Las Pasiones

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El autoconocimiento: el fundamento de nuestro Santuario vivo.
Pasiones
Sugerencia de Modalidad de Trabajo:
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Aclarar en forma sencilla y gráfica lo que entendimos por pasiones.
Comentar las características de las pasiones e identificarlas en algunos personajes
famosos, antiguos o actuales que tienen esta pasión, amigos o personas que te ayuden a
concretizar la pasión.
Dar ejemplos de puntos concretos que sirvan para educar ambas pasiones.
Dejar un momento de reflexión personal, en la que cada una en silencio pueda pensar:
¿Cuál es su pasión dominante?
¿Cuál de las características de cada una te sirvió para definirte y por qué?
¿A través de qué punto concreto quieres educarla?
¿Qué son las pasiones?
Cuando decimos “pasiones” nos referimos a aquellas fuerzas instintivas que nos impelen
desde dentro, pero sin que ello connote una valoración moral. Las pasiones no son buenas ni
malas. Son simplemente fuerzas. Su bondad o malicia depende del objeto hacia el cual las
orientamos mediante nuestra libertad.
Cuando decimos pasión “dominante” constatamos que la persona posee diversas pasiones,
pero entre ellas una se destaca más que la otra. Será raro encontrar a una persona en la cual
domine casi exclusivamente una sola pasión. Normalmente se da un cierto equilibrio. Además,
a partir de la pasión dominante, debe cultivarse también la otra complementaria a fin de lograr
una personalidad más armónica.
El catecismo de la Iglesia Católica nos dice:
Art.1763 "El término pasiones pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Los
sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a
obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo"
Las pasiones entran en actividad al ser estimuladas por el conocimiento que aportan los
sentidos exteriores (oído, tacto, etc.) o los sentidos interiores (memoria y fantasía) y actúan
independientemente de la voluntad.
Las pasiones se agitan con independencia de nuestra voluntad. De ahí el nombre de
"pasión", vale decir lo que se padece. Como las pasiones nos asaltan sin nuestra colaboración no
tienen en sí mismas un valor moral: "bueno o malo", si lo tuviesen, en ese caso estaríamos
pecando sin quererlo, o estaríamos obrando bien sin mérito propio.
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Por lo tanto las pasiones no son ni buenas, ni malas, son algo indiferente, algo natural.
Las pasiones tienen una gran influencia sobre la razón y la voluntad. La pasión puede oscurecer
nuestra razón y encadenar nuestra voluntad.
Todo ser humano tiene de las dos pasiones, pero sólo una de ellas es la que domina. Es
importante saber cuál es la pasión que domina en mí, o sea, cuál es mi PASIÓN DOMINANTE.
Claramente vemos dos tendencias distintas, o sea, las dos pasiones fundamentales:
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Pasión de amar y ser amado
Pasión de conquista
Todas tenemos ambas pasiones, pero siempre una de ellas es más fuerte que la otra.
Algunas personas tienen una personalidad de lucha, son más activas; quieren organizar y hacer
cosas, y hay otras que son más dadas al diálogo, que están dispuestas a ayudar y hacer grandes
sacrificios por los demás.
Las pasiones nos pueden llevar a ser santas si las sabemos conducir adecuadamente o a ser
mediocres y hasta “delincuentes” si no las orientamos bien. La consigna para las pasiones es
saber darles el rumbo correcto, subordinándolas a la razón y a la voluntad.
Características de cada una de las dos pasiones:
Pasión de amar y ser amado: Es el impulso a dar y recibir amor, o el ansia de alcanzar una
unión de amor con el tú. Esta pasión busca la unión con el ser amado y se complace en la
comunidad del amor. A las personas en quienes domina esta pasión no les importa tanto el ser
“grandes personas”, prefieren tener un gran amor. Desean primariamente darse personalmente y
ser acogidas por un tú. Son temperamentos muy afectivos.
Instintivamente tienden al contacto personal, a crear lazos de amistad y a relacionarse. Poseen
una tendencia que los impulsa naturalmente a la entrega y al sacrificio por el tú. Personalidades
de este tipo poseen, normalmente, la capacidad de comprender y de sentir con los otros, están
dispuestas a ayudar y a servir. Como son personas que buscan sobre todo la comunidad y goce
del amor, carecen con frecuencia de espíritu de lucha y de conquista. Caen con facilidad en la
sensualidad y en el pasivismo, en la pereza, en el subjetivismo, en la hipersensibilidad, en la
cobardía y en la tendencia a poseer al otro egoístamente, o bien en una dependencia no sana del
tú. Quien está impulsado por esta pasión, quiere ser comprendido y amado, y si no lo consigue, se
desconcierta y termina a veces cerrándose y amargándose.
Esta pasión dominante es positiva por la inmensa fuerza con la que impulsa hacia el tú, hacia el
intercambio personal, al servicio y a la entrega de sí mismo. José Engling, uno de los jóvenes de
la generación fundadora de Schönstatt poseía esta pasión dominante; también San Francisco que
quiso dejarlo todo para identificarse con Cristo crucificado viviendo en la simplicidad y en la
pobreza su mensaje de amor.
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Pasión de conquista: Tiene como objeto principal el espíritu de lucha y superación. Es una
pasión típica de personas combativas que son atraídas por valores como el poder y la gloria.
Sienten el impulso instintivo a realizar cosas heroicas y se complacen en superar las dificultades
que se presentan en la consecución de su objetivo. Son personalidades hechas para la acción.
Quisieran ser héroes y realizar hazañas, toman iniciativas con gusto y organizan, se sienten
satisfechos cuando han logrado una conquista mostrando así su capacidad de lucha.
Este tipo de personas tiende generalmente a caer en el orgullo, la ambición, el despotismo, la
crueldad, la dureza, el utilitarismo y la falta de respeto. Les cuesta mucho aceptar los propios
límites y darse personalmente. Encuentran placer venciendo situaciones difíciles, compitiendo y
ganando, pero a veces, sin darse cuenta, imponen sus opiniones y sus deseos.
Quien posee esta pasión cuenta con una fuerza que lo puede llevar muy lejos en la realización de
su ideal personal. Max Brunner, otro de los jóvenes fundadores de Schönstatt, tenía esta pasión,
su ideal personal era “ser columna de la Iglesia”; San Ignacio de Loyola también la poseía, su
lema era: “Para mayor gloria de Dios”.
Por lo tanto es muy importante conocer nuestra pasión dominante ya que ella determina mi
personalidad y significa una fuerza interior que si la sé aprovechar bien, me llevará a ser mejor,
me conducirá a la santidad. Mi pasión dominante es por lo consiguiente, mi la fuerza interior.
Es esa fuerza que me impulsa a alcanzar ese alto ideal de ser una Hija Inmaculada, Cenáculo
para el Mundo, a imagen de nuestra querida Madre y Reina de Schönstatt.
Extractos del Libro: “Bajo la protección de María, Tomo I”
Apuntes de conferencias dictadas por el P. José Kentenich y recopiladas por Fernando Kastner (P.S.M.)
Editorial Nuevo Schoenstatt; Argentina; 1989.
Conferencias dictadas a los jóvenes seminaristas de Schoenstatt
(Asociación Misionera, Congregación Mariana)
Páginas: 160 - 167
“Sin conocimiento de las pasiones no hay conocimiento del hombre. Sin conocimiento de sus propias pasiones no
hay conocimiento de sí mismo. Sin conocimiento de sí mismo no hay educación de sí mismo. Sin embargo sólo el
conocimiento de las pasiones no basta. Debe sumársele la acción, el tratamiento correcto, la lucha. El conocimiento
de nuestras pasiones y la lucha por encauzarlas conforman en gran parte la tarea de nuestra vida. Ellas son el
indicador de nuestra personalidad, de la perfección que nuestro estado exige.
La pasión es la que nos atrae continuamente hacia abajo. Ella lucha constantemente contra la voluntad, contra la
parte superior de nuestra alma, con el ángel que hay en nosotros. Por cierto Strauss no está totalmente equivocado
cuando llama al cristiano un ángel que monta una bestia domada y que tiene la obligación de cuidar siempre de que
la bestia no recuerde su estado salvaje anterior. Por otro lado, el imperfecto, el que no tiene personalidad, el débil de
carácter, monta sobre una bestia no domada. Mejor aún es la comparación con el centauro que aporta Clemente de
Alejandría. El centauro, aquel animal fabuloso mitad hombre, mitad caballo.
La Edad Media no tuvo reparos en hablar de animales revestidos de piel humana. Lo hacía con aquel su lenguaje
vigoroso que luego heredase Shakespeare. Así se expresa un contemporáneo de Walter de Vogelweide (+1228) que
es conocido en la literatura con el nombre de Marner. Y Enrique de Meissen, apodado Meissner (+1318) habla de sí
mismo sin sutilezas como de "Un animal vestido de piel humana".
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Sabemos, sentimos muy bien que están diciendo la verdad. Es algo que está fundado en nuestra naturaleza. Por
eso nos parece ridículo que Peter Annet describa esa escisión en la personalidad de San Pablo para poner en tela
de juicio el carácter del apóstol de los gentiles. Sus palabras no lesionan al odiado mensajero del Evangelio sino la
misma esencia del ser humano.
"Este Pablo fue" -dice- "si puedo fiarme de los escritos que se le atribuyen, una mixtura tan extraña de materiales
heterogéneos, un compuesto de carne y espíritu tan dislocado como jamás se haya formado en el caos humano. En
este Pablo había dos hombres, uno viejo y uno nuevo; tenía dos cuerpos, uno pecaminoso y uno espiritual; llevaba
en sí dos leyes que lo gobernaban tiránicamente, que se combatían mutuamente..." De modo similar se expresa
Goethe sobre el apóstol y los santos en general; pero con términos tan rudos que no quisiera repetirlos.
Lo cierto en estos debates es la existencia de una profunda escisión en la naturaleza humana. Lo falso es que tal
escisión haga al hombre despreciable.
Más aún, estos críticos nos confirman, sin quererlo, la antigua verdad de que los santos eran también como nosotros
¡Fuera entonces con las fantasías de que ellos son la encarnación del sabio estoico, sin sentimiento, ni compasión,
indiferentes a todo lazo de sangre, o dicho en una palabra, sin pasiones! Al contrario, los santos experimentaron en
su propia carne la debilidad de la naturaleza humana y la fuerza de las pasiones. Y lo hicieron de manera más
intensa y cabal que todos nosotros con nuestras cobardes concesiones. Ellos tuvieron esa experiencia en su lucha
de años contra sí mismos; combate en el que fueron heridos mil veces, en el que cayeron mil veces antes de
alcanzar la victoria final gracias a la constancia.
Por eso no se avergüenzan de dar sin rodeos el testimonio: "Soy un hombre". Todos ellos confiesan como Job:
"Dios me ha formado igual que a tí: del mismo barro. Aunque haya llegado a ser algo mejor que tú, no he nacido
mejor que tú. Yo no tuve una naturaleza mejor que la tuya, pero yo la he mejorado con perseverancia. Tenía tan
poca paz como tú, pero he llegado finalmente a la paz mediante un combate más valiente. No corría menor peligro
que el que tú corres, pero lo eludí de una manera más inteligente. Lo que tenía, lo tienes; también tú eres capaz de
hacer lo que yo hice. Ninguno de nosotros nació en paz, pero nacimos para alcanzar la paz en premio de la lucha
contra nosotros mismos".
Por eso debemos prestarles mucha atención a nuestras pasiones, debemos domar el animal que hay en nosotros y
hacer que gobierne el ángel, evitando que las pasiones caigan en excesos, apartando de ellas el objeto malo y
presentándoles el bueno. La tarea es difícil. Todos nos damos cuenta de ello. Pero esta consigna se hará más y más
comprensible cuando experimentemos que las pasiones estudiadas hasta ahora son sólo una parte de todo un
ejército.
Las pasiones se orientan a lo que en sí mismo representa un bien o un mal. Sé las denomina también concupiscibles
porque en ellas la tendencia, el deseo, se manifiesta en el alma como un movimiento que apunta a alcanzar un bien
o evitar un mal.
Pero ¿qué sucede cuando ambos están ligados a dificultades, cuando ya no se trata de un simple bien o mal sino de
un bien o un mal difíciles, cuando existe dificultad para alcanzar un bien o rehuir un mal? Si las pasiones tienen tanta
influencia sobre nosotros entonces debe haber también todo un ejército de medios auxiliares a nuestras órdenes.
Tomemos un ejemplo. Un buen examen o un buen boletín de calificaciones es un bien deseable pero también un
bien que a veces es bastante difícil de obtener. Existen numerosas dificultades que vencer: hay que atender en
clase, aprovechar bien el tiempo de estudio aún cuando la comodidad o una ocupación predilecta reclamen urgente
satisfacción. Un buen examen y un buen boletín de calificaciones es un bien difícil ¿Qué pasión se despierta
primero? La ambición.
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Pero esto no basta. Puede ocurrir que las dificultades sean de tal índole que yo con mis talentos las pueda vencer.
Entonces en mi corazón surge la esperanza, la esperanza enciende la valentía y así yo estudiaré con entusiasmo y
confianza. La esperanza y la valentía me ayudan a sortear los obstáculos que hay en el camino que conduce a un
bien. O también puede suceder que las dificultades sean tales que mis talentos no basten para superarlas. En ese
caso la esperanza no es posible. Me invade entonces un sentimiento de desaliento y desesperación ¿Producirá el
desaliento en mí la sensación de la alegría de luchar contra las dificultades y de cumplir con fidelidad y a conciencia
mis tareas de estudiante? No, porque el desaliento engendra tristeza, angustia y temor. Si luego se produce
inexorablemente el mal (soy aplazado en el examen y recibo un boletín de calificaciones con un promedio bajo)
entonces puede invadirme la ira y romperé con irritación las hojas del examen y el boletín o bien me desahogaré de
otra manera.
Esperanza-valentía; desesperación-temor; ira: he aquí las cinco pasiones cuyo objeto es un bien o un mal difíciles
de conseguir. Se las designa pasiones irascibles y al apetito sensitivo del cual surgen se lo llama parte irascible.
En resumen, hay once pasiones. Seis se refieren siempre a un bien o un mal; se las denomina concupiscibles y
pertenecen a la parte concupiscible del apetito. Cinco se ocupan de un bien o un mal difíciles de conseguir, se llaman irascibles y componen la parte irascible del apetito.
Ahora bien, todo lo que hemos dicho sobre las pasiones concupiscibles vale también para las irascibles. Tal como
las primeras, estas últimas son determinadas en su crecimiento y en su grado tanto por las imágenes de la fantasía
como por la naturaleza del corazón, que a su vez está influenciado por el factor hereditario, la educación y la
ejercitación.
Quiero llamarles la atención brevemente sobre un joven que en su infancia y juventud fue puesto por sus padres
como en una campana de cristal por temor a las malas compañías y por otros motivos. Apenas pudo relacionarse
con los otros niños. De tal modo que se vio limitado sólo al estrecho círculo de su familia. Jamás fue un verdadero
niño ni un verdadero muchacho.
Para ese joven esta educación será un lastre durante toda su vida. A menos que tome conciencia a tiempo de su
situación y con constancia y energía trate de corregir, por su propio esfuerzo, los errores que otros, quizás de buena
fe, cometieron con él. De otra manera se conducirá siempre como un hombre temeroso y tímido con quien será
difícil, muy difícil tratar. Abotonado hasta el cuello, no dejará que nadie mire en su interior. Cree bastarse a sí mismo.
Pero interiormente no es tan fuerte, férreo, tan sin sentimientos como lo manifiesta exteriormente. Al contrario, es
permeable a grandes e intensos sentimientos; pero lamentablemente no sabe cómo tratarlos. Le haría falta un guía
experimentado pero... no, él quiere andar sus propios caminos, Por eso jamás, seguramente jamás será una
personalidad íntegra y formada armónicamente. Como no puede dar amor a otros, quizás él mismo no sea nunca
amado. Forma parte de aquellos hombres desgraciados que no son reconocidos, que nunca son plenamente felices.
Tal es la influencia que tiene la educación sobre nuestras pasiones, en este caso sobre el temor.
También las pasiones irascibles son en sí indiferentes. Les falta la libertad. Ellas surgen en una situación de presión,
obedecen a la ley de la necesidad. Son de incalculable importancia a causa de su fuerte influencia sobre la razón y
la voluntad. Sí, debido a que en su esencia son movimientos más vivaces y poderosos, transforman más al hombre,
lo invaden completamente. Se tornan éticamente buenas o malas cuando se les suma la participación de la
voluntad.
A la valentía, el temor y la ira hay que prestarles una muy especial atención y cultivarlas cuidadosamente.
Precisamente en la edad de ustedes está muy activo el valor, la caballerosidad. Lo difícil, la aventura, impulsa hacia
la empresa. Se admira las proezas de la fuerza física. Pero lamentablemente se comete la locura de creer que la
hazaña más grande de la valentía es no tolerar nada y transgredir reglamentos y disposiciones con el mayor
desparpajo.
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Alguien me da un puñetazo; yo le devuelvo dos. O si mis superiores me exigen entonces me desquito poniéndome
terco y hago tal o cual cosa o dejo de hacer tal o cual otra para fastidiarlos. ¿Es esto valentía? Mmm... esta valentía
y quizás una mayor tienen también los monos. Pero, por otra parte, no pronunciar una palabra que tenemos ya en la
punta de la lengua, decir siempre la verdad aún cuando nos acarree un daño temporal, seguir por el camino del
deber, del derecho y de los mandamientos sin hacer caso de los demás: esta es la verdadera valentía, ésta es una
prueba de fuerza digna de un hombre pero que sólo pocos son capaces de realizar.
¿Y el temor, el desaliento? Ya antes les he llamado la atención sobre la importancia de fortalecer la confianza en
nosotros mismos. Aunque tengamos mala suerte en el estudio -aunque nos aplacen todos los días-; aunque todos
los días nuestras pasiones nos jueguen una mala pasada y caigamos diariamente de un modo u otro; sí, a pesar de
todo queremos llegar a la meta y por eso cuando estemos en el suelo hay que levantarse, levantarse una y otra vez,
Conclusión
Ahora conocemos las pasiones. Es difícil tratar con ellas. Todos lo sabemos, todos los que hemos hecho la tentativa
de luchar contra las pasiones. Pocos perseveran. Precisamente porque, como lo dijo aquel poeta pagano, se trata de
una guerra en la que es indispensable la valentía...”
Extractos del Libro “Héroes de Fuego – ardieron hasta consumirse”
del Capítulo 3: “Explorando el Microcosmos”, P. Jonathan Niehaus
“¿Comprenden lo que esto significa? Contemplo una imagen mala, una mujer vestida de manera provocativa; o bien
la fantasía hace surgir en mi alma tal o cual imagen deshonesta con todos sus atractivos ¿Cuál será la
consecuencia, la consecuencia natural? Enseguida se despierta el apetito. Pero, ¿Cómo? ¿Qué acto se origina?
¿De odio o de amor? Si es de odio, entonces el conocimiento sensitivo ha debido presentarme el objeto como algo
digno de desprecio, algo desagradable, algo repugnante para mi sensibilidad. Pero es imposible que lo que nos
atraiga sensualmente se nos presente como algo desagradable. Ponte un poco de azúcar en la boca y verás cómo
los nervios del gusto perciben una sensación agradable. Todos los objetos que estimulan nuestra sensualidad son
azúcar para nuestra facultad apetitiva. Si se acerca más este azúcar a la facultad apetitiva mediante el conocimiento
sensitivo, entonces surgirá necesariamente una sensación agradable, la alegría. Pero no la alegría de la voluntad, de
la facultad apetitiva superior, sino de la facultad sensitiva inferior. Esto es algo muy natural y obvio, algo propio de
nuestra naturaleza. Así como no podemos despojarnos totalmente de nuestra naturaleza, así tampoco podemos
despojarnos de esta sensación; o, como se dice en la ética, del sentimiento de la tentación. (…)”
“Si estas pasiones pueden despertarse en nosotros independientemente de nuestro deseo, ¿qué podemos hacer?
¿Nuestra autoeducación está condenada al fracaso desde el comienzo? El P. Kentenich señala que es erróneo dar
respuesta intentando erradicar las pasiones a la manera de los estoicos, mediante una disciplina fría y racional. Eso
violentaría la naturaleza que nos fue dada por Dios. En cambio, las compara con dos bravíos corceles que
necesitamos para que nos impulsen en la conquista de una personalidad firme, libre y sacerdotal, para darnos la
fuerza de hacer cosas grandes por Dios. Todo esto pende de un hilo que es el adiestramiento de esos dos potros
salvajes, a través de la auto-negación (disciplina de los apetitos), canalizando estas fuerzas hacia un bien (por
ejemplo invertirlas en la nueva Asociación Misionera y más tarde en la Congregación Mariana), mediante la
purificación de la memoria y la imaginación, y a través de una renuncia total por amor (como habría de suceder más
tarde con la consagración a María. (…)”
“Feliz, tres veces feliz, quien sepa encauzar hacia el bien todo el ardor y la fuerza de las pasiones. ¿Acaso les falta a
ustedes la oportunidad para hacerlo? Piensen en el horario del día, en los estatutos, en la Asociación Misionera.
Precisamente ellos les ofrecerán la mejor oportunidad para incentivar y encauzar las pasiones hacia el bien, para
desarrollarlas y acrecentarlas hasta el máximo. Ciertamente es importante que la razón conozca la verdad y la
voluntad se esfuerce en realizar el bien.
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Pero todavía falta una cosa: el corazón tiene que arder. Debemos entregarnos al bien con toda el alma. Recién
entonces tendremos, desde el punto de vista humano, la garantía segura de nuestra perseverancia. (…)”
“Tradicionalmente las pasiones se dividen en once, agrupadas en dos bloques: uno de cinco y otro de seis. Al "grupo
de seis" se las denomina concupiscibles ("dirigidas hacia otro" o el impulso de amar) y son las seis pasiones
mencionadas anteriormente en relación al amor y al odio: complacencia (o satisfacción), deseo, gozo, rechazo, huida
y dolor. El "grupo de cinco" lleva el nombre de irascibles (que "fluyen desde dentro" o el impulso de poder) y consta
de las siguientes pasiones: esperanza y valentía, desesperación y temor, y, por último, ira. Este listado de pasiones
fue diseñado para ayudar a los jóvenes a valerse mejor de su propia personalidad y sus tendencias dominantes. (En
el desarrollo posterior del Movimiento de Schoenstatt, el rol pedagógico de las pasiones fue reemplazado por el
esquema simplificado de los "cuatro temperamentos", que a partir de los temperamentos colérico, sanguíneo,
flemático y melancólico -determinados por la velocidad y la profundidad de las reacciones en el individuo - colabora
con el proceso de auto-descubrimiento).” (…)
(NOTA: El siguiente texto es un extracto de una plática del Padre a los Congregantes en el tiempo de cuaresma)
“(…) La penitencia que Dios exige debemos practicarla:
1. en todo tiempo y
2. especialmente en estas semanas.
Para convencernos de esto sólo necesito sustituir la palabra "penitencia" por otras que reproducen mejor su sentido.
Estas palabras son: vencerse a sí mismo, mortificación y autoeducación.
Tenemos que mortificarnos, no matarnos. Debemos mortificamos, vale decir, mortificar nuestras pasiones. Las
pasiones se mortifican preservándolas de los excesos y dirigiendo toda su energía hacia el bien. La penitencia
entendida así es la tarea de toda nuestra vida.
Siento y sé demasiado bien que con esta afirmación toco el nervio más sensible del alma humana en general y del
alma juvenil en particular. Ese nervio del alma está enfermo y sensibilizado porque nos hemos fabricado un ideal
falso, un ídolo, sobre lo que es la verdadera virilidad y caballerosidad. Y derrochamos todas nuestras mejores y más
energías juveniles en la consecución y realización de ese ideal.
Todavía falta mucho hasta que nos hayamos introducido enteramente en la comprensión y en el tratamiento
adecuado de nuestro interior y de las corrientes que manan de él. Sin embargo de hacerlo a toda costa. Cada uno
de nosotros debe ser un artista, el mármol o los colores. No, cada uno debe ser el artífice de su alma, del alma
humana viva. No tenemos que descansar has sepamos tocar esa alma y suene adecuadamente; hasta que
sepamos hablarle en su lengua materna; hasta que podamos rescatarla con fuerza y sabiduría de sus extravíos.
¿Y cuál es la lengua materna de nuestra alma, de esa alma que tiene sed de purificación y liberación? ¿Hacia dónde
la impulsa su anhelo secreto anhelo que ella a menudo experimenta en las serenas horas de santa soledad y en las
horas tristes y amargas de Getsemaní? Todos lo sabemos. El anhelo está en nosotros, el anhelo de dominio de los
apetitos superiores sobre los inferiores, sobre nuestro apetito concupiscible inferior, sobre nuestras pasiones. (…)”
Bibliografía Sugerida:
Bajo la protección de María
Héroes de Fuego
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