(I). Fragmento con preguntas respondidas

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La República. Libro VII. Texto de trabajo y preguntas respondidas
—Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que
se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la
vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol. En cuanto a la
subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la
ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es
lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin,
he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con
trabajo, es la Idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de
todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha
engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de
verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente
en su vida privada o pública.
—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo estarlo.
—Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que
han llegado a ese punto no quieran ocuparse en asuntos humanos, antes bien, sus almas
tienden siempre a permanecer en las alturas, y es natural, creo yo, que así ocurra, al menos
si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado.
—Es natural, desde luego —dijo.
—¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las
contemplaciones divinas a las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo
cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrado a las
tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro lugar
cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo y a
contender acerca del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia
en sí?
—No es nada extraño —dijo.
—Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que son dos las maneras y dos
las causas por las cuales se ofuscan los ojos: al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la
tiniebla a la luz.
Platón. La República. Libro VII
1.Analiza el significado que en el texto tienen las nociones de “región inteligible” y
“mundo visible”
2. Según la argumentación del texto, ¿qué funciones cumple la Idea de Bien en la filosofía
de Platón? Explícalas.
RESPUESTAS
PREGUNTA:
1. Analiza el significado que en el texto tienen las nociones de “región inteligible” y
“mundo visible”.
RESPUESTA:

CONTEXTUALIZACIÓN DEL TEXTO
Al principio del Libro VII, Platón describe el Mito de la Caverna, conjunto de comparaciones
y metáforas que articula su concepción de la realidad (ontología), su teoría del conocimiento
(epistemología) y, lo que constituye el eje central del tratado, y a cuyo objetivo se pliegan el resto
de explicaciones, su idea del gobierno de los hombres justos (ética y política). El Mito de la
Caverna es el pretexto para desglosar la que es, quizás, la teoría más influyente del pensamiento
platónico: la Teoría de las Ideas.

OBJETIVO-EJE DEL TEXTO
El texto objeto de comentario (517b -518a), expuesto inmediatamente después de la
narración del mito en sí, abunda en el eje central del Libro VII, esto es, trata de responder a la
pregunta: cómo debe obrar la persona que quiere ser virtuosa (tenemos la clave en 517c:
“…tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública”). La
comparación del mito con la ontología platónica (mundos sensible e inteligible) y con el proceso de
ascensión del alma hasta el conocimiento en sí (epistemología y dialéctica) está, pues, al servicio
de la idea rectora de toda la obra: justificar que sólo aquel capaz de trascender, “…con trabajo” el
conocimiento de lo sensible (y aquí, “con trabajo” hace referencia al duro y largo proceso educativo
del gobernante, desde la gimnástica y la música hasta las matemáticas y la filosofía), estará en
condiciones de alcanzar la virtud. Alcanzar la virtud, merced a la influencia del intelectualismo
moral de Sócrates, significará esencialmente abrazar el conocimiento científico, esto es, el de la
realidad absoluta de las esencias o Ideas, sobre las cuales destaca, como el sol sobre el universo,
la Idea de Bien, de cuya participación (dependencia ontológica) deriva el ser de todas las demás.
La virtud, cualidad esencial del gobernante, es conocimiento. Y el conocimiento de lo real sólo está
en manos de aquel que procede “de la tiniebla a la luz”, el prisionero liberado, el alma purificada,
quien renuncia a sí mismo para abrazar las ideas inmutables: esto es, el filósofo. Se fundamenta
así la doctrina central de La República, la del filósofo-gobernante.

LOS CONCEPTOS
En el marco descrito, pues, la región inteligible, o, tal se refiere a ella en otros momentos
del texto, “el mundo de arriba”, la que mora “en las alturas”, aquella en la que se producen “las
contemplaciones divinas”, es la sede de la “justicia en sí”, como lo es del resto de las ideas
platónicas. La región inteligible no es otra cosa que la realidad metafísica absoluta, la única
realidad. Es realidad porque, a diferencia de Sócrates, para quien las definiciones esenciales
(origen, no lo olvidemos, de las ideas de su discípulo) eran contenidos mentales, para Platón
constituyen un mundo existente en algún lugar. Es metafísica porque el mundo de las ideas
trasciende el mundo de lo material, lo concreto, lo visible, lo cotidiano y lo corpóreo (hay aquí un
rechazo explícito del naturalismo de los filósofos de la physis). Cuando el alma ha sido guiada
hasta el conocimiento, aquélla, consciente de que nada más verdadero puede ser representado, ya
no desea regresar, “no quiere ocuparse en asuntos humanos… (…) y es natural que así ocurra”.
Este es el momento en que la inteligencia (noesis) alcanza la “visión” del orden y la armonía que
allí rige. De algún modo, el filósofo ha abandonado entonces este mundo. La luz del sol, como en
el mito, lo impregna todo.
El mundo visible, correspondiente ontológicamente con la realidad sensible, es
representado en el mito platónico por la caverna. A destacar aquí que, al igual que ocurre con el
alma y el cuerpo, pareciera que éste no deje de ejercer jamás una atracción sobre la parte pura. El
cuerpo atrae al alma hacia las pasiones; la opinión (doxa), forma efímera, imperfecta y falible de
conocimiento, propia de “los que jamás han visto la justicia en sí”, atrae al alma siempre hacia la
“vivienda-prisión” y la obliga “a discutir en los tribunales”. Tras la evidente alusión a la condena y
muerte de Sócrates se adivina otra idea más profunda: el dolor (calificado en el texto como torpeza
y ridículo) del alma tras descender, rebajarse a lo sensible (“pasar de la luz a la tiniebla”), y, sin
embargo y a la vez, la necesidad inapelable de hacerlo. La obligación moral del filósofo para con
la polis. La virtud no se cultiva en el vacío. El origen de la filosofía platónica, la voluntad de razonar
sobre el estado justo, que ya apareciera, retrospectivamente, en la Carta VII, se manifiesta ahora
con toda intensidad. Al final del camino nos damos de bruces con las mismas motivaciones del
principio. Y he aquí el eterno retorno del platonismo, su estrecha y definitiva vinculación al
individuo, a su dimensión moral (incomprensible para un griego fuera del marco de la polis, y, por lo
tanto, de lo colectivo, de lo político) y, en síntesis, a la búsqueda de su felicidad (eudaimonia).
PREGUNTA:
2. Según la argumentación del texto, qué funciones cumple la Idea de Bien en la
filosofía de Platón.
RESPUESTA:
La Idea de Bien, cuya metáfora el el Mito de la Caverna es el Sol, es para Platón una idea
de naturaleza superior a las demás, como deja entrever varias veces a lo largo de su obra. De ella
participan las otras ideas, ella es la referencia para el conocimiento verdadero y ha de ser
“contemplada” por todo aquel que desee convertirse en un hombre vituoso. De ello, pues, se deriva
que la Idea de Bien cumple una triple función en el texto de Platón: ontológica, espistemológica y
ético-política.
Función ontológica. La Idea de Bien es superior a todas las demás. De ella han de participar las
otras, que son “efecto” suyo. En 517b se dice: “…ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay
en todas las cosas”. La Idea de Bien es la idea suprema, por cuya causa todo es lo que es. El resto
de las ideas depende ontológicamente de ella, así como las cosas del mundo visible dependen
ontológicamente de la ideas.
Función epistemológica. La Idea de Bien actúa también como referente, guía u orientadora del
proceso que conduce a la sabiduría. En este sentido, Platón habla de “producir la verdad y el
conocimiento”. Para la filosofía platónica, la inteligibilidad o cognoscibilidad de las ideas depende
de la participación en ellas de la Idea de Bien. Ésta se convierte, pues, en garante de la
racionalidad del mundo inteligible y, por tanto, del conocimiento auténtico o “científico”. En el último
peldaño, la filosofía es representada como el culmen del proceso de ascensión dialéctica del alma,
y como sinónimo de la racionalidad absoluta.
Función etico-política. Sabemos que las dimensiones privada y pública del ser humano están
inextrincablemente ligadas en el pensamiento griego. La realización moral del individuo no tiene
objeto fuera de la polis. Así, la Idea de Bien, que ha de contemplar “quien quiera proceder
sabiamente en su vida privada o pública” deviene fundamento de la virtud humana. Fundamento
ético y político, pues no cabe pensar que pueda gobernar justamente un estado quien no haya
“visto” (alcanzado, comprendido) el Bien. Pero el Bien ha de ser contemplado “por fuerza” por
quien recorra el camino tortuoso y largo de la educación filosófica. Por tanto, concluído el proceso,
el filósofo estará en condiciones de aplicar su saber a la polis, en la auténtica seguridad de que tal
conocimiento proporciona al estado la eticidad que le conviene. En otras palabras, es imposible
obrar moralmente mal, o gobernar injustamente, una vez el Bien ha sido conocido. Resuena otra
vez aquí el eco del intelectualismo moral socrático.
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