Mitos y realidades de la industria salmonera en Chile: el dumping

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Mitos y realidades de la industria salmonera en Chile: el dumping social en
Marine Harvest.
Rolando Alvarez V - 30/03/2006 – revista Laboral ICAL
Recientes crónicas de prensa dan cuenta de la venta de la poderosa salmonera
“Marine Harvest”, perteneciente a la compañía holandesa Nutreco, a un
empresario noruego, accionista mayoritario de la compañía “Pan Fish”. De
acuerdo a la información entregada por el nuevo dueño, el 20% de la producción
mundial quedará en sus manos, de las cuales el 25% provendrá de Chile. En sus
primeras declaraciones, los nuevos dueños de la poderosa industria señalaban la
necesidad de “bajar los costos” de su funcionamiento (El Mercurio, 16/03/2006,
cuerpo B p.1).
¿Qué significado tienen estos inmensos movimientos de capitales entre
gigantescas empresas europeas?. ¿Qué implica que casi el primer anuncio del
coloso del salmón insista en “bajar los costos”?. Tras las jugosas cifras que hablan
de millonarias ganancias, cuidado del medio ambiente, un rol social en beneficio
de los trabajadores y un polo de desarrollo regional, se ocultan una serie de
medidas abusivas que dejan en evidencia la voracidad explotadora de estas
compañías.
Para dimensionar la importancia económica de este gigante salmonero, el valor de
sus exportaciones el año 2001 fueron 141 millones de dólares, ubicándose por
lejos como la principal industria del sector, seguida a distancia por Aqua Chile, con
67 millones de la moneda norteamericana (1).
Observando la trayectoria de Marine Harvest, la más emblemática de las
industrias salmoneras instaladas en Chile, es posible explicar sus exorbitantes
ganancias gracias a la aplicación sistemática de “dumping” social y la destrucción
del medio ambiente. Respecto a la primera, las acusaciones son de larga data. El
informe “Los cinco Sucios: Salmón de Nutreco, acuicultura en aguas chilenas”,
preparado por la ONG “Amigos de la Tierra” de Holanda el año 2002, concluyó
que “incluso Marine Harvest no cumple con las políticas ambientales y sociales
que fijó en su informe el año 2001” (Eco-océanos News, 22/08/2002).
Desde el punto de vista de las condiciones de trabajo, la última negociación
colectiva de uno de sus sindicatos, efectuada en diciembre de 2005, refleja la
vocación explotadora de la filial holandesa. En efecto, Marine Harvest, al interior
de su compañía, instala a una segunda y una tercera empresa, también de su
propiedad. Así, como lo señala el dirigente de la Central Unitaria de Trabajadores
de Chile José Ortiz, se aprovechan de la legislación laboral chilena, que prohíbe
taxativamente la negociación interempresa. Así, el coloso del salmón usufructúa
del viejo adagio “dividir para gobernar”, convirtiéndolo en su caso en “dividir para
explotar más”, haciéndoles perder a los trabajadores su capacidad de negociación.
En este caso, Ortiz relata que existían tres empresas pertenecientes a Marine
Harvest: Eicosal (que fue donde se efectuó la negociación), los trabajadores de la
planta “El Teniente” y los de “Marine Harvest” propiamente tal, que se dividían de
la siguiente manera la línea de producción: Una y media para las dos primeras y
una para “Marine Harvest”. Así, la posibilidad que la negociación colectiva
satisficiera las aspiraciones de los trabajadores, en función de los tremendos
volúmenes de utilidad que la empresa arroja, era imposible. Ortiz, casi como
consuelo, señala que a diferencia de la anterior negociación colectiva, tras la cual
150 trabajadores fueron despedidos, hasta el momento la empresa no ha
realizado despidos. Con todo, reflejando los modestos resultados obtenidos a
través de la negociación colectiva, el 48% de los trabajadores afiliados rechazó el
acuerdo, siendo aprobado por una escasa mayoría.
En todo caso, más allá del alza de los salarios de los trabajadores, la existencia de
las empresas subcontratistas, junto con la imposibilidad de negociar
interempresas, hace que la espada de Damocles ensombrezca la perspectiva
laboral de los trabajadores de Marine Harvest. Ni pensar en una huelga, la que por
la vía de los hechos queda anulada como herramienta de lucha de los
trabajadores, ya que los trabajadores de las “otras” empresas de Marine Harvest
pueden cubrir la línea productiva que eventualmente los huelguistas podrían
paralizar.
La conclusión de Ortiz es que la existencia de “dumping social” es indesmentible,
asegurado por el Estado chileno en beneficio, en este caso, de las industrias
salmoneras. Así, se perpetúa la herencia intocable del “Plan Laboral” diseñado por
los funcionarios de la dictadura militar encabezada por el general Pinochet, y
avalada por más de 16 años de gobiernos electos democráticamente, pero
carentes de voluntad política para modificarlo. El “dumping social” en beneficio de
industrias transnacionales como las salmoneras no solo significan abusivas
condiciones de trabajo para sus operarios, sino que forman parte del mecanismo
que asegura la reproducción del modelo neoliberal en Chile.
Pero hay más. El “dumping” también se materializa por medio del subsidio que el
Estado chileno aporta a las empresas salmoneras por el hecho de contratar
trabajadores en una región del país considerada “zona extrema”.
Y un tercer “dumping” es la subvención que el propio Estado hace a las
salmoneras por el hecho de contratar a trabajadores cesantes. En este caso, el
abuso adquiere ribetes insólitos, ya que la empresa despide a trabajadores de
planta con un buen salario, los que pasan a ser trabajadores con menos salarios y
con subsidio, lo que evidentemente genera más ganancias a las ya abultadas
arcas de la transnacional.
Como broche de oro, Marine Harvest registró un triste record en su contra durante
el periodo 2004-2005: 25 denuncias por violar la legislación chilena. Estas son de
tal gravedad, que incluyen la muerte de un trabajador (multa 8034/05/0061.
Materia infringida 1131-a: “no informa a los trabajadores acerca de los riesgos”).
El no pago de salarios, la extensión indebida de la jornada laboral, accidentes del
trabajo, no cumplimiento de los acuerdos sindicales, entre otros, forman parte del
prontuario contra los trabajadores y sus organizaciones que acumula a su haber
Marine Harvest. Los 2.860 trabajadores afectados en estas denuncias y los más
de 46 millones de pesos en multas (casi 9 mil dólares), demuestran que a Marine
Harvest no solo le basta aprovechar la permisiva legislación chilena, sino que se
da el lujo de violarla sistemáticamente. Los montos de las multas, muchas de ellas
apeladas por la empresa y reducidas por las autoridades, indudablemente son
cifras irrisorias al lado de las multimillonarias ganancias que genera la compañía.
A fines del año pasado, la Federación de Trabajadores de Industrias Pesqueras
Ramos Afines (FETRAINPES) denunciaba un nuevo abuso de Marine Harvest.
Esta vez se trataba del “descuento del 50% dela gratificación legal al trabajador
que tenga una inasistencia y el 100% de esta, si el trabajador tiene dos días de
inasistencias”. Además, se constató la utilización de un contrato “de Obra o faena,
figura de contratación que no tiene cabida en las empresas que se dedican a la
explotación de productos marinos”. Finalmente, Marine Harvest trasladó “a los
trabajadores a otras sucursales, plantas o dependencias de la empresa”, dando
“aviso del traslado con una anticipación de sólo un día” (Declaración Pública,
firmada por Ricardo Casas Mayorga, Presidente FETRAINPES, Puerto Montt, 5 de
diciembre de 2005).
La conclusión no puede ser otra que el éxito comercial de Marine Harvest se forja
en parte por el sistemático uso y abuso de la legislación laboral chilena, ante la
mirada complaciente de las autoridades encargadas de fiscalizar sus actividades.
Como si todo esto no fuera suficiente, se acumulan las evidencias acerca del
nocivo impacto ambiental bajo el cual las industrias salmoneras funcionan en
Chile. Juan Carlos Cárdenas, director del Centro Ecocéanos, recalca que desde
sus inicios esta actividad ha provocado “agudos problemas de contaminación
costera, tanto orgánica como química”. Además, ha impactado “sobre la
biodiversidad regional, especialmente en los centros de cultivo, la competencia por
el uso de recursos pesqueros silvestres para transformarlos en alimentos para la
salmonicultura y el uso de sustancias químicas peligrosas o prohibidas y el uso
indiscriminado de antibióticos”. Así, la destrucción de los frágiles ecosistemas de
los fondos marinos ha sido una constante en la práctica de los salmoneros.
Finalmente, a pesar de la profusa autocampaña que presenta a la industria
salmonera como generadora de empleo y beneficios para la región, estudios
nacionales e internacionales muestran lo contrario. Por ejemplo, en el “Social and
Environmental Report 2001”, la propia Nutreco (propietaria de Marine Harvest
hasta hace unas semanas) señala que sus empresas en Chile, junto a China,
“mantienen los salarios promedios más bajos, mientras registran la mayor cantidad
de horas trabajadas por semana (48 horas, el máximo legal entonces)”
(Ecocéanos News, 25 agosto de 2002).
En resumen, el extraordinario flujo de capitales generados por la industria
salmonera en Chile, lo que ha quedado demostrado una vez más en el
multimillonario traspaso de Marine Harvest a “Pan Fish”, no debe hacer olvidar que
parte importante de las ganancias generadas, son producto de abusos asociados
a prácticas de dumping social, destrucción del ambiente y abusos laborales de la
más variada índole.
Sin desconocer la importancia que tiene la actividad como fuente de trabajo para
la región, es imprescindible que la industria salmonera se acoja a las normativas
internacionales que la regulan. En el caso de Europa, es evidente que compañías
como la holandesa Nutreco (cuyo país de origen integra la Comunidad Económica
Europea) para competir lealmente con sus pares y asegurar una actividad
económica sustentable en el tiempo, no debe utilizar la permisiva legislación
laboral chilena en su beneficio. El desafío de la comunidad nacional e
internacional es denunciar estos hechos y defender los dignidad de los
trabajadores, cotidianamente pasados a llevar en Chile por la mayor parte de las
industrias salmoneras.
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