INICIACIÓN A LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

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La LECTURA CREYENTE del DÍA
y de la VIDA
Dios está siempre presente y actuando de un modo que a veces no percibimos, en toda la vida: en
mí, en las cosas, en la historia...
Muchas veces se nos oculta esta presencia de Dios; nos cuesta caer en la cuenta de que Él está presente y actuando.
A veces parece que perdemos el timón de nuestra vida y nos arrastra la corriente de las actividades
diarias. Quedamos atrapados por la rutina y “lo de siempre”.
Es precisamente allí, en nuestra cotidianeidad, tantas veces menospreciada, y en las situaciones que
vivimos a diario, donde el Señor nos sale al encuentro y donde escuchamos la invitación a vivir en sintonía
con Él.
Reconocer su presencia nos revela que este mundo no es ni chato ni frío. Todo lo que vivimos puede
volverse signo. Dios ha hecho de mí su interlocutor y se me comunica a través del mundo. Todo lo que vivo
puede llegar a ser punto de encuentro entre el Señor y yo.
Hacer un alto en el camino
Pero, ¿cómo hacer para que esta presencia de Dios en la densidad de nuestro diario vivir no se nos
escurra entre los dedos, no quede oculta a nuestros ojos?
Ya desde antiguo la Iglesia, y luego en ella también Ignacio, nos invitan a parar. Hacer un alto en
nuestro día o tal vez en nuestra semana.
Parar
> para mirar-sentir-pensar qué estoy viviendo;
> para reconocer en lo que acontece, el obrar incansable de Dios en la historia... y en mí; para
reconocerlo siempre presente;
> para agradecer “tanto bien recibido”, haciéndome consciente y responsable de ello;
> para mirar mi vida y reconocer a la luz de su amor aquello por lo cual tengo que pedir perdón; aquello que necesito clarificar; aquello que me siento llamado a emprender o cambiar;
aquello que me confirma en el camino emprendido, en la decisión tomada...
Un corazón discerniente
Este tipo de oración o ejercicio nos permite leer nuestra propia vida desde la fe y con lo más real de
nosotros mismos.
Vivido a lo largo de nuestra vida nos ayuda a:
- estructurar una vida espiritual seria;
- lograr establecer una relación familiar con Dios;
- buscar su voluntad con sinceridad;
- estar dispuestos a poner los medios para vivir su proyecto;
- y a que no quiera ya mirar el mundo sin hablarle de Dios, ni relacionarme con Dios al
margen del mundo.
Este es el camino del discernimiento en la vida diaria. Siguiéndolo, va creciendo y desarrollándose
en nosotros “un corazón discerniente”.
1
Para practicar este “ejercicio”
Ayuda mucho escribir lo que voy viviendo. Es una forma de “caer en la cuenta”, ser concreto y
registrar las ricas experiencias que vivo. Pasado el tiempo, puedo también con ello recoger lo vivido en un
determinado período y encontrar el hilo conductor por el que me ha conducido el Señor.
Es importante tener en cuenta que esta oración no es una mera introspección analítica. Se trata de
un diálogo de amigos con “Aquel que sabemos que nos ama”, nos conoce y quiere nuestro bien.
Es muy necesario buscar un momento del día o de la semana para hacer este “alto”.
EJERCICIO
1º PARO
Busco un momento y lugar tranquilo.
Me pongo en la presencia del Señor. Puede ayudarme rezar el Padre nuestro o repetir una frase mía pidiéndole al Señor “estar presente ante su presencia”. Que me conceda su luz para mirar con verdad este
día que termina (o este período de tiempo).
2º MIRO Y OBSERVO
Las experiencias que viví como más fuertes o dominantes.
Puedo detenerme en una situación especial o en un momento clave..., o en algo que se me presenta oscuro...,
o en algo diáfano y agradable.
3º ATIENDO
A lo que esta experiencia me puede significar.
Para eso me puede ayudar el preguntarme: ¿cómo descubro al Señor allí presente? ¿qué me dice? ¿en qué
me ilumina? ¿a qué me invita?
4º DIALOGO
Con el Señor sobre lo vivido:
le agradezco..., le pido perdón..., le ofrezco mi vida..., le pido luz, cercanía, ayuda...
5º TERMINO
Este rato de encuentro con el Señor, haciendo una breve oración.
Con un rezo escrito o con las palabras que me surgen espontáneamente, le doy gracias y le pido que me
ayude a confiar en su presencia en mi vida y en la historia.
2
La contemplación en la acción
[Texto de apoyo de ‘Orar en un mundo roto’]
“Mi Padre hasta el presente sigue trabajando
y yo también trabajo”
Jn 5, 17-20
Jesús explica el origen de su palabra y de sus acciones, que tanto sorprendían a todos, en lo que ve hacer al
Padre. Nosotros también estamos invitados a unirnos a la acción de Dios, pero para eso debemos aprender a
descubrirla y a servirla.
“Yahvé estaba en este lugar y yo no lo sabía” (Gn 18,16) dice Jacob después de luchar con Dios a lo largo
de la noche.
Hay presencias de Dios que se nos ofrecen en una gran trasparencia: la bondad de un gesto, la hermosura de
un paisaje, la claridad de una llamada. Pero hay otras presencias que son difíciles de reconocer. En nuestra
sociedad, donde Dios parece haber desaparecido, se nos hace difícil a veces encontrar esa presencia. Especialmente el dolor, la injusticia, el fracaso, el desencanto, etc, parecen opacos a cualquier presencia de Dios.
Sin embargo, no hay situación humana donde Dios no esté y donde Dios no pueda ser contemplado. No hablo
simplemente de ‘pensar’ o de ‘imaginar’ que Dios está en una situación determinada, sino que su presencia,
velada por el espesor de nuestra condición humana, toque de alguna manera la puerta de nuestros sentidos.
Dios puede, y quiere, llegar a nuestros ojos y nuestros oídos, haciendo resonar su presencia en nuestro corazón
y en nuestras entrañas. Nuestros sentidos, deben, sin embargo, aprender el largo camino de ese reconocimiento, para descubrirlo ahí donde aparentemente no está. Eso requiere tiempo, paciencia y constancia. “Amo de
mi ser las horas oscuras, en las cuales se ahondan mis sentidos” (R.M.Rilke). Al permanecer en la oscuridad,
nuestros sentidos logran percibir las personas y las cosas donde antes no percibían nada.
Nuestros sentidos hiperestimulados y asaltados por tantas sensaciones tienen que convertirse para poder percibir la transparencia de toda la creación y contemplar así a Dios en el interior de la realidad por la luz que sale
desde dentro, porque se deja ver su última hondura velada normalmente por la cáscara que la envuelve.
Este fue un carisma de Ignacio: contemplativo en la acción. Ignacio hablaba de encontrar a Dios en todas las
cosas... No se trata de despreciar las criaturas, ni de apartarse de ellas para contemplar a Dios, sino de amarlas
en Dios, que es respetarlas en su verdad más profunda y en el momento y el lugar exacto que ocupan en la
creación de Dios.
Buscar y hallar están muy unidos en la espiritualidad ignaciana. Hallar a Dios en todas las cosas, debe estar
unido a buscarlo. Dios nos busca a nosotros, pero nosotros debemos afinar nuestros sentidos para que se nos
abran los ojos y podamos contemplarlo.
En los primeros tiempos en un barrio marginado, lo único que nosotros sentíamos al pasar por los callejones
estrechos, era la mirada agresiva, la amenaza flotante, las siluetas huidizas o curiosas, el olor de la miseria, los
gritos destemplados nacidos de la angustia o de la carencia. Todo llegaba a nuestros sentidos hiriendo, desafinando, excluyendo, abrumando. Sin embargo, a medida que iban pasando los meses, la mirada contemplativa
iba construyendo verdaderos claustros llenos de signos de Dios. Como los monjes construyeron sus claustros y
tallaron en la piedra dura imágenes de santos, adornos vegetales de la creación, rostros infantiles de ángeles, o
calaveras que recordaban la brevedad de la vida, también la mirada contemplativa iba construyendo los claustros en la piedra dura de la marginalidad. Un rostro de niño con nombre conocido, una catequista que no se
dejaba paralizar por la miseria, la casa construida por el esfuerzo de todos, la sonrisa sin precio de una mujer
digna, la ira de un hombre justo, nos salían al paso, entraban por nuestros sentidos, y con ellos entraba también dentro de nosotros Dios presente en esas realidades extremas. Si nosotros no mirábamos estos sacramentos, ellos nos miraban a nosotros y su mirada entraba a formar parte de nuestro día. Poco a poco el simple
caminar por los callejones se fue convirtiendo en una experiencia de Dios, nos movíamos con el sentimiento
de una presencia que desde siempre había estado allí y que ahora se nos desvelaba, nos acogía y nos acompañaba a nosotros.
Este mismo proceso contemplativo se puede vivir en cualquier lugar donde estemos creando la novedad de
Dios, unidos a él en el cumplimiento de su voluntad creadora. Se puede levantar un teléfono, abrir un archivo,
firmar una carta, cocinar en la casa, abrir un regalo o saludar a una persona, percibiendo la vida del reino que
atraviesa toda la realidad y el Dios discreto asomándose a nuestros sentidos, no sólo a nuestra imaginación y a
nuestro ‘saber’ que él está ahí.
Para crecer en esta dimensión contemplativa, es necesario un acto explícito de reconocimiento de la presencia activa de Dios donde lo hemos sentido. Podrá ser, a veces, al finalizar al día o al término de la semana. Es el mismo reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús, una vez que Jesús pasó dejando su
huella: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?» -Lc 24, 32-. Así se va clarificando
cada vez más esa presencia y el encuentro con Dios es más intenso.
3
Este ejercicio nos enseña a movernos por el mundo con el ‘sentimiento de una presencia’. Nuestro mundo está
habitado. No podemos decir que amaremos la realidad cuando descubramos a Dios en ella, sino todo lo contrario, hay que amar mucho este mundo para poder descubrir a Dios en el fondo de toda realidad..
Esta gracia de ver y oír, de tener sensibilidad para percibir esa presencia es un don de Dios. Si no vemos y
oímos a Dios salvando nuestra realidad, ¿cómo podremos anunciar hoy la buena noticia del evangelio? Mucho
desencanto sobre nuestro mundo radica en nuestra incapacidad para ver la acción de Dios hoy.
Algunas preguntas que pueden ayudar.

¿Miro este mundo en cambio con amor como Dios, busco en él los signos de su presencia y los llamo por
su nombre?

¿Existen para mí situaciones tan cerradas que se me hace imposible descubrir por ninguna parte la presencia activa de Dios?

¿Contemplo lo que Dios hace para unirme a su trabajo liberador, reconciliador, al servicio de la vida,
etc?

¿Me muevo en el mundo y entre la gente sintiendo cada vez más que es una casa habitada por Dios? ¿Me
siento ‘yendo y viniendo’ en su presencia?

¿Me siento en la ‘casa del Padre’? O me pasa a veces, como el hijo mayor, como Marta, como los trabajadores de la primera hora, que ‘estando en la casa del Padre’, ‘estando con Jesús’, ‘estando en la viña’,
me quejo, me siento abandonado/a, triste, etc.
Salmo 83:
¡Qué deseables son tus moradas
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor
mi corazón y mi carne
se alegran por el dios vivo.
Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al comenzar su peregrinación
Cuando atraviesan áridos valles
los convierten en oasis
Como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones
Caminan de altura en altura
hasta ver a Dios en Sión.
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