PARMÉNIDES TIENE PROHIBIDO BAÑARSE Héctor Martínez Sanz Escriba como se escriba, piense como se piense, esta es la cuestión: ¿puede Parménides bañarse en el río de Heráclito? Por ejemplo, Platón se lo impedía; al contrario, Aristóteles le dejaba entrar. Y durante la Historia de la Filosofía, Parménides ha estado entrando y saliendo del agua, buceando el ser permanente las profundidades de la corriente y flujo, los fondos y las superficies; o mirando desde la orilla cómo el río fluye, y va a dar a la mar, que es el morir. Y, efectivamente, el río ya huele a putrefacción, a agua estancada, a ciénaga, porque no queriendo llegar a la mar, los bañistas han construido un dique de contención, una presa, que justifique el trabajo de socorristas postmodernos. Parménides ha quedado al otro lado del dique, allá donde el río aún corre hacia el morir. ¡Qué muera! Nosotros, al barrizal y las aguas ya verdes. Pues para evitar bañarnos dos veces en el mismo río, y a la vez que podamos cruzarnos con aquel indeseable que no sabe nadar y se queda quieto mientras la corriente le empuja, mejor deshacernos del río y convertirlo en charca; en algo que, realmente, no seamos capaces de decidir qué es. Pero, sobretodo, que no nos importe. Pero ahora parece que a Parménides le está prohibido, no ya sólo bañarse, sino incluso acercarse al agua, pasear por los alrededores. Es más, también le han prohibido entrar en la Caverna platónica, y a los presos... les ha sido impuesta la condena de mirar sombras, cerrada a cal y canto la entrada. Ahora que existe luz artificial; ahora que podemos manipular las sombras al gusto y el engaño se produce, constantemente, con intención; ahora que la luz del sol hace un daño terrible a la vista y se expulsa como apestado a quien acude a iluminar; ahora, ¿a qué dejarle bañar, o entrar un rayo de luz en la oscuridad cavernaria? ¡Con lo a gusto que estamos imaginando formas, figuras y siluetas! Escribiendo sin ver las palabras, calentados por el fuego que arde en el interior. Si llaman a la puerta, seguro que es Parménides, que viene a vender una maravilla que no se rompe nunca, que haya de durarnos toda la vida. O puede que se trate de Platón, que quiere hacer proselitismo cristiano sobre la “otra vida”, a predicar la muerte. ¿Para qué abrirles? Ya tenemos a nuestros profetas dentro, que, de vez en cuando, nos meten por una alcantarilla para que nos demos un baño relajante en lo que ellos llaman río, pero que no va a dar a la mar, sino que revierte y remonta su curso, acumulando, cada vez, más desechos: los que arrojamos nosotros por esa misma alcantarilla. Es cierto, dos veces en el mismo río, no nos bañamos. Acaso, dos veces en la misma inmundicia. ¡Con lo ancho y grande que es, inmutable o no, el mundo! Y nosotros enclaustrados en la cavernita de la opinión, en cada momento más apretados, entre codazos y empujones, incapaces de soportarnos mientras clamamos respeto y tolerancia. Al roce de la cosa sensible, del comercio, del placer y sin moderación. Sólo aquellos que han subido la empinada y escarpada cuesta, respiran algo más de aire... los mismos que nos prohíben subirla a nosotros con ese “aquí no hay nada que ver”. ¿Quién sabe si no han hecho algún escarceo, alguna excursión al exterior? ¿Y si tienen fuera otra caverna para ellos solos, o algunas más, adosadas? Claro que, fuera están Parménides y Platón, que son como lobos feroces, como el coco. ¿Y Heráclito? Porque nos han dicho que estaba dentro, pero no lo hemos visto nunca. Podría estar fuera, junto a los otros dos. Acaso estén paseando de la mano, o Heráclito haciendo aguadillas a Parménides mientras Platón, por debajo de las aguas, intenta alcanzar la superficie. ¡Perdernos esta escena! Mejor eso que nada –nihil-, mejor quemarnos al sol que consumirnos en la estrecha oscuridad. ¡Que nuestros profetas se queden con nuestra caverna y su alcantarilla y su fuego! Nosotros hemos de irnos, llevándonos nuestras sombras, para dejar esa cueva vacía de toda opinión, muda y silenciosa. ¿Quién ha dicho que todo haya de ser río y caverna? Si damos con una buena explanada para broncearnos y un riachuelo para refrescar la cabeza y algo el cuerpo... ¡Mejor esto que nada! Los profetas, entonces, anunciarán crecidas del río, el apagarse del sol: un diluvio universal que arrase con todo, el cataclismo atómico-nuclear de magnitud catastrófica; y proclamarán la caverna como el único lugar seguro, donde sabremos encontrar el modo de tolerarnos. Dirán no ser platónicos, aunque han ocupado la caverna para hacerla suya. Y la han redecorado: ahora hay un televisor donde los desheredados hablan... se acabó mirar nuestras propias sombras intentando averiguar cuál es la de quién. Ya, frente al antiguo dogma, hasta fabrican la opinión, y lo llaman opinión, y nosotros la acatamos. Ahora la imagen es nítida, y lo que no es claro es el mensaje, emitido por veinte, treinta, canales distintos. Y, ¿quién sale por la pantalla? Nuestros profetas dándose lujosos y lujuriosos baños en el río de Heráclito, que ahora es balneario de los más caros. Nuevamente a nosotros y a Parménides, nos está prohibido bañarnos, sólo mirar cómo chapotean otros y nos tiran, de vez en cuando, alguna gotita platónica con la que hemos de conformarnos. Porque la opinión, mal que les pese, es platónica, y aquellos han venido a reverenciarla como un nuevo eidos. ¡Diálogo! ¿No era esto lo que escribía el de la frente ancha? La realidad está en movimiento -¿perpetuo? ¡Con el poco espacio que hay para revolverse! Quizás lo que se mueva sea la caverna, toda ella entera, porque dentro, per saecula saeculorum, seguimos en las mismas de siempre. Y esta da vueltas, a cada momento más rápido, con nosotros en su interior, centrifugados y “centripetados”, arrojados de un lado para el otro, contra las paredes y hacia el centro. Ahora boca arriba, después boca abajo. Lo que parecía estar del derecho, en verdad, estaba del revés; y lo que del revés, descubrimos que está al derecho. ¡Tiempo al tiempo! A la mañana siguiente, aún cuando aquí no luce el sol, volverán a ser derecho y revés, revés y derecho respectivamente. Lo que un día se condena, al otro se aclama, y lo que se aclamaba... La cuestión es gritar la opinión, aunque el lunes se opine distinto del martes, y el miércoles, ¿qué toca opinar el miércoles, lo del lunes o lo contrario del jueves? También depende la cosa de lo que haya opinado el de al lado el día anterior y lo que vaya a opinar el día siguiente, y también de aquel/aquella que duerme en el mismo colchón. ¡Si es que duerme el mundo entero en mi lecho! No cabe colchón ninguno, y la almohada es otro ser humano... u otro ser, a secas. A mí me enseñaron que el río iba de la fuente a la desembocadura, que tenía un sentido el curso de sus aguas; que su fluir era continuo. Hasta el de Heráclito debería tenerlo. Y sin embargo, es un río sin sentido, discontinuo, con miles de desembocaduras, que vuelven y revierten, remontan su propio curso y vuelven a correr tierra abajo. Aquel sólo dijo que no podríamos bañarnos dos veces en el mismo río, y no que el río fuera tan harto extraño. Es que ahora no nos podemos bañar ni una; es que pareciera que no lo hay, o que han hecho de nosotros el mismo río. De pronto somos agua que fluye por donde nos dé la gana. Y los rasgos nos pegan pero que muy bien: incoloros, insípidos e inodoros –y ya se sabe que lo último es, más bien, otra cosa distinta a lo sin olor. Ese diluvio fecal que cae a diario sobre nuestras cabezas, sale, más bien de nosotros mismos; así huele, como dijimos al comienzo, este río en el que nos han metido, esta caverna en que nos tienen presos. Así es lógico que a Parménides no es que le esté prohibido, sino que no quiera ni acercarse. Limpio, impoluto, inmutable. Pensamos que ese ser suyo no existe, simplemente porque no huele.