Consumos problemáticos: una mirada hacia la actualidad. Jacques Alain Miller afirma que el toxicómano es uno de los principales representantes de estas nuevas formas del síntoma que la modernidad presenta al mundo y en este sentido es, sin saberlo, un prototipo de la modernidad1. El siguiente trabajo aspira a hacer un recorrido a través de algunas lecturas que ayudan a entender las adicciones no ya como un problema intrínseco de ciertas sustancias sino como un problema de un individuo y una cultura. La experiencia toxicómana posee el carácter de intentar borrar el Inconsciente. El sujeto nada quiere saber de eso, nada le interesa aceptar más que aquello que le signifique puro goce. En los años 80 en nuestro país, existían referentes sociales e ideológicos que funcionaban a modo de ordenamiento del yo. Sabemos que a menores o más débiles referentes, mayor debilidad del yo, mayor necesidad de prótesis y de recurrir a los mecanismos a los que se refiere Lacan con el fin de generar la imagen ilusoria de unidad del yo. Sin referentes, la identidad, la ilusión de unidad a través de un Otro que lo sustente, no se constituye. Tal estado de cosas, requerirá mayores intentos de recuperación de la ilusión de unidad. Ante este vacío, el sujeto no intenta representarse por ningún significante, no se busca un significante sino un objeto que colme esa falta a través de una experiencia real. En el cuerpo en el caso de las adicciones, en la presencia de objetos en al vida cotidiana del gastador compulsivo… en el apetito devorador en el caso de la bulimia. En el consumo, el querer SER es reemplazado por el TENER. La imagen paradigmática de esta tendencia de la actualidad puede resumirse en aquel anuncio televisivo cuyo lema reza “Hay más pianos que pianistas. Te hace feliz, comprálo”. Lo que impera no es el deseo de ser pianista, ni siquiera, posiblemente, el de tocar el piano; sólo y vacío está el individuo en búsqueda de tener un piano. Hay un vacío de significantes, un narcisismo revelado en la ausencia de simbolizaciones. Giles Lipovetzki describe la actualidad postmoderna en su libro La era del vacío, con la siguiente frase: “Don Juan ha muerto, Narciso se yergue”. Así describe este autor a una época en la que los ideales son reemplazados por el consumo y un ansia aparente de autoconocimiento y autocuidado, que no serían más que otras formas modificadas del consumo compulsivo de objetos que vengan a llenar el vacío de la ausencia de ideales. Pero esta aspiración al goce no genera un espacio de significantes sino un vacío aún más doloroso ya que, como lo afirmaría Hegel, nada sabremos de nosotros mismos a través de la apetencia del señor, si no a través de la creación, del trabajo del esclavo. En Fenomenología del Espíritu, Hegel describe la relación entre estos dos personajes que vienen a representar estos dos roles en los que puede quedar ubicado un sujeto: Hegel otorga al trabajo la función liberadora del esclavo. Porque se podría decir que el sujeto puede tener dos tipos de relación con las cosas: o las goza y por tanto las fagocita, las consume; o bien las transforma y de esta manera sabe algo de sí mismo, a partir del producto enajenado de su espíritu. Si se decide elaborar un objeto (en lugar de fagocitarlo) para que pase a ser parte de la cultura, es necesario resignar una cuota de apetencia, en palabras de Freud, esto sería el costo pulsional de la cultura. Pero sacrificar una cuota de goce no es una acción a la que el hombre posmoderno mire con buenos ojos. No hay cadena de significantes que vengan a convertir a los objetos en algo más que elementos químicos consumibles. A su manera, los objetos sufren la misma transformación descarnada que sufre el cuerpo humano frente a los nuevos parámetros de belleza, más cercanos a las muñecas de plástico y los avatares de los juegos electrónicos que a la raza 1 Miller, J. A. y Laurent, E.: El otro que no existe y sus comités de ética. humana. Por cierto, también el cuerpo humano parece ajustarse a los nuevos estándares de belleza de la mismidad. Lo que produce, a nivel general, esta ausencia de referencias, afirma Colette Soler, es la homogeneización, entonces, a la vez que una mayor segregación. Lo público y lo privado se subvierten. Se prepara un escenario como el que señala Habermas en su libro La Posmodernidad. Este autor llama “modernidad estética” al espíritu que caracteriza esta etapa y la define principalmente como un nuevo valor aplicado a lo transitorio, lo elusivo y lo efímero. “Pero estos tanteos hacia delante, esta anticipación de un futuro no definido y el culto de lo nuevo significan de hecho la exaltación del presente.” 2 La modernidad se rebela contra las funciones normalizadotas de la tradición; es una forma de neutralizar las pautas de la moralidad y la utilidad. Habermas nos dice que la conciencia estética representa una tensión dialéctica entre el secreto y el escándalo público, le fascina el horror que acompaña al acto de profanar y no obstante siempre huye de los resultados triviales de la profanación. La definición anterior coincide con la definición que hace Lipovetzki del mismo fenómeno posmoderno. Se trata de vivir en el presente perdiendo el sentido de continuidad histórica. Vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por tradiciones o posterioridad, es así como el sentido histórico se olvida de la misma manera que se olvidan los valores e instituciones sociales, ya no existe enfrentamiento a dichos valores, puesto que ya no están erigidos. l miedo moderno a envejecer y morir es parte del neo-narcisismo: el desinterés por las generaciones futuras intensifica la angustia de la muerte. Solo aparentemente los individuos se vuelven más sociables y más cooperativos; detrás de la pantalla del hedonismo y de la solicitud, cada uno explota cínicamente los sentimientos de los otros y busca su propio interés sin la menor preocupación por las generaciones futuras. Las redes del amor propio y del deseo de reconocimiento son las responsables de este estado de guerra, que Soler lo señala en el régimen de competencia feroz que preside las relaciones entre los seres. Hablamos de la necesidad de evitar las drogas para acceder al éxito en la vida. Pero ocurre que el “éxito” en la actualidad pasa a tener un significado psicológico: la búsqueda de la riqueza no tiene más objeto que excitar la admiración o la envidia. Las relaciones humanas, públicas y privadas se han convertido en relaciones de dominio, relaciones conflictivas basadas en la seducción fría y la intimidación. (Porque ante la ausencia de leyes lo que sobreviene no es la libertad sino la tiranía del más fuerte, del dueño de la tierra, del que tiene el mayor capital o está representado por el sector mafioso más temible). En el mismo libro, Lipovetzki afirma que simultáneamente a la revolución informática, las sociedades posmodernas conocen una “revolución interior” por el conocimiento y realización personal, la propagación de organismos psi, técnicas de expresión y de comunicación y sensibilidad terapéutica. Este tratamiento genera una figura de narcisismo identificado con el homo psicológicus que trabaja duramente para la liberación del Yo, para su gran destino de autonomía de independencia: renunciar al amor o “to love myself enough so that I do not need another to make me happy”. Soler también señala esta diferencia moderna en las demandas de análisis: hoy ya no abundan los síntomas bien aislables, sino sujetos que acuden porque están angustiados y sufren de soledad. “Por más que se acumule y acumule, se coma, se compre, el vacío se hace cada vez más acuciante, lo que suscita también demandas de análisis que se apoyan en el sentimiento del sinsentido”.3 2 3 Habermas, J.: La posmodernidad (La modernidad, un proyecto incompleto). Soler, Collete: Ibídem. Conclusión: Quienes consumen de todo nunca colman su vacío. Quienes acuden a análisis, a veces sólo acuden en busca de conseguir aquello que el consumo no les ha colmado todavía, pero que aún insisten en buscarlo allí. Y quienes consumen sustancias, consumir en el sentido problemático, actúan solidariamente al escenario posmoderno borrando las diferencias en el goce del consumo, acoplándose a la máquina de la sociedad consumista, a no generar conciencia de clase, a no seguir ideales que, por caducos, resulten menos productivos. Posiblemente allí radique lo problemático de su consumo: en la ilusión instantánea de borramiento de las diferencias, como si fuera lo mismo un pobre que se droga y un rico que se droga, una adolescente embarazada consumiendo crak y Roberto Goyeneche aspirando cocaína en la trastienda de la confitería Ideal. En el consumo quedan abolidas la conciencia de clase, el reconocimiento de la diferencia de poderes, la línea de tiempo histórico está borrada y reemplazada por un puro presente, en donde el puro goce es su protagonista y cuyos resultados nos generan una angustia que siempre nos sorprende, como a cigarras desmemoriadas que, sin una conducta organizadora, olvidan en cada verano el escenario del invierno que sobreviene a la postre, como consecuencia de haber vivido el verano bajo el imperativo del “sólo presente”.