Ámbitos de la Autoeducación

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La Autoeducación: alzando los muros de mi Santuario vivo.
Ámbitos de la autoeducación
 Intelecto
 Voluntad
 Corazón
Hemos avanzado por el camino de este tremendo desafío que significa la autoeducación. Nos
hemos ido acercando más al tema, reflexionando, descubriendo nuevas cosas que nos ayudan a
avanzar. Así se van alzando firmes los muros de nuestro propio Santuario vivo!
Es la hora de dar un pasito más y de aterrizar a diversos ámbitos nuestra autoeducación. Aquí
proponemos 3 que son fundamentales para todo ser humano: la educación del intelecto, de la
voluntad y del corazón. Sabemos que la gracia consiste en que estas tres facultades estén al
servicio de lo que Dios ha pensado para nosotras. Jesús mismo proclama: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: “...y
con todas tus fuerzas”).
Por el pecado original estas facultades quedaron desordenadas y desintegradas… muchas veces
no somos concientes de esta realidad, pero la Mater en el Santuario nos regala la luz para
descubrir los mejores caminos para llegar a nuestra meta.
¡Todas las fuerzas de mi mente, de mi voluntad y de mi corazón tienen que ser educadas para
lograr esa armonía que Dios quiere y espera de mí! Es un trabajo apasionante! Así se construyen
firmes e indestructibles los muros de tu Santuario.
Sugerencia de Modalidad de Trabajo:
-
¿Cuál idea contenida en los siguientes textos es más fuerte para ti y por qué?
¿Cuál de las tres facultades creo que en mí necesita más de mi autoeducación? ¿por qué?
¿He trabajado con ella? ¿Cómo lo he hecho?
Intercambiar cómo se manifiestan las desintegraciones de estas facultades en nosotrasEntre todas dar sugerencias de propósitos para educar las tres facultades.
“Si no logramos educar hombres que sepan decidir por sí mismos y que, a partir de esa autoeducación,
sean capaces de realizar con vigor lo decidido, humanamente hablando nos encontraremos desvalidos ante
el mundo moderno” (J.K, desafíos de nuestro tiempo)
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Extracto del Libro: “Desafíos de nuestro tiempo”
Padre José Kentenich
UNA MARCHA EN EL VACÍO
Una total marcha en el vacío ha comprometido al hombre entero: su intelecto, su voluntad y su corazón. Debido a
que estas facultades espirituales ya no encuentran su objeto correspondiente, se puede comparar al alma con una
máquina que marcha en el vacío. Al intelecto se le ha privado de la verdad; a la voluntad, de lo bueno; al corazón se
le ha privado de personas que pueda amar. Casi pareciera que pudiésemos palpar el cáncer hasta en sus más finas
ramificaciones.
A partir de esta realidad, podemos comprender por qué la persona carece de consistencia; por qué le falta vida,
plenitud, profundidad, interioridad y riqueza. Está expuesta sin medida a las influencias que llegan del exterior, ya
sea que se trate de la opresión por parte de un dictador, de la sugestión de la masa o del impulso de los sentidos e
instintos.
Desintegración del intelecto
Cuando el intelecto (del hombre mecanicista) es todavía capaz de pensar, entonces su raciocinio camina a saltos,
sin relación interior, atomizado. Lo que viene después no le interesa. Por eso el proceso de pensamiento ya no se
puede comparar con una línea ni menos con un círculo. Ni para lo uno ni para lo otro alcanza la fuerza de su
capacidad de concentración. "Discontinuidad" llama el filósofo suizo Picard a esta manifestación de desintegración.
En el hombre actual, una valoración moral de los actos sobrepasa su capacidad de comprensión. En la moralidad de
una secuencia de actos ni siquiera hay que pensar. De este modo se explican cosas que nosotros hemos podido
observar en los campos de concentración del mundo actual y que, de otro modo, serían absolutamente inexplicables
(...).
El hombre colectivista ha llegado a deformarse de tal modo que es incapaz de tomar interiormente posición frente a
lo que escucha, a lo que ve o lee. Todo esto no le interesa. Por eso, tampoco lo toma en serio. Sólo a una cosa se
aferra con todo su ser: a las ventajas económicas que pueda obtener para sí. Para eso está despierto y tiene un fino
oído. Esto es lo que llena su alma, si es que en ella todavía hay lugar para algo. También para él han perdido
enteramente su valor los principios morales y los hechos históricos. Sólo triunfa en él lo momentáneo, lo que el
momento pueda proporcionarle en sensaciones. Verdaderamente, una marcha en el vacío, en el peor de los
sentidos, para el intelecto.
Desintegración de la voluntad
Lo mismo vale para la voluntad. Un hombre colectivista no sabe qué hacer con el regalo regio de la libertad en sus
dos dimensiones, como capacidad de decidir y como capacidad de realizar. Está contento cuando otros pueden
decidir por él. La frase: "homo agit, non agitur" (el hombre actúa, no es actuado), puede tener validez para otros, pero
no para él y sus semejantes: Uno estaría casi tentado a decir: "Erase una vez...". Antes el hombre veía su valor y su
dignidad en ser él el dueño de sus decisiones y en responder por sus acciones; en ser dueño de las circunstancias;
en crecer a través de ellas y no dejarse manipular por éstas. Hoy habría que decir lo contrario: "homo agitur, non
agit" (el hombre es actuado, no actúa por sí mismo).
El hombre colectivista se siente bien en este estado de cosas. Cuenta con la ventaja de que el individuo desaparece
en la masa y es protegido por ella. De este modo puede adormecer, en el continuo ajetreo de la masa, la aplastante
angustia existencial. Para comprender toda su horrenda tragedia, sería preciso haber estado uno mismo, durante
años, en tal ajetreo. Entonces, uno está inclinado a entender la masa como un rebaño que sólo reacciona ante las
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órdenes que se le vociferan; como un autómata que sólo puede ser puesto en movimiento desde afuera: una
gigantesca máquina que espera al dictador "como el maquinista del caos que funciona impecablemente"; una masa
que se diluye en átomos que no tienen ni trabazón ni consistencia interna; un rebaño de animales salvajes que se
entrega voluntariamente al cuchillo de sus domesticadores, después que se han puesto indolentemente a su
disposición. ¡Verdaderamente un estado de indignidad!
Nos preguntamos: ¿cómo se comporta el hombre personalista frente este hombre colectivista? ¿Cómo desarrolla su
capacidad de decidir y de realizar lo decidido? (...).
Atrofia del corazón
Semejante marcha en el vacío abarca también al pobre corazón que está supeditado a un tú personal, a una
cercanía y a una vinculación personal; a ser acogido y a un acoger en forma personal. El hombre colectivista, de
hecho siempre y constantemente se mueve en torno a la masa y es arrastrado por ella. Su corazón, sin embargo,
permanece completamente vacío y romo. Ya no es capaz de acoger a un tú personal y tampoco encuentra el acceso
hacia éste. Por eso, ningún otro ser en el mundo se siente tan aislado y solitario como él.
¿Con quién podríamos comparar al hombre colectivista? ¿Con un ermitaño? Pero el ermitaño está únicamente solo
respecto del mundo exterior: interiormente conoce el maravilloso secreto de una estrecha unidad de corazones con
Dios. ¿Podremos compararlo con un vendedor? Puede ser que se le rechace de puerta en puerta; sin embargo, él al
menos aquí o allá encuentra personas que le demuestran interiormente una cierta benevolencia, le responden
amablemente un saludo y se interesan por su suerte. ¿Lo compararemos con un preso en una cárcel solitaria? Este
tiene al menos, en sí mismo, un mundo interior y se alegra con el más pequeño ser vivo que encuentra, aunque no
sea sino una sabandija. En todo caso, aún vive en él el instinto de la libertad.
Todo esto no lo conoce el hombre colectivista. Constantemente está huyendo de sí mismo, del estar solo;
constantemente está escondiéndose en el trabajo afiebrado y en la masa; en el cine, en el club o en alguna
asociación. De allí la rápida y creciente desintegración de toda su personalidad.
La masa aniquila el núcleo de la personalidad. Un amor verdadero se entrega a sí mismo, pero al mismo tiempo
recibe como regalo no sólo una complementación y enriquecimiento a través del tú personal, sino también una
posesión más segura y más profunda de su propia originalidad. Esto sólo lo entiende aquél que ha aprendido a amar
de verdad. "El que no ama permanece en la muerte" (1 Jn. 3, 14). La relación íntima entre el darse a sí mismo,
propio del amor, y la maduración de la propia originalidad que se logra a través de este proceso, lo ha descrito
clásicamente Jesús con las siguientes palabras: "El que quiere salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida
por mí, ése la salvará" (Lc. 9, 24).
El corazón que se ha masificado, que gira en el vacío, que se ha secado y anquilosado, ya no es capaz de un afecto
personal ni siquiera del odio. Actos de odio, productos de una orden, no pueden ser considerados sin más como
actos personales. Excluidos de éstos están el sentimiento de angustia y el ansia de tener.
El colectivo y su representante saben manejar magistralmente la sicosis de angustia para mantener constantemente
en movimiento, según las órdenes que se le impartan, a esta pieza de la máquina que se llama hombre. También
saben procurarle un buen ánimo: por eso le dan trabajo y pan.
¿He pintado, acaso, con colores demasiado oscuros la imagen del hombre colectivista? Estaría contento si se me
pudiera mostrar una variación del colorido, en miras de la dignidad del pobre hombre. Sé, también, que no se puede
encontrar cada rasgo descrito siempre y en la misma medida en cada individuo. No queremos afirmar esto. Como en
toda tipificación, también aquí se trata de detectar la meta final hacia la cual tienden todas las corrientes colectivistas.
Ciertamente que en esta dirección hay una cantidad enorme de rutas y de accesos diferentes y de diversas
modalidades.
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Necesidad de una visión clara
El intelecto, la voluntad y el corazón están en peligro de caer en esta marcha en el vacío. Por eso, estas tres
facultades deben ser objeto especial de nuestra atención. Sin embargo, dado que en nuestra época vivimos el triunfo
del irracionalismo, y que la vida cotidiana, con su caos apocalíptico, incontables veces exige al corazón y a la
voluntad las realizaciones más costosas, existe el gran peligro de que el intelecto sea dejado de lado. Por eso, nos
dirigimos particularmente a él. A esto se agrega que la vida, hoy día, es tan intrincada y tan problemática, que a la
larga, sin una visión clara y sin un profundo amor a la verdad, no podemos salir adelante. Sin esto, ni siquiera
nuestra conciencia puede ser formada como corresponde.”
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