DOMINGO 32 TIEMPO ORDINARIO - CICLO “B”

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DOMINGO 33 TIEMPO ORDINARIO - CICLO “B”
15-Noviembre-2015
Ya acercándonos al final del Año Litúrgico, el cual suele terminar en
el mes de Noviembre de cada año, este último Domingo del Ciclo “B”, ciclo
que concluye la próxima semana con la Fiesta de Cristo Rey, las Lecturas
nos invitan a reflexionar sobre la Parusía.
“Parusía” es una palabra que intriga -cuando no se conoce su
significado- y que tal vez asusta cuando sí se conoce.
En efecto, en su sentido estricto, “Parusía” significa la segunda
venida de Cristo. Y eso asusta.
En su sentido más amplio se refiere a la plenitud de la salvación de la
humanidad, salvación efectuada ya por Cristo, pero que será completada
precisamente con su segunda venida en gloria, cuando venga a establecer
su reinado definitivo, cuando como nos dice San Pablo en la Segunda
Lectura, “sus enemigos sean puestos bajo sus pies” (Hb. 10, 11-14.18).
De allí que no haya que temer, porque la Parusía será el momento de
nuestra salvación definitiva. Será, además, el momento más espectacular y
más importante de la historia de la humanidad: ¡Cristo viniendo en la
plenitud de su gloria, de su poder, de su divinidad! Si hace dos mil años
Cristo vino como un ser humano cualquiera, en su segunda venida lo
veremos tal cual es, “cara a cara” (1 Cor. 13, 12).
Será el momento de nuestra definitiva liberación: nuestros cuerpos
reunidos con nuestras almas en la resurrección prometida para ese
momento final.
Es cierto que la Primera Lectura del Profeta Daniel nos hace algunos
anuncios aterradores. Pero ese momento será terrible para algunos, para
“los que duermen en el polvo y que despertarán para el eterno castigo” (Dn. 12,
1-3). Pero ésos serán los que no hayan cumplido la voluntad de Dios en
esta vida terrena, los que se hayan opuesto a Dios y a sus designios, los que
hayan buscado caminos distintos a los de Dios. Es decir, ese castigo será
para los que le han dado la espalda a Dios.
Pero los justos, los que hayan buscado cumplir la voluntad de Dios
en esta vida, los que por esa razón “están escritos en el libro ... despertarán
para la vida eterna ... brillarán como el esplendor del firmamento ... y
resplandecerán como estrellas por toda la eternidad” (Dn. 12, 1-3).
Notemos que Daniel nos habla de “los guías sabios” y “los que enseñan
a muchos la justicia”.
La gloria esplendorosa será para los guías que sean sabios, que estén
llenos de la Sabiduría Divina y que guíen a otros con esa Sabiduría.
También será esa gloria para aquéllos que enseñen la justicia. La justicia,
en lenguaje bíblico, significa santidad.
Es decir, esa gloria esplendorosa será también para aquéllos que
viviendo en santidad, viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios, enseñen
a otros la santidad, el cumplimiento de la voluntad de Dios, tanto con su
ejemplo, como con su palabra.
Es cierto que nos dice también el Profeta, que ese momento será
precedido por “un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del
mundo”.
Ahora bien, no hay que temer este tiempo final, pues dentro de su
Providencia Divina, Dios prepara todo para bien de los que le aman, para
bien de aquéllos que han vivido acorde a su Voluntad en esta vida –la que
estamos viviendo antes de que vuelva glorioso como justísimo Juez en la
Parusía.
De allí que las pruebas y sufrimientos de esa tribulación serán la
última llamada –la última oportunidad- de conversión para los que se
encuentren en estado de pecado y decidan –por fin- no seguir dándole la
espalda a Dios.
Será también la última ocasión de expiación para los que, aun
andando en la Voluntad de Dios, requieren de esa etapa de purificación
para poder ver a Dios cara a cara. Porque “bienaventurados los limpios de
corazón, pues ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8) y, refiriéndose a la entrada a la
Jerusalén Celestial, nos dice el Apocalipsis: “En ella no entrará nada
manchado” (Ap. 21, 27) y “Felices los que lavan sus ropas…se les abrirán las
puertas de la Ciudad” (Ap. 22, 14).
En ese sentido, esa etapa de sufrimientos es, entonces, fruto de la
infinita misericordia de Dios que quiere que todos sus hijos sean salvados
y disfruten eternamente con El la gloria del Cielo que nos ha preparado
desde toda la eternidad.
Es por ello que para el verdadero seguidor de Cristo, las
tribulaciones de ayer, de hoy y del futuro, tribulaciones personales o
grupales, tribulaciones de ciudades, de países, del mundo, son vistas como
preparación de todos los seres humanos a esa venida final de Cristo en
gloria.
El Evangelio también nos habla de lo mismo. Es Cristo predicando
sobre ese momento. Y nos dice que será un momento en que “el universo
entero se conmoverá, pues verán al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder
y majestad. Y El enviará a sus Ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro
puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo” (Mc.
13, 24-32).
Es bueno hacer notar que tanto la profecía de Daniel, como el
anuncio del Evangelio, se referían también a hechos que sucedieron ya en
la historia, pues así es la Palabra de Dios: para todo momento.
En el caso de Daniel, se refería a la persecución de los judíos por
parte de los reyes paganos. En el caso del Evangelio, se trataba de la
destrucción de Jerusalén. Pero en sentido pleno, estas lecturas se refieren a
la Parusía, al fin de los tiempos.
Otro punto interesante en ambas lecturas es la participación de los
Ángeles en favor de los elegidos. La lectura del Libro de Daniel nos habla
de San Miguel Arcángel, “el gran príncipe que defiende a tu pueblo”. El
Evangelio de hoy nos habla de todos los Ángeles “encargados de reunir a
todos los elegidos”.
Otro tema que toca el Señor en el Evangelio es el momento en que
esto sucederá. Y a pesar de que el momento no es lo más importante, pues
siempre tenemos que estar preparados, como bien nos indica Jesús con
varias parábolas, sí nos da el Señor en este Evangelio algún indicio:
“Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas
y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando
vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la
puerta”.
En ese momento seremos resucitados y reunidos todos: unos
resucitarán para una vida de felicidad eterna en el Cielo y otros para una
vida de condenación eterna en el Infierno. En ese momento grandioso,
inimaginable, esplendoroso, tal vez el momento más espectacular y más
importante de toda la historia humana, habrá “cielos nuevos y tierra nueva”
para los salvados. Será el Reinado definitivo de Cristo (cfr. Ap. 21 y 1 Pe. 3,
10-13).
Con esta esperanza se comprende cómo -desde el comienzo de la
Iglesia hasta nuestros días- los cristianos, deseosos de volver a ver el rostro
glorioso de Cristo, han esperado siempre la Parusía y hasta han creído
sentirla muy próxima en algunos momentos de la historia de la
humanidad. De allí que con el deseo de ese momento toda la Iglesia ore
con las palabras finales de la Biblia: “Ven, Señor Jesús” (Ap. 22, 20).
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