PATOLOGIA DE LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS Y DESVIACIONES DE LA COLUMNA VERTEBRAL INDICE 1. Las enfermedades infecciosas.........................................................Pág. 1 1.1 Vías de infección......................................................................Pág. 1 2. Características generales de las infecciones....................................Pág. 2 3. Alteraciones producidas por la infección........................................Pág. 3 4. Enfermedades infecciosas producidas por bacterias.......................Pág. 4 4.1 Brucelosis.................................................................................Pág. 5 5. Intoxicaciones alimenticias bacterianas...........................................Pág. 5 5.1 Lepra.........................................................................................Pág. 6 5.2 Meningitis cerebroespenial epidémica.......................................Pág. 7 6. Enfermedades infecciosas producidas por virus (Viriasis)..............Pág. 7 6.1 Gripe.........................................................................................Pág. 8 6.2 Paperas......................................................................................Pág. 9 6.3 Rubéola...................................................................................Pág. 10 6.4 Sarampión...............................................................................Pág. 10 6.5 Varicela...................................................................................Pág. 11 6.6 Viruela....................................................................................Pág. 11 7. Enfermedades infecciosas producidas por microorganismos rudimentarios....................................................................................Pág. 12 8. Enfermedades infecciosas producidas por protozoos....................Pág. 13 9. Enfermedades infecciosas producidas por hongos (Micosis)........Pág. 13 10. Enfermedades infecciosas producidas por gusanos.....................Pág. 14 1. Las enfermedades infecciosas 1 Desde su nacimiento el hombre alberga en su cuerpo toda clase de microorganismo, habitualmente inofensivos y a veces beneficiosos, que, en ocasiones, incluso resultan indispensables para determinadas funciones fisiológicas. Pero también se ve rodeado de un mundo hostil repleto de micro y macroparásitos, unicelulares (protozoos) o pluricelulares (metazoos), que tienen en común la posibilidad de ser patógenos, es decir, capaces de provocar una enfermedad. La infección implica la presencia de estos seres vivos en el huésped humano, donde crecen y se multiplican a sus expensas. La invasión y difusión de los parásitos no se traduce siempre en una alteración. Sólo cuando la agresión exterior determina un daño y el organismo reacciona contra este insulto, surge la enfermedad infecciosa, que se convierte en enfermedad contagiosa cuando se transmite, bien entre humanos directamente, bien por medio de algún animal. El desarrollo de estos procesos exige la concurrencia de una larga serie de circunstancias. Por parte del hombre ha de existir una susceptibilidad predisposición hereditaria, constitucional; una falta de resistencia local o general ante el agresor específico, la coincidencia de unos factores exógenos, o no específicos, como son el ambiente, el estado de nutrición, la edad, el sexo, la profesión y la existencia previa de otros trastornos que hayan debilitado sus defensas naturales. Por parte del microorganismo invasor interviene el número de los atacantes, la rapidez con que sobreviene la invasión y la capacidad de infección, la virulencia o poder dañino que posee cada especie. Los microorganismos patógenos forman un amplisimo espectro de formas posibles. Los más pequeños son los virus, en el limite entre lo inanimado y lo vivo, invisibles al microscopio ordinario, pues sus dimensiones oscilan entre 15 y 300 millonésimas de milímetro. Antiguamente recibían el nombre de ultravirus o virus filtrables porque atravesaban los más finos filtros de laboratorio. Mucho mayores son los diversos tipos de microbios o bacterias que pertenecen al reino vegetal. Las infecciones parasitarias producidas por hongos (del reino vegetal) o los seres animales unicelulares (protozoos) o pluricelulares (metazoos), como los gusanos, visibles al ojo humano, son más complejas, no sólo porque su tamaño sea mayor, sino porque su convivencia con el huésped humano es motivo de una gama mayor de posibilidades que abarca desde la tolerancia hasta la más violenta reacción de rechace. 1.1. vías de infección. La infección o el contagio se realiza siempre a través de una puerta de entrada. Muy importante es la vía respiratoria o propagación aerógena: al toser o al espirar se lanzan pequeñas partículas contaminadas que pueden ser inhaladas por otro individuo. La vía gastro intestinal, mediante la ingestión de agua o alimentos infectados, tiene, asimismo, gran importancia sanitaria. Por último, la infección puede producirse por contacto, por inoculación directa, a través de las heridas −a veces imperceptibles− de la piel o mucosas, por mordedura de animales o picaduras de insectos. Como adelantamos, el contagio puede realizarse entre humanos, pero, en ocasiones, existe un intermediario que actúa de reservorio del agente patógeno y que padece la misma enfermedad. Se atribuye el nombre de epizootía a la transmisión epidémica de infecciones entre animales y se denominan zoonosis aquellas enfermedades transmitidas de los animales inferiores al hombre. Se conocen más de 150 infecciones de este tipo, unas producidas por virus y otras por bacterias, realizándose el contagio por contacto directo con el animal enfermo. Las zoonosis más peligrosas suelen ser las producidas por los roedores, por ejemplo las ratas, que transmiten la peste. Sin embargo, también puede ocurrir que la infección hombre−animal o animal−hombre se realice a través de un vehículo o vector que actúa de intermediario sin padecer la enfermedad. Estos vehículos son los antrópodos o animales no vertebrados, pero de cuerpo anillado (insectos, piojos, pulgas, moscas, etc.), que transmiten la peste, el tifus exantemático, el paludismo, etc...; y los arácnidos, como las garrapatas, que transmiten la fiebre recurrente. Por último, ha de señalarse que, con frecuencia, determinadas enfermedades infecciosas no se producen por invasión del propio germen, sino que son unos venenos o toxinas, elaborados dentro o fuera del huésped, lo que producen el cuadro clínico (así, en las intoxicaciones alimenticias por botulismo y el tétanos). 2 2. Características generales de las infecciones. Entre el contagio o implantación del germen patógeno y su propagación o difusión por el organismo humano siempre transcurre un determinado periodo de tiempo, durante el cual comienzan a desarrollarse las lesiones, aún tan poco pronunciadas que no se acusan. Este período, llamado de incubación, varía entre horas y varios años, pero es característico para cada tipo de infección. Al final del mismo suele comenzar la enfermedad, aunque no siempre ocurre así, pues en ocasiones se establece una especie de compromiso entre el germen y huésped. De esta especial convivencia puede pasarse a la enfermedad (al incrementarse la virulencia del invasor o al bajar la resistencia del organismo humano), pero el interés del fenómeno estriba en que el huésped contaminado, sin padecer la enfermedad, puede, a su vez, servir de fuente de infección para los demás: es el llamado <<estado de portador>>. Esto ocurre también una vez remitida la fase clínica de una enfermedad infecciosa, cuando el sujeto infectado se encuentra ya bien pero constituye un peligro para los demás, al eliminar gérmenes patógenos que pueden contagiar a otras personas. Según su grado de actividad, pueden establecerse ciertas características en las enfermedades infecciosas. La virulencia del germen causante y la susceptibilidad personal pueden mantenerse en equilibrio. Ocasionalmente se presenta la enfermedad en algún sujeto cuando, por ciertos desajustes, el equilibrio desaparece. Se habla entonces del caso esporádico. Otras veces la actividad esta limitada a un determinado grupo de personas comprendidas en un área geográfica de condiciones especiales y se denomina infección endémica. Por ejemplo, en España sigue habiendo en ciertos núcleos rurales reducidos una endemia tifoidea; si algunos portadores siguen contaminando las aguas residuales que, a su vez, se filtran de los pozos negros a los abastecimientos de agua potable o sirven de riego para las huertas, en un determinado grupo humano aparece siempre una cierta proporción de enfermos. Se habla de epidemia cuando el contagio y los casos de una enfermedad infecciosa aumentan bruscamente. Se desconoce muchas veces la causa de este incremento. Si en ocasiones se debe a que cambia la virulencia del germen causante, en otras ocasiones puede hallarse en una negligencia sanitaria. Por último, cuando estas epidemias sobrepasan ciertos ámbitos nacionales y cubren extensas zonas de tierra, se habla de pandemias, que antiguamente se producían con la peste y la viruela, y hoy en día quizá sólo quepan con la gripe. Estas pandemias, cuando adquieren un carácter especialmente grave desde el punto de vista sanitario, por su morbilidad o mortalidad potencial, se denominan también enfermedades pestilenciales. Una de las características esenciales de las infecciones es que, siempre, el organismo invadido es capaz de ofrecer una resistencia ante un agresor definido. Entre una total repulsión (con lo que no llega a producirse la enfermedad infecciosa) y un fracaso total de los mecanismos de defensa (con la consiguiente muerte del paciente) caben toda clase de posibilidades, que marcan decisivamente el curso de la enfermedad. Se denomina inmunidad a la resistencia ante una infección determinada. La inmunidad puede ser congénita o natural −incluso de origen racial−, pero también puede adquirirse, bien porque se haya padecido la enfermedad con anterioridad, bien porque haya sido conferida artificialmente. La inmunidad es un factor biológico exclusivamente dirigido contra un determinado agresor o su toxina. Generalmente los procesos inmunitarios se desarrollan porque el cuerpo es capaz de producir sustancias químicas especificas, de origen proteico, llamadas anticuerpos, capaces de neutralizar la acción del germen patógeno o de su toxina. La inmunidad, es por otra parte, un proceso dinámico que cambia con los años y que va perdiendo su carácter defensivo con mayor o menor velocidad. La vacunación, así, es el establecimiento de una inmunidad provocada artificialmente. Se habla de una vacunación activa cuando se inoculan en el organismo los gérmenes de una determinada enfermedad infecciosa, cuya virulencia está lo suficientemente atenuada como para que, sin desencadenarse la enfermedad, el cuerpo sea capaz de producir la cantidad e anticuerpos necesarios para contrarrestar cualquier contagio futuro (caso de la viruela o de la polio). Otras veces no se inocula el germen sino la propia sustancia tóxica del microorganismo (el antígeno), capaz de provocar la producción de anticuerpos tóxicos, sin enfermedad como respuesta 3 Esta vacunación activa, que equivale inmunitariamente a haber padecido la enfermedad, puede sustituirse, en algunos casos, por la vacunación pasiva, con efectividad mucho más limitada en el tiempo. Se administran entonces, directamente, los anticuerpos o antitoxinas al organismo, en forma de sangre, suero sanguíneo o antitoxinas, directamente obtenidas de la sangre de personas que ya han padecido la enfermedad en cuestión, o de animales que, por vacunación activa, han sido inmunizados previamente. En este caso, los anticuerpos están a disposición de los sistemas de defensa inmediatamente después de haber sido incorporados, mientras que en la vacunación activa pasa siempre algún tiempo hasta que el organismo produce sus propios anticuerpos. 3. Alteraciones producidas por la infección. Contra toda clase de agresión el organismo reacciona mediante un complejo mecanismo de defensa: la inflamación, cuyos signos cardinales ya estableció Celso hace veinte siglos: rubor et tumor cum calore et dolore. La reacción inflamatoria es un proceso dinámico en el que juegan un papel tanto factores locales como generales, pues todo el organismo, por así decirlo, acude en ayuda del tejido invadido. Mediante una sincronizada serie de actividades estratégicas, que se llevan acabo a distintos niveles (celular, tisular, humoral, nervioso, etc...), el organismo intenta rechazar la agresión, levantar una barrera defensiva para localizar la infección, eliminar las células que hayan sucumbido e iniciar lo antes posible la reparación del daño sufrido. El proceso inflamatorio consiste, en principio, en unas alteraciones (degeneración o muerte celular) producidas por el germen patógeno o sus toxinas. Inmediatamente después se inicia la reacción; a través de unos medidores químicos se produce una vasodilatación local, aumentando el soporte sanguíneo. Por ello el tejido afectado tiene rubor, es decir, está enrojecido, y tiene calor, al aumentar la temperatura local por el incremento de sangre. Literalmente, en la inflamación se <<inflama>> el campo de batalla. Junto a la alteración vascular sobreviene un fenómeno característico: de la luz capilar emigran leucocitos al espacio intercelularn (diapesis) que comienzan a atrapar, o fagocitar, tanto los microorganismos que encuentran a su paso como los detritos celulares (el pus no es más que una colección de leucocitos que han englobado toda clase de microbios o restos de células muertas). También se produce un trastorno de la permeabilidad vascular: se establece la exudación, los tejidos inflamados se hinchas, las células rompen sus membranas, los líquidos se derraman y se forman edemas. De ahí el abultamiento y también el dolor, pues los espacios intersticiales, sometidos a presión, comprimen las terminaciones nerviosas. Mediante esta exudación el organismo aporta al campo de batalla numerosas sustancias de defensa, creando un medio hostil para la proliferación y difusión del agresor. Si en conjunto las alteraciones inflamatorias discurren como hemos indicado, no debe olvidarse que caben variantes o reacciones diversas. No hay nada tan imprevisible como la evolución de una inflamación de este tipo. 4. Enfermedades infecciosas producidas por bacterias. Las bacterias son vegetales unicelulares con un tamaño del orden de algunas diezmilésimas o milésimas de milímetro. Se conocen tres tipos morfológicos fundamentales: unos son globulosos o esféricos, los llamados cocos; otros tiene forma alargada −los bacilos−, y por último los espirilos son alargados y retorcidos sobre su eje. El número de bacterias es casi incontable; unas veces viven en perfecta armonía con el huésped humano, mientras que en otras se caracterizan por su extrema virulencia. Existe una flora bacteriana normal en toda persona; flora que, si bien es pobre en la superficie de la piel, reviste extrema abundancia en la cavidad bucal y faringe. En el intestino adquiere gran importancia poco tiempo después del nacimiento, pues los microorganismos que allí se instalan cumplen una función digestiva. Las vías respiratorias bajas son estériles, generalmente. También la flora normal es imprescindible, y muy abundante, en el aparato genital, sobre todo 4 en la vagina, donde los llamados bacilos de Döderlein, productores de ácido láctico, constituyen un seguro contra la proliferación de otros gérmenes patógenos. En ocasiones estas bacterias rompen su equilibrio, ya sea porque se vuelvan agresivas o fallen los mecanismos de defensa del organismo, al concurrir ciertas circunstancias externas o internas. Aparecen entonces reacciones inflamatorias purulentas, localizadas, de mayor o menor importancia clínica. En la piel, los estafilococos y estreptococos producen así forúnculos; en la cavidad bucal pueden provocar focos sépticos en encías, amígdalas o raíz del diente; en los huesos, osteomielitis. Los neumococos pueden invadir los pulmones causando entonces la clásica pulmonía o neumonía bacteriana. Otras veces, las toxinas fabricadas por las bacterias acantonadas en los focos sépticos pueden producir síntomas a distancia, sobre todo por reacciones de sensibilización. Las bacterias pueden pasar a la sangre originando verdaderas generalizaciones o septicemias habitualmente graves. A menudo estas generalizaciones adquieren tal importancia −por la agresividad y virulencia del germen, o por la falta de recursos terapéuticos al tratarse de microorganismos que se han hecho, resistentes a la mayoría de los antibióticos− que, en ciertas comunidades, crean problemas asistenciales de primer orden. Como ejemplo mas característico citaremos el llamado hospitalismo, o septicemia hospitalaria, por propagación epidémica de estafilococos. 4.1. Brucelosis. Enfermedad común en hombres y animales domésticos, producida por una de las especies del género Brucella. Su difusión geográfica varía según el tipo de ganado más frecuente en las distintas regiones. En España, otros piases de are mediterránea y en México predomina la fiebre de Malta producida por la Brucella melitensis, cuyo reservorio se encuentra en cabras y ovejas. La Br. Abortus afecta a la vaca, y la mayoría de los casos de fiebre ondulante que encontramos en América del Norte y del Sur se deben a esta variedad. Por último, existe una brucelosis porcina (Br.suis), frecuente en los estados unidos, Argentina y países centro europeos. El contagio es directo de hombre a hombre o animal a animal, pero también se produce indirectamente, a través de productos lácteos de animales enfermos. La pasterización de la leche, una rígida higiene en los trabajadores que manipula los animales y, sobre todo, la vigilancia de las ovejas y cabras cuya leche va a ser destinada a la elaboración de quesos constituyen las principales medidas preventivas. Síntomas: el periodo de incubación varia entre cinco días y varios meses. Las manifestaciones suelen ser poco precisas y de muy lenta aparición. La fiebre aumenta paulatinamente, pudiendo durar el proceso febril de semanas a meses, siempre de forma ondulante, alternando periodos de alta temperatura con otros de remisión. Durante el día la fiebre oscila, con máximos al atardecer, para bajar con crisis de sudoración. La fiebre se acompaña de sintamos generales como fatiga, dolores de cabeza y articulaciones, insomnio, malestar general, etc..., el bazo aumenta de tamaño y también el hígado, en ocasiones. Su evolución siempre es crónica y acaba por afectar a numerosos órganos: huesos, articulaciones, testículos y al sistema nervioso con alteraciones psíquicas. En general es una enfermedad polifacética, en la que siempre hay que pensar cuando una persona tiene febrícula de larga duración con un cuadro clínico muy inexpresivo. Su diagnostico es fácil de realizar mediante análisis de sangre. Tratamiento: Los antibióticos son muy eficaces, sobre todo la estreptomicina combinada con las tetraciclinas. Su pronóstico es bueno, pero la recuperación se produce lentamente, y las recaídas abunda, por lo que su tratamiento ha de ser continuado. 5. Intoxicaciones alimenticias bacterianas. Se caracterizan estas enfermedades por la transmisión del agente productor con el aguda de bebida y los alimentos. Los principales alimentos responsables son, en orden decreciente de frecuencia: carnes, huevos, pescados, leche y queso, pastelería, productos de charcutería y, por último, sardinas en conserva. Generalmente aparecen síntomas gastrointestínales agudos, con fiebre, vómitos y diarreas profusas, después de un periodo de incubación cortisimo. A veces el germen causante no invade el aparato digestivo, actuando a 5 través de una toxina que es la que ingresa con el alimento. Es el caso del botulismo, siempre producido por ingestión de conservas mal preparadas. La toxina es muy agresiva, basta 1/100.000 de gramo para producir la muerte. Cualquier envase metálico de conserva de carne, pescado o verdura que se haya abombado debe ser desechado, lo mismo si el contenido ha cambiado su color o consistencia habituales. El peligro del botulismo no existe en la gran industria elaboradora de conservas, porque la bacteria causante es muy sensible al calor. Mas bien el riesgo se corre con las conservas caseras, en las que la esterilización por calor no se lleva con el debido rigor. El envenenamiento se caracteriza por síntomas nerviosos y musculares, con una altísima mortalidad. El tratamiento incluye la administración precoz, e incluso preventiva en caso de sospecha, de un suero especifico antitóxico. Mucho menos graves son las intoxicaciones alimenticias producidas directamente por bacterias que invaden el canal intestinal. En los niños son frecuentes los vómitos y diarreas originadas por bacterias del tipo Coli, con reservorios en el hombre adulto sano y que pasan, con las deposiciones, al exterior. Por ello son tan peligrosas las huertas regadas con aguas residuales y se ejerce un control tan riguroso sobre el agua de bebida, que sólo con una mínima cantidad de bacterias Coli no es apta para el consumo humano, aunque el adulto se bastante más resistente a la enfermedad. Dese el punto de vista sanitario, por aparecer en brotes epidémicos, aquieren interés las infecciones por bacteria del tipo Salmonella, es decir, del mismo grupo al que pertenecen los gérmenes causantes de la fiebre tifoidea y de las para tifoideas, aunque casi nunca provocan enfermedades graves como éstas. Si bien hay animales que actúa de reservorio, es el propio hombre portador sano quien transmite predominantemente la enfermedad gastrointestinal aguda. La higiene personal, la canalización de aguas residuales y la vigilancia de los portadores que manipulan alimentos han reducido considerablemente estas salmonelosis. La disentería bacilar (shigelosis) es una intoxicación alimenticia producida por gérmenes del grupo Shigella por contaminación con las heces de una persona infectada. El contagio es directo o a través de insectos que se posan sobre los alimentos. En verano pueden producirse epidemias que afectan especialmente a los niños. Si en tipos normales unas elementales medidas de higiene bastan para controlar una difusión epidémica, durante las guerras, en los campamentos o campos de concentración, el contagio puede producir terribles estragos, siendo ineficaces las vacunaciones u otras medidas preventivas que no incluyan las sanitarias generales. En estos casos tan desfavorables la mortalidad puede llegar al 50% en los casos no tratados. 5.1. Lepra. Enfermedad crónica, poco contagiosa, producida por el bacilo de Hansen, o mycobacterium leprae, muy parecido al que produce la tuberculosis. La transmisión, de mecanismo todavía poco claro, es directa, a través de la piel, pero ha de ser por contacto muy prolongado. La lepra es una de las mas antiguas enfermedades infecciosas y quizá la que goza de pero <<reputación>>. Sus mutilaciones o deformidades siempre han causado la máxima repulsión y todavía hoy, cuando es curable y existen muy pocos focos endémicos, es considerada quizá como la más antisocial de las enfermedades. Síntomas: Después de una incubación de muchos años, la lepra puede manifestarse de dos maneras: la forma más agresiva y maligna, llamada lepromatosa, con alteraciones cutáneas, sobre todo en la cara, si al principio forman nódulos o manchas que acaban por ulcerarse y se acompañan de trastornos de la sensibilidad en toda la piel, acaban producir terribles mutilaciones en todos los tejidos afectados, incluso internos. La forma tuberculoide es más benigna y estable, con alteraciones cutáneas y de la sensibilidad nerviosa, pero sin apenas afectación visceral. Tratamiento: Resulta obligatorio declarar la enfermedad y aislar al enfermo. En España existen leproserías modelo en Frontiles y en Trillo. No existe una vacuna eficaz, pero parece ser que la antituberculosa protege suficientemente. El tratamiento preventivo y curativo con quimioterápicos ha cambiado totalmente el antiguamente desolador destino de los leprosos. 6 5.2. Meningitis cerebroespinal epidémica. Enfermedad aguda poco contagiosa que produce una meningitis purulenta y se presenta esporádicamente o en pequeñas epidemias que afectan a niños y jóvenes. Es causada por varios tipos de meningococos (Neisseria meningitidis). El contagio es directo por expectoración de partículas infectadas en enfermos portadores. Síntomas: La enfermedad se caracteriza por el llamado síndrome meníngeo, común a varias infecciones. Tiene un periodo de incubación de 2 a 5 idas. Hay fiebre alta, repentina y con escalofríos; son frecuentes los vómitos y las convulsiones. Hay contracción violenta del cuello, violentas cefaleas y cabeza rígida, que se <<clava>> en la almohada. Las rodillas permanecen flexionadas pero el vientre aparece contraído. A menudo aparecen trastornos nerviosos: obnubilación, parálisis, sordera. Las complicaciones incluyen otitis, abscesos cerebrales y secuelas irreversibles del sistema nervioso: ceguera, sordera, retraso menta. Hay muchas formas clínicas, existiendo un tipo de acción patológica fulminante, llamado síndrome de Waterhouse−Fridrichsen, en que se presenta una hemorragia, casi siempre fatal, en las suprarrenales. En general, el pronóstico es bueno, sobre todo con el tratamiento antibiótico. La enfermedad no produce inmunidad. Tratamiento: El aislamiento del enfermo debe ser total; la declaración de la enfermedad es obligatoria. Los antibióticos son sumamente eficaces, habiendo cambiado totalmente el panorama de esta enfermedad, antes verdadero azote de la infancia. Ha de tenerse en cuenta que la meningitis puede ser purulenta o no, según se encuentre o falte pus en el líquido cefalorraquídeo, aunque clínicamente se asemejen. Si entre las purulencias son frecuentes las causadas por el meningococo, estreptococo, estafilococo y neumococo, las no purulentas incluyen las producidas por el sarampión, escarlatina, tos ferina y brucelosis. 6. Enfermedades infecciosas producidas por virus (Viriasis). Se conocen más de doscientos tipos diferentes de virus patógenos, aunque para muchos de ellos los cuadros clínicos que producen no están todavía bien delimitados. No existe aun una clasificación satisfactoria y la misma denominación de los virus es bastante convencional y caprichosa. Por ejemplo, se sabía que unos virus eran patógenos pero se desconocía cual era la enfermedad que ocasionaban; por eso les llamó <<virus huérfanos en busca de una enfermedad>> o virus ECHO en sus siglas inglesas; en la actualidad ya se conocen las alteraciones que provocan, pero se mantiene tan priandelliano nombre. También ocurre al revés: se sospecha; ante determinada enfermedad, que su origen radica en un virus, pero, pese a innumerables pesquisas, el agente todavía no ha podido ser identificado. Caso, por ejemplo, de la llamada encefalitis epidémica o letárgia que, como consecuencia tardía, origina gran numero de enfermos de mal de Parkinson. Lo mismo ocurre con la hepatitis epidémica o aguda, de tanta transcendencia en patología digestiva y cuyo virus productor todavía no ha sido hallado. Otras veces se ha achacado injustamente a un virus una determinada enfermedad, cuyo origen bacteriano fue fijado después. Esto ocurrió con el llamado tracoma, grave enfermedad ocular, o con la psitacosis u ornitosis, enfermedad febril grave que afecta al aparato respiratorio y que se adquiere por contacto con loros o periquitos. A grandes rasgos, se puede hablar de cuatro grandes grupos de viariasis. En un primero se incluyen las enfermedades con cuadros clínicos generales más o menos graves, pero con evidentes manifestaciones cutáneas e inflamaciones herpéticas o glandulares. En un segundo grupo se engloban los virus que atacan, preferentemente, las vías respiratorias, como los virus de la gripe o virus para−influenza, responsables de la inmensa mayoría de los catarros comunes o resfriados, y los adenovirus, capaces de provocar pulmonías virosas. Otras veces, las viarisis tienen su puerta de entrada a través del aparato digestivo, cuyo prototipo es el virus de la poliomelitis. Otros virus de este grupo producen infecciones gastrointestinales agudas como si 7 fuera una intoxicación alimenticia. Por último, un cuarto grupo se refiere a las viriasis transmitidas por vectores animales, generalmente insectos, como la fiebre amarilla, el dengue y la fiebre papataci, también europea, enfermedades tropicales muy parecidas a la primera en sus manifestaciones clínicas, pero mucho más benignas. El mayor problema actual de la viriasis es que la mayor parte de los virus patógenos son insensibles a los tratamientos antibióticos. Sin embargo, en numerosas enfermedades viriasicas las medidas terapéuticas inespecificadas o sintomáticas son eficaces. 6.1. Gripe. Existen numerosas viriasis que provocan catarros nasales o resfriados estacionales, generalmente muy benignos, pero estas alteraciones nata tienen que con la gripe, causada por un virus especifico y que se caracteriza por poseer tan alto grado de contagiosidad que su aparición casi siempre se realiza en forma de brote epidémico masivo, fácilmente convertido en pademias que afectan a todos los continentes. En la tristemente célebre epidemia de 1918 murieron más de 15 millones de personas. En la pandemia de 1957 o gripe asiática, la mortalidad fue mucho menor al contarse con antibióticos para evitar las complicaciones pulmonares. Últimamente, en 1968−1969, ha aparecido, mundialmente, una variante de aquella, llamada de <<Hong Kong>>. Así pues, en intervalos periódicos irregulares la gripe se extiende en olas por todos los países, afectando sobre todo a las ciudades densamente habitadas. Varía su virulencia de epidemia en epidemia, como también oscila la edad de las personas más expuestas: en el 18 eran los jóvenes de 20 a 30 años los más amenazados; en los últimos años predomina la morbilidad en los ancianos. Del virus causante se conocen tres tipos diferentes ,A ,B y C, con multitud de variantes. Las del tipo B son especialmente responsables de brotes localizados; mientras que las del A suelen provocar pandemias. Por ejemplo, la gripe asiática fue producida por el virus A−2; la última epidemia 68−69 por la variante A−2. Se distinguen entre si por sus distintas propiedades inmunológicas, es decir, se produce inmunidad sólo hacia un determinado tipo después de padecer la enfermedad, que por otro lado suele ser similar en sus manifestaciones clínicas para todos los tipos. Sin embargo, todavía sabemos muy poco de todo esto. Por ejemplo la ultima epidemia la de Hong Kong, contra todos los pronósticos, dejó indemnes a los españoles, a pesar de que azotó a los Estados Unidos y algunos países europeos con inusitada violencia. Parece ser que este fenómeno tiene algo que ver con el hecho de que España soportó masivamente la gripe del año 1918, cuyo virus era de un tipo parecido al de la epidemia actual. Es decir, en aquella época una gran masa de la población española quedó <<impresa>> con un mecanismo de formación de anticuerpos específicos contra el virus de la gripe. Parece ser que estos anticuerpos pueden ser reproducidos aun por antígenos no del todo similares y después de mucho tiempo. En relación con la gripe, este fenómeno ha sido denominado por los científicos con el pintoresco nombre de <<pecado origina antigénico>>. Por mecanismos todavía desconocidos los Españoles todavía padecemos de este pecado original y somos todavía resistentes a la variante A−2, al poseer la capacidad de fabricar anticuerpos naturales contra el virus causante. Pero no cabe hacerse falsas ilusiones, pues nada hay más mutable que la capacidad antigénica de las diferentes variantes de los diversos tipos del virus gripal. Síntomas: El contagio simple es directo, generalmente por la expectoración de los enfermos, que al toser expelen pequeñas gotitas infectadas que son respiradas por las personas sanas. El período de incubación es de 1 a 3 días. Bruscamente aparece fiebre alta, postración y quebrantamiento general, dolores de cabeza y articulares, e inflamación de las mucosas respiratorias con estornudo, tos, destilación nasal, etc. A los 2−4 idas el cuadro comienza a remitir, dejando un deficiente estado general por bastante tiempo. Las complicaciones son numerosas y frecuentes: otitis, alteraciones cardio−circulatorias, infecciones broncopulmonares sobreañadidas de origen bacteriano (bronquitis crónicas, pulmonías, pleuresías) y lesiones nerviosas. El pronóstico es muy bueno, ya que, en la actualidad, los antibióticos son capaces de evitar o curar las infecciones pulmonares secundarias. Sin embargo, para los ancianos y enfermos crónicos debilitados por la gripe todavía puede representar un problema. 8 Tratamiento: No existe un tratamiento específico; todavía no se ha descubierto una droga o un antibiótico que actúe profiláctica o terapéuticamente sobre el virus causante. Queda, pues, sólo el tratamiento sintomático (analgésicos, antipiréticos, vitamina C, antihistamínicos, codeína, abundantes líquidos). Los antibióticos sólo deben usarse cuando el médico lo considere oportuno. Las drogas recientemente descubiertas, como la adamantina, todavía están en fase experimental. Prevención: La vacunación preventiva contra la gripe es sumamente difícil y constituye un problema muy lejos todavía de su resolución. Es prácticamente imposible elaborar una vacuna que comprenda todas las variantes posibles de los tipos de virus capaces de provocar el cuadro clínico de la gripe. Por ello, sólo es factible la vacunación una vez ya declarada la gripe e iniciada la <<ola epidémica>>, después de haber sido identificado el tipo responsable. Para ello la Organización Mundial de la Salud ha montado unos laboratorios especiales, repartidos por todo el mundo. Como generalmente al vacuna obtenida no basta para todo el mundo, se aconseja su uso sólo en determinados casos: personas en que la infección puede significar un evidente riesgo, como ancianos, embarazadas, enfermos cardíacos, enfermos crónicos debilitados, y también en aquellos empleados que, por su función pública crearían con excesivo absentismo laboral, evidentes problemas sociales. Hasta ahora sólo se han utilizado vacunas con virus muerto, inactivado; pero se están ensayando otras con virus atenuado, similares a la vacuna oral de la poliomelitis. La vacuna con virus vivo podría administrarse por vía nasal, pero todo esto todavía esta en fase experimental. 6.2. Paperas. Viriasis aguda que se presenta en epidemias simple muy limitadas, generalmente entre los niños, realizándose el contagio por contacto con saliva contaminada (tos, dedos, etc.). Síntomas: El período de incubación es de dos a cuatro semanas. Hay un ascenso paulatino de la fiebre con malestar general. Poco a poco se inflama la glándula parótida (salival) con hinchazón en la zona anterior e inferior de la oreja. Generalmente afecta a los dos lados; la masticación y la deglución son dolorosas y también aparece dolor de oídos por comprensión del conducto auditivo. Rara vez se afectan las demás glándulas salivares. Ocasionalmente en los niños, aunque un 25 por ciento de los casos en edad post−puberal, aparece una inflamación hormonal, en casos aislados puede llevar a la esterilidad. Infrecuentemente pueden aparecer alteraciones del sistema nervioso central o del páncreas. El pronóstico en general es muy bueno. Tratamiento: No existe un tratamiento especifico. Es útil la inyección de gamma globulina especialmente preparada para prevenir la enfermedad o sus complicaciones. Existe una vacuna, pero su uso generalizado no se ha impuesto. 6.3. Rubéola. Viriasis aguda epidémica cuyo contagio interhumano se produce por partículas que se expelen al toser. Es una afección generalmente muy leve que, después de una incubación de dos o tres semanas, produce un cuadro febril con erupción en cara, tronco y extremidades que nunca dura más de tres o cuatro días. La enfermedad deja inmunidad duradera y son excepcionales las complicaciones. Sin embargo, la rubéola es un proceso muy grave que si afecta a las mujeres gestantes durante el primer trimestre del embarazo, pues es capaz de provocar graves malformaciones congénitas en el feto (aproximadamente en el 50 por ciento de los casos) que, si a veces son incompatibles con la vida, en numerosas ocasiones condicionan niños con cataratas congénitas, ceguera, cariopatías, microcefalia, retardo del crecimiento, retraso mental, sordera, etc. Como no hay tratamiento especifico para la rubéola, se debe prevenir la enfermedad en mujeres adultas, sobre todo si están embarazadas, con inyecciones de gamma globulina especifica. Últimamente se ha conseguido, en Estados Unidos, una vacua preventiva que parece muy eficaz y que se ha aplicado en niñas en especial, en evitación de que puedan adquirir, ya adultas y gestantes, la enfermedad. 9 6.4. Sarampión. Viriasis aguda muy contagiosa y epidémica que suele afectar sólo a los niños. El contagio se realiza por particular que se expelen al toser o con las secreciones naso−faríngeas. Aproximadamente el 98 por ciento de la población mundial ha padecido esa enfermedad, lo que da idea de su contagiosidad. Una vez padecida confiere inmunidad definitiva. Síntomas: Después de una incubación de 7 a 14 días, aparecen síntomas de un catarro nasal−bronquial febril, con conjuntivitis. Pronto aparecen unas manchas características blanquecinas, rodeadas de un halo inflamatorio rojizo, en la mucosa de las mejillas. A los 2−4 días comienza la erupción, generalmente en la cabeza, que se extiende luego a tronco y extremidades, para desaparecer por descamación al 4º o 5º día. Las manchas varían mucho de apariencia; de color rosado, rojo o violáceo, al tacto dan la sensación de terciopelo. Abundan las complicaciones − inflamaciones de cualquier parte del aparato respiratorio−, siendo especialmente temida la bronconeumonía en los niños pequeños. Raras veces afecta al sistema nervioso o a las meninges. El pronostico suele ser favorable; solamente en los países tropicales tiene un elevado indice de mortalidad. Tratamiento: No existe ninguno específico. No es necesario proteger al enfermo de la luz, ni está demostrado que pueda acelerarse el brote eruptivo con baños calientes. Actualmente se dispone de vacunas muy eficaces cuyo uso se generalizará pronto. La enfermedad puede prevenirse o modificarse en su curso, para evitar complicaciones, con la administración de suero de enfermos convalecientes o gamma globulina específica. 6.5. Varicela. Enfermedad aguda eruptiva, endémica y epidémica, generalmente infantil, producida por un virus que no tiene relación alguna con el de la viruela. Es altamente contagiosa por contacto con partículas expelidas por la tos de los enfermos. Produce inmunidad duradera. Síntomas: Después de una incubación de dos a tres semanas, s inicia un estado febril, con malestar general y dolores imprecisos. Dos días más tarde se presenta la típica erupción, con picor, generalizada por todo el cuerpo de forma irregular. La erupción es primero macular y luego vesicular con ampollas del tamaño de la cabeza de un alfiler, que contienen un liquido claro que acaba por secarse. No se deben rascar, pues suelen con ello dejar cicatriz. Pueden así mismo infectarse secundariamente formando focos purulentos. Frecuentemente la erupción se extiende a la boca, conjuntivas, vagina y ano, provocando irritaciones muy molestas. Las complicaciones viscerales suelen ser raras y en general es una enfermedad muy benigna, que dura de una a dos semanas. Tratamiento: No existe ninguno especifico. Para los picores se recomiendan lavados con agua de vinagre y administración de antihistamínicos. La higiene personal debe ser estricta para evitar la infección secundaria de las vesículas cutáneas. Todavía no se conoce una vacuna activa eficaz. Parece demostrada una estrecha relación entre el virus de la varicela con el que produce el Herpes zoster. 6.6. Viruela. Viriasis aguda eruptiva, sumamente contagiosa, de carácter pestilencial, endémica en los trópicos y que no respeta, edad, sexo o raza. La enfermedad produce inmunidad permanente. Síntomas: El período de incubación es de 10 a 14 días, pero la enfermedad comienza bruscamente, con toda su gravedad y abundantes manifestaciones generales. Al cabo de unos días este cuadro remite para aparecer la temida erupción que se extiende por todo el cuerpo. Primero con manchas, luego pápulas del tamaño de lentejas, para formarse después unas vesículas que se infectan, supuran y acaban en pústulas. Es una 10 enfermedad terriblemente <<sucia>>; los enfermos se cubren de una repugnante costra purulento que les produce grandes picores y emiten un olor fétido. Las complicaciones son la regla, todas ellas de índole grave: septicemia, fracaso cardio−circulatorio, pulmonías, ceguera, etc. Los pocos enfermos que sobreviven la fase eruptiva comienzan a mejorar a las dos o tres semanas, pero las superaciones cutáneas dejan siempre cicatrices. Se denomina varioloide a la enfermedad, muy atenuada y por lo tanto benigna, que pueden padecer algunos vacunados activamente contra la viruela, casos en que la inmunidad conferida por la vacunación ha ido decreciendo, generalmente por haber transcurrido demasiado tiempo desde su aplicación. Una forma también modificada, benigna, es la llamada viruela blanca o alastrim, en la cual el contenido de las vesículas aparece de un color lechoso. Tratamiento: No existe tratamiento especifico; con los antibióticos las pústulas de la piel son más benignas y la enfermedad se hace, en general, menos <<sucia>>, pero apenas influyen sobre su curso. Últimamente la quimioprofilaxis durante la incubación ha dado algunos resultados esperanzadores. No cabe otra cosa, sin embargo, que la vacunación activa con la vacuna de Jenner, obligatoria en todos los países y que debe repetirse periódicamente, sobre todo si se viaja a determinados países endémicos. La viruela es una de las enfermedades más contagiosas que existe: basta que una persona susceptible no vacunada pase al lado de un enfermo para contraer el mal con toda seguridad. Antes los brotes epidémicos aniquilaban poblaciones enteras. Hoy, con las medidas sanitarias, aislamiento total de los enfermos, cuarentenas, riguroso control de los medios de transporte y declaración obligatoria de su aparición, las epidemias se han hecho infrecuentes y en Europa casi inexistentes o de alcance muy circunscrito, siempre importadas de algunos países donde todavía existen endemias (Asia, trópicos). La vacunación antivariólica no está exenta de peligros, pero es fundamental hacer constar, que este riesgo es siempre menor que la amenaza que se cierne sobre los sujetos no vacunados. Se calcula que sólo una persona entre 150.000 vacunados por primera vez puede desarrollar alguna complicación. A veces se infecta purulentamente la escarificación que se practica en la piel, o se complica con erisipela; en otras ocasiones, la secreción del lugar de la inoculación puede extenderse a otras regiones por contacto. Casi siempre se trata de complicaciones debidas a una higiene deficiente por parte del enfermo. Muy rara vez, la vacunación produce alteraciones en el sistema nervioso (encefalitis postvacunal), complicación desde luego sumamente grave. Por ello, en todo caso de primo−vacunación se administra previamente gamma globulina, pues parece que este procedimiento disminuye el riesgo de tan peligrosa posibilidad de complicación. Se ha discutido mucho sobre el sitio de elección, a efectos estéticos, de la primo−vacunación, que siempre deja una pequeña cicatriz, apenas perceptible si se conservan ciertas medidas higiénicas. Es opinión unánime de los médicos que sigue siendo la cara externa del brazo o el muslo, mientras que la escarificación en la axila o planta de los pies debe ser abandonada. 7. Enfermedades infecciosas producidas por microorganismos rudimentarios. Incluimos sin excesivo rigor, en este grupo las enfermedades producidas por seres de difícil clasificación: las rickettsias, que se encuentran como organismos a caballo entre los virus y las bacterias, y las espiroquettas, pertenecientes al mismo reino animal, pero mucho más rudimentarias que los protozoos. Las rickettsiosis forman un numeroso grupo de enfermedades agudas con características clínicas muy similares y que siempre se transmiten al hombre por intermedio de roedores salvajes, artrópodos o insectos (ratas, garrapatas, piojos, pulgas, etc...). Se trata de enfermedades de tiempos pasados que hoy se conciben únicamente en épocas de guerra o máxima penuria, con mínimas condiciones higiénicas. En España, por ejemplo, hubo una epidemia de tifus exantemático en los años1941−43, que se achacó a un hipotético piojo 11 verde que, ciertamente, no tenía este color. Aparte del tifus exantemático epidémico o endémico (tifus murino) existen otras muchas rickettiosis de interés general: fiebre Q, fiebre de las Montañas Rocosas, fiebre Wolhynica o de las trincheras y fiebre japonesa de los ríos o tsutsugamushi. Todas ellas son fáciles de prevenir con una rigurosa desinsectación y medidas higiénicas generales. Por otro lado, la eficacia terapéutica de los antibióticos ha reducido espectacularmente el carácter grave de los brotes epidémicos de estas enfermedades, que exigían antes numerosísimas víctimas. Entre las espiroquetosis se encuentran muy diversas enfermedades infecciosas que pueden clasificarse en tres grandes grupos: las producidas por el género treponema (sifilis), las borreliosis (fiebres concurrentes) y las leptospirosis (ictericia epidémica). 8. Enfermedades infecciosas producidas por protozoos. Los protozoos son seres unicelulares que pertenecen al reino animal. Se conocen unas cincuenta especies parásitarias para el hombre, que pueden producir muy diferentes enfermedades, cuyo único nexo común estriba en que, una vez curadas, no dejan inmunidad, siendo posible su reinfección. Unas veces se localizan casi exclusivamente en ciertos órganos, pudiendo producir síntomas que, aunque molestos, carecen de mayor importancia patológica. Por ejemplo, existe una enfermedad venérea, producida por tricomonasn, y transmitida por el acto sexual, que origina síntomas irritativos vaginales con abundante flujo, aunque en el hombre sea apenas perceptible. Sólo un tratamiento de ambos cónyuges puede curar esta parasitación. Otras veces, el protozoo habita en el intestino, como el caso de las lambliasn, muy frecuentes en el hombre, pero que rara vez producen síntomas patológicos. Mucho más grave es la parasitación por protozoos del género Trypasoma, que en el África tropical produce la temida enfermedad del sueño, transmitida por picadura de la mosca tse−tsé, con fiebre prolongada, afectación ganglionar y graves alteraciones nerviosas que llevan al total marasmo psíquico y físico, y que en América origina la llamada enfermedad de Chagas, transmitida por chinches y que evoluciona como una grave enfermedad febril. 9. Enfermedades infecciosas producidas por hongos (Micosis). Los hongos son vegetales unicelulares que, al no poseer clorofila para sintetiza los principios inmediatos, están obligados a una vida parasitaria. De la multitud de hongos conocidos, sólo unas cuantas especies son capaces de provocar enfermedades humanas, muchas de ellas de suma gravedad, aunque se desconoce en detalle su mecanismo de producción. La mayoría de las micosis son enfermedades locales, generalmente de la piel o mucosas. Se sabe que, cuando se destruye la flora bacteriana normal del organismo, sobre todo después de tratamientos con antibióticos, los hongos encuentran un terreno especialmente apto para su proliferación. Generalmente, las micosis se caracterizan por su curso lento y solapado. La actinomicosis causada por el Actinumyces israelii u hongo radiado puede producir abscesos o flemones deformantes en la cavidad bucal y mandíbula. Es un error considerar esta enfermedad como debida a la costumbre de masticar hierba. Realmente ocurre que el hongo, presente en las encías durante muchos años, puede transformarse en agente patógeno cuando fracasan las barreras locales de defensa, lo que ocurre a menudo entre los campesinos con dentadura muy descuidada. El proceso puede generalizarse produciendo cuadros pulmonares, abdominales o generales, de suma gravedad. El tratamiento es muy complejo y prolongado. La histoplasmosis puede llegar a ser una micosis de muy grave pronóstico, en especial en sus formas pulmonares y en las localizadas en el tejido conjuntivo. 12 Entre las blastomicosis existen formas especificas de Norteamérica, con lesiones predominantemente cutáneas; formas sudamericanas con afectaciones cutánea, mucosa y visceral, generalmente muy graves; y formas europeas (criptococosis o torulosis) de suma gravedad, con localización nerviosa o pulmonar. Por último, tiene gran interés la micosis producida por los hongos del género Cadida o Moniliasis. Unas veces parasitan en la boca provocando el clásico muguet, con manchas blancas en la mucosa de la lengua y paladar; otras habitan en la vagina produciendo irritación local y flujo, sobre todo en diabéticas y embarazadas. Estas micosis tienen un buen pronostico, y un tratamiento eficaz. 10. Enfermedades infecciosas producidas por gusanos (vermes o helmintos). Son muy numerosos los gusanos que pueden invadir el organismo humano, pero esa invasión no siempre causa enfermedad, siendo muy frecuente el estado de portador sano. Muchas de estas parasitosis sólo ocasionan molestias en el órgano que los alberga, que generalmente suele ser el aparato digestivo. Pero otras veces las enfermedades son mucho más graves, pudiendo afectar a toda la economía del cuerpo humano. De interés en los países tropicales o subtropicales son la bilharziosis, con lesiones urinarias, intestinales y tóxicas generales, y las filariosis, que afectan, sobre todo, a los vasos linfáticos, ocasionando amplias hinchazones deformantes (elefantitis), por obstrucción vascular. 13