LA VIRGEN DE LOS SICARIOS La película La virgen de los sicarios

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LA VIRGEN DE LOS
SICARIOS
La película La virgen de los sicarios, basada en la obra homónima del escritor colombiano Fernando
Vallejo y dirigida por Barbet Schroeder, se presenta el 6 de septiembre en competencia en el Festival
de Venecia. Su estreno mundial es el 22 de septiembre en Francia y a Colombia llegará en octubre.
Publicamos el comentario de la película, escrito por el poeta William Ospina, y el diario de Barbet
Schroeder durante su estadía en Medellín.
«No quieren morir, pero matan»
Por William Ospina
Fotografía de Juan Fernando Ospina
El joven protagonista de La virgen de los sicarios, de Barbet Schroeder, mata mucha menos gente que Rambo,
o que los invariables e incansables policías de Los Ángeles y sus malvados enemigos, pero ninguna víctima de
Rambo nos sobrecoge, y en cambio cada uno de estos crímenes improvisados en Medellín es perturbador y logra
quitarnos el sosiego. No acabamos de conciliar su advenimiento intempestivo con la cara de ángel del asesino, ese
sangriento Tadzio de barriada, ese Alexis, a quien no podemos conocer porque es elemental e imprevisible, porque
vive demasiado de prisa, porque habita un mundo demasiado provisional y demasiado desprovisto a la vez, porque
es apenas una nube que pasa.
Tal vez por eso es tan conmovedora la secuencia de las nubes que llenan y vacían desesperadamente los cielos
de Medellín, que se desbordan sobre las montañas vecinas, que en seguida se esfuman, y que en algún momento
fulminan con rayos tremendos el valle populoso y profundo. El director no puede impedirse comparar esa juventud
tierna, dulce incluso, capaz de solidaridad y de devoción, pero a la vez implacable, inconsciente, inhumana, con la
violencia impersonal de la naturaleza en un mundo tormentoso, agobiado de una casi insolente fecundidad. Vemos
a estos jóvenes matar y morir en una danza impulsiva, irreflexiva, carente de sentido, y no conseguimos odiarlos,
porque nos parece que se matan con la misma inocencia con la que se abandonan al amor o a la música.
No son del todo reales. Criaturas de la ficción de Fernando Vallejo, hechas para ilustrar a la vez sus ensueños y
sus opiniones vehementes sobre lo humano y lo divino, sin duda tienen mucho de los jóvenes que ha conocido en
su vida y de los que llenan con su muerte precoz la noche de las barriadas en la ciudad más extraña de uno de los
países más extraños del mundo.
Estos jóvenes de Vallejo son curiosas quimeras, y ello no significa que no existan. «Conjuntan en su sangre»,
como diría un autor de culto de Vallejo, Porfirio Barba Jacob, la violencia con la inocencia. No saben vivir, pero lo
intentan. No quieren morir, pero matan. No saben morir, pero mueren. ¿Quién se atreverá a decir que no existen?
El director ha sabido recibir el doble aporte de Vallejo y de Víctor Gaviria para hacer una película que un mero
colombiano tal vez podría concebir pero no realizar, que un mero europeo tal vez podría realizar pero no concebir.
«Yo sé que no se parece a nada conocido», me dijo con orgullo Barbet Schroeder a la salida de una exhibición
privada de su filme en la avenida Wagram, en París. Creo, sin embargo, que le ha hecho un consciente homenaje
a algo conocido cuando escogió un caño turbio como aquel en que ocurren varias turbias escenas de La
vendedora de rosas para una de las escenas más singulares de su película: la de la muerte del perrito. También
siguió el consejo tácito de Gaviria de usar actores naturales sacados de las turbulentas barriadas para encarnar a
sus personajes; esto hace crecer hasta el vértigo la dosis de realidad de la obra. Así podemos sentir con gratitud
que un gran director del cine mundial se ha dejado tocar en la medida de lo necesario por una obra reciente del
cine colombiano.
Halago lateral y amistoso al arte abigarrado pero hondamente intuitivo y poético de Víctor Gaviria, la película de
Schroeder es también, centralmente, un homenaje a la personalidad imponente de Fernando Vallejo, después de
García Márquez el más original y vigoroso escritor colombiano contemporáneo. Siendo tan intensos y
conmovedores los jóvenes sicarios, es Vallejo quien centra la película, con su personaje a medias real, a medias
fantástico, finamente reinventado por Germán Jaramillo, que ensaya para cada hecho de la realidad una
conclusión epigramática.
La pasión de Barbet Schroeder por los cínicos griegos encuentra aquí su molde perfecto. Como en la vida de
Diógenes contada por Diógenes Laercio, el protagonista filósofo va puntuando la realidad con sus frases
insolentes, escépticas, mordaces, siempre a mitad de camino entre el edificante cinismo filosófico y el cinismo a
secas de cada día. Sus opiniones son tan singulares que no logran desdibujar ni entorpecer la acción, y por
momentos hasta creemos en el ser humano que se oculta bajo esa manía sentenciosa. El fin de Vallejo, con todo,
es menos retratar una conciencia que zarandear a un país y, desnudando sus vergüenzas, igualarlo al resto de la
humanidad, a la que insulta con indignación imparcial.
Su moral es la de Almafuerte, su complicidad con el criminal es idéntica:
¡Dónde esconde sus pálpitos de lobo,
Dónde esgrime su trágica energía,
Para ponerme yo como vigía
Mientras urde su crimen y su robo!
Y la conclusión de su prédica bien podría ser la de ese vigoroso poeta de los suburbios:
Yo derramé, con delicadas artes,
Sobre cada reptil una caricia,
No creí necesaria la justicia
Cuando reina el dolor por todas partes.
Por eso el protagonista va asumiendo gradualmente el papel de misionero del nihilismo, y su actitud
profundamente religiosa, de modo negativo, se ve resaltada por su frecuentación de las iglesias. Es allí donde el
nombre de la película revela su contenido secreto. Sobre los gritos que denuncian al Dios inexistente -lo que no
impide que el protagonista lo vea en los ojos de un niño callejero abandonado y drogado- se yergue la imagen de
la virgen de los sicarios, la madre comprensiva que santifica con su silencio la labor de los niños asesinos. Esa
mujer intangible y ausente, en este mundo de hombres solos, de hombres que se aman y se matan, que se matan
para amarse, que se aman para matarse, es un extraño símbolo, bien inexplicable pero bien imborrable. Buen
sacerdote de su religión es este gramático que rechaza la procreación y odia a las madres aunque ama a sus hijos.
Un hombre moderno, a la manera de Baudelaire, odiado profesional de la madre a la que idolatra, compadecido de
las ancianas en las que ve la crueldad de Dios:
Ruinas, sois mis hermanas, vencidas, solitarias,
Cada tarde os despido con mi solemne adiós.
¿Dónde estaréis mañana, evas octogenarias,
Marcadas por la garra implacable de Dios? .
Estas despiadadas comprobaciones, estos sermones del ateísmo militante, estos asesinatos simbólicos del poder,
fueron siempre el modo como las sociedades se quitaron de encima las mordazas del clericalismo y las camisas de
fuerza de una moral hipócrita. Aquí Barbet Schroeder se une a Vallejo para hacer una obra que pone a Colombia
en el mundo, permitiendo a la vez que Colombia se mire a sí misma. Es evidente que la realidad del país no se
agota en este elocuente símbolo de los amores entre un gramático y un sicario bajo la tutela espiritual de la virgen,
como no se agota Rusia en Raskolnikov, ni Grecia en Clitemnestra, pero mucho de él está aquí a la vista. Y, cosa
curiosa, será su aire profundamente familiar lo que le dará su éxito en Colombia, en tanto que será su radical
extrañeza lo que le dará su lugar en el mundo.
Extrañeza de su tono humano, de su conmovedora música campesina, de sus barriadas equinocciales y de la
devoción de sus asesinos, idéntica a la de los cruzados y los conquistadores, que se santiguaban con las armas e
invocaban al santoral para sus orgías de muerte, pero ahora utilizada no para arrasar al infiel ni destrozar al distinto
sino al hermano querido. Lo demás no es extraño. Lo demás de esta historia es viejo como el mundo. Es el
desolado amor de un hombre por su juventud perdida, y es la incestuosa guerra / de caínes y abeles y su cría de la
que hablaba Borges. La muerte, que no es un patrimonio colombiano, sino, como lo dijo un crítico francés después
de ver la película, «lo que más hay en todas partes».
La virgen de los sicarios,
la película
GRADOS 9º
TRABAJO A REALIZAR: (presentar en hojas tamaño carta y carpeta), para el debido análisis
tenga en cuenta los siguientes puntos:
Fecha de entrega: Martes 17 de Septiembre
1. Propósito del artículo.
2. Argumento principal del autor.
3. Sintetice e interprete el contenido del artículo.
4. ¿Está de acuerdo con los argumentos o conclusiones presentadas por el autor? Crees que son
certeros? Si, no por qué? Justifica tu respuesta.
5. Juicios u opiniones críticas sobre lo que leyó.
6. Identifica y enumera cuales son los puntos más sobresalientes del artículo.
7. Identificar causas de los eventos presentados.
8. Consecuencias de las acciones vistas en el artículo.
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