Tema 7. El sentido de la responsabilidad

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Tema VII.
El sentido progresivo y genuino de la
responsabilidad.
Responsabilidad y libertad. Infantilismo
madurez. Los conflictos en la infancia.
y
En este tema abordamos el sentido progresivo y genuino de la
responsabilidad. Progresivo respecto a la educación de los hijos: en la
medida en que van creciendo debe aprender, en primer lugar, a valerse por
si mismos y, después, a decidir por si mismos. La libertad es un don
inmenso que hemos recibido indisolublemente unida a la responsabilidad.
Pero esta responsabilidad, en su sentido genuino y más radical, procede de
la necesidad que tenemos de dar una respuesta: el hombre es una criatura
llamada. Empezaremos, por tanto, refiriéndonos brevemente a este aspecto,
fundamental para entender adecuadamente como debe ser nuestra actuación
con los hijos.
Citábamos en el tema II las palabras de un filósofo que volvemos a
reproducir aquí: “El hombre es radicalmente hijo, pero no es radicalmente
padre. Es obvio que sin padres humanos no hay nueva generación, pero los
padres humanos ponen algo de la realidad del hijo, aunque no todo. El
alma humana espiritual no procede de los padres humanos. Por tanto, se
puede decir que éstos participan de una paternidad más alta, que es la
paternidad divina” (L. Polo. Ayudar a crecer. Cuestiones filosóficas
sobre la educación).
Todos hemos sido llamados a la existencia y, por tanto la
responsabilidad más profunda es responder a Aquel que nos llamó. Hay
que advertir que muchas veces entendemos por persona responsable
aquella que sabe responder “de algo”. Es decir, que lleva sobre sí el peso
de sacar adelante una tarea, un encargo, una empresa, una familia.
Ciertamente eso es responsabilidad, a la que más adelante nos referiremos,
pero la responsabilidad más profunda y humana es responder “a Alguien”.
Sentido genuino de la
responsabilidad
• Responder de
algo.
• Responder a
Alguien.
Este cuadro de Veermer que representa
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a Jesús en casa de Lázaro nos recuerda aquella escena que recogen los
Evangelios (cfr. S. Lucas 10, 38-42) en donde queda reflejada la distinción
entre “responder de algo” y “responder a alguien”. Marta, que andaba
afanada en las mil tareas de la casa, juzga a su hermana María –que estaba
al lado de Jesús, escuchándole- irresponsable por dejarla sola en el servicio.
Cuando se queja de esto al Señor, recibe de Él esta contestación: “María ha
escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”. Es la certificación de
que se puede uno responsabilizar de muchas cosas descuidando lo
fundamental: responsabilizarse de construir su propia vida en diálogo con
Aquel que se la ha donado.
Juan Pablo II solía decir que todas las circunstancias de la vida traen
consigo un mensaje y esperan una respuesta. Tarea nuestra es preguntarnos
qué se me está pidiendo y cómo puedo responder coherentemente, sabiendo
que mis hijos esperan de mi no sólo que les señale el camino adecuado,
sino que vaya yo delante enseñándoles a recorrerlo.
Responsabilidad y libertad.
La respuesta que se espera de nosotros debe ser libre, pero es bueno
tener presente que la libertad no es un absoluto; que dependemos de
muchas realidades que nos determinan. El culto a la libertad, presente en la
época actual, que la presenta como la capacidad de autodeterminación total
es un espejismo que termina en no pocas esclavitudes y desengaños.
Tenemos límites, y la actitud más sensata no es intentar destruirlos (no
podemos) sino aceptarlos. Contando con esas limitaciones, la libertad es
una fuerza poderosísima que nos empuja hacia delante. Por eso debemos
reflexionar también sobre el sentido genuino de la responsabilidad en la
construcción de la propia familia; lo que se dio en llamar “paternidad
responsable”.
Comúnmente se ha entendido la “paternidad responsable” como un
control lícito de la procreación, según las reglas de la moral cristiana, con
el fin de tener únicamente los hijos a los que responsablemente se podría
atender. La paternidad responsable significaría, por tanto, que el hombre
conociendo y queriendo las dimensiones de la relación conyugal, que son la
unitiva y la procreadora, utiliza los conocimientos sobre la fertilidad
femenina para espaciar o evitar los nacimientos por justas causas.
Es este un aspecto de la paternidad, del que se ha hablado mucho,
subrayando fundamentalmente los problemas y cargas que traen los hijos, y
poniendo el acento en las dificultades que tienen que superar los padres;
habría que hablar, en este caso, más bien de freno a la paternidad por el
peso de la responsabilidad.
Siendo muchas veces reales las circunstancias que impiden a los
padres tener una familia más grande, no podemos olvidar la influencia que
el desmedido deseo de seguridad tiene en esa limitación. La seguridad se ha
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convertido en una obsesión de las sociedades desarrolladas. Se intentan
evitar los riesgos al máximo, y proliferan todo tipo de seguros. La
seguridad desorbitada genera una responsabilidad que mira hacia atrás, es
fundamentalmente conservadora, tiende al estatismo y cuenta únicamente
con los recursos actuales; es pragmática y recela de las innovaciones.
Pero la vida es siempre novedad, variación, crecimiento, impulso, riesgo;
el hombre está bien dotado para hacer frente a cada uno de estos desafíos,
por eso no es insensato, sino generosamente responsable, al colaborar en
la llegada de nuevas vidas que enriquecen el amor de los padres,
mantienen la vitalidad social y ensanchan el universo.
Para promover una cultura de la vida, hemos de considerar que una
sola criatura humana vale más que todo el universo material con sus
increíbles proporciones y riquezas. La persona es interlocutora del
Creador, destinada a vivir dichosísima en una felicidad que no alcanzamos
a imaginar, y que supondrá una recreación cósmica proporcionada a su
situación definitiva. No se puede, por tanto, exagerar el valor de una vida
humana, ni juzgar que es demasiado el esfuerzo y sacrificio que se empleen
en ella.
Los niños lo entienden muy bien.
En una ocasión una niña de siete años, la mayor de sus hermanos,
acompañaba a su madre que llevaba en el carrito al cuarto, nacido hacía dos
meses. Se encontraron con una conocida, a la que hacía tiempo que no
veían, que al saludar a la madre exclamó con una sorpresa que no escondía
el reproche:
-¡Cómo, no me digas que has tenido otro niño!
La madre no dijo nada, pero la niña se le quedó mirando y contestó muy
ufana:
-Pues pensamos tener más.
Está claro que, si no existe un horizonte trascendente, el discurso
sobre la vida se transforma inmediatamente en un discurso sobre la calidad
de vida. La vida no tendrá un valor absoluto, sino que su interés dependerá
de la calidad con que se viva; y, por supuesto, ese interés será meramente
personal, egoísta; no importará el enriquecimiento común, porque, si
estamos destinados a consumirnos, lo lógico es que cada uno viva para sí.
Infantilismo y madurez.
Situándonos en el campo del desarrollo infantil, los padres deben
enfocar adecuadamente la época que comienza en cuanto el niño empieza a
andar. Junto a la alegría de ver como gana en autonomía, llega la
preocupación de ver como aumenta el peligro: las mesas, los enchufes, las
lámparas de mesa y los adornos...
El niño necesita el atrevimiento para explorar el nuevo mundo que
se abre bajo sus pequeñas piernas, pero carece absolutamente de la
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conciencia del riesgo que comportan determinadas acciones. Los padres
deben conseguir el equilibrio que supone estar atentos para evitar los
peligros al niño sin frenar su audacia. Para ello es preferible que el niño
esté habitualmente en un espacio libre de inconvenientes que tener que
estar continuamente diciéndole: “no hagas eso que me enfado; si haces eso
te doy un azote…” De todos modos no es malo corregir sus actuaciones no
adecuadas con reacciones (no exageradas) que le hagan comprender que
eso no debe hacerse porque provoca una reacción negativa en aquellos que
lo protegen. En esos momentos la unidad acción-reacción es el modo más
directo de aprendizaje.
Muy pronto empiezan a querer hacer las cosas por sí solos, algo que
hay que facilitar, sin impedirlo por un exceso de protección o un mal
entendido cariño
El uso progresivo de la libertad
• La experiencia de
la libertad hace
responsables.
Más adelante, el campo de desarrollo de la responsabilidad en los
niños es la progresiva conciencia de que los actos tienen unas
consecuencias.
En la “Vida y venturas de un borrico de noria”, un relato para chicos
y mayores con excelentes ilustraciones de P. Mönckeberg sobre la vida de
San Josemaría, se recoge el siguiente pasaje: “Los niños solían comer en un
pequeño comedor contiguo a la cocina, en la planta baja. Ahí sirvieron a
Josemaría en una ocasión algo que no le gustaba nada: ¡un guiso cocinado
con tomate! Nada más verlo, su reacción fue inmediata y, en medio del
enojo, el plato fue a dar contra la pared. Su madre no permitió a nadie
limpiar aquello de modo que, por dos o tres meses, al pasar por la cocina,
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Josemaría se llenaba de vergüenza al ver su arrebato de mal genio
estampado en la pared”
“Con aquellas pataletas jamás
conseguía nada de mi madre”
La madurez consiste, en gran medida, en el auto-dominio que supone
el saber controlarse y hacer frente a lo que responsablemente debemos
hacer en cada momento, sin dejarse llevar por los caprichos, y teniendo en
cuenta las consecuencias de nuestros actos. El “infantilismo” es un rasgo
muy acusado de nuestra sociedad en la que, con frecuencia, falta el sentido
del compromiso, que no es otra cosa que estar dispuestos a responder de
nuestras acciones libres.
Es importante preparar al niño gradualmente para superar lo que le
cuesta; de lo contrario, rechazará todo lo que le suponga esfuerzo como si
fuera una agresión, y se irá cerrando progresivamente al desarrollo.
Es interesante saber que, en no pequeña medida, las reacciones de los
niños ante situaciones difíciles son inducidas por las reacciones de los
adultos. Así, por ejemplo, si un niño pequeño paseando con sus padres
tropieza y cae al suelo, la reacción de los padres es determinante para su
propia reacción. Si los padres se alarman, se asustan, se duelen… el niño
empezará a llorar desconsoladamente. Si no le dan importancia, e incluso lo
ven como algo gracioso, el niño (a no ser que le duela verdaderamente)
puede empezar a reír, al ver la reacción de los padres. Un niño con padres
demasiado preocupados, alarmistas y protectores tiene muchas menos
defensas contra la adversidad.
Es sabido, también, que el niño consentido se convierte en el niño
“tirano”, que usará el arma de las rabietas para alcanzar lo que se le antoje.
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Los conflictos en la infancia.
Lo dicho anteriormente no significa que haya que adoptar una
relación con el niño fría y distante, para fortalecerle con una cierta dureza.
Los pequeños conflictos que los niños tienen en la infancia son verdaderos
conflictos para ellos, y hay que tener cercanía y sensibilidad para ayudarles
a resolverlos. Hay que escucharles y darles la solución oportuna para que
ellos la pongan en práctica. Tomarnos interés es la mejor muestra de
cariño, sabiendo que las “cosas de niños” son cosas importantes, pero
dejándoles luego que sean ellos los que solucionen lo que tienen capacidad
de solucionar. Esto tiene una especial aplicación en el conflicto entre
hermanos. Los padres deben intervenir y escuchar a cada uno, pero son
ellos los que tienen que volver a acercarse. De nada sirve decirles: “no
quiero que os volváis a pelear, ¿me habéis entendido?” No se puede
imponer la relación fraternal desde fuera, sino que se debe allanar el
camino para que se viva desde dentro.
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