*L`enfoc de la geografia radical: DAVID HARVEY GEÓGRAFO

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*L’enfoc de la geografia radical: DAVID HARVEY GEÓGRAFO
El nuevo urbanismo y la trampa comunitaria.
David
Artículo
publicado
el
26
de
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
noviembre
de
2000,
en
LA
Harvey
VANGUARDIA
El nuevo urbanismo está en la cresta de la ola. Todo el mundo es su entusiasta defensor. Porque, al
fin y al cabo, ¿a quién le gustaría que le llamasen "viejo urbanista"? Podría decirse -discurre el
razonamiento- que la vida urbana es susceptible de ser mejorada en su raíz, que puede
transformarse en una vida más "auténtica" y menos desangelada, y también más eficiente, por el
procedimiento del regreso a conceptos tales como vecindario y comunidad, que antiguamente
proporcionaron tanto temple y tanta coherencia, continuidad y estabilidad a la vida urbana. La
memoria colectiva de un pasado más cívico puede recuperarse de nuevo si se recurre a los símbolos
tradicionales. Las instituciones de la sociedad civil, si reciben el estímulo que pueden aportar la
arquitectura ciudadana y la adecuada planificación urbana, pueden perfectamente verse consolidadas
como los fundamentos de un tipo de urbanización mucho más civilizado.
Existen distintas variantes de tal razonamiento.
La versión Costa Este americana propone un crecimiento urbano de alta densidad y de uso
residencial mixto, en su mayor parte dirigido a las áreas residenciales y de esparcimiento. Si bien las
infraestructuras públicas y los niveles medioambientales son indudables, los proyectos se conciben
principalmente para aquellos clientes pudientes cuyo estilo de vida, sin embargo, permanece
inalterado (siguen recorriendo largas distancias para ir al trabajo). Lo que se vende es un concepto de
comunidad y un entorno de vida más seguro. Insertos en un modelo de expansión urbana acelerada,
tales edificaciones constituyen oasis aislados de vida privilegiada para las élites.
La versión británica subraya el ideal de un "pueblo urbano". Combina la nostalgia por un pasado
perdido (que apela a los estilos arquitectónicos autóctonos de la Vieja Inglaterra) con una pizca de
conciencia social (mediante la incorporación de la vivienda social a la mezcla), e intenta, además,
aportar elementos laborales y comerciales a una fisonomía urbana caracterizada por un fácil acceso
en la propia localidad. La idea de un "pueblo urbano" goza de un extendido atractivo que abarca todo
el espectro social. Grupos étnicos, comunidades obreras tradicionales y grupos privilegiados han
adoptado esta idea con entusiasmo.
La versión Costa Oeste americana sitúa los núcleos de barrio "tradicionales" en el seno de un plan
regional más integrado de infraestructuras de transporte para enlazar los puestos de trabajo
espacialmente dispersos, las zonas comerciales y las instalaciones de ocio. Transige, por una parte,
con la dispersión de tales factores, pero trata de recuperar los ideales de una convivencia vecinal más
íntima y entrañable y de una vida de comunidad. Si tal política reúne unos métodos democráticos de
adopción de decisiones y una consulta al público generalizada, sus resultados pueden ser realmente
provechosos. Una versión ligeramente mitigada de lo que se expone apela al ideal del "crecimiento
inteligente". Una densidad más alta de crecimiento (justificada quizá por una referencia a los
conceptos de comunidad y de barrio) en torno a núcleos o centros ya existentes (en oposición a la
urbanización caótica), se considera más bien como una respuesta a la presión excesiva sobre los
fondos públicos, las infraestructuras (escuelas, agua potable, tratamiento de aguas residuales,
carreteras) y el medio ambiente (por ejemplo, la pérdida de suelo agrícola o de hábitats de alto valor).
El concepto de "crecimiento inteligente" ha cobrado un atractivo nacional en Estados Unidos, como el
único camino para reorientar la urbanización sin límites y caótica hacia una vía más eficiente y
respetuosa con el medio ambiente.
Caben muchos elogios en este movimiento que acabamos de describir, más allá de la descarga de
adrenalina inherente a la batalla con los saberes convencionales de un extenso abanico de
instituciones (constructores, banqueros, gobiernos, intereses de transportistas, etcétera). Responde a
los deseos y a la voluntad de pensar sobre el lugar de los polos urbanos especiales dentro de las
áreas regionales en su conjunto, y de aspirar a un ideal mucho más orgánico y global de aquello en lo
que las ciudades y las regiones podrían consistir. El intenso interés observado acerca de las formas
de desarrollo urbano más cercano humanamente e integrado que evite la monotonía agobiante de la
ciudad planificada horizontalmente es digno de alabanza, ya que libera un interes en la calle y en la
arquitectura ciudadana consideradas como escenarios de sociabilidad.
En el mejor de los casos, el nuevo urbanismo promueve nuevas vías para pensar la relación entre el
trabajo y la vida, y hace factible una dimensión ecológica del diseño urbano que, en cierto modo, va
más allá de la búsqueda de una calidad medioambiental superior, propia del consumidor de bienes
tales como árboles hermosos y estanques. Plantea, incluso, abiertamente el espinoso problema de lo
que hay que hacer con las despilfarradoras exigencias energéticas de la forma de urbanización
basada en el automóvil, que ha predominado mucho tiempo en Estados Unidos y que de modo
creciente amenaza con tragarse las ciudades en Europa y en otros lugares.
Sin embargo, hay mucho margen aún para el escepticismo. Para empezar, no es que haya muchas
novedades en todo esto. El nuevo urbanismo rebosa de nostalgia por una idealizada vida de pequeña
población y estilo de vida rural que nunca existió. Las realidades de tales lugares estuvieron con
frecuencia caracterizadas por un ambiente represivo y limitador, más que por ser realidades seguras
y satisfactorias (al fin y al cabo, ésta fue la clase de mundo del cual las generaciones de emigrantes
ansiaban huir, y precisamente no acudían a él en tropel). Y además, el nuevo urbanismo, en la
manera en que es descrito, muestra señales abundantes de represiones y exclusiones en nombre de
algo llamado "comunidad" y "barrio" o "vecindario".
El nuevo urbanismo puede caer fácilmente en lo que denomino la "trampa comunitaria". Desde las
primeras fases de la urbanización masiva a la industrialización, el "espíritu de comunidad" se ha
enarbolado como antídoto frente a cualquier amenaza de desorden social o descontento. La
comunidad ha sido incluso una de las claves del control social y de la vigilancia, al borde de la abierta
represión social. Comunidades bien arraigadas a menudo excluyen y se autodefinen contra otras,
erigen todo tipo de señales de "prohibida la entrada" (cuando no tangibles muros y puertas). El
chovinismo étnico, el racismo, la discriminación clasista avanzan reptando hacia el interior del paisaje
urbano. El nuevo urbanismo puede, por esa razón, convertirse en una barrera, más que promover el
cambio social progresivo.
La mayoría de los proyectos que se han materializado en Estados Unidos (guiados por el afán de
lucro del promotor) se refieren a la mejora de la calidad de la vida urbana para los ricos. Ideales de
comunidad, tradición y nostalgia por un mundo perdido son puntos de venta más que realidades
sociales y políticas. Aquí se hacen pocos intentos para estar a la altura de la esencia del descontento
urbano, y no hablemos ya del empobrecimiento y el deterioro de las ciudades. Las invocaciones a la
comunidad y al barrio como ideología son irrelevantes ante el destino de las ciudades que hoy día se
fragua. A falta de empleo y de generosidad gubernamental, las declaraciones y pretensiones "cívicas"
del nuevo urbanismo suenan a huecas, sino a hipócritas.
¡Europeos, tened cuidado! A no ser que el nuevo urbanismo forme parte de un ataque frontal contra
las rampantes desigualdades sociales y el malestar urbano, fracasará rotundamente en la tarea de
cambio de cualquier factor realmente sustantivo y esencial. En realidad -como sucede en Estados
Unidos- puede constituir sólo una parte del problema de la creciente segregación racial, en lugar de
ser una solución para los dilemas de la vida urbana.
Este movimiento repite asimismo -a un nivel básico- la misma falacia de los estilos arquitectónicos y
de planificación que critica. Para decirlo en pocas palabras, perpetúa la idea de que la planificación
urbana puede ser la base de un nuevo orden moral, estético y social. El diseño correcto y la calidad
arquitectónica serán la gracia salvadora de la civilización. Pocos partidarios del nuevo urbanismo
suscribirían una tesis tan brutal. El nuevo urbanismo cambia el marco espacial, pero no la presunción
de que el orden espacial puede ser el vehículo para controlar la historia y el proceso social.
Se advierten signos de que el nuevo urbanismo se consolida en el favor del público. Promotores y
financieros están interesados. Parece que se vende bien entre quienes pueden permitírselo. Crea un
paisaje urbano estéticamente más agradable -aunque nostálgico- que las tenues y uniformes áreas
residenciales que viene a sustituir. Puede incluso contribuir a una mayor eficiencia de los usos del
suelo urbano. Sin embargo no ofrece en sí mismo -como con frecuencia pretende- una panacea ante
el descontento social y la degradación medioambiental. No es la base privilegiada de una experiencia
urbana fundamentalmente nueva. Por sí mismo, no hará más que envolver otra vez viejos problemas
bajo una nueva apariencia.
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