Capitolio: Ataque a la libertad

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Coahuila
Vanguardia
21 de abril de 2005
Capitolio: Ataque a la libertad
Por Gerardo Hernández
El gobierno recurre al viejo e inútil expediente de las comisiones y las fiscalías
especiales, para contener la presión por los recientes asesinatos de
periodistas, cuando el camino más corto es el de la ley.
Los atentados de los últimos días contra periodistas de Sonora, Tamaulipas y
Veracruz lo son también contra la libertad, incluso en primer término. Ante
ellos, la sociedad no debe permanecer insensible ni indiferentes quienes, en
cualquier redacción, estudio o cabina ejercemos este oficio, que aparte de bello
—como lo describe García Márquez— es, sin deseos de dramatizar, riesgoso.
No hablo de los medios en sí, que finalmente constituyen, en su mayoría,
sociedades mercantiles, sino de los verdaderos periodistas. Pues en la
actualidad las empresas que venden noticias son, para desgracia de todos,
dirigidas en múltiples casos por negociantes, herederos sin brillo, gente ajena
al medio. En un diario de Torreón, la familia propietaria y sus amigos escriben,
por diversión o vanidad, columnas y entrevistas insulsas con personajes cuyo
valor desperdician, y de paso le restan espacio y oportunidades a los jóvenes.
Incluso plumas como la de Carlos Fuentes no halla lugar fijo, cuando en los
grandes rotativos ocupa las páginas centrales.
Desde Antonio López de Santa Anna, los ataques contra los periodistas
provinieron del poder. Primero a través de la censura, de la destrucción de
imprentas y de bloqueos publicitarios. Luego se pasó a los “cañonazos” de
cincuenta mil pesos, pero pocas veces se llegó al asesinato.
El de Manuel Buendía, de Excélsior, marcó al gobierno de Miguel de la Madrid.
En La Laguna, La Opinión tiene su propia historia de sangre: confundido con su
hermano Alfonso, director de La Jeringa, Salvador Guerrero Álvarez fue
asesinado durante la administración de Benecio López Padilla (1941-45).
En la actualidad, a algunos caciques, políticos corruptos y otras figuras públicas
que ejercen el poder, quizá no les falten ganas de ponerle la mano encima a
los periodistas molestos que husmean más allá de la cuenta y destapan
cloacas en busca de verdades. Pero se detienen porque hoy los tiempos son
otros, digamos menos bárbaros, poco más civilizados.
Hoy las agresiones contra los periodistas provienen de otro poder: el de las
mafias, lo cual resulta aún más preocupante. Primero porque asesinan, y
segundo porque los periodistas son de los pocos agentes que la sociedad tiene
aún de su lado para oponerse a los poderes público, privado y religioso, a
través de la denuncia. Es por ello que ni la ciudadanía ni el gremio deben
permanecer pasivos frente a los atentados contra Guadalupe García Escamilla,
de Estéreo 91, abatida en Nuevo Laredo; Raúl Gibb Guerrero, director de La
Opinión, de Veracruz, asesinado en Poza Rica; y la desaparición de Alfredo
Jiménez Mota, reportero de El Imparcial, de Hermosillo.
Balcón central
Es necesario que los propietarios de los medios, pasada la tormenta de los
crímenes, le dediquen mayor atención y cuidado a sus periodistas, sin los
cuales sus negocios no existirían. Por avanzada que esté la tecnología, los
buenos periodistas son insustituibles. Publicar condolencias y cartas de
protesta dirigidas al presidente, al secretario de Gobernación, al procurador y a
los gobernadores presiona hasta cierto punto, pero no resuelve el problema de
la inseguridad que afecta al gremio y a la sociedad en general.
Tampoco lo resuelve la propuesta estúpida, cualquiera que sea su origen, de
armar a los periodistas para que sean ellos sus propios guardaespaldas y de
sus familias. ¿Qué no es la autoridad la responsable de brindarle seguridad a
todos, sin importar la actividad que desempeñe? Debe admitirse, por otra parte,
que buena parte de los periodistas ha fallado a su compromiso. No tanto con
las empresas donde laboran, pues de ellas reciben una paga, muchas veces
sin importar la calidad de su trabajo.
La obligación de los periodistas es con la sociedad que, a fin de cuentas,
sostiene a los medios, por grandes o pequeños que sean. ¿Cuál sería el
destino de un periódico sin lectores, una estación sin radioescuchas o una
televisora sin audiencia? Hoy los principales enemigos de los periodistas y de
la sociedad son las mafias: el narcotráfico, ciertos clanes políticos que
reclaman impunidad, las bandas de cuello blanco, los traficantes de armas y de
personas, los negociantes del sexo..., muchos de ellos relacionados con los
gobiernos.
Le consta a Vanguardia, que en distintos momentos de sus treinta años ha sido
objeto de presiones y ataques por defender la libertad, su compromiso social y
por denunciar los excesos del poder. Otro ejemplo es el de Jesús Blancornelas,
director del periódico Zeta, de Tijuana, blanco de varios atentados de los que
pudo recuperarse, sin que Héctor Félix y Francisco Ortiz, del mismo semanario,
corrieran con la misma suerte. Lo confirman los atentados contra nuestros
compañeros Raúl Gibb, Jiménez Mota y García Escamilla. Y en el caso estatal,
la desaparición, jamás resuelta, de Cuauhtémoc Ornelas de Torreón.
La sociedad no debe dejar solos a sus periodistas, por buenos o malos que
parezcan, pero éstos tampoco deben ir más allá de sus funciones ni asumir
más compromiso que no sea con su profesión, que lo es, insisto, con la
sociedad. Quienes por dinero u otros privilegios pactan con el verdadero
enemigo, sabrán a qué atenerse. Por lo pronto, y de nueva cuenta, el gobierno
reacciona con torpeza. Las comisiones y las fiscalías especiales sirven para
dos cosas: para generar burocracia y para nada. Los periodistas tendrán
garantías cuando las haya para todos y la ley se aplique por igual.
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