UNIDOS POR EL DERECHO AL VOTO, PERO DIVIDIDOS POR LA

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UNIDOS POR EL DERECHO AL VOTO, PERO DIVIDIDOS POR LA POBREZA
LA DEMOCRACIA DISFUNCIONAL DE AMÉRICA LATINA1
Por Denise Dresser2
En América Latina, mucha gente vive con las manos extendidas.
Los gobiernos paternalistas acostumbran a sus pueblos a recibir apenas lo suficiente para sobrevivir, en
lugar de participar en la sociedad. Los políticos que alguna vez Octavio Paz llamara los “ogros
filantrópicos” crean clientes en vez de ciudadanos, pueblos que esperan en lugar de exigir.
América Latina cojea a un costado porque no puede correr decididamente hacia adelante. De partida, hay
demasiadas barreras para los pobres, los innovadores y quienes no tienen acceso al crédito. Existen
demasiados muros erigidos contra la movilidad social, la competencia y la equidad en la política y los
negocios.
Como resultado, aunque los latinoamericanos pueden votar en un ambiente más democrático, no pueden
competir en un mundo globalizado. Los estándares de vida han caído, los ingresos se han estancado y se
ha perdido la fe. La gente marcha por las calles de Bolivia. O cree las promesas del presidente populista
Hugo Chávez en Venezuela. O piensa en un retorno al pasado unipartidista en México. O ansía un “que se
vayan todos”, como hoy parece estar arraigándose en Brasil.
La región es más democrática y desigual que hace diez años. Unidos por el derecho al voto, los
latinoamericanos siguen divididos por la pobreza. Las economías están organizadas de un modo que
concentra la riqueza en pocas manos y a continuación le permite no pagar impuestos, privando a los
gobiernos de los recursos para invertir en capital humano. Pocos gobiernos se han comprometido a hacer
esta inversión. En su lugar, lo que el pueblo latinoamericano ha obtenido en la era democrática es un
montón de obras públicas: puentes, carreteras y estructuras diseñadas para generar apoyo político de corto
plazo.
Esta democracia parece incapaz de desmantelar las viejas redes de clientelismo y sus tradicionales
arreglos para compartir el poder. Las élites siguen resguardadas en vecindarios protegidos, dejando fuera a
los pobres y sin incentivo para darles poder.
Esto significa que amplios porcentajes de la población no terminan la secundaria, no tienen acceso a la
universidad ni se convierten en ciudadanos con pleno ejercicio de sus derechos. Siguen al servicio de
sistemas donde las relaciones personales importan más que las calificaciones y las habilidades, y en donde
los puestos se asignan con base en la lealtad, no en el mérito. Las puertas se abren para los que tienen el
apellido y los contactos correctos, y los contratos se adjudican con un guiño. Los monopolios estatales se
venden a amigos que se convierten en multimillonarios, como el mexicano Carlos Slim.
A pesar de los desórdenes en Bolivia y el avance de políticos populistas, América Latina no está a punto
de sufrir un desastre económico. La región se mantiene en gran parte estable. Pero eso no es suficiente
1
Periódico El Tiempo. Bogotá, agosto 2 de 2005.
http://eltiempo.terra.com.co/opinion/colopi_new/columnas_del_dia/ARTICULO-WEB-_NOTA_INTERIOR-2167639.html
2
Profesora de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM)
para hacer que la gente pase de una fábrica de tortillas a una compañía de software, para crear una clase
media amplia y asegurar así movilidad social.
La democracia puede estar funcionando lo suficientemente bien en términos de elecciones libres y justas.
Pero otra cosa no lo está. La democracia disfuncional de América Latina es el resultado de un patrón de
comportamiento político y económico que la condena al estancamiento, independientemente de quien
gobierne. Tiene su raíz en reformas estructurales pospuestas o realizadas a medias, de privatizaciones que
benefician a las élites pero perjudican a los consumidores.
Esto ha dado sustento a un modelo que pone más valor en la extracción de recursos que en la educación y
potenciación de la gente. Recursos abundantes, como el petróleo, son una maldición para la democracia en
los países en desarrollo, ya que cuando un gobierno obtiene los ingresos que necesita mediante su venta,
no siente necesidad de cobrar impuestos. Los gobiernos que no necesitan ampliar su base de
contribuyentes tienen menos incentivos para responder a las necesidades de sus pueblos.
De hecho, los gobiernos que se basan en el clientelismo en lugar de la plena ciudadanía no necesitan dar
respuesta alguna. Producen democracias superficiales, donde las personas tienen voto pero no participan
realmente en la toma de decisiones, en donde la riqueza está cada vez más concentrada y la brecha en los
ingresos es más difícil de cerrar.
Peor aún, tales gobiernos, ya sea autoritarios o nominalmente democráticos, convierten a sus ciudadanos
en destinatarios de dádivas, en lugar de participantes. Crean gente que vive con las manos extendidas y no
con las manos alzadas.
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