“Las Epístolas de Juan” De hijitos a la madurez La Primera Epístola

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“Las Epístolas de Juan”
De hijitos a la madurez
La Primera Epístola de Juan
El otro aspecto de los jóvenes espirituales, que menciona Juan, es que habían vencido al maligno. Queremos ser
vencedores y más que vencedores en Cristo (Ro. 8:37). ¿Cómo vencemos al diablo? Recuerde: la Biblia es el mejor
intérprete de sí misma.
La respuesta se encuentra en Apocalipsis 12:11: “Y ellos le han vencido (al maligno) por medio de la sangre del
Cordero y de la Palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. En Apocalipsis
12:11 se mencionan tres claves para vencer al maligno. Vecemos a Satanás:
1. Por la sangre del Cordero
2. Por la palabra de nuestro testimonio.
3. Por menospreciar nuestras vidas hasta la muerte.
Primeramente, debemos andar constantemente bajo la cobertura de la sangre de Jesús. Existe un poder
extraordinario en la sangre de Cristo. Satanás no puede vencer a la sangre de Cristo. Esta es la razón por que
debemos apropiarnos constantemente de Su sangre.
Cada vez que Satanás te ataque, recuérdale que él ha sido derrotado por la sangre de Cristo en la cruz del Calvario.
Un pastor le dijo una vez a una persona demonio que estaba dentro de una persona: “¿Conoces la sangre de Jesús?”
Y el demonio respondió: “Si, odiamos la sangre porque en la sangre hay poder”.
Segundo, vencemos a Satanás por nuestro testimonio y confesión. Debemos alabar constantemente al Señor con
nuestra boca. Los hijos de Israel se quejaron en el desierto y realizaron una confesión negativa. Como resultado,
murieron en el desierto, y solo Josué y Caleb heredaron la tierra prometida, porque declararon que Dios era poderoso
para darle la tierra de Canaán (Nm. 13:30; 14:8-9).
Tercero, vencemos a Satanás al no amar nuestras vidas. El Señor Jesús dijo en Juan 12:25: “El que ama su vida, la
perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”. Se dice de Pablo y Bernabé, en
Hechos 15:26, que arriesgaron sus vidas por la causa del evangelio. Esta actitud tiene un precioso ejemplo en la
reina Ester, cuando expuso su vida por salvar a su pueblo, y dijo: “Y si perezco, que perezca”. (Ester 4:16).
Mientras continuamos alimentándonos de la Palabra de Dios y venciendo al diablo, iremos madurando hasta ser
padres y madres en Cristo. De manera que la meta de la vida cristiana es doble: madurez y reproducción espirituales.
El Señor quiere que maduremos y lleguemos a ser padres y madres espirituales que traigan a muchos al reino de
Dios y los instruyamos en Sus caminos.
Dios prometió a Abraham que sería “padre de muchedumbre de gentes” (Gn. 17:4). En Génesis 17:6 le dijo: ‘Te
multiplicaré en gran manera, y hare naciones de ti, y reyes saldrán de ti”, Le dijo también que multiplicaría su
descendencia “como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar” (Gn. 22:17).
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Abraham tiene abundancia de hijos, tanto naturales como espirituales. Él es el padre del pueblo judío a través de
Isaac, y el padre de muchas de las naciones árabes a través de Ismael.
Pablo nos dice que Abraham es el “padre de todos los creyentes” (Ro. 4:11). Del mismo modo que Abraham,
nosotros debemos desear ser fructíferos y traer a muchos a formar parte del reino de Dios.
En 1 Corintios 4:15 Pablo dijo: “Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en
Cristo Jesus os engendré por medio del evangelio”. Actualmente hay en el mundo muchos pastores, maestros y
ministros cristianos, pero hay pocos verdaderos padres y madres espirituales que conocen al Padre Celestial
íntimamente y son verdaderos reflejos de la imagen de Cristo.
El Señor está buscando hoy hombres y mujeres que sean “ayos” y “nodrizas” (Is. 49:23) para los que están naciendo
en el reino de Dios. ¿Quién responderá a este llamado de ser un padre o madre espiritual en Cristo?
No amen al mundo (2:15-17)
2:15 “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no
está en él”.
Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciara al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24). No podemos amar al mundo y amar a Dios
al mismo tiempo. Si amamos a Dios, pero permitimos que el amor a este mundo se infiltre en nuestros corazones,
este poco a poco apagará el amor a Dios hasta que finalmente dejaremos de amarlo.
De la trágica historia de Demas, que fue uno de los compañeros de viaje de Pablo (Flm. 1:24; Col. 4:14), debemos
aprender que no podremos amar a Dios y a este mundo. Demas vio el avivamiento y la gloria de Dios, y ministró con
Pablo, pero el amor por este mundo lo consumió y lo apartó del Señor. Dice Pablo, en 2 Timoteo 4:10: “Porque
Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ido a Tesalónica”.
2:16 “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de
la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.
Aquí se mencionan las tres raíces de pecado de la humanidad:
1. Los deseos de la carne.
2. Los deseos de los ojos.
3. La vanagloria de la vida.
1. Los deseos de la carne se refiere a los deseos y apetitos carnales que no están controlados por el Espíritu
Santo. Ejemplos de los deseos de la carne son la glotonería, las borracheras y los deseos sexuales
desordenados.
2. Los deseos de los ojos se refiere al uso incorrecto de las cosas que vemos. Las palabras de Salomón en
Eclesiastés 2:10 lo ilustran de esta manera: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan”.
3. La vanagloria de la vida se refiere al deseo de alcanzar una posición, riquezas, poder, honores, títulos y
alabanza de este mundo.
Hay en la Biblia muchas advertencias contra la codicia y los deseos pecaminosos:
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Marcos 4:16 “Pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y
ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.
Romanos 1:24 “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de
modo que deshonraron entre si sus propios cuerpos”.
Romanos 6:12 “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modos que lo obedezcáis en sus
concupiscencias”.
Romanos 13:14 “Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.
Gálatas 5:24 “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
Efesios 2:3 “Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne,
haciendo la voluntad de la carne y de los pensamiento, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los
demás”.
1 Timoteo 6:9 “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y
dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”.
2 Timoteo 2:22 “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de
corazón limpio invocan al Señor”.
Tito 2:12 “”Ensenándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria,
justa y piadosamente”.
Tito 3:3 “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleite diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros”.
Santiago 4:1 “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales
combaten en vuestros miembros?”.
1 Pedro 2:1 “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que
batallan contra el alma”.
1 Pedro 4:2 “Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino
conforme a la voluntad de Dios”.
2 Pedro 2:18 “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a
los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”.
Judas 1:18 “…los que decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos”.
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2:17 “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Pedro nos recuerda: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados
para el fuego en el día del juicio y la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7). Atendamos a la exhortación del
apóstol Pablo en Colosenses 3:2: ‘Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”.
En Colosenses 3:4, Pablo prosigue: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria”. Si queremos ser manifestados con Cristo en Su gloria, debemos poner nuestro amor
en las cosas de arriba en lugar de ponerlo en las cosas de este mundo.
Pongamos también en práctica la exhortación de Pablo en Colosenses 3:5.8 “Haced morir, pues, lo terrenal en
vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría… pero dejad
también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca”.
Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Juan agrega que los que hacen la voluntad de Dios
perduran para siempre. Un ejemplo de esta clase de persona se halla en Salmos 1:2.3 “En la ley de Jehová esta su
delicia, y en su ley medita de día y de noche. Sera como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto
en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”.
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