LA TRAVESIA POR LA MITAD DE LA VIDA (1989)

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LA TRAVESIA POR LA MITAD DE LA VIDA (1989)
Por Lic. Guillermo Julio Montero
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.
Fonte: FUNDACION TRAVESIA
Se permite la reproducción de fragmentos de este artículo a condición de que se cite el título, nombre
del autor y la fuente.
En la hermenéutica del mito existen distintos niveles interpretativos que
devienen de diversas postulaciones teóricas. Una de ellas concibe al mito
como un intento de expresión de las ansiedades básicas de la humanidad.
Aquello que no se sabe cómo conocer, aquello que no se puede entender, se lo
explica míticamente, siendo esta explicación mítica a la vez un esfuerzo de
elaboración de tales ansiedades y, ambivalentemente, la búsqueda de la
negación de las mismas. Se cierra el círculo: se consteliza el mito, fascina a
los individuos.
Este efecto luminoso, adhesivo, fascinante, es la clave que señala que el
mito porta esos secretos inaccesibles a la conciencia; de que el mito sería
como un juego que todos los hombres jugaran haciendo como que no
conocieran las reglas. Por esto el mito es también una contraseña que permite
indicar aspectos de la identidad humana.
En el ciclo mítico del héroe, específicamente, y siguiendo a J. Campbell (1)
la fórmula de los ritos de iniciación: separación-iniciación-retorno que
denomina unidad nuclear del monomito, esquematiza en tres los momentos de
la vida del héroe. Pero, ¿qué impulsa al héroe a iniciarse? ¿Cuándo decide
emprender la aventura? ¿Por qué?. Estás preguntas quizás puedan comenzar a
responderse si se toma en cuenta aquello que el héroe sale a buscar: la hierba
de la inmortalidad, los elixires para la larga vida y la eterna juventud, la
panacea que curaría todas las enfermedades, los secretos de la vida, etc. Todos
estos son temas que aluden a la muerte o a su negación. El héroe sale a
desafiar la muerte, entonces, y su propósito sería vivir después de haberse
encontrado con la muerte, o tener la seguridad de su inmortalidad,
generalmente para tratar de transmitirla a los demás.
Gilgamesh, héroe mesopotámico, salió a buscar al elixir que le garantizara
rejuvenecer y no envejecer. Su travesía implicó vencer leones, hombresescorpiones, etc., hasta que pudo llegar a un hermoso jardín con flores, frutas
y piedras preciosas. Una personificación de la diosa Ishtar le cerró las puertas
cuando Gilgamesh le contó su historia, ésta replicó:
“Gilgamesh, por qué seguiste este camino?
La vida que buscas no la encontrarás jamás.
Cuando los dioses crearon al hombre pusieron la muerte sobre él y
sostuvieron la vida en sus propias manos.
Llena tu vientre, Gilgamesh;
disfruta día y noche;
prepara para cada día un buen momento”.
Pero Gilgamesh no tomó en cuenta estos consejos ni los peligros que la
diosa le indicó y siguió su viaje. Iba en busca de un barquero que lo llevaría a
través de las aguas de la muerte hasta la morada del dios quien quizás le
revelara la naturaleza de la planta. Y así fue. El dios anunció a Gilgamesh el
secreto de la hierba: la planta crecía en el fondo del mar, debería sumergirse y
emerger con ella. Gilgamesh, que no se detenía ante nada se ató a los pies una
piedra y descendió al fondo del mar, recogió la planta, aunque hiriéndose, se
desató las piedras y subió a la superficie donde lo esperaba el barquero para el
viaje de regreso. A éste le dijo:
“Esta es la planta única...
Con ella el hombre obtiene todo su vigor,
volveré con ella a mi ciudad.
Su nombre es “El hombre de edad rejuvenece”.
He de comerla para retornar a la condición de mi juventud”.
Volvieron, y Gilgamesh se baño y se acostó a descansar. Mientras dormía,
una serpiente seducida por el perfume de la planta se acercó y la comió,
mudando de piel al instante y rejuveneciendo. Gilgamesh despertó al rato y se
puso a llorar amargamente. Gilgamesh, vencido por la vejez y la muerte no
pudo darle a los hombres lo que los hombres delegaron en él.
¿Por qué la necesidad de rejuvenecer? ¿Por qué un pueblo necesitó crear y
mantener por siglos esta historia? ¿Qué expresaba esto? Este mito expresa la
necesidad individual de elaborar las angustias ante la propia muerte. Cuando
Gilgamesh comienza a verse viejo intenta el viaje... y con él todo un pueblo
que necesitaba saber si es posible que alguna criatura podría eludir ése destino
mortal sentido como aciago. Si Gilgamesh vencía a la muerte obteniendo su
eterna juventud les quedaría alguna esperanza. Aparte, ellos sabían que los
héroes míticos siempre ofrecían los secretos obtenidos a su comunidad; sabían
que él lo haría por ellos. Pero en la temática mítica se observa que la
iniciación en el camino de la pruebas del héroe se produce en un momento
determinado de su historia: únicamente cuando el héroe toma conciencia de su
propio envejecimiento y muerte futura, opta por la travesía.
Por esto es posible postular que este tipo de ciclos míticos del héroe tiende a
explicar que aunque concientemente el ser humano haya conocido lo que es y
significa la muerte, inconscientemente (2) intenta manifestar lo contrario. “En
el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el
inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”, dice
Freud. Todos somos ese héroe inconscientemente. Pero, a la vez, este tipo de
mitos surgen a consecuencia de que existe un disparador de este tipo de
ansiedades en un momento determinado de la vida individual de cada ser
humano. Ese momento es el que se denomina crisis de la mitad de la vida,
porque esta crisis está modelada por la angustia ante la conciencia de la
muerte individual; no la de otros, la propia.
Hay, entonces, un momento especial, único e irrepetible en la vida de cada
persona en que toma conciencia de su finitud, y este momento suele rondar los
40 años aunque varía individualmente por una multiplicidad de factores.
Este período de la vida se denomina crisis, porque, antitéticamente, crisis,
en el sentido oriental, significa peligro y posibilidad. Es peligroso porque
puede operarse un estancamiento o una regresión a un modelo previo; y es una
posibilidad porque esta etapa facilita un pasaje hacia la madurez que
evolutivamente está comenzando a vivir.
La crisis de la mitad de la vida, entonces, implica el pasaje, el tránsito desde
la juventud hacia la madurez. Por esto, ineludiblemente la crisis lleva también
a un replanteo acerca de la identidad individual, y sería a la vez una crisis de
identidad: entre la identidad joven y la identidad madura, mediada por esta
crisis de la edad adulta.
Es posible intentar un corte transversal del espacio psíquico de la persona
inmersa en la crisis. El sujeto de 40 años tendría, aproximadamente, padres de
65 años e hijos que rondarían los 15 años de edad. Padres que viven el inicio
de la vejez e hijos que viven su adolescencia.
Padres que dejan progresivamente de proteger, e hijos que comienzan a
desafiar. Este sujeto, entonces, ha perdido la ilusión de la eterna protección de
sus padres, de su cuidado; y también se encuentra con que sus hijos tienen la
fuerza y la energía que a veces comienza a faltarle para algunas situaciones.
Entonces, la persona en crisis, mira hacia atrás y ve que su adolescencia se fue
hace muchos años y trata de evaluar los años que pasaron; pero a la vez
mantiene un ojo atento al futuro, porque ese futuro ya no vive como ilimitado,
es algo que ya existe, algo que tiene un punto de llegada. El sujeto ya no sólo
suma los años que tiene, sino que también ahora agrega a esos cálculos los
años que probablemente faltarán para su muerte. Percibe que tenía todo, y que
no le quedará nada. Precisamente el tiempo en el adolescente y en el adulto
joven es vivenciado subjetivamente como algo ilimitado; todo es posible.
Durante la crisis la persona siente que ya no tendrá el tiempo para realizar
todo lo que pretende, a veces sentirá que el tiempo no le alcanzará para nada.
A su resolución, y si se opera ésta, esa vivencia trasmuda a la del tiempo
adulto, que es limitado y donde la vivencia interior es de que algunas cosas
son posibles, no todas como antes de la crisis, aunque estas cosas posibles se
vivirán con otra profundidad.
Esto es así, porque uno de los aspectos del disparador de esta crisis es la
sensación, también subjetiva, de que por primera vez en la vida hay cosas que
ya no podrán comenzarse o realizarse; por ejemplo la decisión de no tener más
hijos, o la vivencia interna de que hay cosas que son sólo para que inicien los
jóvenes, etc. Esto podría definirse también como la sensación de vivir con
límites en oposición a ese tiempo joven que era vivenciado como ilimitado.
Ese tiempo joven quedará, entonces, delegado en los hijos para que el sujeto
pueda seguir evolucionando. Estos límites de la adultez no implican una
coerción de expectativas, sino que naturalmente significa aquello que está al
alcance del sujeto, a la vez que discriminan un espacio psíquico y un campo
nuevo donde, con otras variables, el sujeto podrá seguir desarrollándose.
Este nuevo espacio psíquico se operará a partir de lo que Elliot Jacques (3)
denomina resignación constructiva. Esto es aquello, a su decir, que imparte
serenidad a la vida y al trabajo. También puede denominarse este momento
como de re-signación, dado que se resignifica no sólo ese espacio psíquico,
sino también la identidad individual del sujeto en crisis, a la vez que el pasado
y el futuro se modelan desde una nueva perspectiva. Similarmente la actividad
externa opera un cambio cualitativo y cuantitativo: así como
enantiodrómicamente, en un decir heraclíteo, sucede lo mismo con la
actividad interna.
Existe también un paralelo muy marcado entre la crisis adolescente y la
crisis de la mitad de la vida, y existe una relación que conecta como un puente
ambos períodos. Esto es así por el parecido entre los duelos que vive el
adolescente y los que vive el sujeto en esta crisis. Fue Arminda Aberastury (4)
quien describió los duelos típicos de la adolescencia como los duelos por el
cuerpo infantil, por los padres de la infancia, y por la identidad infantil, los
que se corresponderían en la fase de la vida considerada aquí con el duelo del
cuerpo joven, el duelo por los padres protectores, y el duelo por la identidad
joven. Si a esto se agrega que el sujeto en crisis con la mitad de su vida tendrá
probablemente un hijo púber o adolescente que estará viviendo sus duelos
personales, se comprenderá la complejidad del problema. Porque la persona
en crisis estará perdiendo también, entonces, a su hijo niño para comenzar a
encontrarse con un hijo que comienza a demandar desde sus nuevas
necesidades, lo que implicará una serie de acomodaciones en su relación con
el hijo y consigo mismo, lo que una vez más lo enfrenta con su conciencia de
envejecimiento y muerte. Uno entra en la juventud; el otro sale de ella e
ingresa en un terreno incierto, plagado de oscuridades y dudas, así como de
angustias.
La crisis de la mediana edad implica, entonces, el desafío de aceptar la
iniciación de los hijos en su juventud, y a la vez la aceptación individual de la
necesidad de una cierta entrega de los atributos de la juventud.
Esta crisis, entonces, plantea una revisión de la propia adolescencia. Sirva
como ejemplo la vida de Herman Hesse, quien, en tratamiento psicológico y a
sus 40 años escribe Demian, verdadera pintura del anhelo y los sufrimientos
del adolescente. Zak de Goldstein (5) analiza la obra, paraleliza con la vida del
autor y afirma que “la elección que hace Hesse de la adolescencia como
modelo responde a la proximidad de este período conflictual con el estado de
su propio mundo interno que vuelca autobiográficamente en la obra”. Es una
condición necesaria de la crisis esta revisión.
Por todo esto es común observar grandes cambios de orientación en la vida
de personas que rondan los 40 años. El paradigma de la vida de Paul Gaughin
servirá de ejemplo. A los 35 años abandona su buen empleo de bancario, con
todas las seguridades y protecciones que le ofrecía; deja a su mujer, y
emprende un viaje incierto hacia Tahití, donde en contacto con la naturaleza y
con las bellas mujeres que posteriormente dejara pintadas, emprende una
profunda revisión de su vida y produce una obra asombrosamente genial.
Ernest Jones, (6) biógrafo de Freud cuenta la “verdadera sacudida que
representó para Freud descubrir su propio complejo de Edipo”, y esto fue
entre los 40 y 42 años; y exactamente a sus 40 muere su padre Jacob. En su
autoanálisis pudo desenterrar recuerdos de su más temprana infancia. Piénsese
también que comienza su producción científica propiamente psicoanalítica
con sus “Estudios sobre la histeria”, en colaboraricón con Breuer en esta
misma época. “La interpretación de los sueños” ve la luz a sus 43 años.
Asimismo Jung, por ese entonces eminente discípulo de Freud,
aproximadamente a sus 40 años produce el cisma más importante que padeció
el movimiento psicoanalítico cuando decide dejar de colaborar con Freud y el
psicoanálisis.
También, y con la misma frecuencia, se observa un cambio hacia la
desorientación. Personas de acendrado éxito personal, familiar, social y
profesional que sucumben ante la crisis y no pueden optar más que por una
vida gris hasta sus muertes. Estas personas no han podido elaborar las
ansiedades concomitantes a la mitad de la vida.
Lo que se espera es que suceda una tempestad, porque se instala la crisis y
ésta ofrece una posibilidad. El caso de una disociación tan importante como
para que no se perciba la crisis no podrá traerla sino devuelta en síntomas,
generalmente graves, que expresarán aquello que el sujeto concientemente no
puede abordar. Es por esto que la crisis de la mediana edad siempre estalla,
aunque no se manifieste exteriormente, porque es un regulador y un ordenador
evolutivo que jalona el cruce del umbral hacia la segunda mitad de la vida.
Pensar la crisis con la imagen del cruce del umbral facilita
conceptualizaciones acerca de la crisis como parto. Quizás tengan mucha
relación todas las concepciones míticas acerca del segundo nacimiento, los
trabajos de los alquimistas medievales, de los filósofos de la naturaleza,
puesto que ellos también estaban expresando sus propias crisis individuales.
Mauricio Abadi, (7) hablando específicamente del nacimiento humano concibe
tres tipos de ansiedades: angustia de encierro, angustia de tránsito y angustia
ante el vacío, las que serían experimentadas psíquicamente por el niño a su
nacimiento y re-vivenciadas ante las situaciones de la vida que las potencien;
y plantea además una dialéctica del adentro y del afuera para la comprensión
de la evolución y los cambios del ser humano. “O sea, en la medida en que el
vivir supone una continua transición y retransición (del adentro al afuera y del
afuera al adentro) atravesando, en los dos sentidos opuestos, el mismo umbral,
podemos ubicar el centro de la vida del hombre en ese umbral, metafórico
símbolo del límite entre la vida intrauterina y la vida extrauterina. Umbral
desde el cual se mueve el vivir con mayor amplitud de excursión, con
diferente ritmo, etc., según la ecuación personal de cada individuo”. Por eso
este umbral es como el symbolum antiguo que unía dos mitades, las que
únicamente estando juntas hacían que el symbolum valiera como tal, y
autenticaba la relación. Por eso este umbral puede ser símbolo de unión y
puente que conecta ambas edades.
Las características de la crisis de la mitad de la vida pueden sintetizarse en
miedo a la muerte, miedo a las enfermedades y miedo a la vejez. Asimismo la
mitad de la vida incluye estados de profunda depresión y antitéticamente
estados de euforia, fantasías de disminución de la potencia sexual en el
hombre, y fantasías de anticipo de la menopausia en la mujer; sensaciones de
miedo indiscriminado acompañadas por temores a la soledad; preocupación
excesiva por el cuidado físico, arrugas, canas, caída del cabello, etc.;
competencia y rivalidad con los hijos; temores hipocondríacos acerca del
propio cuerpo; la sensación de necesitar comprobar los rendimientos del
esfuerzo físico con otros; frecuentes crisis de la pareja, las que no
encaminadas claramente, deciden muchas separaciones; la aparición de
nuevos intereses y necesidades; la irrupción del deseo de realizar una nueva
organización de todas las cosas; el afloramiento de deseos infantiles que
habían permanecido reprimidos por mucho tiempo y que en este momento
serían realizables tales como viajes, nuevas empresas, etc.; una revalorización
de cada momento vivido; etc.
Básicamente hay dos estados típicos para expresar la crisis: maniaco, el uno;
depresivo, el otro. El estado de manía se apoya en el mecanismo psíquico de
la negación: el sujeto niega lo que le pasa, niega el paso del tiempo, niega el
avance de la edad, etc. Por esto es frecuente observar los supuestos botes
salvavidas a que se aferran estas personalidades: Un nuevo hijo a los 40
después de haber criado dos o tres más sustentado por la fantasía inconsciente
de que ese nuevo hijo le devolvería la juventud perdida; o por ejemplo, el caso
de la ruptura de una pareja para iniciar una relación con otra persona
sensiblemente menor, para intentar demostrarse que “todo sigue igual” o que
“esta todo bien”, en relación a como eran antes las cosas. Y así no habrá
salida.
El segundo de estos estados, el depresivo impone al sujeto una sensación de
abatimiento total, de encierro, de desesperación, de sin sentido. Aquí se
potencia el pasado, se lo idealiza y se anhela un retorno al mismo. Son
sensaciones de tristeza profunda y de abandono. Si un estado depresivo así
está apoyado sobre una personalidad similar, es posible que el sujeto quede
encerrado en una depresión y no avance en la resolución de su crisis. Si esto
no es así, esta etapa depresiva, siempre que implique los duelos propios de
esta edad conduce al cruce del umbral y el sujeto redistribuye su energía para
la vida aceptando la muerte, porque el intento de resolución maníaca de la
crisis buscaría tachar la muerte en un esfuerzo por potenciar la vida; y en la
expresión depresiva de la misma el sujeto buscaría tachar la vida para
potenciar la muerte dentro suyo. El único camino pasa, una vez más por la
unión de estos supuestos opuestos.
La crisis de la mediana edad activa la problemática edípica personal, puesto
que la adolescencia de los propios hijos y la consecuente reactivación de su
conflictiva edípica reedita el complejo edípico de los padres. A esto hay que
sumarle que la vejez de los padres personales refuerza también las cosas en
este sentido.
Asimismo, esta crisis aumenta el montante de las ansiedades de abandono
del sujeto: el sujeto se siente abandonado por su destino, por la vida, por sus
padres, etc. Al ser esta sensación de abandono dominante y profunda se
reedita la problemática típica de la separación-individuación.
De la reorganización de estos factores emergerá la posibilidad de que el
hombre viva como tal y no como héroe. Pero si se desatiende este período,
este núcleo, este umbral, el hombre quedará inconcluso, por la mitad del
camino.
Gilgamesh inició su travesía para convertirse en héroe y terminó siendo un
simple hombre más. Cuando Gilgamesh llora desviste un héroe y viste un
hombre que ha comprendido que necesita empezar a serlo. Por eso su
sacrificio sirvió: porque la vida es una travesía, pero a la vez la mitad de la
vida implica una travesía.
Bibliografía y notas:
1. Campbell, Joseph: El héroe de las mil caras – Psicoanálisis del
mito. Fondo de Cultura Económica, México, 1959. La traducción
que se toma más adelante del poema de Gilgamesh ha sido
extractada de esta obra.
2. Freud, Sigmund: Obras completas, Amorrortu Editores,
Buenos Aires, 1984, tomo XIV, p. 290.
3. Jacques, Elliot: La muerte y la crisis de la mitad de la vida, en
Revista de psicoanálisis, Buenos Aires, 1966, Tomo XXIII, Nº 4,
p. 401 y ss.
4. Aberasturi, Arminda: La adolescencia normal, un enfoque
psicoanalítico, Piados, Buenos Aires, 1986.
5. Zak de Goldstein, Raquel: Adolescencia, Ediciones
Kargieman, Buenos Aires, 1971, p. 279 y ss.
6. Jones, Ernest: Vida y obra de Sigmund Freud, Ediciones
Hormé, Buenos Aires, 3 tomos, 1979.
7. Abadi, Mauricio: Renacimiento de Edipo, Editorial Trieb,
Buenos Aires, 1977, p.274 y ss.
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