Comentario publicado en Revista Ñ n° 414

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Comentario publicado en Revista Ñ n° 414
Sábado 3 de septiembre de 2001
La hegemonía de los cruzados
La Iglesia Católica y la dictadura militar
Rubén Dri
Colección Sociedad y Religión
La Cruzada en el Sur de los años de plomo.
Filósofo y teólogo, Rubén Dri ha investigado el papel de la
Iglesia Católica en los años 70. Allí encuentra rastros y
evidencias de cómplices y víctimas del totalitarismo
Por Inés Hayes
¿Cuáles fueron las concepciones teóricas sobre las que se montó la teología de la Iglesia Católica
para legitimar la dictadura militar de 1976?, se pregunta Rubén Dri en su nuevo libro La
hegemonía de los Cruzados (Biblos). Cuando en septiembre de 1984 regresaba del exilio en
México, el teólogo tuvo que empezar de nuevo: “Lo primero era conseguir trabajo. El Consejo de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) daba entonces a los que volvían del exilio una
beca de un año, con posibilidad de renovación. Pude tener acceso a la beca e inmediatamente
me puse a realizar una investigación sobre la responsabilidad de la jerarquía católica respecto de
las atrocidades cometidas por la dictadura militar”, resume el origen de su investigación el
también filósofo Dri. Si bien en los últimos años, con los juicios a los principales responsables de
las violaciones a los derechos humanos de la última dictadura militar, el tema ha cobrado mayor
atención pública, lo novedoso de este libro es la profunda búsqueda de la conceptualización
teológica que acompañó a la Doctrina de Seguridad Nacional. A través de documentos de
Conferencia Episcopal Argentina (CEA) y escritos secretos de la Junta Militar, el filósofo analiza la
relación entre la Iglesia Católica y el gobierno de facto en diferentes períodos temporales: la
hegemonía de los cruzados, la transición, el diálogo, la reconciliación y el olvido y el perdón. El
autor afirma que frente a la aniquilación del aparato productivo puesto en marcha con el plan
neoliberal de Martínez de Hoz, la aceleración de la desocupación y la multiplicación de villas
miseria, los militares debían apelar a un discurso que sostuviera tanta irracionalidad: y lo
encontraron en la Iglesia Católica. La única –dice Dri- que por sus características la hacía apta
para fundamentar la ideología que otorgara consenso a la dictadura. Para la visión teológica de
la Iglesia católica, la realidad es dual: el espíritu y la materia, el orden y el caos, el bien y el
mal, Dios y el Diablo. “El capitán González, por ejemplo, decía que él era un cruzado, un enviado
de Dios, que los detenidos eran diablos, demonios”, recoge Dri el testimonio de Gustavo
Contempomi detenido en el campo clandestino La Perla. La jerarquización es otro de los
aspectos centrales que esencialmente, comparten la Iglesia católica y La Junta Militar. La
inmutabilidad también les es inherente: “La teología se presenta como la reflexión sobre lo
eterno, lo inmutable, aquello que está fuera de la historia (…) Traducido esto a la Doctrina de
Seguridad Nacional, significa que los valores expresados por los dogmas y, en general, la
doctrina de la Iglesia predicada por los obispos y custodiada por los militares son parte
constitutiva del ser nacional. Quien atenta contra esos valores atenta contra el ser nacional”,
desarma Dri el silogismo del pensamiento dominante.
En los últimos capítulos de su investigación, él también profesor titular de Sociología de la
Universidad de buenos Aires, denuncia con nombres y apellidos el siniestro papel de la Iglesia en
los centros clandestinos de detención: “En los testimonios ante la Cámara Federal figuran entre
las personas a quienes se recurrió denunciando el hecho de las desapariciones los nombres de
los obispos Plaza, Medina, Gaán, Canale, Arana, Keegan (monseñor), Primatesta, Aramburu,
Laguna, Quarracino. Se cita, además a sacerdotes, especialmente a los capellanes militares
como Von Wernich y Menestrina. El sacerdote Iñaqui de Aspiazu también tenía su fichero, o
mejor, un cuaderno con 150 páginas de desaparecidos”. La jerarquía de la Iglesia no sólo tenía
pleno conocimiento sobre las desapariciones, sino que obispos y capellanes fueron vistos en los
campos de concentración “fortaleciendo a los torturadores y debilitando a los torturados
buscando lograr que se ‘quebraran’”.
Las contestaciones de la Iglesia jerárquica a los desesperados pedidos de las Madres y Abuelas
de Plaza de Mayo son más que elocuentes: “Esta mañana he depositado ante el Señor, en la
Santa Misa, mi oración según sus intenciones. Confío que el Señor sabrá darles cuanto su
corazón pide. María la Virgen Madre, que tanto sufrió, les acompañe, alivie y aliente”, reproduce
Dri la abstracta y cínica respuesta que el nuncio Calabresi dio a las Madres en septiembre de
19810
Un capítulo aparte merece la llamada Iglesia Popular y la persecución a la que fue sometida.
Conocidos son los casos de los crímenes de los curas palotinos de San Patricio, las
desapariciones de las monjas francesas, de los obispos Angelelli y Carlos Ponce de León y del
sacerdote Carlos Mujica. Lo distintivo es la justificación de los crímenes: según la ideología
dominante, la relectura de la Biblia y de los Evangelios que comenzó en las décadas del 60 y 70
con la llamada Biblia Latinoamericana demostraba que la Iglesia Popular había sido infiltrada por
el marxismo y que debía ser eliminada.
“El comportamiento de prácticamente la absoluta mayoría de la jerarquía eclesiástica con
respecto a la dictadura militar y sus aberrantes crímenes no solamente no es una excepción en
el comportamiento de la Iglesia Católica presidida por el Vaticano, sino que sólo es un episodio
en su ya bimilenaria historia. Basta citar la persecución de los “herejes”, los juicios y las
torturas de la Inquisición, las cruzadas tanto contra el islam como contra los albigenses, las
quemas de brujas, el genocidio de los pueblos originarios de América”, repasa Rubén Dri el
prontuario de la institución católica a lo largo de la historia.
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