aunque rogadas al cielo y benéficas para otros frutos y tener pastos

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Carlos Lemée. La técnica del cultivo del trigo hasta mediados del siglo XIX
Fuente: Lemée, Carlos. La agricultura y ganadería en la República Argentina. La Plata, Sola, 1894. 408 p.
Carlos Lemée (1828-1914) evoca en estos párrafos, en forma detallada y amena, cómo se
cultivaba el trigo hasta mediados del siglo XIX, cuando aún no se habían introducido las
segadoras y las trilladoras. Lemée nació en Francia y vino en 1855 a la Argentina. Es autor
de varios libros sobre temas agropecuarios. Se ha actualizado la ortografía.
Una agricultura que se fundó el año 1580 y estuvo varios siglos estacionaria debía
tener al fin de ese período un material muy primitivo. El arado que usaban nuestros antiguos
chacareros, y que hemos alcanzado a conocer nosotros, era más sencillo que el mismo arado
de los Romanos, que se usa todavía en algunas provincias de España. Se componía de un
pequeño trozo de madera con punta de hierro que servía de reja, de un timón de madera y de
un palito en forma de bastón clavado perpendicularmente en la parte posterior de la reja, que
servía de mancera y permitía al labrador tener el arado en una posición conveniente. En
muchas partes, la reja ni punta de hierro tenía, se hacía de madera fuerte no más. Después de
la proclamación de la Independencia, la liberalidad de las leyes empezó a atraer la
inmigración, y ésta trajo al país algunos ejemplares de los arados modernos. Los primeros que
se recibieron venían de Inglaterra, y de ahí proviene que los chacareros los llamaran arados
ingleses y para distinguir de estos los que antes usaban, los llamaron arados del país.
Para emparejar la tierra, o para tapar las semillas, se usaban rastras de ramas de tala.
El rodillo era desconocido, pero algunos chacareros lo reemplazaban con yeguas que
hacían remolinear sobre la tierra arada para deshacer los terrones antes de sembrar o de dar
otra reja.
El trigo se segaba con hoces, y a veces con cuchillos por falta de aquéllas; se trillaba
con yeguas y se aventaba con palas de madera.
Para el cultivo de las hortalizas, se usaban frecuentemente, en lugar de azadas, unas
paletas de vaca o de yegua atadas con una guasca a la punta de un cabo, como lo ha
presenciado todavía Azara a fines del siglo próximo pasado1 en el Paraguay y Misiones.
Los carros eran escasos, y se usaban cueros de vaca que un caballo arrastraba a la
cincha para reemplazarlos; es de ese modo que se llevaba el trigo a la era.
Los pocos carros que tenían los chacareros eran de pértigo o de tirar a la cincha. Es
decir que en lugar de tener una vara de cada lado como los carros modernos, que los
chacareros llaman de varas, tenían un pértigo en el medio. El pértigo tenía en su extremidad
un agujero y una guasca2 que servía para atarlo a la asidera de un recado, la montura que
usaban todos en la campaña. Esos carros se han conservado hasta hoy y son de suma utilidad
en todos los establecimientos de campo, estancias y chacras. No precisan arneses, siempre
costosos, ni piezas que siempre faltan en el campo donde guardarlos3, no precisan cocheros
inteligentes para conducirlos, basta un muchacho con un caballo manso. Para enganchar, el
muchacho acerca su caballo; un peón pasa la guasca alternativamente en la asidera del recado
y el agujero del pértigo dos o tres veces, y el carro está listo para marchar.
Para que el caballo pueda hacer fuerza con el recado sin sacárselo por el anca, es
menester que esté cinchado muy fuerte; no se comprende cómo animales cinchados así
puedan respirar y soportar el trabajo. Sin embargo, sea costumbre u otra cosa, resisten y
tienen mucho más fuerza que con las pecheras. Se ponen de tres cuartos haciendo arbotante en
los grandes esfuerzos, y resisten así el tirón de una yegua chúcara enlazada, que no resistiría
1
O sea el siglo XVIII.
Guasca: lonja angosta de cuero crudo utilizada como soga.
3
Se refiere donde guardar los arneses.
2
1
un caballo con pecheras. Cuando las galeras empezaron a cambiar sus arneses por los años
1850-1860, hemos presenciado todos con asombro que las encajaduras eran más frecuentes,
la salida de los malos pasos mucho más difícil; que los caballos en una palabra tenían menos
fuerza con las pecheras que con la cincha.
El tráfico de las mercancías se hacía con esas grandes carretas tiradas por tres yuntas
de bueyes, muy numerosas todavía en todas las provincias, pero que van reemplazando poco a
poco los ferrocarriles y carros de varas tirados por caballos. Favorecida por sus hermosas
maderas, la provincia de Tucumán se hizo pronto un nombre en la construcción de esas
carretas. Al principio se hacían muy macizas; el eje era de madera y las ruedas no llevaban
llantas; los costados eran quinchados con esparto y sobro la armazón del techo, unos cueros
de vaca bien estirados lo resguardaban del agua. Más tarde, los cueros del techo se
reemplazaron con hojas de zinc y el quinche de esparto con tablas de pino. Hoy las ruedas son
de lapacho, llevan llantas, y el eje es de hierro.
***
Para sembrar trigo, se daba una reja al terreno, y después de dividirlo por melgas, el
sembrador arrojaba la semilla de a caballo y se enterraba con los arados. Enseguida se pasaba
una rastra de ramas para emparejar el suelo. Como los arados no tenían vertedera, abarcaban
muy poco terreno y la arada era una operación demorosa.
A veces, por falta de tiempo u otros motivos, algunos chacareros no daban la reja
preparatoria que hemos dicho, y entonces sembraban en pelo: para eso dividían el terreno por
melgas, arrojaban la semilla, sobre el suelo sin arar y la tapaban con los arados. Si el año salía
favorable, recogían algo no obstante tan poca labor.
Después de preparadas sus tierras, los chacareros tenían la costumbre de reunirse, a
veces en número de 40 y más para efectuar juntos la siembra del trigo, la tapa como la
llamaban, pasando sucesivamente todos en la chacra de cada uno de los socios. La ventaja que
reportaban con ese sistema era que la sementera de cada socio sembrándose en el mismo día
generalmente, maduraba toda al mismo tiempo. Esa reunión de vecinos hacía también que el
trabajo fuese más alegre que si cada uno lo hubiera efectuado aisladamente en su casa.
Además, la conclusión de la sementera en cada cimera daba lugar a una fiesta que costeaba el
dueño de casa.
Durante el día, las familias de los convidados a la minga, que así se llamaba la fiesta,
concurrían a la casa y ayudaban a la dueña en la preparación de la merienda. Cuando, puesto
el sol, regresaban los tapadores dando vivas se empezaba el festín y enseguida salían los
guitarreros tocando bailes y aires nacionales, y empezaban así las danzas de la minga,
prolongándose hasta entrada la noche, para continuar al día siguiente la tapa en la chacra de
otro vecino.
Ya hemos dicho que el trigo se segaba con hoces y a veces con cuchillos, y que se
llevaba a la era en unos cueros de vaca.
Se daba la forma circular a la parva, y se carpía a pala no solamente el terreno que
debía ocupar, sino también una calle alrededor donde las yeguas debían trillar el trigo. Una
vez carpida la era, se clavaban unos palos alrededor para poder extender unas sogas el día de
la trilla que impidiesen a las yeguas de salir.
Los cueros eran llevados a la era por unos muchachos que se llamaban tiradores, cada
tirador tenía dos cueros; y dos peones, llamados alzadores, los cargaban: de modo que
mientras el tirador llevaba un cuero cargado a la era, los alzadores cargaban el otro. Para
cargar los cueros se extendían la carne abajo; los alzadores pasaban debajo de las gavillas un
palo derecho, llamado alzador, puntiagudo en una extremidad y con un cinchón atado a la
otra. Una vez cargado el alzador, el peón sujetaba el trigo con el cinchón y lo depositaba sobre
2
el cuero. Llenado el cuero, se juntaban las cuatro garras, que llevaban una coyunda4 y unas
manijas y se ataban valiéndose de un medio nudo, que se deshacía al momento con tirar la
punta de la coyunda. Los cueros resbalaban fácilmente sobre el suelo calentado por el sol de
diciembre o de enero; los tiradores los llevaban al trote a la parva y, una vez descargados, los
volvían a traer de galope a los alzadores.
Una vez hecho el pié de la parva, se hacía una puente con cueradas de trigo, de la
entrada de la era a la parva, y se alzaba la puente a medida que subía la parva para que los
tiradores pudiesen subir con sus cueros cargados. Una vez llegado arriba de la parva, los que
la hacían indicaban al tirador a donde debía conducir su cuero, desataban la coyunda, y entre
dos sujetaban el trigo con sus horquillas, mientras el tirador, haciendo caminar su caballo,
sacaba el cuero de debajo y lo llevaba otra vez a los alzadores.
Los chacareros tenían una baquía admirable para la confección de sus parvas; con
hacer dar algunas vueltas a los tiradores sobre la parva antes de descargar sus cueros, y sin
demorar el trabajo, les daban una consistencia increíble. A veces para que no se mojase, si no
debía trillarse al día siguiente, y muchas veces únicamente para que abultase menos y poder
conseguir un precio más acomodado del yeguarizo. Si la parva no debía trillarse al día
siguiente, o si había tormenta al concluirla, le hacían una corona con los cueros que habían
servido para tirar el trigo.
Hubo un tiempo en que concluida la parva, se procedía a la corrida de la bandera,
diversión que se celebrada del modo siguiente: Un peón bien montado arrebataba una bandera
colocada en la cúspide de la parva y salía con ella disparando, seguido de todos los peones y
yeguarizos que trabajaban en la trilla. Pero en su carrera desordenada los jinetes destruían los
sembrados de maíz que encontraban por delante, y ese juego inconveniente fue prohibido bajo
penas severas por los estragos que causaba.
Cuando llegaba la época de la cosecha, los yeguarizos, como se les llamaba, venían
con sus yeguas a contratar la trilla de las parvas. Aunque todas no tuviesen el mismo tamaño,
se admitía generalmente que se precisaba dos encierras de 200 yeguas cada una, es decir 400
yeguas para trillar una parva mediana. En cuanto al personal, se calculaba que se precisaban
unos 20 peones.
El día de la trilla, los peones empezaban por cercar la era poniendo dos sogas a los
postes que se habían clavado alrededor y dejando una puerta ancha para la entrada y salida de
las yeguas. En seguida extendían el trigo que formaba la puente y otro poco que hacían caer
de arriba de la parva, hasta llenar la cancha. Por su parte la cocinera hacía sus asados, y la
gente almorzaba mientras el sol calentaba el trigo extendido en la cancha.
A las diez de la mañana, poco más o menos, se hacía entrar la primera encierra de
yeguas; tres muchachos, los azotadores, provistos de látigos con azoteras largas, las hacían
dar vuelta alrededor de la parva a los gritos de ¡yueeeegua, yeeeegua, la yegua! y cada diez o
quince minutos les cambiaban la vuelta para evitar el mareo. El yeguarizo atajaba la puerta de
la cancha, reparando sus animales y el trabajo de sus azotadores. Hacía salir de la cancha los
potrillos y las yeguas que llegaban a cansarse, y cuando le parecía que la primera encierra
había trabajado bastante, la hacía soltar al campo y entrar la segunda.
Una vez trillado el trigo de la cancha, los peones de la parva le daban vuelta con sus
horquillas de madera, que tenían tres dientes formados por la prolongación del cabo rasgado
en tres pedazos, que un listón clavado encima tenia separados unos de otros; esas horquillas
con sus tres dientes derechos se parecían al tridente de Neptuno. Trillado otra vez el trigo, los
peones subían sobre la parva y entre todos, a la voz, arrollaban con sus horquillas grandes
masas de trigo que dejaban caer en la cancha. Una vez la cancha con el trigo preciso, los
agotadores empezaban a mover las yeguas de nuevo para trillarlo.
4
Coyunda: originariamente designaba la soga con la cual se ata cada buey al yugo. En general, soga con que se
ata algo.
3
Concluido el almuerzo, la cocinera traía sus mates. Mientras los azotadores arreaban
las yeguas, los peones de la parva tomaban mate, y a los azotadores les tocaba el turno cuando
los peones de la parva daban vuelta el trigo de la cancha.
La trilla concluía generalmente a las 2 ó 3 de la tarde, y una vez concluida, se procedía
a acordonar el trigo. Para eso se amontonaba en el medio de la cancha donde se había trillado,
valiéndose de palas de madera, de yugos sobre los cuales subían algunos peones que se hacían
arrastrar a la cincha por los azotadores. Una vez acordonado, el trigo formaba un círculo que
se cortaba de distancia en distancia por si viniese a llover; se barría la era y la gente iba a
cenar.
***
La aventada empezaba al día siguiente, valiéndose de palas de madera con las cuales
los peones tiraban el trigo arriba. El viento apartaba la paja, y el trigo, por su propio peso,
volvía a caer a los pies del aventador. El manejo de esas palas era difícil para los que no
tenían la costumbre de servirse de ellas, pero los chacareros las manejaban con una destreza
admirable. Después de aventado el trigo, se lo pasaba por la zaranda y quedaba listo para la
venta o para depositarlo.
Esos métodos culturales tan distintos de los nuestros, nos aparecen hoy a la distancia
con un sello de atraso y de ignorancia agrícola que sin embargo no tienen. Salvo la clase de
arados empleados, eran perfectamente adecuados a las condiciones económicas de entonces.
El acarreo del trigo a la era con cueros es mucho más rápido que con carros y previene el
desgranamiento. La confección de las parvas con los cueros cargados que suben arriba no
guarda proporción, en cuanto a facilidad y prontitud, con la confección de parvas levantadas a
pulso de hombres. En fin, para la trilla, los yeguas podían competir en cuanto a prontitud con
las trilladoras modernas y su trabajo resultaba mucho más barato. Pero la aventada era muy
demorosa y por consiguiente muy costosa.
Hemos visto que el trigo después de la trilla quedaba acordonado en círculo en medio
de la cancha, de modo que para aventarlo era menester que el viento soplase sucesivamente de
casi todos los rumbos, y con cierta fuerza, porque si era demasiado fuerte se llevaba el trigo
junto con la paja, si era demasiado débil, parte de la paja volvía a caer junto con el trigo a los
pies del aventador. Si el viento era demasiado fuerte, si era demasiado flojo, si no soplaba de
un rumbo que permitiese aventar, los peones ganaban su sueldo en la cocina, aguardando que
cambiase el viento y el trigo quedaba en la era expuesto a la intemperie.
Muchas veces al ver ese acarreo tan rápido del trigo con los cueros, que suprime puede
decirse la confección de la parva, puesto que ésta viene a hacer parte del mismo acarreo; al
ver esa trilla tan rápida y económica que efectúan las yeguas sin temor que alguna chispa
venga a prender fuego a la parva, como sucede tan frecuentemente con las trilladoras a vapor,
muchas veces, repetimos, nos hemos dicho que si se encontrase un modo económico de
aventar el trigo en el estado que lo dejan las yeguas después de haberlo trillado, el sistema de
cosecha de nuestros antiguos chacareros sería todavía el mejor de todos.
Y, después de haber hecho estas reflexiones años seguidos en la época de la cosecha,
hemos venido a leer en la «Historia Argentina» de Dn. Luis Domínguez: «No me parece
indigno de la historia consignar el hecho de que gobernando este Virrey (Avilés), inventó en
Buenos Aires el sargento retirado Francisco Arellano una máquina para limpiar trigo, queahorraba el trabajo de 18 hombres. Avilés concedió al inventor privilegio exclusivo por diez
años; y en el siguiente el Consulado le acordó un premio de cien pesos fuertes» Página 237.
Sería interesante saber en que consistía el invento de Arellano; ensayar si su aplicación
es ventajosa, y, si ofreciese alguna dificultad, procurar hacerla desaparecer, hoy que la
mecánica dispone de tantos recursos.
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