“La mirada que nos descentra” Toni Catalá

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II Jornadas de Espiritualidad y Cooperación:
NUESTROS ESTILOS DE VIDA
“La mirada que nos descentra”
Toni Catalá
Experiencia de Dios como posibilidad de vivirnos como criaturas entre las
criaturas.
a) “...Imaginando a Christo nuestro Señor delante y puesto en cruz,...”: La mirada
que descentra
“...Imaginando a Christo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer
un coloquio; cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida
eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados...” [53]
Hemos perdido la dimensión de creaturidad, todo lo que suene a “dependencia” la modernidad
lo ha eliminado, se considera alienante la mera referencia la posibilidad de vivirnos en
“dependencia” o en referencia a algo o alguien que no sea la propia individualidad, el propio
yo, “dependencia” que se vive como amenaza a la capacidad de decisión sobre la propia vida.
El yo se convierte en centro autónomo, se cree fundamento, faro y vigía de toda realidad. En
el ámbito creyente se corre el riesgo real de convertir a “Dios” en la referencia contractual con
la que negocio, “trajino”, la propia felicidad y la futura inmortalidad narcisista. Se dan
percepciones de “dios” en que este tan sólo es la referencia necesaria para en-diosarse.
Según que percepción de Dios se tenga, esto es algo terrible, se pierde la reverencia y se llega
al desprecio de las criaturas. Al entrar en ejercicios, dejando aparte las “correctas”
formulaciones sobre dios que pueda tener el ejercitante, se va descubriendo que la imagen de
dios al que uno invoca está fabricada por uno mismo y que siempre es interesada de un modo
u otro, dios es el garante de mi propio “amor, querer e interés” por santo y bueno que sea, el
fariseísmo como auto justificación toca lo más hondo del yo que busca aferrarse a su propia
seguridad, y que mejor seguridad que un “dios” que la garantice, que la avale y “premie”. El
dios que surge del yo siempre es un dios interesado.
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“Digo traer en memoria el pecado de los ángeles; cómo siendo ellos criados en gracia, no se
queriendo ayudar con su libertad para hacer reverencia y obediencia a su Criador y Señor,
veniendo en superbia, fueron conuertidos de gracia en malicia, y lanzados del cielo al infierno”
[50] Cuando traemos a la memoria esta historia de la que venimos y en la que estamos
empezamos a percibirnos en una historia “desenfocada” y este desenfoque ha pervertido la
relación con el Dios de la vida. Desde la propia soberbia se percibe a Dios como alguien que
tiene que estar en función de los intereses del yo, y si no lo está o se abomina de él o la
relación está abocada al resentimiento y al frustración. Cuántas vidas llamadas “espirituales”
están cargadas de resentimientos, violencia y frustración.
“A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola” (Lc18,9)
El yo en-si-mismado tiene a ser depredador y exigente, pide a toda la realidad que lo envuelve
que este a su servicio, todo se desenfoca, todo se em-pecata, todo se pervierte y se enrarece.
Se ha perdido la actitud “reverente”. La Reverencia es vivirse en la alteridad ante el Dios de la
Vida, sus criaturas y su mundo. Si el yo desaparece todo sigue, no desaparece con el yo,
cuando esto se barrunta nos cargamos de angustias y de miedos, el miedo de los miedos es a
la propia muerte, el miedo a desaparecer, nos quedamos como sin suelo y esto no se soporta.
No se soporta ni tan siquiera la sospecha que la realidad que todo lo determina y sustenta no
es el yo, esta herida mortal al propio narcisismo puede llevar a una auténtica des-esperación.
Pecado que en su raíz es el desajuste existencial que lleva al narcisismo engreído y prepotente
y en su reverso a la frustración de la vida. “Quién quiera ganar su vida la perderá, quién la
pierda...” Vivirnos desde el Dios Padre/Madre Creador como Fuente de Vida, como Ternura y
Fundamento Misericordioso supone vivirnos como criaturas suyas, criaturas que se saben
abrazadas y queridas por Él
b) Del yo en-si-mismado al yo descentrado
Ignacio de Loyola experimentó ese momento en que todo se quiere construir desde el yo, y el
discurso es siempre consigo,
Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se paraba a
pensar, razonando consigo: ¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San
Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? Y así discurría por muchas
cosas que hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas
dificultosas y graves, las cuales cuando proponía, le parecía hallar en sí
facilidad de ponerlas en obra. Mas todo su discurso era decir consigo:
Santo Domingo hizo esto; pues yo lo tengo de hacer. San Francisco hizo
esto; pues yo lo tengo de hacer. [AB 7]
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el proceso de descentramiento será lento y no vendrá sólo desde la pura interioridad, cuando
Ignacio aparece llorando por primera vez en la Autobiografía es cuando se da una realidad
exterior que le conmueve, y no cualquier realidad, cuando entiende que los pobres son
“vejados” o se les puede “vejar”
Y yendo ya una legua de Monserrate, le alcanzó un hombre, que venía
con mucha priesa en pos dél, y le preguntó si había él dado unos vestidos
a un pobre, como el pobre decía; y respondiendo que sí, le saltaron las
lágrimas de los ojos, de compasión del pobre a quien había dado los
vestidos; de compasión, porque entendió que lo vejaban, pensando que
los había hurtado. [AB 18]
Empezar a descentrarse supone salir de uno mismo y situarse en el contexto más amplio del
mundo en el que vivimos, se trata de tener ojos para ver y este descentrarse es tarea del yo,
es ponerse en marcha, no se trata de voluntarismos extraños se trata de salir de si mismo.
Ignacio al ejercitante no le propone en un primer momento, primer ejercicio [45-54], que se
mire, sería alimentar más de lo mismo, se trata de mirar y situarse en el mundo roto, en una
historia de dolor y de injusticia desgarradora, una historia que viene de muy atrás, configurada
por el no “saber que hacer con la libertad”, y por lo tanto una historia quebrada por el
“sarcasmo de los satisfechos y el desprecio de los orgullosos”.
Si el yo se queda sólo desde él mirando está historia lo normal es que o se quede de
espectador, mirándola desde fuera, cada vez hay más seguidores y seguidoras de Jesús
mirando
este
mundo
como
espectadores
gesticulando
inútilmente
y
lamentándose
estérilmente, o que el yo se repliegue sobre si mismo buscando en su pura interioridad
consuelo ante tanta desdicha, la amenaza de espiritualidades divorciadas de la vida está hoy
muy presente, y además están teniendo éxito.
Este descentramiento del yo, este cambio de mirada sin lamentos ni gesticulaciones sólo se
puede dar ante el Cristo puesto en Cruz, no se puede hacer ante ningún otro rostro ni
realidad, sólo está mirada descentra. Meditar el pecado del mundo pero mirando al Crucificado,
la Misericordia hecha historia, victima desgarrada con las víctimas, el Santo Inocente
compartiendo la suerte de lo santos inocentes de esta historia, entonces surge la vergüenza y
la confusión, el yo se siente como sin suelo, se siente confundido y avergonzado de cómo ante
tanto dolor los intereses del propio yo son nimiedades egoístas. Aguantar la mirada al
Crucificado no es fácil, lo más difícil es aguantarnos la mirada, la mirada me interpela, la
mirada del otro me “saca de mis casillas”, me deja indefenso, cuando la mirada es del Cristo
puesto en Cruz está mirada me arraiga en la Misericordia.
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El Dios Vivo que es Compasivo porque es Comunidad de Amor e implicación compasiva con sus
criaturas (Trinidad) se muestra es el rostro del crucificado. Ante este rostro desaparecen
imágenes de Dios que son proyección de nuestros delirios y alucinaciones. El Crucificado nos
devuelve a la realidad del yo, de la creación y de la historia. La experiencia del Dios de la Vida
es una experiencia de vida y en la vida, sólo adentrándonos en la propia realidad personal
contextualizada (“...considerar mi ánima ser encarcerada en este cuerpo corruptible y todo el
compósito en este valle como desterrado; entre brutos animales. digo todo el compósito de
ánima y cuerpo” [47]) descubrimos la mentira sobre nosotros mismos: el endiosamiento
depredador causa de toda injusticia y ruptura con el Principio y Fundamento de nuestra vida.
Hoy nos encontramos con una dificultad en los ambientes cristianos y es que "el Cristo
crucificado es ya un extraño en la religión burguesa del primer mundo y en su cristianismo", por
eso en ejercicios es necesario aguantar la mirada al Crucificado y esta mirada no se puede
sustituir por ninguna consideración piadosa ni otra imagen. La mirada del Cristo puesto en Cruz
es la que nos va a recolocar, nos va a descentrar para percibir que hondamente que nuestra
“salvación” se encuentra en Él.
c) Del yo descentrado al yo arraigado en la Misericordia
“Coloquio. Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando
gracias a Dios nuestro Señor porque me a dado vida hasta agora,
proponiendo enmienda con su gracia para adelante. Pater noster [61].
“El Señor se volvió, miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra del
Señor cuando le había dicho: "Antes que cante el gallo hoy, me negarás
tres veces". Y saliendo fuera, lloró amargamente. Lc 22,61-62”
Mirar al Cristo puesto en Cruz es mirar la Compasión del Dios vulnerable, débil, desmontado y
abatido porque todo el es El AMOR, una imagen que deslegitima las pretensiones de
autoafirmación del yo. El propio yo del ejercitante experimenta como un quedarse sin suelo
ante la mirada que lo devuelve a su justo lugar de criatura. Es un momento doloroso porque el
yo se resiste, se puede cargar de angustias y de miedo porque pierde el agarradero y se teme
lo peor: perderse, diluirse.
Este proceso no es fácil, en nuestra cultura se hace casi imposible el “disminuirse por
ejemplos” [58], se vive como un atentado contra la propia autoestima, se teme quebrar el yo,
se racionaliza hasta el aburrimiento sobre la necesidad de un yo fuerte e integrado, la mirada
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del Cristo puesto en Cruz elimina el narcisismo, desenmascara la prepotencia y nos devuelve a
la vida cotidiana, (tiempo, casa, oficio y conversación) como el único lugar en que nos
podemos ver en nuestra propia verdad, es ahí en donde percibimos nuestro ser centro, nuestra
utilización de las criaturas, nuestras relaciones de dominio, nuestra manipulaciones de la
realidad,
en
resumidas
cuentas
nuestra
mala
ubicación
en
la
vida,
es
ahí
donde
experimentamos que realmente hacemos cosas que no están bien y que si no son malas del
todo por lo menos son feas.
Esta mirada del Crucificado no es el “Gran Ojo” que nos viola la intimidad, nos acosa y nos
persigue, nos vigila y nos desnuda, no es la mirada escrutadora y juzgadora que humilla y se
regodea en nuestra malicia y fealdad, es la mirada que nos libera de las cargas pesadas que
nos
hemos
impuesto,
es
la
mirada
que
nos
devuelve,
con
lagrimas
de
profundo
agradecimiento, a poder percibir nuestra vida arraigada en el perdón y la misericordia, una
mirada que nos descarga de tanta opresión como supone el ir continuamente por la vida como
en un desfile de “gigantes y cabezudos”, es una mirada que hace que podamos dejar el cartón
piedra que nos carga y oprime y que pueda salir la criaturita, el “ganapanes”, que va dentro
del gigante y cabezudo, cuando esa criatura sale se siente sostenida en la Ternura, el Perdón,
la Misericordia, se siente arraigada en el Alguien que es nuestra Fortaleza, que nos lleva bajo
sus alas, que nos afianza en nuestra vulnerabilidad, que nos pide y exige sino que acoge, que
no afea conductas sino que las reenfoca, que no machaca y humilla sino que endereza y
levanta. Nos arraiga, descentrados del propio en-si-mismamiento, en la Fuente de la Vida.
El ejercitante se dispone a este encuentro aguantando la mirada en coloquio de misericordia
como un amigo habla a otro amigo, nuestro Dios no violenta, su amor es tan vulnerable que
no impone sino que tan sólo nos mira compasivamente. A poco que el ejercitante aguante la
mirada, el Señor es bueno y brotan las lágrimas de alivio. No estamos obligando a nuestro
Dios a nada, al revés, el está ahí siempre, en él somos, nos movemos y existimos, son
nuestras propias cargas egolátricas las que nos impiden acercarnos, cuando se desmontan,
cuando desparecen las resistencias el está ahí “abrazándonos y disponiéndonos” [15]
La patología farisaica consiste en creer que Dios depende de nosotros, que mi yo le dicta el
comportamiento al Dios de la Vida, está es la perversión más radical, más de raíz, que bloquea
todo proceso de descentramiento y arraigo, la desconfianza radical, el no “creer” que la única
relación sana con el dios de la Vida es “como un amigo habla a otro” [54]. La primera semana
nos libera del “fariseísmo”. Al sentirnos criaturas entre las criaturas no podemos ya humillar ni
despreciar a la criatura de Dios.
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d) Pedimos con mucha humildad interno conocimiento de todo lo que nos aparta de
la experiencia del Dios de la Vida
“...para que sienta interno conoscimiento de mis peccados y
aborrescimiento dellos; la 2ª, para que sienta el dessorden de mis
operaciones, para que, aboresciendo, me enmiende y me ordene; la 3ª,
pedir conoscimiento del mundo, para que, aboresciendo, aparte de mí las
cosas mundanas y vanas...” [63]
Nuestras percepciones de Dios son percepciones de realidad, lo que llamamos experiencia de
Dios tiene que ver con nuestra experiencia de la realidad y viceversa. El Dios que se revela
como Fuente de Vida no está al margen de la Vida, el Dios de la Alianza es el Creador, nuestro
modo de relacionarnos con las criaturas y nuestro modo de estar en el mundo de la vida tiene
que ver con la experiencia de Dios. En el triple coloquio no pedimos conocer a Dios, el está ahí
esperándonos, Dios no depende de nosotros, esto el yo-descentrado ya lo ha experimentado,
el “fariseísmo” se va diluyendo, lo que pedimos es la lucidez sobre nosotros y sobre el mundo,
que es lo que nos permite tener la experiencia del Dios la vida.
Pedir conocimiento de mis pecados, de mi desorden de operaciones, aborrecimiento y
conocimiento del mundo es lo que nos dispone a entrar en el ámbito del Dios de la Vida, en la
medida que vivamos en nuestra verdad y no nos engañemos sobre qué mundo vivimos nos
estamos disponiendo a ser abrazados por él. Se trata de quitar defensas, barreras,
autoengaños... se trata de vivir desde el don, la vida es don que no nos podemos apropiar, en
esta apropiación está el origen de todo desenfoque. Cuando nos adueñamos de la propia vida,
cuando se pierde la dimensión de gratuidad no hay posibilidad de experiencia del dios Vivo.
El aborrecer lucidamente las cosa mundanas y vanas es un proceso sanante, este
aborrecimiento duele, porque se trata de hacer duelo por la falsa seguridad que nos daban los
ídolos, pero después de este duelo nos sentimos abrazados por el “Padre Nuestro”, así termina
el triple coloquio, abriéndonos al Dios Vivo desde el desgarro de perder “seguridades” para
entrar en el ámbito de la Gratuidad.
e) Dar gracias por la vida
5º puncto. El quinto: esclamación admirative con crescido afecto,
discurriendo por todas las criaturas, cómo me han dexado en vida y
conservado en ella; los ángeles, como sean cuchillo de la justicia divina,
cómo me han suffrido y guardado y rogado por mí; los santos cómo han
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sido en interceder y rogar por mí; y los cielos, sol, luna, estrellas, y
elementos, fructos, aves, peces, y animales; y la tierra cómo no se a
abierto para sorberme, criando nuevos infiernos para siempre penar en
ellos. [60]
Esta “esclamación admirative con crescido afecto” surge del percibir como Él nos sostiene en la
Vida, no se trata de un dios arbitrario que a su capricho nos pueda dejar sin suelo para caer en
unos infiernos eternos (todas las imágenes de Ignacio tienen sus riesgos) Se trata de
experimentar, como canta el salmo 91, con una tremenda Ternura y Confianza que nuestra
vida sólo se sustenta en Él, aquí esta la fuente de nuestro vivir confiadamente en este mundo
roto pero no está dejado de la mano de Dios
Tú que vives bajo la protección del Dios altísimo y moras a la sombra del
Dios omnipotente, di al Señor: "Eres mi fortaleza y mi refugio, eres mi
Dios, en quien confío". Pues él te librará de la red del cazador, de la peste
mortal; te cobijará bajo sus alas y tú te refugiarás bajo sus plumas; su
lealtad será para ti escudo y armadura. No temerás el terror de la noche
ni la flecha que vuela por el día, ni la peste que avanza en las tinieblas ni
el azote que asola al mediodía.
Desde esta “exclamación de afecto” se comienza a vivir la vida en acción de gracias, así
empieza el examen general [43], dando gracias a Dios por los beneficios recibidos, que en la
contemplación para alcanzar amor Ignacio explicitará como “creación, redención y dones
particulares” [234]
La dificultad estriba en que en la vida, empezando por ella misma, casi todo lo damos por
supuesto, como “normal y natural”. Entonces dar gracias siempre será por lo que ocurra de
extraordinario... y ocurren tan pocas cosas fuera de lo ordinario del vivir cotidiano. El problema
no es sólo que se estreche el campo de la acción de gracias, el ámbito de la Gratuidad, sino
que la mayoría de lo que somos y tenemos lo damos por supuesto y es normal y natural
tenerlo y cuando no se tiene lo exigimos creando dinámicas de intransigencia y exigencia que
no tienen nada que ver con la Gratuidad y con la libertad liberada.
Cuando por miedo a la muerte nos aferramos a la vida y olvidamos que somos una “chispa” de
la creación y que mañana se puede apagar se generan dinámicas insanas, nos agarramos
desesperadamente, sin esperar en el Señor de la Vida, a personas, situaciones, ideas...
caemos en una esclavitud mortal. El esclavo no puede discernir. Cuando la vida es un don se
vive de otra manera. El dar gracias por la vida para adiestrarse en el discernimiento es mirar la
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muerte de cara y decirle cada día que no tiene la última palabra. Es necesario pasar por este
vértigo, pasar esta frontera para ser mujeres y hombres de discernimiento.
Si nos vivimos como criaturas en este mundo nos des-centramos y se puede entonces
empezar a vivir, como hemos visto anteriormente, con una actitud “reverente” ante Dios, las
criaturas y la naturaleza. Actitud reverente en vivirse en alteridad. Lo otro no es mi yo ni una
extensión de él. Si esta “chispa” de la creación que es el yo se apagara en la Luz de Dios, “lo
otro” sigue teniendo consistencia. Configurar nuestra vida desde la acción de gracias por ella
es aligerar el peso de nuestro caminar y dejar las cargas pesadas que nos imponemos e
imponemos a los que nos rodean cuando se nos hace insoportable el mero pensar en
desaparecer de este mundo y de los pequeños mundos en los que vivimos.
f) Mudarse contra la desolación: trabajo del ejercitante “con la gracia suficiente”
“Por el contrario, piense el que está en desolación, que puede mucho, con
la gracia suficiente, para resistir a todos sus enemigos [EE. 324]”.
En este proceso de descentramiento se experimenta la desolación, el yo se resiste a perder
seguridades, se vive la fantasía aterradora de diluirse y perderse si deja de autoafirmarse,
además ante la consideración de este mundo roto se pueda caer en la gesticulación y el
lamento, y no digamos si se cae en dinámicas de autocompasión. Todo proceso de conversión
al Dios de la Vida es doloroso, es mucho lo que se deja para no dolerse, pero los que siguen
miran al Cristo puesto en Cruz no pueden olvidar que es posible el “intenso mudarse” contra la
misma desolación [EE. 319]. La desolación son trampas del propio yo, son trampas que nos
tienden los ídolos. Lo que no se puede es estar en el seguimiento sin poner de nuestra
parte para discernir en la realidad desolada. El yo puede y debe poner de su parte, no es
voluntarismo o pelagianismo, es simplemente caer en la cuenta que la conversión no es magia,
que el Dios de la Vida nos toma en serio y no nos anula como personas.
El acercamiento a los criterios de discernimiento de primera semana pretende recordar como
podemos poner de nuestra parte en este mudarse contra la desolación. En nuestra cultura nos
hemos hechos sospechosos, con razón, de todo artefacto o artilugio que pretenda manipular a
Dios. Los criterios que propone Ignacio son “sabiduría acumulada en la comunidad cristiana”,
son un don del espíritu, los criterios no son automatismos que provoquen una intervención
mágica de Dios.
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El Dios Vivo cuenta con nosotros, puede actuar como quiera o cuando quiera, pero nunca
violentando a las criaturas, nunca coaccionando o anulando la dignidad, nunca perdida del
todo, de ser criaturas suyas, los criterios de discernimiento son trabajo del yo consciente que
desea y quiere disponerse, la gracia siempre está ahí, es Él el que nos sustenta, pero por que
nos quiere nos respeta y no nos ahorra el trabajo de crecimiento.
Los criterios de discernimiento no son un “mapa de la isla del tesoro” que ahorren el “pedir,
buscar y llamar” del ejercitante sino que son una ayuda para el “facilitador” que acompaña y
es testigo del paso del Señor por la vida del ejercitante. Hay que darlos y aplicarlos a lo largo
del proceso de primera semana según la necesidad del que hace ejercicios, siempre con vistas
a no quedar atrapado en las trampas que la realidad y el propio yo nos tiende. Una finura en la
aplicación de los criterios ayudan hondamente a que la Primera Semana sea una profunda
experiencia de arraigo en la Misericordia.
g) A modo de conclusión: el yo arraigado en la Misericordia experimenta la llamada
a, junto con El, desvivirse por las criaturas
Precisamente porque el arraigo es el Dios fuente de Vida, el Dios que se revela en Jesús como
Padre/Madre y Creador, el ejercitante se siente criatura entre las criaturas. Este vivirse como
criatura agraciada en reverencia y alabanza lleva al servicio. Se experimenta el “tirón
compasivo” hacía las criaturas, el regalo de la vida es para generar más vida. El yo ya no se
preocupa y ocupa de si mismo sino que descubre la radical alteridad, el Dios de la Vida
implicado en la suerte de sus criaturas.
Esta experiencia dispone a escuchar la llamada de Jesús que nos invita a amarle y seguirle, un
seguimiento que convierte la vida en un apasionante proceso de des-vivirse por la criaturas de
abatidas y sufrientes. La vida se convierte en un desvivirse, no es un juego de palabras sino
que es un asunto de inherencia en la experiencia del Dios Vivo, no son dos momento
separados, precisamente porque el mundo esta roto y desenfocado, la llamada del Señor es
una llamada a dar la vida.
Toni Catalá sj
Centre Arrupe
València
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