Vosotros, pues, orad así

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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
Fundado por San Juan Bosco
Nº 834
Vosotros, pues, orad así
(Mt 6, 9)
El eco de la circular de Junio confirma la exigencia de la oración
vital en nuestras comunidades como primera y fundamental
expresión de respuesta a la Alianza.
Gracias por los ecos que nos habéis hecho llegar y que he podido
recoger personalmente en la visita a algunas inspectorías del Brasil.
La fecundidad en la misión y la creatividad en la respuesta educativa
a las nuevas y diversas necesidades de los ambientes en que vivimos
tienen su raíz en la relación continua y vital con Jesús, que promueve
relaciones de comunión entre nosotras y con las personas a quien El
nos envía para testimoniar su amor.
El 18 de septiembre del próximo año empezará el Capítulo XXI. De
varias partes me llega la petición de una oración especial para
preparar este acontecimiento. Puedo decir en verdad que la oración
impregna ya este tiempo de preparación porque en las comunidades
se ha seguido la sugerencia de la carta de convocatoria y en particular
el método de la propuesta de trabajo.(cf Circ. 828, 22-23). Observo
con alegría y agradecimiento cómo crece en las hermanas y en las
comunidades el gusto por la Palabra de Dios, la disponibilidad para
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dejarse transformar el corazón. La promesa-oración que se hizo en
Mornese el 1º de Julio (cf Anexo a la Circ. 833) gradualmente se
hace realidad, gracias a la intercesión de María Dominica en el año
en que celebramos el cincuentenario de la declaración oficial de su
santidad.
A un año de la apertura del Capítulo XXI, para responder a la justa
petición de tener un encuentro diario de todas las FMA en la oración
por la Asamblea capitular, propongo la oración del Padrenuestro
para pedir al Padre lo que conviene a nuestro Instituto en el momento
presente.
Permitidme que comparta algunas reflexiones que motivan esta
propuesta.
Enséñanos a orar
Es la petición de los discípulos al regreso de su misión (Lc 11,1).
Lucas la pone en el contexto de las enseñanzas que se refieren a la
humildad, al mandamiento del amor, a la elección de la mejor parte.
La respuesta de Jesús implica a los discípulos en su oración filial:
“Cuando oréis decid: Padre…” El Padrenuestro es la oración por
excelencia y todas las oraciones, como afirma san Agustín, son
auténticas cuando llevan a decir: Padre nuestro. En ella dirigimos a
Dios la palabra recibida de Jesús: es más , la misma Palabra de Dios
ora en nosotros por medio del Espíritu. Su eficacia reside en la
actitud adecuada ante el Padre: como hijo/a obediente que se entrega
a su voluntad, no como hechicero que tienta forzar el poder de Dios.
La oración del Padrenuestro se articula en varias peticiones, pero es
fundamentalmente unitaria y se condensa en las dos primeras
palabras: Padre nuestro. Expresan la actitud hacia el Padre y hacia
cada hombre y mujer, que pertenecen a la familia de Dios.
Padre nuestro: el gusto por este nombre crece en nosotros a la vez
que crece la fe, la capacidad de amar y la vida en el Espíritu. Para el
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hombre moderno de la cultura occidental la palabra padre tiene a
menudo una resonancia negativa. Es huérfano. Se le ha dicho que la
paternidad es represiva, que Dios-Padre es el enemigo de su libertad,
la consecuencia es la desorientación, la ausencia de puntos de
referencia, el miedo al otro, una sociedad herida y desorientada. Sin
embargo de esta herida emerge la nostalgia del padre.
Cuando nos dirigimos a Dios con el nombre de Padre, lo decimos
todo de él: que él es el autor de la vida y de la libertad, que su
verdadero nombre es amor, que su proyecto es la manifestación de
su presencia de misericordia y de perdón, que su reino está ya
inaugurado en Cristo, en la vida y en la historia de las personas que
creen en él. Para descubrirlo se necesita una mirada contemplativa
capaz de traspasar la superficie de las cosas y de sumergirse en la
experiencia trinitaria. Si una cosa existe, nos remite al Padre,
creador; si podemos contemplarla y comprenderla nos orienta al
Hijo, sabiduría; si es hermosa y tiende hacia la plenitud, nos remite al
Espíritu, Soplo vivificante. El Espíritu es en realidad la
personificación de la belleza. Captar la paternidad de Dios en las
cosas significa, como decía Ireneo de Lión, contemplar al Padre con
las dos santas manos: la sabiduría y la belleza. Nosotras mismas, en
cuanto a personas humanas, somos un regalo del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. Con estupor debemos expresar esta pertenencia y,
junto con el Hijo, en el Espíritu, exclamar: Abba, Padre! (cf Gal 4,6).
Llegar a decir el Padre nuestro con estupor es un acto de fe que
expresa la pertenencia a Jesús, el Hijo, por medio del Espíritu. Jesús
ha revelado la intensidad de su pertenencia al Padre y sí la adhesión a
su voluntad en el misterio pascual.
Para poder decir Padre se nos pide también a nosotras, en la hora que
sólo él conoce, ponernos en la cruz como Jesús y con Jesús, y
testimoniar así el amor que da la vida a aquellos que ama. Sin
sufrimiento no llegamos a comprender el sentido de la existencia, el
valor y la belleza de colaborar en generar vida según el designio del
Padre.
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Diciendo Padre nuestro confesamos no sólo nuestra fe en Dios, sino
también nuestra fe en la persona humana como hija de Dios, unida
indisolublemente a El. Dios nos une a todos en una solidaridad
indestructible porque participamos de su misma vida, tenemos el
mismo origen y el mismo fin. Estamos llamadas a cambiar el amor
del Padre amando también a su familia, reconociendo el misterio de
Dios en el rostro del otro, imagen de Dios, hijo/hija del Padre. Frente
a él no tengo ningún poder. Sólo puedo ser responsable. No existe en
el mundo ningún ser humano que no tenga una relación misteriosa
con Dios, una aspiración a la bondad, un sobresalto ante la belleza,
un presentimiento del misterio.
Si queremos saborear la dulzura de tener un Padre, debemos dejar
que el Espíritu Santo, con sus lamentos inexpresables, lo llame en
nosotras y le pida aquello que él mismo quiere darnos: un espíritu
cada vez más filial, un deseo cada vez más vivo de corresponder a su
amor amando a los que él ama.
La oración del Padrenuestro nos hace pedir que su nombre sea
santificado, que venga su reino y que se cumpla su voluntad. Dios
ha querido hacernos partícipes de su comunión de vida revelándonos
su nombre que es Amor. Un nombre que nos hace entrar en diálogo
con él y nos pone en relación de reciprocidad, de intercambio de
amor. En el tiempo de Jesús la santificación del nombre significaba
el testimonio hasta derramar la sangre. En la expoliación de la cruz
se revela el nombre propio de Dios que es amor hasta el final. Para
santificar el nombre de Dios debemos refugiarnos en la cruz de
Cristo, comprometernos a vivir en comunión, asociarnos a la misión
de Jesús que es hacer de diversos un solo pueblo: “Que todos sean
uno como Tú, Padre, y yo somos uno” (Jn 17,21). El compromiso
por la unidad comienza por los cristianos, si el ecumenismo. De
hecho el Padrenuestro une a todos los creyentes en Cristo.
Santificando el nombre de Dios en la comunión hacemos presente su
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rostro, su imagen, su semejanza. Santificamos el nombre de Dios
cuando lo bendecimos, cuando nos sentimos salvadas por El,
perdonadas, y estamos en comunidad y entre los jóvenes con el alma
llena de gracia, como María. Y cuando pedimos al Padre que venga
su reino y se cumpla su voluntad, pedimos que sepamos reconocer la
visión de Dios sobre la creación, sobre las personas y sobre la
historia humana. Pedimos que su reino se realice en nosotros, es
decir, la Alianza de amor que nos hace colaboradoras de su voluntad
de formar una sola familia con los que estaban dispersos,
restituyendo la dignidad de hijos y la comunión de los amigos de
Dios. Una antigua forma en el evangelio de Lucas dice: “venga tu
Espíritu Santo”. El Espíritu hace posible vivir el mandamiento de
Jesús de amar a Dios y al prójimo. El se hace voz en nosotras y pide
no sólo amar, sino dejarnos amar. Cuando respondemos al amor,
cuando el corazón se despierta, entonces la misma vida de Cristo, es
decir el soplo del Espíritu, se eleva en nosotras, “respiramos el
Espíritu”, como decía Gregorio el Sinaíta.
En lo profundo de nuestro ser su presencia expresa el lamento de la
creación, la espera del cosmos que anhela unirse a Cristo se convierte
en invitación a la comunión y a la responsabilidad. En la venida del
Reino, donde la justicia, la verdad, la belleza, el amor son energías
vitales, y también el cumplimiento de la voluntad de Dios. Jesús es
el verdadero lugar en que se cumple. El la ha realizado en su misterio
de muerte-resurrección. La inmensa fuerza de vida que la
resurrección ha introducido en el mundo no se expresa sólo en
destinos individuales, sino en la historia la cual, como dice una
Autor, no es un pasillo vacío.
A pesar de los horrores y las contradicciones, que ayer como hoy,
continúan atravesándola, deja vislumbrar el paso de Dios, su visita
que invita a las conciencias a una revolución pacífica para ser
fermento de la civilización del amor. Sólo la santidad que es el “sí” al
Padre en Cristo, puede sanar el mal de raíz. A ella apela el Papa en su
carta Novo Millennio Ineunte
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La santidad se nutre del pan cotidiano de la Palabra y del Cuerpo de
Cristo, de la voluntad de Dios, que sabe lo que necesitamos para
vivir como hijos/as. La petición del pan de los hijos impone la
exigencia del compartir, y no sólo del pan material. El sacramento
del altar – dice san Juan Crisóstomo – es inseparable del sacramento
del hermano. En el Padrenuestro pedimos a la vez el pan de la
fraternidad, el pan del Reino, de la belleza, el pan del diálogo y del
perdón. El perdón recíproco se hace signo del perdón recibido de
Dios. El perdón es también la última palabra que los hijos y las hijas
del Padre pueden decirse para recrear actitudes de recíproca acogida
y gratitud.
La petición sobre la tentación evoca la presencia del Tentador que se
opone a la venida del Reino y concluye con la confidencia del hijo
que cree en la voluntad del Padre para liberarlo de la seducción del
Maligno. Hoy, la seducción más grande parece ser la de querer
prescindir de Dios, de sentirse aligerados del misterio viviendo sin
preguntas ni asombro. En la Iglesia, debemos sentirnos
comprometidas a combatir al Maligno poniendo signos legibles que
despierten interrogantes de sentido en grado de suscitar preguntas y
de abrirse a la invocación. A los pies de la cruz de Cristo
aprenderemos a ser personas que con humildad y decisión actúan
para regenerar el tejido vital y social constantemente lacerado por el
Destructor.
Entrar en la visión que Jesús nos ha abierto sobre el Padre y sobre su
designio de salvación de la humanidad es celebrar nuestra adhesión a
El, confirmar la respuesta a la Alianza, vivir en la luz de la nueva
criatura que exclama en el Espíritu “Abba´, Padre!” (Rom 8,15)
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La política del Padrenuestro.
“Mi política es la del Padrenuestro” – respondía don Bosco a Pio IX
que, en un momento de grave dificultad para el nombramiento de los
Obispos y con motivo de las presiones políticas en la Italia del 1867,
le preguntaba con qué política él, en su lugar, habría actuado. “En el
Padrenuestro – explicaba don Bosco – suplicamos cada día que
venga el Reino del Padre celeste sobre la tierra, que se extienda
siempre más, es decir, que se haga más sentido, más vivo, más
potente y glorioso: Adveniat regnum tuum! Y es esto lo único que
importa” (MB VIII 593s). Don Bosco no dejó de ofrecer sabios
consejos prácticos, que el Papa escuchó con gratitud y puso en
práctica puntualmente. Sabía captar la santidad de un hombre que
buscando la voluntad de Dios y el advenimiento de su reino era el
más idóneo para indicar caminos posibles de comunión y de paz.
Tales caminos nacían de la certeza de la paternidad de Dios. Más que
de la paternidad terrena, de la que no pudo gozar durante mucho
tiempo, don Bosco había experimentado la presencia amorosa del
Padre celestial a lo largo de toda su vida. Por esto deseó ser padre
para sus muchachos y tradujo el amor recibido en “amorevolezza”,
que es amor educativo, hecho perceptible. También por esto se hizo
mendigo, para que sus hijos no careciesen de pan, trabajo,
profesionalidad para ser honrados ciudadanos mientras vivían como
buenos cristianos bajo la mirada del Padre. Había comprendido que
la regeneración de la sociedad partía de corazones renovados,
abiertos a la fe, de conciencias conocedoras del sentido del
“nosotros”, en cuanto hijos del Padre común, que hace a todos
hermanos y hermanas.
Y ¿qué significaba también para María Dominica referirse
continuamente a la Presencia de Dios que sostiene, anima y llena la
vida de amor? O la llamada al tiempo de vivir para el Señor q, para
su gloria y para la extensión del Reino, también en tierras lejanas? Su
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vida era una oración constante que le permitía estar en Dios y
caminar continuamente en su presencia, hacer su santa voluntad,
vivir la pasión por los intereses de Dios que miran la vida en plenitud
de sus criaturas en las que le resultaba fácil reconocer el rostro de
Jesús. Sabía que fomentar la vida de familia quería decir reforzar el
afecto, el don de sí, la comunión recíproca, aún cuando costaba
sacrificio. Una mirada al crucifijo la consolaba y arraigaba mucho
más en el misterio pascual. Esto significó para ella vivir la Alianza,
mantener la fe en Aquel que ama primero y quiere el bien de todos
sus hijos e hijas.
La Alianza nos compromete a reconocer la visión del Padrenuestro
en las circunstancias específicas del momento en que vivimos, a
reanudar con todo nuestro ser la línea de la misión educativa
comprometida en promover la globalización de la solidaridad para
una cultura de la paz.
No habrá paz en el mundo hasta que no hayamos conseguido
sentirnos todos hermanos y hermanas, promover una mentalidad
distinta abierta al diálogo, al respeto, al compartir, al reconocimiento
de los derechos inalienables de cada hombre y mujer, en primer lugar
el derecho a la subsistencia, que pide a los pocos beneficiarios de los
recursos del planeta sensibilidad y autodelimitación por una
solidaridad sin fronteras.
Pero los mensajes de paz y solidaridad sólo pueden partir de un
corazón pacífico. Por esto es indispensable acostumbrarnos y
acostumbrar a vivir como personas interiormente unificadas, y por
tanto, capaces, todas juntas de confianza y compromiso, de gozosa
espera en el mañana que viene de las manos del Padre y de la tarea
responsable en la misión educativa, de atenta sensibilidad en
promocionar a los jóvenes y los pobres, en particular a las mujeres,
para que sean ciudadanos según el evangelio. (cf Cir. 828)
La política del Padrenuestro, invocada por don Bosco, expresa
también la línea de fondo que motiva nuestro compromiso de
ciudadanía evangélica. De hecho estamos convencidas que educar
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"buenos cristianos y honrados ciudadanos" exige de raíz sentirnos
hijos e hijas del mismo Padre y educar a vivir en consecuencia.
Desde esta óptica una primera actitud a promover en los jóvenes es la
de la admiración,la del silencio, del asombro que abre a la gratitud y
afina la capacidad de contemplar el cielo en el propio corazón.
Evagrio Pontico (monje del s. IV) advierte que en el corazón se
recoge todo nuestro ser, encuentra su centro y se abre sobre un
abismo de luz.: el azul interior. Nuestro deber de educadoras es
entonces despertar las fuerzas del corazón a través del amor, de la
belleza como vía de comunión, favoreciendo el silencio y la paz que
disponen a reconocer la presencia del Padre.
El Padre nos hace hijos y hermanos. A él, Padre nuestro, le pedimos
el "pan de cada día" para todos. Enseñar a los jóvenes a presentar
esta petición es también favorecer en ellos la justa relación con la
tierra, con las cosas, con las personas; es invitar al compartir
solidario que reconoce la igualdad de la dignidad humana
fundamental y excluye toda forma de discriminación y de racismo.
Rezar por el pan de cada día es rezar por todo cuanto es necesario en
la vida; para que en la distribución de los recursos entre los
individuos y los pueblos se pueda realizar siempre el principio de una
participación universal de cada persona en los bienes creados por
Dios; para que el empleo de los recursos en armamentos no
perjudique o destruya directamente el patrimonio de la cultura; para
que las medidas restrictivas juzgadas necesarias para frenar un
conflicto no sean causa de sufrimientos inhumanos para la población
indefensa.
Rezar con los jóvenes por el pan cotidiano es pedir al Padre que nos
ayude a vivir en la sociedad compleja y globalizada sin permanecer
indiferentes frente a nadie, pero haciéndonos cargo de ellos,
trabajando por la paz, apostando por una participación responsable en
la construcción de una sociedad en la que a cada persona se le
permita vivir en la dignidad y la libertad de los hijos. El compromiso
responsable en la sociedad global requiere conocer la complejidad
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de las políticas de los diversos países y los mecanismos que regulan
las leyes del mercado a nivel nacional e internacional. La relación
con el Padre de Jesús y Padre nuestro es elemento de crítica y criterio
de confrontación para compartir y asumir
las orientaciones
propuestas en aquellos lugares.
El pan de cada día que hay que pedir al Padre es también el perdón.
Somos frágiles, a veces incapaces de tolerancia, de perdón
recíproco. El respeto por el misterio del otro ayuda a aceptar su
secreto, su soledad, su ser diferente. No podemos comprenderlo,
conocerlo, juzgarlo todo. Si nos educamos y educamos a acoger
nuestra vida de las manos del Padre y a fiarnos de El terminamos por
no pertenecernos más. Llegados a este punto todo es gracia y la
conciencia de ser deudores unos de otros nos lleva a una
reconciliación y una solidaridad más fuerte.
La práctica del perdón dado y recibido abre un horizonte educativo
que es hoy de extraordinaria importancia para ayudar a vencer las
numerosas formas de intolerancia colectiva, de protesta violenta, de
individualismo exasperado, cerrado a la búsqueda compartida de
vías pacíficas y constructivas de convivencia.
Como es fácil reconocer, la política del Padrenuestro expresa de
manera esencial el tema capitular. Por esto, la oración que Jesús nos
ha enseñado es particularmente adecuada para pedir al Padre una
renovada conciencia de la respuesta personal y comunitaria a la
Alianza y desarrollar la tarea de educarnos y educar a la ciudadanía
activa, que como cristianas, llamamos ciudadanía evangélica.
Propongo vivir cada día el Padrenuestro como oración especial
por el éxito del Capítulo general. Desde la liturgia de las Horas, a
la Eucaristía, al Rosario, la invocación al Padre envolverá todo el día,
nos ayudará a hacer nuestros los sentimientos de Cristo, a vivir hasta
el fondo el proyecto de obediencia a la Alianza y el mandamiento del
amor.
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Con Jesús nos sentimos ciudadanos del mundo y del Reino que
viene. En su nombre trabajamos por una cultura de la solidaridad y
de la paz. La nueva sociedad podrá nacer sobre el fundamento de las
bienaventuranzas del que El ha dado testimonio.
Su Espíritu nos dé un corazón nuevo capaz de abrirse a la fe y a la
gratitud y nos haga signos y testimonios del amor del Padre. Su
presencia haga de nuestras comunidades un auténtico laboratorio
donde la oración sale de la vida y se expresa en la vida. Como la de
María, hija predilecta del Padre y primera ciudadana del Reino.
Vivamos el mes de octubre, dedicado al Rosario y a las misiones, en
su compañía para meditar los misterios del Hijo, encontrar a Dios
presente en las criaturas y pedir que su reino de justicia y de paz
actúe a través de nuestra disponibilidad a su voluntad.
Quiero terminar citando una meditación de Evagrio Pontico que en
cierto modo parece resumir las ideas fundamentales expresadas en
esta carta: “La oración es hablar con Dios, abrirnos a él amándolo. La
oración es defensa contra la tristeza y el desánimo; es un brote de la
mansedumbre. Es un fruto del desprendimiento y de la alegría. Si de
verdad deseas rezar no aflijas a ninguna criatura”
Roma, 24 de septiembre de 2001
Affma. Madre Antonia Colombo
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