Jueves después de Pentecostés

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Jueves después de Pentecostés
JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Jesucristo, Sacerdote y Víctima por ser la Vida
En la Familia Paulina se venera a Cristo especialmente con el título de Maestro, subrayando
así su dimensión docente, y su condición de discipulado permanente en el seguimiento de
Cristo.
Con todo, el fundador expresó en múltiples ocasiones su convicción de que, al hablar de
Jesús Maestro, hay que entender la persona de Cristo en su totalidad. Así lo expresa
claramente cuando afirma que decir Cristo maestro equivale a decir Cristo, camino, verdad
y vida. O lo que es lo mismo. Cristo, Profeta-Maestro, Pastor-Rey y Sacerdote-Víctima. “Él
realizó su misión- afirma el Fundador- con sus tres principales cometidos: el de Maestro,
por ser la Verdad; el de Rey y Modelo por ser el Camino; y el de Sacerdote y Víctima por
ser la Vida” (CISP 584).
Se trata, en definitiva, de acoger y presentar a Cristo completo, como lo presenta san Pablo,
que es “el discípulo que conoce al Maestro divino en su plenitud; él lo vive por completo;
sondea los profundos misterios de su doctrina, de su corazón, de su santidad, de su
humanidad y divinidad: lo ve como doctor, víctima y sacerdote; nos presenta al Cristo total,
como él mismo se había definido: “camino, verdad y vida”. En esta visión está la religión:
dogma, moral y culto; en ella está Jesucristo integral; por esta devoción queda el hombre
totalmente absorbido, conquistado por Jesucristo” (AD 159-160).
Este contenido inicial y fundamental se fue explicitando con el tiempo, al subrayar la
dimensión pastoral de la Familia Paulina (con la fundación de las Hermanas de Jesús buen
Pastor) y, posteriormente, al dar el título de “Jesús Sacerdote” al Instituto destinado al clero
secular.
Cristo es la vida y ha sido enviado para dar la vida al mundo (Jn 10,10). Y la da mediante la
oferta sacrificial de su propia vida; por eso es el sumo Sacerdote que, como nosotros, ha
sido probada en todo y puede compadecerse de nuestras debilidades (Hb 4, 15ss). Él es el
sumo Sacerdote, “Santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado
sobre el cielo”, que se ofreció de una vez para siempre y vive siempre para interceder en
nuestro favor (cf Hb 7,25ss). Por eso es el mediador entre Dios y los hombres: por él llega a
los hombres el Espíritu del padre y por él, en el mismo Espíritu, van los hombres al Padre.
Es el Espíritu el que hace presente a Cristo vida, sacerdote de la alianza nueva y eterna, que
nos ha procurado la participación trinitaria; de ahí nace la Iglesia, pueblo que vive la nueva
vida de Cristo, sacramento “primordial”, que ofrece y comunica esta vida a través de los
sacramentos, cuya cumbre es la Eucaristía; ella es memorial de la Pascua, en la que Cristo
padeció y fue glorificado, se hace presente en el Espíritu para reconciliar a los hombres con
el Padre y entre sí, y para colmarlos de la vida divina.
Este es el ministerio que Cristo ha querido compartir con los sacerdotes. Él, constituido
Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, no sólo ha
conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino que, para perpetuar en la
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Iglesia su único sacerdocio, ha elegido a hombres de este pueblo que, por la imposición de
las manos, participen de su sagrada misión y, entregado su vida por él y por la salvación de
los hermanos, vayan configurándose a Cristo, dando testimonio constante de fidelidad y
amor ( cf Prefacio).
Parece bastante lógico pensar que, lo mismo que el propio Fundador propuso como fiesta
titular a las Pastorcitas el IV domingo de Pascua (fiesta del buen Pastor), habría propuesto,
de haber existido en su tiempo, la de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, al Instituto que
lleva ese hombre.
“Adoremos a Jesucristo sacerdote –escribía el padre Alberione en junio de 1957-, con quien
todo presbítero constituye un único sacerdocio… Demos gracias a Jesucristo sacerdote, en
el cual, por el cual y con el cual damos gloria a la Santísima Trinidad. Reparemos ante
Jesucristo sacerdote las traiciones que desde Judas han ido sucediendo a lo largo de los
siglos, hasta hoy. Pidámosle a Jesucristo sacerdote que llame en todo tiempo a un número
suficiente de sacerdotes, que sean luz del mundo, sal de la tierra, ciudad situada en lo alto
de un monte” (CISP 1476).
La fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, nació en 1952 en España, por iniciativa de
monseñor José María Lahiguera, que la dio precisamente como fiesta titular a su
congregación de Oblatas de Cristo Sacerdote, cuyo fin específico es la oración y la entrega
de la propia vida por la santificación de los sacerdotes. La Conferencia Episcopal Española
la incorporó como fiesta en el calendario particular de España (con la aprobación de la
Santa Sede el 22 de agosto de 1973), adquiriendo progresivamente la dimensión de fiesta
sacerdotal por excelencia.
Esta orientación está, pues, en plena sintonía con la dimensión sacerdotal que el Fundador
quiso imprimir desde el comienzo a su Familia Paulina, que se explicita y encarna de
manera especial en los miembros del Instituto Jesús Sacerdote, como parte del carisma
paulino, por constituir una de las “abundantes riquezas” que el Señor ha querido conceder a
la “admirable Familia Paulina”
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