“Quisiera ayudar a todos los que sufren”:

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“Quisiera ayudar a todo el que sufre”:
María de la Pasión y las personas desplazadas
Si el espíritu evangélico de María de la Pasión le atraía hacia “todos los que sufren”, a los que
hoy llamamos “personas desplazadas”, “emigrantes”, le merecían una atención y solicitud especial,
porque su sufrimiento abrazaba a la vez el ámbito material, psicológico y espiritual. Ella misma, con
algunas de sus compañeras, experimentaron algo de esto cuando al volver de la India se encontraron
como extranjeras en una Europa en plena evolución, sin más protección que la benevolencia de la
familia de Erceville, buscando en vano un lugar donde instalarse, sintiéndose objeto de sospecha y
persecución en los medios eclesiásticos, hasta que por fin la acogida generosa de Mons. David les
permitió establecerse y prosperar.
El Instituto destinado, según la orientación dada por el mismo Papa, a la actividad misionera “ad
extra”, no podía especializarse en el apostolado de los emigrantes, que entonces no provenían de
territorios de misión. Pero esto no impidió a María de la Pasión interesarse seriamente por su suerte y
captar con gozo todas las ocasiones que se le presentaban para ayudarles. Lo veremos rápidamente:
1. Su acción directa, sea a través de contactos con los que habían sido pioneros de esta nueva
actividad misionera, y esto es sin duda lo más importante, porque nos da una visión de
conjunto de la situación; o bien, cuando la ocasión se le presentaba, acogiendo a las personas
desplazadas.
2. Algunos ejemplos de su apostolado indirecto hacia ellos a través del apostolado en varias
casas del Instituto.
3. Yo pondría especialmente el acento en aquello que animaba sus actividades y contactos, es
decir, su escucha a los signos de los tiempos, su actitud evangélica de respeto, comprensión,
delicadeza hacia las personas desplazadas y hacia todos los “pobres”, en los que veía reflejada
la imagen del gran Pobre por excelencia, el Señor Jesús.
Pero antes de abordar este asunto, me parece útil esbozar brevemente el contexto de los desplazados
emigrantes de su tiempo, muy diferente al que nosotras conocemos hoy, pero sin embargo análogo por
los sufrimientos que engendra.
LA SITUACIÓN DE LAS PERSONAS DESPLAZADAS EN EL SIGLO XIX
La emigración es un fenómeno que ha recorrido todos los siglos de la historia; la encontramos
en al Biblia : Abraham, en el país de Canaán, Jacob y sus hijos en Egipto, el éxodo hacia la tierra
prometida, el exilio de Babilonia, pero también en la historia de todos los pueblos. Sin embargo, las
motivaciones y circunstancias de estas emigraciones en cada época tienen aspectos particulares.
En el siglo XIX, el nacimiento de la sociedad industrial provoca un recrudecimiento de las
personas desplazadas. El flujo migratorio no provenía como hoy de África o de Asia ; sino que era
alimentado por el aumento de la población rural hacia las grandes ciudades de su propio país, donde
esperaban encontrar mayor ganancia; o por el exilio de los trabajadores de los países menos
desarrollados de Europa hacia los más industriales y sobre todo hacia la grande y joven América.
Esta emigración no tenía un carácter tan dramático como la de hoy, excepto cuando provenía de
persecuciones políticas o religiosas, como el genocidio armenio. Los emigrantes venían de menos lejos,
no llegaban como clandestinos, sino legalmente en grupos ininterrumpidos y más limitados, aunque ya
en la biografía de Santa Francisca Cabrini, de la que os hablaré más ampliamente, eran unos 1500
inmigrantes los que se embarcaban en Havre para los Estados Unidos. Entonces era más fácil que hoy
procurarles un trabajo y un mínimo de integración.
Esto no puede hacernos olvidar sus sufrimientos, porque en revancha las personas desplazadas
no encontraban entonces ni leyes sociales, ni instituciones gubernativas, ni obras de asistencia, o de
protección de sus derechos a nivel internacional, estatal y privado, tal y como hoy están organizados los
organismos de las Naciones Unidas, las asociaciones públicas y religiosas, el voluntariado,
esforzándose por hacer frente a la acogida y protección de las personas desplazadas.
La emigración provocada por el impulso dado por la sociedad industrial era un fenómeno
reciente, del cual no se podía prever todavía su importancia y consecuencias. Así encontramos
descripciones lastimosas de la situación de los inmigrantes, sobre todo en América donde estaban muy
dispersos, sin posibilidad de apoyarse mutuamente, pero a veces también en Europa cuando se
amontonaban en las zonas periféricas de las grandes ciudades.
Empleados en los trabajos más duros, en un clima a menudo hostil, a pesar de la preciosa
aportación que otorgaba su trabajo, se sentían “incomprendidos, poco apreciados, y todavía menos
amados, extranjeros para la sociedad donde vivían”, marginados, e incluso excluidos, según nuestro
vocabulario moderno, sobre todo por la falta de conocimiento de la lengua que nadie se preocupaba de
enseñarles.
Desde el punto de vista espiritual la mayoría de las veces se encontraban igualmente
abandonados a ellos mismos, sin poder encontrar sacerdotes que hablaran su lengua o lugares de culto
donde poder expresar su fe, mientras que se veían acosados por las sectas. Cuando por su número
podían reunirse, corrían el riesgo de la tentación del “ghetto”, de replegarse sobre sí mismos, que por
unaparte hería el concepto de unidad de los cristianos, y por otra era un obstáculo para su integración
efectiva en el país de acogida.
En este contexto, ¿qué hacía la Iglesia a favor de los desplazados? Los obispos de los países de
emigración al principio parecían muy poco preocupados, pero León XIII, el Papa de las grandes
intuiciones sociales, se dio cuenta del nuevo desafío que se planteaba a la Iglesia por la afluencia
creciente de los inmigrantes y por ello llamó la atención a los obispos de América acerca de esta
situación. Bajo su impulso, el episcopado italiano comenzó también a interesarse y en 1888 envió
misioneros a los Estados Unidos para que se ocuparan de ellos; pronto las misioneras del Sagrado
Corazón de Santa Francesca Cabrini dieron una aportación considerable a esta actividad.
Estos años marcaron un giro importante en el apostolado hacia las personas desplazadas. Ahora
bien, estas son precisamente aquellas que las Franciscanas Misioneras de María, después de las
dificultades de los primeros años empezaron a emprender su vuelo misionero. Por supuesto en otra
dirección, hacia África y Asia, pero es interesante constatar que la preocupación por los emigrantes ya
estaba en movimiento en la Iglesia. María de la Pasión no puede ignorarlo y sin duda se aplica a ese
nuevo apostolado, con un corazón amplio como el mundo, y el deseo de ayudar a “todo el que sufre”,
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precisaba en 1888. Vamos a ver cómo la Providencia le permitió actuar de manera discreta, pero eficaz,
según las posibilidades de su carisma propio.
La acción de María de la Pasión a favor de los emigrantes
-
Relaciones con Santa Francesca Cabrini
Un encuentro totalmente providencial ofrecerá en esos años a María de la Pasión la oportunidad
de colaborar indirectamente en una gran obra a favor de las personas desplazadas. Fue el encuentro con
Santa Francesca Cabrini, fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón, que después de su
canonización recibió de la Iglesia el título de “patrona de los emigrantes”. En la introducción de su
primera biografía, el Cardenal Salotti habla de sus relaciones con nuestra fundadora y pone de relieve
el acercamiento entre “tres mujeres eminentes que han honrado a la Iglesia por su inteligencia, su
corazón, sus virtudes insignes y el peso de sus obras, la humildad, la civilización, la Iglesia” : Anne
Marie Javouhey, María de la Pasión, Francesca Cabrini.
Nacida en 1850, Francesca, que deseaba ardientemente la vida religiosa, por invitación de su
obispo fundó a 30 años, en l880, en Codogno, Lombardía, la congregación de las “Misioneras del
Sagrado Corazón”, que bajo su impulso prosperó rápidamente realizando varias fundaciones para la
educación de las jóvenes. En septiembre de 1887, la joven fundadora decidió ir a Roma para presentar
la Regla de su Instituto todavía diocesano y para lograr establecer allí una casa. Fue entonces cuando,
bajo la recomendación del P.Bernardino de Portogruaro, fue recibida con su compañera en la
hospitalidad de via Giusti, acogida por María de la Pasión.
Los documentos de nuestros archivos mencionan brevemente su estancia, pero en la primera
biografía de la santa encontramos los detalles que ponen en relieve el afecto que desde el primer
encuentro unió a las dos fundadoras: “La Madre Fundadora es una santa, escribía Francisca a sus hijas ;
como ella sufre, comprende nuestra debilidad y nos trata muy bien”. Sobre todo, cuando llegó la prueba
en su primera entrevista con el Cardenal Vicario, la joven fundadora supo que todos se oponían a
establecer en Roma un Instituto tan joven y sin medios financieros y que lo mejor para ella era volver a
Lombardía, fue entonces que encontró en María de las Pasión “un corazón de madre y hermana”.
¿Cómo no iba a comprender el sufrimiento de Francesca, la que tanto había sufrido a causa de las
autoridades romanas? La abrazó en silencio y con ternura dos veces y la condujo a la capilla ante el
Santísimo Sacramento expuesto. Allí Francisca recobró la calma y la fuerza de esperar a pesar de todo,
con la ayuda de la oración. En efecto, después de recibir varias cartas de recomendación de Lombardía,
el Cardenal Vicario mejoró su disposición y en una entrevista posterior le concedió la fundación.
El 31 de octubre de 1887, Francesca dejó la hospitalidad de via Giusti para preparar la
residencia de sus religiosas en Roma. Las Memorias de las Misioneras del Sagrado Corazón describen
así la emoción de su despedida: “ Se diría que era la separación de dos almas santas que, por voluntad
de Dios, se habían encontrado un momento en este mundo para ayudarse mutuamente, y luego
separarse para ir a trabajar y sufrir por el Esposo, antes de encontrarse de nuevo en el abrazo eterno.”
En marzo 1888, habiendo obtenido el Decreto laudatorio, primera etapa para la aprobación de las
Constituciones por la Santa Sede , Francesca Cabrini volvió a Codogno, cuna de su congregación.
Pero el encuentro de las dos fundadoras no podía ser el último. De regreso a Lombardía,
Francesca constata que el desarrollo de su congregación había continuado. ¿No habría llegado el
momento de realizar su sueño de las misiones lejanas? Sobre todo le atraía China. Pero en el año 1888,
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como se ha dicho más arriba, la Iglesia, y sobre todo la Iglesia de Italia, se inclinaba por el problema de
la emigración y empezó a enviar misioneras a América para ayudarles. Francesca Cabrini, cuya
congregación mostraba un gran dinamismo, desde su regreso de Roma recibió solicitaciones concretas
para ese nuevo apostolado. Al principio no le prestó demasiada atención, seguía con su sueño de misión
en China. Sin embargo, las peticiones se hacían cada vez más urgentes, y como recibía opiniones
contradictorias sobre el asunto, decidió ir a buscar luz en las autoridades de la Iglesia.
El 6 de diciembre 1888, está de nuevo en Roma, y antes de dar otros pasos, va a pedir consejo a
aquellos en quienes ella había apreciado un juicio sobrenatural y santidad: el P. Bernardino y María de
la Pasión. Los dos le animan a aceptar la orientación para los emigrantes. Fue la primera acción directa,
aunque muy discreta, de nuestra fundadora a favor de este apostolado. Las autoridades eclesiásticas
confirmaron su parecer y sobre todo, en una audiencia privada, León XIII respondió netamente a la
petición de Francesca : “No al Oriente, sino al Occidente”. Ya no podía dudar más de la voluntad de
Dios y, a pesar de su poca atracción personal, se preparó en seguida a realizar la misión que le habían
presentado.
El 9 de marzo 1889, en el momento de dejar Roma vino a despedirse de María de la Pasión, a la
que ya no vería más en este mundo, pero cuyo estímulo le acompañó y se manifestó en un gesto
concreto cuando, en marzo 1889, Francesca Cabrini y algunas de sus religiosas se embarcaron en
Havre para los Estado Unidos, pasaron por París y allí, encontraron en la estación a las Franciscanas
Misioneras de María para ayudarles, porque ninguna de ellas había salido nunca de Italia, quienes les
condujeron a su casa y les ayudaron en sus últimos preparativos.
Francesca Cabrini, acogida bien en América, establecerá allí una obra magnífica; ya no necesita
más el apoyo de María de la Pasión y no tenemos más datos de las relaciones posteriores que la
preciosa carta escrita a la muerte de nuestra fundadora por las Misioneras del Sagrado Corazón de
Roma y el testimonio conmovedor del recuerdo que conservaba Francesca Cabrini que, informada por
sus religiosas, sintió el anuncio de su muerte como uno de los mayores dolores de su vida.
Acción personal de María de la Pasión hacia las personas o familias desplazadas.
Las relaciones de María de la Pasión con santa Francesca Cabrini, aun siendo limitadas en su
duración y manifestación, sin embargo me parecen importantes porque le ayudaron a descubrir un
nuevo horizonte, que sin pertenecer específicamente a nuestro carisma, ocupará su lugar en la acción
misionera del Instituto.
Las ocasiones de una acción directa hacia los emigrantes entonces no era frecuente en Roma,
pero María de la Pasión muestra el interés que tiene por las personas desplazadas aprovechando todas
las oportunidades de acoger y ayudar a los que individualmente o en grupo se presentan en su camino.
La fama de su caridad activa e inteligente empieza a extenderse, y recurren fácilmente a ella los
que la conocen en Italia o en Francia para mostrarle casos de miseria, persuadidos de que ella tratará de
remediarlos. Entre ellos se encontraban personas que, sin ser precisamente “emigrantes” sin embargo
eran “desplazados”, en busca de orientación y apoyo material o espiritual. Así la vemos interesarse por
un sacerdote exiliado de Italia condenado injustamente, que deseaba ardientemente regresar a su país ;
y aunque sus gestiones fueron infructuosas, María de la Pasión perseveró para llevar al pobre sacerdote
compasión y consuelo.
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La correspondencia de la época nos muestra cómo se esforzaba por obtener la reinserción de
algunas religiosas que habían dejado su congregación por diversas razones, o el recibimiento de 8
religiosas inglesas que ya no tenían “razón de existir, ni futuro posible” ; acoge también a una familia
de emigrantes polacos, pero a veces, ella misma prepara su transferencia al extranjero, en Francia o en
la India, a personas sin recursos, recomendando calurosamente a las FMM de esos países para que les
ayuden. Se podrían multiplicar los ejemplos de su intervención a favor de las personas desplazadas. Me
limitaré a los dos más característicos.
En junio 1897, acoge a una familia de refugiados armenios, bastante notable y acomodada en su
país, que habían sacrificado todos sus bienes para escapar de las matanzas cometidas por los turcos en
1896, después de presenciar el martirio de nueve de su familia. María de la Pasión acaba de adquirir las
casas situadas en via Macchiavelli, necesarias para alojar a las religiosas; sin embargo no duda en
ofrecer uno de los apartamentos libres a esta familia y a sus cuatro hijos. Habla con emoción en el
Diario de una Madre (JO 293) : “Es imposible expresar la gratitud de esta pobre gente, la felicidad de
estos pobres niños acostumbrados al campo, encerrados en una triste habitación de Roma”.
No contenta de ofrecer el alojamiento, al día siguiente escribe : “Ayer, Dios me dio realmente
un gran consuelo. Yo misma salí a comprar el ajuar para mis pobres armenios y tuve la alegría de
instalarlos en su casa, no con lujo, pero sí con lo necesario. Es muy difícil describiros su gozo. El
padre y la madre estaban tan emocionados que a penas podían hablar. En cuanto a los niños, sobre
todo los pequeños, disfrutaban saltando, riendo y haciendo sus pequeños comentarios”. (JO 294) Se la
ve feliz de haber podido dar a los que ha acogido, además del alojamiento, algo de ella misma, es decir,
su tiempo tan precioso, y su cansancio, porque el apartamento estaba situado en lo alto de la casa y la
Fundadora debía subir varios pisos para llegar allí, a pesar de su enfermedad de corazón.
Más tarde, en 1901, fue otra clase de “desplazados” por los que la Fundadora muestra su
solicitud : se trata de jóvenes prisioneras puestas en libertad después de haber sido detenidas en Roma
por faltas ligeras. “Según el reglamento, explica María de la Pasión, si no encuentran un lugar son
repatriadas cuatro días después de su salida. Si son campesinas y pertenecen a familias honorables, el
regreso a su país es un deshonor para todos”. Por lo tanto le proponen a la Fundadora que prepare su
rehabilitación proporcionándoles un trabajo. Es una obra “muy hermosa”, comenta, y para realizarla
trata de comprar las casas que prolongan la nuestra en via Ferruccio, suplicando incluso a la Reina
Margarita para que intervenga en este sentido en el municipio. (Diario 19, 26 marzo 1901) ; Dossier
Roma : carta a la Reina Margarita). Aunque no pudo obtener más que una mínima parte de los locales
deseados, María de la Pasión no obstante comienza la obra, subrayando que se necesita “un poco de
valor” “en este momento en que el horizonte es tan oscuro” (era la época en que la existencia de las
casas de Portugal y Francia estaban amenazadas, y las de China seguían todavía bajo la amenaza de la
persecución). Este valor producirá frutos y en 1903 las FMM se alegran al celebrar la boda de una
detenida rehabilitada por el trabajo.
Sin buscarlo metódicamente y sin estructuras específicas, el apostolado entre las personas
desplazadas adquiere de esta manera su lugar en la acción misionera de María de la Pasión.
Actividades a favor de las personas desplazadas ejercidas en las Casas del Instituto
Con la rapidez de las fundaciones del Instituto en diversos continentes, se presentan mas
ocasiones para ejercer, al lado de las obras establecidas, un apostolado, más o menos estructurado para
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personas desplazadas, prisioneros o emigrantes. Los Anales e informes de las Casas, ponen de relieve
de esta manera las iniciativas en varios países.
En Tunicia, las fundaciones hechas fuera de Túnez , en regiones todavía poco desarrolladas, a
partir de 1899, dilatan el horizonte: en Sta. María del Zit, Zaghouan, y más al sur todavía en la isla de
Djerba, las Franciscanas Misioneras de María están en contacto con poblaciones de emigrantes
sicilianos, malteses y griegos, extremadamente pobres, cuyos niños crecen “como la hierva”, sin
instrucción religiosa. Sin embargo, en general subsiste la fe en estas familias y las religiosas pueden
realizar un gran bien, creando incluso en Djerba una escuela profesional de encaje para jóvenes
maltesas, griegas y también israelitas, muy apreciada por los europeos y las autoridades francesas. En
Zaghouan, la escuela que dirigen está frecuentada por jóvenes sicilianas, judías y árabes. En Santa
María del Zit su apostolado con la sicilianas de la selva consiste sobre todo en visitas regulares, por las
cuales poco a poco van trayendo a los niños a la catequesis del domingo y del jueves, alegrándose al
ver que también ellos se convierten en misioneros de sus compañeros. Si estas casas, por alguna razón
no pudieron subsistir largo tiempo, tuvieron el mérito de formar a las hermanas al apostolado de los
inmigrantes. (Anales 1903, pp. 93, 176; Nuestra Historia, T.V/1, cap. IV, V).
Otro ejemplo interesante, en Austria, esta vez el trabajo se realiza en la Casa San Leopoldo en
Viena, a favor de los italianos y sobre todo los Bohemios checos que trabajan en la fábrica de ladrillos.
A penas un mes después de la fundación proponen a las religiosas que acojan a los checos todos los
domingos para una misa en su lengua. Los pobres fabricantes de ladrillos venían numerosos
acompañados de sus familias, felices de escuchar la explicación de la doctrina cristiana en su lengua.
Por razones ajenas a las FMM, esta obra sólo duró unos meses, pero la superiora la continúa de otra
manera invitando a estas personas para la fiesta de la casa, Navidad y otras circunstancias. Diecinueve
familias checas participaron a la primera invitación. Tras el consuelo y el gozo de una buena merienda,
fueron a la capilla, donde estos “privilegiados”, según expresión de la narradora, cantaron, oraron y
escucharon el sermón en su propia lengua.
Cada semana dos hermanas visitan las empresas de ladrillos y pronto tendrán prueba de que
estas visitas portan frutos. En abril 1904, cuando les anunciaron que el domingo siguiente era 1º de
mayo, fiesta de los trabajadores, a menudo marcada por manifestaciones, ellas pensaron que no
tendrían que ir pero tuvieron la alegría de escucharles: “¡Oh, venid igualmente, vosotras no tenéis nada
que temer! Cuando no venís parece que nos falta algo”. En la otra fábrica de ladrillos el Director les
daba un óbolo de 10 francos, óbolo pobre, pero conmovedor porque había sido recogido
espontáneamente por los obreros dando cada uno algunos céntimos por semana para agrandar la capilla
de las hermanas, demasiado pequeña para su número. El director añadió: “¡Desde que las hermanas
están aquí vemos un gran cambio, los obreros trabajan mejor y ya no son negligentes!” ( Dossier de
Austria). María de la Pasión tiene gran interés por este apostolado entre los constructores de ladrillos y
se regocija al saber que una de las que se ocupa de ellos toma notas que podrán guiar su acción a favor
de los emigrantes y que el Profesor Decurtins, residente en Viena, les ayuda también con algunos
cursos de sociología: “Estoy muy contenta de lo que me dices acerca de las notas que toma M.Louise
sobre las empresas de ladrillos y de las clases del Sr. Decurtins a mis hijas” (Carta a María Immaculata,
8-3-1904)
Un nuevo paso a favor de los desplazados tuvo lugar en noviembre 1903 por la fundación de
Worcester en los Estados Unidos. Si deseábamos este establecimiento para dar una salida a nuestras
labores de los talleres, su carácter específico misionero es el apostolado entre los emigrantes. De hecho,
la población de esta ciudad industrial en aquella época de 200.000 habitantes, estaba compuesta por
“americanos, irlandeses, canadienses, polacos, italianos, armenios, judíos y africanos”. Las FMM por el
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hecho de su presencia están insertadas en un medio donde predominan los emigrantes, entre los cuales,
decían ellas, “la tarea es inmensa”. Los protestantes habían establecido instituciones importantes, pero
todavía no existía nada para los católicos privados de recursos. Nuestras hermanas comenzaron
humildemente con una guardería infantil, pero pronto la exposición eucarística ejerció su atractivo y “la
capilla es demasiado pequeña para contener a todos los adoradores que se presentan en masa”. Se
convierte en centro de unidad para esta población heteróclitaa, lo que responde al deseo profundo de
María de la Pasión: promover la paz, la unidad en la universalidad (Anales 1904, p. 482)
Cooperación con el Profesor Schiaparelli y la obra de Asistencia a los
inmigrantes italianos en Europa
María de la pasión dará un último paso poco antes de su muerte por una acción específica en
favor de las personas desplazadas. En la última década del siglo se había ampliado y estructurado en
Italia la atención a los inmigrantes, alcanzando también a los que emigraban a los países de Europa, en
particular a la Suiza Alemana y hacia el Medio Oriente, el Levante, como decían entonces. De esta
manera nació en 1900 en Turín “La obra de Asistencia a los obreros italianos emigrados a Europa y al
Levante”, fundada por Mons. Bonomelli, obispo de Cremona, y patrocinada por altas personalidades
eclesiásticas y laicas.
María de la Pasión se puso en contacto con esta obra por medio de una sabio egiptólogo, el
Profesor Ernest Schiaparelli, que se interesó por su parte a la acción misionera. En 1898 había
organizado en Turín una importante Exposición misionera, donde los diferentes Institutos misioneros
podían presentar de manera concreta y original sus actividades. Las Franciscanas Misioneras de María
tomaron parte en ella y María de la Pasión a raíz de esta ocasión mantuvo una correspondencia
frecuente con el Profesor. Terminada la exposición las relaciones se prolongaron y Schiaparelli,
nombrado secretario activo de la “Obra de asistencia” a los emigrantes, propuso a la fundadora en 1903
colaborar en ella con un establecimiento a favor de las jóvenes obreras italianas en San Galo, en el
cantón Suizo limítrofe con Austria, renombrado por el arte de sus bordados. La competencia de las
Franciscanas Misioneras de María en ese campo les permitió una acción eficaz sobre las jóvenes, por
medio de una residencia y un taller de bordado.
El proyecto fue acogido con agrado por María de la Pasión. No obstante, las fundaciones en
Suiza siempre fueron difíciles, a causa de la reticencia de la administración protestante que no quería
admitir a las religiosas católicas; por esto las gestiones duraron casi dos años en una activa cooperación
e intercambio de correspondencia entre Schiaparelli y María de la Pasión. En un periodo donde su
tiempo era devorado por largos viajes e incesantes preocupaciones, muestra su interés particular por la
fundación de San Galo, adonde fue dos veces en agosto 1903 y de nuevo en agosto 1904 para conocer
los lugares, empezar los trámites necesarios y encontrarse con Schiaparelli.
En fin, el 31 de octubre 1904 los preparativos estaban ya terminados y Mons. Geremia
Bonomelli, Fundador y Presidente de la obra de Asistencia, firmaba el “Convenio” de esta obra con la
Superiora general de las FMM; convenio detallado que establecía bajo normas equilibradas y precisas
la cooperación entre el Instituto y la obra del pensionado de acogida y el laboratorio previstos.
¡Desgraciadamente María de la Pasión no firmará este convenio, que sin duda le esperaba en Roma!
Después de su muerte, María de la Redención en diciembre 1904, firmará y realizará esta última
fundación preparada con tanto amor.
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A pesar del desencadenamiento a partir de los años siguientes, de las hostilidades de los que no
veían bien a las religiosas, el establecimiento de Saint-Gall prosperó ganando la confianza de las
jóvenes obreras, y aunque estaba previsto para 40 jóvenes, el comité de la obra de asistencia, que
apreciaba mucho la actividad de las Franciscanas Misioneras de María, tuvo que agrandar los locales en
1908 para acoger a 120 pensionistas; mientras tanto alrededor de la Residencia se desarrollaban otras
obras. En el testimonio de uno que visitó el centro encontramos: “es un modelo de obra por la amplitud
de criterios que la inspira, las jóvenes encuentran no sólo ayuda material, resguardándoles de los
peligros del mundo, sino sobre todo, es una escuela de vida”. Desgraciadamente, después de la primera
guerra mundial, la Obra de asistencia, se empobreció, no pudo seguir apoyando a la residencia de San
Galo, y fue suprimida a pesar de las instancias del obispo por conservarla.
Por lo menos, esta fundación, última empresa de María de la Pasión, muestra el lugar que la
pastoral hacia personas desplazadas había ocupado en sus solicitudes e iniciativas. En una época en la
que ella adquirió una visión global muy profunda y moderna de la “cuestión social” bajo todas sus
formas, comprendió que el desafío de la emigración interpelaba nuestra vocación misionera y la
dimensión universal de nuestro carisma.
Fuente espiritual de la acción de María de la Pasión hacia los emigrantes
y su actitud hacia “todo el que sufre”
Después de evocar los hechos que perfilan la entrada progresiva de las personas desplazadas en
nuestro apostolado, en un contexto muy diferente del de nuestra época, me gustaría ampliar el tema, y
profundizarlo al mismo tiempo, buscando con vosotras la fuente espiritual de donde mana esta acción y
las actitudes que se desprenden de ella. Porque no son los hechos del pasado, por muy interesantes que
sean, los que deben guiar nuestra acción hoy, sino los comportamientos profundos que nos revelan.
- Fuente espiritual de donde mana la acción de María de la Pasión
Esta fuente es única, es su unión íntima con Dios en la fe y el amor. Pero en su proyección
concreta, me parece que se manifiesta bajo dos aspectos principales: la atención a los signos de Dios y
la contemplación del rostro de Cristo en todos los que sufren.
La atención a los signos de Dios en una escucha interior es una nota característica de la
espiritualidad de María de la Pasión. De la misma manera que para la fundación del Instituto, se dejó
conducir por el designio de la providencia “como un asno que le fustigan” , según expresión suya, lo
mismo para el desarrollo del Instituto, no tiene ningún programa prefijado. Sus fundaciones son casi
todas respuestas a llamadas; excepto la de Marsella, que le pareció evidente su necesidad para el
embarco de las hermanas que se dirigían hacia Medio Oriente, dirá que nunca buscó por ella misma
otra fundación. Entre esas llamadas, ella descubre la voz de Dios, presta una atención especial a las que
vienen de los “pobres”, transmitidas por los obispos, los sacerdotes y diversos organismos civiles y
religiosos.
¿Quiénes son esos “pobres de alma y cuerpo” (M, 326) para quienes Dios le llama? Diversos
textos de sus escritos, en particular las Meditaciones litúrgicas, nos las indican, como una letanía de
miserias materiales y morales. Es “todo lo que es pequeño, el que sufre” (CR/2,90), esos son “los
probados” (MD, 278), los “abandonados”, los “humildes”, los “enfermos” (MD, 403), “los
despreciados”, “las almas débiles”, expuestas al escándalo o al error (MD, 12) “aquellos que el mundo
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rechaza, porque son pequeños a sus ojos, sea por la miseria o por la persecución” (MD,139) (en esta
última cita encontramos el carácter específico de las personas desplazadas y el lugar que ocupan para
ella entre los “pobres”)
La acción misionera personal de la que ya hemos hablado antes, dirigiéndose a individuos, o a
grupos pequeños, fluye generalmente de un encuentro fortuito, a veces en un viaje, o de una llamada
hecha a su generosidad por las relaciones.
Como el Samaritano del evangelio, ella ve el “prójimo” que hay que ayudar cualquiera que sea, el que
Dios le pone en su camino. No considera, como el sacerdote y el levita del mismo evangelio, si tiene
ocupaciones más apremiantes, sino que se da lo más que puede al prójimo que le designa el amor del
Señor.
La contemplación de Cristo, el gran Pobre, aquel que “ha querido entre todos los pequeños de
la tierra” (CS 77) es también la fuente de su inagotable caridad.
María de la Pasión ve a Jesús en los caminos de Galilea, que se inclina hacia todas las miserias
psíquicas o morales, acogiendo a los excluidos de la época: leprosos, publicanos, extranjeros e invita a
sus misioneras a compartir “esta atracción de su amor” (CT/2, 146). Estos excluidos ¿no han sido
rescatados por la sangre de Cristo?, ¿no están invitados, ellos también, al banquete eucarístico? “Si
Dios hubiera dado la Eucaristía de manera restringida, los ricos les hubieran privado a los pobres, pero
los dones de Dios no son como los de los hombres... el pobre, el pequeño tiene tanto derecho como el
rico” (Corresp., 16-5-1901).
Por este motivo está contenta de que nuestra pobreza evangélica nos acerca en cierto modo a
esta pobreza padecida, reconociendo la diferencia efectiva: “Nosotras hacemos voto de pobreza, pero
¡Dios mío! Cuántos hay que no lo hacen y que son mucho más pobres que nosotras” (JO, 317). Se
alegra cuando ve que algunas casas viven una pobreza análoga. Visitando las obras de Viena escribía:
“He tenido un consuelo al ver que somos pobres entre los pobres. Hay siempre una esperanza para los
hijos de San Francisco en la pobreza y en los pobres” (Corresp., 16-7-1902).
Este amor al pobre se profundiza todavía más por la contemplación, no solamente de Cristo
amigo de los pobres, sino de Cristo que vive “en la persona del pobre”, reviviendo en él su “abandono”
y sus “oprobios”. Al igual que a Francisco, el más indigente de los hombres es para María de la Pasión
reflejo, icono de Cristo. Entonces podemos comprender su exclamación espontánea en sus Notas
Espirituales: “Ir a los pobres, a los pequeños, a los pecadores, es una necesidad de mi alma y mis hijas
no serían mis hijas si no se lo transmitiera” (NS, 171)
- Actitudes concretas de María de la Pasión acerca de los pobres
Sería largo enumerar ciertas actitudes en todos sus matices, tan variados como las personas a
quienes van dirigidos. En efecto el pobre, la persona desplazada, no es para ella una figura anónima, es
una persona concreta a la cual se entrega. Sin embargo, intentaré subrayar algunas de las características
de su comportamiento, que vosotras podréis completar en vuestra reflexión personal.
Compasión. No se trata del sentimiento, a veces superficial, que nos invade ante un triste
espectáculo, sino de la com-pasión en el sentido etimológico: compadecerse : sufrir con. Es la
capacidad de comprender un sufrimiento desde el interior, de entrar de alguna manera en el que sufre
para asumir en sí mismo este sufrimiento. María de la Pasión poseía este don por su caridad
sobrenatural, pero también por la experiencia personal vivida en la India y en los comienzos del
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Instituto, su soledad, abandono, angustia, rechazo, persecución. Así, cuando encontró en Roma a una
familia angustiada, esta angustia la persiguió, permaneció en ella en medio de sus numerosas
ocupaciones. “Confieso que después de ese locutorio, su recuerdo me ha atormentado todo el día”
(JO, 181). Esta compasión le empuja a olvidar sus propias preocupaciones, su cansancio intentando
aportar un alivio.
Justicia. La verdadera caridad no puede separarse de la justicia y de la verdad. Más allá de las
situaciones de angustia, ella busca la causa profunda para poder actuar contra las estructuras injustas.
Es lo que María de la Pasión realizó, en la medida que le convenía, acerca de la llamada “cuestión
social”. Iluminada por las enseñanzas de León XIII, y también por su sentido innato de la justicia,
comprende el origen social de la opresión de la clase obrera, de la exclusión injusta de los emigrantes.
Ciertamente, ella no puede actuar directamente sobre esas estructuras, pero coopera con los sociólogos,
los pioneros que trabajan en ello y también sabe apoyarse, como lo hemos visto en la fundación de San
Galo, en organismos fundados con este fin. Es el preludio de lo que nos piden las Actas del Capítulo
2002: “Colaborar y trabajar en red... con la familia franciscana y otras organizaciones” – “Tener en
las provincias hermanas formadas al respecto”. Esta búsqueda ilustrada permite comprender la
rebelión íntima del excluido, sus esfuerzos porque se reconozcan sus derechos, sin condenarle,
acercarse a él, tratar de iluminarle, y dirigirle según los principios evangélicos.
Por otro lado María de la Pasión busca luchar en lo que la concierne, contra una de las causas
principales de la marginación: a veces el desempleo, pero la mayoría de las veces un empleo que hace
del obrero esclavo de la máquina, del trabajo en cadena, que en las fábricas explotan a los adolescentes,
haciéndoles trabajar por encima de sus fuerzas por un salario mínimo. Comprendiendo que el trabajo va
a ser “la cuestión vital del mundo”, la fundadora busca trabajo para las jóvenes en los talleres, dándoles
una formación profesional que les permitirá no expatriarse y trabajar con dignidad según su vocación
femenina.
Respeto, atención, delicadeza. El sentido de la dignidad del pobre, del marginado que se
desprende de la justicia, se expresa ante todo con el respeto. Numerosos testimonios hablan de la
atención respetuosa, de la delicadeza que aporta María de la Pasión en sus relaciones con los más
menesterosos. Algunas religiosas que estaban con ella dicen que, sobrecargada de trabajo, se hacía
reemplazar fácilmente en los recibidores de grandes personajes, pero nunca rehusó ver a los pobres. A
veces descubría una situación de gran pobreza en el tren durante sus largos e incómodos viajes de la
época, se interesaba por ellos, tomaba la dirección de su interlocutor, le daba la de las FMM, para que
pudiera venir a encontrarse con ellas.
Respetuosa de la dignidad de las personas que no siempre habían sido pobres, los “pobres
avergonzados” como se les llamaba, les dedicaba su tiempo, a pesar de su gran cansancio, a fin de
adaptar con gusto, para una de ellas, un regalo útil de los que hacían en Grotta, de manera “que no
pareciera una limosna” (Diario de una Madre 16 agosto, 1896) ; con respeto atento se dirige incluso a
niñas pequeñas de nuestras obras, entreteniéndose para hablarles, consolarles y mostrarles su ternura.
Discreción, prudencia, paciencia: En su actuación a favor de los abandonados, María de la
Pasión actúa discretamente, sin ruido. Ama las obras “sencillas realizadas sin ruido” comenzadas “poco
a poco en la sombra, esperando el tiempo de su desarrollo” (Cartas al abogado Pacelli, o al sociólogo
Decurtins).
En cuanto a las ayudas individuales que da a los desheredados, actúa también con discreción,
sabiendo unir a la piedad la prudencia y el discernimiento, tomando las informaciones necesarias antes
de proporcionarles un trabajo. En el Diario de una Madre, al hablar de un cierto Joaquín “que tiene un
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gran deseo de trabajar para nosotras”, añade: “En Roma, tengo buenos informes de él, pero me gustaría
tener también de su país, y no lo consigo. Los pobres no tienen para comer. Esto me da mucha pena y
quisiera poder colocarles, pero me parece más prudente esperar los informes.” (JO, 317)
Indulgencia, perseverancia : María de la Pasión mira a las personas con verdad y realismo;
conoce las imperfecciones de la naturaleza humana y se ocupa del pobre desinteresadamente, con
paciencia, perseverancia, sin buscar recompensa humana, porque, escribe : “ Si hiciéramos el bien por
la recompensa que recibimos, no lo haríamos nunca. He pasado una parte del día sufriendo por
personas a las cuales he prestado grandes servicios haciéndoles mucho bien. Mis pobres armenios
estaban entre ellos. No saben lo que quieren, y a pesar de todo me dan lástima porque se encuentran
en un gran abandono.”
“Esta caridad perseverante que se necesita con los pobres es para nosotras una gran imagen
del testimonio de Nuestro Señor. Cualquier cosa que hagamos, El no nos abandona nunca a pesar de
nuestra miseria; nos guía, nos conduce y nos da las gracias que necesitamos. Imitémosle en su
paciencia y misericordia.” (JO, 330)
Cuando se da cuenta que el intendente de los Châtelets, en quien había depositado su confianza,
le engaña y tiene que marcharse de Francia para evitar consecuencias judiciales, ella le perdona,
haciéndose cargo de las deudas acumuladas y le ayuda a marcharse al Canadá invitando a las FMM a
que ayuden a este pobre hombre, ya arrepentido y rehabilitado.
La alegría del don de sí : Quisiera insistir en este aspecto que resume y engloba todos los
demás. El amor al pobre no es para María de la Pasión un “deber” de caridad. Como ya lo hemos dicho,
es “una necesidad de su alma”, enamorada de Cristo a quien ve reflejado en todos los que sufren. Desde
entonces, ¿cómo no va a tener una gran alegría interior al ser admitida a servirle en la persona del
pobre?
Así es como evocando un día de gran cansancio, escribe: “Sólo he tenido una pequeña alegría
por medio de la caridad” (Diario, 16 agosto 1896) Al año siguiente, a propósito de la acogida a la
familia armenia: “Es una gran alegría poder hacer el bien a sus semejantes, y las personas ricas que no
hacen caridad se privan de consuelos mucho más grandes y verdaderos que el lujo que les rodea nunca
podrá dárselo”.(JO, 293) Quiere también comunicar esta alegría a sus religiosas: “¡No podéis imaginar
lo contenta que estoy cuando mis hijas hacen bien a la gente! (Carta a Marie Immaculata, 16- 111903).
Esta alegría es algo más que una emoción pasajera; porque brota de la contemplación de Cristo,
es la alegría del don de sí: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. María de la
Pasión da su vida gota a gota en la sencillez cotidiana, no solamente al Instituto y a sus obras, sino a
todos los que Dios pone diariamente en su camino.
Conclusión
De esta manera quisiera terminar este encuentro. No os ha hablado de hechos brillantes de la
actividad misionera, sino de simples actos que responden a los signos de Dios: acogida, gestiones,
interés mostrado por las personas desplazadas, apertura a los medios que se presentaban en contactos o
en obras para ayudarles. Nuestra acción quizá será diferente en sus modalidades, pero será eficaz si,
como la de nuestra Fundadora, es escucha atenta de los signos de Dios en la sencillez de lo cotidiano,
disponibilidad para responder a sus llamadas en la alegría del don de sí.
Anne Marie Foujols, fmm
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