen soneto
si te haces exigente en las medidas
y justo al verso das las consabidas
letras que pone y quita el alfabeto
Esto es medir. Ya puedes el secreto
compartir con las huestes atrevidas
que, con poco meollo y pocas bridas
no alcanzan nunca el último terceto
Diles que no nos den cien sinalefas
cien diéresis o que por fas o nefas
no vengan por centímetros las cosas
Medida es esto y lo demás es cuento
Patenta en cuanto puedas el invento
y no lo toques más como a las rosas
José García Nieto.
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Departamento de Lengua castellana y Literatura.
Cuestionario de la asignatura
Curso 2007-2008
Para resolver este cuestionario será necesario utilizar el cuadernillo de la asignatura, el libro
de texto y un buscador de Internet que permita llegar a los datos de forma rápida. Para ello, el
profesor facilitará en alguna ocasión el acceso al aula de Informática. Se entiende que todas las
preguntas van referidas a a textos del cuadernillo o del libro si no se dice lo contrario
explícitamente.
Las respuestas al cuestionario deberán ser entregadas de forma correcta emn las fechas que
se señalen y los retrasos serán penalizados salvo enfermedad grave.
Todos los alumnos deberán entregar un mínimo de tres preguntas y un máximo de seis,
asignadas por el profesor.
Páginas Web recomendadas:
http://www.rae.es/
http://www.proyectosalonhogar.com/Diversos_Temas/Diccionario_Literario.htm
http://centros.edu.xunta.es/iesdocastro/departamentos.html (Departamento de Lengua
IES DO CASTRO)
http://www.google.es/
http://www.altavista.com/
http://espanol.yahoo.com/
http://www.auladeletras.net/material/cervan.pdf
http://cervantesvirtual.com/ (Sobre Literatura española e hispanoamericana en general)
http://www.poesia-inter.net/default.htm
http://cultural.abc.es/
http://www.elcultural.es/default.asp
http://www.rae.es/
http://www.culturageneral.net/
Libro de Texto: Lengua castellana y Literatura. 2º de Bachillerato. OXFORD EDUCACIÓN
2003.
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Cuestionario
1. INTERTEXTUALIDAD
A) Hay un poema de Bécquer que no figura en la antología, cuyo último verso se recoge en
otro de un poeta homosexual que falleció debido a una enfermedad relacionada en aquel
momento con su condición sexual: anliza los dos poemase e indica qué aporta el de Bécquer al
sentido, muy distinto, del otro.
B) Busca un poema de Antonio Machado que contiene un símbolo poético tomado de otro de
Rosalía; analízalos y explícalos. Indica también un poema de Bécquer en el que aparece el
mismo motivo y explica las diferencias.
C) ¿Cuál es el poema más breve de la antología? ¿Con qué poema de un autor chileno
vanguardista que aparece en una columna lateral del libro se relaciona? ¿Cuáles son los sentidos
del símbolo que se cita y cuál es el tema último de estos poemas?
D) El Soneto final de Miguel Hernández recoge dos motivos ya citados en este cuestionario;
coméntalos en relación al sentido del poema y del libro al que pertenece. Además el primer
cuarteto nos conduce a un poeta del siglo de oro muy amigo de este tipo de imágenes literarias.
Indica quién es este poeta y reproduce parcialmente algún texto de este que muestre parecido
con el cuarteto. Prueba a buscar en Google el nombre del poeta combinado con alguna de las
palabras claves del cuarteto y encontrarás lo que buscas.
E) El soneto Cuerpo de mujer de Blas de Otero indica explícitamente su fuente al comienzo;
busca el poema de Quevedo que le sirve de base y explora los campos poéticos relacionados con
la luz en ambos sonetos. Ayúdate con un diccionario mitológico.
F) En el poema de Joaquín Sabina Contigo hay muchas referencias a canciones, poemas u
obras literarias conocidas; dos de ellas hacen referencias a ciudades famosas, otra a una obra
literaria mítica y la cuarta a una canción popular española. Indícalas y explica su sentido en el
poema. ¿Como calificarías el amor que se presenta en esta canción?
G) Busca los elementos simbólicos actuales que aparecen en Pongamos que hablo de Madrid
de Sabina y los elementos simbólicos históricos de De purísima y oro del mismo autor. De qué
época habla este último poema? ¿Qué elementos intertextuales y culturales destacan en el
poema?
H) En el libro de texto aparece un poema de Cernuda cuyo título está extraído de un verso de
Bécquer que también aparece en el libro. ¿Cuál es el tema de ambos poemas? ¿Qué
particularidad sintáctica tiene el poema de Cernuda que solo se explica por su intertextualidad
con el de Bécquer?
I) Busca en los poemas modernistas del libro o de la antología 15 referencias musicales y
clasifícalas según el siguiente esquema: instrumentos, composiciones, motivos, metáforas y
símbolos. Por otra parte ¿qué entienden por musicalidad los modernistas?
J) En el cuadernillo aparecen dos albas de distinto estilo, y contenido; analízalas explicando
su sentido amoroso y político respectivamente. Para este último necesitarás Internet.
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2. ENIGMAS
A) En la página 14 aparecen 4 sonetos a los que se les han suprimido las palabras clave y se
han sustituido por una línea horizontal. Averigua los enigmas y justifica el hallazgo. Nota: en
soneto de Juan Ismael ignora el 2º cuarteto que solo te despistará.
B) En el poema Tren y buque se esconde una aliteración que aparece explicada en otra parte
del cuadernillo. Analiza El poema y explíca la aliteración en su contexto.
C) ¿Qué símbolo aparece en el poema de Juan Ramón “Una a una las hojas secas van
cayendo”? ¿Qué expresa? Analiza el poema.
D) ¿Qué es un retruécano? Busca algunos en dos poemas de Sabina y explica su función
respecto al texto o la frase en que aparece. Analiza uno de los poemas.
E) ASÍ SON ¿Cuál es la figura central de este poema? ¿Qué aporta al sentido del mismo?
Analiza el poema.
F) AL BUEN PEDRO. ¿Cuál es la figura que da forma a todo el poema? ¿Qué relación tiene
con la necesidad descriptiva y con el contraste de personajes? Sintetiza el mensaje que esconde
el poema. Analízalo.
G) Hay en la antología un texto en prosa de carácter claramente lírico. Encuéntralo, analízalo
y explica su naturaleza.
3. OTRAS CUESTIONES
A) Analiza toda la información implícita que se puede deducir en el poema Las cuatro y
diez. Sitúalo en el tiempo por las referencias que contiene.
B) La segunda Poética de José Martí se relaciona con dos vertientes poéticas explicadas en
clase: explícalas y pon ejemplos modernistas de los autores estudiados: Juan Ramón, Machado,
Rubén Darío.
C) Averigua a qué ámbito pertenece la forma lingüística del poema considerando en frío,
imparcialmente. Para ello puedes utilizar el buscador y las palabras lingüísticamente
significativas en cuanto a la forma del texto. Analiza el poema.
D) Texto en prosa número 11 (página 30) ¿De qué máquina habla? Justifica tu respuesta.
Ayúdate del contexto histórico. Analiza el texto.
E) Texto en prosa número 5 (página 32) ¿Quién habla y de qué? Analízalo.
F) Texto 3 de Teatro (página 34) Acotación: De repente el grillo del teléfono se orina en el
gran regazo burocrático. Humor, metáfora y esperpento. Analízala y busca semejanzas en algún
texto de Gómez de la Serna. ¿En qué se parecen? Analiza el fragmento.
G) Villatripas: humor y ambigüedad. Explica todos los rasgos de humor de la canción.
H) El sarcasmo en LA HOGUERA. Humor macabro.
I) CORRESPONDENCIAS (L.T. Pág. 188). Puede considerarse como una especie de
manifiesto del simbolismo. Explica por qué. Relaciona tu respuesta con tres poemas de paisaje
simbólico de autores como Bécquer, Rosalía, Machado o Juan Ramón. Relaciónala también con
algún poema de este último donde el color tenga carácter simbólico como el amarillo.
J) Analiza todos los elementos comunes (no métricos) a los tres poemas de Rafael Morales
(Cuadernillo pág. 8).
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