Empresas fracasadas en Colombia

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Empresas que fueron
En 150 años desaparecieron algunas empresas que fueron el símbolo del éxito y la prosperidad en su
época. ¿Por qué se derrumbaron?
La historia empresarial colombiana también tiene fracasos. Algunas de las fortunas y las empresas más
grandes del país se evaporaron pocos años después de la muerte de su fundador. Otras desaparecieron con las
crisis sectoriales o los remezones económicos. Así como los éxitos, la autopsia de estos casos de dificultades o
fracasos deja lecciones sobre la manera en la que se hacen y se pierden esfuerzos empresariales. Estos son
algunos de esos casos.
Un caso de derroche: Coriolano Amador
Carlos Coriolano Amador nació en Medellín en 1835, en una acomodada familia de origen cartagenero.
Estudió en el Colegio de Antioquia, que se convirtió en la Universidad de Antioquia, en Jamaica y Londres.
Se casó con Lorenza Uribe, "la mujer más rica de la ciudad y quizá del país, gracias a la herencia que le dejó
su padre, José María Uribe", dice de ella Luis Fernando Molina en su libro Empresarios colombianos del siglo
XIX.
Por su matrimonio, accedió a la fortuna de las minas de oro, en particular a la mitad de la mina El Zancudo.
Las constantes ampliaciones que requirió la mina entre 1865 y 1873, obligaron a Amador a hipotecar sus
propiedades con el banco Restrepos y Cía. (ver artículo sobre bancos) y estuvo varias veces al borde de la
quiebra. En 1880, llegó la fortuna. Molina señala que los socios avaluaban los activos de la Sociedad de El
Zancudo en $4 millones y en 1885 podían valer algo más de $8 millones. Era la empresa más grande del país,
superando las ferrerías, textileras y cerveceras.
En la época de prosperidad, los Amador tuvieron una vida lujosa y aumentaron sus deudas. Con todo, su
riqueza se mantenía con la explotación minera. Para 1890, tenía participación en cerca de 16 minas.
Amador entró en grandes negocios de café, compró y urbanizó la zona conocida como Guayaquil en Medellín,
construyó la plaza de mercado, la carretera hasta Santa Elena, fue accionista de la Empresa del Telégrafo
Eléctrico, intentó vincularse en el negocio de ferrocarriles, pero sobre todo, vivió de manera espléndida en
Europa.
En 1898, cuando había malgastado su fortuna, la mina dejó de producir como antes. Los accionistas de la
empresa −Juan B. Mainero, Sinforiano Hernández, Leocadio Arango y Agapito Uribe− nunca previeron un
hecho así. Amador conformó una sociedad en París, con la cual trató de conseguir capital para hacer flotar
financieramente la mina. Respaldó los préstamos de la nueva firma con sus acciones de El Zancudo. Cuando
no pudo pagar, sus acreedores franceses embargaron las acciones y tomaron el control de la mina. Una
secuencia de decisiones desacertadas llevó la mayor empresa colombiana a la quiebra.
Con la muerte de su hijo mayor y la locura de su esposa, las empresas de Amador se esfumaron por completo.
Un nombre de leyenda: Pepe Sierra
José María Sierra, más conocido como Pepe Sierra, protagonizó una de las expansiones empresariales más
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sorprendentes de la historia. Uno de los colombianos más ricos de principios del siglo XX, consiguió su
fortuna con la administración de rentas estatales, y con la compra y explotación de terrenos en Antioquia,
Cundinamarca y Valle del Cauca.
Pepe Sierra nació en 1848 en la población antioqueña de Girardota, al norte de Medellín. Desde los 14 años se
dedicó a la agricultura de la caña panelera en una parcela que había heredado de su padre. En las madrugadas
araba el campo con la ayuda de un par de bueyes para aprovechar el día y en la tarde los cargaba con su
panela para vender en Girardota. El sábado ofrecía en San Pedro lo que le sobraba de la semana. A los 16
años, sus hermanos le habían cedido sus parcelas y empezó a trabajar en el trapiche de su tío, Jorge Cadavid.
Producía tres cargas diarias de panela, pero eso no era suficiente. Sabía que tenía caña para producir un poco
más de 20 cargas diarias, así que construyó el primer trapiche hidráulico de la región y aumentó la producción
a lo esperado.
El montaje panelero fue todo un éxito y Pepe lo aplicó en otras fincas de la región. Sus ganancias le
permitieron comprar cuanto terreno le ofrecían, al punto de que fijaba el precio de la tierra en toda la región.
Desde los inicios de la República, existía la tendencia a rematar los monopolios estatales para mejorar las
finanzas nacionales. En 1875, gracias al dinero acumulado por la venta de panela, Pepe Sierra participó en su
primer remate de renta de licores en Girardota.
Usaba un método que llamó 'subremates'. Consistía en negociar previamente con posibles rematadores.
Concertaban lo que ofrecerían y dividían las ganancias. Hacían un estudio de la capacidad de consumo del
municipio, su número de habitantes, las empresas de importancia y los datos que les permitieran proyectar las
ventas en la región. Así consiguió buena parte de las rentas de Antioquia.
En 1886, Sierra llegó a Bogotá con la intención de defender a un socio suyo en un pleito judicial, y le pareció
que el clima de la capital era propicio para negocios de ganadería.
Compró terrenos por toda la Sabana: en Nemocón, Zipaquirá, Sopó, Tibitó. donde la tierra fuera buena.
Algunas personas no veían las tierras como Sierra. Cuando le compró la Hacienda El Chicó, al 'Mono' Saíz,
por una suma escandalosa, Sierra explicaba: "la carrera Séptima empieza en la Plaza de Bolívar y termina en
el Puente del Común", refiere Molina en sus trabajos.
Bogotá le sirvió a Pepe Sierra para darse proyección nacional; su dinero financió al Estado colombiano.
Cuando Rafael Reyes subió a la Presidencia de la República en 1904, creó un banco de carácter nacional, que
centralizaba la emisión, el giro y el depósito de dinero. El Banco Central fue fundado gracias al decreto
legislativo 47 de 1905 y tuvo la necesidad de financiarse con dinero privado. Entre estos inversionistas se
encontraba Pepe Sierra. De la misma manera, se integró en la construcción de ferrocarriles nacionales, como
el de Amagá y el del Pacífico. Se hizo de los monopolios del hielo en Panamá y el de la sal en Antioquia.
Desde 1914, el empuje empresarial de este antioqueño no volvió a ser el mismo. Ya viejo, se dedicó a hacer
negocios rápidos solo para pasar el rato. Murió en 1921 a los 73 años y ninguno de sus hijos continuó su
labor. A su muerte, se desató una lucha entre los jueces de Bogotá y Medellín acerca del lugar en el que se
debería radicar el juicio de sucesión. Al tener propiedades en tres departamentos, el trámite fue lento; diez
años les tomó a los herederos entrar en posesión de sus bienes.
Bogotá, ciudad que ganó el pleito sobre la herencia, vino a participar de la fortuna de los Sierra con la muerte
de Mercedes Sierra de Pérez, hija de don Pepe, quien donó la residencia de la Hacienda El Chicó, que se
convirtió en el Museo del Chicó, y al municipio de Sopó la Hacienda Hatogrande. Esta propiedad pasó
después a ser residencia campestre del presidente de la República.
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Rafael del Castillo, comercio caribe
El comerciante cartagenero Rafael del Castillo abrió su almacén en la Ciudad Amurallada a mediados del
siglo XIX. En 1861, después de años de vender mercancía local, fortaleció su negocio con telas importadas
desde la isla antillana de Saint Thomas. En un principio, la mercancía era adquirida por mujeres de la ciudad
que, en cuotas de $10 ó $12, pagaban la mercancía diferida a seis o doce meses, dependiendo del monto de la
factura.
Con el tiempo, señala María Teresa Ripoll en sus investigaciones sobre el empresario, Del Castillo creó una
red regional que abastecía de telas inglesas de algodón a bajo costo a un buen número de tenderos y
comerciantes itinerantes. Diez años más tarde, la tienda no solo vendía telas. Sus inventarios incluían botas,
medias, sombreros, vestidos, artículos de ferretería y otras mercancías importadas directamente desde París o
Londres.
A medida que se ampliaba, la parentela de Del Castillo se involucraba más en el negocio. Con las utilidades,
la familia abrió una destilería que vendía en una tienda de propiedad de su madre, compró propiedades y más
tarde ganado.
En la década de 1870, Rafael del Castillo amplió su negocio a la exportación de caucho y tabaco con destino a
Nueva York y Londres. En 1891, ya con 60 años, vinculó al negocio a sus dos hijos mayores, que estudiaron
en Estados Unidos. Él se dedicaría a disfrutar sus rentas, mientras sus hijos administraban el almacén y las
tierras.
Para 1910, la sociedad Rafael del Castillo & Co. era socia de los grandes empresarios cartageneros, entre los
que se encontraba Diego Martínez Camargo, fundador de Cartagena Oil Refining Company. Incursionó más
tarde en el transporte, cuando formó parte de la Compañía Fluvial de Cartagena.
A partir de 1913, cuando la segunda generación de los Del Castillo había entrado a la administración, se creó
la Rafael del Castillo & Co. Corporation, que abrió sucursal en Nueva York para facilitar la importación de
artículos estadounidenses, entre los que se encontraban automóviles. Los primeros años fueron de un
crecimiento impresionante, pero la llegada de la Gran Depresión de 1929 y su elevado endeudamiento la
pusieron en dificultades serias. La Compañía Fluvial de Cartagena con sus tres vapores, consiguió mantener
los balances en negro.
Hacia 1930, con las reformas laborales, aumentó el costo de operación de la navegación por el Magdalena.
Por eso, en 1942, los Del Castillo optaron por cambiar su empresa por acciones en la Naviera Colombiana, la
más importante en esa época.
La quiebra de la Naviera al final de los 50 puso a Rafael del Castillo & Co. en aprietos insalvables. Tras una
corta agonía financiera, la sociedad fue liquidada en 1960 en Cartagena.
Leonidas Lara, emporio sobre ruedas
Después de 40 años de estar montando a caballo, Leonidas Lara, un huilense visionario y emprendedor,
comprendió que había llegado la hora de cambiar la cultura del transporte y de introducir en forma masiva los
automóviles al país. Cuando pasó la Segunda Guerra Mundial, los almacenes de don Leonidas ya ofrecían
vehículos Pontiac y Cadillac, y luego los Jeep Willys.
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Leonidas Lara e Hijos llegó a ser una de las empresas más sólidas del país a mediados del siglo XX, con
negocios en exportación de café y en general de exportación e importación de toda clase de bienes,
inversiones en ganadería (la finca Larandia, en Caquetá, tenía 28.500 hectáreas), transporte con la Compañía
Naviera de Cundinamarca y con la flota de Taxis Rojos, muy popular en Bogotá e, incluso, ensamblaje de
automóviles, primero en sus bodegas y luego como fundador de la Compañía Colombiana Automotriz.
Nacido en Yarumal, en 1855, Leonidas Lara había iniciado su vida como empresario con la siembra y cultivo
de añil, un pigmento que utilizaban las famosas telas de Manchester, Inglaterra, para darles color a sus paños.
Pero con la aparición de las anilinas alemanas, la demanda por este producto se estancó y don Leonidas sufrió
su primera quiebra.
En 1911, cuando se trasladó a Girardot, fundó su propia empresa, Leonidas Lara, y se dedicó con bastante
éxito al negocio de la sal en Tolima, Huila, Cundinamarca, Antioquia y el occidente del país. Pero la suerte le
volvió a ser esquiva, y perdió sus bienes en el incendio de Girardot del 10 de febrero de 1913.
Con tesón y confianza, se recuperó de la crisis y para 1924 ya había montado Leonidas Lara e Hijos, con sus
hijos Luis, Rómulo y Oliverio, mientras que su hija Amelia se dedicó a administrar los bienes personales de
su padre.
En 1976 venció el término legal de constitución de Leonidas Lara e Hijos, y la familia no lo prorrogó. La
muerte de don Leonidas en 1951, y el secuestro y posterior asesinato de su hijo Oliverio en 1965 dejaron
secuelas que no se pudieron superar.
Jaime Michelsen, águila de corto vuelo
Hacia 1970, cuando Julio Mario Santo Domingo, Carlos Ardila Lülle y Luis Carlos Sarmiento Angulo apenas
empezaban a consolidar sus fortunas, y no había nacido el Sindicato Antioqueño, Jaime Michelsen Uribe ya
era el empresario más poderoso del país.
Banquero hábil para unos, sin entrañas para otros, Michelsen supo aprovechar los vacíos en la legislación
financiera para crear su grupo económico, el primero que hubo en el país, y que él mismo llamó Grupo
Grancolombiano.
En 1983, controlaba el 20% del sistema financiero y, por su intermedio, 64 compañías. No obstante, su poder
se extendía a 168 sociedades, que se entrecruzaban. Sobre todas ellas estaba la Compañía Industrial
Grancolombiana, Cingra, propiedad en 56% de Michelsen (Semana, ediciones 194 y 773).
Este hombre poderoso terminó prófugo de la justicia y vivió en la clandestinidad, durante 5 años hasta que, en
febrero de 1997, tuvo que internarse con una identidad falsa en la Clínica del Country, en Bogotá, donde el
DAS lo encontró semiinconsciente, tras una cirugía para tratarle un cáncer de estómago y esófago.
¿Por qué le cambió tanto la vida? La historia de su caída está íntimamente relacionada con su ascenso como
empresario. Michelsen utilizó su agudeza financiera para montar su imperio aprovechando los recursos que
captaba por medio de sus fondos de inversiones Grancolombiano y Bolivariano para adquirir empresas. Todo
iba bien, hasta cuando se metió con las empresas antioqueñas. Obtuvo el control de Simesa y de Cine
Colombia, pero cuando iba por el control de la Nacional de Chocolates, las alarmas se prendieron y el
gobierno decidió reglamentar los fondos de inversión para evitar la especulación agresiva y les puso un tope
del 10% para invertir en acciones de una misma empresa.
Así se originó una espiral de acusaciones, que se acrecentaron cuando luego de una maniobra en la bolsa con
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las acciones de la Nacional de Chocolates, las empresas del Grupo Grancolombiano obtuvieron fuertes
ganancias con la operación, mientras los fondos que administraban perdieron $180 millones, con el
consiguiente perjuicio para los inversionistas. Fruto de sus maniobras, las principales empresas antioqueñas
decidieron blindarse de sus ataques cruzando entre ellas su propiedad accionaria, con lo que conformaron lo
que se llamó el Sindicato Antioqueño (hoy, Grupo Empresarial Antioqueño).
Michelsen terminó acusado de abuso de confianza y de violar la reglamentación sobre autopréstamos. En
1986, el gobierno nacionalizó cuatro de sus principales compañías: Banco de Colombia, Pronta,
Granfinanciera y la Compañía de Financiamiento Comercial Grancolombiana. Michelsen murió en 1998, con
la convicción de que el gobierno de Belisario Betancur le había cobrado caro tratar de meterse con las
empresas de su región.
Fernando Mazuera. Cazador de oportunidades
A los 15 años, sin estudios y con $2 en el bolsillo, Fernando Mazuera llegó a Bogotá. Aun así,
transformó esta ciudad. Fue alcalde en 4 oportunidades y se convirtió en uno de los empresarios más
reconocidos de la historia.
De mecanógrafo a campeón nacional de golf. De alcalde de Bogotá a viajero empedernido. De la timidez
absoluta a destacado político. De tener $2 en el bolsillo a ser uno de los hombres más ricos del país. Estos,
algunos apartes en la vida de Fernando Mazuera Villegas, la historia de un joven que empezó desde muy
abajo y logró reconocimiento nacional e internacional. Además de transformar los destinos de la capital y su
infraestructura, creó el legado empresarial que continuó su familia, la organización Fernando Mazuera y Cía.,
una de las constructoras de mayor trayectoria.
Ansias de triunfar
Fernando Mazuera nació en Pereira el 20 de agosto de 1906 en una familia de 11 hijos. Muy pronto sus padres
se trasladaron a Manizales, a la que consideró siempre como ciudad natal. Su padre, quien tuvo 9 hijos más en
otro matrimonio, fracasó económicamente. Por ello, Mazuera se vio obligado a abandonar sus estudios y a
asumir su manutención. Consiguió empleo en una fábrica de fósforos con un sueldo mensual de $12, muy
inferior a sus gastos. Con gran esfuerzo, ahorró para pagar un curso de mecanografía y taquigrafía, la
esperanza para salir adelante.
Fernando Mazuera envió una carta a su hermano Leonidas en Bogotá con la ilusión de conseguir empleo. Su
respuesta tardó pocos días, "colocación conseguida BancoColombia, indispensable estés seguro de tu
habilidad; siendo así vente cuanto antes". Era la oportunidad de la vida. Salió de Manizales invirtiendo los
ahorros de meses de trabajo −$40− en el viaje. Tras 5 días de camino, llegó a la estación de Facatativá, el 28
de febrero de 1922, con $2 en el bolsillo, donde lo esperaban Leonidas y su tío Mariano Villegas Restrepo.
Al día siguiente, se presentó a la entrevista con Ernesto Michelsen, presidente del banco, sin buenos
resultados. Pero Michelsen vio en el muchacho ganas de salir adelante y decidió darle una oportunidad. Allí
empezó ganando $60 como secretario; pero al poco tiempo, las increíbles destrezas de "Mazuerita" en
mecanografía, por las que incluso se convirtió en un espectáculo verlo trabajar, le permitieron un sueldo de
$110 por su velocidad. Con este dinero, pudo darse lujos, como clases de boxeo y piano, y entrar al Country
Club de Bogotá, según recuerda Mazuera en su biografía. Este hecho fue fundamental, pues más tarde conoció
en este lugar a los personajes más influyentes del país. Pero el comienzo no fue fácil. Su condición de "paisa"
no le permitía acercarse a la élite bogotana. Entonces, Mazuera se dedicó a jugar golf y antes de cumplir 20
años ya había ganado tres campeonatos nacionales.
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Todo parecía indicar que Mazuera se convertiría en un ejecutivo de éxito. Pero un día, sin una explicación
distinta a un deseo de ser independiente, renunció a su puesto. Ernesto Michelsen le preguntó si tenía algún
plan y él contestó: "todavía no, pero alguna cosa encontraré", a lo cual le replicó ¿y con qué capital te vas?...
Al ver que Mazuera solo tenía lo de su quincena, Michelsen le recriminó su decisión pero le prestó dinero para
sobrevivir unos días.
Espíritu emprendedor
Pasaron los días y Mazuera no encontraba qué hacer. Atrasado en la pensión donde se hospedaba, estaba a
punto de caer en la ruina. Caminando por las calles de la ciudad, con el préstamo de Michelsen, atinó a
comprar unos quintales de azúcar que luego vendió a la compañía Posada y Tobón. Para Mazuera, este fue el
mejor día de su vida, ganó en el negocio $1.280, el salario de todo un año como mecanógrafo. El olfato para
identificar oportunidades en los mercados fue la clave de su éxito empresarial. Por ejemplo, durante la
Segunda Guerra Mundial, siendo una persona acomodada, Mazuera estaba en Nueva York cuando le
ofrecieron hilazas de nylon, que revendió a un productor nacional urgido del producto. Mazuera escribió en su
autobiografía Cuento mi vida, "vendí esas hilazas y en 20 minutos que gasté en tres conversaciones, me gané
la maravillosa suma de US$74.000". Pocos empresarios en la historia del país han demostrado tal sagacidad
en los negocios, la misma que lo llevó a comprar lotes en las zonas de desarrollo de Bogotá, que hoy
constituyen la ventaja competitiva de Fernando Mazuera y Cía.
Con episodios como el de los quintales de azúcar, Mazuera se había tomado confianza. Empezó a trabajar con
el comerciante Benjamín Castillo cobrando arrendamientos y enviándoselos al exterior, pero más tarde el
señor murió. Entonces Mazuera vio que Castillo tenía un contrato para vender traviesas al Ferrocarril del
Nordeste. Sin vacilar, tomó este negocio por cuenta propia. Al poco tiempo, se convirtió en el mayor
proveedor de traviesas del país, con siete plantas en Boyacá y Cundinamarca. En esa época, aprovechando el
crecimiento de Bogotá, también se involucró en el negocio de taxis en el que fue escalando posiciones. Su
empresa más importante fue Taxi No. 1A, en compañía de Fabio Restrepo, con 50 automóviles Studebaker y
en la que innovó al ser el primero en ofrecer servicio telefónico a domicilio precisamente al número 1A.
Espíritu cosmopolita
A los 22 años, Fernando Mazuera ya era un hombre adinerado. Motivado por el cine, decidió dejar sus
negocios y se fue a vivir a París. Permaneció en esta ciudad todo 1929 y se enamoró de ella. Si se suman otros
períodos de su vida, el empresario habitó en París 15 años. Su filosofía era "viajar es renovarse y renovarse es
vivir". Además, viajó por el mundo en compañía de su esposa Helena Aya, se apasionó por temas religiosos
en que se convirtió en experto. Su onerosa pasión por los viajes iba en contravía de su actividad empresarial,
pues en muchas oportunidades desaprovechó negocios. Pero a Mazuera esto nunca le importó, de alguna
forma supo conciliar la vanidad, la buena vida y la prosperidad económica.
En la década del 30, Mazuera continuó con el negocio de traviesas que vendió por $62.000. En 1939 montó
una empresa fundamental en su vida. En compañía de unos socios, creó Modelia S.A. para la producción de
medias veladas. En su montaje, trajo de Nueva York cuatro grandes máquinas y contrató 12 expertos
estadounidenses. Las hilazas para este negocio se importaban de Japón, y con la posibilidad de que ese país
entrara a la guerra, todo anticipaba una gran quiebra. Mazuera pensó en utilizar hilaza de rayón que se
importaba de Estados Unidos, compró grandes cantidades y aprendió su tecnología. Era ganarlo todo o
perderlo todo. Al entrar Japón a la guerra, Mazuera se quedó con el mercado, la producción de medias y el
suministro de insumos. En 1945, vendió esta empresa a Pepalfa de Medellín, como también lo hizo con sus
otros negocios. Se avecinaban los tiempos de servidor público.
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Por Bogotá
Fernando Mazuera transformó la capital del país. En 1947, su primera alcaldía, en el gobierno de Mariano
Ospina Pérez, llegó de forma esporádica y sin saber de política. Simplemente se ofreció como candidato ante
el entonces ministro de gobierno Roberto Urdaneta. A pesar de ello, obtuvo grandes logros, compró los
terrenos para construir la represa de Chisacá, sentó las bases del proyecto Tibitó−Teusacá que durante muchos
años suplió las necesidades hídricas de la ciudad y empezó la construcción de la calle 26. Sin duda, su visión
empresarial, capacidad para delegar y no haber estado ligado con la política le permitieron realizar proyectos
de envergadura.
La Alcaldía de mayor trascendencia se gestó luego del fatídico Bogotazo en 1948. Manuel de Vengoechea,
alcalde recién nombrado, desapareció ante la desoladora escena capitalina. Mazuera era el único que podía
tranquilizar la urbe, pues ya desde entonces se conocía como "el alcalde del sur". Además de lo coyuntural de
la crisis −levantar los muertos, enterrarlos y reconstruir la ciudad−, en esta segunda etapa realizó grandes
obras, como los puentes de la 26 y la ampliación de la carrera Décima. En las otras administraciones, adquirió
los lotes para construir el Parque La Florida, mejoró el alumbrado público y creó 40 centros de salud y 20
escuelas. Todas estas obras le valieron reconocimientos nacionales e internacionales y ser considerado en
varias ocasiones presidenciable.
En 1965, luego de alejarse de la función pública, fundó Fernando Mazuera y Compañía Ltda. Entre sus
primeros proyectos estuvieron la urbanización Tabora y la reconocida Ciudad Modelia, en homenaje a su vieja
compañía de medias. Aquí empezó una larga historia de desarrollo urbanístico en la ciudad. Largo trecho
hubo desde cuando Fernando Mazuera salió de la calle de la Quiebra del Guayabo en Manizales hasta cuando
se convirtió en un empresario tan grande como para invertir capital en empresas como Avianca e Icollantas.
Gran mérito de este empresario paisa que murió en Nueva York el 14 de octubre de 1978.
Inmigrantes. Profetas en esta tierra
Extranjeros llegados a Colombia conformaron muchas de las mayores empresas del país. ¿Quiénes
fueron?
Colombia, a diferencia de naciones como Argentina, nunca abrió realmente sus fronteras a los inmigrantes.
Pocos extranjeros llegaron al país a establecerse definitivamente, pero muchos de ellos desarrollaron negocios
que hicieron avanzar al país en materia empresarial. Estos son algunos ejemplos del empuje de los recién
llegados.
Las cadenas comerciales de Held
El alemán Adolfo Held, siguiendo con la tradición de alemanes empresarios iniciada por Juan Bernardo Elbers
a principios del siglo XIX con la navegación por el Magdalena y fortalecida luego por el comerciante Geo van
Lengerke y por Leo Kopp en 1885 (ver artículo sobre Bavaria), se estableció en la Costa Atlántica colombiana
en 1880. Inició una agitada vida de negocios en actividades como la ganadería, la exportación de tabaco y
otros productos agrícolas, la importación de productos alemanes al país, la banca comercial, el transporte
fluvial y creó la primera cadena nacional de almacenes: Helda. Fue representante, entre otros, de la Compañía
Alemana de Vapores, de seguros Hamburgo−Bremesa y de bancos con sede en Londres y Nueva York.
Sus negocios le dieron grandes ganancias hasta la Primera Guerra Mundial, cuando la economía alemana se
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estancó. Abandonó entonces el comercio entre Alemania y Colombia y se concentró en el comercio nacional.
En este momento, fundó el almacén Helda en Manizales. Siguieron sedes en Barranquilla (1921), Cali (1923),
Pereira (1924), Buenaventura (1927), Girardot (1929) y Cartagena.
La Segunda Guerra Mundial produjo la detención en Fusagasugá, de los ciudadanos alemanes que aparecían
en una 'lista negra' de Estados Unidos. Así, mermaron las actividades comerciales de Held y sus
descendientes, tras el cierre de sus almacenes y su casa de representaciones.
Los siriolibaneses
Otro importante grupo de inmigrantes en Colombia fue el de los siriolibaneses. Discriminados por el gobierno
del Imperio Otomano, miles de cristianos católicos y ortodoxos huyeron de su tierra con la intención de ir a un
lugar donde pudieran vivir en mejores condiciones económicas. Muchos intentaban ir a Estados Unidos, pero
algunos que no podían llegar, debían buscar otros destinos y Colombia fue uno de ellos.
Los siriolibaneses comenzaron a llegar al país desde 1880, en particular a Barranquilla. Otras familias se
fueron a poblaciones del Caribe, y en menor medida, a Bogotá. Sin conocer el idioma, encontraron una buena
posibilidad de trabajar en ventas ambulantes. Vendían en las calles de Barranquilla mercancía variada y
cuando prosperaban, abrían almacenes. Ya para 1900, hay anuncios en prensa de Cartagena y Bogotá sobre
"turcos" −como se les denominaba−, que anunciaban sus productos.
Estos primeros inmigrantes trajeron familiares y amigos con la intención de conseguir ayuda para sus
negocios. Muchas veces, les enviaban el dinero o un pasaje, con la condición de que al llegar, se ocuparan del
negocio para devolver el dinero a su pariente.
La asimilación de los siriolibaneses ha sido mayor que la de otros inmigrantes en Colombia. Crearon
empresas comerciales muy importantes, entre las que se cuentan Supertiendas Olímpica (ver artículo de
Olímpica) y Neme Hermanos (ver artículo sobre Chaid Neme).
Judíos polacos: un gran aporte a la economía
Para la década de 1920, en Colombia prácticamente no existía el crédito personal y la gente de bajos recursos
tenía poco o ningún acceso al mercado de bienes manufacturados. Esa situación cambió con la llegada de los
judíos polacos.
A mediados de ese decenio, llegó la primera oleada de inmigrantes judíos asquenazíes (judíos de Rusia y
Europa Central), en su gran mayoría provenientes de Zelechów, Polonia, y establecieron sus primeras
comunidades en Barranquilla, Medellín, Cali y Bogotá. Venían huyendo de las pésimas condiciones
materiales y del antisemitismo. Llegaban a Colombia sin papeles ni recursos económicos; muchos tenían que
pedir dinero prestado a familiares o amigos para poder pagar el pasaje del barco.
En su tierra natal se dedicaban a oficios artesanales, como la sastrería, la peletería y la zapatería. En Colombia
pretendían ejercer su oficio, pero sin conocer el idioma y con muy poco capital, optaron también por dedicarse
a las ventas ambulantes, sector en el cual la falta de capital no constituía un problema. Además, los que
llegaban a las ciudades donde había judíos establecidos, recibían ayuda de algún correligionario.
Las mercancías que ofrecían incluían paños y cobijas. Su territorio estaba en los barrios populares, donde
llegaban con sus maletas llenas de mercancía, golpeando de puerta en puerta. Por eso, se llamaban ellos
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mismos klopers −'golpeadores' de klapn en yiddish−. Facilitaban las ventas, comprometiendo a las personas a
pagar en cuotas semanales con intereses que variaban según el artículo.
Cuando la situación económica de esos vendedores mejoró, abrieron almacenes de telas y paños importados y
pequeñas fábricas. Gran parte de estos almacenes estaban localizados en Bogotá sobre la carrera Séptima,
entre las calles 13 y 22.
La venta a plazos tuvo gran importancia en el desarrollo de la economía nacional. Para Santiago Montenegro,
este sistema fue clave en la apertura del mercado nacional, especialmente para los textiles de fabricación local,
a los sectores más humildes y más numerosos de la sociedad. El sistema de venta a plazos de los polacos fue
el precursor del crédito personal en Colombia.
"El inmigrante debe ser un productor"
A pesar de que los inmigrantes se sentían a gusto en el país, la reacción del comercio hacia estos vendedores a
plazos no fue buena, pues los veía como una amenaza, dado que monopolizaban la clientela de los sectores
más pobres. Por eso en más de una ocasión el comercio promovió marchas que pretendían acabar con su
presencia en Bogotá.
Un artículo al respecto de El Tiempo de 1938 es muy revelador. "El verdadero problema no reside en el
número y la condición de los extranjeros que vienen al país, sino en las actividades que van a desarrollar. Si
estas han de perjudicar directa y sensiblemente al nacional, el más elemental deber de la autoridad obliga a
tomar disposiciones para impedirlo".
Los bogotanos además resentían el cobro de intereses, que los inmigrantes usaban para asegurar la viabilidad
financiera de sus negocios. En un país fuertemente católico, esta práctica tenía una connotación de usura e,
incluso, de acción pecaminosa.
Pero más allá de las consideraciones morales o económicas, los detractores de los judíos también se
molestaban por razones sociales. En la Bogotá de los años 30, los señores de la élite usaban vestidos de paño y
no dejaban de incomodarse con quienes les vendían telas y paños a los sectores populares que se vestían de
ruana y andaban descalzos. Algunos sectores de la opinión pública nacional se mostraban favorables a las
migraciones, bajo ciertas condiciones. Esperando imitar el caso argentino, algunas facciones políticas
apoyaban la iniciativa de abrir la frontera a los judíos, con la condición de que se dedicaran al trabajo agrícola.
En la práctica, esa propuesta no habría funcionado jamás, pues en Europa las normas les prohibían a los judíos
tener tierras. En el diario El Espectador, del 10 de junio de 1938, un funcionario de la Cámara de Comercio de
Bogotá sostenía que el problema de los inmigrantes judíos a Colombia, en especial a Bogotá, no era
cuantitativo sino cualitativo, pues, señala, el "inmigrante debe ser un productor, no un intermediario".
Los casos de empresarios exitosos polacos o de otra procedencia, acabaron por mostrar la torpeza de estos
comentarios. Entre los empresarios están el ucraniano Morris Gutt, filántropo, fundador de Grasco y de una
cadena de teatros de cine; Jaime Peisach, fundador de Hilanderías Fontibón y Multiplas, entre otros negocios;
Mauricio Cassin, importador y confeccionista con la marca Manhattan; el sirio Abbot Shaio, filántropo y
fundador de Sedalana.
Otros casos
En 1928, se presentó en Colombia, particularmente en Buenaventura, la primera migración de ciudadanos
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japoneses. Siguiendo el camino de algunos compatriotas que habían viajado a Brasil y Perú, unas pocas
familias japonesas optaron por un destino más al norte. El caso de Akira Nakamura, un inmigrante japonés, es
sui géneris. Conoció sobre el Valle del Cauca en Japón por haber leído La María, de Jorge Isaacs. Esta novela
romántica lo conmovió hasta el punto de elegir al Valle como su destino suramericano. Detrás de Nakamura,
la colonia japonesa se concentró en ese departamento y se dedicó a la agricultura, trayendo importantes
avances en esta materia al país. Utilizaron sistemáticamente tractores y aumentaron considerablemente la
producción cerealera.
La migración española a Colombia de los siglos XIX y XX fue escasa, pero a comienzos del siglo XX,
personas como Evaristo Obregón en textiles o José Carulla en comercio (ver artículo sobre Carulla),
transformaron el panorama empresarial colombiano.
Los italianos llegaron a Colombia expulsados por la Segunda Guerra Mundial. Su llegada dio lugar a la
creación de empresas importantes que hoy se mantienen, como Pastas Doria y Café Águila Roja. Pastas Doria
fue fundada en 1953 en Bogotá por la familia Sesana, y Café Águila Roja en Cali por la familia Sangiovanni.
Los inmigrantes fundaron algunas de las empresas más reconocidas del país, como Bavaria, Olímpica, Carulla
y Manuelita (Santiago Eder nació en lo que hoy es Letonia), e incorporaron nuevas visiones que ayudaron al
desarrollo empresarial del país.
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